La promesa multimodal: hacia una política del encuentro etnográfico*

Isaac Marrero-Guillamón

Universitat de Barcelona, España

https://doi.org/10.7440/antipoda59.2025.08

Recibido: 15 de mayo de 2024; aceptado: 18 de octubre de 2024; modificado: 20 de noviembre de 2024.

Resumen: el debate en torno a la antropología multimodal ha abierto un importante espacio disciplinar de reflexión, intercambio y experimentación. En estas discusiones, la pluralización de los modos de hacer trabajo de campo etnográfico, así como de las estrategias para hacer públicos sus resultados (exposiciones, piezas audiovisuales, obras de teatro, juegos de mesa, interfaces digitales, dibujos, novelas gráficas, radionovelas o videoclips), aparece vinculada a la búsqueda de una antropología más colaborativa, pública y comprometida. El objetivo de este artículo es contribuir a la teorización de la antropología multimodal, poniendo el foco en los efectos de la ampliación de los modos de encuentro y relación que sustentan la práctica etnográfica. Para ello, inspirado en el trabajo de Sara Ahmed (2019) y Marina Garcés (2023), propongo en primer lugar la noción de “promesa multimodal”, entendida como una aspiración de futuro que articula un compromiso en el presente. A continuación, discuto dos proyectos multimodales (Bordando cuerpos que escuchan y Cocinar Madrid – Poéticas del gusto) que, a través del bordado y la cocina, articularon una política del encuentro etnográfico basada en la escucha, el cuidado y el hospedaje. En ambos casos, una aproximación encarnada y feminista a la investigación facilitó procesos de coaprendizaje que desbordan las formas de conocimiento habitualmente más reconocidas y valoradas en antropología, y que nos invitan a repensar los criterios de apreciación de la investigación. La conclusión sitúa la versión de la multimodalidad, defendida a lo largo del artículo, en relación con debates en torno a la ética y la política de la investigación, y discusiones recientes en antropología colaborativa, multimedia y multisensorial.

Palabras clave: cuidados, etnografía experimental, hospedaje, multimodalidad, trabajo de campo.

The Multimodal Promise: Toward a Politics of Ethnographic Encounter

Abstract: The ongoing debate on multimodal anthropology has created a vital disciplinary space for reflection, exchange, and experimentation. Within these discussions, the diversification of ethnographic fieldwork methods—alongside innovative ways of presenting research findings, such as exhibitions, audiovisual pieces, theater performances, board games, digital interfaces, drawings, graphic novels, radio dramas, and video clips—has been closely tied to the pursuit of a more collaborative, public, and engaged anthropology. This article contributes to the theorization of multimodal anthropology by focusing on the effects of expanding the modes of encounter and relation that sustain ethnographic practice. Drawing inspiration from the work of Sara Ahmed (2019) and Marina Garcés (2023), I introduce the concept of the “multimodal promise,” understood as an aspiration for the future that is anchored in a present commitment. I then analyze two multimodal projects, Bordando cuerpos que escuchan and Cocinar Madrid – Poéticas del Gusto, which, through embroidery and cooking, developed a politics of ethnographic encounter centered on listening, care, and hospitality. In both cases, an embodied and feminist research approach fostered co-learning processes that challenge the dominant forms of knowledge production in anthropology, urging us to rethink the frameworks through which research is valued. The article concludes by positioning the version of multimodality advocated throughout the discussion within broader debates on the ethics and politics of research, as well as recent conversations in collaborative, multimedia, and multisensory anthropology.

Keywords: Care, experimental ethnography, hospitality, multimodality, fieldwork.

A promessa multimodal: rumo a uma política de encontro etnográfico

Resumo: o debate em torno da antropologia multimodal abriu um importante espaço disciplinar para a reflexão, para o intercâmbio e para a experimentação. Nessas discussões, a pluralização das formas de fazer trabalho de campo etnográfico, bem como das estratégias para tornar públicos seus resultados (exposições, produções audiovisuais, peças teatrais, jogos de tabuleiro, interfaces digitais, desenhos, romances gráficos, dramas de rádio ou videoclipes), parece estar atrelada à busca de uma antropologia mais colaborativa, pública e engajada. O objetivo deste artigo é contribuir para a teorização da antropologia multimodal, com foco nos efeitos da ampliação dos modos de encontro e na relação que sustentam a prática etnográfica. Para isso, inspirado no trabalho de Sara Ahmed (2019) e Marina Garcés (2023), proponho, em primeiro lugar, a noção de “promessa multimodal”, entendida como uma aspiração para o futuro que articula um compromisso com o presente. Em seguida, discuto dois projetos multimodais (Bordando cuerpos que escuchan e Cocinar Madrid — Poéticas del gusto) que, por meio do bordado e da culinária, articularam uma política de encontro etnográfico baseada na escuta, no cuidado e no acolhimento. Em ambos os casos, uma abordagem incorporada e feminista da pesquisa facilitou processos de coaprendizagem que vão além das formas de conhecimento normalmente reconhecidas e valorizadas na antropologia e que nos convidam a repensar os critérios de avaliação da pesquisa. A conclusão situa a concepção da multimodalidade, defendida ao longo do artigo, em relação aos debates sobre a ética e sobre a política da pesquisa, bem como às discussões recentes sobre antropologia colaborativa, multimídia e multissensorial.

Palavras-chave: cuidados, etnografia experimental, acolhimento, multimodalidade, trabalho de campo.

El concepto de multimodalidad ha entrado con fuerza en la antropología. Además de su uso creciente en publicaciones, encuentros profesionales y ámbitos de formación, está generando importantes debates sobre epistemología y política en la disciplina (Westmoreland 2022). Como abordaré con mayor detalle más adelante, la antropología multimodal se caracteriza por su apertura a construir modos varios de relación y encuentro, tanto durante el trabajo de campo como a la hora de generar interfaces públicas. No se trata de una propuesta metodológica como tal, sino más bien de una orientación a la práctica etnográfica y su divulgación basada en la experimentación con medios más que textuales y dispositivos de investigación contextualmente relevantes. Así, bajo el paraguas de la antropología multimodal, encontramos un amplio catálogo de formas de investigar y de compartir dichas investigaciones: exposiciones, piezas audiovisuales, teatro, juegos de mesa, interfaces digitales, dibujos, novelas gráficas, radionovelas, videoclips, etc. No son pocxs lxs autorxs que asocian la multimodalidad con una profunda transformación de la propia antropología, entendiendo que la pluralización de los modos de relación que sostienen la práctica etnográfica y sus interfaces públicas es una suerte de punta de lanza para una disciplina más abierta, colaborativa y politizada (Collins, Durington y Gill 2017; Dattatreyan y Marrero-Guillamón 2019). En algunos de estos foros de debate, de manera notable en la sección “Multimodal Anthropologies”1 de la revista American Anthropologist, este entusiasmo ha ido acompañado del desarrollo de nuevas estrategias de evaluación y publicación del trabajo antropológico, al comprender que son necesarias para dar valor a las formas de conocimiento, encuentro y relación vinculadas a la multimodalidad. En efecto, aprender a evaluar y valorizar la antropología multimodal requiere de otras formas y herramientas de apreciación institucional, como se ha argumentado desde el “Stadtlabor for Multimodal Anthropology” de la Humboldt University de Berlín2.

Inevitablemente, se ha hablado ya de un giro multimodal (multimodal turn) (Cool 2020; Gugganig y Schor 2020; Yalouri 2022), un giro que otrxs autorxs definen como “retorno” (return of the multimodal), subrayando así su dudosa novedad (Criado, Farías y Schröder 2022). Tampoco han faltado las voces críticas que han señalado el peligro de que la antropología multimodal, tanto en su adopción de nuevas tecnologías como en su orientación epistemológica, acabe reproduciendo lógicas coloniales de amplio calado en nuestra disciplina (Takaragawa et al. 2019). Incluso, entre sus instigadorxs, se habla abiertamente de una relación “ambivalente” con la multimodalidad, marcada tanto por la apreciación del potencial transformador que aporta a la antropología como por la crítica a la ilusión de una liberación más o menos instantánea (Alvarez, Dattatreyan y Shankar 2021). Estas críticas son fundamentales para evitar una celebración prematura de la multimodalidad; sería naíf, incluso peligroso, pensar que la experimentación con otros modos de hacer pueda, por sí misma, romper con el legado colonial y extractivista de la antropología. Como exploraré a lo largo de este artículo, la antropología multimodal no aporta “soluciones” a esta trayectoria y, desde luego, no “escapa” a preguntas clásicas sobre la política y ética de la investigación. En todo caso, trata de acogerlas desde un lugar algo diferente. Como ha expresado Mark Westmoreland en su reciente revisión del término:

Al incorporar la perspectiva sensorial, colaborativa y decolonial, la multimodalidad parece ofrecer una agenda más inclusiva [para la antropología], en la que diferentes agentes pueden encontrar intereses comunes […] y de la que pueden surgir nuevas constelaciones disciplinares y colaboraciones. De este modo, se reformulan problemas recurrentes y se revelan perspectivas no ensayadas sobre las aporías de la ética, la representación y la interpretación. (2022, 174)3

Es precisamente en relación con estos debates que la multimodalidad ha devenido, en mi opinión, un concepto útil para mapear toda una serie de aspiraciones y tensiones asociadas a la práctica etnográfica y antropológica contemporánea. De ahí que mi propuesta en este artículo sea concebirla como promesa, es decir, como aquello que da forma a una aspiración de futuro (Ahmed 2019). La promesa, en este caso, no es otra que una disciplina más plural, relevante y comprometida; una aspiración, no obstante, que existe en tensión con inercias y legados que siguen estructurando la práctica antropológica en un sentido inverso. Al hablar de promesa, por tanto, busco subrayar que se trata de un deseo (aún) no cumplido, de una posibilidad que podría o no realizarse, pero que, al ser nombrada, podría servir para dar forma a estas aspiraciones en el presente.

Desarrollaré mi argumento en dos partes. En primer lugar, ahondaré en la noción de multimodalidad y las promesas que se le han adscrito. Lo haré a través de un breve ejercicio genealógico y vinculando cuestiones metodológicas, éticas y políticas. Esta discusión culmina con una propuesta de reorientación del debate en torno a la multimodalidad, definida ahora como una forma de cultivar una imaginación etnográfica situada y responsiva a las demandas éticas y políticas del campo en el que se desempeña, a las dinámicas propias del contexto, y a los deseos y necesidades de lxs participantes. Más que una cuestión tecnológica o mediática, la práctica multimodal estaría definida por su capacidad para generar modos de encuentro y de producción de conocimiento relevantes y no prefigurados. Para desarrollar esta idea, en la segunda parte pongo el foco en dos proyectos que, a mi entender, dan valiosos pasos en este sentido: Bordando cuerpos que escuchan y Cocinar Madrid. En ambos casos, la reimaginación del encuentro etnográfico está asociada a una sensibilidad y a un compromiso feminista que ponen en el centro las relaciones de cuidado y reinterpretan prácticas tradicionalmente feminizadas (el bordado y la cocina), como plataformas etnográficas para el coaprendizaje encarnado. La conclusión, por último, amplia el marco de la discusión para considerar la singularidad y relevancia de la propuesta multimodal en relación con sensibilidades cercanas como la antropología multimedia, multisensorial o colaborativa y con debates de largo calado en torno a la política y la ética de la etnografía.

La promesa multimodal

El éxito de la noción de multimodalidad en la antropología es algo sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta la genealogía del término, la vaguedad con la que se ha adoptado y su proximidad a alternativas más establecidas como multimedia o multisensorial. Según Carmen Rosa Caldas-Coulthard (2023), el término se introdujo en los años veinte en el campo de la psicología de la percepción, para denotar el efecto producido por la información recibida simultáneamente por diferentes sentidos. No fue hasta la década de los noventa, de la mano de la semiótica social y el análisis del discurso —en especial el trabajo de Gunther Kress y Theo Van Leeuwen—, que el término adquirió un sentido y uso más amplio. Para estos autores, la multimodalidad apunta a los múltiples modos de comunicación y producción de significado; a cómo el lenguaje visual, gestual o textual, por ejemplo, constituyen recursos semióticos culturalmente situados e interactivos (Kress y Van Leeuwen 2001). Así, la entonación o un gesto pueden transformar el sentido del lenguaje hablado de diversas formas, de igual modo que el significado de la palabra escrita se establece también en relación con las imágenes con las que comparte página o con el diseño de esta (Caldas-Coulthard 2023). Al contrario de la semiótica tradicional, que estudia los signos en sí mismos como si fueran textos a interpretar, esta perspectiva amplía el campo de análisis a tres esferas claramente sociales (Kress 2010): la producción de signos (la representación), la construcción de significados (los recursos semióticos o modos) y la circulación de estos significados (a través de medios materiales/tecnológicos). Para Bella Dicks —una de las primeras autoras en teorizar la relación entre etnografía y multimodalidad (Dicks, Soyinka y Coffey 2006; Dicks et al. 2011)—, el uso de métodos etnográficos es congruente con una aproximación social a la semiótica, pues permite observar in situ el funcionamiento de los diferentes modos que sustentan la comunicación y la producción de significado (la escritura, el habla, la expresión gestual, etc.), así como su relación con diferentes medios (textos, fotografías, videos, etc.) y sus capacidades (affordances) para transmitir o representar dichos significados.

Es importante hacer notar que en un primer momento este acercamiento entre la multimodalidad y la etnografía no estaba, por tanto, situado disciplinarmente en la antropología, sino en la semiótica social4. Y tal como apuntó Sarah Pink (2011) en una discusión organizada por Dicks, se trataba de un acercamiento bastante ajeno a los intereses de lxs antrólogxs sociales. La crítica de Pink se centraba en dos cuestiones: por un lado, la preocupación por las diferencias entre modos y medios comunicativos estaría construida a partir del modelo occidental de los cinco sentidos discretos, una concepción de la percepción que la antropología ha cuestionado ampliamente en favor de perspectivas más fluidas y holísticas. Por otro lado, el ascendente semiótico de la multimodalidad y su foco en la construcción del significado la emparentarían con la concepción de la cultura como texto, en franco declive en antropología. De ahí que Pink se mostrara escéptica con respecto al interés que la multimodalidad pudiera tener para la antropología y prefiriera el uso de “etnografía sensorial” para referirse a formas expandidas y multimedia de trabajo etnográfico.

No deja de ser curioso que el uso más reciente de la noción de multimodalidad en antropología haya tendido a pasar por alto este debate, así como la propia genealogía del término. Para Samuel Collins, Matthew Durington y Harjant Gill, autores del texto inaugural de la sección Multimodal Anthropologies de la revista American Anthropologist —un espacio que devendría pivotal en el desarrollo de la perspectiva—, la multimodalidad describe una condición contemporánea: la proliferación y generalización de prácticas mediáticas diversas —en su mayoría ligadas a plataformas digitales—. La antropología multimodal reconoce dicha centralidad y la asume como propia: se trata de una antropología que no solo “trabaja con múltiples medios, sino que se compromete con formas públicas y colaborativas de antropología a través de plataformas mediáticas diversas y conectadas” (2017, 142). Para estos autores, la multimodalidad que nos rodea es por tanto una plataforma y una invitación para abrir la disciplina a diferentes modos de investigación, colaboración, representación y diseminación más que textuales, formas que sean relevantes para aquellxs con lxs que trabajamos y que pluralicen lo que cuenta como conocimiento valioso.

Se trataba sin duda de una apropiación un tanto sui generis del concepto de multimodalidad, pero lo cierto es que esta resignificación fue adoptada por bastantes otrxs, quizá porque amplificó y resonó con una aspiración más extendida a transformar la disciplina a partir de una reconsideración de sus modos de hacer y de las formas de relacionarse con los mundos y personas con las que se desempeña. No está de más recordar que estos debates sucedían en la estela del giro ontológico (Holbraad y Pedersen 2017) y que, frente al devenir filosófico y textualista de este, la multimodalidad proponía una visión más experimental, colaborativa y politizada de la antropología que captó la atención de muchxs. Fue precisamente esta promesa de transformación disciplinar, más que un argumento substantivo, lo que nos llevó a Gabriel Dattatreyan y a mí a adoptar el término y a contribuir a teorizarlo (2023; 2019). Era, para nosotros, una manera de poner el foco en las nuevas formas de antropología que se abrían a partir de ciertos dispositivos y sensibilidades expandidas de investigación. Nos interesaba de hecho anticipar ciertos efectos; es decir, concebir la reconfiguración multimodal de la antropología como una invitación a repensar tanto el trabajo de campo (al abrirlo a formas varias de colaboración), como las formas de hacer públicos nuestros trabajos (mediante formatos performativos e interfaces multimedia), y la pedagogía de la propia disciplina (al reconocer las múltiples formas de aprendizaje en el “campo” y vincularlas con lo que hacemos en el aula). Dicho de otro modo, la apuesta multimodal era una forma de reimaginar la disciplina en su conjunto como una práctica inventiva e implicada con la propia multimodalidad de los mundos en los que se encuentra:

Sostenemos que la multimodalidad ofrece una línea de fuga para una antropología aún por venir: multisensorial en lugar de basada en el texto, performativa más que representacional y creativa en lugar de descriptiva. Esta antropología reimaginada requiere un alejamiento de las formas establecidas de autoría, representación y publicación académica, hacia proyectos que experimenten con formas imprevistas de colaboración, de correspondencia, de relación con públicos. (Dattatreyan y Marrero-Guillamón 2019, 220)

Como bien han identificado Tomás Sánchez-Criado y Adolfo Estalella (2023), el argumento que Dattatreyan y yo articulamos en torno a la antropología multimodal tenía un elemento programático. Ciertamente, tenía la vocación de teorizar una posible antropología futura. Constituía además un gesto esencialmente pragmatista, es decir, interesado en potenciar los efectos que la adopción del término parecía estar teniendo. De ahí mi interés por conceptualizar, ahora de un modo más sistemático, este sentido anticipatorio a través de la noción de promesa.

Sara Ahmed define la promesa como aquello que da “sustento a nuestras expectativas sobre el porvenir” (2019, 74). Dicho de otro modo, la promesa da cobijo y forma, en el presente, a aspiraciones y anhelos de futuro; prometer es por tanto una forma de expresar un deseo y de comprometerse con él (Ahmed 2019). En una línea similar, Marina Garcés teoriza la promesa como una acción que genera vínculo y compromiso, como una “potencia de futuro que reorganiza y orienta el presente” (2023, 26). El significado que ambas autoras dan al término es explícitamente político, en el sentido de que ejerce un desplazamiento en las condiciones de posibilidad. Como explica Garcés, la promesa es una declaración de voluntad, una intención que nos vincula y compromete con un futuro posible que crea, de hecho, nuevos posibles a partir de dicho compromiso. Es un ejercicio de lo que ella llama “imaginación vinculante”:

Prometiendo, nos convertimos en artesanos del tiempo: le damos forma, ritmo y acuerdo, […] la promesa carga el presente de futuro […]. Una promesa siempre establece algún tipo de pacto basado en la convicción y el deseo de que algo sea posible. Por eso la promesa no es solo una declaración de intenciones, una colección de fantasías bonitas, sino una interpretación de la situación. Es conocimiento y voluntad reunidos en una sola declaración. (2023, 92-93)

Al concebir la multimodalidad como promesa mi intención es justamente señalar cómo darle forma a ese compromiso con una antropología por venir (más plural, más implicada y más pública); es una manera de generar nuevas condiciones de posibilidad, es decir, imaginar e inventar el futuro de la antropología multimodal nos vincula con ella en el presente. Pero esto no implica un ejercicio de borrón y cuenta nueva; una parte de este trabajo de reinvención tendría que ver, por el contrario, con valorizar y visibilizar toda una serie de experimentaciones que han permanecido en los márgenes de la disciplina, perjudicadas por un sistema disciplinar de jerarquización de conocimientos y prácticas marcadamente logocéntrico. El “inventario” de prácticas etnográficas inventivas, recientemente publicado por Sánchez Criado y Estalella (2023), es especialmente útil para detectar todo un conjunto de transformaciones, ocurridas en las últimas décadas, en la forma de hacer trabajo de campo y de compartir sus resultados —muchas de las cuales encajarían perfectamente dentro de la perspectiva multimodal aquí esbozada—. La práctica de contramapeo colectivo de Counter-Cartographies Collective (2023)5, por ejemplo, moviliza estrategias de mapeado analógico como forma de indagación situada y de ensamblaje del propio colectivo: las derivas espaciales para la observación colaborativa, el dibujo de mapas a mano como forma de coanálisis o la organización de eventos de distribución/discusión serían algunas de las fases de construcción tanto de conocimientos como de relaciones entre participantes. Otro proyecto que propone un redibujo del ámbito y de los procedimientos de la etnografía es Ethnodata6, codirigido por Jorge Núñez y Maka Suárez (2023) desde el Centro de Etnografía Interdisciplinaria Kaleidos. Se trata de una plataforma digital colaborativa para el estudio de datos relativos a muertes violentas en Ecuador. Ethnodata abrió las estadísticas oficiales a varias formas de utilización y visualización, generando así un nuevo espacio de encuentro entre funcionarixs del Estado, activistas, investigadorxs y familiares de víctimas. De allí han surgido mapas, producciones audiovisuales, interfaces digitales y obras de arte que reinterpretan los datos desde una perspectiva situada y que, en conjunto, constituyen una respuesta y una crítica etnográfica a la masacre.

Más allá de este volumen tampoco faltan ejemplos de investigaciones que han desbordado las convenciones de la etnografía “de manual”, al transformar tanto la noción de “trabajo de campo” como la forma de hacer públicos sus resultados y haber inventado modos de colaboración sensibles al contexto y pactadas entre lxs colaboradorxs. Pienso, por ejemplo, en los workshops performáticos tipo “maratón”, como estrategia para investigar maneras vernáculas de creación digital mediante su propia producción/distribución (Soriano 2023); en los videoclips musicales como forma de etnografía audiovisual colaborativa (Ranocchiari y Giordanni 2020); o en la ficción radiofónica como plataforma para colaboraciones entre activistas e investigadoras (Álvarez, García y Ranocchiari 2020).

Se podría decir, por tanto, que la antropología multimodal ya existe, aunque sea relativamente poco visible, y que la promesa que aquí articulo está anclada a la realidad de lo que ya ocurre en muchos departamentos de antropología, aunque sea en su periferia. Como dice Ahmed: “Nuestras expectativas vienen de algún lugar. Pensar la genealogía de las expectativas implica también pensar acerca de la promesa y de cómo esta nos guía en determinada dirección, esa dirección de la que tanto esperamos” (2019, 73). El verdadero desafío, en realidad, es ejercer una transformación de la disciplina en su conjunto, de manera que estas prácticas marginales dejen de serlo y que las formas de relación y conocimiento que ponen en juego sean valoradas por sus propios méritos.

En resumen, la promesa de la multimodalidad parte del compromiso con una serie de prácticas inventivas que anticipan el futuro disciplinar que algunxs anhelamos. No tiene que ver con una expansión arbitraria de los dispositivos etnográficos, ni con una exaltación de la “creatividad” de quien hace antropología. Por el contrario, se basa en la capacidad para cultivar una imaginación etnográfica situada y responsiva a las demandas éticas y políticas de la temática, a las dinámicas propias del contexto y a los deseos y necesidades de lxs participantes. Una imaginación, por tanto, que no puede ser prefigurada a priori y que, por el contrario, hay que aprender a cultivar y estimular.

Tejer, cocinar, encontrarse

A continuación, discutiré con mayor detalle dos proyectos multimodales caracterizados por el compromiso con formas de investigación cuidadosas y no extractivas, que articulan una política del encuentro etnográfico como espacio de escucha y hospedaje. Se trata también de dos proyectos con una sensibilidad marcadamente feminista, que reinterpretan dos esferas de trabajo tradicionalmente feminizadas y devaluadas, el bordado y la cocina, como plataformas para una etnografía que cuida y escucha a sus participantes y que facilita procesos de coaprendizaje multisensorial. El uso del bordado y la cocina como medio para la etnografía supone también la reivindicación de tecnologías decididamente low-tech frente al tecnofetichismo digital que a veces rodea a la multimodalidad (Alvarez, Dattatreyan y Shankar 2021; Takaragawa et al. 2019).

El primer ejemplo que me gustaría exponer surge del trabajo de la antropóloga colombiana Tania Pérez-Bustos en torno a la “etnografía bordada”. Tal y como explica en su libro Gestos Textiles (2021), aprender a bordar fue una “exigencia epistémica”, al constatar, en el contexto de una etnografía con bordadoras cartagüeñas, que “no podía dar respuesta a mis preguntas si no dejaba que el saber-hacer de estas mujeres me pasara por el cuerpo” (2021, 17-18). La observación y la entrevista etnográfica resultaban insuficientes para comprender las prácticas de las bordadoras:

Ellas no decían mayor cosa sobre su labor, al menos no verbalmente. Por más de que yo preguntara y preguntara, siempre me contestaban con una que otra palabra articulada, y muchos gestos y movimientos de sus manos agarrando hilos enhebrados en agujas, e insertándose en la tela sobre el tambor. (2021, 33)

En efecto, se trataba de saberes imposibles de aprehender sin encarnarlos. Como le dijo una de sus colaboradoras: “Si nos quiere entender, aprenda a bordar” (2021, 35).

Pérez-Bustos atendió a la invitación, y desde entonces su trabajo ha ensayado formas varias de hacer etnografía con lo textil, desde lo textil. A lo largo de esta trayectoria la práctica textil se ha ido configurando como estrategia para tejer relaciones y construir espacios y tiempos para la investigación, también para cuestiones más allá de lo textil. Es decir, bordar, tejer o remedar en colectivo ha devenido un dispositivo de investigación capaz de generar un tipo de encuentro caracterizado por la hospitalidad, el cuidado, la escucha y la intimidad.

Ahondaré en esta cuestión mediante la discusión de Bordando cuerpos que escuchan, un proyecto de investigación sobre las experiencias de escucha de un grupo de trabajadoras del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición en Colombia (SIVJRNR)7, cuya tarea consiste esencialmente en escuchar relatos de guerra. El proyecto investiga cómo los cuerpos de estas trabajadoras quedan afectados por esa labor y, cómo bordar juntas puede ser una manera de acercarse a ello desde la proximidad y el cuidado.

El proyecto tomó forma a partir de una convocatoria abierta, dirigida a personas que cumplieran funciones de escucha en el marco del programa estatal de justicia transicional, de la cual emergieron quince participantes con las que se trabajó en una serie de cinco encuentros textiles. Cada encuentro giraba en torno a una pregunta referida a su trabajo de escucha, que conectaba a su vez con una práctica u objeto textil. Por ejemplo, la reflexión sobre las “huellas del oficio” se trabajó a partir del bordado de parte de un relato sobre una sábana o funda de almohada propia, creando así una resonancia entre las marcas que deja el relato en la tela y en el propio cuerpo. En otro encuentro, se trabajó sobre los vacíos y rotos que genera la guerra, a partir del remendado de objetos textiles personales: la reparación colectiva de agujeros y descosidos permitía a su vez indagar y reflexionar sobre la labor de contención y cuidado asociada a su trabajo de escucha. En el último encuentro, la reflexión sobre el cuidado que la escucha requiere se elaboró mediante el bordado de una muñeca abayomi como amuleto de protección, usando retazos de ropa rota. En cada caso, se trataba de que el hacer textil devolviera preguntas sobre su trabajo de escucha y permitiera situarse frente a lo vivido desde otro lugar —un desplazamiento reflexivo construido colectivamente en un contexto de cuidado mutuo y a través de objetos cercanos al cuerpo de las participantes—.

Durante el proceso de escritura de este artículo tuve ocasión de conversar telemáticamente con Pérez-Bustos y ahondar en ciertos aspectos de su práctica. Me interesaba especialmente entender de qué modo Bordando cuerpos que escuchan había generado un clima de investigación hospitalario y cuidadoso. Pérez-Bustos me explicaba que en efecto era una cuestión en la que había puesto mucho cuidado y que retomaba algo característico de los espacios de bordado colectivo por los que había transitado anteriormente, que eran espacios agradables, en los que se cuidaba a las participantes y se hacía un esfuerzo por acoger —por ejemplo, compartiendo comida—. En este sentido, uno de los objetivos del proyecto era que fuera el propio trabajo de campo, y no sus “resultados”, el que generara un espacio político, o sea, de transformación para las participantes. Se trataba de que salieran de cada encuentro sintiéndose “contenidas”, es decir, cuidadas por el dispositivo de investigación. Que participar no fuera simplemente “dar”, sino también “recibir”. De ahí el cuidado exquisito que se puso desde el primer momento: en la invitación, en el envío por correo de los materiales para el primer encuentro y en las agujas enhebradas a mano.

Este compromiso con la hospitalidad del encuentro etnográfico y con formas de relación más cuidadosas remite explícitamente a un posicionamiento feminista y a un cuestionamiento de las lógicas extractivistas en la investigación. Propone además un desplazamiento singular, al colocar el cuestionamiento sobre la ética y la política de la etnografía en el centro del propio trabajo de campo, y no solo en el plano epistémico o representacional como es más habitual (véase Katzer et al. 2022).

Como me explicaba Pérez-Bustos: “Lo textil tiene una cercanía corporal que es imposible de evadir…, una cercanía de roce, de roces delicados” (entrevista, 1 de diciembre de 2023). Sentarse a bordar juntas, con objetos textiles personales —hecho importante, pues al trabajarlos se trabaja también a una misma—, compartiendo herramientas y materiales, generaba una intimidad reflexiva e introspectiva:

Si tú estás bordando algo no estás mirando a la gente que está ahí, porque estás mirando al bordado. Y la forma en la que bordas, el movimiento repetitivo, te hace “prestar atención”, como dice Stengers, a lo que estás haciendo y te hace escuchar de un modo distinto: te calma, te pausa. Pero es una cosa material: el hilo te hace ir más despacio. (Entrevista, 1 de diciembre de 2023)

Pérez-Bustos (2024) define el resultado como una “atmósfera de la escucha”: una manera de escuchar(se) mediada por los materiales y las prácticas textiles colectivas, y caracterizada por una forma específica de atención e introspección. La generación de un espacio de investigación de estas características adquiere una relevancia particular en el contexto de precarización del trabajo de escucha en el sistema de justicia transicional colombiano. Las participantes de Bordando cuerpos que escuchan tienen empleos mal remunerados, sin contrato laboral, sin cobertura social y sin acompañamiento institucional. La atmósfera de cuidado y escucha generada en los encuentros textiles vendría a intervenir en esa situación, dando lugar a lo que una de las participantes denominó “una especie de grupo de ayuda mutua” (Restrepo 2023). Ciertamente, el proyecto tuvo una dimensión terapéutica, no tanto en el sentido clínico sino como espacio de acompañamiento emocional autogestionado. Lo cual, como me decía Pérez-Bustos, no es nada sorprendente, puesto que la capacidad sanadora del hacer textil es algo que las bordadoras conocen bien. Expresiones como la “psicología de la aguja” o “a mí esto me salvó” apuntan a la forma en la que el trabajo que una hace con la materia textil tiene su correspondencia en lo que el objeto textil le hace a una —lo textil es contenido y continente, contiene y te contiene—.

Más que orientado a la producción de conocimientos, en el sentido habitual de la expresión, diría que Bordando cuerpos que escuchan es un proyecto caracterizado por su capacidad para generar espacios de aprendizaje en colectivo, incluyendo autoaprendizaje. Una vez concluido, el proyecto tomó forma de página web multimedia8, en la que se puede acceder a los materiales con los que se estructuraron cada una de las sesiones (preguntas, dinámicas, tareas, etc.), a amplia documentación visual de los talleres y a los perfiles de las participantes. En algunos de estos materiales, como el Muro de Retazos, del cual se incluye un fragmento más abajo, podemos encontrar breves narrativas en primera persona, en las que se señalan desplazamientos en la comprensión y relación con el trabajo de escucha acontecidos a lo largo de los talleres. El carácter procesual de estos materiales, muy alejado de los outcomes más establecidos en antropología, plantea también la cuestión de las formas de apreciación y valorización que la multimodalidad nos invita a desarrollar.

Figura 1. Fragmentos del “Muro de retazos” producido durante la última de sesión de Bordando cuerpos que escuchan

Fuente: Artesanal Tecnológica, 2021, CC-BY-NC. https://www.artesanaltecnologica.org/bordando-cuerpos-que-escuchan/muro-de-retazos/

El segundo ejemplo que discutiré es Cocinar Madrid – Poéticas del Gusto, un proyecto de cocina colaborativa e itinerante que utiliza la alimentación como herramienta de investigación etnográfica. Este proyecto, coordinado en un comienzo por la artista culinaria Suraia Abud, la curadora Susana Moliner y la antropóloga Mafe Moscoso, comenzó su andadura en el 2015. La primera actividad tuvo lugar en el centro cultural Medialab Prado, con el colectivo belga Cultureghem, y consistió en el diseño y la fabricación de las cocinas móviles con las que poco después comenzarían a organizar encuentros en diversos mercados madrileños. Para la discusión que sigue tomaré como base el trabajo realizado en el Mercado de Argüelles en 2016.

En primer lugar, Moscoso llevó a cabo una exploración etnográfica del mercado y sus archivos, con el fin de conocer su historia, el contexto del barrio y también de entablar relaciones con tenderxs y usuarixs. Posteriormente, se organizaron cuatro comidas colaborativas los sábados por la mañana. En la invitación se pedía a lxs participantes que trajeran un ingrediente que evocara recuerdos o estuviera cargado de sentido. De este modo, los propios ingredientes —hierbabuena, guindilla seca, chocolate, pepinos, etc.—, actuaban como un primer dispositivo desde el cual conocerse. A partir de estas conversaciones Abud diseñaba un menú y luego se hacía la compra, se cocinaba y comía, todo ello en grupo y dentro del propio mercado. La dimensión de acontecimiento e intervención pública queda muy clara en los materiales textuales y audiovisuales producidos en torno al proyecto: el mercado aparece como un punto de encuentro y también de aprendizaje sobre la ciudad y sus habitantes. Un aprendizaje posibilitado por la cocina colaborativa entendida como metodología etnográfica y dispositivo de dinamización. Como explican en un póster generado tras los talleres:

Para nosotras, cocinar colectivamente es una metodología de investigación. Mientras se pela, se echa sal y se cuece el arroz, se genera un espacio que promueve vínculos horizontales y comunitarios en los que todos hacen algo con las manos, comparten e intercambian puntos de vista sobre distintas cuestiones. Cocinar colectivamente es un espacio para la generación de memorias. (Moscoso, Abud y Moliner 2016, 1)

De un modo análogo a los talleres textiles que describí más arriba, Cocinar Madrid articuló una política del encuentro a través de una práctica corporeizada (en este caso culinaria), confiando en que la propia dimensión material y sensorial de lo alimenticio propiciara formas de estar y aprender juntxs. Así, por ejemplo, vemos como los ingredientes traen a la mesa recuerdos y trayectorias migratorias: la harina de maíz que remite a las arepas venezolanas y a la discusión sobre si existe el afrecho en Madrid, o la hierbabuena que conecta con un recuerdo de infancia: “yo la recogía con mis deditos y luego la olía” (Moscoso, Abud y Moliner 2016, 2). Vemos también como el trabajo de archivo con el mercado y la investigación con lxs tenderxs nos ofrecen un punto de vista sobre la historia del barrio: su auge en los años cincuenta, que coincide con procesos migratorios desde el sur de España; los puestos como proyectos familiares ya en su segunda generación, o la progresiva contracción del espacio del mercado (hasta un tercio), relacionada con el auge de las grandes superficies y la transformación del modelo de consumo dominante en la ciudad.

Cuando contacté con Mafe Moscoso, para profundizar sobre el proyecto, me respondió con una invitación generosa y congruente: ¿por qué no cocinamos mientras charlamos? Poco después, una noche de enero de 2024, nos encontramos en el barrio La Barceloneta en Barcelona, para ir a comprar a su tiendita de referencia (aguacate, papas, queso y cilantro), cocinar juntxs una sopa de quinua, receta de la familia Moscoso y conversar animadamente mientras cenábamos.

Mafe me explicó que el interés por la cocina como dispositivo y acompañante de investigación surgió a partir de su propia experiencia migratoria —de Ecuador a España, de España a Alemania y otra vez a España—, como medio para establecer relaciones de tú a tú, pero también con la distancia, a través de ingredientes y recuerdos. Cocinar Madrid partía de la convicción de que cocinar y comer juntxs era un modo de poner en juego relaciones hospitalarias para investigar; un recurso menos violento y extractivista que la entrevista, pues al cocinar y comer la disposición de los cuerpos es distinta y el vínculo etnográfico que se construye está mediado por la dimensión sensorial y placentera de la propia comida:

Es un dispositivo etnográfico generador de vínculos entre gente que no se conoce y que termina estableciendo vínculos muy cercanos y contando cosas que en otro contexto no contaría. ¿Por qué? Yo creo que por el proceso. Porque no solo fuimos a comer, sino que cocinamos todas. Hay un tipo de relación de colaboración y de aprendizaje única […]. Cuando haces cosas con las manos, con el cuerpo, con los olores, con los sabores, yo creo que el tipo de relación se transforma [en comparación con una situación de entrevista etnográfica]. Cuando cocinas hay una disposición distinta de los cuerpos. Porque no hay solamente una relación pasada por la palabra, por el discurso… Es una relación hospitalaria; creo que no hay gesto más hospitalario que ofrecer comida y abrigo a una persona que no conoces. (Moscoso, entrevista, 25 de enero de 2024)

Figura 2. Imágenes de una de las comidas de Cocinar Madrid en el mercado de Argüelles

Fuente: Grigri Projects, 2016, CC BY-NC-SA. https://grigriprojects.org/procesos/cocinar-madrid/

El encuentro culinario como dispositivo de investigación articula así lo que Moscoso ha llamado un “gesto etnográfico hospedante” (2023), es decir, capaz de albergar, cuidar e incluso abrigar a aquellxs con lxs que investigamos. Mafe me describía una suerte de corriente afectiva que no pasaba por la palabra, sino que se construía alrededor de la experiencia sensible de la comida y la bebida, de aromas, gustos y recuerdos. Estas mediaciones contribuían a la producción de un espacio-tiempo íntimo y también orientado al disfrute y a la alegría, lo cual redefine a su vez los parámetros de lo que se considera y reconoce como “verdadera” investigación etnográfica. Mafe me hablaba de un espacio de coaprendizaje generado a partir de la colaboración y del “pasárselo bien”, en el que se aprende con los ingredientes, las recetas y lxs participantes; en el que se producen conocimientos que desde los espacios académicos quizá no se reconozcan —por encarnados o no replicables—, pero que sin duda son aprendizajes. Se producen, de hecho, mucho más que conocimientos y aprendizajes: también vínculos, experiencias y afectos; cosas que escapan quizá a las aspiraciones de la antropología hegemónica, pero que son centrales para entender ese “gesto hospedante” que mencionaba más arriba:

[…] la generación de vínculos basados en la hospitalidad tiene lugar al menos gracias a dos condiciones: cuando la separación entre quien investiga y quien es investigado se diluye —aunque no desaparece— en la práctica (y no solo en el discurso) y, en conexión con lo anterior, al traer el cuerpo a la investigación. (Moscoso 2023, 56)

Cocinar Madrid no produjo resultados de investigación tradicionales: no se publicaron monografías ni artículos académicos, sino un póster; no se realizaron documentales etnográficos ni fotoensayos, sino que se hizo público un archivo audiovisual online9. Como proyecto etnográfico, al igual que Bordando cuerpos que escuchan, privilegió el desarrollo de un modo de encuentro singular como espacio de aprendizaje en sí mismo sobre su traducción en formas de representación reconocidas por la antropología académica. Aludiendo a una distinción mencionada anteriormente, ambas pueden considerarse etnografías más performativas que representacionales, es decir, que enfatizaron generar sus propias comunidades efímeras y sus propios mecanismos de encuentro antes que intentar capturar (re-presentar) una colectividad preexistente.

Más arriba hablaba de la multimodalidad como una forma de pluralizar los modos de encuentro de la antropología. Los ejemplos de Bordando cuerpos que escuchan y Cocinar Madrid convierten el bordado y la cocina, respectivamente, en desencadenantes para el trabajo etnográfico: prácticas encarnadas en las que haceres y materiales median la relación con otrxs participantes, en las que se habla, escucha y aprende desde la intimidad o el bienestar, y cuyo diseño responde a una interpretación de las particularidades del contexto: un espacio de escucha cuidadosa para las trabajadoras de la escucha; una invitación a comer juntxs en el mercado como forma de encontrarse con la ciudad y sus habitantes a través de sabores, olores y texturas significativas para lxs participantes. En ambos casos, la investigación pasa por una activación feminista y multisensorial de estos procesos de aprendizaje.

No obstante, el evidente potencial de este tipo de formas colaborativas y participativas de investigación para transformar la antropología no está exento de peligros, tensiones e interrogantes éticos y políticos. Como proponen Alvarez, Dattatreyan y Shankar (2021), mantener una cierta ambivalencia es necesario para afrontar productivamente preguntas sobre con quién colaboramos, por qué razones o en qué condiciones; sobre a quién le pertenece el material que se produce y cómo circula; o qué formas de acumulación y reconocimiento se construyen en procesos colaborativos. Con respecto a esto último, me resulta útil retomar el trabajo de Roger Sansi (2014) en torno al arte participativo, donde ha señalado cómo los procesos colaborativos aparentemente horizontales pueden, sin embargo, generar formas de reputación y prestigio marcadamente diferentes entre artistas y participantes. Apoyándose en la antropología del don, Sansi nos invita a pensar cómo generosidad y poder pueden de hecho ir de la mano.

A modo de conclusión: sobre la singularidad y la relevancia de la multimodalidad

Una convicción subyace a los argumentos presentados en este artículo: que la antropología requiere una pluralización de sus modos de hacer para ser una disciplina más relevante, capaz de contribuir a la descolonización de la investigación en ciencias sociales, de ampliar lo que cuenta como conocimiento valioso, y de generar formas cuidadosas de colaboración y aprendizaje con las personas con las que trabaja. En este contexto, mi uso de la etiqueta “multimodal” tiene un sentido ante todo táctico, o más precisamente pragmatista, es decir, interesado por sus efectos más que por su supuesta sustancia. Ciertamente, se trata de un término extraño, no especialmente preciso, y utilizado de forma bastante laxa. Y, sin embargo, parece haber tenido la capacidad para convocar una aspiración y expectativa de transformación poderosa: en su nombre no solo se ha experimentado con nuevos modos y medios de encuentro y relación, también se han redibujado los parámetros de valorización y diseminación de conocimientos. Es por esto que, en lugar de intentar demarcar una definición de multimodalidad más precisa o de prefigurar sus formas válidas, he propuesto conceptualizarla como promesa. Como han teorizado Ahmed (2019) y Garcés (2023), la noción de promesa subraya los efectos en el presente de las expectativas sobre el futuro. La promesa nos permite potenciar la dimensión anticipatoria de la antropología multimodal y, al mismo tiempo, afinar su sentido poniendo el foco en una serie de desplazamientos ya en curso. Proyectos como Bordando cuerpos que escuchan o Cocinar Madrid no solo representan una antropología más que textual, sino que lograron articular una política del encuentro etnográfico basada, respectivamente, en la escucha y la hospitalidad.

Mas interesantes que si la promesa multimodal se llega a cumplir o no, son en mi opinión los debates, conversaciones y transformaciones que ya está generando en la disciplina y que en este artículo he buscado prolongar, no desde la celebración, sino con la “ambivalencia” que reclaman Alvarez, Dattatreyan y Shankar (2021). Es por esto que he creído conveniente detenerme, para finalizar, en algunas inquietudes más o menos recurrentes en las discusiones sobre multimodalidad: ¿qué tiene realmente de nuevo la antropología multimodal?, ¿qué aporta en comparación con la antropología multimedia, multisensorial o colaborativa?, ¿cómo se posiciona con respecto a los debates sobre la representación y la reflexividad en etnografía?

Estoy de acuerdo en que, a nivel conceptual, la etiqueta “multimodal” es discutible, incluso quizá innecesaria (Criado, Farías y Schröder 2022). La importación de un concepto nuevo —ignorando además su genealogía— para describir un conjunto de prácticas en gran medida ya teorizadas es un gesto problemático, que tiene el potencial de ocultar o subsumir trayectorias previas. Mucho, si no todo lo que se ha dicho sobre antropología multimodal se podría haber dicho hablando de antropología multimedia o multisensorial. Valga como ejemplo el Multimedia Anthropology Lab (MAL) del University College London, que atribuye a la expansión de los medios de la antropología —incorporando sonido, imagen fija y en movimiento, realidad virtual, novelas gráficas, dibujos, escultura o instalaciones— la capacidad para redibujar los contornos de la práctica antropológica, al facilitar nuevos métodos de interacción pública, nuevas plataformas de colaboración y al alimentar otros saberes y lenguajes expresivos (véase MAL s. f.). Es decir, una antropología más pública, más colaborativa, más experimental y que reconoce formas más diversas de conocimiento.

La antropología multisensorial, por otro lado, ha cultivado formas encarnadas de investigación apoyadas en el hacer y en los distintos sentidos como fuentes de conocimiento y relación (Pink 2011), traducidas a su vez a formas más que textuales como videos, instalaciones sonoras, fotoensayos, webs multimedia, etc. Dicho de otro modo, la antropología multisensorial ya planteó una crítica al logocentrismo y a la falta de consideración de la experiencia encarnada en la disciplina, y propuso una reorientación del trabajo de campo, de las formas de análisis y de representación hacia formas más sensuales y sensoriales. Además, para autoras como Debra Vidali, la multisensorialidad es más que una cuestión epistémica; es una forma de resistencia a la “desconfianza del cuerpo, de la sensación, de la pasión y de la persona” (2016, 398) propias del pensamiento ilustrado occidental y su legado —un menosprecio que feministas, académicxs indígenas y teóricxs de la raza conocen bien y contra el que han luchado hace mucho—. En resumen, aunque sus énfasis sean algo diferentes —lo mediático, lo encarnado y lo relacional, respectivamente—, podemos pensar en las antropologías multimedia, multisensorial y multimodal como formas emparentadas de repensar y ampliar lo que entendemos por antropología, es decir, las formas y los medios de producir y compartir conocimientos, y lo que consideramos y valoramos como tales.

Esta voluntad transformadora resuena con la perspectiva sobre la antropología colaborativa desarrollada por Leticia Katzer y colegas como parte de la Red Iberoamericana de Etnografías Colaborativas y Comprometidas. Estas autoras definen estas últimas como una aproximación a la investigación que “se asienta en su carácter colectivo y relacional, apuesta por un encuentro (intersubjetivo) que permite reconocer otros saberes-haceres-sentires (intercorporal) y buscar otras formas para dotar de centralidad al grupo frente al individuo (hacer en común)” (2002, 16). Su particularidad residiría en el compromiso con la búsqueda de formas de intercambio lo más horizontales posibles, que abarquen todas las fases de una investigación, lo cual “implica superar el logo y verbocentrismo de los métodos convencionales de generación de ‘datos’ y ‘productos’ académicos recurriendo a encuentros, intercambios y talleres” (2022, 17). La propuesta va por tanto más allá del plano epistémico y de la coconstrucción de saberes típica de teorizaciones anteriores (véanse Holmes y Marcus 2008; Rappaport 2008) y se caracteriza por el involucramiento con acciones colectivas y preocupaciones públicas de las comunidades con las que se trabaja. Me interesa subrayar el hecho de que este compromiso político con la justicia social esté ligado, para Ketzer et al. (2022), al abandono de las recetas normativas y a la adopción de “un ‘no-método’ que nos invita a sumergirnos en lo inesperado, en lo improvisto, lo no planificado y no anticipado” (19). Hay en esta apuesta por la reinvención de la investigación una importante resonancia con la perspectiva multimodal aquí esbozada. No obstante, mi intención no es soslayar la especificidad de la etnografía colaborativa y comprometida, cuya ascendencia en la investigación-acción y la militancia política la sitúan en coordenadas propias. Mi interés, más bien, es señalar cómo el compromiso con formas más horizontales de investigación ha llevado a la etnografía colaborativa y comprometida a buscar nuevas formas de encontrarse y relacionarse con las comunidades y cómo, análogamente, el desarrollo de modos de encuentro y relación multimodales ha estado ligado a la experimentación con formas inventivas de colaboración y participación.

Por otro lado, aunque el énfasis de este artículo esté puesto en la reconfiguración del trabajo de campo más que en sus productos, esto no quiere decir que se den por superadas cuestiones relativas a la representación planteadas desde los años ochenta10. Los debates en torno a los fundamentos literarios de la autoridad y alteridad etnográfica (Clifford y Marcus 1986), la llamada a “repatriar” la etnografía y experimentar con sus formas (Marcus y Fisher 1986) o la crítica feminista a estas perspectivas (Behar y Gordon 1996) alimentaron una consciencia reflexiva sobre la política de la representación de la que la multimodalidad es sin duda heredera. En la antropología visual, campo del que muchxs antropológxs multimodales provenimos, la preocupación por la representación se ha traducido, desde hace ya décadas, en la experimentación con formas narrativas indígenas, en el uso de diferentes estrategias reflexivas o en el desarrollo de formatos polifónicos (véanse MacDougall 1998 y Minh-Ha 1990). Sin embargo, este reconocimiento de que poética y política van unidas en la construcción de representaciones, sean estas textuales o audiovisuales, también generó su propio “fuera de campo”, al no abordar cuestiones como la recepción de los productos etnográficos o la relación de estos con el trabajo de campo (Guber 2011, 129). Como el propio George Marcus reconocía una década después de la publicación de Writing Culture, aunque hubiera habido “un cierto efecto positivo en hacer a los antropólogos más conscientes de su retórica, esta crítica solamente abordaba cuestiones textuales y no el método empírico subyacente —el trabajo de campo” (1998, 5). Es precisamente haber transitado la disciplina en la estela de estos debates lo que en mi experiencia explica el interés por ampliar la discusión sobre ética y política a la totalidad del proceso de investigación. No se trata solamente de desarrollar estrategias de representación, textual y más que textual, más justas y respetuosas; también hemos de preguntarnos cómo se insertan nuestras investigaciones en las vidas de aquellxs con lxs que trabajamos, si los modos de encuentro y relación con los que investigamos producen alteridades, solidaridades, intimidades u otras cosas.

De todo lo anterior se desprende que el interés que pueda tener la promesa multimodal no reside en su supuesta novedad, sino más bien en su posible relevancia, la cual está aún por ver dado que, como argumenta Martín Savransky, la relevancia no se reduce a un juicio de valor, sino que por el contrario constituye “un evento que le pertenece, inmanentemente, al mundo” (2016, 9, énfasis en el original). Es posible que la etiqueta de multimodal acabe siendo innecesaria. Quizá, en último término, no sea preciso delimitar estas prácticas como un tipo singular de antropología. Quizá baste con hablar de “inventiva relacional” (Estalella y Sánchez-Criado 2023) o de “etnografía imaginativa” (Elliott y Culhane 2017). Quizá sea de hecho preferible invocar una ética de la reparación, como la que pareciera subyacer a la idea de Paul Rabinow (2011) de “remediar” la etnografía, en el doble sentido de poner remedio a las dificultades de la práctica etnográfica en contextos contemporáneos y de introducir cambios en el medio tradicional de la etnografía. Quizá, en definitiva, la multimodalidad sea una suerte de “concepto transicional”, que como el “objeto transicional” de Winnicott (2008), nos acompaña durante un momento clave de desarrollo, pero ha de ser finalmente abandonado para cumplir su función, que no es otra que facilitar la transición a otro estadio.

Hasta entonces, propongo la promesa multimodal como una forma útil de pensar en la necesaria reconfiguración del ensamblaje de prácticas que constituye la antropología, como un espacio de experimentación y reinvención para una antropología expandida sensorial, política y epistemológicamente, abierta a una pluralidad de formas de encontrarse, de construir relaciones y conocimientos valiosos; consciente, eso sí, de que no hay nada intrínsecamente liberador en la multimodalidad y de que el potencial transformador de la misma depende de articulaciones situadas (Takaragawa et al. 2017).

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  51. Winnicott, Donald. W. 2008. Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.
  52. Yalouri, Eleana. 2022. “From Cultural Critique to Multimodality: Representational Strategies and New Notions of in-Betweenness”. Entanglements: Experiments in Multimodal Ethnography 5 (1/2): 76-93. https://entanglementsjournal.wordpress.com/cultural-critique-multimodality-representational-strategies/

    * Este artículo no está vinculado a ningún proyecto de investigación financiado. Se ha beneficiado, eso sí, de la compañía intelectual de mis excolegas y exalumnxs del Departamento de Antropología de Goldsmiths, University of London —en especial Gabriel Dattatreyan—, así como del debate e interlocución que Adolfo Estalella y Tomás Criado me han ofrecido en diversos momentos. La investigación se realizó de acuerdo con las orientaciones deontológicas de la Asociación de Antropología del Estado Español (ASAEE).

  1. 1 https://www.americananthropologist.org/online-content/category/Multimodal+Anthropologies

  2. 2 https://www2.hu-berlin.de/multimodalappreciation

  3. 3 Traducción libre. Todas las traducciones son del autor.

  4. 4 La multimodalidad ha tenido también un amplio recorrido en el campo de la educación, donde ha contribuido entre otras cosas a la teorización de las alfabetizaciones múltiples, la didáctica de la lengua y las perspectivas críticas sobre poder y discurso (véase Mangui, Almeida y Badillo [2023] para una revisión específicamente latinoamericana).

  5. 5 https://www.countercartographies.org/

  6. 6 https://www.ethnodata.org/es-es/

  7. 7 El SIVJRNR fue resultado del acuerdo de paz entre el Estado colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), y se encuentra incorporado en la Constitución Colombiana desde 2017. Está orientado a satisfacer los derechos de las víctimas y la implementación de medidas restaurativas y reparadoras encaminadas al “esclarecimiento de la verdad y la rendición de cuentas por lo ocurrido” (JEP s. f.).

  8. 8 https://www.artesanaltecnologica.org/bordando-cuerpos-que-escuchan/

  9. 9 https://grigriprojects.org/procesos/cocinar-madrid

  10. 10 Véase Olivos (٢٠٢١) para una reconstrucción exhaustiva de los debates en torno a la etnografía posmoderna, poscolonial y reflexiva sensible al contexto latinoamericano.


Isaac Marrero-Guillamón

imarrero@ub.edu

Doctor en Antropología Social y Cultural de la Universitat de Barcelona (UB) y licenciado en Sociología de la Universidad de Granada. Actualmente es Profesor Lector ‘Serra Húnter’ en el Departamento de Antropología de la UB. Entre 2013 y 2021 enseñó antropología visual en Goldsmiths, University of London. Forma parte de la Red de Antropología Multimodal de la Asociación de Antropología del Estado Español (ASAEE), del Grup d’Estudis sobre Cultura i Dominació (Gecid) y del grupo interuniversitario La Experiencia Turística: Imagen, Cuerpo y Muerte en la Cultura del Ocio (Turicom), coordinado desde la Universidad de La Laguna, España. https://orcid.org/0000-0002-7888-3769