Libros colombianos de ficción y de edificación moral sobre consumo y tráfico de narcóticos

Manuel Hernández B

Profesor del Departamento de Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes.

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20-27

01/04/1993

01/04/1993

El romanticismo europeo puede verse desde las actitudes frente a la droga. Mientras Alemania hace de sus obsesiones un borde indefinido hacia la locura en Holderlin y los franceses asumen, con Víctor Hugo, la defensa de los ideales humanitarios, el sufragio universal y la libertad de los oprimidos, el romanticismo inglés se entrega de lleno a los fantasmas del opio.

Desde las calles de Londres vemos a De Quince y cruzar la soledad de su desarraigo familiar en la casa de un abogado, compartiendo con una huérfana menor de edad, y después con una joven prostituta, sus dolores paliados por el opio. Y sus relaciones con el abogado y con los prestamistas judíos que lo quieren a él como intermediario universitario ante un noble con consumos más altos. Él deambula y se acostumbra al opio. Como Edgar Allan Poe haría desde Nueva Inglaterra.

Si avanzamos un poco más podríamos decir que esta aventura llega, en las letras inglesas, hasta hoy. Un cuento de Kipling y la vasta obra de Graham Greene son una demostración de esto. Me refiero al cuento breve La casa de los cien pesares, donde encontramos cada bocanada de opio como parte de una resignación que permite fluir el diálogo entre los dos interlocutores: por un lado, el que nos narra y por otro el adicto, el viejito que mide su renta de sesenta piastras como el límite mismo de su edad y su vida contra una nueva pipa de opio. Cada bocanada es una forma de drogar las condiciones finales de una vida. Detrás, en un telón de fondo casi invisible está la guerra del opio, los absolutos de la otra realidad exterior. Lo visible es un proverbio de un fumador de opio que dice: "Si no puedo obtener el cielo por un céntimo, ¿por qué he de sentir envidia?"

Dentro de la aguda sagacidad narrativa de Kipling, que a Eliot y a Borges les hizo decir que tal vez Kipling sabría algo más, podemos ver los ingredientes del proverbio: la amplitud del cielo, su condición de paraíso artificial susceptible de ser comprado por un céntimo y entre ambos polos la ya no envidiosa boca del que aspira al opio.

En una de las más recordadas novelas de Greene, El americano impasible, donde es clara la trama de terrorismo, intervención, celos privados y normas muy sofisticadas de la envidia, en el primer capítulo, donde todo lo que está en juego es la oposición entre las envidias y los consumos de opio del resignado periodista inglés, a través de ciertas formas de opuestos, el periodista pierde a su amante indonesia, que es la que prepara las pipas de  opio y la pierde a manos del agente de la CÍA que finge ser agregado económico de la embajada de los Estados Unidos. En este primer capítulo sucede todo: por una parte, necesitaremos toda la novela para saber que el ya más que maduro y sagaz periodista británico, en alianza con los miembros de la resistencia izquierdista, será quien tiende la celada al joven ingenuo y terrorista americano impasible, quien le ha quitado con la promesa de una vida dentro del sueño americano la amante indonesia. Por otra, el inspector francés que lo sabe todo y que lee a Pascal debe ser cómplice de la muerte de quien usaba el terrorismo como arma para hacer triunfar su muy recortada idea de la democracia. Esta novela de Greene nos coloca frente a más de cien años de narrativa en lengua inglesa que ha dado la vuelta en todas sus dimensiones al problema de la droga, pero que en las últimas dos décadas ha caído en el fantasma del prohibicionismo más torpe y feroz.

Curiosamente a Colombia todo este fenómeno no le puede pasar desapercibido, pues es a través de este país donde se ha dado la llamada guerra contra las drogas con todos sus ingredientes de terror.

Ahora bien, es como si se enfrentaran dos mundos empequeñecidos por su falta de visión de lo que acaba de pasar en períodos de larga duración en el mundo: por una parte, la vasta experiencia narrativa de los ingleses frente al tema y por otra la condición casi ingenua y precaria de nuestros países frente al problema del consumo de droga en los mundos norteamericano, sajón y por extensión europeo, o sin tanta capacidad de compra como sucede con los nuevos consumidores de detrás del derrumbado muro de Berlín. Es por eso pertinente trazar en las próximas páginas algunos elementos mínimos de las preguntas que nos asaltan acerca del comportamiento del imaginario colectivo y su conformación a través del relato literario en su más amplio sentido en los últimos doce años en Colombia.

Visibilidad y cambio de imaginario colectivo

Entre 1978 y 1982 se dio en Colombia una transformación en el imaginario colectivo. A la voz clandestina del tráfico de estupefacientes, que de por sí genera ciertos estilos de comportamiento y que aluden a lo secreto y a lo prohibido, habría que añadir que el régimen del tratamiento de la producción de las drogas alucinógenas también varió. Al régimen diurno y solar de la siembra y la recolección de la marihuana pasamos al régimen cerrado de las hojas de coca, pasadas por la sombra de la mano del indígena y de la umbría condición de las serranías andinas; es como comparar el mundo de José María Arguedas, totalmente andino y umbrío no solar, con el mundo de Lezama Lima, estrictamente solar y cuyas prolongaciones en el imaginario son del orden apolíneo, armónico, eurítmico.

La marihuana de la Sierra Nevada de Santa Marta estribaciones de los ámbitos solares de las riberas fluviales del río Magdalena y aun de las costas guajiras dejó de ser importante y cedió el paso a la clandestinidad de la coca y el basuco, productos éstos de una actividad andina y precolombina que, para salir a la luz, debía trascender el paso de lo indio a lo blanco, de allí de nuevo a las cocinas de la droga y de allí desviado al margen y lo marginal del basuco, implicándose en la fabricación del clorhidrato toda la clandestinidad de régimen simbólico nocturno del "laboratorio". Un viaje de la selva al laboratorio. Es esta influencia sobre el rumor y sobre la construcción de las señales de los imaginarios la que producirá el cambio del imaginario colectivo. Al régimen diurno, rural de recolección al sol de la marihuana, se pasa al régimen tabuizado por el aura indígena de las hojas de coca, las cuales son raspadas y luego sometidas a procesos químicos hasta llegar al polvo blanco, más lunar que solar, más femenino que masculino, con el cual la sociedad colombiana aparición y desaparición tuvo que vérselas durante la década de los ochenta.

Así mismo, el imaginario ha cambiado, pues en nuestra condición de asimiladores de los signos siempre hemos sentido y visto que esta realidad es rica en imágenes y en respuestas imaginativas, agrupamos nuestros hechos en un punto como de ficción, lo que popularmente denominamos como una realidad de novela.

Todo el tiempo hemos querido definirnos como un país de imágenes mágicas, hemos llegado a decir que todo lo que hacemos es como "de novela". Así nuestra novela más importante, Cien años de soledad, sucede en un lugar llamado Macondo por un árbol, una hacienda bananera y un juego parecido al dominó. Cuando algún analista nacional o extranjero quiere designar ese aliento inconfundible de nuestra realidad, lo expresa diciendo que Colombia es Macondo. O sea que ya hemos encontrado una cifra de nuestra literatura, pero a medida que nuestra realidad se hace más compleja, decimos que lo que nos pasa es como para una novela.

Estamos llenos de encantadores y absurdos argumentos que deberían ser explorados y explotados con mayor sagacidad, máxime cuando Colombia es un país amante de la literatura y ostenta talleres literarios y más de un centenar de revistas de poesía. Sin embargo, no tenemos novelistas; aparte de nuestro premio Nobel de Literatura, 1982, pueden contarse con los dedos de una mano. ¿Y entonces?, se preguntará el observador imparcial alarmado. Si es así, ¿a dónde irán a parar las energías de tantos escritores y poetas y cómo se satisfará la necesidad de cultura y recreación? Lo ignoramos. Recientemente Jonathan Titler nos ha informado de un estudio de David Block llamado "Tendencias contemporáneas en el mercado de libros colombianos" donde "imparte una visión coherente y original del mundo libresco colombiano"; y continúa informando: "en la segunda parte de su ensayo Block aporta un inventario muy actualizado de libros sobre la violencia" (Titler, 1989-1990). Es decir, mientras extrañamos la ausencia de una literatura sobre nuestra traumática relación con la droga, sabemos que otros consumen e inventarían nuestra literatura de la violencia y sobre la violencia en general, no únicamente la del narcotráfico, y también sabemos que esos consumos no son realizados en Colombia, por las condiciones objetivas de un mercado del libro muy pequeño y unas editoriales sin fuerza de expansión.

Desde una teoría de la recepción de los signos, los libros, los secretos, los rumores, las violencias y las drogas, todos vistos como signos que drogan, lo menos que podemos afirmar es que todos estos vectores se cruzan y responden confusamente al interés por la metamorfosis de ese imaginario colectivo en el cual hoy, al comenzar la década de los noventa, nos sabemos inmersos y asistiendo a la crisis obvia que esto ha reflejado en valores y comportamientos.

Efectuar una investigación sobre el mercado del libro colombiano profuso y mal distribuido, realizar otro estudio sobre la violencia y finalmente elaborar una recensión sobre literatura de las drogas en Colombia son vectores que se cruzan para responder al interés por ese imaginario colectivo que a partir de 1978 y hasta hoy ha venido transformándose alrededor del fenómeno de la droga.

Es dentro de esta línea de planteamiento, de suponer que el factor que más ha convulsionado nuestra realidad en los últimos treinta años es el ingreso del país al mundo, muy sofisticado por cierto, de los traficantes de drogas ilícitas, que diseñamos nuestra sorpresa: la sorpresa mayúscula es que no hay una sola novela buena sobre el tema, y lo que hay que es materia de esta nota es algo extraño, un híbrido preliterario, en por lo menos tres de los cuatro casos, entre el alegato moralista edificante y la gazmoñería expresada en cursis e insuficientes deseos de épater la petit bourgeoisie de un país que se escandaliza mucho o no se escandaliza nada. Pero que, en todo caso, no se escandaliza así.

Novelas de muy baja circulación, excepto La mala hierba, de Juan Gossaín, fueron escritas para excitar los llamados sentimientos morbosos. Lo que queremos hacer ahora es formular algunas hipótesis respecto al porqué de esas creaciones, el porqué de esos "imaginarios" construidos y ahogados en las limitaciones de su propia acción. ¿Son libros escritos por médicos, enfermeras, drogadictos, psicólogos, trabajadores sociales, litterati de cuarta fila o qué? ¿Periodistas? ¿O una mezcla de todo lo anterior? Tal vez lo último. Veamos cómo se muestran las dos ciudades más grandes del país, Bogotá y Medellín, en dos de estos "productos" literarios, El ojo oculto de la droga y Basuco o patria.

La visión de la ciudad/droga/mujer perdida y añadida a esta desestructuración del yo. La mezcla de las tres sale al rescate-condenación del yo de Lucas.

Veamos:

Pasa un policía y mira a Lucas como si se tratase de un demente, pero continúa el camino que la costumbre le señala; un desfile de seres humanos de todas clases: gamines enajena-dos por el vapor de la gasolina, locos coleccionando papelitos y hablando solos, un tipo con una cámara filmando y lo filma para un documental que se llamaría Locombia.

Entonces se levanta y camina hasta el puente de la calle 26; las campanas de San Diego le recuerdan el tiempo, y llega hasta la mitad del puente donde se queda mirando cómo las vías se entrelazan descendiendo o subiendo, fugándose por debajo de sus pies, amarrando la armazón y escucha regándose por la ciudad, escurriéndose por las avenidas y plazas; franqueando las callejuelas, ligándose con las paredes y muros, trepándose por los postes del alumbrado, rozando las ramas de los árboles, raspando las montañas, como un quejido o lamento que lo acosa.

Se da vuelta y ve cómo una nube negra lo cubre todo y siente como si fuera a morir, entonces ve a una mujer parada frente a él, su mirada está puesta en sus ojos; le extiende una mano y le entrega una pildorita; luego, con la misma mano le indica que se la trague. Entonces Lucas la mira atónito y ella le sonríe tierna; es tan bella que no le queda otro remedio que aceptar (Uribe, 1980: 20-21).

En Basuco o patria:

Una periodista recibe un documento edificante de un drogadicto arrepentido que, desde una silla de ruedas, quiere contribuir a testimoniar sobre el "crimen" de la droga. La ciudad, Medellín; la víctima de la droga, un elaborado intelectual que se expresa, tras anunciarle sus puntos de vista sobre el arte de escribir y su responsabilidad, así:

No olvidando nunca que el respeto al derecho ajeno es la paz entonces pueden vivir para escribir y hasta lograr un día escribir para vivir.

Sobre esta frase de la ética kantiana, la autora va a montar el tremendismo telenovelesco, no sin antes ofrecer sus reflexiones sobre el arte de escribir, con citas de Susan Sontag y Balzac.

¿Por qué, mi querida niña Mónica, hacer todo este periplo sobre el arte de escribir?

Porque hasta ahora sólo he estado rehuyendo la realidad, mi propia realidad que es la que en el fondo me ha movido a comunicarme contigo; además, Susan Sontag nos enseña que, como el lenguaje, es un medio con el cual se hacen obras de arte (entre otras cosas). Con el lenguaje se pueden elaborar textos científicos, memorandos burocráticos, cartas de amor, listas de almacén y el París de Balzac. Me corresponde ahora utilizar el lenguaje para comenzar a explicarle que desde nuestro pasado encuentro en que me solicitaste, por segunda vez, ser entrevistado para el libro que estás escribiendo con el noble propósito de ayudar a muchos jóvenes a que conozcan a tiempo el terrible flagelo que representa la drogadicción o farmacodependencia y más claramente el consumo de basuco, me dediqué a reflexionar sobre mi propia vida y las de tantas otras personas que han caído en lo que tú llamas tan acertadamente LA TRAMPA MORTAL (Alvarado, 1986:19-20).

El lenguaje culterano y almibarado expone sus desgracias, ocasionadas también por una mujer. Luego vendrá el dolor de la parálisis y esta short story será complementada con conceptos médicos, encuestas psiquiátricas y condenas casuales y/o estructurales, etc. (Alvarado, 1986:49-220).

La transformación a que aludimos antes será uno de los enigmas culturales de la sociedad colombiana actual. El tráfico de marihuana asociado a la Costa y ligado al contrabando se transformará en el tráfico de cocaína, cuyos procesos técnicos elementales pero sustancialmente distintos, en tanto que incluyen laboratorios químicos y ponen en relación la hoja de coca, elemento vital de las culturas aborígenes andinas, con el mercado más sofisticado de todos: el otro extremo del consumo, una sociedad para la cual el consumo de cocaína reactiva los resortes paralizados de una conducta social paranoide por incomunicada, como nos lo ha hecho ver Luis Eduardo Schnitman (1990: 144-145). Este proceso ya no está rodeado de la visibilidad clandestina que encerraba el tráfico de marihuana. Este proceso de transformación del verde al blanco, de la hoja al clorhidrato, se mantiene invisible. La transformación es aún más ardua. Los gustos estéticos, los imaginarios, también se han transformado. Hemos pasado a una sociedad más escolarizada en 1960 el número de bachilleres que accedía a la universidad era de 20.000 y en 1990, de 500.000 pero de la cual ignoramos gustos, preferencias, normas, actitudes y valores.

Iglesia y Estado, los dos grandes poderes de la sociedad republicana latinoamericana, se transforman en dos entes que tiemblan ante un golpe teatral del M-19, una frase inventada por un embajador norteamericano, un magnicidio y sus consecuencias en las encuestas realizadas sobre la tornadiza y fantasmal opinión pública. La transformación no está visible en estas novelas, pero las novelas son un eje visible e interesante de los hechos menos visibles o más enigmáticos sobre los que gira la sociedad colombiana en este cuarto de siglo.

Los tránsitos que van de la premodernidad agrícola, preindustrial, analfabetizada y supersticiosa, a una modernidad eficiente, industrial positivista, con escasas cuotas de iluminismo racional y que se relanzan indetenidamente a una posmodernidad algo incipiente, sin los "encantos" del siglo XX; todos estos tránsitos están visualizados por la aventura sombría y lamentable de los protagonistas de la ingestión de narcóticos en dos de las novelas que nos ocupan. Tantas mayorías marginales y decadentes, sin apogeo, serían estas visiones de Bogotá, Medellín y Barranquilla. El efecto del alucinógeno o el psicotrópico sobre la conducta mental, la alucinación o la debilidad a los estímulos, el calor de la "experiencia" de la droga afectada por los enlaces quiméricos con el hippismo, el temor a la mujer y el descubrimiento hostil de la ciudad. No hay percepción con nuevas puertas o ventanas. Hay la sucia alienación de la pobreza y el dolor entre los fríos rigores de precarios recursos estéticos e imaginaciones de cómo es el "mal" de la droga.

Otra hipótesis es la siguiente: la visibilidad del negocio de la marihuana y su boom en los años 1974-1982 se refleja en el primer escándalo sobre el manejo gubernamental para la legitimación de esa economía subterránea. Gossaín y López Freyle en dos novelas cuyo escenario e historicidad son idénticos, nos van a mostrar los contactos entre el Estado a través del Banco de la República, regulador legal del tráfico de divisas, y la mafia de la marihuana:

Por consejo del señor Emery, que se había convertido en su principal asesor en asuntos económicos, el Cacique Miranda se puso en contacto con sus abogados panameños para que organizaran una sociedad que se llamaría Marimba International Corporation (MIC), radicada en Panamá y cuyo capital ascendía a un millón de dólares, representados en 100.000 acciones al portador, con valor nominal de 10 dólares cada una, pero cuyo secreto consistía, precisamente, en que no aparecían a nombre de nadie.

El verdadero dueño de la compañía se ocultaba en el anonimato. Están listos los documentos le informó uno de los abogados un mes más tarde. Usted figura como presidente, su señora como secretaria y Roberto de los Ángeles como tesorero.

Mediante esa artimaña, el Cacique podía manejar en el extranjero sus cuentas corrientes y hacer inversiones sin contravenir la legislación de la República del Caribe que prohíbe a sus ciudadanos consignar capitales fuera del país sin la debida autorización del gobierno.

Pero esas mismas leyes le había explicado el señor Emery no impiden que uno forme parte de juntas directivas de corporaciones internacionales. Hágame caso. Es la mejor solución para esa cantidad de dinero que usted tiene en el exterior (Gossaín, 1985:177).

Esta política de producir el escándalo mediante la denuncia reportó a Gossaín su condición de periodista intocable. Hoy conduce una cadena radial y en 1987, tras el asesinato de Jaime Pardo Leal en el mes de octubre, dio consejos a la opinión pública para que se recluyera temprano en sus casas a ver partidos de fútbol por la televisión. En 1990, en pleno proceso electoral, una valla con su figura y su nombre, que luego fue retirada, invitaba a votar por el Movimiento de Salvación Nacional del derechista Alvaro Gómez.

No negoció tan bien Isaac López Freyle su deseo de escandalizar, mientras camuflaba los nombres geográficos:

Y de Marranquilla voló a Nortilandia, pues afortunadamente hubo cupo en el vuelo que salió en la mañana siguiente al ataque de que fue víctima. Una hora después de haber decolado el jet donde viajaba Harold, llegó al aeropuerto internacional Fernando Aragonés acompañado de varios pistoleros y confirmó que en el vuelo que acababa de salir viajaba a su país Harold Buberiland.

Donald G. Weigtond murió en el Hospital de los Remedios, una hora después de haber sido recogido por la policía. Insistentemente decía en inglés que Fernando Aragonés lo había mandado matar, pero como ninguno de la policía sabía inglés, creyeron que trataba de decir que le avisaran a Fernando Aragonés, mas éste se negó a ir a la policía y le dijo a su mujer que dijera que había salido de viaje y que no iba a regresar sino dos días después. El médico legista hizo la autopsia y el extranjero fue enterrado por el municipio como muerto sin doliente.

Harold Buberiland envió fotografías a color y una descripción del paraje donde se encontraba ubicada la finca cultivada de marihuana en la Majuira a la Embajada de Colombia en la capital de su país y la Embajada envió la documentación recibida a la Procuraduría de la Nación de Colombia. Y con estos indicios la localización de las plantaciones más grandes de marihuana que jamás existieran en parte alguna. La Procuraduría estaba planeando la Operación Langosta, o sea el ataque final para invadir los cultivos con el menor sacrificio de sangre. Detective detectado por la zona era detective muerto y en vista de estas pérdidas de persona, sin éxito, los helicópteros trataban de localizar el camino que conducía a los cultivos. Y en la madrugada del día señalado llegó el Ejército procedente de Marranquilla y silenciosamente iniciaron la marcha hacia la Sierra hasta el abrupto paraje buscado. Desde una loma se divisaban los cultivos, después de una jornada pesada, lenta y accidentada. Se bajaron los soldados y sigilosamente avanzaron tomando posiciones. Los vigilantes estaban dormidos. Y eso facilitó la operación. Los oficiales se comunicaban entre sí con walkie-talkie y el coronel que dirigía la operación militar se comunicaba por medio de radioteléfono con los helicópteros que se encontraban en tierra, cerca del mar, esperando la orden de volar. Sólo faltaba acercarse más al campamento. Los indígenas de guardia tenían colgados sus chinchorros por los alrededores de los cultivos; fueron sorprendidos dormidos; los desarmaron y quedaron esposados de pies y manos, totalmente inmovilizados en sus chinchorros. Al despertar el día se dio la orden de vuelo y tan pronto como los helicópteros empezaron a sobrevolar por las enormes plantaciones, con altoparlantes se ordenó a todo el personal que se rindieran y se solicitaba que dejaran las armas en el campamento y salieran con las manos en alto. Se les comunicaba que estaban rodeados por el Ejército. Los vigilantes y el personal de trabajadores no quisieron creer y se aprestaron a pelear. La respuesta fue una descarga contra los helicópteros. El procurador delegado, doctor Adel Barros, que dirigía toda la operación, fue herido levemente en el brazo y al ver su propia sangre se desmayó y puso en peligro la operación porque ese helicóptero desapareció de la escena y fue hasta Santa María a llevar al herido. Los militares atacaron y media hora después se habían tomado la finca y tenían controlados los cultivos. Hubo varios muertos entre los trabajadores y los vigilantes y ninguna baja en el Ejército. Se decomisaron 168 toneladas de yerba prensada lista para exportar. La única novedad fue la herida leve del procurador delegado (López Freyle, 1980:147-149). Su pequeño escándalo no lo relanzó a los medios de comunicación ni al arbitraje de los conflictos de orden público, como al otro novelista de la marihuana, Juan Gossaín. La opinión vio con una cierta sonrisa tolerante la publicación de estas dos novelas sobre la marihuana; allí se denunciaron los inicios del lavado de dólares y de una corrupción que ya era nítida en comprometer como denuncia a la DEA, a la CÍA, al DAS, a la Procuraduría, al Banco de la República y a los bancos panameños.

Todo esto se ve con una mirada risueña, como una picaresca que hemos querido catalogar bajo la hipótesis de su visibilidad. La acumulación de capital de los narcotraficantes de cocaína, el mundo de las cocinas rurales y urbanas y la épica de estos narcotraficantes no han producido ninguna obra de ficción.

En el proceso de aceleración histórico de los últimos doce años habría una primera etapa la del tráfico de la marihuana con su picaresca risueña y visible. La segunda sería una invasión de la ficción a la realidad; la captura de Noriega, la muerte de Rodríguez Gacha, el robinhoodismo de Pablo Escobar antes de los episodios de la Catedral, la supeditación de su segunda entrega a los resultados de las elecciones norteamericanas son una evidente invasión de la visión telenovelesca y escandalosa en la realidad histórica y cotidiana.

La invisibilidad de este proceso trajo como consecuencia positiva una mayor profundización y sensibilización acerca del fenómeno de la droga desde perspectivas muy diferentes. Ya no se trataba de representar en una obra de ficción las vicisitudes de un mundo que rebasaba con su potencial producción económica e imaginaria, cualquier tema de la realidad parcial que pudiera ser escogido por un creador.

Fuerza de la ficción y hacia la profundización

Dentro de esta profundización merece destacarse la labor periodística de Antonio Caballero y sus implacables argumentaciones en favor de la legalización de la droga. Caballero es autor de una novela bien escrita y desesperanzada en donde agudiza su inflacionaria capacidad caricaturesca, pero que no por casualidad lleva el título de Sin remedio; o sea, sin pharmacon, para diagnosticar una sociedad que por la abundancia de la droga cualquier droga se ha quedado "sin remedio".

El tema del pharmacon ha sido uno de los aportes decisivos de Jacques Derrida a la filosofía contemporánea. El borde indiscernible entre droga y veneno, enmarcado en la discusión platónica de la escritura como remedio de la memoria, dada la elemental paradoja de que lo que se confía a la escritura para mejor recuerdo, se olvida.

La presencialidad de lo recordado como ausencia o la ausencia del intervalo en la escritura y los bordes indefinibles de todo lo anterior pueden consultarse en su ensayo La ley del género, que junto con una entrevista concedida a la revista L'Autrement, titulada "Retóricas de la droga", han sido traducidos del francés por el profesor Bruno Mazzoldi. De los últimos temas tocados por Derrida en la entrevista, hay uno especialmente interesante por su pertinencia literaria y es el relacionado con el nostos tal como se vive en La Odisea, especialmente en el episodio de los lotófagos y la crítica que hace Derrida a las anotaciones sobre la astucia de Odiseo que elaboran Adorno y Horkheimer.

Aquí los límites no pasan entre dos campos opuestos o entre dos metafísicas de las que vemos claramente todo lo que tienen en común. No pasa entre "represión" y "levantamiento de la represión", entre represión y no represión, sino entre un número no infinito de experiencias, es decir, el viaje que pasa el límite. Experiencia entre dos experiencias: por una parte la travesía, la odisea, con o sin nostalgia usted quizá conozca el texto de Adorno y Horkheimer sobre los lotófagos y este nostos homérico, la errancia de la que no se puede regresar, otras tantas posibilidades involucradas en cierta etimología de la palabra "experiencia" y que a veces, como el "trip", se asocia con la experiencia de la "droga", la relación con el otro y la apertura al mundo en general; y de otra parte la experimentación organizada, lo experimental como "viaje organizado".

El nostos que etimológicamente significa retorno, movilizado por Derrida para mostrarnos otro horizonte filosófico del consumo de drogas.

La traducción de Mazzoldi quiere ser una contribución filosófica al debate en Colombia, como él mismo lo expresa:

El problema de la droga podría replantearse si su aproximación no se agotara en las usuales fórmulas de los estudios económicos, en los lugares comunes de los psicólogos o en los fulminantes veredictos del moralismo. He ahí una responsabilidad social de innumerables estudiosos. Si éstos dieran cabida a tal problemática dentro del conjunto de sus intereses corrientes, los medios masivos podrían disponer de otros horizontes que ofrecer a la fantasmal "opinión pública" (Mazzoldi, 1990, prefacio a La ley del género).

No sobra añadir que este trabajo de Mazzoldi sobre Derrida está enmarcado dentro del tema filosófico de la traducción vista como una migración del sentido; este interesante tema ha recibido diferentes desarrollos, entre otros el de la revista colombiana Falsas Riendas, que ha dedicado su número de 1991 al tema "Migraciones y traducciones" desde la literatura y la pedagogía.

La vuelta al Putumayo

Por último, consideramos indispensable mencionar Las cartas de yagé de William Burroughs, volumen que contiene la correspondencia dirigida por éste a Alian Gingsberg, a manera de diario de viaje, desde su llegada a la fría y oscura Bogotá de los años cuarenta, sus contactos académicos en la Universidad Nacional en la búsqueda de la planta psicotrópica yagé o ayahuasca descubierta por el profesor Fischer en los años veinte y que con el nombre de "telepatina" es mencionada en La vorágine (1924) de José Eustasio Rivera; el paso de Burroughs por Popayán, hasta la carta final de júbilo místico por el hallazgo y la ingestión del brebaje en las selvas del Putumayo.

Ya hace más de cinco años circula en los ambientes académicos de Estados Unidos y de América Latina un volumen del profesor Michael Taussig, de la Universidad de Nueva York, titulado Shamanism, Colonialism and the Wild Man en el cual, a partir de sus visitas durante más de veinte años a la comunidad negra de Puerto Tejada y sus viajes de extensión hacia el Cauca blanco y los ámbitos de curandería del Putumayo, nos relata la forma como la envidia se transforma en una de las más interesantes redes de hechicería y daño en el mundo próximo a la droga. Desde el alucinante viaje del caucho a la amapola, Colombia ha vivido estas bocanadas de expoliación, envidia y alucinación. En el capítulo 25, titulado precisamente Envy and Implicit Social Knowledge, Taussig nos muestra el funcionamiento de esta red en la cual sabemos todo pero no operamos o no podemos operar sobre ese saber.

Para terminar, quisiera formular esta observación: como en un palimpsesto estamos superponiendo nuestras propias experiencias mediatizadas y en cierto sentido alienadas con las experiencias de un mundo que nos acerca pero no nos entrega su narrativa, y en el centro de esta experiencia posible otras formas de pensar y de ser que tal vez en algún momento destituyan el logocentrismo y la mimesis que se pierde a sí misma en la soledad de su incomunicación.

Para responder muy someramente a lo anterior restará añadir que en la idea del migrante hemos encontrado una forma de señal que se cruza, en donde las diferentes capas de este palimpsesto muestran una dimensión más transparente.

El migrante abre el paso al narcotraficante, no sólo en una relación simple de causalidad sino en una más compleja del trazado de los caminos de lo que se deja y lo que se busca en otra parte, en otro cielo, otro paraíso u otra tierra. Esta idea que está escondida en La Odisea y que desde allí nos mira como lo ha subrayado Derrida el nostos o retorno a la tierra natal que da origen a la nostalgia entendida como una forma de ser del que migra. Pero, a su vez, el que migra, de alguna manera, se convierte en el que con su presencia droga al que está. El migrante y el residente son dos formas del nómada y el sedentario, que se reconocen y se cruzan en una percepción de otredad en la cual todos los deshilvanados vectores que hemos considerado aquí serían tantas otras formas de droga.

Adorno R.W y M. Horkheimer, Dialéctica del Iluminismo, Buenos Aires, Ed. Sur, 1970.

Alvarado García Mónica, Basuco o patria, Editores Educativos, Bogotá, 1986.

Burroughs William and Alien Gingsberg, the Yagé Letters, San Francisco, City Light Book, 1963.

Caballero Antonio, Sin remedio, Bogotá, Editorial La Oveja Negra, 1981.

Derrida Jacques, La ley del género. Retóricas de la droga (traducción: Bruno Mazzoldi), Pasto, Colombia, Elipsis Ocasionales, 1990.

Falsas Riendas, revista de arte y pensamiento, Nos. 4 y 5, 1991.

Gossaín Juan, La mala hierba, Bogotá, Editorial La Oveja Negra, 1985.

Greene Graham, El americano impasible, Editorial Bruguera, 1980.

Homero, La Odisea, Madrid, Editorial Mediterráneo, 1985.

Kipling Rudyard, Relatos, Barcelona, Hyspanística Ediciones Argentinas, 1988.

López Freyle Isaac, La marihuana no tiene cielo, Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1980.

Rivera José Eustasio, La vorágine, Nueva York, Editorial Andes, 1924.

Taussig Michael, Shamanism, Colonialist and the Wild Man, Chicago, the University of Chicago Press, 1987.

Texto y Contexto, "Coca y cocaína", Revista de la Universidad de los Andes, septiembre-diciembre de 1986, No. 9, Bogotá, Colombia.

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Tokatlian Juan y Bruce M. Bagley (comps.), Economía y política de narcotráfico, Bogotá, Ediciones Uniandes, Cerec, 1990.

Uribe Carlos E., El ojo oculto de la droga, Bogotá, Ediciones Alcaraván, 1980.