Palabras del Señor Presidente de la República de Colombia, César Gaviria Trujillo, durante la ceremonia de clausura de la IV Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno
(Cartagena de Indias, 15 de junio de 1994)
César Gaviria Trujillo
es
35-36
01/04/1994
01/04/1994
En 1594 —hace exactamente cuatrocientos años— Bautista Antonelli, ingeniero militar al servicio de Felipe II, inició la construcción de la muralla y las fortificaciones que protegerían a esta ciudad de los apetitos de piratas y filibusteros que desde esa época merodeaban por el Caribe.
Durante dos siglos, Cartagena de Indias se fue fortificando hasta convertirse en el patrimonio arquitectónico de la humanidad que conocemos hoy, cuyas murallas defensoras, con el tiempo y en un afortunado cambio de uso, se han convertido en cálido refugio de amantes vespertinos.
En esta ciudad llena de encantos, donde la memoria de San Pedro Claver se convierte en cátedra permanente de filantropía, y en la cual Bolívar soñó con una sola América convertida en epicentro de la libertad y la igualdad, César Gaviria, su complacido anfitrión y por última vez presidente de Colombia en esta Cumbre Iberoamericana, tiene como señalado honor haber podido compartir con ustedes el compromiso, la responsabilidad y la dignidad de trabajar en la tarea de moldear el presente y el próximo futuro de nuestras naciones.
Este no puede ser otro que el de avanzar, hermanados, en la construcción de un nuevo orden político, social y económico, capaz de borrar la desigualdad, extirpar la violencia, profundizar en la cultura, la solidaridad, el respeto y el conocimiento y, con ello, alumbrar a un nuevo hombre iberoamericano justamente orgulloso de lo que es, de lo que tiene, y de lo que podrá conseguir en los tiempos por venir.
Ha sido ésta una tarea aleccionadora y grata, cumplida por todos en beneficio de nuestros compatriotas, pero sin perder de vista que este beneficio sólo es posible si a la vez permite que todos nuestros hermanos iberoamericanos aseguren cada quien lo suyo, lo de sus hijos, y lo de los hijos de sus hijos.
La independencia interdependiente de los pueblos, articulada como la paradoja visionaria que hará realidad nuestra quimera, se encuentra hoy a la vuelta del milenio. No en vano las centurias han venido proporcionando a nuestras culturas el pragmatismo ilustrado no exento de desprendimiento —así como esa visión y capacidad de grandeza— que llamamos civilización.
Una nueva alborada, cargada de posibilidades magníficas, demanda luchar sin desfallecer, manteniendo la sensibilidad de oír y también la voluntad y el tino para hacerse oír, hasta lograr que la realidad termine por desbordar lo que hasta hace poco tiempo fuera tan sólo fantasía.
Protagonistas de ello por mandato de nuestros pueblos vamos dibujando el mapa que determina el futuro de Iberoamérica, el cual hemos ido conformando con una línea imaginaria que parte de Guadalajara y continúa por Madrid, Salvador de Bahía y Cartagena de Indias. Esa línea busca ahora el rumbo de la Cruz del Sur, a Buenos Aires, lugar de la próxima cita, y se proyecta más allá.
Con su licencia, amigos míos, quiero permitirme expresar lo que parecería ser una digresión pero no lo es:
No puedo olvidar un instante a mis compatriotas, los indígenas paeces que viven en el Cauca y en el Huila y que ahora sufren. Tampoco puedo olvidar que, en buena medida, se ha debido a la solidaridad de tantos países amigos que mis hermanos despojados de sus seres queridos y de sus bienes, por obra de la fatalidad, han comenzado a dar los primeros pasos hacia una nueva vida.
La normalidad, por difícil que parezca y a pesar de que llegue a veces tan lentamente, es algo que se hace día a día. A quienes nos han extendido su mano cálida y generosa, gracias.
Sólo me resta reconocer la labor de aquellos funcionarios de los demás países miembros de la Pentatroika, esto es, de Argentina, Brasil, España y México, quienes, en unión con Colombia, asumieron su cuota de responsabilidad con gran esmero y dedicación. Sin ellos esta Cumbre no habría sido posible.
Igualmente, extender mi reconocimiento a diversas instituciones y grupos de personas que, entusiasmados con lo que significa la Cumbre y portadores de un verdadero espíritu iberoamericano, aportaron su valiosa colaboración.
A la milenaria Iberia y a la joven América nos une una palabra, un gesto, una entonación. En español y en portugués comprendemos y expresamos el universo. Esa comunidad de imágenes nos otorga una identidad. Pero, más que un pasado, Iberoamérica es el futuro. Es la esperanza. Es una voz que pide su lugar en el mundo. De alguna manera somos el cruce de caminos por donde la humanidad pasará en los próximos decenios.
Colombia ha querido ser su hogar en estos días como parte que es de una sola patria iberoamericana. Hoy les despido esperando que, al regresar a sus hogares, el sol del Caribe, la hospitalidad de Cartagena y sobre todo el cariño y gratitud sin límites de los colombianos, hayan quedado para siempre grabados en sus memorias.
El proyecto que inició hace tantos años Antonelli tenía, como ya lo dije, el propósito de defender a Cartagena de Indias. Entonces, las murallas separaban a los hombres de los hombres, a los pueblos de los pueblos, a las ciudades de las ciudades.
Hoy estas murallas deben servir para unir, piedra a piedra, a Iberoamérica, para construir nuevos puentes entre los hombres, para hermanar para siempre a nuestros pueblos y para que la tierra del portugués, del español y del americano sea una sola en donde sea posible hacer realidad los sueños.
Declaro oficialmente clausurada la IV Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno.
Muchas gracias.