Palabras del señor ministro de Relaciones Exteriores, doctor Rodrigo Pardo García-Peña, en la ceremonia de instalación de la XXI Reunión de la Comisión de Vecindad Colombo-Venezolana.
Rodrigo Pardo García Peña
ministro de Relaciones Exteriores
es
45-48
01/01/1995
01/01/1995
Mérida, marzo 30 de 1995
Nunca antes había sido tan claro que los retos que impone el sistema internacional a nuestros países no pueden ser enfrentados individualmente, en una aventura solitaria.
Nunca antes, tampoco, había sido tan cierto que el desarrollo económico y social, y la consolidación democrática de nuestros países, estuvieran tan indefectiblemente ligados a la integración entre ellos.
Y nunca antes, como ahora, había sido tan desafiantemente puesta a prueba nuestra voluntad de trabajar unidos, nuestra vocación cooperacionista, nuestro proceso binacional de integración, del que se ha dicho es el más avanzado del hemisferio occidental.
Es evidente que la integración tiene que superar difíciles desafíos. Con nuestros actos, tenemos que demostrar que el tamaño de nuestra voluntad es mucho mayor que el de los obstáculos que tenemos que vencer y que somos más fuertes que nuestros enemigos comunes.
A quienes se han empeñado, afortunadamente sin éxito, en opacar el brillo de la integración venezolana con actos bárbaros como la matanza de Carababo, les quiero repetir un verso, simple pero diciente, que se atribuye a la sabiduría popular de mi país:
Podrán cortar las flores más bellas del jardín, pero jamás podrán detener la primavera.
No es casual que hoy nos reunamos en esta amable y andina ciudad de Mérida, punto de partida hacia Colombia de los ejércitos libertadores, y que hoy nos alberga para volver a ser el punto de partida hacia otra batalla: la lucha por consolidar nuestra integración.
Cada día, la creciente globalización de los fenómenos confirma al mundo como una "aldea global", en donde la interdependencia entre los Estados, cada vez más evidente, amarra nuestros destinos y los consolida como uno solo.
El sistema internacional presenta elementos de desorden, anarquía, desestabilización e incertidumbre.
En materia comercial, el neoproteccionismo está a la orden del día.
La brecha entre el Norte industrializado y el Sur empobrecido, antes que disminuir, presenta preocupantes tendencias a incrementarse.
El crimen organizado y la corrupción administrativa amenazan la estabilidad social y el mantenimiento mismo del sistema democrático.
La violencia, la inestabilidad y la injusticia no se fueron con la guerra fría sino se quedaron con rostros diferentes.
¿Podrían Venezuela y Colombia enfrentar estos desafíos separadamente? ¿Tendría sentido alguno que el modelo de integración más exitoso del continente se debilite cuando más se necesita? ¿Podemos aceptar que los grandes diarios del mundo abran sus primeras páginas con titulares sobre los avances de la integración europea y se refieran, en páginas interiores, a unas malas relaciones entre Venezuela y Colombia?
La reunión de las Comisiones Presidenciales de Asuntos Fronterizos, aquí en Mérida, es una respuesta positiva al pesimismo y un camino directo hacia la construcción de nuestro porvenir común.
Desde hace años, la frontera ha vivido intensamente la integración. Aquí, en Mérida, o en el Táchira, lo mismo que en Norte de Santander o en La Guajira, y en los demás estados y departamentos fronterizos, la concepción de lo binacional ha sido algo normal. De hecho, ha existido una "integración espontánea", que surge de la existencia de unidades familiares y sociales que tienen parte a lado y lado de la frontera.
Desde que se iniciaron los trabajos de las Comisiones de Vecindad, los gobiernos se han vinculado a esa integración espontánea. Estos entes coordinadores han reconocido el espíritu binacional de la región y han trabajado en la identificación de proyectos dirigidos a mejorar las condiciones de vida de los siete millones de personas, colombianos y venezolanos, que habitan la región.
Las Comisiones han demostrado su inmensa utilidad. Han promovido la realización de cerca de planes y programas de desarrollo económico. La frontera ha dejado de percibirse como una línea artificialmente divisoria, para concebirse más bien como una región común de grandes oportunidades para los dos pueblos.
Debemos tenerlo claro: la única alternativa posible a la integración de nuestras naciones es el subdesarrollo de nuestros pueblos.
No le temamos a consolidar la integración. Tampoco le temamos a dar pasos que superen los importantes logros de los últimos años. Nuestras economías son complementarias, no suplementarias. Los sectores empresariales de los dos países no pretenden desplazar a nadie sino asociarse en alianzas estratégicas para progresar y enfrentar sólidamente los retos de competitividad de la economía mundial.
Las inversiones mutuas han hecho de Venezuela nuestro tercer destino en ese rubro, y de Colombia el segundo destino del total de las inversiones venezolanas en el exterior. El dinamismo del intercambio comercial, que ahora es superavitario para Venezuela, nos ha hecho el primer destino de sus exportaciones no tradicionales, por encima incluso de los Estados Unidos.
Los inversionistas, los exportadores y los importadores de los dos países son socios de nuestro desarrollo económico, de nuestro bienestar social y, en consecuencia, de la estabilidad de nuestras democracias.
Nuestros empresarios creen en Venezuela, en la laboriosidad de sus gentes y en las posibilidades reales de recuperación de su economía, y por eso le están apostando a su futuro.
Colombia y Venezuela deben ser aliados en el compromiso de promover el respeto de los Derechos Humanos.
Aliados fundamentales en la lucha frontal contra las mafias transnacionales dedicadas al secuestro, al robo y la extorsión, al lavado de dineros ilícitos, al tráfico de drogas, insumos químicos y armas.
Nuestros países deben ser aliados en la construcción de un concepto moderno de No Alineamiento; aliados en la conquista de nuevos mercados para nuestros productos en regiones tan dinámicas como el Pacífico Asiático.
Colombia y Venezuela deben ser aliados de la reforma del Sistema de las Naciones Unidas y de la redefinición del Sistema Interamericano.
Es verdad aquello de que la integración es un imperativo porque sencillamente no pódennos trasladarnos a otro lugar, porque la vecindad geográfica así nos lo impone, pero creo que es más cierto que para lograr que la integración no sea inercial, y para que no esté sometida a los vaivenes de los acontecimientos coyunturales, es necesario que también estemos dispuestos a canalizarla.
Los logros hasta ahora alcanzados significan un comienzo y no un final. Tenemos por delante el reto de consolidar la integración dinámica de los últimos años, para tener una integración sostenida que disminuya los efectos negativos de las desaceleraciones inusitadas.
Consolidar significa ampliar los temas de nuestra agenda con asuntos relacionados con el bienestar social, el desarrollo de las zonas de frontera, la salud, la educación, la ciencia y la tecnología.
Consolidar la integración colombo-venezolana significa atender, con todos los recursos del Estado, nuestras zonas de frontera, sobre las cuales ha dicho tan acertadamente el ministro Pompeyo Márquez que deben ser entendidas como el comienzo de la patria y no como el confín del Estado. Esto implica entender las fronteras como verdaderos polos de desarrollo y no mantenerlas injustamente en su estrato tradicional de "áreas periféricas".
En las zonas de frontera sus habitantes nos demuestran cada día que las áreas limítrofes son espacios de integración cotidiana y no de división estructural.
Son nuestros ciudadanos de las fronteras quienes principalmente conciben la integración colombo-venezolana como una realidad del día a día y no como una aspiración retórica y de largo plazo.
Precisamente, en el día de ayer un editorialista del diario El Tiempo se preguntaba si realmente para los dos pueblos existen fronteras y muros que nos dividen definitivamente. Se interrogaba este columnista si "¿es que acaso en Caracas no se siente y se baila a Diomedes Díaz con la misma pasión con la que se disfruta y se baila la Billo's Caracas en Bogotá? Si ¿es que el arpa y el chigüiro no se oyen y comen en Bogotá, Pasto, Cali, Arauca, Leticia, Quibdó o Medellín de la misma forma como se baila la cumbia y se come el ajiaco en Caracas, Maracaibo, Barquisimeto, Valencia, Puerto Orduz o Mérida? Si ¿es que los de Cúcuta no hacen mercado en los Cadas de allá como los de San Antonio compran víveres en nuestros Ley?" Se preguntaba, además, si "¿es que mucha de la ascendencia familiar y cultural no es acaso compartida por los dos pueblos?"
Sin duda, nuestras fronteras son oportunidades para la integración y la cooperación y no espacios para la división y el conflicto.
Creemos que la necesaria presencia militar en la frontera se debe complementar con medidas de inversión social que hagan de la seguridad en la región un concepto integral.
En Colombia queremos que en todas las zonas de frontera también se haga realidad el modelo alternativo de desarrollo del Salto Social, para que tenga el efecto de generar un ciudadano de frontera más productivo en lo económico, más participativo en lo político, más solidario en lo social y más integracionista en lo internacional.
Señores comisionados: estamos aquí para confirmar una vez más la utilidad de las Comisiones de Integración y Asuntos Fronterizos como un novedoso y moderno mecanismo de cooperación y concertación binacional.
El papel de estas comisiones es concretar nuestras múltiples coincidencias y potencialidades, para que nuestra integración no sea una abstracción sino una realidad de carne y hueso.
La madurez de nuestra relación, y la fortaleza de nuestra integración son el mejor instrumento para enfrentar y vencer, en forma unida, como lo hicieron los ejércitos libertadores, a cualquier enemigo que pretenda enfrentarnos.
Nuestra responsabilidad y el anhelo inequívoco de nuestros pueblos nos obligan a tratar, y solucionar, nuestras diferencias de una manera pacífica.
Nuestra vecindad, que no sólo es geográfica, sino principalmente temática, social, económica, comercial y cultural, implicará que por fortuna los asuntos de la agenda binacional serán siempre abundantes.
Nuestra tarea, señores comisionados, es preverlos, abordarlos y tramitarlos, para no dejarlos desbordar.
Colombia y Venezuela somos cada uno espejo del otro. Reflejo mutuo e inequívoco de nuestras realidades, que son similares en su complejidad y diversidad.
Somos dos naciones que se asemejan en sus particulares realidades, que son incluso fantasía, como diría "Gabo", ese colombiano que un día migró a este país y por eso se declara también venezolano.
La consolidación es quizás un desafío mayor que la dinamización inicial que requirió el proceso.
Pero no le tememos a los retos porque los mejores frutos de la integración entre Colombia y Venezuela están todavía por recogerse. Créanme: vendrán tiempos de bonanza.
Muchas gracias.