El sentido del Movimiento de Países No Alineados y el papel de Colombia en su presidencia
Socorro Ramírez
Investigadora del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Colombia.
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3-8
01/07/1995
01/07/1995
El Movimiento de Países No Alineados (NOAL) fue inicialmente promovido por algunas naciones afroasiáticas que accedían a la escena mundial de manera independiente, tras sus propias luchas anticoloniales y de liberación nacional; y por Yugoslavia, que buscaba una forma de "neutralismo activo". América Latina y el Caribe estuvieron ausentes de los antecedentes del Movimiento y relativamente distantes de su fundación y comienzos. Su presencia posterior fue precaria, dispersa y de bajo perfil.
Colombia es, después de Cuba, el segundo país latinoamericano que asume la presidencia del Movimiento. El papel que desempeñe Colombia estará marcado por la necesaria readecuación del Movimiento a las nuevas circunstancias internacionales, por el compromiso y la participación nacional para desempeñarlo, y por la capacidad que demuestre el país para comprometer a América Latina y el Caribe en esa tarea.
La actual transición internacional, los procesos de globalización e interdependencia de los mercados, las nuevas realidades sociales, tecnológicas y económicas del mundo interrogan la vigencia de muchas de las organizaciones internacionales, creadas casi todas ellas en la segunda posguerra. En efecto, desaparecidos la bipolaridad y el alineamiento, aunque muchos de los asuntos geopolíticos anteriores mantienen su vigencia, se han visto desplazados por las cuestiones económicas y comerciales, que han pasado al primer plano de las preocupaciones mundiales. La competencia generalizada de todas las economías en los distintos mercados y la primacía que cobran en este contexto los intereses particulares por sobre los generales, debilitan los vínculos de solidaridad que unían a los antiguos actores sociales y políticos de naturaleza colectiva, tanto en el nivel nacional como en el internacional. Así, el impacto disolvente del mercado lo sufren los sindicatos, los partidos políticos y sus respectivas organizaciones internacionales. Otro tanto acontece con movimientos como el de los No Alineados.
Por eso, vale la pena que con motivo de la presidencia que empieza a ejercer Colombia, nos preguntemos: ¿qué sentido puede tener el Movimiento de Países No Alineados en el actual sistema internacional y bajo qué modalidades y perfiles podría recuperar su vigencia?
Parecería obvio decir que el nuevo punto de convergencia de todos los miembros y la razón de ser del Movimiento podrían ser la lucha contra el subdesarrollo y la pobreza, pero esta respuesta no es suficiente. Es necesario definir asimismo de qué forma podría operar la organización para lograr sus objetivos.
Los cambios internacionales han puesto en cuestión los antiguos parámetros políticos que le daban alguna eficacia al Movimiento. Ya no es posible, como sí lo era durante la Guerra Fría, confrontar al
mundo industrializado. De hecho, los mecanismos de presión política, que dieron resultados parciales en las épocas de la bipolaridad, han perdido todo vigor. Al desaparecer la confrontación Este-Oeste, la retórica política y la amenaza de inclinarse hacia el campo enemigo han dejado de constituir un recurso de poder.
Tampoco es posible cambiar los mecanismos políticos de entonces por nuevas formas de presión económica, y transformar, por ejemplo, las materias primas en armas de combate, como en su tiempo se hizo con el petróleo. Los países industrializados han desarrollado en este sentido, o productos sustitutivos, o bien poderosos y sutiles mecanismos de halagos y sanciones económicas que disuelven las solidaridades entre los países productores.
De modo general, se puede decir que la confrontación del Sur pobre con el Norte enriquecido era posible en el pasado gracias al conflicto existente entre el Este y el Oeste del mismo Norte, de cuya rivalidad se aprovechaba el Sur. Y no se ve cuáles puedan ser hoy los nuevos mecanismos que permitan ejercer alguna presión sobre los países industrializados con el fin de obtener una mejor distribución de los recursos del planeta.
Más aún, si existieran todavía tales mecanismos, el recurso a las presiones y reivindicaciones podría traer consigo, como resultado, un mayor marginamiento de los países del Sur por parte del Norte. Por lo demás, el Norte y el Sur no son entes homogéneos y monolíticos. Ni siquiera constituyen la única línea de división del mundo contemporáneo. Para facilidad en este análisis, se habla de Norte y Sur en general, limitándose a esta división.
Ahora bien, si no existen hoy mecanismos que permitan ejercer presión eficaz sobre el Norte para una distribución más equitativa de las cargas y beneficios del desarrollo, ¿podrá una organización como los No Alineados impulsar formas de relación, ya no de confrontación sino de cooperación sobre asuntos que afectan a todas las naciones del planeta? ¿Podrán los países subdesarrollados encontrar formas de cooperación entre sí y con las naciones industrializadas que les permitan contribuir tanto a la definición de los nuevos problemas globales como a su solución? Nada es menos evidente.
Para efectos del presente ensayo, no se entiende la cooperación como sinónimo de asistencia. No se considera, por tanto, a los No Alineados como un foro de las naciones más pobres destinado a pedir ayuda a los países desarrollados, a cambio de lo cual cederían su poder de decisión sobre los problemas comunes. Tampoco se entiende la cooperación como simple reciprocidad en el libre mercado ni como una necesaria convergencia de intereses, posiciones y expectativas entre el Norte y el Sur, pues la desaparición parcial del conflicto ideológico de la posguerra no garantiza por sí sola una armonía plena ni un entendimiento total. Cooperar significa participar en un proceso de negociación en el que todas las partes implicadas en un mismo asunto puedan expresar sus intereses y expectativas, intervenir en su definición, en el diseño de estrategias, en la distribución equilibrada de costos y en la aplicación de medidas para lograr los objetivos globales.
Sin embargo, la cooperación así entendida no parece figurar en la agenda del Norte. Los países industrializados, en lo fundamental, no apuntan a la construcción de instrumentos conjuntos de cooperación con el Sur, ni siquiera en temas que les son comunes; por el contrario, perciben los asuntos globales como problemas generados exclusivamente por el Sur y definen la agenda internacional de manera unilateral. Así, se señala como problema global la deforestación de los bosques en los países pobres, pero se olvidan la contaminación del aire, la dilapidación de la energía y el modelo de consumo en las naciones ricas; se definen las migraciones como problema global, pero se olvida lo que las hace incontenibles: el creciente desempleo en el Sur, generado en parte por las desequilibradas condiciones mundiales de intercambio impuestas por el Norte; se criminaliza el narcotráfico, pero se deja de lado la producción innecesaria y el contrabando de armas que le da al narcotráfico su poder y que alimenta los conflictos por todo el mundo. Procediendo de este modo, el Norte crea entonces una nueva gama de "enemigos" con los que, al parecer, intenta remplazar la amenaza comunista, relegitimar el tradicional intervencionismo y condicionar cualquier ayuda.
Por otra parte, los países industrializados, y en particular los Estados Unidos, no parecen hasta ahora muy dispuestos a aceptar la participación de los países pobres en la definición de estos asuntos, y menos aún en forma colectiva y organizada. A veces parece como si la diplomacia norteamericana quisiera seguir exigiendo un alineamiento obligatorio con sus intereses. Conviene recordar cómo el solo hecho de que el Movimiento quiera convertirse en una agremiación de los países del llamado Sur, molesta a ciertos sectores norteamericanos. Valga de ejemplo la reacción negativa de la embajada norteamericana en Bogotá ante el anuncio de que Colombia se aprestaba a asumir la presidencia del Movimiento.
Conviene tener en cuenta, igualmente, que los No Alineados enfrentan delicados problemas en temas que no implican sólo a las grandes potencias y que le restan fuerza y credibilidad al Movimiento. No pocos de los gobiernos que allí participan son ajenos a la democracia; violan abiertamente los derechos humanos o toleran una notoria impunidad en este campo. Asimismo, muchos de los países miembros son algunos de los mayores compradores de armas y unos cuantos pretenden imponer su hegemonía frente a sus vecinos más débiles. Estas situaciones —que han contribuido a crearle al Movimiento momentos críticos— han adquirido en la actualidad preocupantes connotaciones derivadas de las últimas guerras (Irán, Irak y Kuwait) y conflictos entre sus miembros, incluidos algunos latinoamericanos; derivadas también de las graves situaciones internas en naciones que han tenido un papel de liderazgo en la organización (Yugoslavia y Cuba), y de las posiciones que enfrentan los países árabes en los conflictos del Oriente Medio. A ello se suma la aproximación de algunos países No Alineados a bloques económicos dirigidos por alguna de las grandes potencias actuales.
De la misma manera, no es posible desconocer que a la complejidad de la situación internacional, de la actitud de las grandes potencias y del mismo Movimiento, se suma la extraordinaria heterogeneidad de los miembros. Los No Alineados constituyen hoy un verdadero caleidoscopio de culturas, niveles de desarrollo, percepciones e intereses. Es cierto que la heterogeneidad y el pluralismo ideológico fueron para el Movimiento un factor de fuerza: le permitieron atraer a muchos y muy diversos países a su seno, concediéndole una importante vocería en las Naciones Unidas. Sin embargo, la fuerza numérica basada en un perfil difuso podría convertirse en una debilidad frente a los desafíos que se le plantean al Movimiento en los años noventa.
A pesar de las dificultades antes señaladas, por todas las razones ya indicadas y en particular por la necesidad de entendimiento con el Norte, es preciso decir que, en la actual transición internacional, el Movimiento podría desempeñar dos papeles diferentes, uno hacia adentro y otro hacia fuera.
Hacia dentro podría estar dirigido a posibilitar la concertación, cooperación y solidaridad Sur-Sur. Todos los miembros del Movimiento, sean del Asia, el África, el Caribe o América Latina, comparten hoy, en muchos campos, retos y riesgos similares: necesitan estimular su desarrollo científico y técnico; se ven obligados a abrir sus economías, a buscar nuevos recursos y a procurar una inserción exitosa en los mercados internacionales; deben confrontarse más profundamente con el mundo; requieren desarrollar nuevas solidaridades horizontales para defender su soberanía y sus perspectivas frente a los temas de la agenda global, y en torno a la readecuación de las organizaciones intergubernamentales y del nuevo ordenamiento internacional.
Más allá del estímulo a los vínculos puramente económicos y comerciales que son, sin duda, de capital importancia, el Movimiento podría fomentar también el desarrollo de las relaciones culturales entre sus miembros como un dique poderoso contra los conflictos y las tensiones, y como una forma de fortalecer las posibilidades de acción común. Es preciso, además, que los vínculos sobrepasen las relaciones diplomáticas intergubernamentales y acerquen a los más amplios sectores sociales, políticos, económicos y culturales en procura de contacto, mutuo conocimiento y acuerdos entre el mundo latinoamericano-caribeño, afroasiático y del Oriente Medio. Éste podría ser un énfasis latinoamericano y caribeño de la presidencia que ejerza Colombia y de la manera de asumirla.
Hacia fuera el Movimiento no debería convertirse simplemente en un vocero de denuncias, expectativas y demandas frente a las potencias de hoy. Más bien podría constituir un organismo de creación de sentido y un punto de referencia ético-político en la construcción del nuevo orden internacional. Para ello podría examinar los temas de la agenda internacional y elaborar consensos positivos y propositivos sobre ellos, privilegiando quizás algunos asuntos como la seguridad no reducida a la defensa, el desarrollo social y el medio ambiente. Podría partir de los acuerdos ganados ya por la comunidad internacional en cumbres como la de Rio y la de Copenhague, y convertirse en un mecanismo de presión en el sistema de las Naciones Unidas, buscando que se apliquen los compromisos y los planes de acción en ellas acordados.
El Movimiento podría servir también de instrumento para la elaboración de un nuevo concepto de soberanía que tenga en cuenta el carácter transnacional de muchos problemas pero que, al mismo tiempo, respete y haga respetar los intereses de las naciones menos poderosas frente al neointervencionismo de las potencias.
De igual manera, los No Alineados podrían influir en la redefinición del papel y la estructura de las organizaciones multilaterales como las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad, la Organización Mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, con el fin de que en su dirección se logre una representación más democrática del mundo actual, que incluya equitativamente a los países del Sur. El papel del Movimiento en este campo se hace aún más importante en la hora actual si se tiene en cuenta que los más afectados por la parálisis de las Naciones Unidas y de otros organismos multilaterales son, justamente, los países subdesarrollados. La inoperancia de estos organismos le abre la puerta al intervencionismo y permite el retorno a los acuerdos bilaterales en las relaciones internacionales, que a su vez facilitan a las grandes potencias la imposición de su voluntad. El Movimiento podría hacer un esfuerzo mayor para coordinar la intervención de sus países miembros en estos organismos y promover alianzas privilegiadas, por ejemplo, con algunos países de Europa Occidental o del Este.
Cumplir este doble papel no es tarea fácil ni la puede desarrollar sola la cancillería nacional. La presidencia colombiana necesitaría, para ello, una participación activa de América Latina y el Caribe.
La participación de regiones y países distintos de los miembros fundadores y centrales del Movimiento podría contar hoy con mejores posibilidades. Estas condiciones podrían derivarse de la pérdida parcial de importancia estratégica de algunas regiones debido a la desaparición del conflicto Este-Oeste, el "enfriamiento" ideológico de las relaciones internacionales y del predominio de los asuntos económicos, que obliga a todos los países a buscar el fortalecimiento de relaciones recíprocas.
La distensión internacional también podría fortalecer los procesos de concertación y reagrupamiento entre algunas élites latinoamericanas cuidadosas de no permitir el renacimiento de nuevas formas de dependencia política. Ya no parece posible volver a la tradicional relación bilateral con la nación del Norte o una subordinación política global a los Estados Unidos. No se puede borrar la evolución de los setenta y ochenta, la diversificación económica e ideológica del mundo y la creciente autonomía ya conquistada.
Pero, además, en la nueva situación internacional algunas élites latinoamericanas se ven obligadas a emprender el camino de solidaridad regional en el que hubieran debido avanzar por convicción desde mucho tiempo atrás. Urgidas por la necesidad de sustentar políticas diferentes de las de los Estados Unidos y más acordes con sus propios intereses, se aferran a principios de autodeterminación y soberanía, terreno compartido con los No Alineados. Colombia podría aprovechar la presidencia para impulsar la más amplia y activa participación y coordinación latinoamericana en el Movimiento.
Así, en la doble dimensión hacia dentro y hacia afuera que el Movimiento podría asumir en las actuales circunstancias internacionales, América Latina y el Caribe, y Colombia en particular, tienen la oportunidad de desempeñar un papel central.
Hacia dentro, el Movimiento puede ser para los países de América Latina y el Caribe, Colombia específicamente, un ámbito para el encuentro más profundo con el mundo, y en particular con regiones tan ignoradas tradicionalmente como las de aquellos países que conforman el Movimiento de los No Alineados: el África, el Asia y el Oriente Medio. Tal oportunidad no es despreciable en esta época de internacionalización forzosa y de rehegemonización, al menos hemisférica, de los Estados Unidos. Nadie podría hoy menospreciar las posibilidades que ofrece el Movimiento de intercambio cultural, científico, tecnológico y comercial con países de un desarrollo similar.
La primera tarea de la presidencia de Colombia podría ser precisar con sus miembros su orientación fundamental, un núcleo de consensos propositivos sobre su papel y su tipo de funcionamiento. En relación con el papel y funcionamiento, las dos últimas cumbres del Movimiento, especialmente la de Indonesia, han venido respondiendo a estos requerimientos. Será decisivo, sin duda, que Colombia sepa conciliar intereses muy disímiles en fórmulas que permitan a cada participante del Movimiento una percepción concreta de los beneficios a los que puede aspirar. Por otra parte, ante la amplitud de la organización se hace indispensable construir un funcionamiento democrático y transparente que regule tanto las relaciones entre los miembros como los procesos de toma de decisiones. Esta tarea se facilitaría con una amplia participación y colaboración latinoamericanas.
En su papel hacia fuera —como mecanismo ético-político de creación de sentido y orientación, de defensa mancomunada de la soberanía de las naciones menos poderosas y de participación en la construcción del nuevo orden internacional—, el Movimiento también constituye una gran oportunidad. La región podría aprovecharlo para someter a examen su papel en el ordenamiento internacional actual y para estimular la reflexión conjunta sobre las posibilidades de su inserción internacional. A Colombia le podría permitir también asumir una vocería de los países que conforman el Movimiento y participar directamente en la readecuación de las organizaciones multilaterales.
En todo caso, los beneficios para América Latina y el Caribe, y para Colombia en particular, son proporcionales al grado y calidad de participación de la región. Dependen en buena medida de la coordinación latinoamericana y caribeña y de la presencia y compromiso de los países con economías más fuertes, con mayor experiencia en negociaciones internacionales, con organizaciones privadas y no gubernamentales más dinámicas.
Para Colombia, como para cualquier otro país, resultó beneficioso servir de sede y escenario de la XI Cumbre de los No Alineados en octubre del presente año. Ese solo hecho le concedió al país una presencia y un protagonismo internacional de ningún modo despreciable. A ello se le suma que, durante los tres próximos años, Colombia será el centro de un movimiento tan amplio que hace que el país no pueda ser ignorado. Todo eso contribuye, pues, a rescatarlo del ostracismo al que se lo ha querido someter.
Podemos pensar igualmente que un buen desempeño en la presidencia del Movimiento le permitiría a Colombia profundizar las relaciones con todas las regiones a las que pertenece: caribe y atlántica, amazónica y andina, pacífica y sur. Es posible también que de estas nuevas relaciones surjan posibilidades de intercambio o de aproximación, en particular, a países con los cuales Colombia ha querido incrementar sus relaciones, por ejemplo, los del sureste asiático, algunos de los cuales son miembros activos del Movimiento. De ahí la importancia de que participen gremios económicos y organizaciones populares; medios académicos, culturales, empresariales y no gubernamentales.
Es una fortuna, además, que muchos de los ejes temáticos de los No Alineados coincidan con las prioridades de la política exterior colombiana: búsqueda de un modelo alternativo de desarrollo, defensa del principio de no intervención ante temas centrales de la agenda internacional como medio ambiente y drogas, frente a los cuales Colombia necesita aliados, socios, solidaridad. Esta coincidencia es enriquecedora y benéfica para el país.
Como es obvio, una responsabilidad tan grande es también un reto que comporta riesgos. El primero se deriva de la forma como la administración Gaviria optó por asumir la presidencia: sólo consultó la decisión a los candidatos presidenciales, y ello lo hizo muy rápidamente. La decisión, por su envergadura, debió haber implicado a los partidos y a buena parte de la sociedad, de tal modo que se transformara en un verdadero compromiso nacional. Por eso, nos encontramos impreparados. Hay que enfrentar a los hechos cumplidos sin que el país haya podido entender suficientemente el compromiso adquirido y las oportunidades que le brinda. Como no se dio un debate previo, ahora es necesario construir un amplio consenso político y, simultáneamente, desarrollar la organización necesaria para hacerle frente a este desafío, sin duda el más grande que ha enfrentado la cancillería colombiana en su historia.
Aquí surge el segundo problema: el aprovechamiento de las oportunidades que la presidencia ofrece depende de la capacidad de actuación y negociación internacional que pueda demostrar el país, y ésta no se improvisa ni se crea por decreto. Aunque la tarea trasciende los límites de un solo ministerio e incluso del mero gobierno, la cancillería tiene que desempeñar un papel de coordinación de las múltiples iniciativas y actividades que se deberán desplegar, y ésta es una tarea gigante.
El tercer problema se deriva de la actual crisis nacional. Ésta le ha hecho perder al gobierno credibilidad interna y externa, le ha disminuido sustancialmente su capacidad de convocatoria nacional, le ha hecho concentrar esfuerzos en su defensa y mantenimiento en el poder, le ha estrechado el margen de acción internacional.