La Unión Europea aún no es sinónimo de consolidación continental
Fernando Giraldo G.
Profesor-Investigador Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales Pontificia Universidad javeriana.
es
24-29
01/10/1995
01/10/1995
Ni los mejores expertos burócratas, ni los intelectuales especializados, ni los más cotizados asesores políticos de las grandes potencias previeron los sucesos que habrían de desarrollarse en los años siguientes a la ascensión al poder del secretario general del Partido Comunista Soviético, Mikael Gorbatchev, muy a pesar de todos los avances políticos públicos que éste dio en la política interna y externa de la Unión Soviética, entre 1985 y 1989.
Pero lo que es aún más sorprendente es no haber previsto, igualmente, un rápido y desafiante retorno de las fuerzas "comunistas" (en muchos casos matriculadas como socialdemócratas) a la escena política electoral y de poder, en casi todos los países excomunistas. Obviamente el marco de este regreso no es el mismo, en cuanto al tipo de instituciones existentes, al modelo económico y a las vías utilizadas por estas corrientes excomunistas para ganar el favoritismo de los ciudadanos que pocos años antes los habían excluido del poder.
El marco político del Este se desarrolla paralelo a una serie de tensiones y de conflictos militares que han arrastrado a todo el continente europeo a una situación considerada como pasado después de la Segunda Guerra Mundial. Se pensó en la imposibilidad de nuevas guerras, básicamente debido al enorme progreso económico, político e institucional adquirido en la Europa occidental en las décadas de la posguerra. El continente europeo se suponía protegido contra el desorden.
Este artículo, ubicado en el contexto mencionado, tiene el objetivo de presentar algunas reflexiones sobre las limitaciones y perspectivas de la Unión Europea en la consolidación del continente. Para ello se revisan tres aspectos fundamentales.
En primer lugar, los fenómenos de los años noventa en toda Europa reforzaron la ya existente división de una región rica al norte y otra pobre al sur, ahora ampliada con el Este. Esta situación ha presionado aún más a la Comunidad Europea a adoptar políticas que de manera simbólica y jurídica reemplazan el Muro de Berlín en las fronteras exteriores de la Europa de los "Quince"[1], para contener el flujo de personas provenientes de otros continentes tercermundistas y del este continental.
En segundo lugar, el conflicto yugoslavo (a propósito del cual aún se discute sobre las responsabilidades históricas y políticas de su origen) en pleno centro europeo, no se creía posible dada la poderosa fuerza de disuasión militar existente y una comunidad económica fuerte y en expansión. En plena guerra, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que intervino inicialmente en la mediación del conflicto, cedió el paso al Tratado del Atlántico Norte (OTAN) completamente dominado por los intereses inmediatos norteamericanos.
En la ex Yugoslavia, así como en otras latitudes, la actuación de la ONU y la OTAN no ha sido siempre de gran beneficio y auxilio para las poblaciones (Monique Chemillier-Gendreau, 1996:21). En países como Somalia, Ruanda, Liberia, Irak y Tchetchenia, los atropellos, el comercio y el uso de todo tipo de armas, la purificación étnica, las guerras regionales subterráneas y el castigo al que se someten pueblos enteros por culpa de sus gobernantes o dirigentes políticos o religiosos, ha sido una constante de los últimos años en la aplicación del Nuevo Orden Internacional.
Lo anterior es agravado con las masivas protestas sociales contra los efectos perversos directos de la implantación total de un modelo que exige como requisito la globalización.
Por último, durante un período muy largo, los ciudadanos europeos y de muchas otras regiones se formaron con la idea de la existencia de una relación directa entre Estado, nación, territorio, patria, lengua y cultura. De ahí que se distinga "HACER conjuntamente" (y para esto se requiere como medio, entre otras cosas, trabajar en una asociación y firmar un acuerdo o un tratado) con "ESTAR juntos" (que exige integrar un conjunto, una asociación, una comunidad o una integración) (Edgard Pasini, 1996:32). Estar significa no sólo trabajar conjuntamente, sino reunirse y compartir las mismas preocupaciones, encontrar las mismas soluciones a los problemas, y disfrutar de las victorias y progresos.
La Unión Europea, integrada hasta el presente por 15 países, supone la existencia de igual número de Estados-naciones que para trabajar conjuntamente han renunciado a una parte de su soberanía. Los ciudadanos han tenido gran temor de la pérdida de su propia identidad y de los derechos sociales. No consideran conveniente aceptar la disolución de la nación, simplemente aceptan trabajar conjuntamente, pues creen que es más valorativo actuar acompañados.
En medio de toda esta situación Alemania sigue siendo un enigma para la mayor parte de los países de la región, causando preocupación y en algunos casos temor. Esta es una razón adicional que lleva a muchos países a buscar la adhesión al conjunto político y económico europeo. Coincide con algunos miembros de la Unión Europea, que compartiendo esta preocupación presionan por una aceptación rápida de aquellos países que hacen fila por entrar a la Unión.
Las crisis económica y social, las tensiones y conflictos, y los temores de aislamiento para unos y de crecimiento para otros, parecen revelarse como un freno en el proceso de consolidación de la Comunidad Europea. Buscando profundizar sobre este señalamiento hipotético se hará énfasis en tres puntos básicos: el primero, el papel de Alemania al seno de los "quince"; el segundo, el temor ciudadano a perder la identidad nacional y las ventajas sociales; y por último, las perspectivas de la presidencia italiana en el Consejo Europeo.
El proceso de recomposición de Europa después de la Segunda Guerra Mundial y hasta antes del conflicto en la antigua república de Yugoslavia, se había dado sin guerra, lo cual significaba una novedad en la dolorosa e intensa vida europea de los últimos siglos.
Ese proceso de unificación estuvo determinado por el desarrollo de dos Europas en el campo occidental, las cuales todavía funcionan a ritmos distintos; la del norte y la del sur. El espacio macro europeo se ha visto atravesado por cuatro grandes líneas de evolución. La primera, de orden económico, opone la Europa rica y privilegiada contra la Europa pobre y marginada. La segunda es política; hay una implantación, desigual en la solidez de la democracia, particularmente en el Este. La tercera línea es institucional, y distingue Europa de la Unión, de aquella parte de Europa central y oriental que difícilmente podría cumplir con todas las exigencias requeridas para adherirse a la unión política. Finalmente existe el plano sociocultural, que separa todo el oriente europeo del área central y sobre todo del occidente (Michel Foucher, 1993:33).
En el centro de esta situación está Alemania unificada, con un mercado interno en plena expansión y una innegable tendencia hegemónica hacia el Este.
El deseo de ingresar al mercado único exige una aceptación de la unión política. Es por eso que países neutros como Austria y Suiza dieron un paso decisivo para ingresar a la Unión.
La Europa de la Unión, como entidad supranacional, si aspira a ser un día el baluarte regional de la comunidad internacional, con los medios necesarios para disolver los factores de riesgo de guerras y conflictos regionales, debe lograr una credibilidad política, principalmente frente a los Estados Unidos, el Japón y la China, para así continuar con e] proceso pacífico de unificación, el cual debe abarcar en el futuro a todos los países del continente.
El temor ante la creciente influencia alemana en el oriente europeo estimula el desplazamiento del resto del Oeste hacia el Este. Los alemanes se han ubicado allí, no de manera transitoria, sino permanente y con una visión orientada a muy largo plazo. Alemania visualiza una gran Europa en la que ella es, una vez más, el centro del desarrollo económico y político.
Se cree que la Unión Europea ayuda a superar las viejas rivalidades entre los Estados. Sin embargo, en el origen del conflicto yugoslavo aparece una intervención diplomática indebida por parte de Alemania, manifestada en un reconocimiento unilateral, incondicional y apresurado de los nuevos Estados "independentistas" de la ex Yugoslavia. Para evitar el deterioro de la unión política europea, los demás países se plegaron a esta situación de hecho. Como consecuencia, habrían de agudizarse las tensiones internas entre las repúblicas separatistas y aquellas que se mantenían al seno de la Federación Yugoslava o Nueva Yugoslavia.
Bajo el presidente François Mitterrand, el gobierno francés argumentó la necesidad de crear un foro, un lugar de diálogo político entre Estados y ciudadanos. Propuso establecer unas "sanas bases" para la fundación de una "Casa Común Europea" (François Mitterrand, 1989), la cual debía construirse independientemente de la posición y del nivel de desarrollo o evolución de las instituciones, de la política y de la eficacia de la economía de los distintos países.
Después del fracaso de la política común europea en el conflicto yugoslavo se ha hecho mucho más clara la necesidad de "reinventar" Europa (Jacques Rosselin, 1992:3). El mercado común se presenta ante los europeos como el único consuelo de todos los fracasos permitiendo seguir adelante con los esfuerzos por construir, en medio de las dificultades y divergencias políticas, diplomáticas y militares, una Europa numéricamente más importante.
Sin embargo, es evidente para todos los Estados, partidos y ciudadanos europeos que la Europa de Maastricht ha pasado con mucha dificultad las pruebas del libre intercambio, de la unión monetaria, de la unificación jurídica en lo social, en la política extranjera y de inmigración (con la abolición de los controles en las fronteras y el reforzamiento de éstos en las fronteras exteriores), y en las estrategias y programas comunes de persecución del delito y del terrorismo.
No obstante los progresos en la esfera económica, difícilmente se puede soslayar la imperiosa necesidad y los problemas de consolidar la unión política, reforzando las instancias de decisión, de defensa europea (llamada a reemplazar parcial o totalmente la OTAN) y la aceleración de una unión monetaria completa.
La solución del conflicto yugoslavo en parte debido a la presión norteamericana, con la aceptación impotente de los europeos, es la expresión de la fragilidad política, diplomática y militar de la Comunidad Europea. Refleja igualmente la imposibilidad de establecer en Bosnia-Herzegovina, al igual que después de la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, una paz para la democracia y no simplemente una ocupación por mandato. Es preciso preservar la paz costosamente conquistada y conservar las fronteras externas e internas acordadas en el tratado de paz elaborado en Dayton y firmado en París el 14 de diciembre de 1995[2]. La conclusión más importante para los europeos de la Unión es el reconocimiento de la OTAN como recurso aún indispensable para el mantenimiento de la paz en el continente. Ésta fue quizás una de las razones por las cuales los norteamericanos resolvieron intervenir en dicho conflicto, buscando mantener la cohesión de la OTAN, su futuro y principalmente el papel de líder de los Estados Unidos en dicho tratado militar.
Estados Unidos aceptó pragmáticamente la "real politik" europea y decidió intervenir para obtener la paz sin dar la debida importancia a la desnaturalización del principio de la "autoderminación de los pueblos" con un tratado que aún no es aceptado unánimemente por la población y que representa en casi todos los casos el interés de un solo partido, con poco o escaso beneficio de las masas, como es el caso de los pobladores de Tuzla.
Al finalizar la guerra de la ex Yugoslavia, y en medio de las huelgas francesas de principios de diciembre de 1995, Francia anunció su reintegro al Consejo de Ministros y al Comité Militar de la OTAN. Este episodio es la conclusión de un dispendioso acercamiento; no deja de sorprender esta decisión en un momento en que la guerra de Yugoslavia termina, gracias a la intervención militar de la OTAN (más allá del área geográfica cubierta por el Tratado que la fundó y que fue exactamente la razón principal de oposición del general De Gaulle, llevando al retiro francés en 1966) y a la aplicación por ésta de los acuerdos de paz, y cuando han transcurrido seis años de finalizada la Guerra Fría, razón fundamental de la existencia de la OTAN.
A la crisis de la política exterior diplomática y militar europea se agrega la crisis francesa reciente que presenta los problemas de los efectos del comercio globalizado sobre el nivel de vida de los países industrializados. Éste se ha reducido en la mayoría de los países más prósperos del planeta, particularmente en los Estados Unidos (William Pfaff, 1995:9).
Las manifestaciones y huelgas francesas de noviembre y diciembre de 1995 pueden reflejar la idea de los huelguistas de un Estado-providencia, que reivindican como una necesidad para mantener cierto nivel de justicia, para preservar el llamado "capitalismo social" en un continente donde la responsabilidad social es tan importante como el rendimiento de las inversiones.
Sin embargo, lo que realmente está en juego es el rol y el lugar que ocupan países como Francia e Inglaterra en el escenario cambiante de la construcción europea. Estos dos países viven como una pesadilla el desarrollo de Alemania y la creciente presencia del Este que presiona su desarrollo político y económico dentro de la órbita cada vez más consolidada de los alemanes.
El fortalecimiento de Francia en la Unión obliga a modificar sustancialmente los principios fundamentales de la república francesa en relación con la igualdad. Después de la Segunda Guerra Mundial este país combinó la asistencia del Estado y el liberalismo económico. Ello se reflejó con fuerza en un proceso de centralización sin negación de la igualdad de oportunidades. En la cultura política cotidiana francesa, con influencia en otros Estados europeos, se reconocía la legalidad republicana como aquella que garantizaba la igualdad de derechos a todos los ciudadanos (derechos que son vistos como amenazados por el proceso de integración supranacional). Esta historia llevó a insertar una idea abstracta democrática muy particular, de igualdad, de derechos y de servicios garantizados por el Estado, que atenuaban considerablemente los efectos injustos inherentes a las sociedades neoliberales (Miguel Ángel Bastenier, 1996: 13).
Más allá de las fronteras francesas, la emoción de los movimientos sociales europeos de los dos últimos años es fuerte, respondiendo a las decisiones de Maastricht que limitan a 3% del Producto Interno Bruto el déficit presupuestal y a 60% la deuda del Estado, reduciendo a largo plazo el poder de compra de los ciudadanos, la provisión de servicios públicos, las condiciones de trabajo y el empleo.
Toda esta situación de explosión social dificulta aún más las posibilidades de consolidar en el año 2000 la Unión Económica y la Unión Monetaria. Alemania reclama desde ya la necesidad de postergar las fechas previstas para culminar estos procesos.
Los europeos se resisten a creer que la globalización o la lógica de la mundialización —que algunos llaman "unificación"— y del libre intercambio universal logren igualar los salarios y los derechos sociales de todos los países, buscando la eficacia económica.
El proceso de unificación europea puede verse bloqueado por movimientos sociales de protesta de los ciudadanos a un nivel más amplio que aquel permitido por las fronteras físicas interiores de los Estados miembros de la Comunidad.
Podría ser acertado plantear que la situación social en Europa refrenda la posición mitterrandista de edificar una confederación (Michel Foucher, 1993:32), tantas veces combatida en Francia como en otras latitudes. El movimiento huelguístico francés plebiscitó, de cierta manera, esta idea al hacerse evidente la preocupación de importantes sectores ciudadanos de preservar la originalidad francesa, traducida a en el mantenimiento de derechos sociales y de la propia identidad amenazados por las posiciones neoliberales de la Unión.
En el futuro inmediato, después de la presidencia europea a cargo de España, Italia tendrá la responsabilidad de dirigir el Consejo de la Unión Europea durante el primer semestre de 1996.
Si se toman en cuenta los análisis de varios especialistas europeos, se debe reconocer que la presidencia española fue positiva para los peninsulares, en el desarrollo y tecnificación de la administración pública y en la evolución de la infraestructura. En 1992, Italia abandonó momentáneamente el sistema monetario europeo, con el propósito de poner fin al caos en que vivía el país. A partir de ese momento, el papel de Italia en la Europa de los Doce[3] empezó una caída vertiginosa. Sin embargo, la reglamentación de la Unión Europea designó a Italia para ocupar la dirección en el primer semestre de 1996. Esta responsabilidad ha suscitado múltiples reacciones, como consecuencia de las previstas elecciones interiores italianas, que llevarán probablemente a Lamberto Dini a abandonar la presidencia del Consejo Europeo. Si bien otros países vivieron momentos similares en el pasado, esa situación no fue vista como preocupante, pues se trataba de Francia y de Alemania, considerados institucionalmente estables. En especial, hay muchas dudas sobre la capacidad de Italia para ejercer un rol de liderazgo eficiente, y en cuanto la trascendencia que puede dar a la Conferencia Intergubernamental sobre la Revisión del Tratado de Maastricht, a iniciarse en el primer semestre de 1996.
A pesar de su crecimiento económico, no cabe duda de que Italia se ha debilitado políticamente en los últimos años. Esto ha sido aprovechado especialmente por España, Portugal y Grecia. La diferencia entre España[4] e Italia consiste en que el primero de los dos tiene un sistema político, una administración y unos servicios modernos y eficaces, mientras que el segundo es un país rico, con una economía sólida (Saveiro Vertone, 1996: 15) pero alejado de criterios de modernidad y eficiencia.
Además, Italia cuenta con problemas serios en las relaciones bilaterales con Francia que han afectado la política exterior italiana. Los franceses no perdonan a la diplomacia italiana el haber sancionado los ensayos nucleares franceses en la ONU. Los grandes países europeos votaron a favor o se abstuvieron, mientras que los otros países votaron en contra.
Esta situación, combinada con los problemas sociales de la Europa liberal y la pérdida de protagonismo de Europa a favor de la posición norteamericana en las tensiones y conflictos regionales, ha debilitado la comprensión de las perspectivas de la Comunidad entre los italianos.
Una preocupación adicional de los países de la Unión es la morosidad de los italianos que esperan que Europa los sustraiga de los problemas internos de mafia e ineficacia de la administración, y provoque el fin de la corrupción política y la disminución del creciente déficit fiscal. A partir de abril de 1996 Italia tiene la responsabilidad de dirigir los debates sobre la revisión de las instituciones europeas que puedan dar nuevas perspectivas a la Unión sobre la base de una ampliación de la Unión Europea.
Para la Unión Europea, los últimos años de este milenio son decisivos para que la comunidad recupere su rol e influencia tradicionales en la escena internacional. Lo contrario significaría un costo muy alto para toda la Europa occidental y para los países que aún no integran este proceso comunitario.
La recuperación de las fuerzas comunistas que se viene presentando en el Este, desde Polonia hasta Rusia, refleja, según muchos observadores, el inmovilismo de Europa y la terquedad de no ampliar las posibilidades de admitir otros países con la suficiente rapidez, aunque las circunstancias y condiciones exijan varios niveles distintos de adhesión.
El Este europeo necesita ser integrado al continente en su conjunto. Ello debe hacerse sobre la base del respeto a la diversidad de culturas y niveles desiguales en la evolución de los modelos políticos y económicos de gobierno. También es necesario un apoyo coherente y regular a nivel económico, que garantice el progreso material y social reclamado en todos los países.
Sin el desarrollo del Este y hacia el Este, el continente podría ir hacia un caos moral, ético, político y militar. Por eso las perspectivas de consolidación de Europa requieren tomar conciencia de por lo menos tres elementos básicos. Primero, de la necesidad de ampliar el mercado económico interno a nuevos países del continente y consolidar el intercambio comercial con otras regiones del mundo. Segundo, la urgencia de esforzarse aún más por construir una forma de organización política que englobe y responda por igual a los intereses políticos y económicos de todos los países europeos y a las aspiraciones sociales de sus ciudadanos. Ello se debe a que la situación actual de crecimiento de la Unión Europea sigue sin reflejar una consolidación política de todo el continente. Tercero, más que buscar la construcción de una sola nación, la Europa el próximo milenio debe preocuparse por conformar una entidad política que no cierre sus fronteras al mundo exterior y que conjure sus conflictos internos. La identidad nacional no tiene obligatoriamente que desaparecer pero "sin duda puede convertirse en una identidad como tantas otras" (Joel Román, 1993:57).
El presidente del gobierno del Valle de Aoste, al noroeste de Italia, señaló la importancia de conservar la identidad y la autonomía para las regiones en la nueva Europa; "una Europa fuerte y democrática, respetuosa de la diversidad y fundada en los principios de la solidaridad y de la participación; únicos mecanismos para reducir todo intento de autoritarismo y de centralismo del Estado" italiano (Diño Vierin, 1995:1).
Diño Vierin, 1995 "Contre l'autoritarisme, la force de l'identité", Suplement Le Monde Diplomatique No. 500, (París), Nov.
Edgard Pisani, 1996 "Tous ensemble contre la mondialisation", Le Monde, No. 502, (París), Janvier.
Jacques Rosselin, 1992 "Les années 90 commencent", The Economist Publications Courrier International No. 4,1992, París.
Joel Román, 1993 Les Grands Entretiens, Tome I, (París), París Editions Le Monde.
Miguel Ángel Bastenier, 1996 "Un peu plus de democratie s'il vous plaît!", París, The Economist, Courrier International No. 268-269.
Michel Foucher, 1993 "Penser l'Europe", Les Grands Entretiens, Tome I, (París), Editions Le Monde.
Monique Chemillier-Gendreau, 1996 "L'ONU confisquée par les grandes puissances", Le Monde Diplomatique No. 502, (París, Janvier); 1996.
Saverio Verone, 1996 "Rome, Fragile Capitale de l'Europe des Quinze", París, Courrier International No. 268-269.
Willian Pfaff, 1996 "L'Europe se construit sous les auspices du capitalisme anglo-saxon", París, Courrier International No. 268269.
CECA-CEE-CEEA, 1992 Tratado de la Unión Europea, Bruselas-Luxemburgo (Oficina de Publicaciones Oficiales de las Comunidades Europeas).
[1] Referencia a los quince países que integran la Comunidad Europea actualmente.
[2] Tratado de paz por el cual cesan definitivamente todas las hostilidades en Bosnia y se acuerda una redistribución territorial para las repúblicas autónomas que integrarían la Confederación de Bosnia-Herzegovina.
[3] Referencia a los doce países que integraban la Comunidad Económica, antes de 1993.
[4] España ocupó durante el segundo semestre de 1995 la presidencia del Consejo Europeo.