Palabras del Señor Presidente de la República de Colombia, Dr. Ernesto Samper Pizano, en la ceremonia de clausura del ALCA

(Cartagena de Indias, marzo 20 de 1996)

Ernesto Samper Pizano

Presidente de la República de Colombia

es

34-37

01/04/1996

01/04/1996

Permítanme darles a todos ustedes un cordial saludo aquí en Cartagena de Indias, capital del embrujo colombiano.

Uno de sus historiadores la bautizó, hace algunos años como el "Corralito de piedra". Un corral que reúne y convoca a quienes viven dentro de él pero que también sirve para entender la inmensidad del mar Caribe que baña sus murallas.

El sueño del Corralito de piedra nos debe servir para hacer realidad el sueño de una zona hemisférica de libre comercio que reúna a todas las Américas frente al resto del mundo.

Lejos de las viejas épocas proteccionistas, cuando la integración cerraba las economías sobre sí mismas, la nueva idea de la integración nos plantea el formidable desafío de integrarnos hacia afuera, de hacernos más fuertes internamente para ser más respetables en nuestras relaciones con el exterior.

Entre los mayores interrogantes que nos plantean en este propósito de unirnos es el de cómo y cuándo llegar a un espacio económico común. Con el tema del libre comercio, como con muchos otros temas en la vida, nos pasa algo parecido a la idea que tenemos del paraíso eterno: que aunque todos queremos llegar allí, nadie quiere llegar todavía.

El problema se puede resolver diciendo que, a partir de unas reglas claras y una fecha límite, la zona de libre comercio americana podrá conseguirse en distintos escenarios y a distintas velocidades.

Digámoslo de manera más gráfica, si todos queremos venir a Cartagena, lo importante no es que algunos lleguen en automóvil, otros en barco y unos cuantos más por vía aérea, lo que importa es que todos lleguen al sitio convenido, a cumplir la cita definida y en la fecha que se acuerde.

A la zona de libre comercio podemos llegar a través del NAFTA, del Grupo de los Tres, del Grupo Andino, del Mercosur, del Mercado Común del Caribe o del proceso centroamericano: lo importante es llegar a tiempo y al mismo destino.

Para ponernos de acuerdo lo único que necesitamos es coincidir en que es mejor la integración que la desintegración, que produce más estar unidos que compitiendo desordenamente.

Un claro ejemplo de la rentabilidad de la integración nos lo está dando el mercado europeo.

El comercio interno de Europa, es decir el que se realiza dentro de sus fronteras, representa el 68% de la región mientras que el de América Latina apenas significa el 19%, y el de África el 9,7%.

Quiere esto decir que a mayor integración, mayor comercio y más participación en los flujos mundiales.

Lo segundo que debemos entender es que la integridad no puede quedar reducida al concepto fenicio de vender más o comprar más entre nosotros o con otras regiones del planeta.

La verdadera integración es aquella que involucra el mercado de factores de producción, lo que importa no es solamente el acceso a la leche sino la posibilidad de tener la vaca que la produce.

Para conseguir esa vaca, nuestros países deben entender que la integración debe empezar por la suscripción de acuerdos que faciliten la movilidad de los recursos de capital necesarios para el desarrollo. Acuerdos que hagan posible, a partir del respeto a la propiedad intelectual, el acceso a los países menos desarrollados, al mercado de la tecnología y a través de él, a la mejor calificación de nuestros recursos humanos.

Acuerdos que nos permitan compartir servicios como el del transporte o las telecomunicaciones.

El desarrollo fascinante de la economía asiática no está asociado al incremento de los niveles de comercio como al aumento en los flujos de inversión que alimentaron la consolidación de los procesos productivos iniciados a comienzos de los años setenta.

Entre el año de 1985 y 1990 los recursos de inversión extranjera que llegaron a dicha zona superaron en tres veces las divisas obtenidas en la exportación de productos.

Capital, tecnología y servicios son componentes insustituibles de un acuerdo de integración como el que nos propusimos en Miami, iniciamos en Denver y hoy continuamos en Cartagena de Indias.

Lo que finalmente se integra, cuando se avanza en procesos como el de la suscripción de acuerdos de libre comercio, son los modelos de desarrollo de los países que de esta macera amplían sus espacios económicos de vida y de progreso.

Está claro que, a diferencia de otros procesos de integración en otras partes del mundo, el proceso americano presenta la característica sobresaliente de que las distancias en niveles de desarrollo, entre los países socios son mucho más grandes. Está bien que prediquemos el principio de la igualdad entre nuestros países, como concepto político es perfecto. "Pero tampoco olvidemos la frase de Owen, aquella de que "aunque todos los animales son iguales hay unos que son más iguales que otros".

Entender ese principio de diversidad dentro de la desigualdad es clave para que el proceso resulte. Permítanme, para ilustrar esta necesidad, darles un ejemplo. Los países latinoamericanos están atrasados en su infraestructura para el desarrollo entre diez y quince años según distintos servicios.

El costoso pago de la deuda externa, durante la década pasada, nos obligó a aplazar inversiones en infraestructura por una cifra cercana a los 400 millardos de dólares y sacrificar tasas de crecimiento de dos y tres puntos anuales.

Como resultado de este atraso, el número de carreteras pavimentadas por kilómetro cuadrado de superficie es de 555 en Estados Unidos y apenas de 15 en esta parte del continente americano, y el promedio de líneas telefónicas por cada 100 habitantes, que es de 6 en Latinoamérica, llega a 54,5 en los Estados Unidos.

En desarrollo de los acuerdos de integración tenemos que encontrar un mecanismo que nos permita superar nuestro atraso en materia de infraestructura.

Nuestra aspiración cualitativa en la nueva zona no es la de seguir vendiendo materias primas agrícolas sino la de poder avanzar en la consolidación de nuestra base industrial y de servicios.

Para conseguirlo, tenemos que sumar esfuerzos para fortalecer nuestros cimientos productivos.

Colombia invertirá en los próximos años 27.000 millones de dólares, hasta terminar el presente siglo, para modernizar su infraestructura de puestos, carreteras, comunicaciones, ferrovías y tecnología: invito desde ya a todos los empresarios del área a hacerse socios de esta empresa que he llamado Empresa Colombia siglo XXI.

Les aseguramos reglas iguales como la de los inversionistas nacionales, rentabilidad atractiva y por supuesto, una cariñosa acogida como la que han recibido aquí en Cartagena de Indias.

En este punto deseo pedirle disculpas a los señores periodistas, especialmente a los colombianos, quienes estaban esperando que en mi discurso hiciera una referencia extensa al conocido estado de las relaciones de nuestro país con los Estados Unidos. Referencias que no voy a hacer porque pienso firmemente que de la misma manera como no es bueno ventilar diferencias conyugales en fiestas de amigos, tampoco resulta conveniente tratar temas bilaterales en reuniones hemisféricas. Les puedo asegurar para su tranquilidad que, también como en las relaciones conyugales, en el caso de la relación de Colombia con los Estados Unidos son más fuertes las razones para mantener el vínculo matrimonial, dentro de un mutuo respeto, que para divorciarnos.

Permítanme ahora unas reflexiones en voz alta sobre el papel que pueden y deben cumplir los empresarios en esta formidable empresa de construir un espacio americano de desarrollo para el próximo siglo. Lo primero es que este no debe ser un acuerdo de burócratas sino de gente del sector privado.

Quienes tenemos las responsabilidades del servicio público frecuentemente nos olvidamos de que estas son tan transitorias como el tiempo que separa el capullo de la mariposa.

Solamente los empresarios pueden dar permanencia y vigencia a los acuerdos que suscriben los gobiernos y esa no es una atribución sino una obligación con sus países y consigo mismos.

El segundo compromiso de ustedes es el de servir de motor de la integración. La palabra empresario, tomada textualmente del diccionario, viene del verbo emprender. Se emprende algo hacia alguna parte. Su tarea es crear las condiciones para que la zona funcione. Y los invito a que lo hagan sin el temor y la prevención que en algunas oportunidades, con razón, tienen los representantes del sector privado respecto a lo que acuerdan sus gobiernos.

Lo importante es entender que en el contexto de una apertura económica con integración, como el que vivimos, los viejos dilemas tienen que superarse.

Los gobiernos ya no son enemigos sino aliados de los empresarios, las utilidades ya no se pueden obtener recortando salarios sino mejorándolos en función de su productividad y los desafíos de la producción transcienden las viejas y limitadas fronteras de las economías nacionales.

Por eso estamos, precisamente, convocados aquí en Cartagena: para demostrar que la unión hace la fuerza, y esa unión tiene que hacerse de verdad, no a través de declaraciones de amor retórico, como en las telenovelas.

La unión tiene que hacerla las grandes empresas a través de alianzas estratégicas y las pequeñas, apoyadas por los gobiernos a través de alianzas solidarias que les permitan sumar esfuerzos mientras consiguen saltos cualitativos en sus procesos de crecimiento.

No se trata de institucionalizar el obsoleto principio del sálvese el que pueda como regla de supervivencia en el mercado. No, de lo que se trata es de aliarnos para salvarnos todos y para salvar nuestras economías y ayudar a nuestra gente.

 

Señores empresarios:

Síganle el paso a la integración sin miedo ni prevenciones.

No miren a sus competidores en el área como enemigos sino como aliados.

Recuerden que el mejor negocio es aquel en el que las dos partes sienten que han conseguido algo. Piensen que un mercado amplio puede ser más rentable que un nicho propio.

Combinen el trabajo con la imaginación y no les dé miedo incurrir en el pecado de la audacia. En el mundo de hoy también hay espacios para los David audaces.

Permítanme, para terminar, plantearles una reflexión social y ética.

Todo este esfuerzo debe tener un objetivo final. Ese objetivo es la gente.

¿Para qué trabajamos?: para que más gente tenga empleo.

¿Para qué producimos?: para que la gente viva mejor.

¿Para qué pagamos impuestos?: para compartir con la gente nuestro progreso.

El entorno ético de todo este esfuerzo debe ser el mejoramiento de las condiciones de vida de millares de americanos reducidos hoy, como ayer a la condición de pobreza absoluta. Ellos no son compradores, son demandantes.

Su reclamo forma parte de otra gran preocupación, de una preocupación que no puede ser ajena a estos diálogos, la preocupación, cada día más sentida, por la gobernabilidad de nuestros países.

Lentamente, fenómenos como los de la pobreza y los conflictos sociales que suscita el narcotráfico, la subversión, la corrupción y la depredación del medio ambiente, han ido deteriorando las condiciones de gobernabilidad del área y debilitando, si se quiere, nuestras posibilidades democráticas de respuesta.

Colombia no ha sido ajena a estas dificultades a pesar de ser considerada como una de las democracias más sólidas del continente. Algunos piensan ingenuamente que la discusión sobre la gobernabilidad se refiere a si se cambian o no los gobiernos. El tema da para mucho más. La discusión sobre la gobernabilidad hace referencia a la supervivencia misma de las instituciones, acosadas por distintas formas de amenaza.

Hace referencia a la viabilidad de las salidas democráticas.

Hace referencia a la capacidad de hacer más equitativas las condiciones de vida de la gente.

La gobernabilidad tiene que ver con la economía en la medida en que la preserve de los vaivenes de la política, y con la justicia en la medida en que garantice que ella funcione bien y para todos, dentro de la rigurosa aplicación del debido proceso.

Fortalecer las condiciones de gobernabilidad del área debe ser un propósito claro que dé encuentros como este. Entre las ventabas que asegura el éxito de la zona de libre comercio americana está la de que, a diferencia de otras áreas de integración en el mundo, nosotros hablamos dos o tres lenguas.

Pero también tenemos la ventaja de que hablamos una misma lengua política, la misma que nos enseñaron Jefferson y Juárez y Martí y San Martín, pero especialmente nuestro Libertador, cuando refiriéndose al Congreso Anfictiónico de Panamá animado por el mismo sueño que hoy nos reúne, habló de una comunidad de naciones americanas formada con la "benevolencia de todos, riqueza para todos, igualdad y favor para todos, neutralidad y dignidad con todos y reciprocidad y amistad por parte de todos".

Ese mensaje de solidaridad y dignidad es el que quiero transmitirles a nombre del pueblo colombiano al declarar formalmente clausuradas las sesiones del ALCA.

Que el acuerdo de Cartagena, tierra de brujas y piratas, de amores, fantasmas y de héroes, los acompañe para siempre.

Muchas gracias.