LA CUMBRE EUROLATINOAMERICANA DE RÍO DE JANEIRO: ¿NOSTALGIAS COLONIALES O COOPERACIÓN INTERNACIONAL?
Giovanni Molano Cruz
Sociólogo, profesor en la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales, Universidad Externado de Colombia.
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31-43
01/09/1999
01/09/1999
La Cumbre América Latina - Unión Europea, celebrada en Río de Janeiro en junio de 1999, finalizó con una declaración conjunta sobre la "alianza estratégica" interregional y con un documento final que contiene un extenso plan para las iniciativas de cooperación birregional. Sin embargo, para algunos, la Declaración de Río y sus 55 prioridades para la acción política, económica y cultural no significaron más que un conjunto de reiteradas buenas intenciones sustentadas en remembranzas históricas y actos protocolarios[1]. Para otros, la cumbre de Río de Janeiro representó la consolidación formal al más alto nivel de la red euro-latinoamericana de relaciones que se ha tejido desde los orígenes de la Europa comunitaria[2]. ¿Nostalgias históricas o cooperación estratégica?
En nuestro medio, el estudio de las relaciones entre la Unión Europea y Latinoamérica ha estado marcado por perspectivas escépticas basadas en la idea común de comienzos de los noventa de la "fortaleza europea"[3], pasando por proyecciones optimistas del futuro de las relaciones birregionales en el mundo de la Posguerra fría[4], hasta por una reciente tendencia al economismo[5]. No obstante, los distintos analistas coinciden en que desde comienzos de los años noventa se inició un proceso de reforzamiento de los lazos políticos, económicos y culturales entre las dos regiones. Pero, ¿cuál es el sentido de las relaciones euro-latinoamericanas? ¿Son estas relaciones simplemente el producto de la retórica política o tienen una lógica económica? Sin olvidar los riesgos inherentes a generalizar la acción exterior de América Latina y aquélla de la Unión Europea, el objetivo de estas páginas es contribuir en la comprensión de estos interrogantes. Para ello, inicialmente se rastrea la serie de acontecimientos que han generado las relaciones euro-latinoamericanas, para luego discernir la lógica de la cooperación entre los dos bloques, así como sus más recientes acuerdos.
En 1958, la recién creada Comunidad Económica Europea (CEE) envió una nota diplomática a los países latinoamericanos en la cual proponía a la región seguir su ejemplo concreto de integración. Los latinoamericanos respondieron inmediatamente y solicitaron a la CEE: una reducción de las tarifas de aduana, el aumento de la ayuda financiera al desarrollo y la consolidación de la cooperación política[6]. Sin embargo, a comienzos de los años sesenta, los países comunitarios optaron ante todo por mantener sus vínculos con sus colonias y ex colonias en África subsahariana, el Caribe y el Pacífico, mientras las relaciones con América Latina se limitaron a la creación de un "Grupo de Contacto" que impulsó las conversaciones informales. Ciertamente, durante los años cincuenta y sesenta los países comunitarios mantuvieron una actividad económica relativamente importante en América Latina, pero su presencia política no fue equivalente. Por el contrario, a pesar de que gran parte de las tradiciones políticas latinoamericanas se habían inspirado en las ideas y modelos europeos, la Comunidad Económica Europea consideró con escepticismo la evolución democrática de una zona que consideraba irremediablemente inscrita en la zona de influencia estadounidense. Entretanto, la Europa de la posguerra tampoco se distinguía por su autonomía exterior en un sistema bipolar rígidamente dominado en su campo por los Estados Unidos. No obstante, bajo el contexto de distensión que se configuraba a nivel internacional, tanto en Europa como en América Latina surgieron iniciativas por fomentar las relaciones birregionales. En este sentido, durante la década de los sesenta, la Argentina "peronista", el presidente peruano Prado y el gobierno demócrata-cristiano del presidente Frei en Chile buscaron acercarse a la Europa comunitaria con el fin de matizar la influencia estadounidense en el subcontinente. Por su parte, del lado europeo, la política "gaullista" de Francia, la ostpolitik del Partido Socialdemócrata alemán y el gobierno italiano del presidente Saragat, demostraron la voluntad europea por reforzar los lazos con los países latinoamericanos y así diversificar las relaciones exteriores comunitarias en el sistema internacional de la posguerra[7]. Sin embargo, durante este período de los sesenta, un obstáculo sobresaliente para las relaciones birregionales fue el hecho de que mientras los europeos actuaban con una sola voz, América Latina por el contrario ofrecía un frente plural de interlocutores e incluso de intereses.
Pero en la década siguiente, mientras los latinoamericanos buscaron unificar su posición ante la Europa comunitaria, las relaciones interregionales recibieron un nuevo impulso a la luz de una redefinición de las relaciones Norte-Sur. Por una parte, la crisis económica de Europa occidental, originada en el choque petrolero de 1973, puso sobre el tapete la vulnerabilidad externa del Viejo Continente. Vulnerabilidad que exigía, según la visión de aquellos años, una política de acercamiento al mundo en desarrollo que no sólo pretendía ampliar y consolidar los mercados para los productos e inversiones europeas, sino también asegurar la adquisición de materias primas y recursos energéticos. Por otra parte, con base en una nueva estrategia de la política exterior regional, los cancilleres reunidos en la Comisión Especial de Coordinación Latinoamericana presentaron, en 1970, al Consejo de Ministros de las Comunidades Europeas la Carta de Buenos Aires, un documento que expresaba la demanda latinoamericana de establecer un diálogo económico y político con Bruselas. El "diálogo" entre europeos y latinoamericanos comenzó entonces el siguiente año por medio de reuniones anuales[8]. Bajo este contexto, en la década de los setenta la CEE estableció el primer programa de ayuda financiera y técnica con América Latina. Durante aquellos años también surgió un mayor interés e inclusive cierta identificación de algunos grupos políticos europeos frente a los sectores políticos latinoamericanos que luchaban, en medio de dictaduras y gobiernos autoritarios, por la defensa de los valores democráticos y el respeto de los derechos humanos. Este renovado interés europeo por la suerte de la política latinoamericana estuvo marcado por los diversos golpes de Estado que ocurrían en la región, pero particularmente por el caso chileno de 1973. En cuanto a los aspectos económicos, a partir de 1977, la Comisión Europea inició diálogos oficiales con el Sistema Económico Latinoamericano (SELA) y en dos años se establecieron los encuentros semestrales entre el Comité de Representantes Europeos Permanentes y de la Comisión (Coreper) y los embajadores latinoamericanos en Bruselas reunidos en el Grupo Latinoamericano de Bruselas (Grula). Así, pues, para finales de los años setenta Bruselas había establecido tanto los primeros acuerdos subregionales con el Mercado Común Centroamericano (1978) y el Pacto Andino (1980), como una serie de acuerdos bilaterales de cooperación comercial con Argentina (1971), Brasil (1973), Uruguay (1975) y México (1975). Aunque no tenían ningún tipo de preferencias aduaneras, estos acuerdos, denominados de primera generación, buscaron incrementar los intercambios comerciales.
A comienzos de la década siguiente, en 1981, el Consejo Europeo de Ministros adoptó el primer reglamento relativo a la ayuda financiera y técnica con los países no asociados de América Latina y Asia, haciendo énfasis en los siguientes objetivos: 1) ayuda a los países más pobres y mejoramiento del nivel de vida de las capas de población menos favorecidas; 2) promoción del desarrollo rural y de la producción agrícola; 3) favorecimiento de una perspectiva regional del desarrollo; y 4) ayuda humanitaria en caso de catástrofes[9]. Este reglamento fue el primer paso oficial de cooperación internacional con los países latinoamericanos, pero la Guerra de las Malvinas en 1982 llevó al punto más bajo las relaciones birregionales. Mientras los europeos comunitarios y la propia CEE se alinearon con la Gran Bretaña, Argentina recibió la solidaridad de la mayoría de los países latinoamericanos y organizaciones regionales como el Pacto Andino y el SELA. Pero a pesar de este distanciamiento, durante los años ochenta europeos y latinoamericanos compartieron percepciones y opciones estratégicas en el orden internacional. De hecho, tomando distancia frente a las orientaciones de Washington, coincidieron en uno de los principales temas de la agenda internacional del momento: la resolución de los conflictos armados en Centroamérica. Mientras Estados Unidos percibía la crisis del Istmo como otro escenario más del enfrentamiento Este-Oeste, latinoamericanos y europeos coincidieron en que se trataba de una crisis de tipo Norte-Sur. En este sentido, argumentaron que para alcanzar la paz la mejor opción era fortalecer el Estado de derecho y fomentar el desarrollo socioeconómico en la región, especialmente en Nicaragua, El Salvador y Guatemala[10]. Así, en 1984, los ministros de Relaciones Exteriores de la CEE se reunieron en San José de Costa Rica con sus homólogos de América Central y el Grupo de Contadora para iniciar el primer diálogo interregional a alto nivel. Tres años después de abierto el Diálogo de San José y gracias a la entrada de España y Portugal a la CEE, el Consejo Europeo manifestó la voluntad política de los países comunitarios por reforzar las relaciones con toda la región latinoamericana, apoyando los procesos de transición a la democracia que vivía el subcontinente.
Este proceso dio origen a una renovación de los lazos birregionales y a la formación de una red de relaciones políticas sin comparación en el resto del mundo. De hecho, los lazos transnacionales que surgieron en esta época entre los partidos políticos, sindicatos, iglesias y otros sectores de las dos regiones constituyen para algunos autores la base más sólida de las relaciones euro-latinoamericanas[11]. De esta forma, entre 1982 y 1991, al mismo tiempo que América Latina encontraba la vía formal de la democracia, los vínculos interregionales evolucionaron hacia los acuerdos de cooperación de segunda generación, teniendo como campo de acción el apoyo a la integración latinoamericana y agregando nuevos temas como la industria, la energía y la tecnología y otros menos clásicos como la protección del medio ambiente y la lucha contra el narcotráfico. Así surgió, por ejemplo, una nueva relación entre los europeos comunitarios y la Comunidad Andina que, con base en la noción de "responsabilidad compartida", balancea el peso de la política represiva de los Estados Unidos contra el narcotráfico en Colombia, Bolivia, Ecuador y Perú. Desde 1990 los productos de estos países, afectados por la producción y el comercio de cocaína, tienen facilidades de acceso al mercado europeo por medio del Sistema General de Preferencias especial para la región Andina[12].
Al finalizar la década de los ochenta, en 1989, el Coreper y el Grula restablecieron sus reuniones periódicas, interrumpidas por el conflicto de las Malvinas, mientras el Consejo Europeo de Jefes de Estado y de Gobierno reunido en Madrid señalaba entre sus conclusiones el interés comunitario por intensificar las relaciones con América Latina, así como la necesidad de desarrollar contactos políticos y de favorecer la cooperación económica, técnica, comercial y financiera con la región. Y en 1990, la Comunidad Europea y el Grupo de Río institucionalizaron en Roma el diálogo político, al mismo tiempo que la Comisión Europea presentaba al Consejo un documento que abogaba por establecer objetivos específicos en la cooperación con los países latinoamericanos, recomendando un aumento del presupuesto para la región. Tres grandes campos de acción fueron entonces definidos: la cooperación científica y técnica, la investigación y la planificación en materia energética y las acciones en favor del sector industrial. De acuerdo con la Comisión, estas modalidades de cooperación eran altamente recomendables para América Latina puesto que, gracias a su desarrollo relativo, la región se presentaba como un socio potencialmente privilegiado para las inversiones y la transferencia de conocimientos y tecnología[13].
Dos años después, en 1992, en medio de las efemérides del "Encuentro de dos Mundos", un nuevo reglamento fue adoptado por la Unión Europea (UE) para la cooperación con América Latina derogando aquél de 1981 y estableciendo los cambios cualitativos que orientan hoy las relaciones euro-latinoamericanas. Este documento especifica que el Consejo Europeo de Luxemburgo de junio de 1991 solicitó a la Comunidad Europea favorecer la promoción de los Derechos Humanos y la participación sin discriminación de todos los individuos o grupos en la vida social, teniendo en cuenta particularmente el papel de las mujeres, por medio de la inscripción de cláusulas en los acuerdos económicos y de cooperación con terceros países. De hecho, el primer artículo del reglamento presenta como objetivos: el respeto y la defensa de los Derechos Humanos, el apoyo a la democracia, la buena gestión pública, la protección del medio ambiente, la liberalización de los intercambios y el reforzamiento de la dimensión cultural. El segundo artículo, por su parte, sostiene que los países más comprometidos con los procesos democráticos recibirán un apoyo constante y, que en caso de "violación fundamental y continua de los Derechos Humanos y de los principios democráticos, la Comunidad podrá modificar, incluso suspender, la cooperación con los Estados respectivos limitando la cooperación a las acciones que favorezcan directamente a los grupos de población más desfavorecidos"[14]. Así, pues, desde comienzos de los años noventa europeos y latinoamericanos han firmado acuerdos bilaterales y subregionales, llamados de tercera generación, que son ante todo cualitativamente diferentes de los precedentes, puesto que contienen una cláusula sobre el respeto de los Derechos Humanos y la democracia y otra de carácter evolutivo que permite ampliarlos a cualquier sector o actividad, si las dos partes así lo desean.
Con este telón de fondo, la UE ha incrementado su cooperación al desarrollo con los países latinoamericanos a lo largo de la década de los noventa. En 1998, por ejemplo, los compromisos del presupuesto comunitario con la región alcanzaron 486,34 millones de ecus, aumentando en más del 50% en relación con los 314 millones de ecus correspondientes a 1991. Incluso desde una perspectiva geográfica el porcentaje de la cooperación europea en América Latina se ha incrementado. A comienzos de los ochenta la región latinoamericana representaba menos del 6% de los desembolsos netos de la cooperación comunitaria, mientras que para comienzos de los noventa el subcontinente representó casi el 12%. Los países comunitarios y la Comisión europea aportan en conjunto el 55% del total de flujos de ayuda al desarrollo que llegan a los países latinoamericanos[15]. Este renovado interés de la cooperación comunitaria con los países latinoamericanos se explica por las nuevas condiciones del orden internacional de la Posguerra Fría que han provocado una segmentación de la política internacional de la Unión Europea frente a los llamados países en desarrollo. En sus relaciones con estos países la UE tiende a focalizar su atención en las denominadas zonas emergentes[16]. Desde esta óptica, gracias a la adopción formal de la democracia y superada la "década perdida", los países latinoamericanos conforman un bloque regional abierto a la competencia de intereses tanto de los Estados como de las empresas de la UE[17].
La cooperación comunitaria significa, no obstante, más que una simple búsqueda de mercados para los productos europeos y tiene contenidos políticos claros sobre el papel de la Europa comunitaria en el orden internacional. De hecho, la cooperación europea al desarrollo busca la legitimación de los fondos de cooperación ante los ojos de sus conciudadanos y frente a la opinión pública internacional, no sólo a través de motivaciones filantrópicas, sino también como garante de valores políticos. El aspecto político de la cooperación comunitaria es significativo en el caso latinoamericano, puesto que desde que en los años setenta la Europa comunitaria intervino a favor de las poblaciones menos favorecidas y en contra de regímenes autoritarios —especialmente en contra del golpe de Estado en Chile— "la presencia comunitaria en América Latina se encargó, progresiva y oficialmente, de una misión: la difusión de valores"[18]. Desde entonces las realidades de ambos lados del Atlántico se colocan bajo el mismo prisma de la democracia. En la misma perspectiva convienen señalar, por una parte, el papel que juegan las organizaciones no gubernamentales europeas y latinoamericanas, las cuales no sólo sugieren la rica actividad de las sociedades civiles, sino que generalmente comparten valores políticos[19]. De otra parte, también se debe anotar que gracias a la experiencia en América Latina las familias políticas europeas se han expandido a otras regiones con el fin de establecer políticas internacionales.
La cooperación euro-latinoamericana es regional (Comunidad Andina, Mercado Común del Sur, América Central) o bien específica (México, Cuba, Chile). El enfoque regional, que se diferencia de la estrategia estadounidense que históricamente ha privilegiado las relaciones con América Latina país por país, supera progresivamente las relaciones entre Estados-nación y tiende a crear un sistema de relaciones entre grandes grupos continentales. Desde una perspectiva birregional la cooperación Unión Europea-América Latina se orienta según dos dimensiones: la ayuda al desarrollo y la cooperación económica. Con un sentido unilateral, el objetivo primordial de la ayuda al desarrollo es tanto la mejora de las condiciones de vida de los sectores más desfavorecidos de la población latinoamericana en general, como el apoyo a los países latinoamericanos de pequeñas y medianas economías en particular Por medio de créditos blandos y desembolsos financieros la UE privilegia el sector rural, el mejoramiento del nivel de seguridad alimentaria e incluye acciones a favor de la población rural más necesitada de América Latina. El 10% de la ayuda técnica y financiera está dirigido a la protección del medio ambiente y al desarrollo sostenible, particularmente la selva tropical, mientras que el 15% está reservado para las acciones de ayuda humanitaria. Una atención particular es acordada al papel de las mujeres en la gestión de los desembolsos de la ayuda al desarrollo, así como a la protección de la infancia y los grupos étnicos minoritarios. Las acciones que tienen un efecto sobre la estructura económica y sobre las instituciones también son un campo privilegiado. Por ello el diálogo y la consulta con las instituciones económicas internacionales son constantes en las relaciones euro-latinoamericanas. En el mismo sentido, el apoyo a la integración regional es un objetivo prioritario, particularmente en lo que concierne el comercio intrarregional, la consolidación de instituciones regionales (Parlamento Andino, Parlamento Centroamericano, entre otras), el transporte y las comunicaciones[20].
De su parte, la cooperación económica, concebida en el interés mutuo de latinoamericanos y europeos, se concentra particularmente en los países latinoamericanos más competitivos en la economía mundial. Este tipo de cooperación apoya las políticas macroeconómicas y los programas estructurales de liberalización del comercio, así como la apertura a las inversiones. A diferencia de la ayuda financiera y técnica que no exige la firma de acuerdos para su ejecución, la cooperación económica se desarrolla principalmente en función de los acuerdos de cooperación a nivel nacional o regional que se han suscrito con base en los artículos 113 y 235 del Tratado de Roma[21]. Aquí cabe señalar que, si bien Cuba es el único país latinoamericano que no tiene vínculos contractuales con la UE, también es el primer país de América Latina que adoptó oficialmente el euro como moneda de contratación y pago en sus operaciones con los países europeos, buscando entre otros objetivos "debilitar la hegemonía absoluta del dólar de Estados Unidos"[22]. Desde la perspectiva del interés mutuo, la cooperación económica busca contribuir al desarrollo y la participación de las economías latinoamericanas en el mercado mundial y en el europeo particularmente, posibilitando la cooperación en los siguientes sectores: el know how económico, científico y técnico; el entorno económico y comercial; las inversiones y las acciones relacionadas con el sector privado. No obstante, la realización de los objetivos tanto de la cooperación económica birregional como aquéllos de la ayuda técnica y financiera al desarrollo encuentran serios obstáculos originados en los intercambios agrícolas. Al respecto, basta mencionar que productos como el banano, la carne bovina, algunas frutas y cereales enfrentan a las dos regiones en litigios y conflictos comerciales de alcance mundial[23].
En cuanto al aspecto comercial, aunque la situación ha sido históricamente desfavorable para América Latina, en los últimos años —de acuerdo con estadísticas de la Comisión Europea— las exportaciones de la Unión Europea hacia América Latina se han duplicado. Entre 1993 y 1997, por ejemplo, el crecimiento anual de las exportaciones latinoamericanas hacia la UE fue de U$ 9,6 millones, mientras que durante el mismo período las exportaciones comunitarias crecieron U$15,2 millones. Este déficit para los latinoamericanos en la balanza comercial responde, entre otros factores, a la apertura unilateral de los países de la región frente a la poco consecuente posición europea en lo que apertura y liberalización se refiere. No obstante, y a pesar de las asimétricas relaciones comerciales, durante los últimos cinco años latinoamericanos y europeos han fortalecido sus vínculos bajo la mutua perspectiva de incrementar los intercambios regionales. A tales fines responden los tres acuerdos de asociación económica, diálogo y cooperación política firmados por la Unión Europea con el Mercosur (1995), Chile (1996) y México (1997).
Una semana antes de celebrarse la primera Cumbre euro-latinoamericana de Río de Janeiro, el acuerdo UE-México era el único que había avanzado con cierta celeridad, mientras que los otros dos acuerdos tenían un futuro incierto debido a la resistencia de Francia —apoyada por Gran Bretaña e Irlanda— a iniciar lo más pronto posible las negociaciones comerciales. La oposición de París se basaba concretamente en el déficit de la balanza comercial de Francia con Argentina y Brasil, que en 1998 alcanzó los U$2000 millones. Pero finalizada la Cumbre no sólo se logró establecer que dichas negociaciones comenzaran en noviembre de 1999 —en el momento en que se inició la llamada Ronda del Milenio de la Organización Mundial de Comercio—. Después de la reunión de Río de Janeiro también quedó claro que representantes de la Unión Europea y de los países de la Comunidad Andina habían complementado las conversaciones, iniciadas en julio de 1998 en Quito, sobre la firma de un "acuerdo de asociación" con el fin de incrementar tanto el acceso preferencial de los productos andinos en el mercado europeo, como los vínculos de cooperación política[24].
El acuerdo con México es estratégicamente importante para la UE porque, siendo este país miembro fundador del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), contribuye a evitar los efectos originados en la desviación del comercio. Fortalecer las relaciones con México también significa para la UE tener un importante interlocutor en los organismos multilaterales, así como en los foros de Asia, el Caribe, Centro y Suramérica, puesto que el país azteca mantiene una completa red de acuerdos multilaterales de libre comercio en estas regiones. En el mismo sentido, Chile, con su presencia activa en la economía regional y mundial, es un importante socio para la UE con los indicadores económicos que representan el nivel de riesgo más bajo en América Latina. De su parte el Mercosur, además de estar integrado por dos de las economías más grandes de la región, es un polo ineludible para el desarrollo de la economía internacional del siglo XXI que mantiene acuerdos de asociación con Chile y Bolivia y que busca adelantar negociaciones para crear una zona de libre comercio con la Comunidad Andina[25]. De hecho, el Mercado Común del Cono Sur, que representa para la Unión Europea el primer socio comercial latinoamericano, es la principal unión aduanera del hemisferio y el cuarto espacio económico del mundo con 220 millones de habitantes y U$16.000 millones de intercambios comerciales cada año. Con base en estas proyecciones económicas del Mercosur, un portavoz de la Comisión Europea afirmó durante la Cumbre euro-latinoamericana de Río de Janeiro que
una asociación interregional de la UE con el Mercosur y Chile tendría un gran impacto en el sector de obras públicas y en las grandes obras de ingeniería. En estos países existe la oportunidad [para la UE] de conseguir grandes contratos, adjudicaciones de autopistas, ferrocarriles, modernización de puertos, mejora del transporte aéreo e, incluso, grandes contratos de defensa[26].
Sin embargo, el presidente del gobierno español José María Aznar fue más concreto y aseguró que
lo que hoy ha ocurrido en Río de Janeiro es que la UE hace una apuesta geoestratégica, política y económica por América Latina en el siglo XXI[27].
Del lado latinoamericano, conviene anotar que desde hace varios años los países se encuentran, no sin ciertos bemoles, comprometidos en un nuevo proceso político de integración que toma distancia de las pasadas experiencias[28]. En efecto, desde finales de los años ochenta el proceso de integración latinoamericano y del Caribe se ha incrementado por medio de una multitud de acuerdos que conforman un "regionalismo abierto", definido como "la coexistencia entre un proceso de liberalización y desregulación en el interior de los países y una liberalización recíproca de los mercados regionales, a través de fórmulas de acceso preferenciales compatibles con el nuevo orden comercial internacional"[29]. La política internacional latinoamericana ya no se basa entonces en la creación de bloques cerrados, sino que se orienta por el proceso global de liberalización y se inscribe en la recomposición geoeconómica de la Posguerra Fría. A pesar de los vaivenes de los indicadores económicos regionales, con los años noventa América Latina inició su proceso de inserción internacional[30]. Bajo esta óptica, las principales economías del subcontinente buscan en consecuencia reforzar sus vínculos con la Unión Europea, con lo cual consolidan la región como una zona determinante en la economía mundial.
De otro lado, los acuerdos por establecer zonas de libre comercio con la UE representan ciertamente la búsqueda por disminuir la influencia estadounidense en el hemisferio. Pero la región latinoamericana no se percibe únicamente en función de sus relaciones con las grandes potencias económicas. América Latina también se proyecta como una zona determinante y solicitada de la economía interamericana e internacional. Durante la década de los noventa, los grandes actores económicos internacionales orientados por una competencia manifiesta, han propuesto a los países latinoamericanos acuerdos preferenciales y alianzas defensivas. En 1990 el presidente George Bush lanzó la Iniciativa para las Américas con el fin de crear una zona de libre comercio "desde Alaska hasta la Tierra del Fuego". Dos años más adelante su sucesor expuso la estrategia de la nueva guerra económica justificando la creación de un Consejo de Seguridad Económica, el cual, integrado por los diez países determinantes para el orden internacional, debería incluir a Argentina, Brasil y México[31]. Bajo esta perspectiva son comprensibles tanto los objetivos últimos de la creación del TLCAN en 1994, como la propuesta estadounidense por establecer un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) a partir del 2005. Por otra parte, con excepción de China y Taiwán, hasta finales de los años ochenta los asiáticos no habían tenido una presencia importante en América Latina. Sin embargo, recientemente Corea y Japón han comenzado una ofensiva comercial en la región. El presidente de Corea Kim Young Sam y el primer ministro japonés Ryutaro Hashimoto visitaron en 1996 diversos países latinoamericanos con el objetivo de fomentar los lazos bilaterales, de la misma forma que el año anterior lo habían hecho altos funcionarios de los gobiernos de Vietnam, Taiwán y China. En este sentido, la firma de acuerdos de cooperación y asociación con la Unión Europea en procura de liberalizar el comercio y fomentar las inversiones, está enmarcada dentro de la estrategia internacional que los diferentes países latinoamericanos han puesto en marcha para defender sus intereses y hacer frente a la evolución del contexto mundial. Se comprende, en consecuencia, la pregunta que planteara el presidente de Brasil Fernando Enrique Cardoso durante su visita oficial a Europa, en abril de 1999, dos meses antes de la Cumbre de Río de Janeiro:
¿Tiene la Unión Europea los medios para replantear sus problemas agrícolas? Si desea hacer su papel en la escena mundial, debe tenerlos. En caso contrario, no importa, hablaremos con los Estados Unidos —con quienes nos entendemos muy bien, insisto muy bien— y con el TLCAN.
Después de 40 años de encuentros y desencuentros, la Europa comunitaria y América Latina han establecido una completa red de relaciones políticas, económicas e institucionales, canalizadas básicamente por medio de acuerdos de cooperación internacional que superan el tradicional esquema de relaciones Norte-Sur. La naturaleza de dichas relaciones ha sido moldeada tanto por los cambios y la evolución del contexto mundial, como por las estrategias que cada región ha puesto en marcha con el fin de defender sus propios intereses. Históricamente ha existido, por una parte, una afinidad política y cultural entre las dos regiones que, superior a la intensidad de las relaciones comerciales y económicas, hoy es colocada en el centro de la retórica tanto europea como latinoamericana. De otra parte, desde la década de los sesenta, europeos y latinoamericanos han buscado reforzar sus lazos para compensar la hegemonía estadounidense en el hemisferio y en el contexto internacional. Así, pues, en el mundo de la Posguerra Fría, mientras la Unión Europea persigue reforzar su leadership mundial, América Latina busca consolidar su autonomía en la arena internacional. Desde las dos orillas del Atlántico se pregona entonces la defensa de un orden multipolar. Por ello, los 48 Jefes de Estado y de Gobierno de Europa, América Latina y el Caribe, acompañados por el presidente de la Comisión Europea, dejaron por escrito su voluntad de trabajar por la liberalización de las relaciones comerciales entre los distintos bloques y al mismo ritmo que la actual ronda de negociaciones de la OMC, iniciada en Seattle en noviembre de 1999.
Sin embargo, el entusiasmo por los acuerdos euro-latinoamericanos y el refuerzo de las relaciones estratégicas internacionales también se encuentran atravesados por fuertes contradicciones. Como quedó demostrado en Río de Janeiro, en el seno de la Unión Europea existen intereses nacionales bastante difíciles de conciliar con una política de apertura respecto de los países latinoamericanos y particularmente frente a Chile y el Mercosur. Del lado europeo, dichas contradicciones provienen particularmente de ciertos elementos de la política común de preferencias comerciales y de la política agrícola común. Mientras que, del lado latinoamericano, basta señalar que la última crisis financiera que afectó al Cono Sur, así como las propuestas que dentro de la misma crisis surgieron por "dolarizar" las economías de la región, también revelaron la vulnerabilidad del subcontinente frente al orden económico internacional. Pero, con todo, después de la primera Cumbre euro-latinoamericana de Río de Janeiro, un nuevo proceso de relaciones de poder en el hemisferio occidental se ha puesto en marcha frente al nuevo milenio. Proceso que por lo demás tendrá rápidamente su primer balance en el 2002, cuando España organice la segunda Cumbre América Latina-Unión Europea.
CEE, Reglamento No. 442-81 del Consejo del 17 de febrero de 1981 relativo a la ayuda financiera y técnica con los países en desarrollo de Asia y América Latina.
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[1] Véase, "Le sommet entre l'Europe et l'Amérique Latine débouche sur des déclarations d'intention". En: Le Monde, París, 1° de julio de 1999.
[2] Véase, "Europa y latinoamérica pactarán en Brasil una alianza estratégica para el siglo XXI". En: El País, Madrid, junio 28 de 1999.
[3] Restrepo L.A, "La Europa en los años noventa y sus relaciones con América Latina" en: Colombia Internacional, No. 16, Santa Fe de Bogotá, CEI-Uniandes, 1991.
[4] Ramjas G., "Las relaciones Union Europea-América Latina". En: Análisis Político, No. 28, Santa Fe de Bogotá, Iepri-Universidad Nacional de Colombia, 1996.
[5] Fazio Vengoa H., La política internacional de la integración europea, Santa Fe de Bogotá, Siglo del Hombre-Iepri, 1998, p. 220 y ss.
[6] Sideris S., La Comunitá Europea neü'interdipendenza mondiale, Milano, Edizioni Unicoppi, 1997, p. 184.
[7] Deseglise C, "Las relaciones de Europa con América Latina: la lógica de sus respectivas actuaciones". En: Análisis Político, No. 2, Santa Fe de Bogotá, Iepri-Universidad Nacional de Colombia, 1988; Van Klaveren A., Les relations Europe-Amérique latine: entre l'illusion et le réalisme". En: Cahiers Cereal, No. 7 Bruxelles, Université Libre de Bruxelles, enero de 1992.
[8] Véase Grabendorf W. et al., La vulnerabilidad externa de América Latina y Europa, Buenos Aires, Gel, 1985; Valdés G., "América Latina y la política del nuevo mundo: el papel de la Comisión Especial de Coordinación para Latinoamérica". En: Uribe Vargas D. et al., Política Mundial Siglo XXI, Bogotá, Fundación para la Nueva Democracia, 1974.
[9] CEE, Reglamento No. 442/81 del Consejo del 17 de febrero de 1981 relativo a la ayuda financiera y técnica en favor de los países en desarrollo no asociados de Asia y América Latina.
[10] Véase Smith H., European Union Foreign Policy and Central America, Basingstoke, Macmillan, 1995.
[11] Grabendorf W., "América Latina y Europa: esperanzas y desafios". En: Nueva Sociedad, No. 85 Caracas, septiembre-octubre de 1986.
[12] Laurent M., "La cooperación externa de la Unión Europea en materia de lucha contra la droga". En: Colombia Internacional, No. 37, Santa Fe de Bogotá, CEI-Uniandes, 1997.
[13] Ruiz Giménez G., "Nouvelles politiques européennes de coopération au développement avec l'Amérique Latine". En: Cahiers Cereal, No. 3 Bruxelles, Universite Libre de Bruxelles, mayo de 1991.
[14] CEE, Reglamento 443/92 del Consejo del 25 de febrero de 1992 relativo a la ayuda financiera y técnica y a la cooperación económica con los países en desarrollo de América Latina y Asia.
[15] OCDE, Série des examens en matière de coopération au développement. Communauté Européenne, No. 12, Paris, 1996.
[16] Véase, Fries E, Les granas débats européens, Paris, Seuil, 1995, p. 468.
[17] Marín M., "La política comercial común y las nuevas zonas emergentes de Asia y América Latina". En: Información Comercial Española, Madrid, agosto/septiembre, 1995.
[18] Le Naelou A, Politiques européennes de développement avec les pays du Sud, Paris, Le Harmattan, 1995, p. 127.
[19] Freres C. (coordinador), La cooperación de la sociedad civil de la Unión Europea con América Latina, Madrid, Aietí, 1998.
[20] Véase CEE, Reglamento 443/92, op. cit.
[21] El artículo 113 concierne la política comercial común, mientras el 235, conocido como la cláusula evolutiva, permite al Consejo actuar cuando el Tratado no prevé poderes de acción para la alcanzar uno de los objetivos de la Comunidad Europea, Cfr. L’Union européenne. Les traites de Rome et de Maastricht. Textes compares, Paris, La Documentation Française, 1992.
[22] El País, Madrid, julio 5 de 1999.
[23] Molano Cruz G., "Las contradicciones de las políticas europeas frente a América Latina". En: Análisis Político, No. 35, Santa Fe de Bogotá, Iepri-Universidad Nacional de Colombia, 1998.
[24] Al respecto, véase la edición especial de Colombia Internacional No. 44, Santa Fe de Bogotá, CEI Uniandes, octubre-diciembre 1998 sobre el seminario-taller en torno a las relaciones entre la Comunidad Andina de Naciones y la Unión Europea, celebrado en Quito el 31 de julio de 1998.
[25] El Tiempo, Santa Fe de Bogotá, julio 5 de 1999.
[26] El País, Madrid, junio 28 de 1999.
[27] El País, Madrid, junio 30 de 1999.
[28] Véase al respecto Dabene O. La región Amerique Latine, París, PSP, 1997.
[29] Cepal, El regionalismo abierto en América Latina y el Caribe. La integración económica al servicio de la transformación con equidad, Santiago de Chile, Cepal, 1994.
[30] Véase Fazio Vengoa H., "América Latina frente a la globalización". En: Ramírez S. et al, Colombia entre la inserción y el aislamiento: la política exterior colombiana en los años noventa, Santa Fe de Bogotá, Siglo del Hombre-Iepri, 1997.
[31] Hirsh M. et al, "USA Inc. The New Diplomacy. Uncle Sam as Salesman". En: Newsweek, marzo de 1995.