La compleja y ambigua repolitizaci�n de Am�rica Latina
Luis Javier Orjuela E.
Ph.D.en Ciencia Pol�tica de la Universidad Internacional de la Florida. Profesor asociado del Departamento de Ciencia Pol�tica de la Universidad de los Andes. Correo electr�nico: lorjuela[at]uniandes.edu.co
En oposici�n a algunos analistas que sostienen que analizar la actual situaci�n pol�tica de Am�rica Latina a partir de los conceptos de izquierda y derecha es inadecuado, el autor sostiene que dichos conceptos no s�lo son pertinentes para interpretar la situaci�n de la regi�n, sino que, adem�s, son expresi�n de su actual repolitizaci�n, en tanto que dicha dicotom�a conceptual expresa el car�cter agonal de la pol�tica. Dicho car�cter se habr�a perdido o, al menos, opacado, en la d�cada de los ochenta y de los noventa, debido a tres factores: los reg�menes autoritarios, la adopci�n del neoliberalismo, y la actitud ambigua de la izquierda frente a su participaci�n en las elecciones y el juego pol�tico democr�tico. La repolitizaci�n actual se expresa en la revalorizaci�n que de la democracia ha hecho la izquierda, en su rechazo al neoliberalismo y en el anticapitalismo de algunos de sus sectores. Por otro lado, la ambig�edad y la complejidad de dicha repolitizaci�n se expresan en la hibridaci�n de izquierda radical, izquierda moderada, populismo y etnicismo, que se ha presentado en algunos de los actuales reg�menes pol�ticos de la regi�n.
Am�rica Latina, izquierda, derecha, democracia, dictadura, hegemon�a, neoliberalismo
The complex and ambiguous repolitization of Latin America
In opposition to some scholars who maintain that analyzing Latin America�s current political situation using the concepts of left and right is inadequate, the author afirms that such concepts are not only pertinent for interpreting the region�s situation, but also represent the region�s current repolitization since that conceptual dichotomy expresses the confrontational character of politics. Such confrontational character disappeared in the 80�s and 90�s due to three factors: authoritarian regimes, neoliberalism, and the left�s ambiguous attitude towards its participation in the political democratic game and in elections. The current repolitization expresses itself in the left�s revalorization of democracy, its rejection of neoliberal reforms and the anticapitalism of some of its sectors. On the other side, the ambiguity and complexity of such repolitization expresses itself in the hibridation of leftist politics into a radical, moderate, populist, and ethnic left, which characterizes some of the region�s current political regimes.
Latin America, left, right, democracy, dictatorship, hegemony
es
16-35
01/07/2007
01/07/2007
Recibido 08/09/2007, Aprobado 11/10/2007
A fuerza de repetirla, se ha ido convirtiendo en un lugar com�n, la afirmaci�n de que Am�rica Latina ha girado hacia la izquierda. �Pero qu� significa ese giro? En estas p�ginas desarrollo la tesis de que la situaci�n actual de la regi�n se puede interpretar como una verdadera repolitizaci�n, si la comparamos con la situaci�n de las d�cadas de los ochenta y noventa. Dichas d�cadas las podemos considerar como una despolitizaci�n, generada por tres factores:
a) la existencia de reg�menes militares que inhibieron la vida y la confrontaci�n pol�ticas;
b) la liberalizaci�n de la econom�a y el intento de sustituir la l�gica de la pol�tica por la del mercado en la asignaci�n de los recursos p�blicos, y
c) la ambigua posici�n de los partidos de izquierda frente a las elecciones y la acci�n pol�tica democr�tica.
En cambio, en la primera d�cada de los a�os 2000, la transici�n a la democracia, la lenta p�rdida de terreno del neoliberalismo, la reacci�n de los sectores populares en su contra y la decisi�n de la izquierda de apostarle, m�s seriamente, a la acci�n pol�tica democr�tica y electoral han significado una repolitizaci�n de la regi�n. Por otro lado, la complejidad y ambig�edad de dicha repolitizaci�n se expresan en la hibridaci�n de izquierda radical, izquierda moderada, populismo y etnicismo, que se ha presentado en algunos de los actuales reg�menes pol�ticos de la regi�n.
Como es sabido, la modernizaci�n e industrializaci�n de Am�rica Latina se realiz� bajo condiciones de autoritarismo (O�Donnell 1972). El desarrollo capitalista transform� la estructura de clases y la articulaci�n hist�rica espec�fica de los antagonismos socioecon�micos, los cuales cristalizaron en nuevas formas de organizaci�n y expresi�n pol�tica. As�, las clases obrera y media desempe�aron un rol decisivo en el proceso pol�tico y econ�mico. Ello requer�a del Estado el suficiente margen de maniobra respecto de las clases dominantes, como para permitir la expresi�n de los intereses de los sectores subordinados, necesarios para el proceso de modernizaci�n, lo cual entraba en conflicto con las m�s exigentes condiciones de la acumulaci�n de capital, de la segunda fase de la industrializaci�n. Seg�n O�Donnell, en esas condiciones era muy dif�cil que se mantuviera un r�gimen democr�tico, pues ante las presiones participativas y redistributivas provenientes de los nuevos actores sociales, los sectores empresariales y tecnocr�ticos demandaron una soluci�n autoritaria. Dicha situaci�n, apoyada por las fuerzas armadas, se explicaba por dos razones: en primer lugar, por el convencimiento de las �lites de que el autoritarismo era necesario para contener las demandas de participaci�n y redistribuci�n de las clases obrera y media, y en segundo lugar, por la percepci�n de que la continua movilizaci�n pol�tica popular representaba una amenaza para el orden social dominante.
El autoritarismo se puede interpretar, entonces, como una despolitizaci�n de las sociedades latinoamericanas, al impedir los procesos democr�ticos de toma de decisiones, la discusi�n y el control p�blicos, las libertades ciudadanas y la igualdad general de oportunidades pol�ticas, econ�micas y sociales. La violaci�n sistem�tica de los derechos humanos y la imposici�n de un clima de exclusi�n, silencio y terror empujaron a los partidarios del cambio, a los intelectuales progresistas y a la izquierda, al exilio, a la moderaci�n o a la acci�n armada y clandestina. Ello signific� una despolitizaci�n de la sociedad y una p�rdida de referentes pol�ticos, precisamente en el momento en que se estaba conformando su identidad pol�tica democr�tica, como en el caso de la izquierda chilena. Como afirma Hannah Arendt, �el aislamiento y la impotencia, es decir, la incapacidad fundamental para actuar, son siempre caracter�sticos de las tiran�as. Los contactos pol�ticos entre los hombres son cortados en el gobierno tir�nico y frustradas las capacidades humanas para la acci�n y para el poder [�] El aislamiento es ese callej�n sin salida al que son empujados los hombres cuando se destruye la esfera p�blica de sus vidas, donde act�an conjuntamente en la prosecuci�n de un inter�s com�n� (Arendt 1987: 701).
El derrocamiento de Allende en 1973 y la supresi�n de movimientos guerrilleros durante la d�cada de los setenta y ochenta, especialmente en Argentina, Brasil y Uruguay, y a mediados de los noventa, en Per�, tuvieron un impacto entre los intelectuales, los partidos y movimientos de izquierda, pues esos acontecimientos afectaron a aquellos movimientos que persegu�an un camino pac�fico hacia el socialismo. Aunque la derrota de esos grupos guerrilleros no signific� completamente el abandono de la v�a armada, especialmente en los casos de Nicaragua, Guatemala y El Salvador, la izquierda empez� a moverse hacia una diversidad de perspectivas, y los enfoques marxistas, que durante largo tiempo dominaron el panorama de la izquierda, cedieron el paso al surgimiento de una mayor diversidad de perspectivas progresistas m�s heterodoxas, que articulaban distintas ideolog�as y visiones del mundo. Dicho cambio se debi�, entre otros, a dos factores principales. En primer lugar, al hecho de que hoy la pol�tica no es una categor�a residual reflejo de relaciones econ�micas ni exclusivamente un conflicto entre intereses econ�micos de dos clases enfrentadas, como la concibieron algunas corrientes marxista m�s ortodoxas, lo cual hac�a m�s �simple� el an�lisis del conflicto social, en la medida en que se supon�a que, dentro de cada campo antag�nico, los actores compart�an unos intereses y un marco valorativo com�n. En la actualidad, la pol�tica se concibe, cada vez m�s, como un conflicto entre valores y formas culturales de vida diversas (Offe 1988: 168), del cual el marxismo de orientaci�n ortodoxa no puede dar cuenta, a menos que asuma a fondo los nexos de la lucha de clases con las m�ltiples dimensiones de la condici�n humana. Al respecto, algunos analistas han se�alado que ser de izquierda hoy en d�a �significa luchar o estar comprometido con un proyecto societal que se opone a la l�gica capitalista de la acumulaci�n de ganancias y persigue construir una sociedad con una l�gica human�stica� (Harnecker 2002: 4), y que las influencias intelectuales de la izquierda actual �consisten en una mezcla entre el marxismo cl�sico y, seg�n los contextos, principios extra�dos de las ideolog�as �tnicas, ecol�gicas o de g�nero. En Paraguay y, particularmente, en Bolivia, la lucha rural y la liberaci�n social se mezclan con las reivindicaciones �tnicas, ling��sticas, culturales y nacionales� (Petras 2000: 32). En segundo lugar, el efecto causado por las dictaduras y las experiencias del exilio gener� en los pol�ticos e intelectuales de izquierda y progresistas la necesidad de: a) asumir cr�ticamente sus anteriores formas de hacer y pensar la pol�tica, b) elaborar alternativas a la simple consideraci�n de la pol�tica como elemento t�ctico (la vieja idea de �la combinaci�n de todas las formas de lucha�), c) la b�squeda del cambio social mediante el empleo de la violencia y d) desechar la idea de que democracia es simplemente la expresi�n pol�tica de la burgues�a. Esta �autocr�tica� culmin� en una concepci�n de la pol�tica que privilegi� sus dimensiones normativas, institucionales y representativas, la redefinici�n del concepto de cambio social como algo gradual que tiene su propio ritmo y tiempo hist�rico, y la b�squeda de una relaci�n entre los conceptos de socialismo y democracia (Lesgart 2003).
Desde mediados de la d�cada de los ochenta y durante la de los noventa, los Estados burocr�tico-autoritarios que imperaron en la regi�n durante la mayor parte del siglo XX experimentaron una doble transici�n: hacia la democracia y hacia el modelo econ�mico neoliberal. Dichos procesos se generaron no s�lo por la crisis de las dictaduras, debido a sus propios excesos, sino tambi�n, entre otros factores, por las exigencias del proceso de globalizaci�n. En este per�odo, la izquierda particip� activamente en alianzas pol�ticas con los partidos tradicionales, para lograr una transici�n m�s r�pida, efectiva e incluyente hacia el r�gimen democr�tico. Pero cuando la democracia empezaba a ser revalorizada, los gobiernos de la regi�n adoptaron pol�ticas de liberalizaci�n de los mercados y las econom�as, que dio lugar a la radicalizaci�n de algunos sectores de la izquierda, los cuales redefinieron la lucha contra el capitalismo en t�rminos de su oposici�n al neoliberalismo.
El neoliberalismo, como factor de despolitizaci�n, est� asociado a la introducci�n de la l�gica de mercado en la asignaci�n de los recursos sociales, lo cual excluye la decisi�n o la regulaci�n pol�tica respecto de dicho proceso. Para los neoliberales, las decisiones a trav�s de las instituciones pol�ticas son menos democr�ticas que las decisiones a trav�s de los mercados. En palabras de uno de sus m�s representativos ide�logos, �lo que el mercado hace es reducir, significativamente, el rango de cuestiones que deben ser decididas pol�ticamente, y en consecuencia, minimizar la necesidad del gobierno de participar directamente en el juego. Un rasgo caracter�stico de la acci�n a trav�s de los canales pol�ticos, es que �sta tiende a requerir o exigir un acuerdo sustancial. La gran ventaja del mercado es que �ste permite una amplia diversidad. �ste es, en t�rminos pol�ticos, un sistema de representaci�n proporcional�(Friedman 1982:15.Traducci�n m�a). La propuesta neoliberal estuvo antecedida de un diagn�stico de la crisis pol�tica, econ�mica y social de los pa�ses de capitalismo altamente desarrollado, realizado, a mediados de la d�cada de los a�os setenta del siglo pasado, por la famosa Comisi�n Trilateral, en el cual se conclu�a que dicha crisis se originaba, entre otros factores, por el uso �intensivo� y �extensivo� de las instituciones democr�ticas (Dubiel 1993:48),que produc�a la �sobrecarga� del sistema pol�tico, debido al exceso de demandas, lo cual generaba su �ingobernabilidad� (Crozier, Huntington y Watanuki 1975). De all� que la asignaci�n de recursos por parte del mercado se consider� como una manera eficaz para reducir los mecanismos democr�ticos de resoluci�n de conflictos sociales. Es desde esta perspectiva que considero al neoliberalismo como factor de despolitizaci�n: porque abog� por un sistema pol�ticoecon�mico autorreferencial, autolegitimado (si ello fuera posible), que derivara las bases de su funcionamiento no de la aceptaci�n social sino de sus propios mecanismos de mercado, de la racionalidad de la econom�a y de la formalidad burocr�tica.
La redemocratizaci�n de Am�rica Latina, a partir de mediados de los a�os ochenta, coincidi� con el desmonte del modelo de industrializaci�n mediante la sustituci�n de importaciones (ISI) del raqu�tico Estado de bienestar y del pacto pol�tico que lo hab�an sustentado. El r�gimen pol�tico y el r�gimen de acumulaci�n de capital se condicionan mutuamente; por ello, la forma de organizaci�n de la econom�a no es neutral respecto del r�gimen democr�tico y del tipo de participaci�n de los actores pol�ticos y econ�micos. Un modelo de desarrollo posee, en s� mismo, caracter�sticas que generan procesos incluyentes o excluyentes (Orjuela 2005). La ISI fue un modelo con posibilidades incluyentes, puesto que requer�a de unas clases media y obrera id�neas, no s�lo con las necesarias habilidades t�cnicas sino tambi�n con una creciente capacidad adquisitiva de su salario. Por esta raz�n, la expresi�n institucional de dicho modelo fue el Estado de bienestar, el cual actuaba a trav�s de una serie de pol�ticas redistributivas, como el sistema p�blico de salud, la seguridad contra el desempleo, la provisi�n de subsidios a familias de bajos ingresos con ni�os menores a su cargo y la promoci�n gubernamental de las organizaciones de trabajadores, entre otras. Se puede decir que �stas y otras medidas relacionadas constituyeron un verdadero �contrato social� entre el Estado, el capital y el trabajo, en torno a los salarios, las condiciones de trabajo, la participaci�n de los trabajadores en los beneficios de las empresas y la ampliaci�n de la participaci�n pol�tica. Por el contrario, el modelo neoliberal tiende a despolitizar y excluir, puesto que hace m�s dif�cil elaborar y poner en marcha pol�ticas distributivas, debido a su �nfasis en la no intervenci�n pol�tica en la asignaci�n de los recursos sociales y las presiones para la reducci�n del gasto p�blico. Dichas tendencias restringen la participaci�n de los trabajadores y otros sectores populares en la distribuci�n de los recursos sociales, y contribuyen a que su acci�n pierda legitimidad.
Por lo tanto, el cambio de modelo econ�mico hizo inoperantes los viejos acuerdos entre las �lites y las clases sociales que sustentaban y hac�an posible el funcionamiento del anterior modelo de industrializaci�n mediante la sustituci�n de importaciones, e impuso la necesidad de generar unos nuevos acuerdos que expresaran la nueva correlaci�n de fuerzas sociales. Sin embargo, el modelo neoliberal limit� y obstaculiz� la posibilidad de lograr estos nuevos acuerdos entre los distintos actores sociales y establecer el liderazgo de las �lites econ�micas y pol�ticas. Esta din�mica contradictoria entre la disfuncionalidad de los viejos acuerdos y la imposibilidad estructural de lograr unos nuevos agudiz� las tendencias de la sociedad a la fragmentaci�n.
Muchos de los an�lisis sobre la democratizaci�n en Am�rica Latina partieron de un concepto reducido de democracia, en donde �sta se entendi�, exclusivamente, como un r�gimen pol�tico, con lo cual la democracia se reduce a un mero ejercicio electoral para la selecci�n de representantes. Las soluciones que surgieron de estos diagn�sticos casi siempre apuntaron a incrementar la �gobernabilidad�, es decir, la eficiencia de las instituciones p�blicas. En estos diagn�sticos no hubo lugar para la sociedad civil, y lo social fue visto en t�rminos de su contribuci�n a la estabilidad y la eficacia del sistema pol�tico. Muchas expectativas y esperanzas de los sectores m�s vulnerables de la sociedad, desautorizadas por los acontecimientos de los �ltimos a�os, se debieron a la creencia de que la ingenier�a pol�tica, los meros cambios institucionales y la instauraci�n de una econom�a de libre mercado bastaban para generar democracias duraderas y bienestar colectivo.
La crisis de esta doble transici�n de Am�rica Latina obedeci� a tres factores principales. En primer lugar, a los efectos socialmente nocivos de la reformas neoliberales de los a�os ochenta y noventa, y a las protestas sociales que ellas generaron. Las evidencias de estos efectos negativos son innumerables. Entre 1980 y 2004,en la regi�n, el salario m�nimo cay� en promedio el 25%, el desempleo abierto pas� del 7,2% al 11%, la informalidad laboral se increment� del 36% al 46%, el 10% m�s rico de la poblaci�n percibi� el 48% del ingreso, mientras que el 10% m�s pobre recibi� el 1,6% (De Ferranti et al. 2005: 17).
En segundo lugar, a la instrumentalizaci�n que los gobiernos hicieron de la democracia, en busca de la aprobaci�n y legitimaci�n de la reformas econ�micas, y su reducci�n a los aspectos meramente formales de representaci�n, con su consecuente incapacidad para responder a las exigencias sociales y econ�micas de los sectores m�s vulnerables de la poblaci�n. Y en tercer lugar, al surgimiento de nuevas manifestaciones de la ciudadan�a con sus correspondientes exigencias sociales y pol�ticas, expresi�n de cambio de valores y de formas culturales de vida diversas. Al igual que la mayor�a de las demandas sociales y econ�micas de los sectores populares, las nuevas reivindicaciones han encontrado poca receptividad en las instituciones representativas y las pol�ticas gubernamentales.
La tensi�n entre la concepci�n y la praxis de la democracia formal, y las nuevas aspiraciones sociales, culturales y ciudadanas, en un escenario de excesiva desigualdad y vulnerabilidad social, est�, entonces, dando lugar a un nuevo ciclo pol�tico, caracterizado por la primac�a de la izquierda en varios pa�ses de la regi�n.
La profundizaci�n y estabilidad de la democracia requieren la construcci�n de mecanismos de cohesi�n social, reconocimiento de la heterogeneidad cultural y equidad en la distribuci�n de los recursos y las oportunidades sociales. Sin embargo, la adopci�n de pol�ticas econ�micas neoliberales ha agudizado la fragmentaci�n social, la cual se manifiesta en la existencia de amplios sectores de la poblaci�n excluidos del mercado y del desarrollo socioecon�mico, o que se han insertado precariamente en ellos. Dichas pol�ticas exigen el desmantelamiento de instituciones de protecci�n social de car�cter p�blico y su sustituci�n por mecanismos de individualizaci�n de riesgos y de la pobreza. Los latinoamericanos son, por tanto, reg�menes pol�ticos sin mecanismos de promoci�n de la equidad y de la cohesi�n social. Como se�ala Atilio Bor�n, el legado del neoliberalismo �es una sociedad cuya integraci�n social ha sido debilitada por el trastornante impacto de la desencadenante din�mica del mercado; este debilitamiento ha cristalizado en las tremendas fragmentaciones y desigualdades que caracterizan nuestro �capitalismo realmente existente� [...] Una �sociedad� de este tipo es una mera yuxtaposici�n de universos sociales y las sociedades latinoamericanas se est�n aproximando r�pidamente a ello. Las clases y los grupos sociales pueden ser casi completamente desarticulados y [...] escasamente adecuados para el sostenimiento de un orden democr�tico� (Bor�n 1998: 57-58). M�xico se encuentra dividido en dos sociedades: la moderna y pr�spera del NAFTA y la premoderna, ind�gena y pobre del Movimiento Zapatista; Venezuela se encuentra pol�tica y socialmente polarizada en torno a la figura de Ch�vez, cuya existencia como fen�meno pol�tico requiere de la misma polarizaci�n. En ese pa�s, la confrontaci�n social adquiere, adem�s, connotaciones explosivas, por estar articulada al desarrollo de un conflicto antiimperialista; Ecuador enfrent� una profunda desestabilizaci�n pol�tica, con insurrecciones ind�genas, campesinas y urbanas, que llev� al derrocamiento de varios presidentes y, finalmente, a la elecci�n de un mandatario de izquierda. Per�, igualmente, derroc� a un presidente, no logra superar los altos niveles de pobreza de su poblaci�n y eligi� a un mandatario socialdem�crata. Colombia se encuentra afectada por el aumento de la desigualdad social, la confrontaci�n armada y las violaciones de los derechos humanos, lo cual ha incidido en que las preferencias electorales giren a la derecha. Argentina y Bolivia han sido los �ltimos pa�ses de la regi�n en estallar social y econ�micamente, generando una aguda fragmentaci�n y confrontaci�n social, especialmente en este �ltimo pa�s, donde tambi�n podr�amos hablar de le existencia de dos Bolivias: la ind�gena, campesina y pobre de La Paz, y la industrial, pr�spera y neoliberal de Santa Cruz. La rebeli�n que sacudi� a Argentina no alcanz� las dimensiones insurreccionales de Bolivia, pero constituy� una excepcional irrupci�n que articul� a la clase obrera, la clase media y los desempleados en el movimiento social de los �Piqueteros�, con un reclamo com�n contra el r�gimen: que se vayan todos los pol�ticos; reclamo que condujo, en 2001, a la ca�da del gobierno de Fernando de la R�a
Por todo lo anterior, se est� produciendo en Am�rica Latina una repolitizaci�n de la sociedad, entendida como una reacci�n contra el neoliberalismo (Rodr�guez, Barrett y Ch�vez 2005), un giro hacia la izquierda o, al menos, hacia la izquierda moderada y hacia el populismo, excepto en Colombia, donde la comparativamente m�s moderada introducci�n de pol�ticas neoliberales y la persistencia de la confrontaci�n armada entre el Estado, la guerrilla y los paramilitares han producido un giro hacia la derecha.
Una expresi�n de la repolitizaci�n de las sociedades latinoamericanas es la revitalizaci�n de la �dicotom�a conceptual� izquierda y derecha, que, en su conocido libro, analiz� Norberto Bobbio. Pero seg�n Alain Touraine, caracterizar la situaci�n de Am�rica Latina como un giro hacia la izquierda es inadecuado, desde el punto de vista institucional, porque los conceptos de izquierda y derecha surgieron en contextos geogr�ficos, culturales y pol�ticos distintos, como los de los reg�menes parlamentarios europeos, los cuales no se conjugan con los reg�menes presidenciales o semipresidenciales del continente americano; y desde el punto de vista sustantivo, porque, seg�n afirma, curiosamente, el autor, �el continente en su conjunto se aparta cada vez m�s de un modelo sino parlamentario, al menos apoyado en mecanismos de oposici�n entre grupos de intereses y de ideolog�as diferentes� (Touraine 2006: 47), como si la polarizaci�n y la confrontaci�n ideol�gica que ha experimentado la regi�n en los �ltimos a�os pudieran ignorarse f�cilmente. Por su parte, Francisco Rojas Aravena sostiene que la diversidad de los liderazgos pol�ticos que est�n surgiendo en la regi�n no es susceptible de expresarse a trav�s de una sola identidad ideol�gica como la de izquierda (2006: 115).
No obstante, la distinci�n entre derecha e izquierda, lejos de ser in�til, expresa el car�cter agonal de la pol�tica. En efecto, como afirma Bobbio, �que en un universo como el pol�tico, constituido eminentemente por relaciones de antagonismo entre partes contrapuestas (partidos, grupos de inter�s, facciones, y en las relaciones internacionales, pueblos, gentes, naciones), la manera m�s natural, simple e incluso com�n, de representarlos sea una d�ada o una dicotom�a, no debe sorprendernos� (Bobbio 1995: 92). La funci�n de la d�ada izquierda y derecha es �la de dar un nombre a la persistente, y persistente por esencial, composici�n dicot�mica del universo pol�tico. El nombre puede cambiar. La estructura esencial y originariamente dicot�mica de universo pol�tico permanece�(Bobbio 1995: 94).
Dimensiones de la actividad pol�tica, como progreso, cambio o emancipaci�n, est�n asociadas con la izquierda, pero para Bobbio la diferencia fundamental entre la izquierda y la derecha radica en la �contraposici�n entre visi�n horizontal o igualitaria de la sociedad y visi�n vertical o no igualitaria� (Bobbio 1995: 131) y en �la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad� (Bobbio 1995: 135). La asociaci�n que hace Bobbio entre la izquierda y la b�squeda de la igualdad adquiere un significado especial en Am�rica Latina, considerada como una de las regiones del mundo con mayor desigualdad social y econ�mica. Con raz�n, la izquierda le atribuye al neoliberalismo la generaci�n de esa desigualdad. �Pero c�mo superarla, c�mo lograr la igualdad en las sociedades latinoamericanas? La repuesta a esta interrogante nos lleva, necesariamente, a la repolitizaci�n de la regi�n, que no s�lo se expresa en la revitalizaci�n de la derecha y la izquierda, como contraposici�n de Estado y mercado, sino tambi�n entre la izquierda misma, pues hay, al menos, dos izquierdas en Am�rica Latina (Casta�eda 2004; Petkoff 2005), y ellas se enfrentan respecto del camino a seguir para lograr esa igualdad. Como siempre, desde que la izquierda existe, hay en ella dos tendencias, la radical y la moderada; hoy se habla de la nueva y la vieja izquierda, lo cual no es m�s que la reedici�n de la vieja confrontaci�n entre fracciones de izquierda: �reforma o revoluci�n? Esta confrontaci�n en el interior de la izquierda se expresa hoy entre los que sostienen la posici�n anticapitalista, que el capitalismo debe ser superado, los que consideran que debe ser reformado o �mejorado�, en t�rminos de equidad, y los que sostienen, como Bor�n, que la reforma es una estrategia temporal, mientras se dan menores condiciones de lucha anticapitalista: �En la actual coyuntura nacional e internacional el reformismo aparece como la �nica oportunidad de avanzar, mientras se modifican las condiciones objetivas y subjetivas necesarias para ensayar alternativas m�s prometedoras. El error de muchos reformistas, no obstante, ha sido el de confundir necesidad con virtud� (2005: 420).
Por otro lado, el derrumbe de los socialismos �realmente existentes� ha planteado la discusi�n sobre si es viable o no una alternativa radical al capitalismo o, dicho de otra manera, si es posible un modelo de sociedad igualitaria y justa que, al mismo tiempo, no desemboque en un autoritarismo burocr�tico. De all� que, para algunos sectores de la izquierda, la lucha contra el capitalismo haya adoptado la forma, m�s pragm�tica y realizable en el corto y mediano plazo, de lucha contra el neoliberalismo. Pero, al mismo tiempo, otros sectores de la izquierda han transado, estrat�gicamente, con pol�ticas neoliberales, lo cual ha sido considerado por los m�s radicales como concesiones al capitalismo (Petras 2000: 19-20). Por su parte, estos sectores m�s pragm�ticos responden que la adopci�n de ciertas medidas neoliberales se debe a factores constri�entes externos y no significan un compromiso ideol�gico con dicha tendencia.
Se trata de una izquierda reformista y pragm�tica, sin perfiles ideol�gicos fuertes. En lugar de una confrontaci�n total contra el capitalismo global y neoliberal o, incluso, un dr�stico cambio de modelo macroecon�mico, postulan un capitalismo moderado, de corte socialdem�crata, que intenta articular las exigencias de la acumulaci�n de capital con la ampliaci�n del acceso de los sectores excluidos a la ciudadan�a, el mercado y el consumo, y en general, las aspiraciones de bienestar social de la poblaci�n. Un elemento constitutivo de los proyectos de esta izquierda moderada es el �nfasis en el fortalecimiento de la sociedad civil, mediante la descentralizaci�n, la participaci�n directa en los procesos de toma de decisiones y el fomento de las formas asociativas aut�nomas. El Partido de los Trabajadores (PT) Brasile�o, el Partido de la Revoluci�n Democr�tica (PRD) mexicano, el Frente Amplio en Uruguay, la Convergencia Democr�tica Chilena, el Polo Democr�tico Alternativo de Colombia e, incluso, el chavismo venezolano, se ubican en este tipo de izquierda, aunque algunos de ellos, como veremos m�s adelante, incorporen tintes populistas.
La moderaci�n pol�tica e ideol�gica de esta nueva izquierda obedece a varios factores: en primer lugar, a que los procesos globales de car�cter econ�mico, social y cultural transformaron o redefinieron los referentes de la confrontaci�n y la lucha pol�ticas, como las clases, las relaciones de trabajo, las identidades nacional, colectiva y personal, y su lugar fue progresivamente ocupado por actores de transformaci�n social y formas de organizaci�n �multidimensionales�, con una diversidad de expresiones simb�licas emanadas de su condici�n �tica, religiosa, de g�nero o sexual, entre otras. En segundo lugar, y derivado de los anterior, a un nuevo clima intelectual, en el que las concepciones posmodernas de la sociedad se oponen a las marxistas, respecto a sus reducidos y unidimensionales conceptos de sujeto e identidad (la condici�n proletaria o laboral) y a su idea de forzar la subjetividad e individualidad y sus distintas dimensiones, en nombre de una transformaci�n social orientada por las fuerzas impersonales de la historia (Touraine 2000). En tercer lugar, al surgimiento de una nueva sensibilidad moral globalizada en contra del uso de la violencia, fruto de la globalizaci�n de la justicia, que se expresa, entre otros aspectos, en la creaci�n del delito de lesa humanidad, el tribunal penal internacional y el desarrollo del �derecho internacional de los derechos humanos� (Orozco 2005). Dicha sensibilidad moral contribuye a desestimular, deslegitimar y someter al escrutinio y la condena de las sociedades nacionales y global, el uso de la violencia, por parte de la izquierda armada, como instrumento de transformaci�n social. Finalmente, a todo ello hay que agregar otros factores, como los m�ltiples acotamientos de los escenarios en los que estos nuevos actores realizan su acci�n, y la globalizaci�n de las estructuras de regulaci�n econ�mica y de decisi�n pol�tica, que limitan las capacidades nacionales de actuaci�n y decisi�n.
La complejidad y ambig�edad de la resistencia al neoliberalismo se refieren a la hibridaci�n de izquierdismo y populismo, y a la heterogeneidad ideol�gica de las fuerzas que la componen. �stas se generan debido a las alianzas electorales que dicha resistencia debe hacer para llegar al poder y convertirse en alternativa frente a los partidos tradicionales, y a la redefinici�n que el concepto mismo de izquierda experimenta en una �poca de transformaciones en todos los �mbitos de la vida social. As�, en Venezuela, el chavismo se va conformando a partir del Polo Patri�tico, constituido por un grupo de ex militares que impulsaron el llamado �Proyecto Bolivariano�; despu�s se vinculan partidos de izquierda radical y fracciones reformistas de los partidos de centro, adem�s de diversos sectores �antipol�ticos�. En los primeros a�os, la base ideol�gica del gobierno de Ch�vez es una amalgama contradictoria de militarismo, nacionalismo, marxismo, antipartidismo y antielitismo. En busca de s�mbolos para construir una identidad y una simbolog�a, a fin de enfrentar al neoliberalismo, el chavismo recurre no a ideas m�s acordes con la diversidad de las identidades de los actores contempor�neos, sino al ideario nacionalista del siglo XIX, como el de Sim�n Bol�var y Ezequiel Zamora. Sin embargo, a partir de 2005, el proyecto pol�tico adquiere una mayor definici�n como socialismo del siglo XXI, en un sentido expl�citamente anticapitalista (Arenas y G�mez 2006: 5-6). Por otra parte, es necesario decir que no toda la izquierda venezolana apoya al chavismo, pues en la oposici�n se encuentran marxistas radicales como Bandera Roja y socialdem�cratas como el MAS. Finalmente, el propio partido de Ch�vez, el Movimiento Quinta Rep�blica, �tiende a ser m�s un seguidor de la palabra presidencial que un generador de doctrina� (Arenas y G�mez 2006: 6).
En Bolivia, el gobierno del MAS combina, por un lado, elementos de nacionalismo estatista y, por el otro, multiculturalismo indigenista, con concepciones enfrentadas de lo ind�gena entre las distintas etnias. Dicho indigenismo es confrontado por lo que se podr�a llamar �separatismo blanco�.
Por ello, es Bolivia el caso paradigm�tico de fragmentaci�n social de Am�rica Latina. Los ind�genas bolivianos no s�lo han logrado representaci�n parlamentaria y elegir un presidente de los suyos, sino que quieren algo m�s: un nuevo orden sociocultural, la existencia de una naci�n aymara; y el m�s radical en este sentido es el Movimiento Ind�gena Pachakuti, encabezado por Felipe Quispe, que se opone al modelo de sociedad m�s pluralista de Evo Morales y su Movimiento al Socialismo. El movimiento Pachakuti representa la regi�n de econom�a campesina tradicional, m�s pobre y de menor capacidad productiva, que se corresponde con sus ancestrales formas culturales, de gobierno y de cohesi�n social de car�cter comunal, los llamados ayllus(Calder�n 2007: 35).
Por su parte, el departamento de Santa Cruz, el m�s grande y rico del pa�s, que comprende el 70% del territorio boliviano, la tercera parte de la poblaci�n nacional y los hidrocarburos, quiere la independencia para formar una naci�n predominantemente moderna, capitalista, blanca y mestiza. Para impulsar este proyecto separatista surgi� la organizaci�n de derecha �Movimiento Naci�n Camba de Liberaci�n�. Seg�n �ste, las etnias aymara y quechua dominan un pa�s �atrasado y miserable, donde prevalece la cultura del conflicto, comunalista, pre-republicana, iliberal, sindicalista, cuyo centro burocr�tico (La Paz) practica un execrable centralismo colonial de Estado, que explota sus �colonias internas�, se apropia de nuestros excedentes econ�micos y nos impone la cultura del subdesarrollo, su cultura� (Naci�n Camba. Qui�nes somos? Sin fecha. �nfasis en el original).
Existe, entonces, en Bolivia, una confrontaci�n entre dos proyectos de sociedad: el de capitalismo neoliberal y el de �etno-nacionalismo�, que podr�an llegar a ser irreconciliables, hasta desembocar en una lucha entre ind�genas pobres, y blancos y mestizos ricos o entre independentistas y poder central. �Podr� la Asamblea Constituyente boliviana lograr un m�nimo de cohesi�n social? Una cosa es cierta: la vieja articulaci�n entre la pol�tica, la econom�a, la sociedad y la cultura, sobre la cual se desarroll� el proyecto nacional homogeneizante que caracteriz� a Bolivia desde la independencia, parece haberse agotado bajo la �gida neoliberal, que tampoco resolvi� el problema de la pobreza y agudiz� los conflictos sociales, hasta el punto de una aguda fragmentaci�n social. El reto de la Asamblea Constituyente es, entonces, lograr un adecuado balance entre nacionalismo estatista y multiculturalismo (Mayorga 2006) mediante el reconocimiento de las diversas identidades sociales, especialmente, las ind�genas.
Por su parte, el nacionalismo se expresa en la reversi�n de la privatizaci�n de los servicios de agua potable y en la afirmaci�n de la soberan�a nacional, mediante la puesta en marcha de un proceso de nacionalizaci�n de los hidrocarburos, cuya propiedad y gesti�n estaba en manos de empresas extranjeras. Este aspecto, �es fundamental para explicar el apoyo electoral al MAS y su actual capacidad pol�tica, puesto que el nacionalismo es una de las ideolog�as con mayor capacidad de interpelaci�n y opera como un fuerte sentido com�n que se expresa en la antinomia naci�n versus antinaci�n� (Mayorga 2006: 60). Pero en el nacionalismo desplegado por el gobierno �el sujeto de la �revoluci�n democr�tica y cultural� no es �el pueblo� como alianza de clases y sectores sociales [lo cual permitir�a incluir a los blancos y cambas de Santa Cruz] sino un conglomerado de identidades y movimientos sociales con predominio de lo �tnico -�los pueblos ind�genas�- que son interpelados como sujetos de un proyecto de reconfiguraci�n de la comunidad pol�tica que ya no es concebido como �una naci�n� sino una articulaci�n de �naciones originarias�� (Mayorga 2006:60).Por ello, en el discurso gubernamental, las ideas de mayor inclusi�n social, reconocimiento del car�cter intercultural de Bolivia y necesidad de mayor autonom�a territorial est�n en tensi�n con el predominio pol�tico de los pueblos ind�genas y las comunidades campesinas.
Estas hibridaciones y ambig�edades pol�ticas como las de Venezuela y Bolivia surgen, entre otras razones, por la erosi�n de los sistemas partidistas tradicionales y la ausencia de partidos de izquierda democr�tica y, en general, por la crisis de la forma organizativa partido, puesto que el vac�o dejado por la organizaci�n es llenado por el l�der carism�tico. Al respecto, son ilustrativos los casos de Colombia y Venezuela, donde la crisis del bipartidismo tradicional dio paso al surgimiento de sendos l�deres mesi�nicos. El contraste son los casos de la alianza entre los socialistas y la democracia cristiana, para la transici�n a la democracia en Chile, y el arribo del PT al poder del Estado en Brasil, partidos que se caracterizan por un largo y s�lido arraigo en los sectores populares, lo cual ha cerrado el paso a fuertes liderazgos personales.
La crisis general de la forma organizativa partido se debe a que en un mundo cada vez m�s globalizado y heterog�neo, las sociedades son cada vez m�s multiculturales, lo cual hace dif�cil que las fuerzas sociales se expresen a trav�s de los partidos pol�ticos, inspirados hist�ricamente en grandes ideolog�as universalistas y conformados con miras a la representaci�n de grandes intereses nacionales o, al menos, de intereses relativamente amplios de una poblaci�n considerada homog�nea. El multiculturalismo, el surgimiento de una pol�tica m�s socio-c�ntrica que Estado-c�ntrica y la segmentaci�n de los intereses y las formas de vida, se expresan hoy mejor en los movimientos sociales que en los partidos pol�ticos, de tal manera que tanto la izquierda como la derecha tienen dificultades para aglutinar sus fuerzas a trav�s de ellos.
Pero la izquierda cuenta con una dificultad adicional que enfrentar, la cual, como ya se mencion�, tiene que ver con la crisis de los socialismos autoritarios y burocr�ticos, y la necesidad de superar la tendencia a la jerarquizaci�n y el autoritarismo inherentes a la forma leninista de partido, elitista en t�rminos intelectuales y centralizado y burocr�tico en t�rminos organizativos (Harnecker 2000).
Por todas estas razones, el populismo aparece hoy como la forma m�s adecuada para aglutinar pol�ticamente las fuerzas sociales progresistas y de izquierda. Pero si, como hemos dicho, la repolitizaci�n de Am�rica Latina se expresa en la revitalizaci�n de la dicotom�a izquierda y derecha, tambi�n es necesario decir que la ambig�edad de dicho proceso surge porque, como dice Germani, el populismo no admite una f�cil clasificaci�n dentro de la dicotom�a izquierda/derecha, pues se trata de un movimiento multiclasista que mezcla elementos contrapuestos, �generalmente unidos a cierta forma de autoritarismo, a menudo bajo un liderazgo carism�tico. Tambi�n incluye demandas socialistas (o, al menos, la demanda de justicia social),una defensa vigorosa de la peque�a propiedad, fuertes componentes nacionalistas y la negaci�n de la importancia de la clase�(citado por Laclau 2005:15-16). En este punto coincido con Germani y disiento de Laclau, quien considera que la identificaci�n del movimiento con el l�der no es de car�cter autoritario sino afectivo.
Laclau sostiene la tesis de que los enfoques tradicionales del populismo reproducen, con mayor o menor sofisticaci�n, viejos prejuicios cient�ficos sobre las masas, es decir, el populismo es entendido como el sometimiento de un grupo indiferenciado, de una masa amorfa y manipulable, por parte de un l�der carism�tico. Las dificultades para definirlo, la carencia de acuerdos m�nimos entre especialistas sobre su contenido constitutivo y los infructuosos intentos de conceptualizaci�n de los que escapa la fluida y variable realidad emp�rica dan cuenta de un problema mayor de los paradigmas dominantes en las ciencias sociales. Dicho problema, seg�n Laclau, reside en la dificultad para incorporar en el an�lisis social y pol�tico lo no racional, pasional y afectivo, que es constitutivo de la pol�tica.
En contra de las concepciones tradicionales, Laclau redefine la categor�a de populismo en dos sentidos: en primer lugar, con base en el Freud de Psicolog�a de las masas y an�lisis del yo, llega a la conclusi�n de que existe una identificaci�n, incluso afectiva, entre el pueblo y el l�der basada en rasgos positivamente comunes entre ambos. Para Laclau, el proceso fundamental de formaci�n de identidades colectivas es el de identificaci�n. M�s precisamente, se trata de una variedad de procesos diferentes: distintas �alternativas sociopol�ticas� de identificaci�n y que tienen en com�n la contribuci�n a la construcci�n del lazo emocional que une socialmente a los miembros de un grupo entre ellos y con el l�der (2005: 75-88).
En segundo lugar, el pueblo debe entenderse como una articulaci�n de demandas sociales que, a partir de un proceso equivalencial, permiten la construcci�n de una identidad colectiva. La unidad de an�lisis de Laclau son, entonces, las demandas populares, las cuales considera como el �nico medio para dar contenido material al concepto de pueblo. En este sentido, sigue a S. Zizek, al afirmar que la unidad delˇ ˇ objeto, pueblo, es un efecto retroactivo del acto de nombrarlo. Aqu� encontramos un giro conceptual de Laclau: la condici�n social de dicho nombramiento, que convierte al concepto de populismo en un significante vac�o, capaz de dar unidad a la articulaci�n de demandas diferenciadas. De este modo, el pueblo existe en la medida en que ese nombre se vac�a de contenido, y se convierte en catalizador de demandas que, si antes eran heterog�neas, ahora se re�nen y establecen entre s� una relaci�n equivalencial. De este modo, el populismo no designa, seg�n Laclau, una especie de �esencia� o de contenido social, sino un modo espec�fico de articulaci�n de demandas; en este sentido, afirma que el populismo no es un tipo de movimiento social sino, m�s bien, una l�gica pol�tica. La diferencia entre ambos t�rminos radica en que, mientras el primero se funda en el seguimiento de reglas, la segunda constituye la din�mica de instituci�n de lo social.
Esta concepci�n del populismo representa, seg�n Laclau, una verdadera innovaci�n en la interpretaci�n pol�tica de los fen�menos, porque niega la relaci�n intr�nseca entre populismo y autoritarismo. De hecho, esta l�gica equivalencial entre demandas heterog�neas es concebida como constitutiva de la representaci�n democr�tica.
Aunque alg�n elemento de afectividad hay en la pol�tica, creo que �sta surge no en la dimensi�n subjetiva, sino, m�s bien, en aquello que ocurre en la dimensi�n de exterioridad u objetividad de la relaciones sociales, constituida por la necesidad de expresar las oposiciones, los conflictos y los acuerdos, o en la necesidad de concertar acciones. La subjetividad puede llevar a anular el car�cter agonal de la pol�tica y reemplazarla por el afecto o el paternalismo, que, a su vez, puede llevar a reemplazar un sujeto por otro, o por el autoritarismo de un sujeto sobre otro. Aunque concedo que el afecto y la identificaci�n, es decir, el elemento catexial de las relaciones humanas, facilitan una dimensi�n de la pol�tica que es el poder, entendido a la manera de Hannah Arendt, es decir, como aquella capacidad que surge de estar y actuar juntos. Seg�n esta definici�n, el poder no es propiedad o atributo de un individuo sino que pertenece al grupo en su conjunto (1999: 146). Cuando estamos en presencia de la imposici�n o sustituci�n de una voluntad por otra, nos encontramos, seg�n Arendt, no frente al poder sino frente a la violencia. El poder es siempre no violento, no coercitivo, no manipulativo, no sustitutivo. Poder y violencia son opuestos: el poder requiere del n�mero, la violencia puede prescindir de �l. Por ello, la democracia se disminuye all� donde se suplanta el poder, as� definido, por la mediaci�n de l�deres, especialistas, burocracias, sistemas de partidos �nicos o partidos fuertemente jerarquizados y, en general, por todas las mediaciones que tiendan a eliminar la discusi�n p�blica.
Cuando afirmo que la hibridaci�n de izquierda y populismo es ambigua, no estoy considerando al populismo peyorativamente, como una manifestaci�n patol�gica o irracional de la pol�tica. Considero que el populismo es un fen�meno que hay que tomar en serio y coincido con Laclau en su cr�tica a los enfoques tradicionales de dicho fen�meno. Quiero simplemente se�alar que el populismo lleva aparejado el riesgo de derivar en el autoritarismo. Cuando digo ambig�edad, me refiero a las contradicciones que genera la hibridaci�n entre el populismo, la nueva y la vieja izquierda. Entre la izquierda homogeneizante y la izquierda que hace de la defensa de la diversidad, el muticulturalismo y la autonom�a, su bandera de lucha. El populismo puede ser fuertemente homogeneizante y paternalista. Para la muestra, el bot�n de las palabras de Ch�vez:�yo trato y tratar� siempre de hablar no por m� sino por ustedes. Yo le pido a Dios que nunca me aleje de la sinton�a con el pueblo de Venezuela... ustedes guiar�n el gobierno, que no ser� el gobierno de Ch�vez �porque Ch�vez es el pueblo� (citado por Arenas y G�mez 2006: 17-18).
A lo anterior hay que agregar otros tres factores de ambig�edad: en primer lugar, aunque el populismo puede expresar el ideal de igualdad de la izquierda, en el sentido de Bobbio, en la medida en que persigue pol�ticas sociales y econ�micas favorables a los sectores populares, al mismo tiempo genera la fragmentaci�n de la sociedad, en la medida en que la divide, maniqueamente, entre sectores populares y olig�rquicos. En segundo lugar, el populismo no es completamente favorable a la democracia, en la medida en que termina creando �seguidores y no ciudadanos� (Paramio 2006: 72).Y en tercer lugar, el tiempo es un factor que afecta la relaci�n entre la vieja y la nueva izquierda, entre aquella que privilegia los movimientos sociales y la que privilegia el partido, dado que, �puestos a elegir entre el car�cter mesi�nico de los l�deres populistas y la necesaria dimensi�n de largo plazo de un programa partidista de transformaci�n social, los sectores populares pueden sentirse m�s atra�dos por las promesas de corto plazo y el discurso de confrontaci�n del populismo� (Paramio 2006: 73).
Bor�n ha afirmado que, en la actualidad, estamos asistiendo a un progresivo agotamiento del neoliberalismo en Am�rica Latina (2005: 408). Sin embargo, creo que a�n faltan an�lisis m�s profundos para poder concluir que el neoliberalismo est� siendo reemplazado por otro esquema de acumulaci�n de capital. Lo que se puede afirmar claramente es que su hegemon�a en la regi�n est� siendo contestada. Por ello, coincido con Laclau cuando se�ala que la condici�n fundamental para que surja el populismo es la �dicotomizaci�n del espacio social, que los actores se vean a s� mismos como part�cipes de uno u otro de los dos campos enfrentados� (2006: 56) y que las demandas sociales, en principio individualizadas y resueltas por mecanismos tecnocr�ticos, se articulen y politicen. En esas condiciones, los canales tradicionales de expresi�n y tramitaci�n de las demandas sociales pierden su eficacia y legitimidad, de tal manera que se presentan las condiciones para la confrontaci�n del �viejo bloque hist�rico�, para decirlo con las palabras de Gramsci, y para el posible surgimiento de uno nuevo.
Desde esta perspectiva, la resistencia al proyecto neoliberal globalizador podr�a interpretarse como una confrontaci�n hegem�nica, entendida como la imposibilidad o la mayor dificultad que encuentra el r�gimen neoliberal para seguir afirmando, en los planos pol�tico e ideol�gico, su preponderancia en el plano econ�mico. Esta tensi�n ha llevado al neoliberalismo a ensayar dos estrategias para asegurar su continuidad mediante su recomposici�n: la flexibilizaci�n y la tercera v�a, en versi�n latinoamericana.
En relaci�n con la primera, la crisis social y la desigualdad en que se encuentra sumida la mayor�a de los pa�ses de Am�rica Latina han desatado una ola de cr�ticas contra el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. �sta proviene no s�lo de los movimientos transnacionales antiglobalizaci�n sino tambi�n del Congreso de Estados Unidos y del premio Nobel de Econom�a y antiguo vicepresidente de dicho banco, Joseph Stiglitz. Este �ltimo no s�lo cuestiona la idoneidad t�cnica del Fondo Monetario y su conocimiento de la realidad de los pa�ses del Tercer Mundo, sino tambi�n su papel en el deterioro de la democracia. Seg�n Stiglitz, �en teor�a el Fondo apoya las instituciones democr�ticas en las naciones que atiende. En la pr�ctica, socava el proceso democr�tico mediante la imposici�n de pol�ticas� (2001: 2). En la misma direcci�n se expresa la Comisi�n Meltzer, que en su informe al Congreso de Estados Unidos se�al� que las actuaciones del FMI no s�lo no generaron un desarrollo econ�mico en los pa�ses que firmaron acuerdos con �l, sino que sus programas empobrecieron a las naciones que recibieron su ayuda, y su influencia en la pol�tica dom�stica socav� la soberan�a nacional y, con frecuencia, afect� negativamente el desarrollo de las instituciones democr�ticas en los pa�ses que aplicaron sus recetas econ�micas (ANIF 2002: 70).
Adem�s de las anteriores cr�ticas, se han alzado algunas voces, incluso desde el interior mismo de los organismos financieros internacionales, a favor de una reconsideraci�n de la teor�a del desarrollo, de los problemas de la pobreza en el Tercer Mundo y de la inclusi�n de una mayor preocupaci�n por las instituciones pol�ticas, los aspectos culturales y la cohesi�n social (Birdsall y Londo�o 1997; Naim 1999).
La otra estrategia que ha buscado la continuidad y legitimaci�n del neoliberalismo es la llamada tercera v�a. La tercera v�a consiste en una mezcla de neoliberalismo y socialdemocracia (Giddens 1999), y, por lo tanto, signific� la conservatizaci�n de esta �ltima. Esta propuesta mostr� sus l�mites en Europa, con los mediocres resultados del gobierno de Tony Blair en el Reino Unido. En Am�rica Latina, la tercera v�a fue impulsada por dos acad�micos: el mexicano Jorge Casta�eda y el brasile�o Roberto Mangabeira. Ya desde La utop�a desarmada, Casta�eda hab�a hablado de la necesidad de que los reg�menes de la regi�n exploraran una v�a intermedia entre el Estado y el mercado. Con ese prop�sito, los dos intelectuales lograron reunir a una serie de pol�ticos latinoamericanos de diversas tendencias del espectro pol�ticoideol�gico, y de all� surgi� el llamado �Consenso de Buenos Aires�.
El car�cter de �tercer�a� de dicha propuesta se expresa, en primer lugar, en la necesidad de encontrar una alternativa al neoliberalismo y el desarrollismo latinoamericano, y en el papel de complementariedad que les asigna a las ideolog�as pol�ticas: �La tarea del centro es darle expresi�n transformadora a la inconformidad de la clase media; y defender la generalizaci�n de la meritocracia en la vida social, por su parte, la misi�n de la izquierda consiste en confrontar la desigualdad al combatir el dualismo, mediante la profundizaci�n de la democracia� (Consenso de Buenos Aires, citado por Modonesi 2000:2).En segundo lugar, en el rechazo a los excesos del neoliberalismo y la simult�nea defensa de la econom�a de mercado y la necesidad de su democratizaci�n.
En relaci�n con la suerte de esta propuesta �tercerista�, hay que decir que tuvo muy poca acogida entre pol�ticos e intelectuales. Incluso el PT de Brasil, que es tildado por la izquierda radical como de orientaci�n moderada y socialdem�crata, critic� la tercera v�a, al considerarla como la cosm�tica del neoliberalismo: �La crisis hizo que surgieran operaciones de maquillaje del neoliberalismo, como la llamada Tercera V�a de Blair y Clinton. Esta postura conformista y conservadora parte de la falsa premisa de que ya no es posible impulsar pol�ticas de crecimiento con inclusi�n social y pleno empleo [...] Las izquierdas, inclusive sectores de la socialdemocracia, hoy denuncian y rechazan estas tesis. En Brasil, donde la exclusi�n social fue y es la regla, la Tercera V�a aparece con su cara m�s grotesca� (citado por Modonesi 2000: 2) En s�ntesis, ninguna de las dos estrategias de redefinici�n y flexibilizaci�n del neoliberalismo parece haber dado resultados, y la ofensiva popular en su contra contin�a.
He sostenido que la revitalizaci�n de los conceptos de izquierda y derecha es expresi�n de la actual repolitizaci�n, de Am�rica Latina, en tanto que dicha dicotom�a conceptual expresa el car�cter agonal de la pol�tica. Dicho car�cter se habr�a perdido o, al menos, opacado en las d�cadas de los ochenta y de los noventa, debido a los reg�menes autoritarios, la adopci�n del neoliberalismo y la actitud ambigua de la izquierda frente a su participaci�n en las elecciones y el juego pol�tico democr�tico. La repolitizaci�n actual se expresa en la revalorizaci�n que de la pol�tica ha hecho la izquierda, en su rechazo al neoliberalismo, y en el anticapitalismo de algunos de sus sectores. Pero dicha repolitizaci�n es ambigua y compleja, en tanto hibrida izquierda radical, izquierda moderada, populismo y etnicismo. He se�alado, tambi�n, las limitaciones de las dos tendencias contrapuestas: el economicismo y el tecnocratismo de la derecha neoliberal y el populismo de la nueva izquierda. Ambas tendencias despolitizan a la sociedad y ponen en riesgo la democracia, bien sea porque se considere que el mercado puede reemplazar a la pol�tica, o porque se crea que l�der puede sustituir a las organizaciones sociales.
Las nuevas y m�s agudas movilizaciones populares permiten vislumbrar que una praxis y una concepci�n alternativas de democracia se estar�an abriendo camino en Am�rica Latina. Por ello, un concepto de democracia que aspire a dar cuenta de lo que est� ocurriendo en la regi�n deber�a tomar en serio las manifestaciones pol�ticas de las sociedades latinoamericanas en la actual coyuntura, tales como el conjunto de expresiones de protestas ciudadanas, los movimientos sociales, las organizaciones no gubernamentales y las acciones de resistencia civil. Estas expresiones pol�ticas �desde abajo� nos hablan de una vigorizaci�n sin precedentes de la sociedad civil y de un desbordamiento de las instituciones p�blicas tradicionales, lo cual parece estar dando nuevos contenidos y simbolog�a a la pol�tica en la regi�n.
Parece ser que hoy en Am�rica Latina, la b�squeda de una m�s aut�ntica y amplia democracia es una utop�a que est� jalonando las luchas sociales de los sectores excluidos de la sociedad. Dichas luchas democr�ticas surgen de una sociedad civil aut�noma y fuertemente diferenciada, que se ve a s� misma como el espacio p�blico por excelencia y la fuente de la retroalimentaci�n de las decisiones para el Estado y las instituciones pol�tico-administrativas.
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