Al observar la historia reciente de la práctica arquitectónica nos encontramos un horizonte aparentemente cada vez más inclusivo. De hecho, en los últimos veinte años, la práctica de la arquitectura ha sufrido grandes cambios estructurales al utilizar una serie de nuevas herramientas que han permitido una mayor capacidad para la gestión de diversos parámetros en el proceso proyectual, así como en la práctica arquitectónica y urbanística. Adelantos tecnológicos y la aplicación de teorías y acciones participativas han ayudado a la arquitectura y al urbanismo a incluir una diversidad de opiniones y perspectivas para adecuar el espacio construido a los distintos usuarios que lo habitan.1 Estos cambios parecen deberse a una transformación en la concepción de la práctica profesional, promovida por un conjunto de teóricos y profesionales de la arquitectura, principalmente anglosajones, en los años noventa,2 quienes, continuando las iniciativas de la década de los setenta3 relacionadas con las demandas de la segunda ola feminista,4 abogaban por una mayor inclusión del sujeto no normativo, que se había considerado minoría por género.
Sin embargo, a pesar de esta inclusión de la diversidad en la arquitectura, la profesión sigue manteniéndose de manera global como práctica despolitizada, en la que la diferencia por género sigue presente en las oficinas de arquitectura.5 Es como si esas reivindicaciones hacia la inclusión de la diferencia no hubieran llegado finalmente al espacio de producción y se hubieran quedado solo en un discurso teórico-crítico de un determinado ámbito académico, y, por tanto, ha perdido el carácter más práctico de las demandas realizadas en los años setenta. Así lo demuestran las últimas estadísticas mundiales,6 y más específicamente en España, ámbito donde se centra este artículo, que indican diferencias sustanciales entre la situación laboral de profesionales hombres y mujeres en la arquitectura entre 2008 y 2014.7 Este inquietante resultado pasa, sin embargo, inadvertido entre las estudiantes y arquitectas más jóvenes, quienes por lo general no son siquiera conscientes de esta realidad, al no haberse enfrentado aún con los retos que la profesión presenta a largo plazo. Se trata, sin embargo, de un proceso de desigualdad de género del que debemos seguir tomando conciencia, y que a través de los datos se nos muestra su ampliación y consolidación tras la recesión económica mundial iniciada en 2008.
¿Un futuro cada vez más femenino de la profesión en España?
En los últimos diez años, el número de estudiantes de arquitectura mujeres no ha dejado de crecer en España; incluso ha llegado a superar al de hombres ampliamente. En el último estudio estadístico realizado por el Sindicato de Arquitectos de España se muestra que el número de arquitectas tituladas en las escuelas de arquitectura en este periodo ha superado finalmente al de hombres, un hecho sin precedentes en este país.8 Desde que la primera arquitecta española Matilde Ucelay obtuviera su título en 1936, de la Universidad Politécnica de Madrid, el número de arquitectas tituladas se había mantenido siempre muy distante al de los hombres titulados en la materia.9 Esta situación ha cambiado de forma radical el panorama profesional, pues se ha pasado de una mayoría masculina que dominaba todos los ámbitos de la profesión, a una paridad entre las nuevas generaciones de arquitectos que, en breve, será superada por un mayor número de arquitectas. Si la tendencia como parece es la presente, nos enfrentaríamos a un futuro de la profesión en España en el que las mujeres dominarán en número la profesión de arquitecto.
Sin embargo, a pesar de estos datos en alza, los estudios recientes señalan que el incremento de estudiantes mujeres no significa necesariamente una presencia de más arquitectas en la profesión. Entre 2008 y 2014, descubrimos de manera sorprendente cómo a pesar del alto número de graduadas, solo un pequeño porcentaje de mujeres arquitectas ha seguido ejerciendo su profesión, la mayoría de las veces en situación precaria, bajo figuras ilegales, como la del “falso autónomo”.10 Este desajuste proporcional entre mujeres tituladas y profesionales que ejercen refleja el estado de la profesión en España, que sigue teniendo un carácter paternalista que considera no explícita, pero sí implícitamente como demuestran los datos, a las arquitectas como profesionales inferiores jerárquicamente,11 lo que limita su contratación a tiempo completo y no cubre sus derechos estatuarios como trabajadoras. Esta concepción de inferioridad profesional se extiende, a su vez, a un menor número de arquitectas que participan en cargos de importancia dentro de las oficinas de arquitectura, algo que se repite de forma global siguiendo un fenómeno de fuga (leaky pipeline).12 Así, el bajo número de oficinas dirigidas fundamentalmente por mujeres y la falta de arquitectas que ocupan puestos de alta cualificación y decisión son el testimonio de una situación no abordada en profundidad.13 En la arquitectura, como en otras profesiones, se produce frecuentemente un pronunciado efecto “techo de cristal” o “suelo pegajoso”, por el cual las arquitectas, a menudo, no ocupan puestos de responsabilidad y de toma de decisiones en ningún ámbito del oficio. Este proceso también ocurre en España, donde pocas mujeres dirigen estudios de arquitectura, siendo las mayorías prácticas de menor volumen de trabajo o dirigidas con sus parejas masculinas.
Existen diferentes razones por las que este efecto “techo de cristal” dificulta la progresión profesional de la mujer arquitecta en el mundo laboral actual, que es compartida con entornos laborales de otras profesiones. Como indica la doctora arquitecta Inés Sánchez de Madariaga, existen una serie de actitudes que fomentan el estancamiento de las arquitectas por parte de compañeros, supervisores o directores.14 A parte de las actitudes condescendientes o patronizing mencionadas, los tratos estereotipados (sterotype threats) hacia la mujer y los estándares dobles (double binds) para evaluar el trabajo de las arquitectas son aún la tónica general dentro de la profesión en las oficinas de arquitectura. Se trata, además, de situaciones que son difíciles de probar, y que limitan la actividad de las arquitectas en todos los ámbitos de la profesión. De la misma forma, instituciones profesionales, fundaciones y escuelas de arquitectura en España cuentan con una ínfima presencia del género femenino en sus equipos de dirección y, por tanto, la toma de decisiones siempre ha ido dirigida hacia intereses puramente masculinos.15
Factores de desigualdad
Existen principalmente dos factores que ayudan a sostener la situación de desigualdad descrita. Por un lado, la profesión sigue un esquema masculinizado, que continúa patrones de trabajo, discursos teórico-prácticos y prácticas profesionales alejadas de la forma de trabajo y necesidades de la mujer arquitecta. La debilidad en la que se sitúa la arquitectura en este nuevo siglo, debido a la crisis económica, se ha agudizado con la entrada de los planeamientos neoliberales dentro de la práctica profesional. La desaparición gradual de los pequeños estudios de arquitectura y la potenciación de las grandes oficinas corporativas, capaces de hacer frente a las exigencias de la macroeconomía, han tirado por tierra muchos de los avances del siglo pasado. Debido a la continuidad de anticuadas estructuras internas en el espacio de trabajo de los estudios corporativos, donde impera el trato paternalista, los estereotipos y la alienación de sus trabajadores, cada vez están más marginadas las necesidades de aquellos trabajadores que no siguen el prototipo del arquitecto como trabajador superproductivo,16 y cuya vida es por el trabajo y para este. En este grupo, y de forma mayoritaria, se encuentra el colectivo de mujeres arquitectas, quienes en su vida laboral aún siguen luchando por tener un lugar en el panorama de la arquitectura, pero cuya condición biológica relacionada con la reproductividad no siempre les permite poder continuar con este prototipo laboral. Cuestiones como la combinación de vida laboral y personal, el apoyo en la maternidad, la diferencia en el salario profesional o el libre ejercicio de su profesión sin limitaciones, que preocupan a las mujeres en la actualidad, han sido desestimadas.17 La mujer arquitecta sitúa así una crítica directa a las formas de trabajo en la arquitectura en nuestros días, donde impera una progresión basada en méritos fundamentados en este prototipo superproductivo.18
Por otro lado, otra limitación que encuentran las mujeres arquitectas es la falta de referentes destacados. En el mundo, casi no se reconocen a arquitectas por su trayectoria profesional, su contribución a la disciplina o su obra construida, por lo que no existen modelos alternativos para las nuevas generaciones que resignadamente continúan los arquetipos existentes. Premios regionales, nacionales o internacionales no distinguen el trabajo de muchas arquitectas de gran calidad profesional, a pesar de existir cada vez un mayor número de ellas, que les generan una sensación de frustración y fracaso.19 En algunos casos, la búsqueda de la figura de arquitecto-estrella,20 idealizado por los medios de comunicación, fomenta esta situación, pues muchos estudios de arquitectura en los que las mujeres desarrollan su trabajo profesional de forma exitosa ni están estructurados piramidalmente hacia un único representante de todo el proceso proyectual, ni siguen los cánones tradicionales de ejercicio profesional. En consecuencia, el deseo de las nuevas arquitectas por tener su propia trayectoria profesional desligada del paternalismo masculino presente en la arquitectura se limita. Asimismo, las revistas de arquitectura no están desempeñando a través de su influencia en los discursos teóricos y las prácticas del colectivo profesional su labor de generar referentes para las nuevas generaciones, promover otras formas diferentes de ejercer la arquitectura —colectivas, multidisciplinares, etc. — o compensar la infrarrepresentación de las mujeres arquitectas.21 La acción de los medios podría permitir que este problema no solo se acepte, sino que tampoco se olvide.
La necesidad de una redefinición de la práctica profesional
Por tanto, es ahora cuando se abre la posibilidad de articular una profunda crítica a la profesión y una restructuración profunda de su ejercicio que abre sus posibilidades no solo para las mujeres arquitectas, sino a la disciplina en general.22 El nuevo contexto profesional tras la crisis ha abierto recientemente un debate sobre un cambio en la profesión dentro23 y fuera de España,24 que exige una reflexión crítica de muchas preconcepciones existentes sobre el trabajo del arquitecto. Es dentro esta reflexión donde deben encuadrarse principalmente las reivindicaciones presentes sobre la mujer arquitectas para que sean verdaderamente productivas; pero también desde los modos de hacerla visible y transmisible profesional y socialmente.
A pesar de los años de reivindicación de los derechos de la mujer, los datos y reflexiones expuestos indican que sigue siendo necesaria una toma de conciencia y el desvelar a la sociedad una práctica profesional que aún margina ciertos sectores sociales. Se necesita, por tanto, seguir dando voz y presencia a aquellos que son desplazados —en este caso, la mujer arquitecta25—, y evidenciar este problema de discriminación y precariedad en la arquitectura, que en realidad está inserto dentro de una realidad sociocultural aún más amplia, y cuyos modelos hegemónicos han de ser transgredidos. Ante este reto con problemática reincidente, se debe de mantener una actitud más fuerte, definida, audaz y proactiva que en ocasiones anteriores, y comprometida con una necesaria raíz política. Son imprescindibles las estrategias de visibilidad que utilicen los espacios políticos y de representación adecuados, y que eludan la posibilidad de caer en apologías autocompasivas de lo marginal.
Sin embargo, esta concienciación no tendrá continuidad si no se atiende también a uno de los principales campos de batalla desde donde articular en la actualidad las reivindicaciones de la mujer arquitecta: la redefinición misma de la profesión. Con ello se aboga por una posición crítica inclusiva centrada en la figura del arquitecto/a como trabajador/a y su trabajo, donde los nuevos modelos de asociaciones en red y la solidaridad son algunas de las principales armas desde las que encarar esta redefinición y, por ende, la cuestión de la mujer como trabajadora en arquitectura. Por ello, es fundamental que en este compartir exista una línea de acción común para todos los géneros, incluyendo al masculino, pues todos ellos tienen que tomar conciencia de esta situación presente, y participar en la lucha común por la justicia en los modos de trabajo contemporáneos.