#Cero: introducción
La crisis de las subprime estadounidense, que derivó en una crisis financiera global de 2008, forjó una estrategia desorquestada de visibilización de narrativas arquitectónicas que emergían como potenciales soluciones frente a los efectos de la crisis.1 Estas arquitecturas de resistencia, que se fraguaron desde finales del siglo XX y que han contado con un gran impacto en España, han subvertido en muchos casos sus límites formales y legales en busca de nuevas respuestas. En gran medida, se trata de soluciones temporales desde donde desestabilizar y socavar la autoridad convencional de la arquitectura, superando los límites aceptados hasta el momento dentro de la profesión.2
A la luz de estas nuevas narrativas arquitectónicas de resistencia han resurgido viejos debates globales, como: ¿es la ilegalidad una forma de reinvención? ¿Cuáles son las formas de la resistencia contemporánea? ¿Son estas dinámicas de resistencia contemporánea repetición de experiencias de décadas anteriores o aportan hoy algún rasgo diferencial?
En este artículo se abordan dichas cuestiones, analizando un par de casos arquitectónicos que tratan de dar soluciones (simbólicas) a la mercantilización global de la vivienda, tomando como ejemplo la problemática española. Las estrategias arquitectónicas que se derivan de estas nuevas narrativas de resistencia se muestran en este artículo en relación con intervenciones subversivas de épocas anteriores, a fin de deducir por comparación la forma de aproximarse al proyecto en el momento actual en relación con épocas anteriores.
#Uno: interiores vacantes
España es el país de la Unión Europea que más ha incrementado la cantidad de viviendas en los últimos treinta años, al pasar de ser un país con una provisión reducida, a poseer 25.208.623 en 2011, momento de elaboración del último Censo de Población y Vivienda por el Instituto Nacional de Estadística. A fecha de 2011, y en relación con el censo anterior realizado en 2001, se había incrementado un 20,3?% el número total de viviendas y un 10,8?% el número total de viviendas vacías. Este fenómeno evidencia una realidad contradictoria que combina interiores vacantes a la espera de uso con un alto número de personas en la calle desahuciadas de sus viviendas por no poder afrontar sus hipotecas o el alquiler de su vivienda habitual. La jerga mediática ha identificado estos edificios vacíos bajo el oxímoron de activos tóxicos, que refleja cómo la terminología financiera se ha filtrado -a raíz de la crisis- en el lenguaje de los medios de comunicación de una manera intensa.3 Estos edificios vacíos son el resultado de haber considerado la vivienda en propiedad bienes de consumo y de especulación económica, lo que el Parlamento Europeo definió como un “cáncer de viviendas clónicas”,4 y las Naciones Unidas, como “especulación incontrolada”.5
En España, los fenómenos de ocupación de viviendas vacías han aumentado sustancialmente desde el inicio de la crisis, en 2008. A pesar de que no existen cifras oficiales, informes manejados por el sector financiero cuantifican en 85.000 las viviendas ocupadas en el territorio español. Las ocupaciones muestran un descontento contra unos gobiernos que han apoyado políticas urbanas expansionistas iniciadas después de la Guerra Civil Española, que favorecieron al gran tenedor de suelo. Políticas basadas en la generación ilimitada de plusvalías, en la especulación bursátil, en la concepción de la vivienda como un privilegio y no como un derecho y en un sistema de meritocracia social construido en torno a la vivienda.
El 2 de mayo de 1959, el diario español ABC abría su edición con el siguiente titular “No queremos una España de proletarios, sino de propietarios”. Y seguía: “El arrendamiento urbano puede ser una fórmula obligada a determinadas situaciones de tránsito o indigencia, y, como tal, una fórmula que ha de seguir practicando el Ministerio; pero la fórmula ideal, la cristiana, la revolucionaria desde el punto de vista de nuestra propia revolución, es la fórmula estable y armoniosa de la propiedad”.6 Las palabras del entonces ministro de Vivienda, José Luis Arrese, forjaban una nueva dicotomía que catalogaba a los españoles en dos bandos: los proletarios de moralidad dudosa y los propietarios de vida estable, legitimando así el imaginario de la especulación inmobiliaria.
En 2012, unas 40 familias de gitanos de Las Herrerías (Almería) ocuparon las 65 viviendas deshauciadas y pertenecientes al denominado banco malo (Sociedad de Gestión de Activos Procedentes de la Reestructuración Bancaria o Sareb) de la urbanización La Secuoya. En el mismo año, la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, liderada por la ahora alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ocupó un bloque de pisos en Salt (Gerona), con lo que se constituyó, tras la ocupación, la única mota de vida en una manzana de edificios vacíos en la zona. Cuando Sareb pidió el desalojo urgente de este inmueble, la juez le denegó la petición acusándola de “no haber llevado a cabo conducta alguna encaminada a la efectiva ocupación del inmueble, incumpliendo los deberes de conservación de los edificios”.7 Esta situación marcó un hito en la historia legal del país y animó a la Plataforma de Afectados por las Hipotecas a seguir trabajado para poder “legalizar” numerosas ocupaciones inicialmente ilegales.
#Dos: ilegalidad como único territorio liberado dentro de la metrópolis
Partimos del supuesto de que el modelo urbano contemporáneo tiende a concentrar geográficamente a los ciudadanos en función de su acceso al capital, según teorías de David Harvey.8 Desde este supuesto, y en línea con los preceptos de La producción del espacio, de Henri Lefebvre, especialmente en su capítulo sexto “De las contradicciones del espacio al espacio diferencial”, debemos reconocer que en cuanto aceptemos la simbiosis entre la arquitectura y las relaciones de poder existentes, reconoceremos sus posibilidades de subversión.
En 2008, Didier Fiuza Faustino sorprendió en la undécima Bienal de Arquitectura de Venecia9 con un manifiesto provocador en el que cuestionaba el territorio legítimo de la arquitectura, afirmando: “La ilegalidad como el único territorio liberado dentro de las metrópolis”. Lindando con territorios ilegales, Faustino propuso una manera de transformar la arquitectura basada en la exploración de los límites formales y mentales de su campo de práctica. Posteriormente, en 2016, la inclusión del pabellón de España Unfinished (fig. 1), en la Bienal de Venecia Reporting from the Front, comisariada por Alejandro Aravena, fue visto como un enfoque necesario. ¿Qué había pasado entre ambas intervenciones? A pesar de la imposibilidad de dar respuesta a dicha cuestión en este breve artículo, es preciso mencionar uno de los momentos que catalizaron dicho cambio: las revueltas de 2011 o el año en que para el filósofo Slavoj Zizek “soñamos peligrosamente”.10 En 2011 se sucedieron diferentes revueltas sociales como la Primavera Árabe, Occupy Wall Streeto el 15M. En el periodo 2008-2011 se había producido un auge de los movimientos sociales a escala planetaria, emergencia que supuso una intensificación de la colectivización y a las formas de trabajo contrahegemónicas, como respuesta a la intensificación de la crisis del capitalismo neoliberal. En el mismo momento, Erik Swyngedouw publicó Designing the Post-Political City and the Insurgent Polis, donde puso de manifiesto que la disidencia política necesita espacios para ello, espacios que la ciudad colonizada por políticas de gestión tecnocrática no facilita, y por el contrario tiende a erradicar.11 Este modo de resistencia política, que actúa sobre la ciudad, también lo reclamó David Harvey, para construir lo que él denomina espacios de esperanza.12 Harvey abogó por la necesidad de diseñar alternativas a las estructuras producidas por el capitalismo, con claras consecuencias materiales. Sugiere una utopía que integre en forma dialéctica tanto el proceso social como la forma espacial, y que despeje cualquier aspiración idealista, que se materializará en algunas narrativas de resistencia descritas a continuación.
#Tres: espacio basura
Los edificios deshauciados, o activos tóxicos, además de ser residuos financieros rechazados por el sistema especulativo bursátil, también pueden constituir un activo para la resistencia, entendida como aquella facción que desafía el marco institucional (ya sea legal, político o financiero), estipulado. Cuando se ocupa una vivienda, de alguna manera se subvierte, al reciclar los residuos del mercado inmobiliario y recuperar un potencial de habitabilidad, fuera de mercado (fig. 2).
Figura 2.
Ocupar una vivienda es un modo de subvertir su valor mercantil. De 2003 a 2011, Cristoph Coello filmó desde el interior las acciones de miles de viviendas ocupadas en Barcelona y lanzó el documental Squat la ciudad es nuestra, que resume con la siguiente acción simbólica: “Un pestillo cede, una puerta se abre, resuenan gritos de alegría: una vivienda condenada queda habitada”. La imagen es propia, sobre un fotograma del cortometraje.
En La historia de la sexualidad, volumen I: La voluntad de saber (primera edición de 1977), de Michael Foucault, emerge el contemporáneo interés por el término biopolítica. Con dicho término, Foucault trataba de visibilizar una emergencia de poder vinculado a la vida. Sin embargo, esta concepción parecía desmarcarse de otros conceptos desarrollados previamente, centrados en las tecnologías del poder (véase Vigilar y castigar, 1975), lo que incentivó que posteriormente el concepto de biopolítica lo desarrollaran otros autores, entre ellos Antonio Negri y Michael Hardt. Para el desarrollo intelectual de Imperio, Negri se apoya en Deleuze, al explicar un cambio de la naturaleza de la dialéctica dentro/fuera del poder (biopoder), para poner en la vida misma el espacio capaz de desarrollar las resistencias necesarias para responder al entorno (biopolítica). Dirá que el espacio es biopolítico, y que su creación reproduce en sí el sistema de producción capitalista, al encerrar la potencia que alberga la resistencia de las multitudes. Es decir, para Negri el espacio es una vía de fuga que posibilita teorías de acción contrahegemónicas.13
Por otro lado, Rem Koolhaas, influenciado por Cedric Price y Michel Foucault, revindica la necesidad de resistencia en el contexto urbano como respuesta a la esquizofrenia del sistema capitalista actual. El análisis que Koolhaas hace del “espacio basura” en Junkspace, pone en duda algunas narrativas urbanísticas contemporánea. Para Koolhaas, el espacio basura muestra potencialmente los canales hegemónicos de construcción de lo cotidiano, constituye un espacio sin cualidades, creciente, residual, resto del capitalismo y antagónico a los tradicionalmente asociados con el trabajo del arquitecto. Por tanto, el espacio basura parece una aberración, pero es la esencia, lo principal, y en cierta manera biopolítico en términos de Negri, al albergar potencialmente tanto los canales hegemónicos como los canales de resistencia.
Las viviendas vacías, concebidas como “activos tóxicos” por el mercado inmobiliario, al igual que los espacios residuales, son los elementos sustentantes de la mercantilizada ciudad contemporánea, tal y como fotografiaron Xavier Rivas o Hans Haacke (fig. 3). Esto se debe a que los activos “no tóxicos”, es decir, activos financieros que generan plusvalías en el mercado, se revalorizan frente a la existencia de activos tóxicos, circunstancia que exige su existencia (para que un activo financiero aumente su valor, requiere tener poca competencia, es decir, que el resto de los activos sean tóxicos). Siguiendo el razonamiento desarrollado hasta el momento, en este artículo se apoya la idea de que los edificios de viviendas vacías representan el espacio basura postsubprime, en términos de Koolhaas, y materializan los restos del sistema de producción capitalista. La reinserción de estos espacios basura o activos tóxicos en las dinámicas urbanas de resistencia mediante estrategias de ocupación y apropiación constituye hoy una estrategia básica de subversión, al aprovechar el carácter biopolítico que aloja dicho espacio basura y, por tanto, constituyente de la economía especulativa inmobiliaria, como un espacio de resistencia. Esta estrategia de resistencia fagocita las teorías de Koolhaas, Negri y Hardt, a la vez que pone en evidencia la crisis del sistema capitalista global desde un posicionamiento pragmático, como veremos a continuación.
Figura 3.
Las condiciones de estandarización y seriación propias del mercado fueron recogidas por la obra de Hans Haacke, quien fotografió críticamente el abuso inmobiliario por parte del capital privado. La imagen presenta una de las obras del artista, en el Museo Reina Sofía, en 2012, dentro de su exposición Castillos en el aire que critica, entre otras cosas, la burbuja inmobiliaria en España. Imagen propia tomada durante la exposición.
#Cuatro: arquitecturas de resistencia
La ocupación de viviendas bloqueadas financieramente (y vacantes) constituye una acción subversiva que cubre una necesidad básica. Sin embargo, esta no ha sido la única forma de abordar el problema de la especulación inmobiliaria desde los límites de lo legal. En el cambio de siglo empezaron a emerger, desde el colectivo de arquitectos y artistas, otras formas de resistencia frente a la mercantilización de la vivienda y otras narrativas de apropiación del espacio basura que constituyen los espacios urbanos residuales, basadas esta vez en tácticas de parasitismo, motivadas igualmente por la dificultad de acceder mediante procedimientos legítimos a una vivienda. El parasitismo se describe como una relación en la cual un parásito temporal o permanentemente aprovecha la energía de una madre. Ilustraremos este fenómeno con dos casos.
El primer caso se ubica en España. En 2002, el arquitecto español Santiago Cirujeda y su colectivo Recetas Urbanas, en su proyecto Vivienda 001: propiedad horizontal derivada en vertical, propuso esquivar la normativa conectando mediante conductos de instalaciones espacios pertenecientes a distintas viviendas en un mismo bloque de pisos. El objetivo de Cirujeda era doble: por un lado, explorar las posibilidades de subversión de los límites de lo legal y, por tanto, de lo económico; por otro, construir una configuración espacial habitable ubicada en un espacio residual o espacio basura, que recorriera de manera invisible el cuerpo del edificio afectado. La estructura doméstica generada, con forma de conductos de instalaciones para pasar desapercibida, se convertía así en algo cambiante y progresivo; a veces dentro de la legalidad y otras fuera, reflejo de la evolución a las relaciones personales entre los diferentes vecinos (fig. 4).
Figura 4.
Vivienda 001: propiedad horizontal derivada en vertical (Sevilla, 2001), de Santiago Cirujeda. Imagen cedida por el autor.
Así como Cirujeda amplía temporalmente los límites de la propiedad privada, el artista norteamericano Michael Rakowitz, en Nueva York, extiende los límites de la habitabilidad subvirtiendo igualmente los límites de la propiedad (en este caso de la propiedad pública). Rakowitz incide en su proyecto paraSITE (1997) sobre los límites invisibles del confort, habitualmente confinados al edificio, ampliándolo gracias a una estructura flexible al espacio público (fig. 5). Su propuesta se basa en una serie de refugios inflables que se conectan a las salidas de ventilación de los edificios, con el objetivo de crear un espacio cálido y seco para sus habitantes en el espacio público. Este albergue temporal y transportable para las personas sin hogar depende de la vía de conexión de las salidas de calefacción, ventilación o aire acondicionado de un edificio por su forma y fuente de calor. Huelga decir que ninguno de los ejemplos expuestos se plantea como una solución a largo plazo, sino como una forma de protesta que debe ser temporal, al igual que los problemas que suscitan dichas intervenciones.
#Cinco: referentes
Es curioso ver cómo diez años después de Homeless Vehicle, de Krzysztof Wodiczko, Rakowitz afronta la problemática de los sin techo en Nueva York bajo un enfoque totalmente diferente. Mientras que Wodiczko planteaba con su “carrito” la movilidad (es decir, la huida) como estrategia de supervivencia, Rakowitz interviene ampliando los límites del confort en la ciudad existente, ya que la ciudad que nos rodea, aunque no sea ideal, sí que es real. Por otra parte, al analizar la intervención de Rakowitz no podemos dejar de referirnos formalmente a Suitaloon, de Michael Webb (1968). La “casa móvil” de Webb desdibujó las fronteras entre la ropa y la construcción. Suitaloon era un envoltorio inflable para una o dos personas con el que fácilmente podías desplazarte, con el objetivo de fomentar la movilidad física de su propietario.
Las narrativas contemporáneas de resistencia, o de resignificación del espacio, se aproximan en lo formal, pero difieren conceptualmente de prácticas de décadas anteriores que entendían lo urbano como un entorno disciplinario y trataban de irrumpir en él huyendo o construyendo artefactos alternativos al margen de lo real.14 Hoy en día, la ocupación de viviendas vacantes tras la crisis de las subprime, vista en el punto dos, o la ampliación de los límites de la propiedad privada con artefactos arquitectónicos, la protagonizan ciudadanos que un día creyeron en un sistema hipotecario. Sin embargo, la ocupación de viviendas era protagonizada en los años setenta por el movimiento okupa, que se consolidó como un movimiento de protesta periférico y anárquico asociado a la cultura punk que revindicaban la abolición de la propiedad privada.
#Seis: desplazamientos
Parece que se ha producido un desplazamiento en las narrativas de resistencia contemporáneas en relación con aquellas utilizadas en la década de los setenta. Muchas de las respuestas que se dieron en décadas anteriores eran posibles escenarios de liberación que pertenecían al ámbito de la movilidad, vinculadas al diseño industrial de artefactos móviles e itinerantes, como Homeless Vehicle o Suitaloon,15 aunque también hubiera algunos escenarios estáticos, por ejemplo, Christiania, en Copenhague. Las visiones tecnológicas combinadas con el idealismo y el arte pop y punk de los años setenta se materializaron en fantasías nómadas y utópicas, tras la idea de que la arquitectura móvil podría liberar al habitante de la rigidez y monotonía de la ciudad moderna. A día de hoy, la movilidad se centra en cuestiones inmateriales, como los derechos ciudadanos, las barreras del confort, los privilegios que brinda la propiedad privada o las barreras económicas, siguiendo una percepción biopolítica del espacio. Esta movilidad inmaterial impulsada por la ampliación de los límites del individuo negocia con las formas urbanas existentes, inspirándose formalmente en referentes artísticos y arquitectónicos de décadas anteriores; pero esta vez incidiendo en la ciudad construida, al reescribir los límites visibles e invisibles del espacio habitable bajo una actitud pragmática.16
Hoy, los arquitectos que trabajan cuestiones de economía o política social en ámbitos cedidos en ciudades españolas, como el equipo Campo de la Cebada, en Madrid, o Arquitecturas Colectivas El Solar Corona, en Valencia (fig. 6), no se enfrentan a ellas como expertos en economía o política, sino como expertos del diseño y uso del espacio desde la arquitectura, adquiriendo en su práctica una responsabilidad ética. Ante esta situación nos cuestionamos: y ¿si la praxis es hoy mucho más subversiva que cualquier tipo de crítica teórica?, ¿y si en nuestro mundo actual, en el cual el compromiso es percibido como algo fuera de tiempo al observarse cierto desencanto entre los jóvenes con el sistema urbanístico consolidado, es precisamente el compromiso con la ciudad existente y sus habitantes la verdadera subversión?
#Siete: resistir de manera pragmática
Con base en cuestionamientos propios del cambio de siglo, en 2000 se celebró un simposio en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York bajo el título Things in the Making: Contemporany Architecture and the Pragmatist Imagination,en el que participaron Rem Koolhaas, el neopragmático Richard Rorty y Saskia Sassen. En este se trabajó una teoría de la acción en la que el sujeto y el objeto se construyen mutuamente. Una teoría práctica antiteórica que se mantuviera escéptica a los absolutos de la modernidad.
Si algo tienen en común las líneas que se aglutinan bajo el denominado pragmatismo es que no constituyen un movimiento coordinado con una doctrina cerrada y sistemática, tal y como puso de relevancia en 2001 el libro editado por Jacobo Muñoz, Luis Arenas y Ángeles J. Perona, El retorno del pragmatismo.17 El nexo en común es un estilo de pensamiento con manifestaciones no solo diferentes, sino incluso en ocasiones opuestas. El pragmatismo norteamericano clásico nunca pretendió ser una mera doctrina o escuela de pensamiento, sino una serie de líneas que compartían algunas ideas: 1) una concepción no dicotómica de la experiencia, 2) la vinculación entre conocimiento y acción, 3) la defensa del carácter público del conocimiento y 4) el rechazo a la concepción clásica de la verdad. El pragmatismo antepone la eficacia de una idea para lidiar con un problema, sobre la validez o no de la idea.18
Publicaciones recientes (como las aquí referenciadas: Swyngedouw, Saunders, Speak, Rajchman o Martin) apuntan a un nuevo espíritu arquitectónico de compromiso cultural y político con la sociedad contemporánea, que llega tras las secuelas de impulso utópico tanto del modernismo como del impulso distópico de los movimientos artísticos y arquitectónicos de los años setenta, y tras el juego individual de la posmodernidad.19 Esta manera de entender la complejidad, inherente a la contemporaneidad, está relacionada con una visión que viene estructurada por la imposibilidad de predecir y programar el futuro, por cuanto vivimos en un entorno de incertidumbre constante a través del tiempo.
A este respecto, el arquitecto y escritor Michael Speaks,20 en el cambio de siglo, publicó una serie de artículos en los cuales expuso su visión sobre la situación de la arquitectura en Estados Unidos. Afirma Speaks que ya no hay una sola verdad, sino que hay diferentes “pequeñas verdades” que aparecen y desaparecen. Adicionalmente, John Rajchman, en su artículo “A New Pragmatism”21 otorga existencia no a lo terminado, sino a las cosas en su devenir, priorizando la noción de things in the making, de William James. Esta afirmación vendría a ser como una proclama a favor de la importancia de los procesos, la temporalidad y la disolución, frente a la condición propia de producto finito y acabado, que para Rajchman será el principio de otro nuevo proceso. En una línea similar, en 2005 Reinhold Martin expuso las bases de un “realismo utópico contemporáneo”, que se distancia del “todo vale” en el que se había querido encasillar a la poscrítica. En su artículo “Critical of What? Toward an Utopian Realism”,22 frente al concepto de poscrítica y las connotaciones de relajación o aceptación que lleva consigo este término, aboga por un “realismo utópico”, que será utópico no porque persiga sueños imposibles, sino porque reconoce la realidad en sí como generadora de utopías que están en cualquier hecho y lugar. El realismo utópico se trata, por tanto, para Martin, de una práctica que “critica a la vez que práctica”, que no responde a una forma determinada, que viola los códigos disciplinarios, incluso si su propia violación asegura la continuidad de dichos códigos.23
Además de Speaks, Rajchman y Martin, otros autores se suman a esta línea de pensar y de obrar, aunque cuentan de menor influencia en los contextos latinos europeos como España, Francia o Italia. En concreto en España, el pragmatismo ha permeado, sin que necesariamente sus activadores sean conscientes, las prácticas ciudadanas de supervivencia y resistencia recientes.24 Estas prácticas se han mantenido al margen de las revistas especializadas e instituciones, hasta que la crisis obligó a darles cabida mediática a partir de 2008, especialmente tras 2011, con iniciativas como Esto no es un solar (Zaragoza) o revistas españolas como Re-Visiones o Arte, Individuo y Sociedad, que comenzaban a reflejar este momento. Además, a partir de 2011 se manifestó un cambio de programación del MoMA, que pasó de exposiciones como The Unprivate House(1999) a Foreclosed: MoMA takes the Suburbia(2011-2012), o Small Scale Big Chance: New Architectures of Social Engagement(2011), en las que se mostraban proyectos que aportaban enfoques innovadores ante la necesidad de frenar la especulación inmobiliaria con una arquitectura considerada de crisis, y marginada en relación al patrón cultural predominante.
#Ocho: de la evasión al compromiso
Concluimos este breve artículo apuntando que mientras en la década de los setenta los arquitectos radicales y distópicos concibieron la resistencia como un referente utópico y totalitario al que tender, como manifestó Utopía or Oblivion (1969), las narrativas arquitectónicas de resistencia contemporáneas, a pesar de las similitudes formales con las prácticas de resistencia de los años setenta, se acercan más al pensamiento de Speaks, Rajchman o Martin, quienes conciben la utopía como propósito práctico de cambio y adaptación, al tiempo que entienden el espacio basura como el espacio biopolítico que posibilita la resistencia. Es ahora cuando las estrategias de resistencia se configuran como líneas de acción y adaptación que emergen del poder de la vida, como la ocupación y la reinvención de los espacios basura, y no como estrategias de evasión. Hoy se observa una tendencia a la acción, el ensayo, en lugar de diseñar ciudades utópicas como hicieron algunos autores de las segundas vanguardias, como Constant Nieuwenhuys o Archigram. Por ello, en la narrativa de resistencia contemporánea se identifica una aproximación pragmática al proceso arquitectónico, sin dejar de buscar los espacios (mentales y geográficos) de resistencia. Una resistencia vinculada a la redescripción de la realidad y no al proyecto de ciudades ideales, habida cuenta del momento que nos ha tocado vivir.


