Rethinking the city. Towards urban acupuncture


Bogotá has grown at a dizzying speed over the past twenty years, so there has been a need to build new housing, mainly in informal urban settlements outside the city center in areas that have not been planned. In contrast to this dynamic, there have been some urban re-densification processes in the center, which has helped to make up for the lack of housing and recovered traditional neighborhoods. This article seeks to elucidate the difference between these two dynamics and reinforce Jaime Lerner’s approach of improving a city at specific points, which he called urban acupuncture.


Abstract

En los últimos veinte años, Bogotá ha crecido de manera vertiginosa por la necesidad de crear nuevas viviendas, mayoritariamente ubicadas en ciudadelas apartadas del centro de la ciudad, en un escenario regional sin planificar. De manera contrapuesta a esta dinámica se han dado algunos procesos de redensificación urbana del centro, que han ayudado a suplir la falta de unidades habitacionales, pero además han rehabilitado barrios tradicionales. Este artículo busca dilucidar la diferencia entre estas dos dinámicas, reforzando el planteamiento de Jaime Lerner, de actuar en puntos concretos para mejorar una ciudad, y a lo que ha denominado acupuntura urbana.


En los últimos veinte años, Bogotá ha crecido de manera constante, impulsada por el aumento de la población. Ello se ha visto reflejado en la consolidación de una franja perimetral, al occidente y en dirección norte-sur, donde se localizan todos los barrios nuevos, y en la extensión de la ciudad hacia el sur y el suroccidente con nuevos espacios residenciales ubicados en el área metropolitana, principalmente en el municipio de Soacha, donde se articula una “edificabilidad fragmentada y dispersa”1 con elementos dotacionales y administrativos que suplen las necesidades básicas. Pero valdría la pena preguntarse, ¿realmente construimos la ciudad que queremos?

Diversos arquitectos, geógrafos y urbanistas en el mundo se preguntan cuál es la ciudad donde vivimos y cuál es la ciudad que queremos para el futuro. Dicha discusión busca replantear el modo actual en la que crecen las ciudades, que está marcada por la formación de nuevos asentamientos sobre terrenos baldíos (en ciudades que aún pueden extenderse) o bajo el modelo de renovación urbana, donde se derriban los edificios existentes para el desarrollo de nuevos conjuntos sobre la idea de una tabula rasa. Colombia, no siendo ajena a esta discusión, carece de medidas específicas y de un plan de intervención en las ciudades que encamine nuestras acciones hacia un rumbo concreto, más si se tiene en cuenta la carencia de unidades habitacionales en todo el territorio nacional.

La experiencia del crecimiento de Bogotá en las dos últimas décadas nos deja ver que se han construido gran cantidad de unidades en las cuales la función ha prevalecido sobre la forma, es decir, donde ha primado ubicar de manera rápida viviendas con soluciones estandarizadas, en conjuntos cerrados alejados del centro de la ciudad, que potenciar y mejorar sectores consolidados mediante proyectos puntuales que permitan tanto la exploración de la vivienda como la creación de la calle y el espacio público que la complementan.

Este artículo busca abrir un debate frente al modelo de proyecto que se ha utilizado en los últimos años para construir unidades en la ciudad, analizando dos tipos de propuestas opuestas. Si bien esta es una discusión en la que deberían intervenir varios actores, puesto que depende tanto de la política como del capital financiero y de las recomendaciones dadas por expertos en urbanismo, se plantea una observación desde el proyecto arquitectónico, como eslabón primigenio de la cadena, encargado de construir entornos de la ciudad, es decir, edificios y su espacio público más próximo.

El punto de atención se ha fijado en proyectos de vivienda de interés social, que marcan unas pautas específicas en cuanto a la cantidad de viviendas, por el tipo de lotes en que se desarrollan y por el valor que representa su ejecución ante la ciudadanía y la administración pública, es decir, por su envergadura en el ámbito urbano.2 Se analizan propuestas divergentes que podrán definirse como modelos de ciudad abiertos y cerrados, siguiendo la terminología utilizada por Richard Sennett. Rápidamente podemos decir que, para este sociólogo, las ciudades necesitan una reparación constante que puede darse a partir de proyectos que no prevén modificaciones en el tiempo, o a partir de proyectos que plantean unas ideas iniciales, pero que solo el tiempo termina de configurar. A los primeros los considera de carácter cerrado, y a los segundos, de carácter abierto.3

La primera de las propuestas corresponde a proyectos de vivienda de gran envergadura que se organizan en ciudadelas alejadas del centro de la ciudad, ubicadas en un perímetro aún por urbanizar, en las cuales el interés se ha puesto en resolver el interior de la vivienda, en dotarla de espacios con mayores calidades habitables, pero donde la calle y el espacio público han pasado de lado y se han configurado como simples infraestructuras de servicios. Un fenómeno que, por cierto, no es propio de la ciudad de Bogotá, sino que se ha reproducido, como si fuera un modelo, en diferentes ciudades del país. Por citar algún caso veremos lo sucedido en Manizales, donde han aparecido proyectos de vivienda alejados del centro, que promocionan como característica principal la posibilidad de contar con la avenida central más ancha de la ciudad.

En contraposición a ellos, se analizan desde otra perspectiva dos proyectos de vivienda social. Primero, porque se insertan dentro de la ciudad, en zonas consolidadas en las cuales se dinamiza el entorno a partir de la arquitectura, y segundo, porque la propuesta de vivienda va de la mano con el espacio público creado. Si bien estos proyectos son de menor envergadura —en comparación con las ciudadelas que hemos mencionado— hacen parte de un grupo de acciones que podemos denominar de acupuntura urbana.4 Estas son propuestas que se nutren del entorno, de las enseñanzas de la ciudad autoconstruida, en cuanto a temas de calidad espacial en el espacio público, y que complementan la ciudad con la propuesta interior de las viviendas. Tomando prestadas las palabras de Luis Fernando González Escobar:

[…] en este estudio, interesa todo diseño, proyecto o intervención que sirve para darle sentido y soporte a la cultura urbana, en los que se rescata el espacio público, esto es, donde se puede ejercer la democracia y la ciudadanía; en los que se definen y recrean los espacios para el encuentro, la socialización y el disfrute colectivo, que no están pensados únicamente para el tránsito o el flujo interesante. Se trata, entonces, de una arquitectura urbana determinante para la ciudad.5

La ciudad se extiende fuera de sus límites

La dinámica urbanizadora de Bogotá y de gran parte del resto del país se ha visto marcada por la construcción de vivienda social, dividida en términos económicos como viviendas de interés social (VIS) y viviendas de interés prioritario (VIP). Su aparición responde a la necesidad de suplir el déficit habitacional, a partir de la exigencia de que por cada licencia de obra que se otorga para la construcción de nuevos desarrollos o proyectos de renovación urbana, el promotor debe ceder un porcentaje del suelo a la construcción de VIS, bien sea en el mismo lugar del proyecto inicial o en algún otro punto de la ciudad. De esta manera, se garantiza la construcción de unidades para la población más vulnerable.6 Aun cuando se entiende esta disposición como una directriz para construir unidades de vivienda a los más necesitados, la forma responde más a la demanda del capital financiero y sus ansias de especulación, que a la real formación de un tramo de ciudad. Por tal situación, los proyectos arquitectónicos se basan en la repetición de un patrón tipológico rentable y poco imaginativo sobre la base del terreno, a partir de edificios de base rectangular, con retranqueos en la fachada, que permiten ubicar entre cuatro y ocho viviendas por planta, y donde los espacios habitables están orientados hacia la fachada y hacia los patios interiores (en caso de existir); pero sin ningún aporte en términos de construcción de la calle, la manzana, del barrio o de la ciudad.

Este es el caso del proyecto de vivienda Ciudad Verde, una ciudadela que se desarrolla en la periferia de la capital colombiana, en Soacha, sobre 328 hectáreas de suelo, en la que se busca albergar a 49.500 familias en “una pequeña ciudad dentro de la ciudad”.7 La planta general determina la ubicación de los parques infantiles, los colegios y guarderías, los centros comerciales y las áreas destinadas a la vivienda, siendo evidente la importancia que se ha dado a la urbanización y especialización del proyecto por zonas, previo a la llegada de los habitantes. Si bien en la construcción de la ciudadela participan nueve constructoras que se encargan del desarrollo de las viviendas y los equipamientos urbanos, la tipología edificatoria en todos los casos es de bloques multifamiliares, de hasta seis plantas de altura, con viviendas de entre 50 m2 y 65 m2. Cada planta construida agrupa al menos cuatro viviendas que se repiten en las diferentes alturas y se organizan en diez bloques en cada urbanización. En el interior de las viviendas hay pocas variaciones entre uno y otro conjunto residencial. Solamente son diferentes aquellas que tienen tres habitaciones en lugar de dos, y dos baños en vez de uno, que es la situación más recurrente. Estas viviendas se entregan a los habitantes sin acabados interiores, por lo que la finalización del interior marca la diferencia entre unas y otras.

En esta propuesta urbana es innegable que se han mejorado las condiciones de habitabilidad de los espacios interiores, pero se ha perdido la vida de la calle, porque no existen elementos que den calidad de vida, con interacciones y actividades que propicien el encuentro, por ejemplo, al no existir el comercio en las plantas bajas, invalidándose la calle como recorrido, como paseo, característica frecuente en los barrios autoconstruidos de la ciudad, por ejemplo Patio Bonito8 (figs. 1 y 2).

Figura 1.

Esquema de crecimiento de la vivienda popular y el cambio en el perfil de la calle. El caso de Patio Bonito. Fuente: Juliana Arboleda Kogson, 2016.

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Figura 2.

Calle en la vivienda popular. El caso de Patio Bonito. Fuente: Juliana Arboleda Kogson, 2016.

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A esto se suma que la dimensión de la calle y el espacio público está pensada a favor del automóvil siendo de hasta 50 m el espacio libre entre conjuntos de bloques de edificios, si se suman los antejardines, las aceras y las vías de circulación. La monumentalidad creada en el espacio público se contradice rápidamente cuando se observan las rejas metálicas que confinan cada conjunto urbano (fig. 3). Este fenómeno, que no solo es visible en Bogotá, ha sido explicado por Richard Sennett al comentar que “al planificar un distrito, los urbanistas situarán la escuela y las viviendas en el centro en vez de en su periferia, donde la gente podría entrar en contacto con extraños. Cada vez más, se vende a los compradores una comunidad planificada con verjas, puertas y guardias como si esa fuera la imagen de la buena vida”. 9 Al final, la calle se convierte en un lugar de nadie, puesto que las actividades colectivas se desarrollan en unas zonas delimitadas dentro de cada conjunto, en medio de las circulaciones de los automoviles y los aparcamientos al aire libre. Un proyecto de vivienda que podría definirse como “ciudad-dormitorio”, más cercano a las ideas del Plan Voisin de Le Corbusier (1925) o de los principios de la Carta de Atenas (1933) que han sido reevaluados, incluso por el mismo Le Corbusier en su edad más adulta, en el urbanismo y la regla de las siete vías (1948).10

Figura 3.

Fotografía tomada de la cartilla gratuita de la urbanización Ciudad Verde, Soacha, Colombia. Fuente: Juliana Arboleda Kogson, 2016.

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Un conjunto urbano de características similares inició su construcción en la ciudad de Manizales. Se trata de la ciudadela Tierraviva,11 un proyecto de vivienda situado en las afueras de la ciudad, al costado de una reserva forestal, en el que se proyectaron 2200 unidades, distribuidas en dos conjuntos residenciales independientes. El punto de cohesión entre cada conjunto residencial es el espacio público, la calle, que en este caso es una avenida de 45 m de ancho y que contiene carriles para bicicletas, senderos peatonales, calzadas y espacios comerciales a lado y lado de esta (fig. 4). En este proyecto se ha puesto el énfasis en la creación de un espacio público y unos equipamientos de calidad, divididos en once zonas: sendero peatonal y zona de mascotas, zona de barbacoas y fogatas, pista de triciclos y juegos para niños, plazoleta de eventos, gimnasio y zona social, mesas deportivas, casa de muñecas, cancha múltiple y gimnasio exterior, piscinas, sala de estudio y zonas de parqueadero, estas últimas todas al aire libre.12 La especialización del espacio público es tal que casi no permite lo eventual y ordinario, entendiendo como ordinario todo lo que se desarrolla habitualmente.13

Figura 4.

Imagen comercial de la ciudadela Tierraviva. Fuente: Constructora CFC.

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La diferencia más importante entre la ciudadela Tierraviva de Manizales y la de Ciudad Verde en Soacha radica en que en la primera los conjuntos residenciales no están encerrados mediante una reja metálica, sino que se funden con la calle y el espacio público. Hecho que, a la vista de lo que sucede en Ciudad Verde, es de agradecer. Además, en Tierraviva la calle contiene más usos y elementos, lo cual permite mayores espacios de sociabilidad. Sin embargo, esta gran avenida, que como antes habíamos comentado es de 45 m de ancho, es desproporcionada si se tiene en cuenta que la avenida principal de Manizales —la avenida Santander— tiene solamente 20 m de ancho.14

Sin ánimo de buscar una única respuesta, los dos casos anteriores se han traído a escena para cuestionarnos acerca de la necesidad de crear calles anchas dentro de los conjuntos de vivienda. ¿Son estas grandes avenidas tan necesarias? (fig. 5). La experiencia de la ciudad y su sedimentación15 nos muestra que cuanto mejor está diseñada la calle en relación con el peatón, es más probable su éxito. Puede ser que para los automóviles las calles estrechas no sean la mejor opción, pero estos siempre pueden buscar alternativas a su recorrido. En 1967, Alison Smithson decía que “la calle no solo significa acceso, sino que también es un lugar para expresarse socialmente. En estas calles es donde encontramos la relación casa-calle”.16 La calle, pues, debe ser pensada y diseñada sin ser vista únicamente como infraestructura de transporte, teniendo cuidado en no especializarla completamente, sino en dejarle cierta mixtura, permitirle ser “abierta”.17 Es ella un proyecto en sí misma.

Figura 5.

Sección de la calle en Ciudad Verde. Fuente: Juliana Arboleda Kogson, 2018.

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Acupuntura urbana

Por suerte, algunos proyectos de vivienda construidos en Bogotá en los últimos años se alejan formal y conceptualmente de los que hemos visto hasta ahora. Devuelven la confianza en el diseño de la vivienda social, ya que se realizan con calidad interior y con un especial cuidado en el espacio público, en la calle y en el barrio en que se insertan. Dos proyectos hacen parte de esta nueva manera de ver la vivienda de social. El primero es Pasajes,18 ejecutado entre 2014 y 2018 en el barrio de Las Cruces (que en realidad son tres proyectos independientes), y el segundo es la Plaza de La Hoja,19 un complejo urbano construido mediante concurso público y ejecutado entre 2013 y 2015, en la carrera 32 n.º 19A-20 (Av. Norte-Quito-Sur).

Pasajes busca generar un tipo de vivienda que se “adapte de forma sutil a la tipología del barrio, pero que a su vez genere nuevas espacialidades al interior de las manzanas”.20 Su principal valor radica en la manera como han conectado los espacios interiores de la vivienda con el espacio público. Detalles como la formación de patios interiores que conectan los diferentes bloques de vivienda, al igual que el planteamiento de espacios intermedios que, a modo de porches, amplían de manera virtual el andén estrecho que caracteriza el barrio, son elementos que llaman la atención a quien observa por primera vez el proyecto (fig. 6). Son tres los pasajes residenciales: el Pasaje Las Cruces, el Pasaje Trofeos y el Pasaje La Garza, los cuales se levantan en lotes independientes, pero bastante próximos unos entre otros, todos sobre la carrera 7.ª en el barrio de Las Cruces.

Figura 6.

Espacio de transición entre la calle y el pasaje Trofeos. Taller de (S). Santiago Pradilla y Sebastián Serna. Fuente: Enrique Guzmán.

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Pero antes de hablar del proyecto, es necesario entender el contexto en el que se emplaza. Las Cruces es un barrio tradicional del centro de Bogotá que durante muchos años ha padecido problemas de inseguridad, pobreza y deterioro. Es decir, las viviendas tradicionales de una altura, poco a poco se han estropeado, se han derribado y, muchas veces, se han remplazado por otro tipo de edificaciones y usos; en otras ocasiones, se han dejado los lotes vacíos dentro del territorio consolidado. Si bien el barrio ha sido objeto de múltiples miradas y planes por parte de la Administración Pública, podríamos decir que es hasta la aparición en 2015 del Plan de Revitalización del Centro Tradicional de Bogotá21 cuando se materializan acciones para la adecuación de los elementos patrimoniales, la renovación del parque principal y los espacios públicos y la consolidación del tejido urbano a partir del mejoramiento estructural de las fachadas existentes y de la creación de nuevos proyectos de vivienda.

Tal y como puede observarse al recorrer el tramo de la carrera 7.ª donde se emplazan los pasajes, en ellos se ha tenido especial cuidado en mantener la altura de la primera crujía de los proyectos con la altura de las edificaciones existentes, y a partir de la segunda crujía aparecen los bloques de edificios, que en ningún caso superan los tres pisos de altura a nivel de la calle (fig. 7). Por lo tanto, la experiencia peatonal es agradable, por cuanto se tiene una buena relación entre el peatón y el nuevo edificio. Al ingresar a los pasajes, la sucesión de espacios público-privados conecta los diferentes bloques de vivienda, lo que permite además el recorrido continuo. La calle interior creada tiene variaciones en cada uno de ellos (fig. 8). En el Pasaje de Las Cruces, el corredor principal conecta la calle urbana con un patio interior sinuoso situado al final del lote y que representa el núcleo central de esta etapa; en el Pasaje Trofeos, la calle interior pasa de manera tangente a tres patios interiores rectangulares que sirven para iluminar y ventilar todas las viviendas y, a su vez, conecta con las puertas de acceso a los bloques, y en el Pasaje La Garza se conectan los espacios por una circulación que bordea las edificaciones y que se dilata y se contrae alternadamente.

Figura 7.

Fotografía de la carrera 7.ª en el barrio Las Cruces. Pasaje Trofeos y Pasaje Las Cruces. Taller de (S). Santiago Pradilla y Sebastián Serna. Fuente: Enrique Guzmán.

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Figura 8.

Calle interior en el Pasaje Trofeos. Taller de (S). Santiago Pradilla y Sebastián Serna. Fuente: Enrique Guzmán.

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En total se edificaron 82 unidades habitacionales, en tres etapas de construcción (una por cada pasaje), con apartamentos que van de los 18 a los 45 m2, además de 7 locales comerciales. Se plantearon viviendas de una y dos habitaciones que varían formalmente dependiendo del bloque y el pasaje en que se encuentren. Lo novedoso de la propuesta es que se generan diferentes tipologías edificatorias donde no prima la repetición formal de una planta, sino que la ubicación de los bloques y el planteamiento del espacio público condicionan el interior, que a su vez están muy conectados con el exterior. A esto se suma la no especialización del proyecto, al construir tanto vivienda como locales comerciales que revitalizan el entorno.

El segundo proyecto de vivienda es la Plaza de La Hoja,22 adjudicado mediante concurso público, en el que se pedía responder a la construcción de VIP dentro de un proyecto urbano integral, que hiciera además la plaza como espacio público para la ciudad, un centro comunitario, un centro de emprendimiento, oficinas y parqueaderos (fig. 9). El proyecto se compone de 496 viviendas que se distribuyen entre los cinco bloques de mayor altura y los seis bloques corridos que unen los cinco primeros y que conforman un espacio interior directamente relacionado con la plaza principal, gracias a la permeabilidad de la planta baja.

Figura 9.

Fotografía de la Plaza de La Hoja. Fuente: Jairo Ovalle Garay.

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La unidad de vivienda es la misma para todos los casos (50 m2) y se organiza en dos crujías: una que contiene todas las habitaciones y otra, de menor dimensión, que recoge los espacios de servicio de la vivienda. A pesar de ser una única tipología edificatoria, el diseño ha tenido en cuenta la flexibilidad del uso, permitiendo ampliar o dividir fácilmente las habitaciones. Incluso puede llegar a destinarse una de ellas como un espacio productivo. De esta manera, se garantiza que el espacio interior sea variable y que esta variación no dependa de la dimensión de las habitaciones, sino del uso que se dé a ellas (fig. 10). El proyecto además concebía un espacio público abierto, en el que tanto los moradores como el resto de los ciudadanos pudieran estar.

Figura 10.

Redibujo de la planta tipo de la propuesta ganadora del concurso de diseño de la Plaza de la Hoja. MGP Arquitectura y Urbanismo. Fuente: Juliana Arboleda Kogson, 2020 sobre planta original de Metrovivienda 2014.

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Sin embargo, en la ejecución del proyecto, se realizaron cambios que desvirtuaron la idea inicial de flexibilidad total de la vivienda, la cual se vio limitada por la aparición de un muro estructural divisorio entre una y otra habitación, y de un muro de yeso entre el segundo y el tercer espacio. Este último, si bien puede derribarse, condiciona el uso del espacio interior, ya que la mayoría de los pobladores no se atreven a hacerlo. De igual manera, el espacio público interior fue poco a poco cerrado con rejas metálicas, dejando solo la plaza al servicio de la ciudad (fig. 11).

Figura 11.

Detalle de la reja instalada entre la plaza y el espacio público interior en el proyecto de la Plaza de La Hoja. Fuente: Jairo Ovalle Garay.

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El valor de los proyectos Pasajes Residenciales y Plaza de La Hoja radica en tres cuestiones principales: primera, en su ubicación, al concebirse en vacíos urbanos disponibles dentro de la ciudad y que resuelven urbana y arquitectónicamente una zona concreta que afecta, de manera positiva, todo su entorno. Segunda, en la exploración formal de las unidades de vivienda, que se aleja de la distribución usada en la mayoría de los proyectos VIS, como los mencionados, ya que su planteamiento está directamente asociado con la calle y el espacio público circundante. Casa y calle concebidos como un único elemento. Finalmente, son propuestas que definen muy bien el tipo de intervención necesaria en la ciudad siguiendo la premisa de “no derribar nunca, no restar ni remplazar, sino añadir, transformar y utilizar siempre”.23

Repensar la ciudad

Actualmente se derriban los edificios, en vez de adaptarlos. Se construyen nuevas ciudadelas en el perímetro de la ciudad en lugar de redensificar barrios ya consolidados. Una teoría urbana que más que hacer grandes propuestas, niega todo tipo de exploración. Podríamos decir que este fenómeno se identifica con lo que Richard Sennett ha denominado como la ciudad frágil y que “representa una visión de la sociedad misma como sistema cerrado”.24 Un sistema que no admite el cambio y donde la exploración de soluciones se ha descartado. Una ciudad contrapuesta a lo planteado por Jane Jacobs y que ha retomado el mismo Sennett, quien defiende una ciudad abierta, que viene siendo una ciudad incompleta, transformable, permeable entre el interior y el exterior, es decir, una ciudad entendida como un proceso.

La forma en que nos enfrentamos al crecimiento de Bogotá, y del resto del país, es un tema que está por reevaluar. Las ciudades cada vez se extienden más sobre el territorio sin un rumbo definido (fig. 12). Un urbanismo sin criterio que en palabras de Ricky Burdet se ha explicado de la siguiente manera:

[…] gran parte del diseño urbanístico que se aplica alrededor del mundo sigue los principios del modelo tecnocrático de la Carta de Atenas. Es un modelo homogéneo, de talla única, que aporta soluciones simples a las presiones de crecimiento. Su aplicación ha dado lugar a una fragmentación funcional de los espacios urbanos en zonas industriales, deportivas, residenciales, de negocios, a menudo separadas por vías rápidas que, en vez de comunicar, separan. Hay un consenso emergente entre los urbanistas sobre la necesidad de revisar las soluciones formales que promueven la segregación y el aislamiento a favor de un urbanismo por agregación que facilite entornos más elásticos.25

Figura 12.

Crecimiento de Bogotá. Ubicación de ciudadelas y acupuntura urbana. Fuente: Juliana Arboleda Kogson, 2016.

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Ciudades alrededor del mundo como Londres, París o Nueva York han puesto en marcha una serie de ejercicios imaginativos, aplicados a zonas concretas, donde distintos proyectos individuales, con usos y formas diferentes, se sitúan en ubicaciones estratégicas para abordar la división social entre el centro y la periferia marginada. Todo con miras a mantener la ciudad como un organismo vivo, un organismo abierto al cambio, que se transforma y evoluciona gracias al trabajo colectivo y a la inserción de agujas curativas —como si se tratase de acupuntura— en muchas de sus partes.

El tema entonces es cómo repensar nuestras ciudades. ¿Qué partes se recomponen y cómo se hace? ¿Cómo se gestiona de manera consciente su crecimiento? ¿Será solamente un problema de gestión, de la estructura institucional? O ¿es la escala de las intervenciones y actores la que dificulta su gestión? Estas cuestiones no solo aquejan a una ciudad como Bogotá, ni mucho menos a las ciudades colombianas. En el mundo, el crecimiento de las ciudades trae consigo un dilema sobre el manejo de dicho problema, cómo enfrentarse a este desafío, sin olvidar otras cuestiones propias de nuestra época, como el enfrentamiento al cambio climático o el retorno de la mirada a las zonas rurales. Sin duda, no hay una única respuesta, sino que cada escenario deberá adoptar la herramienta que mejor se acomode a su situación social, política y financiera. Deberá sobre todo mantener la ciudad abierta, lo que “evitará cometer los pecados de la repetición y de forma estática; creará las condiciones materiales en las que la gente pueda enriquecer y profundizar su experiencia en la vida colectiva”.26 Una manera de lograr este enriquecimiento es volver a observar detenidamente la ciudad preexistente e intervenirla en puntos específicos, llenarla de acciones de acupuntura urbana, más que buscar la reforma integral de zonas completas. No se trata de borrar el paisaje actual. No es innovar, es consolidar. El arquitecto debería retomar el papel de decidir cómo crece la ciudad, sin que lo determine la norma. Es necesaria entonces una nueva apropiación de nuestras ciudades a partir de una arquitectura pensada por ella y para ella.

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Notes

[1.] Romero Novoa, "Transformación urbana de la ciudad de Bogotá", 101

[2.] Vale la pena resaltar que la discusión que aquí se plantea no nace de la investigación realizada para la construcción de este artículo, sino que responde a las preguntas planteadas en las discusiones previas y posteriores a la aparición de la tesis doctoral “Patio Bonito, un barrio sin proyecto”. Más información en: Arboleda Kogson, “Patio bonito: Un barrio sin proyecto”.

[3.] El tema se amplia y se explica de mejor forma en Sennett, Construir y habitar.

[4.] Teoría ecológica que plantea actuaciones rápidas y en puntos concretos para mejorar una ciudad. Más información en Lerner, Acupuntura urbana.

[5.] González Escobar, Ciudad y arquitectura urbana en Colombia.

[6.] Según se recoge a nivel nacional en Ministerio de Vivienda, Ciudad y Territorio, Decreto 0075/2013, y a nivel local en Alcaldía de Bogotá, Decreto Distrital 553 de 2018.

[7.] Este era uno de los eslóganes que aparecía en la cartilla editada por el Ministerio de Vivienda y la constructora Amarilo, y que servía para definir el alcance del proyecto: “Ciudad Verde son 49.500 Viviendas de Interés Prioritario (VIP) y Viviendas de Interés Social (VIS), 328 hectáreas y cerca de 200.000 habitantes. Una ciudad dentro de la ciudad”. Más información en Ministerio de Vivienda, Macroproyecto Ciudad Verde.

[8.] Arboleda Kogson, “Patio Bonito: Un barrio sin proyecto”.

[9.] Sennett, Carne y piedra, 23.

[10.] Monteys, Le Corbusier: Obras y proyectos, 28 y 157.

[11.] El proyecto inmobiliario Tierraviva Biociudadela, de CFC&A Construcciones, detuvo sus obras en 2018, debido a una demanda interpuesta por el colectivo Convergencia Ciudadana, pero dejó construida de manera parcial, la primera fase del proyecto.

[12.] Más información en: Constructora CFC & A, “Tierraviva biociudadela”.

[13.] Real Academia de la Lengua Española, “Ordinario”.

[14.] Datos tomados de Alcaldía de Manizales, Plan de Ordenamiento Territorial de Manizales 2017-2031.

[15.] Sedimentación tal y como lo explica el profesor Carlos Dias Coelho, como el efecto de los acontecimientos a través del tiempo en el tejido de la ciudad, pero no solo de los hechos urbanos, sino de las acciones de las personas en el conjunto general, acciones que confieren al tejido un carácter único. Más información en Dias Coelho, “Espaço público, cidade e equidade”, 1-14.

[16.] Smithson, Urban Structuring: Studies, 15.

[17.] Sennett, Construir y habitar.

[18.] Diseño y construcción: Taller de (S). Santiago Pradilla y Sebastián Serna.

[19.] Diseño: Pacheco Estudio de Arquitectura, Felipe González Pacheco y Álvaro Bohórquez.

[20.] Bienal Colombiana de Arquitectura, Primer Premio Hábitat Social, 212-217. Más información en Bienal Colombiana de Arquitectura, XXVI Bienal Colombiana de Arquitectura, 211-217.

[21.] Ezquiaga Domínguez, PRCT: Plan de Revitalización del Centro Tradicional.

[22.] El proyecto inicial puede consultarse en: Alcaldía Mayor de Bogotá, Metrovivienda: Plaza de La Hoja. Mientras que el proyecto construido, en Bienal Colombiana de Arquitectura, XXVI Bienal Colombiana de Arquitectura, 222-225.

[23.] Lacaton et al., Plus: La vivienda colectiva, 22.

[24.] Sennett, “La ciudad abierta”, 27.

[25.] Burdett, “Urbanismes flexibles”, 10. Traducción de los autores.

[26.] Sennett, Construir y habitar, 309.