La idea de hacer un número de la revista Dearq que explorara el panorama de la arquitectura colombiana desde fuera se presentó hace casi dos años, y dado que los autores se encontraban en sitios distantes, nos tomó algún tiempo prepararlo. Por ello, les agradecemos su paciencia y su amable colaboración. La idea surgió a partir de la atención que nuestra arquitectura ha recibido en los últimos años, debido a los desarrollos urbanos de Medellín, a los sistemas de transporte implementados en varias ciudades y a la serie de equipamientos públicos —parques, bibliotecas, colegios— que se han construido a lo largo del país y que han tenido un enorme impacto social.
Como profesores de arquitectura en universidades fuera de Latinoamérica, los editores de este número —Felipe Hernández, en la Universidad de Cambridge, Inglaterra, y Fernando Luiz Lara, en la Universidad de Texas, Austin, Estados Unidos— hemos organizado varios eventos para estudiar desde nuestras esferas académicas los recientes desarrollos que ocurren en nuestros países y, en general, en nuestro continente. Al mismo tiempo, dada nuestra participación en eventos locales en Brasil, Chile, Colombia, México, entre otros, nos hemos dado cuenta de que existen interpretaciones diferentes de nuestra arquitectura, y que lo que interesa a una audiencia extranjera de arquitectos y estudiantes de arquitectura es diferente a lo que resaltan los arquitectos locales. Por esta razón, invitamos una serie de arquitectos de diferentes generaciones, preparados en diferentes contextos académicos y residentes en varios países, para presentar a través de sus investigaciones y experiencias diversas visiones de la arquitectura en Colombia.
Una segunda motivación para la producción de este número es la opinión compartida por los dos coeditores: existe entre nuestros colegas latinoamericanos —en este caso en Colombia— una fijación académicamente improductiva alrededor de la arquitectura moderna de mediados del siglo XX. Este fue, por supuesto, un periodo de gran producción arquitectónica en toda Latinoamérica que dejó edificios muy importantes y que sentó las bases de lo que es la arquitectura hoy: su educación, su práctica (incluyendo los marcos legales que rigen su práctica) y la crítica misma de la producción arquitectónica. Ese legado tiene un valor incuestionable que amerita su estudio continuo. Sin embargo, el análisis de esta obra requiere también su crítica, entendida no como la destrucción de su valor e influencia, sino como el estudio riguroso y profundo de las condiciones que produjo —y de la obra misma— en relación no solo con una tradición formal, sino con su contexto social, histórico, económico y cultural. Entonces, se puede presentar la premisa de que la limitante más significativa que existe en Colombia para el estudio de la arquitectura es que se centra en sí misma y, por ello, se ha convertido en un sistema endógeno que no permite el avance disciplinar.
Una rama dominante en la academia colombiana consiste en estudiar la forma de los edificios: la relación formal existente entre edificios diseñados por diferentes arquitectos, que forja genealogías a través de las cuales se valida la producción arquitectónica. Un edificio ‘pertenece al lugar’ o ‘responde al contexto’ si continúa una tradición formal relacionada con la obra de arquitectos representativos del movimiento moderno; de lo contrario, se le descalifica por sus características formales. Con este análisis puramente formal se desliga el diseño arquitectónico de su contexto más amplio (histórico, político, social y económico) y se limita el valor de la arquitectura a sus características físicas, visuales y estéticas.
En varios eventos en la Universidad de Cambridge con arquitectos colombianos o sobre la arquitectura actual en Latinoamérica, la discusión se ha concentrado en el impacto social de los edificios. Esto ha sorprendido a los arquitectos, acostumbrados a dar extensas explicaciones sobre el origen de la forma de sus edificios y que, en varios casos, esperaban una crítica sobre la materialidad de la obra en relación con prácticas constructivas y de diseño en Inglaterra y el norte de Europa. Al revisar el trabajo de colombianos como Daniel Bonilla, Alejandro Echeverri y Felipe Uribe, o la obra de latinoamericanos como Alejandro Aravena, Angelo Bucci y Alexia León, para mencionar solo tres, la audiencia compuesta de estudiantes de arquitectura, profesores y arquitectos mostraba gran interés en el impacto urbano de los edificios y sus efectos como catalizadores de procesos de transformación social más amplios. Esta situación se puede entender como una expresión (auto) colonizante en la que los latinoamericanos se sienten obligados a discutir su arquitectura dentro de un marco conceptual occidental —para así ser aceptados, e incluidos—; mientras que los europeos y norteamericanos se concentran en la pobreza y el subdesarrollo. Sin embargo, es importante anotar de manera más positiva que otro aspecto que genera mucho interés entre las audiencias europeas, en relación con la arquitectura colombiana en particular, ha sido la capacidad de gestión para producir enormes proyectos arquitectónicos y urbanos en periodos muy cortos, lo cual es virtualmente imposible en el Reino Unido, por ejemplo. En otras palabras, la obra de los arquitectos colombianos actuales ha suscitado gran admiración no ‘solo’ por sus características formales —que quede sentada su importancia—, sino también por su capacidad transformacional en contextos socioeconómicos, históricos y culturales muy complejos.
Si bien este número solo presenta algunas pocas posiciones de las muchas que existen, nos parece que la perspectiva de la arquitectura colombiana vista desde fuera permite contrastar posiciones existentes que, aunque válidas, impiden el desarrollo de nuevas ideas, nuevas metodologías de estudio y diseño, así como nuevas maneras de entender la ciudad. Aquí nos referimos no a la ciudad genérica del discurso moderno universalizante, sino a la ciudad singular —Bogotá, Cali, Medellín, Cartagena, etc.— para enfrentar las realidades diversas de un país multicultural, multiétnico y socioeconómicamente heterogéneo como Colombia; de hecho un país cuya constitución reconoce su diversidad y se compromete a protegerla, aunque paradójicamente los arquitectos pretenden desdeñarla en su determinación de crear una imagen homogénea a partir de los edificios. El propósito de este número no es, de ninguna manera, presentar opiniones que desvirtúen el importante trabajo de nuestros colegas en Colombia, ni mucho menos demoler el enorme y valioso legado de los maestros del movimiento moderno, sino de introducir conceptos y pensamientos paralelos con los cuales generar diferentes aproximaciones al problema de la arquitectura y el urbanismo en Colombia.
El potencial crítico de la perspectiva ‘desde fuera’
La perspectiva desde fuera permite ver aspectos diferentes a esos que por estar inmersos en una problemática social no se pueden percibir claramente o comprender en su totalidad. El filósofo Ruso Mikhail Bakhtin desarrolló la idea de creative understanding, un concepto poético y provocativo que explica el valor de la perspectiva externa. Como afirma Bakhtin:
Creative understanding does not renounce itself, its own place in time, its own culture; and it forgets nothing. In order to understand, it is immensely important for the person who understands to be located outside the object of his creative understanding—in time, in space, in culture. For one cannot even really see one’s own exterior and comprehend it as a whole, and no mirrors or photographs can help; our exterior can be seen and understood only by other people, because they are located outside us in space and because they are others.1
Traemos a discusión esta propuesta porque nos presenta, por un lado, la importancia de la perspectiva desde fuera; por otro, resalta una situación prevalente en Colombia: la asignación de superioridad al extranjero (ya sea al individuo o al discurso), al Otro, cuya exterioridad lo autoriza como experto. Con ello, tradicionalmente, se le ha dado prioridad a discursos e interpretaciones foráneas, que en muchos casos niegan el valor de razonamientos internos (a esto se refieren Lara, Hernández, Liernur y Botti en sus artículos para este número).2 Si bien, según Bakhtin, para entender creativamente se requiere la exterioridad, también se necesita un cierto dinamismo, es decir, la posibilidad de ocupar espacios diferentes, en diferentes momentos, para visualizar aquellos aspectos que se mantienen ocultos desde una posición estática interior y esos que eluden la comprensión del Otro externo, cuya interpretación puede ser útil pero nunca es completa. Lo importante en esta lectura de Bakhtin es el desmantelamiento de las jerarquías que asignan mayor valor a ciertas posiciones y desautorizan otras. Por lo tanto, una lectura de la arquitectura colombiana desde fuera, hecha por sujetos cuya interpretación está influenciada por su posicionalidad interior-exterior (como lo explica Lara en su artículo), puede ofrecer alternativas para su comprensión creativa, para entenderla no como un todo homogéneo y estático, desarrollado linealmente a partir de sus orígenes europeos, sino para aproximarnos a ella como un permanente proceso influenciado por las múltiples y cambiantes realidades de nuestro país. Esto se hace aún más visible cuando se contrasta el texto de Mondragón y Ogalde con respecto a la creación extranjera del canon moderno colombiano.
Cabe anotar que, a diferencia de la arquitectura, cuyo discurso depende casi totalmente del europeo, la tradición filosófica latinoamericana se desarrolla a partir de la capacidad de aproximarse al objeto de estudio desde nuestra propia interioridad como sujetos latinoamericanos, pero usando al mismo tiempo las herramientas críticas que nos ofrece la epistemología occidental, y más recientemente incorporando metodologías de análisis provenientes de otras tradiciones epistemológicas como África y Asia. Filósofos, sociólogos y antropólogos latinoamericanos como Aníbal Quijano (Perú), Néstor García Canclini (Argentina-México), Enrique Dussel (Argentina-México), Walter Mignolo (Argentina-Estados Unidos) y los colombianos Arturo Escobar y Santiago Castro Gómez (e incluso críticos europeos contemporáneos como Boaventura de Sousa Santos) relatan el desarrollo de sus trabajos a partir de una articulación crítica de múltiples discursos académicos, en que dan crédito a influencias europeas, como la Escuela de Frankfurt, la crítica posmoderna desarrollada en universidades anglosajonas (principalmente en los Estados Unidos) y el marxismo, pero al mismo tiempo reconocen la influencia del trabajo producido por colegas en la India, África y el Medio Oriente, y la presencia de tradiciones epistemológicas indígenas latinoamericanas. Con ello pretenden enfrentar la realidad latinoamericana, que como explican todos los mencionados, no puede asumirse solo a través de los métodos interpretativos europeos. Por ello, consideramos una visión ‘desde fuera’ de nuestra arquitectura como una manera —entre otras que pueden existir— de introducir nuevos discursos y herramientas teóricas para ampliar el panorama académico actual y generar nuevas posibilidades críticas que permitan su desarrollo.
Desde fuera de la arquitectura y la crítica Latinoamericana
La ‘arquitectura’ también es un espacio. Como arquitectos, estudiantes, académicos, todos accedemos a ese espacio; pero este ya estaba allí: la arquitectura nos precede. Sin embargo, como afirmamos al inicio de esta introducción, y como lo sostienen Liernur y Botti en su artículo, existe el riesgo de que, una vez dentro, se pierda contacto con otros espacios, otras disciplinas, otras interpretaciones del mundo al cual los arquitectos deben responder. En su preocupación por establecer su posición dentro del contexto de la ‘arquitectura’, repitiendo patrones formales, métodos constructivos, materiales, etc., los arquitectos (profesionales, estudiantes y académicos) se desconectan de las realidades sociales del lugar donde practican y rechazan la interdisciplinaridad que les permitiría enfrentar los retos que les imponen esas realidades. Por ello, en este número de Dearq ‘desde fuera’ también implica desde fuera de la arquitectura, lo cual se presenta como una premisa que permite introducir herramientas críticas para revisar la historia de la arquitectura y los métodos con los cuales esta se produce.
Por ello, invocamos a filósofos, sociólogos y antropólogos latinoamericanos y europeos cuya obra nos revela un panorama amplio de nuestra propia historia, estableciendo al mismo tiempo una metodología de análisis que permite distanciarnos del eurocentrismo que domina la teoría de la arquitectura en Colombia. Según afirma Boaventura de Sousa Santos en su libro Epistemologies of the South: Justice against Epistemicide, la tarea más importante de nuestro tiempo es que nos distanciemos del pensamiento crítico europeo. “The aim of creating distance in relation to the Eurocentric tradition is to open analytical spaces for realities that are ‘surprising’ because they are new or have been ignored or made invisible, that is deemed non-existent by the Eurocentric critical tradition”.3
Como lo indica el subtítulo del libro, Justice against Epistemicide, se trata de hacer justicia a las tradiciones epistemológicas que han sido ignoradas —asesinadas— o invisibilizadas por la crítica europea bajo el manto de la ‘modernidad’. Sin embargo, como lo hemos afirmado, esto no significa la negación de lo europeo, pero sí la inclusión de otras historias, experiencias y cosmovisiones. En sus propias palabras:
[…] keeping distance does not mean discarding the rich Eurocentric critical tradition and throwing it into the dustbin of history, thereby ignoring the historical possibilities of social emancipation in Western modernity. It means, rather, including it in a much broader landscape of epistemological and political possibilities. It means exercising hermeneutics of suspicion regarding its ‘foundational truths’ by uncovering what lies below their ‘face value’. It means giving special attention to the supressed or marginalised smaller traditions within the big Western tradition.4
Santos es tan solo uno de los muchos teóricos contemporáneos que formulan la necesidad de cuestionar rigurosamente, y distanciarse, de la tradición crítica europea. Este ha sido un tema central del pensamiento latinoamericano que, de hecho, ha estado presente en la arquitectura, aun cuando allí no se haya desarrollado tan profundamente como en otras disciplinas. Ya nos decía Edmundo O’Gorman, en 1958, que la Invención de América (título de uno de sus libros) implicó la apropiación violenta de un territorio y su inscripción dentro del imaginario eurocristiano, lo cual relegó a los habitantes originarios de este continente, y a sus culturas, a la inferioridad. De hecho, desde los años setenta, Enrique Dussel se concentró en estos sujetos inferiores, excluidos y vigilados en las encomiendas y reducciones, subyugados en las senzalas u oprimidos por el patriarcalismo —para mencionar tan solo algunas de las muchas opciones de alteridad que se generaron a través del colonialismo—. Igualmente, el sociólogo peruano Aníbal Quijano se refiere a estos sujetos como los desdichados de la modernidad,5 para quienes debido al colonialismo europeo la modernidad no es una opción, sino una imposición. Se hace claro que los desdichados somos todos los latinoamericanos y no solo sus minorías étnicas. Por ello, el concepto de justicia al que alude Santos en el subtítulo de su libro, y que se materializa en la convocatoria para distanciarnos de la tradición crítica europea, se convierte en un propósito obligatorio también para la arquitectura: es esencial que empecemos a articular un discurso sobre nuestra propia arquitectura desde nuestra propia perspectiva; de lo contrario, como afirma el filósofo colombiano Sergio Castro Gómez, si continuamos representándonos a nosotros mismos “según las reglas del saber occidental moderno, estamos reforzando, en clave epistémica, los mismos mecanismos de dominación colonial” que nos han relegado a la subalternidad.6 Precisamente aquí radica nuestro compromiso con el discurso descolonial latinoamericano que proponemos en nuestros artículos. Por lo tanto, las críticas que presentamos en este número de Dearq intentan superar los fetichismos que han regido la historiografía de nuestra arquitectura, pero no declaran superadas, antiguas, obsoletas o sin validez otras posiciones existentes; incluso aquellas que son opuestas a las aquí presentamos. De hecho, siguiendo a Enrique Dussel, de quien hago aquí una paráfrasis, el tiempo ha llegado en América Latina para pasar a posiciones de mayor complejidad que nos permitan conectar la arquitectura con su contexto, no únicamente el contexto físico, sino sus contextos sociales, culturales, económicos, étnicos y demás.7
El contexto de los artículos
Este número de la revista Dearq empieza con una carta del arquitecto brasileño Fernando Luiz Lara a sus colegas colombianos. Siguiendo esa larga tradición de pensamiento latinoamericano a la que nos referimos anteriormente, Lara deplora la incapacidad que existe en todo el continente para escribir la historia de la arquitectura a través de una mirada propia y en relación con nuestras realidades y experiencia, en vez de continuar inscribiéndonos dentro de la linealidad del movimiento moderno en la cual nuestra arquitectura existe como un desarrollo posterior, secundario e imperfecto. Lara nos recuerda que si estudiamos nuestra historia desde una perspectiva crítica, descolonizada, descubriremos el papel central que ha desempeñado América Latina en el desarrollo mismo de la arquitectura y el urbanismo modernos. En otras palabras, descubrimos que en realidad ocupamos una posición central en el desarrollo de un discurso cuyos autores, en su mayoría europeos o norteamericanos, se han dado a la tarea de inscribirnos como el producto tergiversado de un proceso iniciado por ellos durante la segunda industrialización. Por ello, Lara alude al trabajo del sociólogo colombiano Arturo Escobar, quien demuestra que no es posible entender el mundo moderno —la modernidad— sin aceptar que dicha condición está conectada ineludiblemente al colonialismo de los siglos XVI al XX, y cuya influencia sigue presente en la cultura actual. Así, la modernidad inicia con la colonización de América y, por lo tanto, nuestra historia está ligada a la de la modernidad: su desarrollo coincide con el de nuestras culturas, nuestras sociedades y las ciudades donde vivimos. Lara nos pregunta: “Why do Colombian and Brazilian architects and architectural historians need to study their buildings in relation to architectural production in other parts of the world?” y posteriormente propone que nos concentremos en nuestras propias instituciones, y el análisis crítico de nuestros logros más recientes, no con el fin de inscribirlos dentro de la historia occidental, sino para entender su valor y continuar respondiendo al reto que nos presentan nuestras ciudades. En sus propias palabras: “Instead, I propose to call your attention to Colombian institutions that make such an architecture possible, institutions that, I am not at all shy to say, are the best in the Americas right now”. La carta de Lara a sus colegas colombianos demuestra que la arquitectura y las estrategias de intervención y diseño urbano que hemos logrado desarrollar en Colombia durante los últimos veinticinco años representan un avance continental significativo que requiere un cambio de aproximación tanto a la práctica como a la enseñanza de la arquitectura.
En su artículo “De la excelencia al olvido: sobre la emergencia y desaparición de dos décadas de arquitectura en Colombia”, Francisco Liernur y Giaime Botti se concentran en el periodo inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, un momento muy importante en el desarrollo de la arquitectura moderna en Colombia, cuando los arquitectos —en esa época un grupo muy reducido en número cuyos miembros pertenecían a una élite social y económica de gran influencia política— asumieron el proceso de la modernización como un reto eminentemente técnico. Liernur y Botti explican cómo la experimentación técnica con el uso del concreto reforzado posicionó a los arquitectos colombianos en el mapa internacional del modernismo. Sin embargo, proyectos como el estadio de béisbol de Cartagena de Indias y el hipódromo de Techo eran presentados como arrojadas pero elegantes estructuras resultado de la influencia norteamericana y europea. Las diferentes revistas internacionales que publicaban estos proyectos resaltaban (como lo continúan haciendo los historiadores colombianos hoy) el hecho de que sus arquitectos habían estudiado en Harvard, McGill o Pennsylvania, donde recibieron la influencia de maestros como Gropius y Breuer. Si bien, como lo indica Liernur y Botti, “la red profesional y académica de Harvard definía un marco muy claro en la recepción [y diseminación] de estas obras”, también definía su posición en el desarrollo del modernismo arquitectónico: obras “de carácter casi anglosajón”, como escribe Hitchcock.
Liernur y Botti también resaltan el olvido de esta arquitectura a partir de la segunda mitad de la década de 1960 como un posible resultado de cambios sociopolíticos complejos que motivaron, posteriormente, reacciones dentro de la arquitectura en contra del movimiento moderno. A finales de la década de 1960 ya no se asume que la condición de subdesarrollo es un problema de atraso temporal, sino que se le comprende como una condición estructural que no puede superarse a través de la técnica, con lo cual la ‘modernización’ deja de ser la panacea. Al contrario, como lo afirman Liernur y Botti, “la ilusión de la modernización técnica [pasa a verse] como el engañoso espejismo que ocultaba la condición estructural del problema”. En el campo de la cultura arquitectónica esto se traduce en ataques al movimiento moderno, como los protagonizados por el Team X, que en Colombia llevaron a la búsqueda de posibilidades de resistencia: el regionalismo crítico, la modernidad apropiada, la identidad. Estas posiciones generaron procesos nostálgicos de romantización de ciertas arquitecturas que se escogieron para representar lo local, excluyendo todas las otras arquitecturas —atrevidas y experimentales— que en realidad originaron el modernismo en Colombia. En pocas palabras, Liernur y Botti nos invitan a revisitar rigurosa y críticamente la historiografía del modernismo en Colombia para (re)escribir, como lo demanda Lara, la historia de nuestra propia arquitectura sin el lente norteoccidental.
En su artículo “La historia olvidada de la arquitectura en Colombia: la vivienda rural y la modernización durante la República Liberal”, Susana Romero se refiere a otro aspecto que requiere enorme atención: la falta de estudios profundos y rigurosos sobre la arquitectura rural colombiana. Su artículo se concentra en los proyectos de mejoramiento de vivienda campesina en las décadas de 1930 y 1940, que al ser promovidos por el Gobierno revelan un aspecto central de las estrategias de modernización del Estado. Romero introduce una crítica importante a la periodización histórica comúnmente utilizada por arquitectos que describe la década de 1930 como un periodo de transición entre lo no moderno y el inicio de los procesos de modernización. La tesis de Romero sugiere que, a principios de 1930, el “Estado colombiano ya era modernizante y desarrollista, pero el significado de lo moderno era espacialmente diferente ya que se centraba en el campo y no en las ciudades”. Ella afirma que las políticas y los procesos de modernización que culminaron con los desarrollos urbanos de 1950 tienen su origen en las políticas de desarrollo agrario del siglo XIX y esto generó un campesinado nativo, mestizo e independiente, que se convirtió en “el eje de mayor expansión económica que el país había experimentado hasta entonces”, y con ello impulsó el capitalismo agrario de finales de siglo. La cartilla Arquitectura aldeana y rural, elaborada por el arquitecto Gonzalo Restrepo Álvarez, ofrece un testimonio claro de las estrategias creadas por el Gobierno de López Pumarejo para modernizar el campo, inscribiendo la producción agrícola rural en el sistema capitalista global y, por lo tanto, impulsando el desarrollo urbano tanto en ciudades grandes como en poblaciones pequeñas. Así es como el artículo de Romero revela la importancia de situar la historia de la arquitectura dentro de un contexto más amplio —social, político, económico y cultural— sobrepasando las limitaciones que impone una historia de la arquitectura basada exclusivamente en análisis formales y comparativos. Romero nos recuerda en repetidas ocasiones que la historia de la arquitectura no se puede desligar de todos los procesos sociales, políticos y económicos de la cual es parte; dichos procesos no son un contexto en el cual se desarrolla la arquitectura, de forma aislada, sino que la arquitectura está inherentemente ligada a ellos.
Felipe Hernández, por su parte, abriga el contenido de los tres artículos anteriores, introduciendo una aproximación al estudio de la historia de la arquitectura en Colombia que permite desmantelar las jerarquías impuestas por la construcción eurocentrista que ubica nuestras arquitecturas como “transformaciones, desviaciones y devaluaciones” de la arquitectura moderna europea y norteamericana. Su artículo titulado “Modern Fetishes, Southern Thoughts” demuestra con evidencia irrefutable que “la historia de la arquitectura moderna”, concebida como una historia única y lineal, inscribe la obra de nuestros arquitectos modernos (Salmona, Martínez, Samper, Obregón y demás) de una forma ambivalente, por un lado, reconociéndola como parte de un desarrollo que tuvo su origen en —y por tanto le pertenece a— ciertas partes del mundo occidental y, por otro, clasificándola como inferior a aquella de la que surgió.8 Si bien se puede comprender el interés de los arquitectos e historiadores europeos en mantener su autoridad, resulta paradójico que los arquitectos e historiadores colombianos reproduzcan este tipo de construcción histórica sin cuestionar sus implicaciones. Hernández sostiene que los arquitectos —y quienes estudian y escriben la histórica de la arquitectura en Colombia— tienen la responsabilidad de descolonizar la arquitectura. Para ello es importante conectar tanto el discurso como la práctica de la arquitectura con otras disciplinas que ya han producido metodologías críticas para desplazar la primacía epistemológica occidental, y estudiar las arquitecturas y los urbanismos de otros países en el llamado sur global, cuyas historias y condiciones socioeconómicas actuales son más cercanas a las nuestras.
Daniel Cardoso Llach y Nida Rehman proponen una revisión crítica de las narrativas internacionales que han surgido a raíz de los enormes proyectos urbanos construidos en ciudades como Bogotá y Medellín. Dichos proyectos los ha visto la audiencia internacional como ejemplos de un urbanismo redentor que ha transformado ciudades y mejorado las condiciones de vida de miles de personas. Sin embargo, como bien apuntan Cardoso Llach y Rehman, muchas de estas lecturas simplifican su complejidad, por lo cual es necesario problematizar dichas interpretaciones y desarrollar posturas críticas tanto dentro del país como en el exterior. De manera similar a como lo articula Lara en su carta a los colegas colombianos, Cardoso Llach y Rehman resaltan la participación de múltiples actores en la producción de dichos proyectos urbanos, lo cual desmantela el heroísmo político-arquitectónico asignado a unos pocos participantes, e invoca tácitamente metodologías de coproducción del espacio que incluyen a la ciudadanía en general. Esta revisión crítica es útil no solo en la práctica del diseño urbano y arquitectónico, sino también porque conlleva el desmantelamiento de figuras patriarcales inherentemente asociadas al modernismo en Colombia.
Finalmente, en su artículo “Consagrar y excluir: el canon en disputa de la arquitectura colombiana, 1951-1981”, Manola Ogalde y Hugo Mondragón reiteran la existencia de un proceso de construcción histórica en el que aún subyacen estructuras coloniales que no superan la aproximación a través del canon. Treinta años después de Silvia Arango, Ogalde y Mondragón nos recuerdan los procesos de construcción de un canon moderno arquitectónico, que como bien explican ellos en su conclusión, “se instala profundamente en la cultura y protege su cuestionamiento”. Por esta razón, también nos advierten que la revisión crítica del canon es necesaria; pero ello con el fin de conservar su vigencia. En este riguroso y consumado artículo, Ogalde y Mondragón nos ofrecen una versión renovada de la historiografía tradicional del movimiento moderno en Colombia, explicitando su construcción eurocéntrica, aunque escrito por ‘hermanos’ latinoamericanos como Bulrich y Bayón. Los procesos de exclusión mencionados en el título están arraigados en los pensadores de arquitectura por la colonialidad epistémica de que nos habla Boaventura Santos. La gran contribución de Ogalde y Mondragón es recordarnos la importancia de superar un círculo de introspección académica que —como lo sostienen Liernur, Botti, Lara y Hernández— se hace aparentemente insuperable, validando las preguntas que nos hace Lara: ¿será posible desarrollar una aproximación propia a la arquitectura de nuestro país? Por otro lado, surgen cuestionamientos de gran relevancia, como el hecho de que esta historiografía canónica es protagonizada por arquitectos modernos ampliamente reconocidos y únicamente hombres blanco-mestizos de clase económica alta, la mayoría educados en el exterior. Si bien el ejercicio de ampliar y cuestionar nuestra extraordinaria arquitectura moderna con el rigor que lo hacen Ogalde y Mondragón es muy importante, también es necesario enfrentarnos a la desvinculación de ese canon que se construye para ser incuestionable y, por lo tanto, impide el desarrollo del discurso arquitectónico y la aparición de posturas epistémicas propias y diferentes.
Considerando que no es posible presentar una perspectiva crítica sin asumir posiciones e interpretaciones contradictorias, se decidió entrevistar al arquitecto brasileño Carlos Comas, una de las figuras más influyentes en el contexto académico de la arquitectura moderna latinoamericana y uno de los curadores —junto a Francisco Liernur, otro contribuyente en este número, y al historiador norteamericano Barry Bergdoll— de la exhibición Latin America in Construction, llevada a cabo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en 2015. Antes de contestar nuestras preguntas, Comas declaró su posición: un hombre, miembro privilegiado de la clase media educada brasileña, que a pesar de vivir en la ‘periferia’ de Brasil (Porto Alegre), viaja constantemente en su condición de arquitecto fuera del país y dentro. Al declarar de antemano su posición, Comas admite que el arquitecto —nótese que hablo aquí en abstracto— ya de por sí ocupa una posición privilegiada a la del layman, las personas que no tienen una educación arquitectónica. Evidentemente, para Comas existen unas jerarquías implícitas tanto en la sociedad como en la arquitectura, e incluso en las relaciones entre el arquitecto y sus clientes, o entre las ‘comunidades’ que construyen y las que usan los edificios. Comas reflexiona sobre el hecho de que dichas jerarquías han sido útiles y aunque concede que presentan aspectos negativos, también las considera necesarias. Comas admite que no está muy enterado del discurso decolonial, pero indica que le causa duda y lo ve como una influencia extranjera. De cierta forma, su incisivo análisis de la aproximación que se tiene hoy respecto a la arquitectura moderna confirma esa relación incómoda entre el legado construido durante un periodo de consolidación nacional alrededor de políticas desarrollistas y una realidad histórica, social, cultural y económica que de muchas maneras no concuerda. Por ello, concluye sugiriendo estudios más amplios a escala continental para estudiar, de forma comparativa, esa relación.
Al referirse al fotoensayo del arquitecto brasileño Leonardo Finotti, Claudia Rueda escribe un ensayo titulado “Colombia desde afuera. La fotografía de Leonardo Finotti”, en el cual explora una múltiple condición de exterioridad. Primero, nos habla de la fotografía como medio de creación arquitectónica: su relación con el espacio. Luego, nos presenta al fotógrafo, un arquitecto que encuentra en la fotografía una forma de practicar la arquitectura y de facilitar, a través de la fotografía, una forma constructiva de relacionarnos con el espacio. Además de estas dos formas de exterioridad, Rueda reflexiona sobre el trabajo fotográfico de Finotti, con el cual se generan ‘lecturas’ de la arquitectura continental. De hecho, una arquitectura desde fuera que, en este caso, es analizada por una arquitecta mexicana que explora la arquitectura a través de la fotografía. Este breve artículo nos demuestra, una vez más, las enormes posibilidades que existen en la mirada desde fuera para producir aproximaciones diferentes al legado arquitectónico moderno. En realidad, esperamos que este número de la revista Dearq genere numerosas inquietudes académicas y curiosidad investigativa que permitan el avance disciplinar. Al mismo tiempo, nos interesa proponer las herramientas para evaluar nuestra arquitectura desde unos parámetros conceptuales propios, en relación con nuestra historia y nuestras realidades actuales, ninguna de las cuales se puede desvincular totalmente del pasado colonial que les da origen. De tal manera que nuestras prácticas no sean vistas y evaluadas con relación a un referente considerado correcto y superior, sino como un cuerpo de conocimiento relacionado pero independiente.