Introducción
En la Europa de los años sesenta y principios de los años setenta del siglo pasado se llevaron a cabo una serie de proyectos de arquitectura para sedentarizar a poblaciones romaníes,1 nómadas e itinerantes. El fenómeno suponía una curiosa paradoja, ya que se imponía un modelo de restricción de movimientos justo en un momento en el que el desplazamiento humano se situaba en el centro de la vida productiva, debido, sobre todo, al desarrollo de la industria del ocio y del turismo; pero también a la flexibilización de las condiciones materiales de trabajo. Esta contradicción con respecto a la movilidad pone de manifiesto una creciente burocratización y control de la totalidad del espacio, lo que hace que resulten especialmente conflictivas algunas comunidades cuyas formas de vida —o supervivencia— están basadas en un desplazamiento no productivo para el capital.
A su vez, esos proyectos destinados a fijar a los romaníes, a pesar de su voluntad integradora, tienen un claro antecedente en los campos de concentración, reproducen la misma lógica territorial y política, aparte de que fundan un espacio de excepción en el que se confunden prácticas emancipadoras y prácticas totalitarias.
En este artículo se expone brevemente esa controvertida relación genealógica a través de varios casos de estudio significativos. En el lado de los campos, dos casos específicos para romaníes y nómadas, y en el lado de los proyectos de viviendas, dos construcciones realizadas en el Estado español, que representan dos tipologías distintas de intervención, y, en relación con una de ellas, un caso referente de Francia: la Cité du Soleil de Georges Candilis. Mediante este recorrido podremos ver cómo esas formas de vida que se pretendieron aniquilar en primera instancia con los campos de concentración y exterminio se intentan más tarde reencauzar, a través de los proyectos de integración, hacia modos de vida hegemónicos.
El pueblo gitano ha escapado constantemente a las capturas del capital y del Estado y, por eso, precisamente, ha sido perseguido.2 Su historia es una historia de encierros y desplazamientos constantes. Y la historia de sus resistencias es, antes que ideológica, vital. Aquí se pretende tratar un pequeño episodio de esa controvertida historia en relación con el movimiento y la sujeción, a fin de revelar, a su vez, que en esos años sesenta se instaura una concepción del espacio contemporáneo basada en el control de los cuerpos que se extiende hasta el día de hoy.
Los conflictos de la población romaní con el espacio hegemónico han sido estudiados desde los campos de la antropología,3 el trabajo social y el activismo.4 En este artículo se aborda la cuestión específicamente desde el pensamiento arquitectónico, haciendo hincapié en las disposiciones territoriales y urbanas y cuestionando las lógicas espaciales contemporáneas a través de su disputada relación con esas comunidades en movimiento.
La lógica del campo
¿Qué es un campo? Para Giorgio Agamben, el campo de concentración tiene una consideración especial, ya que, aparte de ser un hecho histórico considerable, representa la matriz que articula la lógica del espacio político moderno en el que aún hoy estamos inmersos.5 Un campo es, además, un hecho arquitectónico: una serie de gestos que tienen que ver con la disposición del espacio, que articulan unos objetivos concretos respecto a la ordenación y a la habitación de los cuerpos en comunidad. El campo es la configuración especial de esas relaciones cuando se desarrollan en espacios de excepción.
Notemos, además, cómo el modelo de campo propuesto por Agamben para pensar las relaciones de poder conlleva cierta dimensión urbana más allá de la lógica arquitectónica del edificio, que se podía vislumbrar en la propuesta disciplinaria de Michel Foucault.6 Si para ilustrar una cierta disciplina del espacio que surge en el siglo XVIII Foucault proponía como modelo de las relaciones de poder el espacio panóptico de Jeremy Benthan, en el que, debido a la disposición espacial, cada usuario se convertía en vigilante de sí mismo —modelo que aparece en cárceles, escuelas, fábricas y en todas las arquitecturas institucionales surgidas en el siglo XVIII—, el modelo de campo de Agamben incorpora la dimensión urbana: los diversos elementos arquitectónicos o pabellones incluyen “calles” y “equipamientos”, y cierta variedad de usos que propicia el desarrollo de la vida en su totalidad, y que, por lo tanto, requieren otro tipo de cercamiento. Si la vida puede desarrollarse completamente dentro del campo, y no solo de una parte de ella —como puede ser reformarse, estudiar o trabajar—, entonces lo que se pretende establecer es un control absoluto de todas las facetas de la vida, incluyendo el desplazamiento entre ellas.
Para algunos autores la problemática del campo define la cuestión central del espacio contemporáneo:
Camps result from the excepcional circumstances of conflict, natural disaster, displacement, and marginality with increasing frequency and ever-greater facility. How and why these camps are made, where they are located, and how long they endure reveal problems and possibilities associated with our built environment—a context being radically transformed by globalization, mobility, and political flux. Because of their rapid deployement and temporal nature, camps register these forces at their earliest stages and thus provide important gauge of local and global situations. To understand a camp’s paradoxes is to begin to comprehend our current spaces, inexorably affected by militaristic, political, and romantic extremes.7
En este trabajo Charlie Hailey analiza diferentes “tipologías” de campo: detenidos, refugiados, migrantes, peregrinos, activistas, turistas, hedonistas, avatares, etc., y da cuenta de la ambivalencia —tanto política como funcional— de estos lugares. También, de la pertinencia del concepto “campo” a la hora de entender las paradojas que recorren el espacio contemporáneo.
Sobre la capacidad para generar territorio según la lógica del campo, hay muchos trabajos significativos en torno al territorio palestino,8 y en cuanto a genealogías, podríamos destacar el trabajo de Andrew Herscher sobre los campos de refugiados.9 En este artículo, nos centraremos en cómo los campos y sus lógicas han afectado (y, de algún modo, siguen afectando) a la población romaní, tomando algunos casos de estudio significativos en los que se basan estas argumentaciones, establecidas desde el pensamiento arquitectónico, desde la arqueología de las formas y desde los gestos de ordenación urbana.
Sujeción de los romaníes
El considerado primer campo de concentración específico para gitanos se instituyó a las afueras de Berlín, en Marzahn (fig. 1). Poco antes de los Juegos Olímpicos de 1936, se arrestó y se confinó a la población berlinesa sinti y rom en un terreno pantanoso. En esa llamada cínicamente “área de descanso” fueron colocados en filas los carromatos de los gitanos y cercados por la policía. Allí mismo se les aplicaron las leyes de Núremberg y comenzaron con experimentos eugenésicos antes de que fueran trasladados forzosamente a los campos de concentración de Sachsenhausen y Auschwitz-Birkenau, donde fueron exterminados.
Figura 1.
Campo de concentración Marzahn en Berlín, ca. 1936. Fuente: Enciclopedia del Holocausto, https://tinyurl.com/yyzhlqwh
Más allá de la trágica realidad de este campo, como la de tantos otros, podemos reconocer en esta disposición espacial los gestos de ordenación territorial y de los cuerpos que se fueron repitiendo más adelante. En primer lugar, se sacaba a un grupo de población de la trama urbana o del lugar donde habitaban o transitaban habitualmente. No se trataba de una expulsión, sino más bien de situar y fijar en el exterior, en las afueras de la ciudad, a una población que resultaba conflictiva por diversos motivos. Y, en segundo lugar, se restringían y hasta prohibían los movimientos de estas comunidades, estableciendo sobre ellas un control absoluto. Este proyecto de vida aislada y controlada funcionó como antesala al genocidio sobre esas poblaciones. Pero, además de las cuestiones raciales impuestas a esas personas, lo que se pretendía aniquilar era una forma de vida que mantenía una relación orgánica (lúdica, productiva y, en muchos casos, conflictiva) con el espacio, que se escapaba constantemente de la estricta correspondencia Estado-nación-territorio. Por lo tanto, la transición al sedentarismo de esas poblaciones nómadas no puede entenderse sin la extrema represión y la dura disciplina aplicada sobre los cuerpos en los campos de concentración. Parece que, para el establecimiento definitivo del espacio moderno, con su voluntad homogeneizadora de las formas de vida, fue necesario el trauma de los campos sobre los cuerpos disidentes.
Esa violencia y el abandono de la vida nómada están muy bien reflejados en la obra de la artista romaní Ceija Stojka.10 En el reverso de su pintura Sin título (1995) ella escribe un poema, cuyo fragmento: “Los caballos de los gitanos no terminaron en el campo de concentración / Pero ¿qué fue de ellos? ¿Y de los carromatos que dejaron vacíos?” da cuenta de ese final suspendido de la vida nómada que después de la Segunda Guerra Mundial ya no tendría nunca el mismo sentido que antaño.
Otro ejemplo de la singularidad espacial de los campos de concentración destinada a restringir y, en último caso, a eliminar las formas de vida asociadas a la movilidad espacial, sobre todo de la población romaní, lo podemos encontrar en Francia durante los años 1939-1946. Allí se crearon varios campos específicos para gitanos y nómadas, una categoría más o menos arbitraria que en la práctica comprendía a los gitanos —tanto nómadas como sedentarios—, a diversas poblaciones nómadas o itinerantes (gens du voyage), así como a gente que vivía en una precaria situación de movilidad.11 Debido a la compleja situación en la Francia de entonces, todas estas comunidades estaban bajo sospecha de espionaje y contrabando.
De entre todos esos campos específicos para gitanos y nómadas, podemos destacar el campo de Saliers, en La Camarga, un campo llamado Village de gitanes (Pueblo de Gitanos) (figs. 2 y 3). El hecho de otorgar al campo la denominación de pueblo era importante para establecer una visión progresista que encubriera las prácticas totalitarias llevadas a cabo dentro de él:
Ante todo, el campo de Saliers debe ser un argumento de propaganda gubernamental. Este argumento consiste en dar al campo de concentración el aspecto de un pueblo y de permitir allí la vida familiar y el respeto de las costumbres y creencias de los internos.
El arquitecto del campo, 8 de octubre de 1942.12
Figura 2.
Plano del campo de concentración de Saliers en la Camarga francesa. Fuente: Archives départementales Bouches du Rhône / Tous droits réservés.
Figura 3.
El campo de Saliers durante su construcción en 1942 (fragmento). Colección Francis Bertrand. Fuente: Pernot, Un camp pour les bohémiens.
En este caso, la arquitectura funciona como elemento bisagra que articula discursos humanitarios con prácticas totalitarias. Se producen en esa operación toda una serie de dislocaciones entre elementos dispares: los conceptos de pueblo y de encerramiento, el respeto por las costumbres culturales y las prácticas represivas de control, la argumentación propagandística y el aislamiento del campo de concentración. Dislocaciones, desplazamientos de significados que se dan entre el orden establecido y la suspensión de la norma, propiciados por el umbral que dispone el estado de excepción propio del campo. Las lógicas urbanas se traman y se entremezclan con las lógicas del campo, se contaminan mutuamente. Veremos más adelante hasta qué punto esta peligrosa mezcla se mantiene en el proyecto de integración de las poblaciones romaníes después de la Segunda Guerra Mundial.
Un lugar en las afueras
En casi todas las ciudades del mundo hay una zona en las afueras que resulta especialmente conflictiva. Esos lugares, habitados por población marginalizada —en muchos casos población romaní—, reflejan una grieta en el sistema, una falla de la ciudad, el fracaso de las políticas denominadas de “integración”. Esas políticas, también llamadas de “inclusión”, se articulan a través de prácticas sociales, pero también a través de prácticas espaciales, y han sido cuestionadas desde múltiples flancos:
Otra estrategia del Poder para justificar la persecución al pueblo gitano ha sido colocar la responsabilidad de su exclusión en su propia idiosincrasia: “Son ellos los que no se quieren integrar”. Este discurso se fundamenta en la creencia supremacista de que existen unos modos de vida ideales, asociados a las formas blancas y occidentales, y todo lo que queda en los márgenes es inferior y subdesarrollado. Tal creencia mantiene que los grupos con formas culturales “subdesarrolladas” deberán abandonarlas y adoptar las hegemónicas para poder ser sujetos de derechos. Al fin y al cabo, tendrán que integrarse para gozar de la universalidad de los derechos fundamentales.13
Esa dificultad que tiene el sistema hegemónico para lidiar con la diferencia hace que una forma de vida (la occidental), asociada con una manera de entender y proyectar el espacio, se haya constituido como dominante y se haya impuesto a las demás. Y dentro de esos complejos modos de opresión podemos distinguir algunos gestos en relación con las formas y con el espacio.
Como hemos visto en el caso de los campos, una de las primeras acciones para ejercer la dominación sobre los cuerpos de los romaníes fue el aislamiento y la fijación de la población en un lugar que se entiende como exterior al espacio de la ciudad. Esa operación está íntimamente relacionada con la lógica del espacio de excepción:
No es la excepción la que se sustrae a la regla, sino que es la regla la que, suspendiéndose, da lugar a la excepción y, solo de este modo, se constituye como regla, manteniéndose en relación con aquella. El particular “vigor” de la ley consiste en esta capacidad de mantenerse en relación con una exterioridad. Llamamos relación de excepción a esta forma extrema de la relación que solo incluye algo a través de su exclusión.14
En este caso, podemos aplicar la argumentación que expone Agamben (la estrecha relación que existe entre norma y excepción) al espacio hegemónico y los lugares de las afueras. El primer término, el espacio normativo, se define como tal cuando asume como parte instituyente su propia suspensión: el espacio de las afueras, regido por la lógica del campo. Este hecho marca un tipo de relación con la diferencia, una operación que la incluye a través de su exclusión. Esta es una operación sumamente significativa en el tema que nos ocupa, ya que las poblaciones romaníes siempre se han construido como una suerte de exterioridad respecto al espacio político de las ciudades, y cuando han sido incluidas, lo han hecho a través de su exclusión, lo que espacialmente supone la fijación en lugares marginalizados en las afueras. Esta relación de excepción ha marcado históricamente la pauta de inscripción de las poblaciones gitanas en Europa.
Poblados para gitanos
Como ejemplo de esas operaciones espaciales que han posibilitado la fijación de las poblaciones gitanas en los márgenes de las ciudades, tomamos dos casos de estudio del Estado español, que representan dos tipologías significativas de este tipo de poblados. Por un lado, la tipología circular, en la que la arquitectura intenta representar la idea de una comunidad más o menos cerrada sobre sí misma; por otro, la tipología de pabellones, en la que se acumulan de manera ordenada elementos cuadrangulares. Ambos tipos proyectuales contienen en sí mismos cierto carácter utópico, ya que pretendían un funcionamiento pacífico y autónomo de las comunidades a los que iban destinados.
En primer lugar, tenemos el caso de Gao Lacho Drom (Pueblo del Buen Camino, en romaní) construido a las afueras de Vitoria-Gasteiz, en 1969, y proyectado por el arquitecto Enrique Marimón (fig. 4). Se trata de dos grandes construcciones circulares de viviendas que conforman un conjunto autónomo. La fotografía aérea (fig. 5) permite apreciar la condición extraurbana de este tipo de proyectos: conectados con la ciudad, pero lejos de ella, instalados en medio de un campo sin cualidades. Esta imagen sugiere una implantación territorial similar a la de los campos de concentración y resulta especialmente efectiva para pensar el espacio de excepción que inauguran este tipo de lugares.
Figura 4.
Maqueta del poblado Gao Lacho Drom, por Mediomundo arquitectos, exposición Máquinas de vivir. Flamenco y Arquitectura en la ocupaicón y desocupación de espacios. CentroCentro Madrid, 20.10.2017 – 04.02.2018. Fotografía de la autora.
Figura 5.
Fragmento de foto aérea sobre el área de Gao Lacho Drom (Vitoria-Gasteiz), ca. 1970. Fuente: GeoEuskadi.
En este caso, el control del movimiento sobre los cuerpos ya no lo efectúa de manera total un cuerpo policial, como vimos en el caso de los campos; pero sí una disposición territorial que condiciona un movimiento restringido a través de pocas conexiones, que son a su vez fáciles de vigilar.
El proyecto de Marimón está claramente influido por la Cité du Soleil del arquitecto Georges Candilis, proclamada como la “primera ciudad de los gitanos” en Francia (figs. 6 y 7). Fue construida en 1961 a las afueras de Aviñón y, al igual que más tarde con Gao Lacho Drom, las viviendas son agrupadas en unas rotundas construcciones circulares con un gran patio interior que formaliza una idea muy primaria de comunidad. La tipología del círculo también nos remite al movimiento, concretamente a la rueda (recordemos que más tarde la comunidad gitana adoptó la rueda como símbolo de su bandera). Toda esta simbología ligada al movimiento aparece en estos proyectos como elemento formal que sujeta a unas poblaciones que ya nunca se desplazarán como antes.
Figura 6.
Maqueta de la Cité du Soleil, por Mediomundo arquitectos, exposición Máquinas de vivir. Flamenco y Arquitectura en la ocupaicón y desocupación de espacios. CentroCentro Madrid, 20.10.2017 – 04.02.2018. Fotografía de la autora.
En sus memorias, Georges Candilis describió cómo el proyecto inicial estaba planteado como una construcción temporal, para más tarde alojar a las familias en unas viviendas de alquiler moderado que se construirían en un terreno próximo. Pero esas viviendas nunca llegaron a construirse y, además, la convivencia se complicó en el lugar, por la llegada de poblaciones migrantes procedentes del norte de África:
Entonces, las autoridades no encontraron nada mejor que rodear las casas gitanas con una alambrada, aislarlas.
En lugar de ofrecer un hábitat a estas gentes, se las encerró en una reserva, en un campo de concentración.
Hoy la Cité du Soleil está destruida.
¡Una obra por la que había consagrado tanto amor y entusiasmo!15
Con ese gesto (rodear las viviendas con una alambrada), la Cité du Soleil se convirtió en “campo de concentración”. Pero hay que tener en cuenta que tenía una forma y una disposición territorial propicia para que eso pasara. El proyecto estaba atravesado por la lógica del campo y eso se hizo especialmente evidente en su último estadio.
Tanto Gao Lacho Drom como la Cité du Soleil fueron demolidos. Ambos proyectos estaban pensados como soluciones temporales; pero, además, fallaron en cuanto experimentos habitacionales que buscaban alcanzar la integración en la sociedad moderna de esas poblaciones. Las comunidades que los habitaban fueron trasladas a diversos polígonos de vivienda y allí, aún más, el peso homogeneizador de la arquitectura colisionó de nuevo con unas formas de vida que se resistían a ser anuladas.
Como segundo caso particular en el Estado español, tenemos las viviendas para una comunidad de gitanos en O Vao (Pontevedra), proyectadas por los arquitectos Pascuala Campos y César Portela, y construidas en 1972 (figs. 8 y 9). Ellos se inspiraron formalmente tanto en la tipología del horreo16 gallego típico de la región como en los vagones de tren o en las caravanas gitanas (fig. 10):
Después de varios intentos de agrupación de las viviendas en un único edificio y de escuchar a los futuros usuarios, se optó por pequeñas construcciones aisladas de tipología muy definida, con antecedentes en el carro gitano, el hórreo y el vagón de literas, lo que dio como imagen resultante la de un campamento gitano integrado por carros que también recuerda, por el tipo de asentamiento sobre una topografía accidentada, a un campo de hórreos. Las viviendas, de pequeña superficie y bajísimo costo, debían albergar familias numerosas de entre siete y trece miembros cada una, lo cual aconsejaba una disposición de dormitorios y camas análoga a la de un vagón de literas.17
Figura 8.
Anna Turbau, fotografía del proyecto de Pascuala Campos y César Portela, Viviendas para una comunidad de gitanos en O Vao, Pontevedra, 1975. Fuente: Estudio César Portela.
Figura 9.
Pascuala Campos y César Portela, planos de las Viviendas para una comunidad de gitanos en O Vao, Pontevedra, 1972. Fuente: Estudio César Portela.
Figura 10.
Anna Turbau, fotografía del proyecto de Pascuala Campos y César Portela Viviendas para una comunidad de gitanos en O Vao, Pontevedra, 1975. Fuente: Estudio César Portela.
Igual que en los casos anteriores, aquí también aparece una clara referencia formal a elementos ligados al movimiento para sujetar a estas poblaciones. El carromato gitano o el vagón de tren ahora están anclados al suelo, fijados ya para siempre, dando la sensación de haber alcanzado su destino final, remarcando con su presencia el relato de una ausencia: la del desplazamiento que ya no existirá más, al menos tal y como se entendía hasta ese momento.
Una vez más, el experimento falló, aun cuando hay que reconocer la intención de los arquitectos de escuchar las necesidades de sus habitantes y proyectar unas viviendas singulares para esos modos de vida singulares, al igual que ocurría con los casos anteriores. Estas arquitecturas particulares intentaban resistirse a la lógica del campo que las atravesaba. Pero las dinámicas de transformación de los modos de producción eran muy fuertes y esas poblaciones se vieron abogadas a un terrible proceso de marginalización. Actualmente, el poblado de O Vao es uno de los principales polos de venta de droga de Pontevedra, y ha sido transformado ampliamente a lo largo de los años por sus sucesivos moradores (figs. 11 y 12).
Conclusiones
Los proyectos aquí presentados, como puede ocurrir con muchos otros realizados en los años sesenta y setenta —pequeños proyectos para comunidades romaníes previos a los polígonos de vivienda—, evidencian una paradoja interesante: están recorridos por la lógica del campo, a la vez que se resisten a ella. Gracias a su reducida escala, o al carácter experimental de aquellos años, asumen en su diseño el reconocimiento explícito de una cierta singularidad en cuanto a la forma de vida de las comunidades a los que iban dirigidos; algo que más tarde no ocurrió, por ejemplo, con los grandes proyectos homogeneizadores de los bloques en los polígonos de vivienda, que han conllevado, como bien sabemos, grandes problemas de deshumanización de los hábitats y múltiples problemas de convivencia. Pero, a su vez, esos proyectos de arquitectura pequeños y aislados fueron cómplices y mediadores de la inscripción, bajo la lógica del campo, de las poblaciones romaníes en el espacio físico y político de las ciudades contemporáneas. El análisis comparativo nos ha permitido ver cómo en el caso de los campos o en el caso de los proyectos de vivienda se mantenían ciertos gestos relativos a las disposiciones espaciales que siguieron haciendo posible la sujeción y el control de los cuerpos que los habitaban. Entre las prácticas totalitarias de los campos y las prácticas supuestamente emancipadoras de los proyectos de integración, la arquitectura ha funcionado como bisagra, como elemento puente que ha permitido la circulación del poder. No hay duda que la voluntad que recorría los proyectos era claramente progresista: Lo que se pretendía era mejorar las condiciones de vida de esas comunidades. Pero esa voluntad progresista tenía un marcado carácter paternalista: Se intentaba integrar a esas comunidades en los usos y modos de producción de la sociedad mayoritaria, entendiéndolos como mejores, más evolucionados. Así mismo, hay que tener en cuenta que la disciplina arquitectónica se debate siempre entre la emancipación y el poder: Puede mejorar las condiciones de vida de las personas, pero también puede someterlas, a veces incluso estas dos condiciones se dan a la vez.
En este sentido, una posible conclusión es que en toda operación de emancipación existe implícita, en mayor o menor grado, una práctica de sujeción, de control. Del mismo modo que la excepción está incluida en la norma, el campo está incluido en el espacio hegemónico contemporáneo, reforzando, mediante su suspensión, las normas y protocolos que rigen en él. Por otro lado, a través de este breve estudio comparativo, también hemos podido remarcar cómo la lógica civilizadora occidental ha pretendido (y pretende) imponerse a través de las formas, y cómo hay formas de vida que se resisten a ello insistiendo precisamente en su forma. Las resistencias a esos intentos de dominación de los cuerpos se dan muchas veces a través del uso intensivo —incluso muchas veces destructivo— de los espacios. El conflicto con el espacio va apareciendo y reapareciendo constantemente en las ciudades, signo de la insistencia de unas formas de vida que, como una suerte de desvío vital respecto a la voluntad homogeneizadora de la modernidad, se resisten a ser aniquiladas.


