El territorio del tránsito. Estrategias espaciales de movilidad transfronteriza de los migrantes en la zona fronteriza España-Marruecos


Abstract

El artículo se basa en un trabajo de campo en la zona fronteriza España-Marruecos, para analizar la interacción entre las tácticas creativas de los migrantes en movimiento y las herramientas gubernamentales implementadas por la Unión Europea para filtrar el flujo de personas hacia su territorio. Se analiza cómo la externalización de la frontera afecta la ordenación territorial del área y cómo los migrantes la confrontan y la transforman activamente. El espacio confinado se convierte, entonces, en un lugar de lucha, resistencia y contestación por parte de sujetos que alteran ese orden a través de su movimiento.


This paper explores how “irregular migrants,” by negotiating and eluding borders, challenge our common understanding of territoriality and trigger socio-political transformation. I draw on a fieldwork in the Spain-Morocco borderzone to analyze the interaction between the creative tactics of migrants on the move and the governmental tools put in place by EU to filter the flow of people towards its territory. I discuss how border externalization affects the territorial arrangement of the area and how migrants confront and actively transform it. Bordered space becomes a site of struggle, resistance and contestation by subjects who trouble such order through their movement.


“Frontera Sur”: la fabricación de la frontera meridional de la Unión Europea en el continente africano

Desde la ciudad de Tánger es posible ver la costa de la ciudad española de Tarifa, conectada diariamente por ferris y, por eso, los marroquíes la llaman Bab Europa, la puerta de entrada a Europa. En sentido contrario, a través de los dos promontorios que una vez se conocieron como Columnas de Hércules, el estrecho es la entrada al mar Mediterráneo, atravesado cada año por miles de barcos. La corta distancia entre Tánger y el litoral español permite organizar el paso fronterizo por mar casi sin la ayuda de traficantes.

Con la adhesión de España a los acuerdos de Schengen, la zona del estrecho de Gibraltar se constituye como frontera de la Unión Europea, y los enclaves de Ceuta y Melilla, legado del pasado colonial español, se transforman en un trozo de espacio Schengen en el continente africano. Esta paradoja geopolítica constituye la única frontera terrestre de la Unión Europea en la costa meridional del Mediterráneo. Debido a estas peculiaridades específicas, el territorio del norte de Marruecos siempre ha sido un punto de paso, desde el cual Marruecos ha sido un país principal de emigración. Todavía atrae a muchos inmigrantes indocumentados del centro-oeste de África y se ha convertido en uno de los partner favoritos para cooperar en el control de las fronteras exteriores de la Unión Europea.

El contexto de la frontera sur europea es un sitio paradigmático para observar cómo las políticas regionales producidas en el marco del desarrollo transfronterizo contribuyen a la reordenación de la zona fronteriza en un espacio diseñado para estratificar y regular la movilidad. Las fronteras exteriores de la Unión Europea influyen cada vez más en la territorialización de los procesos políticos y económicos estratégicos en las afueras de Europa. Las políticas concebidas para su control no solo están diseñadas para limitar el acceso al territorio europeo de todas las personas “indeseables”, sino para obtener ventajas económicas a través de la cooperación internacional. Las ayudas al desarrollo están condicionadas y se negocian a cambio de acuerdos de control migratorio; pero también generan beneficios para las empresas europeas contratadas para proyectos de desarrollo, mediante la externalización de la producción, trabajadores de bajo coste, zonas especiales e inversiones favorables. Como observa Francesco Vacchiano, “El transporte internacional, la deslocalización de la producción, el tránsito de personas y mercancías son ejemplos de la relación productiva entre circulación y frontera en la zona”.1

La externalización de las prácticas de control fronterizo —desde las embajadas en los países de origen de los migrantes hasta los acuerdos de cooperación y readmisión con los países de tránsito— ha provocado una concentración de migrantes en los países vecinos de la Unión Europea. Marruecos se ha convertido, como otros países de la costa sur del Mediterráneo, en un punto de parada obligado para los migrantes que viajan hacia Europa.

Este artículo se centra en el movimiento de migrantes irregulares subsaharianos y, más precisamente, en los espacios por medio de los cuales organizan su movilidad transfronteriza. Tales espacios se distribuyen alrededor de cada punto de cruce a lo largo de las rutas de tránsito, en las zonas fronterizas, pero también lejos de ellas, en las ciudades de los países de tránsito y a lo largo de otros puntos de cruce de difícil acceso, incluso dentro del espacio Schengen, ya que las estrategias de control siguen el movimiento de migrantes. El régimen fronterizo es, de hecho, uno de los resultados de este movimiento, cuyas prácticas impulsan la implementación de medios para su control y articulación, así como las propias fronteras para materializarse. Las prácticas de autorganización de los migrantes y de los espacios que los sustentan desencadenan el proceso de transformación fronteriza.

FIGURA 1.

Un mapa de la región fronteriza de Ceuta.

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Me baso en un trabajo de campo realizado entre marzo y noviembre de 2015. La investigación se nutrió de la interacción con diferentes entornos, desde el mundo del activismo, más comprometido con prácticas de ayuda y del lado de la comunidad en tránsito, hasta el mundo académico, en particular mediante encuentros con investigadores españoles y marroquíes. Contacté algunas asociaciones y trabajadores de servicios sociales, que proporcionaron datos y análisis sobre la evolución a largo plazo de los fenómenos que monitoreaban. La investigación también tomó en cuenta la relación con las instituciones, que completaban el cuadro con informaciones que no podían provenir del mundo académico, ni del activismo, ni de la comunidad subsahariana, al comparar la narrativa entre los diferentes niveles, respecto a los diferentes sujetos, papeles, cargos y poderes.

Comencé mi viaje desde la ciudad fronteriza de Tánger donde, gracias al grupo No Border —una red de activistas europeos—, me puse en contacto con los primeros migrantes subsaharianos. El grupo No Border también señaló la ocupación de Boukhalef, en las afueras de la ciudad, como un contexto interesante respecto a mis intereses de investigación. Algunas personas con las que me hice amiga me invitaron a algunos de los apartamentos ocupados del barrio. La interacción verbal se desarrolló principalmente a modo de entrevista informal, a excepción de algunas personas con quienes había desarrollado una relación de confianza sobre mi trabajo de investigación y sus objetivos y con quienes pude programar entrevistas estructuradas. Con algunos otros, simplemente, aproveché las oportunidades para ponerme en contacto e iniciar conversaciones sin querer que, sin embargo, revelaron elementos o puntos de vista importantes para mi trabajo.

La investigación se enriqueció principalmente con este tipo de conversación, activada a través del intercambio de actividades diarias. Al pasar la mayor parte de mi tiempo con la comunidad subsahariana de Tánger, conseguí los contactos que me permitieron, en la segunda parte de mi trabajo de campo, visitar dos pequeños asentamientos en los bosques de la zona fronteriza: el llamado petit fôret de Cassiago, cerca de Ceuta, y Bolingo, en las afueras de Nador, en el límite con Melilla. Durante los meses de mi estadía en Melilla, visité Bolingo varias veces y apoyé a los habitantes en nombre de la red No Border, llevándoles alimentos, ropa recolectada en Melilla, medicamentos y materiales de construcción para los búnkeres, luego de las redadas de desalojo.

FIGURA 2.

La costa española de Tarifa desde Tánger.

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Mi investigación, entonces, compara los asentamientos urbanos informales con los campamentos en los bosques cercanos a las vallas que rodean los dos enclaves españoles. Esta comparación entre los diferentes tipos de asentamientos explica las diferentes estrategias de cruce de fronteras: desde los pasos marítimos con pequeñas lanchas de caucho, denominadas pateras, posibilitadas por la corta extensión del estrecho que une Tánger con la anhelada costa europea, hasta el asalto de las vallas que rodean los enclaves por parte de personas que viven en campamentos en las montañas.

Asentamientos informales de migrantes en tránsito en Marruecos

Según encuestas no oficiales de organizaciones de apoyo a los migrantes, aproximadamente 30.000 migrantes subsaharianos pasaron por Marruecos de camino a Europa en 2015. La mayoría de estos migrantes indocumentados, que no pueden acceder al país a través de un puesto de control fronterizo o un aeropuerto, entraron a territorio marroquí ilegalmente, cruzando la frontera con Argelia o Mauritania. Aquellos quienes cruzan la frontera argelina saben que cerca de la ciudad fronteriza de Oujda hay otros migrantes que pueden ofrecer información y consejos sobre cómo continuar el viaje a Tánger o hacia los enclaves españoles. Después de cruzar la frontera, los migrantes se dirigen a La Fac, un asentamiento informal cerca de la Facultad Mohammed I de Oujda, que alberga una población fluctuante de unos 200 migrantes subsaharianos. Los que vienen del sur, cruzando la frontera con Mauritania, atraviesan el país por la costa atlántica, de Laâyoune a Agadir, hacia Casablanca y Rabat, en dirección a la zona fronteriza de la Unión Europea.

Por lo general, aquellos quienes quieren saltar la valla que rodea los enclaves se esconden en los asentamientos del bosque; mientras que quienes no pueden enfrentar la valla o tienen miedo de fallar, o ya no pueden aguantar las condiciones en el bosque, se dirigen hacia Tánger para intentar cruzar el estrecho de Gibraltar con una patera. Así, la población migrante a lo largo de la costa mediterránea de Marruecos está en constante cambio y en continua circulación entre esos lugares: algunos se van para cruzar la frontera, llegan nuevas personas, y otros se trasladan a otros lugares con la esperanza de aumentar sus posibilidades de éxito. Alain Tarrius define estos espacios como territorios circulatorios, construidos mediante una historia común de migración, a través de lazos sociales que sustentan la movilidad.2

En Tánger, cada uno construye su propio entorno de vida en el espacio urbano, según sus posibilidades. Aquellos que pueden pagar un alquiler viven en apartamentos ruinosos en la Medina, abandonados cuando la clase media se mudó a los suburbios modernos. Alternativamente, comparten habitaciones con compatriotas o apartamentos en los barrios de Hama Chouck o Mesnana. Aquellos que no pueden pagar el alquiler viven en asentamientos informales, como los campamentos en el bosque cerca del Cap Spartel, donde se organizan los barcos a Europa, o en el asentamiento de Boukhalef. Este suburbio de Tánger alberga un enorme complejo de viviendas que fue construido originalmente para trabajadores industriales, pero que permaneció vacío. Aquí, inicialmente, los migrantes subsaharianos pasaron inadvertidos y luego negociaron su presencia, y algunos finalmente pagaron alquileres regulares por sus apartamentos. Durante algunos años, Boukhalef fue uno de los barrios de Tánger con mayor número de residentes migrantes subsaharianos (aproximadamente entre 800 y 2000), originarios de países de África central y occidental.

FIGURA 3.

Un mapa de la zona de Boukhalef.

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Las condiciones de vida de la comunidad subsahariana dentro del barrio, a pesar de la serialidad de los pisos, son bastante variables según las diferentes estrategias y necesidades de asentamiento. Los varones más jóvenes suelen optar por la convivencia en grupo: de diez a veinte personas comparten un apartamento de 60 metros cuadrados, preparan comidas comunes en la pequeña cocina y comen juntos en el salón, que por la noche se convierte en un dormitorio colectivo. Si, por un lado, viven en condiciones de hacinamiento y muy poca intimidad; por otro, los grandes grupos impiden el desalojo y permiten que sus miembros se vayan y regresen periódicamente.

Algunos otros ocupan un apartamento en grupos de dos o tres y tienen mayor intimidad; pero, ante la imposibilidad de defender sus espacios comunes por la noche, se ven obligados a concentrar el espacio para cocinar, comer y dormir, así como todas sus pertenencias en una habitación. Sin embargo, estas ocupaciones a pequeña escala negocian su presencia y consiguen relaciones pacíficas con los vecinos marroquíes. Algunos propietarios —generalmente, inversionistas que viven en el extranjero— permiten que los ocupantes se queden, siempre que sean pocos, para asegurarse de que su propiedad no sufra daños.

FIGURA 4.

El barrio de Boukhalef, en las afueras de Tánger.

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De todos modos, no todos los habitantes subsaharianos que viven en Boukhalef son ocupantes; algunos alquilan apartamentos con regularidad, porque han decidido instalarse en Tánger. Eligen el barrio por motivos de proximidad a su comunidad de origen, pero también porque es más fácil encontrar propietarios dispuestos a alquilar a negros a un precio razonable. Incluso los apartamentos en alquiler acogen a más personas de las esperadas: en cada habitación suele vivir una pareja o una familia, separadas por cortinas. En comparación con los ocupantes, se encuentran en una condición menos precaria, ya que no están sujetos a desalojo y tienen agua y electricidad, pero aún viven en una situación marginal. La retórica del tránsito relega a los subsaharianos a la imposibilidad de integrarse en la sociedad marroquí. No existen políticas de vivienda, ni de ningún otro tipo, para los subsaharianos en Marruecos, porque su estancia en el país se considera y gestiona como un efecto colateral temporal de las políticas de control de fronteras.

En las zonas fronterizas con los enclaves españoles, los migrantes subsaharianos se instalan en campamentos efímeros escondidos en el bosque cerca de la frontera y meramente funcionales al intento de cruzar las vallas. Hay principalmente dos tipos de campamentos: el petit fôret y el grand fôret. El llamado grand fôret es un tipo de campamento escondido en los bosques de altura, con una población promedio de 700-800 personas que, en algunos periodos, acogió hasta 2000 personas. El campamento cercano al enclave de Ceuta se encuentra en el bosque de Jbel Moussa; mientras que el campamento cercano a Melilla está situado en las laderas del monte Gourougou, que da nombre al campamento. Ambos asentamientos están lejos de la ciudad marroquí más cercana, que está a una hora a pie. Esto hace que sea extremadamente difícil obtener alimentos y agua y acceder a los servicios básicos. Los asentamientos petit fôret se crearon cuando algunas de las personas que vivían en el grand fôret decidieron escapar de las difíciles condiciones de vida y el rígido sistema de reglas y jerarquías necesarios para sobrevivir. Se trasladaron a una altitud menor, en bosques más pequeños, junto a pueblos marroquíes y más cerca de la zona fronteriza. Estos campamentos se benefician de un acceso más fácil y rápido al mercado y las comunicaciones; pero también a la frontera, y suelen albergar entre 50 y 200 personas.

FIGURA 5.

La valla fronteriza de Melilla y el monte Gourougou.

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Los asentamientos en los bosques están formados por grupos de refugios llamados bunkers, construidos por los propios migrantes a su llegada al campamento. Los refugios se suelen construir con estructura de caña, cubiertos con unas mantas contra el frío y una capa de láminas plásticas para protegerse de la lluvia. Aunque esta técnica es común, los bunkers difieren según los materiales disponibles, el número de personas y la ubicación. Cada uno asume un carácter específico como resultado de limitaciones prácticas y también de criterios estéticos. Además de los bunkers que brindan espacios privados a los migrantes, en cada campamento también hay servicios comunes y otros espacios que tienen diferentes funciones, como lugares de encuentro comunitarios. En estos espacios colectivos, los migrantes organizan “ataques conjuntos” a las vallas, eligiendo el momento más adecuado y elaborando estrategias para confrontar a las autoridades de control.

FIGURA 6.

El Campamento de Bolingo en el Monte Gourougou.

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En los asentamientos más numerosos se organizan grupos para preparar comidas, luego de recolectar dinero común y con lo que se encuentra. En general, la comida se obtiene a partir de restos de verduras en el mercado donde, pidiendo dinero de caridad, compran algo de harina, arroz, leche, té, galletas o carne de segunda. El agua se recoge una vez al día en contenedores, dirigiéndose en columna a las fuentes públicas de los pueblos marroquíes más cercanos. Las tareas se dividen de acuerdo con las habilidades de cada uno, tratando de compartir en la mayor medida posible los recursos con los que cuenta. La comunidad no está exenta de conflictos internos, pero siempre prevalece un sentido de solidaridad mutua, que permite a los que tienen dificultades sobrevivir con la ayuda de otros.

Las parejas y las personas con niños, generalmente, establecen un lugar para cocinar separado cerca de su bunker pero, aunque no comparten la comida, se unen a otros para pasar el tiempo, sobre todo por la noche. En muchos casos, la estancia en el bosque se extiende más allá del tiempo esperado, lo que provoca frustración e incertidumbre; por ello, compartir tiempo con otros miembros de su propria comunidad es fundamental para el ánimo mutuo, para distraerse y para llenar el vacío de la espera. Las noches se pasan charlando, bebiendo, escuchando música, cantando y bailando juntos.

Vivir en campamentos en el bosque es muy agotador y, a veces, arriesgado; pero es más barato que vivir en la ciudad, donde es difícil pagar el alquiler, especialmente sin trabajo. Por ello, algunas personas, especialmente los machos jóvenes, se instalan en los bosques; mientras que otras prefieren vivir en la ciudad y llegar al bosque solo cuando deciden intentar cruzar.

Vivir en asentamientos informales es una opción estratégica para los migrantes, ya que los planes migratorios a menudo cambian según las circunstancias. El viaje está marcado por contingencias, adaptaciones continuas a nuevas oportunidades, obstáculos y cambios rápidos en el programa. Los migrantes tienen que tomar decisiones difíciles a medida que avanzan en su viaje y, a menudo, se ven obligados a detenerse, incluso durante largos periodos, para juntar los recursos necesarios para continuar. En ocasiones, vuelven a etapas anteriores del viaje, lejos de la frontera, donde pueden trabajar para recolectar algo de dinero o descansar y buscar tratamiento luego de una violenta redada policial. Los espacios autorganizados son un referente imprescindible para los recién llegados, pero fundamentales también para aquellos que, por distintas contingencias, se vieron atrapados en un país de tránsito durante mucho tiempo. Alessandra Sciurba describe esos espacios como “zonas informales de concentración”,3 sin barreras físicas, reconocimiento y control oficial, pero generadas como efecto directo de la interacción entre políticas de control fronterizo y estrategias de movilidad. Aquí los migrantes descansan después de una etapa del viaje, desarrollan una estrategia para cruzar la frontera y recolectar los recursos para ponerla en acción, antes de emprender el viaje nuevamente.

Las zonas informales de concentración como espacios grises

Las zonas informales de concentración pueden concebirse como resultado de diferentes razones estratégicas: por un lado, las tácticas autónomas de los migrantes y, por otro, las técnicas de control de fronteras de las autoridades nacionales. A medida que estos últimos intentan obstaculizar, seleccionar y canalizar los flujos migratorios, de acuerdo con múltiples fines e intereses, los migrantes desarrollaron estrategias para negociar con estas prácticas de control fronterizo.

A pesar de su falta de visibilidad y reconocimiento oficial, las autoridades son conscientes de la existencia de estos asentamientos y, en ocasiones, toleran su presencia mientras que otras los explotan. De hecho, la informalidad permite que las instituciones no sean responsables de los migrantes en tránsito, sino que los identifiquen y persigan un control sobre ellos. Esas zonas pueden ser consideradas espacios grises,4 que no se integran ni se eliminan, pero que existen parcialmente fuera de la vista de las autoridades. Como argumenta Oren Yiftachel, “En el ámbito de la política urbana, estos espacios suelen ser tolerados en silencio, a menudo incluso fomentados, mientras están encerrados en discursos de ‘contaminación’, ‘criminalidad’ y ‘peligro público’ para el deseado ‘orden de las cosas’”.5 El discurso que enmarca estos lugares fluctúa entre la retórica del tránsito, que justifica la ausencia de políticas públicas dirigidas a la presencia subsahariana en territorio marroquí, y el de la irregularidad, plenamente acogido por Marruecos con los acuerdos de cooperación, que criminaliza a los migrantes.

Las autoridades marroquíes hicieron demostraciones de fuerza para sus partners de la Unión Europea a través de la acción directa en el espacio de los migrantes. En la zona fronteriza del norte de Marruecos, los campamentos son evacuados y demolidos de forma violenta y las áreas donde estaban ubicados son patrulladas de modo constante para evitar que la gente regrese. Cuando no están completamente despejadas, las zonas informales son “asediadas” por restricciones de acceso a los recursos y puntos de entrada/salida, lo que dificulta la supervivencia allí. Los habitantes de los campos son objeto de continuas redadas por parte de las autoridades marroquíes, llamadas boumbla, con el fin de mantenerlos bajo presión. Lo mismo ocurre en las zonas de ciudades fronterizas con alta presencia de migrantes, que son periódicamente sujetas a búsquedas de inmigrantes ilegales para ser devueltos, lejos de las zonas fronterizas con la Unión Europea. Algunos testimonios informan de un aumento de las redadas policiales y la limpieza de asentamientos informales durante las visitas y summits de autoridades políticas en las zonas fronterizas cuando, a través de la mayor cobertura mediática del tema, Marruecos puede mostrar su compromiso con la seguridad fronteriza y la gestión de flujos migratorios, a fin de fortalecer así su posición en la alianza.6

En algunos momentos de inestabilidad entre gobiernos, hubo muchos intentos exitosos de cruzar la frontera, debido a la falta de coordinación policial entre los dos lados. Esto muestra cómo el control policial marroquí es fundamental para prevenir la entrada de migrantes en el territorio español, y para el proceso de seguridad de las fronteras de la Unión Europea. Las autoridades marroquíes vigilan a la población migrante en su territorio, no solo para bloquear los cruces, sino para desgastar a la gente en los bosques y hacer que se rinda. La limpieza masiva de todos los asentamientos informales ocurre periódicamente en la zona fronteriza, con la posterior deportación de migrantes a la frontera con Argelia y a las ciudades del sur de Marruecos. El surgimiento de la informalidad persistente se maneja “no a través de políticas de corrección e igualación, sino a través de una serie de discursos deslegitimadores y criminalizadores”.7

Después de ser inspeccionados o despejados, los campamentos vuelven a surgir, fragmentados en asentamientos más pequeños que pueden ser menos visibles. El asentamiento en lugares ocultos es el componente espacial de una estrategia más general de imperceptibilidad y desidentificación.8 Los migrantes también asumen diferentes identidades personales cuando cambian las condiciones de control. Estas estrategias de autoinvisibilización son parte de un círculo vicioso en el que cuanto más se intensifica el control de fronteras, más migrantes (y traficantes) encuentran nuevas estrategias para sortearlos.9 Los migrantes, con el temor constante de ser detenidos, arrestados y deportados, actúan principalmente en la esfera informal. Esto es especialmente cierto para algunas categorías con estatus legal incierto, como los migrantes en tránsito indocumentados que intentan irse lo más rápido posible, los que llegaron con la intención de pasar pero terminaron varados y los que voluntariamente eligieron un lugar como destino final pero aún no han podido formalizar su presencia.

Los migrantes desarrollan estrategias para hacerles frente a las limitaciones impuestas por el endurecimiento de los dispositivos de control, que ralentizan sus movimientos o los obligan a elegir direcciones más peligrosas. La imposibilidad de asaltar las vallas de los enclaves y la continua violencia que se sufre en los campamentos empujan a algunos a la ciudad de Tánger y a intentar cruzar el estrecho en patera; mientras que otros simplemente desalojan. Los que permanecen en el bosque se organizan colectivamente para cruzar la frontera por mar. Algunos intentan entrar en los enclaves sorteando la valla en barco y otros organizan los llamados grand convoi, lanchas a motor más grandes proporcionadas por contrabandistas, para llegar a las costas españolas.

A pesar del endurecimiento del control y el aumento de los riesgos, los migrantes no renuncian a su lucha por continuar el viaje. Sus estrategias evolucionan continuamente para superar todos los obstáculos nuevos y provocaron cambios no solo en las políticas de control, sino también en los dispositivos físicos. Tras observar varias veces sus tácticas, el Gobierno español ha decidido transformar de manera estratégica las vallas fronterizas de los enclaves. Al principio, por ejemplo, los migrantes solían trepar la valla con las manos desnudas pero, para evitar esta posibilidad, las cercas se cubrieron con una malla metálica más delgada con agujeros demasiado pequeños para que los dedos humanos pudieran agarrarse. Luego, los subsaharianos crearon ganchos de metal, que se insertaron entre los dedos y pusieron clavos en las suelas de sus zapatos para agarrar la valla con más firmeza. Los migrantes revelan una creatividad impresionante en sus luchas por superar los obstáculos, lo que a su vez hace que la infraestructura fronteriza evolucione para obstaculizar sus movimientos.

FIGURA 7.

Fronteras y redes de tránsito.

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Las redes de migrantes y el territorio de tránsito

Los migrantes no son meras víctimas sometidas a control fronterizo, sino que a través de redes translocales crean canales de movilidad que desafían dicho control y permiten el apoyo mutuo en el camino. Estas redes son tanto formales como informales y se desarrollan en el territorio de los llamados países de tránsito, dentro de Europa y fuera de ella. “Se superponen, se cruzan y se estratifican, ofreciendo condiciones extremadamente favorables a aquellos [migrantes] que llegan, salen, pasan o se quedan”.10 Esta red variable y estratificada, además de estructurar los flujos migratorios, orienta el camino de cada migrante en función de los obstáculos y oportunidades que se presentan en el camino, configurando así un plan que tiene una clara intencionalidad (en este caso, llegar a Europa); pero que permanece indeterminado en el tiempo, la modalidad y los resultados. Las rutas migratorias no son los caminos directos que llevan a un migrante directamente desde un punto de partida a un destino, sino que se estructuran como líneas discontinuas que conectan espacios donde los migrantes se detienen a lo largo de su viaje, por lo general cerca de un punto de cruce, sea una frontera geográfica o no.

Estos espacios funcionan como ejes de redes autorganizadas que sostienen a los migrantes en tránsito durante su movimiento. Las redes de migrantes facilitan los contactos, la orientación al espacio urbano y crean un entorno de vida que apoya la práctica del cruce de fronteras. Sin embargo, también funcionan como comunidades que brindan apoyo y aliento vitales, y dan consuelo cuando falla un intento de cruzar, cuando se experimentan tratamientos discriminatorios o cuando alguien necesita consejo. Desarrollan un verdadero sentimiento de pertenencia, basado en el apoyo mutuo y la solidaridad.

Los migrantes subsaharianos en Marruecos viven agrupados en comunidades nacionales, lo que facilita la inclusión de los recién llegados. La presencia de compatriotas es, a menudo, un aspecto importante que empuja a nuevas personas a salir de su país, unirse a un grupo e intentar cruzar la frontera. En las ciudades, cada comunidad tiene una persona de referencia, por lo general alguien que ha estado allí durante mucho tiempo, que conoce el lugar y que tiene contactos con la comunidad local. Se consulta a estas personas profundamente respetadas para resolver conflictos y ponerse en contacto con un chairman, que ayuda a los inmigrantes a comprar un barco.

Una organización similar estructura la vida en los campamentos en el bosque cercano a los enclaves españoles. Cada comunidad tiene sus propios representantes, que interactúan con los de otras comunidades para gestionar la vida en el bosque y organizar ataques conjuntos a las vallas fronterizas.

Las redes de migrantes son imperceptibles o apenas visibles, pero estructuran una práctica colectiva considerable, sumamente disruptiva para las dinámicas de confinamiento globales. A nivel translocal, crean una nueva forma de territorialidad, que es transversal a las fronteras del Estado nación y que se extiende más allá y a través de su territorio. Además, a nivel micro, estos espacios crean ambientes de vida local donde se moldean las prácticas y estrategias del cruce de fronteras. “La geografía de las rutas hacia Europa […] está conformada por estos nodos que las determinan, siendo su causa y efecto al mismo tiempo”.11

Alessandro Petti, al discutir su experiencia de la frontera entre Israel y Palestina, muestra cómo sirve para diferenciar y estratificar el derecho a la circulación de diferentes categorías de individuos:

La máquina de fronteras es una arquitectura interactiva. Cambia según la nacionalidad de la persona que cruza. […] Se construye y deconstruye en función de la relación que el individuo tiene con el Estado […] Tantas veces he escuchado que el problema real es no saber cuáles son las reglas […] entonces yo descubrió que este vacío es una forma de gobierno.12

Sin embargo, también enfatiza cómo cruzar los vacíos de las formas de gobierno, y las “grietas y lagunas del sistema”13 abren un espacio para nuevos imaginarios alternativos. El espacio autónomo desempeña un papel clave en las luchas de los migrantes en tránsito, que los emancipa tanto de la narrativa de criminalización avalada por las autoridades como de la lógica de victimización del discurso humanitario, que los relega en un limbo de excepcionalidad, y les permite dinámicas de autodeterminación. Ello produce espacios alternativos al del espacio territorializado centrado en el Estado al que suele estar ligada la comprensión de la ciudadanía. Como sostiene Saskia Sassen, los movimientos estratégicos de migrantes forzosos a través de las fronteras y dentro de los campamentos de desplazados y fuera de estos señalan una nueva frontera informal y emergente a lo largo de líneas de redes complejas de apoyo y medios de vida, en lugar de líneas tradicionales de soberanía territorial nacional. Entonces, podemos ver en este movimiento —el territorio de tránsito— una nueva forma de ordenamiento territorial, “un confinamiento emergente, informal de un espacio que atraviesa territorios nacionales y elude la autoridad soberana”.14

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Notes

[1] Vacchiano, “Fencing in the South”, 348.

[2] Tarrius, “Spazi ‘circolatori’ e spazi urbani”.

[3] Sciurba, Campi di forza.

[4] Yiftachel, “Theoretical Notes On ‘Gray Cities’”.

[5] Ibid., 90. Traducción del autor.

[6] Migreurop, “The Black Book of Ceuta and Melilla”.

[7] Yiftachel, “Theoretical Notes On ‘Gray Cities’”, 89. Traducción del autor.

[8] Papadopoulos y Tsianos, “The Autonomy of Migration”.

[9] Marconi, “Not Just Passing Through”.

[10] Marconi, “Divieto di transito!”, 70. Traducción del autor.

[11] Marconi, “Divieto di transito!”, 70. Traducción del autor.

[12] Petti, Arcipelaghi e enclave, 6. Traducción del autor.

[13] Ibid., 7.

[14] Sassen, “When Territory Deborders Territoriality”, 34 y 35. Traducción del autor.