INTRODUCCIÓN
Viña del Mar está ubicada a los pies de la cordillera de la costa en el océano Pacífico y se ha desarrollado tomando cierta preponderancia dentro de las ciudades modernas y planificadas de Chile. Sin embargo, llegado un determinado punto de inflexión, la ciudad deberá definir cuál es el modo de crecimiento que adoptará para su expansión urbana.
La vacilación o la toma de determinadas decisiones provoca que la ciudad pierda ese carácter moderno y planificado y pase al otro extremo de la informalidad y la periferia, un patrón muy conocido de muchas ciudades latinoamericanas. La periferia se refiere a un territorio compuesto por grandes extensiones de suelo de uso residencial en proximidad a un centro urbano consolidado y que presenta un tipo de crecimiento fragmentado.
A modo de hipótesis, el estudio de estos fragmentos, que derivan en partes de una periferia, llevará a interpretar una arquitectura del suelo que origina unas entidades individualizadas. La singularidad de las piezas permiten construir un repertorio que conducen a reflexionar y sopesar la forma de una ciudad integrada por trozos que son producto de una sucesiva fragmentación.
Se busca descubrir las razones de la forma urbana, en el proceso de configuración, construcción y desarrollo del fragmento residencial. El artículo no pretende una mirada prospectiva, sino que más bien genera una lectura de la ciudad desde los procesos de división del suelo, que explican el origen de los tejidos residenciales.
La investigación se desarrolló en dos bloques. La primera sección estudia las sucesivas fases de subdivisión del suelo hasta la definición de los fragmentos. Y la segunda parte analiza los elementos formales y las morfologías que componen una pieza del espacio urbano residencial.
PRIMERA PARTE: PROCESOS DE DIVISIÓN DEL SUELO
Los procesos de división del suelo en Viña del Mar se condicen con los distintos periodos históricos que han caracterizado su forma urbana. El desarrollo rural, la evolución del balneario y el auge industrial fueron tres momentos clave para su crecimiento, cuando el suelo se convirtió en un recurso muy valioso. Cada una de estas fases contienen una unidad de medida propia y se clasifican en tres niveles.
El primer nivel lo componen las haciendas como primeras unidades del suelo. Las haciendas eran grandes fincas dedicadas a la explotación agrícola. Esta fue la primera demarcación del suelo que estableció los límites actuales de la ciudad en torno a las 12.000 hectáreas, los cuales se desprenden del reconocimiento de la geografía y los recursos hídricos. Se formaron dos unidades en respuesta a este periodo: la Hacienda Siete Hermanas y la Hacienda Viñas de la Mar.
En un segundo nivel se encuentran las quintas de recreo como unidades intermedias del sistema de división. Las quintas estaban dedicadas a la segunda vivienda o casas de verano. Estas piezas determinaron la formación del centro fundacional en el llano costero junto al estero Marga-Marga.
Finalmente, en un tercer nivel se encuentran los fundos y las chacras. Estos son las unidades pequeñas del sistema de división. Las chacras estaban destinadas exclusivamente a la explotación agrícola, a diferencia de los fundos que, además, podían albergar una casa patronal. La Chacra de la Mar es la que le otorga el nombre a la ciudad.
En cuanto a todos los fundos que se agregaron a la ciudad, se destaca uno que es de importancia fundamental: el Fundo Achupallas. La posterior evolución de esta pieza marca un hecho significativo en la formación de la periferia de la ciudad (fig. 1).
Figura 1.
Los procesos de división del suelo en Viña de Mar (Chile). A) Hacienda Viñas de la Mar. B) Hacienda Las Siete Hermanas. C) Fundo Achupalla. Fuente: elaboración propia.

Conforme a los niveles de división observados, se generaron unas lógicas de localización y emplazamiento que respondieron al reconocimiento de los elementos geográficos más característicos del lugar. Estos elementos cumplieron un papel fundamental en torno a dos ámbitos:
Son elementos de referencia que determinan los límites en las grandes haciendas.
Son elementos que condicionan las lógicas de ocupación, uso del suelo y su construcción, donde influye en mayor medida el acceso al agua y las pendientes.
En el crecimiento de la ciudad se reconocen unos patrones muy específicos que caracterizaron un “crecimiento por paquetes” (Solà-Morales 1997, 54), que consiste en la agregación de piezas para posteriormente someterlas a procesos de parcelación. Esta forma de crecimiento originó la periferia y determinó un tipo de crecimiento fragmentado.
Las mesetas y la conquista de las cumbreras
En el momento en el que Viña del Mar había ocupado todo el llano litoral, se planificó la próxima expansión de la ciudad. Los terrenos llanos adquirieron valor en un ámbito geográfico accidentado que puso la atención en las mesetas ubicadas en la parte alta del territorio. En este contexto, el Fundo Achupallas, situado en la meseta del Gallo, adquirió especial interés y, como resultado, esta pieza se incorporó al suelo urbano, con la finalidad de construir barrios obreros.
Esto señala un hecho diferencial que configuró una cultura de habitar específica. Se ocuparon los terrenos llanos en diferentes estratos, del litoral y de las mesetas, y se dejaron vacíos los lugares intermedios. Así, la ciudad se planteó en un escenario que compondría tres fajas: 1) desde un borde costero, de industrias y de turismo, donde se ubicaron grandes inversiones para consolidar la ciudad; 2) desde un espacio intermedio, donde se encontrarían parques, áreas verdes y quebradas, y 3) desde las zonas más altas en las mesetas, donde se planteaba el nuevo crecimiento urbano residencial.
El llano costero fue ocupado con los primeros asentamientos y la traza fundacional de la ciudad. La presencia del estero Marga-Marga fue fundamental en el posicionamiento de los cultivos y las industrias, lo que generó su completa ocupación.
Las planicies en lo alto de los cerros que conformaban las mesetas albergaron los nuevos crecimientos de la ciudad. Estos espacios disponían de buen asoleamiento y de terrenos llanos que facilitaron su construcción. Además, se contaba con una infraestructura existente como es el antiguo camino a Quillota, que ofrecía la articulación de los nuevos crecimientos y las relaciones territoriales con el resto de la ciudad.
Finalmente, las pendientes y las quebradas se mantuvieron como elementos de enlace entre ambas situaciones, llano costero y mesetas. Las quebradas que dibujan la geografía de Viña del Mar terminaron conformando los límites de las unidades del suelo, entre haciendas, fundos y chacras que, finalmente, se convirtieron en barrios en condición de periferia.
El Fundo Achupallas
La meseta del Gallo es una extensa planicie en altura que corona la parte alta de los cerros de Viña del Mar a modo de altiplano. En esta área se encontraba delimitado el Fundo Achupallas, con una extensión de 917 hectáreas. De su conformación histórica se desprenden tres barrios: Achupallas, Miraflores y Villa Dulce.
Los primeros trazados para la urbanización de esta pieza se iniciaron en 1953, con el Plan Achupallas, elaborado por la oficina de arquitectos Larraín-Duhart. En este momento se generaron acciones concertadas entre los principales actores de la época: las industrias y los entes privados, que buscaban una financiación conjunta; los sindicatos de trabajadores, que buscaban mejores condiciones de vida, y, finalmente, la acción del Estado y el municipio, como entes reguladores públicos (Contreras Gonzales, 2016, 58). De este modo, los acuerdos presentados no solo pretendían la creación de nuevas viviendas, sino también proporcionar las obras de dotación necesarias para dichos barrios. Sin embargo, este plan nunca llegó a materializarse y, posteriormente, el Fundo Achupallas se dividió en tres fragmentos, tres barrios que se asignaron a un gremio distinto y que generaron diferentes trazados y formas interiores para consolidar cada fragmento (fig. 2).
La articulación de los fragmentos
Los tres barrios se articularon mediante una gran infraestructura: el antiguo camino a Quillota, hoy Camino Internacional (ruta 60-CH). Sus límites quedaron definidos mediante las antiguas unidades de división del suelo y la delimitación del fundo. Los elementos geográficos, como las quebradas y los afluentes, se convirtieron en espacios intersticiales entre un barrio y otro. Cada barrio conformó su estructura interna, de acuerdo con su posición dentro de la pieza del fundo y las condicionantes con la geografía. En la búsqueda por optimizar y racionalizar el suelo disponible para cada barrio, se llegó a definir una unidad mínima de medida, conformada por los tamaños de parcelas. El barrio Miraflores, con tamaños 9 × 18 metros; el barrio Villa Dulce, con parcelas cuadradas de 15 × 15 metros, y el barrio Achupallas, con parcelas rectangulares de 15 × 30 metros. A partir de estos tamaños surgieron las demás condicionantes, como la estructura de las vías, la conformación de la manzana, los accesos a las viviendas, la ordenación de las áreas verdes y la disposición de los equipamientos.
SEGUNDA PARTE: UNA MIRADA AL INTERIOR DEL FRAGMENTO. EL BARRIO ACHUPALLAS
Las operaciones en el barrio Achupallas ocupan un área de 64 hectáreas que conforman un total de 793 parcelas para la autoconstrucción de viviendas. Los procesos de crecimiento de la ciudad se ven reflejadas en la historia del barrio Achupallas y la definición del tamaño parcelario como respuesta a las siguientes operaciones:
La Corporación Habitacional de la Vivienda (CORVI), que genera una primera administración y entrega los terrenos a los propietarios.
La Ley de Sismos (Ley 16.282), mediante planos de autoconstrucción, en 1967.
La intervención del Servicio de Vivienda y Urbanismo (Serviu), en 1983, mediante el Decreto Supremo 2833, que genera modificaciones en las áreas verdes y en los equipamientos proyectados.
Estos marcos legales generaron muchas de las agregaciones residenciales en la periferia de Viña del Mar. Y generó como consecuencia piezas individualizadas, crecimientos en baja densidad y urbanizaciones deficientes con respecto al resto de la ciudad.
Las lógicas urbanizadoras se realizan en tres órdenes: la parcelación como primera acción sobre el territorio, seguido por la construcción de las viviendas y, finalmente, la materialización de las calles. Estos comprenden los elementos formales que construyen la ciudad.
El término autoconstrucción se refiere a una tipología de materialización autónoma de la vivienda, en la que los pobladores son quienes construyen sus casas, en su mayoría como iniciativas individuales. Las viviendas se insertaron dentro del contexto de la estructura planificada que se trazó en los planos aprobados previamente.
El orden y la disposición de los elementos formales, como las parcelas, las casas y las calles, configuran una morfología urbana característica. Según Manuel de Solà-Morales, “Morfología-tipología forman un eje de dualidades al cual se pueden referir las formas de las diferentes partes de la ciudad” (1997, 13). Las formas del parcelar en Viña del Mar derivan de las antiguas unidades en el proceso de división del suelo. Son estas formas resultantes las que entregan elementos de identidad y soporte para la evolución del espacio residencial.
De este estudio se observa que pese a todos los procesos de constantes cambios en la conformación del barrio Achupallas, la estructura general del trazado ha permanecido en el tiempo. Las calles, las parcelas y las casas que encontramos en Achupallas son elementos claves en la unidad mínima y compositiva de los fragmentos. Constituyen un repertorio de piezas que conducen a unas medidas y proporciones geométricas que ofrecen respuestas sobre morfologías urbanas actuales.
Evolución del trazado
De la estructura viaria de Achupallas extraemos que estos trazados nacen de los límites y los márgenes del fundo y de la necesidad de resolver la articulación de sus bordes. El eje de la carretera desempeña un papel importante en la agregación de los fragmentos, puesto que facilita la incorporación de estas piezas de manera sistemática. La carretera genera un encuentro de magnitudes distintas (fig. 3). Desde su ancho de 60 metros se desprenden las vías transversales de acceso al barrio, en torno a los 20 metros de ancho que conforman un trazado en forma de malla. Se encuentran, por ejemplo, las calles Vicente Salinas y Arturo Godoy. La jerarquía de las vías son una de las formas heredadas del plan para Achupallas, con anchos pensados para conectar con el resto de la ciudad. Por ello, generan un 30 % de ocupación del suelo; sin embargo, el funcionamiento actual responde más a lógicas internas y aisladas.
Figura 3.
Estructura del viario del barrio Achupallas en Viña del Mar (Chile). A la izquierda, la situación actual, y a la derecha, los primeros trazados de 1967. Fuente: elaboración propia.

La presencia de quebradas genera trazados en forma de ramificaciones. Estas vías siguen la misma lógica entre los 20 metros, pero no logran construir una malla, ya que se encuentran rodeadas de quebradas. Más bien adquieren una forma de espina con ejes menores que la cruzan. Sin embargo, la amplitud que presentan los anchos de las vías, que fueron previstos para conectar con el resto de la ciudad, permiten que se transformen en un elemento útil y de identidad para el barrio (fig. 4).
Figura 4.
Calle Arturo Godoy en el barrio Achupallas. Conformación del trazado en el encuentro con las quebradas. Fuente: elaboración propia.

Frente al problema de las relaciones internas entre fragmentos, se genera una jerarquización longitudinal paralela a la carretera, en esta lógica de ejes viales en torno a los 800 metros de largo. Finalmente, están los trazados menores en torno a los 10 metros de ancho. Buscan articular todo el sistema y van escalando entre las pendientes, generando en algunos casos pasajes ciegos de escaleras en el encuentro con quebradas o con los límites del fragmento. Su configuración genera una forma de peine, donde los pasajes o dientes generan el acceso a las viviendas.
Ordenación de las áreas verdes
La disposición de las áreas verdes surge como un residuo de la optimización del suelo en las parcelas de 15 × 30 metros. La superficie destinada a las parcelas corresponde al 56,3 %, seguido por las áreas verdes, con un 8,7%, y por los equipamientos, con un 4,5%.
El patrón de ocupación que considera un borde perimetral de áreas verdes que contiene las quebradas se repite en varios de los barrios de la periferia. Esto genera grandes extensiones de tejidos monofuncionales en los cuales los principales equipamientos están ubicados en los bordes. La mayoría no llegaron a materializarse y fueron ocupados con otras funciones.
Una parcelación que permanece
Los tamaños de los lotes generan 450 metros cuadrados, una dimensión relativamente grande en comparación con otras operaciones realizadas en la periferia. Este tamaño ha generado un crecimiento en el interior de la parcela, al agregarse una o dos viviendas nuevas por lote. En esta modalidad, el patio desaparece y lo ocupan las nuevas construcciones. Por otra parte, existe un segundo tipo de crecimiento relacionado con la ampliación de la vivienda original, la agregación de un segundo piso o la incorporación de nuevos espacios. Estas posibilidades vienen dadas por la posición de la vivienda en la parcela y los espacios disponibles generados dentro del lote.
Del encaje de las parcelas en la geografía se generan distintos tamaños de manzana. El tamaño de las manzanas depende de la cantidad de lotes, los cuales conservan sus anchos y varían las longitudes de acuerdo con las cantidades de unidades que contienen.
Las manzanas rectangulares más grandes presentan medidas de 60 metros de ancho y agrupan el frente de 4 lotes que construyen las esquinas en forma de testeros o cabeceras de manzana, y así se conforman en ambos extremos. De esta manera, en el largo se agrupan las 6 parcelas restantes que conforman una manzana de 60 × 150 metros y que contienen 30 unidades de propiedad. Las manzanas de tamaño medio son de 60 × 160 metros con 20 unidades de propiedad. Finalmente, se observa que las tipologías más pequeñas desprenden estas cabeceras para dar lugar a una manzana de 60 × 80 metros con 12 unidades de propiedad (fig. 5).
La evolución del espacio residencial
Existe una relación muy estrecha entre las medidas de la parcela y el posicionamiento de la vivienda. Precisamente, estas medidas y formas geométricas permiten este crecimiento de la casa y su evolución en el tiempo. Estas formas derivan de la racionalización del suelo, en cómo se posiciona y optimiza la casa dentro del lote. Se observa, por ejemplo, que las primeras viviendas que se posicionaron en el barrio generaron una ubicación al fondo del lote o enfrentando la calle. De esta manera, se optimizó el espacio del patio para posibles crecimientos. En algunos casos, esto ha permitido subdividir el lote, tanto en la modalidad horizontal, con dos lotes cuadrados de 15 × 15 metros, como en la modalidad transversal, en dos lotes rectangulares de 7,5 × 15 metros. La primera modalidad es la más utilizada, pues conserva los frentes de calle y varía los tamaños en la profundidad de la parcela. Muchas de las ampliaciones que se han generado se relacionan con la microempresa familiar y con los pequeños comercios que se han implementado (fig. 6).
CONCLUSIONES
Mirar la ciudad desde la caracterización de los fragmentos, permitirá abordar problemáticas latentes en el entorno urbano ya construido, sus lógicas internas de ordenación y crecimiento. Este enfoque se posiciona desde una mirada positiva, en torno a los valores que presentan cada uno de los fragmentos y las virtudes de la pieza trabajada. Precisamente, esta fragmentación proporciona un reflejo de la identidad del territorio y su diversidad de piezas, y ello arroja luces sobre sus capacidades de renovación.
De la subdivisión predial de las unidades territoriales más antiguas y la primera estructura de la propiedad que impartían las haciendas, los fundos y las chacras se desprenden los fragmentos y los barrios en condición de periferia. Esto determina las dimensiones, el tamaño, las magnitudes y las características del fragmento.
Los diferentes niveles de división del suelo establecieron un tipo de trazado, unas medidas del parcelario y unas tipologías edificatorias en función de la optimización de cada fragmento. El territorio, por tanto, se ha estructurado y evolucionado a lo largo del tiempo en un mosaico de piezas diversas.
Las capacidades de crecimiento para cada pieza están determinadas por las medidas del parcelario como unidad mínima de división del suelo. Las medidas encontradas en el barrio Achupallas son de un tamaño específico que conforma una unidad mínima que ha sido capaz de contener las transformaciones interiores del espacio residencial. Estas medidas han permanecido en el tiempo y han acogido los cambios en la tipología edificatoria, sus agregaciones y mutaciones, en el corazón de la manzana.
El espacio residencial es el principal elemento conformador de ciudad, y desde este punto se observa su evolución en un territorio complejo que aún no termina por encontrar el peso de sus valores urbanos en la arquitectura del suelo. Al sopesar la velocidad de los cambios, resulta fundamental desvelar las morfologías urbanas que soportan las transformaciones en el tiempo y construyen la forma urbana de la ciudad.