En este número de Dearq, quisimos estudiar la apertura en arquitectura (entendida como una medida de indeterminación, ambigüedad o relativa falta de plan o proyecto) y sus efectos en la vida democrática de las sociedades.1
No es este un tema original. Durante décadas, muchos investigadores han estudiado la posibilidad de arquitecturas abiertas, entendidas de muchas maneras. Recientemente, por ejemplo, Richard Sennett (2006) ha empezado a promover la construcción de territorios porosos, narrativas indeterminadas y formas incompletas como método para generar ciudades más diversas y fértiles para la actividad de sus habitantes. Desde los años setenta, el arquitecto danés Jan Gehl (2006) puso en primer plano el espacio entre edificios como lugar para la vida social. En esa misma década, en el Instituto para la Arquitectura y los Estudios Urbanos de Nueva York, el historiador Stanford Anderson (1971) definía el entorno construido como un artefacto producido por las acciones de muchas personas, cuyos resultados formales y funcionales son siempre imprevisibles.2 La resiliencia de las ciudades —su habilidad para albergar y adaptarse al cambio—, concluía Anderson, depende en gran medida de esta indeterminación tomada por potencial.3 En el mismo sentido Alberto Saldarriaga Roa ha sugerido que “la racionalidad funcionalista de la disciplina ortodoxa de la planeación no se acomoda a la realidad heterogénea y diversa de la vida social que bulle en estas ciudades” (1994, 64); una conclusión compartida por Silvia Arango y Rogelio Salmona, cuando afirman que “lo propiamente urbano no consiste en la aglomeración de edificios sino en los espacios que están entre los edificios […] Lo realmente público son los espacios abiertos” (2000, 154).
Vemos cómo estas y otras lecturas del papel que desempeña la apertura en la arquitectura y la ciudad están estrechamente vinculadas con algunos valores democráticos, como la libertad individual, la tolerancia y la búsqueda del progreso a través del cambio gradual y fragmentario. En gran medida, la ciudadanía fundada en estos valores y los derechos y deberes que se derivan de ellos dependen de nuestra habilidad como individuos para encontrar sentido, proyectar nuestros sentimientos y aspiraciones e integrarnos con otros a través del entorno que habitamos. Pero los espacios totalmente prescritos por el diseño y la planeación suelen determinar e imponer usos e interpretaciones estrechos, o limitar nuestras habilidad para entender, empatizar e integrarnos con la arquitectura que nos rodea. El ejercicio de la libertad exige su propio espacio; no un espacio que alguien nos da o determina de antemano sino uno que, apenas sugerido, permanece latente como oportunidad que debemos tomar.
Como parte de la red de investigadores Writing Urban Places (Escribiendo Lugares Urbanos), enfocada en usar métodos narrativos para el desarrollo urbano en ciudades medianas en Europa, nuestro interés como investigadores se centra en aquellas arquitecturas que parecen dar sentido a la vida de sus habitantes, en las diferentes formas en las que los ciudadanos se apropian de ellas y en cómo sentido y apropiación favorecen conjuntamente la integración entre individuos diferentes.4 Al abordar estos temas en relación con diferentes lugares urbanos, notamos que siempre está en juego una noción de apertura en términos programáticos, espaciales o procesuales. Aunque hasta ahora la mayor parte de nuestra investigación se ha desarrollado en ciudades medianas en el contexto europeo, observadas desde una perspectiva eminentemente interdisciplinar, nos interesa examinar y evaluar algunas de nuestras ideas en otras ciudades, con miras a nuevos descubrimientos. Una colaboración activa entre la Universidad de los Andes, la Universidad Nacional de Colombia y la Universidad Tecnológica de Delft, nos permite ahora estudiar este tema desde una perspectiva latinoamericana.5
Por supuesto, hablar de una ciudad latinoamericana en términos genéricos siempre será paradójico y, sin embargo, optamos por acotar nuestra búsqueda; no con la intención de reducir o simplificar el contexto, sino queriendo explorar su exuberancia y consecuente potencial. Tanto en su configuración como en su desempeño, muchas ciudades latinoamericanas articulan arquitecturas y estructuras urbanas bien diferentes, incluso contradictorias. Dameros coloniales, trazados modernistas y asentamientos informales convergen en tejidos complejos, difíciles de evaluar. A menudo, esta complejidad y las tensiones que revela o genera son vistas por arquitectos y urbanistas con cierto recelo; no obstante, también es posible interpretar como virtud la relativa falta de planeación de nuestras ciudades.
Entre la cantidad de variables que informan la prodigalidad de este contexto, prestamos atención a un aspecto concreto que nos permitiría vislumbrar futuros para el tipo de arquitecturas y ciudades que nos interesan. Hablamos de aquel vacío relativo en el cual se integran las capacidades y ambiciones, o los aportes y las demandas de diferentes individuos. Creemos que cuando aquello que nos rodea es más posibilidad que prescripción, nos hacemos conscientes de nuestros derechos y deberes como ciudadanos.
Partiendo de estas premisas, extendimos una invitación a investigadores y arquitectos para que nos contaran qué piensan y qué saben sobre aquellos espacios construidos en diferentes ciudades latinoamericanas que por su carácter abierto ofrecen oportunidades para la vida democrática. Las respuestas nos revelan aspectos importantes, en muchos casos inesperados, que asumimos como contribuciones al crecimiento y el desarrollo de nuestro conocimiento disciplinar.
En su artículo de investigación, William García Ramírez sintetiza los resultados de su pesquisa sobre los centros cívicos en la ciudad colombiana. Su reflexión implica una revisión historiográfica afín a otras historias sobre el ocaso del modernismo. Aunque originalmente se concibieron como espacios programáticamente abiertos y, por lo tanto, poli o multifuncionales, García Ramírez describe la forma en que pronto varios centros cívicos se transformaron en algo diferente: centros administrativos fundados en la idea de que la actividad cívica se reduce a la relación entre el ciudadano y el gobierno institucionalizado. Además de ofrecer elementos para una reflexión sobre la asociación entre espacios abiertos y el carácter oficial de lo público, especialmente en términos programáticos, el artículo identifica un aspecto primordial de los centros cívicos; una doble condición centrífuga, en cuanto proliferación de centralidades urbanas, pero también centrípeta, al concentrar atención y actividad local en aquellos elementos primarios de la ciudad descritos por Aldo Rossi (1982).
El ejercicio de la libertad exige su propio espacio; no un espacio que alguien nos da o determina de antemano sino uno que, apenas sugerido, permanece latente como oportunidad que debemos tomar.
Por su parte, Katherin Triana Urrego y Diego Romero Sánchez nos ejemplifican cómo se genera la ciudad por fuera del canon normativo. En este sentido, su recuento apunta a una arquitectura de proceso antes que de objeto; a una forma de construir la ciudad que se desarrolla en la latencia y la oportunidad, antes que en el diseño de un objeto concreto. La arquitectura desarrollada en términos cooperativos, según la describen Triana Urrego y Romero Sánchez, no presupone un lugar fijo ni un uso específico —mucho menos una morfología estática—. Por el contrario, evoluciona a medida que oportunidades y recursos se hacen disponibles y se acercan a aquello que en otro lugar hemos tomado por elemental.6 Además, el artículo hace patente la insuficiencia de la noción de informalidad para explicar la génesis de buena parte de la ciudad latinoamericana, pues lo informal es visto aquí principalmente como aquello que se sale de la norma. Si, en cambio, entendemos con Zaera-Polo (2009) que la informalidad no es falta de adhesión a la norma, sino la influencia de un número considerable de variables en la constitución de realidades complejas, debemos reconocer que la diferencia que existe entre el modelo urbano de Provivienda y la ciudad planificada corresponde en realidad a dos teorías de la arquitectura bien diferentes. Por un lado, podemos pensar en una arquitectura que persigue la abstracción, en el sentido de racionalizar el número de variables (formales, tecnológicas, funcionales o simbólicas) tenidas en cuenta en su desarrollo; por otro, podemos pensar en una arquitectura que aspira a la proliferación desde una lógica más económica que artística.
Con un ejemplo en el que esta formalización ha llevado al colapso de un área urbana, Alejandro Peimbert Duarte nos lleva a un recorrido por espacios vacíos, casi distópicos; pero también nos muestra cómo un cambio de paradigma revela el potencial de aquello que algunos dan por muerto. Un centro cívico ajustado al modelo estadounidense de la segunda posguerra aparece como una imposición arbitraria y estéril; sin embargo, Peimbert Duarte demuestra que la versatilidad —entendida como la posibilidad de imaginar la arquitectura por fuera de las teorías convencionales— nos daría pistas para salvar aquellas partes de la ciudad de Mexicali que parecerían anquilosadas para la vida ciudadana. Se pone de presente en este artículo la posibilidad de una apertura radical en la que las fronteras entre naciones-Estado cesan de separar ideas y personas forzosamente y, en cambio, se ven como lugares de oportunidad para la generación de formas y lenguajes arquitectónicos vitalizados por el contacto.7
Hasta aquí hemos hablado de apertura como proceso, a nivel programático o de significado. Existe, por supuesto, la apertura más obvia que se traduce en lo formal. Precisamente, este es el tema que desarrolla Antonio José Salvador en su artículo, que nos lleva a revisar la historia y el desarrollo reciente de un gran vacío urbano en la ciudad de Quito. ¿Qué pasa cuando en lugar de la acción, el objeto o la obra, las autoridades de una ciudad entienden el valor del no hacer, el potencial del vacío y la importancia de la acción espontánea? ¿Qué transformaciones se hacen posibles cuando en lugar de lo tangible los gobiernos operan en la esfera de lo latente? Además de estas inquietudes, el texto sugiere una disyuntiva interesante, especialmente cuando se mira un elemento primario desde la perspectiva de la apertura. ¿Es realmente posible o deseable —nos preguntamos— un gran proyecto urbano? O ¿acaso deberíamos entender la ciudad como proyectos arquitectónicos individuales que se suman de maneras imprevistas y precisamente por ello generan resultados (afortunadamente) imprevisibles? (Anderson 1971).8
Cerrando la sección de artículos de investigación, Mariana Wilderom traza interesantes paralelos entre dos conurbaciones que comparten la vitalidad característica de las segundas ciudades en muchos países. Antes que la apertura en sí misma, el artículo trata sobre aquellas condiciones que la posibilitan desde lo infraestructural. Como en el caso de Quito, pero esta vez de forma dispersa o atomizada, Wilderom nos muestra cómo diferentes intervenciones urbanas en São Paulo y Medellín se nutren del vacío, aprovechan potenciales previamente ignorados y, eventualmente, terminan nutriendo el proceso vital de ambas ciudades.
Tras estos artículos de investigación, el artículo de creación, escrito y bellamente ilustrado por Diego Buitrago Ruiz se vale de la narración literaria como método para explicar una arteria viva en el tejido urbano. El viaje de Buitrago Ruiz por la avenida Caracas de Bogotá no se limita a su propia experiencia; es también un viaje a través de la historia de la ciudad, en el que sigue una estructura teatral para dar cuenta de las vivencias de muchos otros que son conjuntamente esa avenida.
Otras vivencias se entrelazan en un contexto distante, en la conversación que sostuvimos con la historiadora Esra Akcan, quien nos lleva a través de varios recorridos por la historia reciente de la arquitectura europea y por la intimidad de un puñado de individuos que el destino ha llevado temporal o permanentemente a un barrio de Berlín. Concluye Akcan que la apertura, además de las diferentes formas en las que la hemos venido describiendo, es esencialmente una forma de hospitalidad, y que antes que entender la arquitectura como consecuencia de la cultura, podemos verla como instrumento para la construcción de sociedades más justas, desprovistas de aquellas fronteras que mencionamos atrás.
Conjuntamente, estos textos sugieren la necesidad de articular diferentes enfoques para estudiar la apertura; en varias escalas (desde el centro cívico hasta los grandes espacios urbanos e infraestructuras), como proceso o programa, o utilizando métodos como la narrativa literaria, para resaltar aspectos experienciales, históricos y sociales de la arquitectura abierta. Muchas de estas preocupaciones se materializan también en los tres proyectos que hemos escogido para ejemplificar la apertura en la ciudad latinoamericana. Descritos con detalle más adelante, podemos anotar aquí algunos de sus rasgos importantes. Como veremos, estas tres arquitecturas sugieren la posibilidad de reconocer el tiempo de una obra de arquitectura de manera extensa: la posibilidad de asumir contingencia y obstrucción como oportunidades para crear, antes que como problemas por resolver; y la posibilidad de entender la arquitectura como una serie de decisiones que se entrelazan con la red de interrelaciones que determinan su contexto.9 No cabe duda de que estamos ante tres arquitecturas en sentido cabal, desarrolladas en profundidad, y sin embargo notamos que su apertura no se puede capturar o apreciar de forma simple.
Al revisar esta notable colección de trabajos —tan diferentes y en muchos sentidos tan complementarios—, debemos reconocer que nuestra definición inicial de apertura se ha ampliado como resultado de este proceso editorial, y ahora abarca extremos escalares que van desde la vivienda individual y el espacio íntimo hasta los espacios y la infraestructura urbanos. Además de ampliarse, aquella noción inicial de apertura se ha extendido para abarcar espacio, programa y proceso, como podemos ver en el estudio sobre los límites y potencialidades de los centros cívicos, o en los proyectos concebidos y desarrollados de forma comunitaria, o a partir de estructuras sin terminar.
Como dijimos al principio, en este número de Dearq quisimos estudiar aquellos espacios abiertos que favorecen la vida urbana desde una perspectiva democrática. Ahora vemos cómo estos espacios adquieren muchas formas diferentes, incluso dentro de una misma ciudad. Es claro que en cada ciudad coexisten especies antagónicas de manera simpátrica y que en su construcción se encuentran maneras igualmente antagónicas de entender y practicar la arquitectura.10 Cada una de estas formas implica usos, desempeños, apropiaciones y significados muy diferentes; cada una conlleva sus propios repertorios formales, materiales, técnicos y estéticos; cada una utiliza recursos e identifica potencialidades distintas. Mediando entre diferencias y antagonismos (muchas veces radicales), los espacios abiertos son aquella forma elemental de la tolerancia, capaz de resolver la fricción; son instrumentos que nos permiten convertir el conflicto en construcción. Aquí es donde las condiciones diversas, y a veces paradójicas, de la ciudad latinoamericana nos ofrecen un terreno fértil para la apertura, una oportunidad para vislumbrar un mundo con menos fronteras y a través del cual podríamos movernos con mayor libertad.
Es claro que no hemos encontrado una respuesta concluyente a nuestras preguntas iniciales. Antes que una teoría única de los espacios abiertos, lo que pareciera estar en juego aquí es un proceso de apertura hacia varias teorías. En los textos comprendidos en este ejemplar aún es notable una afinidad ideológica. Foucault, Deleuze, Guattari, Harvey, Lefebvre y Tafuri nos sugieren un marco teórico común para varias de las contribuciones y, por ende, cierto grado de ortodoxia en la investigación académica. A pesar de esta coincidencia —observada en la recurrencia de fuentes teóricas ideológicamente alineadas—, las fuentes primarias y las investigaciones historiográficas de origen local utilizadas por estos autores nos ofrecen otras intuiciones. Hemos aprendido sobre la construcción de la ciudad como un proyecto colectivo tras leer la entrevista con Esra Akcan y el artículo de Katherin Triana Urrego y Diego Romero Sánchez; pero también hemos visto intentos por redefinir o subvertir teorías convencionales en la contribución de Alejandro Peimbert Duarte.
Antes que hablar de una disciplina unívoca u homogénea, ahora podemos hablar de la coexistencia o complementariedad de varias teorías de la arquitectura —todas útiles y válidas—. Quizás sea esto lo más importante que podemos aprender de esta colección de artículos: que un buen reto para el arquitecto contemporáneo consiste en aprender a operar con varias teorías diferentes de manera productiva —ser teóricamente versátil—. Y aunque comenzamos pensando en la apertura en términos espaciales y funcionales, ahora podemos hacer un llamado a abordar la arquitectura con una mente abierta, moviéndonos entre diferentes perspectivas teóricas con igual curiosidad y alejados de cualquier postura unívoca, dogmática u ortodoxa. Tal vez sea esta apertura teórica la que nos permita ver la arquitectura con menos prejuicios (algunas veces como arte, otras como negocio lucrativo o como manejo eficiente de los recursos disponibles), y nos ayude a mantener nuestro entendimiento abierto a más y mejores formas del entorno construido.