Callejeando por la Caracas. Escenas para la sátira, la tragedia y la comedia1


“Y es representación la humana vida…”, escribía Pedro Calderón de la Barca en su auto sacramental El gran teatro del mundo (1630). Cuánta razón, pensaba yo una mañana mientras me dirigía adonde ahora todos nos moveremos. Inicié la jornada camino al oriente, desde mi casa al extremo occidente de Bogotá. Avanzando por la calle 80 en un Transmilenio de estos que llaman híbridos, lograba ver por entre los resquicios cómo se alzaban imponentes los cerros al fondo.

De entre la diversidad de rostros que me rodeaban, revivía la idea del TheatrumMundi, el tropo que interpreta la vida en sociedad como una actuación. ¿Qué personaje nos habrá asignado la entelequia del Autor? ¿Acaso el del rey, el rico, el labrador, el pobre? Quién sabe. Repentinamente me atacó una epifanía. La metáfora de la ciudad como un escenario teatral. Una equivalencia válida entre la calle y la escénica. En ambos participan espectadores, escenógrafos y actores, quienes perciben, construyen e imaginan las obras a que su devenir histórico los someta.

Antes de llegar a mi destino, tuve tiempo de revisar el posible itinerario sobre un mapa de Bogotá. La línea roja allí marcada es la avenida Caracas contemporánea. Una cicatriz que se debate entre la vocación de circulación y el espacio de contacto. Una calle bogotana de escala metropolitana que alberga la memoria de múltiples proyectos de planeación urbana, de estilos arquitectónicos variopintos, de escenas heterogéneas; suma de voluntades, algunas casuales y otras conscientes.

Los mapas que cuelgan de las estaciones de buses demuestran que la Caracas es una arteria fundamental dentro del sistema circulatorio de la ciudad en sentido norte-sur. Alimenta (y se alimenta) de los flujos de tráfico y transeúntes de mañana y tarde, de occidente y de oriente. Si se compara con otras cartografías, se nota que existe una gran cantidad de trazados urbanos que caracterizan a cada uno de los barrios que se desgajan de la calle y que identifican igual cantidad de grupos sociales particulares.

Ya me faltaba poco para llegar, y por instinto dividí el recorrido de la Caracas en tres tramos: norte, entre la calle 69 y el río Arzobispo; centro, entre el río Arzobispo y la calle 19, y sur, entre el río Fucha y la diagonal 48 sur. Me pregunté también qué iba a ver: la morfología, la definición del perfil vial y los usos de las edificaciones por nichos de actividad específica. Y en la escala arquitectónica: las esquinas —entendiendo que son los puntos de mayor permanencia en el tejido urbano— y aquellas arquitecturas con alguna peculiaridad formal o simbólica. Algo de todo eso apareció desordenadamente, pero lo que sí evidencié (luego de reflexionarlo) fue la superposición de capas de memoria que oculta a trozos la historia misma que permitió la Caracas.

Sátira: fragmentos de paisaje

Mi parada estaba en la estación Flores, en la calle 69. Hacía frío. Me paré justo en la intersección del cruce puntiagudo entre la carrera 13 y la Caracas. Mirando hacia el norte, se ve que ambas vías se funden en una sola, continuando derecho hasta perderse en el horizonte.

A principios del siglo XX, por aquí avanzaba la vía del Ferrocarril del Norte, lo que significó una introducción a la modernidad entrecruzada por las tradiciones, un tiempo, una fisionomía apacible. Se trataba de pastizales cercados por bardas en tapia pisada con remate en teja de barro, donde se emplazaron algunas quintas aisladas en las primigenias urbanizaciones del Mercado, Sucre y Quesada, con vista hacia el sobrecogedor horizonte de la sabana rural y los imponentes cerros orientales.

En este tramo se pueden establecer algunos patrones escenográficos, por ejemplo, las fachadas posmodernas: mezcla de elementos clásicos, con colores fuertes y una base de planos dislocados. También los conjuntos dominantes, es decir, la continuidad de un mismo patrón de fachada a lo largo de manzanas completas. O, incluso, la clonación de edificaciones, que como un sello se ubican en distintos lugares.

La actual Caracas para la sátira toma lugar allí donde el paisaje natural aún se resiste a la acción acaparadora del hombre. En medio de los imponentes cerros y la planicie extendida, se entrevén algunos árboles larguiruchos, al tiempo que impúdicos agiotistas exhiben vitrinas interminables de chucherías abandonadas con ínfulas de relucientes trofeos. Tras ellos se oculta la algarabía y la sordidez de los antros de bacanales, que en su interior albergan ninfas y sátiros avocados a las celebraciones más extravagantes. Escondidas entre alguna vegetación más densa, se refugian inertes algunas bellas ruinas del pasado, unas de ladrillo y otras del agua que alguna vez fluyó libre. Para notarlas es necesario avanzar a pie, reconociendo la cercanía de las masas arquitectónicas y la lejanía del paisaje vegetal.

Retomé el camino y agudicé los sentidos, ya que me aproximaba a una de las zonas degradadas de la Caracas. En cercanías de la calle 57, se materializó un paisaje residual, provocado por las adaptaciones a las infraestructuras de transporte, en culatas, áreas remanentes, pasos sellados y retrocesos del paramento. El ambiente desértico no tenía huella del antiguo vaudeville chapineruno.

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Tragedia: un rostro hierático

Caminé bastante, pero ahora podía estar más relajado, más cómodo. El paso se sosegó para ver con detalle las refinadas arquitecturas que me rodeaban: muy serias, adustas, aplicadas. Intenté desplazarme por entre el separador central, tal como lo hubieran hecho en los años treinta los transeúntes burgueses, pero ya no se puede reproducir esa experiencia.

La trasmutación de vía férrea hacia avenida fue una idea del urbanista austriaco Karl Brunner, quien imaginaba la nueva ciudad basada en dos componentes: barrios y avenidas-parque. La avenida Caracas estaba arbolada, amoblada y con calzada en ambos sentidos. Allí se propició una retórica del paseo que tenía raíz en la vida cortesana: su lujo, su gracia y sus maneras sensibles a lo banal; en fin, a la actuación en la calle.

Gracias a la acción urbanizadora privada, cundieron las arquitecturas cultas: modernas casas de estilo inglés, francés, español, tudor, victoriano y art déco. Hacia el centro, el panorama varía, y las fachadas adquieren un tono brutalista, es decir, se expone el sentido estructural y tectónico de los elementos constitutivos. Hechas principalmente en concreto a la vista y mampostería, suelen repetirse módulos constructivos de ventanas y series rítmicas con énfasis en la vertical.

La actual Caracas para la tragedia (no por desdichada, sino por solemne) es un recuerdo de elevados valores estéticos y culturales ajenos, pero apropiados. La que alguna vez fue una competencia entre las estilizadas casas de antejardín y los imponentes edificios de renta por lograr el mejor decoro, ha dejado rezagados. Las primeras luchan por aplicarse maquillaje que impida ver sus arrugas, y los otros se han rendido a la más inmisericorde decadencia. Por en medio ya nadie pasea al calmado ritmo de una conversación. Más vale frenéticas carreras de bólidos negros, amarillos, rojos, de dos, cuatro y seis ruedas, que marcan el pavimento y dejan una estela tóxica.

Una llovizna repentina me obligó a interrumpir la caminata, y tomé un Transmilenio. Me dirigía a un punto sumamente deteriorado: la calle 22. Descendí del bus, pero el panorama era amenazante. Tenía la intención de salir de la estación para recorrer brevemente la zona, pero no me atreví. Al fondo, un hombre manco de ropas roídas y piel tiznada por la mugre se interponía como cancerbero en la salida. Finalmente, hui.

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Comedia: graciosa cotidianidad

Embarcado otra vez dentro del gusano rojo, continué mi periplo hacia el sur. Ese era un hábitat que me resulta natural, tanto que me descuidé y no preví lo que se aproximaba. De camisa blanca y bluejean, no sospeché de su rostro, pero al acercarse hizo el temido ademán, se levantó la camisa y sacó de entre la cintura un cuchillo de mango negro, una “patecabra”. Las consecuencias, inevitables. Me apresuré a seguir al caco, pero rápidamente se desvaneció por entre los callejones laberínticos del barrio Quiroga.

Cerca de allí, en el barrio Santa Lucía, el entonces alcalde de Bogotá, Andrés Pastrana Arango, diez días después de mi nacimiento, había inaugurado en 1990 la primera fase de la troncal Caracas. La lógica de la troncal es la de funcionar exclusivamente como un corredor de movilidad, pero produjo una degradación del ambiente físico y social; un espacio sin identidad, sin historia, sin diferencia; un no lugar.

La troncal Caracas es un paisaje de congestión y abarrotamiento que produce un permanente estado de conmoción, de alerta. En el día o la noche el temor es latente, asfixia su estrechez claustrofóbica. Las deterioradas fachadas y el separador —ahora tierra de nadie— no deja sino la sensación de incomodidad y de afán por salir de allí. Los letreros publicitarios de estridentes colores y tipografías enmascaran las deterioradas arquitecturas, mientras el smog carga el ambiente de un hollín insalubre.

La actual Caracas es un circo rodante, una comedia protagonizada por saltimbanquis de toda laya. Desde el trono rojo —azul para los más selectos— se observa incómodamente el espectáculo interno, pero también el de afuera: luces, colores y textos, que se traslapan a mordiscos con la esperanza de una migaja de atención. De pie, la plebe se arrejunta hasta lograr lo imposible: vencer la ley física de la impenetrabilidad de los cuerpos. El limbo es metálico, gris, lleno de señales confusas en medio del traqueteo permanente del suelo.

Cansado y decepcionado, ya quería volver a casa, al menos a mi primera casa, en el barrio San Carlos, unas calles más al sur. Abordé un taxi y el conductor me preguntó: “¿Cogemos por la Caracas?”. ¡Oh, dolor! Ya no quería saber más de esa ingrata calle.

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Notes

[1.] Este artículo se desprende de la investigación La Caracas escénica. Una calle bogotana para la sátira, la tragedia y la comedia, publicada en 2019 por el Archivo General de Bogotá, y derivada de la tesis presentada a la Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, de la Universidad Nacional de Colombia.