Envolviendo la marisma. Reflexiones en torno a intervenciones en paisajes frágiles. El caso de las Marismas del Odiel


Abstract

Este artículo se plantea desde la reconciliación de los territorios de marisma del sur de Europa con la naturaleza y el hombre, recuperando la energía que los convirtió en motores de las economías locales y transformándolos en espacios de oportunidad y en fértiles productores de ecologías contemporáneas. En un momento en que la sociedad reclama una nueva gestión de sus paisajes, se pretende contribuir utilizando como hilo conductor el trazado de una infraestructura verde en uno de estos paisajes acuosos culturales de las marismas del Odiel, estableciendo un itinerario a través de territorios, escalas, esencias y materiales, que culmina con reflexiones acerca de la memoria, el tiempo y la identidad como materiales de proyecto.


This article is based on a reconciliation between the marshlands of southern Europe and nature and man, recovering the energy that made them the engines of local economies and turning them into spaces of opportunity and fertile producers of contemporary ecologies. At a time when society is calling for a new approach to the management of its landscapes, the aim is to contribute by using the layout of a green infrastructure in one of these cultural waterscapes of the Odiel marshes as a guiding thread. To this end, an itinerary is established through territories, scales, essences and materials, culminating in reflections on memory, time, and identity as project materials.


No hay vida sin agua. El agua es un tesoro indispensable para toda actividad humana. (La Carta Europea del Agua 1968)

El pasado de los territorios de marisma está ligado a la hostilidad y a su condición de territorios servidores no adecuados para el desarrollo de asentamientos humanos. Las antiguas cartografías militares reconocen caminos entre tierras fangosas plagadas de mosquitos, en las que personas o animales desaparecían sin dejar rastro. El paisaje del desinterés.

Poco a poco, el hombre fue domesticando la marisma. Mientras en las vetas de tierra firme las ciudades tomaban cuerpo como crisol de convivencia, las zonas inundadas se fueron transformando en fértiles territorios productivos: salinas (lugares expuestos al viento), molienda (molinos de mareas), canteras (extracción de piedra ostionera), esteros (desarrollando sistemas de pesca controlada), jabonerías (empleando almarjos) e incluso huertos.

La quiebra de los procesos artesanales que provocó la Revolución Industrial condenó las marismas al abandono, incapaces de competir con las eficaces factorías modernas (fig. 1). Sus terrenos, vacantes, se convirtieron en golosos escenarios de oportunidad para el desarrollismo del siglo XX. Pasaron a ser un papel en blanco válido para casi cualquier uso: aeropuertos, regadíos, refinerías, polígonos y, sobre todo, zonas de expansión turística litoral.

Figura 1.

Basurero sobre parte de una antigua salina. Puerto Real (Cádiz). Fuente: AA. VV. Salinas de Andalucía. Sevilla: Consejería de Medio Ambiente, Junta de Andalucía, 2004.

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Afortunadamente, el desarrollo de la conciencia ambiental de la década de los ochenta puso en jaque muchos de estos planes, pero resolvió el sistema con una ecuación simple: la de la declaración de espacios naturales protegidos, auténticos museos contemporáneos del territorio, ajenos a su antigua vitalidad.

El futuro se plantea incierto. El cambio climático se ha convertido en una tesis verosímil que condiciona nuestras actuaciones. Como anunciaba Cuvier, cada ciclo histórico ha debido enfrentar su particular catástrofe, y la nuestra está ya con nosotros. La cara del Antropoceno, esa que retrata magistralmente Burtynsky, resulta tan plásticamente agraciada como sobrecogedoramente previsible, y ya ni siquiera para Trump caben dudas de que el cambio climático no es un engaño y cambiará definitivamente la superficie del planeta, tal y como la conocemos.

La sociedad está reclamando una nueva gestión de sus paisajes, y el trabajo que analizamos en este artículo pretende, modestamente, acercarse a ella. Así, utilizando como hilo conductor la oportunidad de materializar y desarrollar el trazado de una infraestructura verde en uno de estos paisajes acuosos del sur de Europa, planteamos un compromiso en la reconciliación de estos territorios con la naturaleza y el hombre, a fin de recuperar la energía que los convirtió en motores de las economías locales y transformándolos en espacios de oportunidad y en fértiles productores de ecologías contemporáneas. Para que un paisaje se mantenga vivo debe seguir funcionalmente activo, tanto en sus aspectos naturales como en los económicos y sociales (fig. 2). Se busca potenciar el carácter de la vía verde a un nivel superior, no solo atendiendo a la movilidad, sino en el que la propia infraestructura se convierta en el elemento que reactive el ámbito de actuación.

Figura 2.

Vistas aéreas del proceso de transformación de las salinas de Cardeñas. Huelva, 1956-1978-1981-2019. Fuente: elaboración propia sobre Google Earth.

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Sobre el lugar: el estuario del río Odiel (Huelva, España)

Al paisaje de esta realidad que se abre al tercer milenio le faltan aún autores que la entiendan en todos sus valores, que incorporen la modernidad sin asumir patrones globales homogéneos y superficiales y que sigan viendo en el Río, en toda la complejidad que ha adquirido durante siglos, el misterioso lugar donde empezó todo. (Peral López 2017)

No existe el paisaje sin la mirada humana y la mirada siempre está condicionada por la cultura. Así lo señala el Convenio Europeo del Paisaje de 2000, en su artículo 1: “Por paisaje se entenderá cualquier parte del territorio tal como la percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos”. El paisaje constituye, por tanto, una realidad dinámica. Los paisajes no se detienen en el tiempo, pues el cambio es su principal atributo. En algunos casos, los cambios se suceden siguiendo los ritmos de la naturaleza, que son, por lo general, bastante pausados. Pero hay otros casos en los que predominan los ritmos sociales, que pueden llegar a ser sumamente rápidos.

El caso que nos ocupa es un claro ejemplo de dinamismo y cambio. Bajo la influencia lunar, el agua colmaba todo el estuario de las marismas del Odiel dos veces al día y se retiraba otras dos, en una machacona serie que se repite a diario cada seis horas (fig. 3). Todo ello crea un ambiente movedizo e indefinido, menguante y creciente a un tiempo: un lugar de mudanzas por influjo de las mareas.

Figura 3.

Pleamar y bajamar en el Sendero del Pinar de la Algaida, 2002. Autores del proyecto: Ramón Pico y Javier López (Arquitectura, Ciudad y Territorio Andaluz). El Puerto de Santa María (Cádiz). Fuente: Fernando Alda, fotógrafo.

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La actuación proyectada en el estuario norte pretende descongestionar la intensa utilización de la zona sur y bascular hacia el norte parte de ese interés, para ofrecer a los habitantes de Huelva, Gibraleón y Aljaraque un nuevo atractivo de escala territorial, un nuevo espacio para adentrarse en él, desconocido para la gran mayoría, y con un grado de antropización bajo comparado con otros territorios fluviales cercanos como el Guadalquivir, que lo hace, si cabe, más interesante (fig. 4).

Figura 4.

Ángel de Saavedra. Plano geográfico del estuario de los ríos Tinto y el Odiel (Huelva), 1810. Fuente: Barranco (1998).

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Estamos ante uno de esos lugares del olvido y el abandono tan frecuentes en la ciudad contemporánea. Un lugar que paradójicamente, gracias a esto, constituye hoy un gran depósito de espacios de oportunidad, un territorio donde se introducirán pequeñas operaciones de acupuntura que pauten los usos proyectados, de manera que en los años venideros otros sean capaces de sembrar en ellos nuevas semillas a modo de iniciativas de futuro. El interés sobre este ámbito quedó reflejado en la publicación multidisciplinar que llevó a cabo como editor Juan Manuel Campos, bajo el título El patrimonio histórico y cultural en el paraje natural marismas del Odiel: un enfoque diacrónico y transdisciplinar, en 2016, donde se explora un acercamiento al lugar desde puntos diversos y, a su vez, complementarios. El interés en este lugar hace que las preocupaciones en torno a las marismas del Odiel no se queden únicamente en investigaciones teóricas, sino que la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta de Andalucía saca a licitación la redacción del proyecto de obras y restauración ambiental y paisajística del itinerario paisajístico y de recualificación de bordes urbanos en el estuario norte del Odiel, en la provincia de Huelva, marco en el que se engloba la reflexión aquí planteada.

Tras el gran éxito público de algunas operaciones urbanas cercanas, como el Paseo de la Ría, en el estuario sur, no se trataba ahora de anteponer la identidad territorial a la urbana, sino tan solo de intentar conciliar urbe y naturaleza, dos conceptos que en la ciudad tradicional han sido antitéticos. Quizás esto no sea difícil en el caso de Huelva, ciudad con pocos atractivos urbanos, pero rodeada de una provincia con una naturaleza privilegiada. Si entendemos el estuario norte del Odiel como un enorme trozo de naturaleza insertado entre la trama metropolitana formada por Huelva, Gibraleón y Aljaraque, nos encontraríamos con un caso similar a los citados por las teorías urbanas norteamericanas, donde “La ciudad es una agregación de grumos edificados débilmente cohesionados entre sí por un inmenso bosque urbano” (García Vázquez 2009, 173). Ojalá ocurra en este lugar aquello que García Vázquez describe en el caso de Alburqueque: que el paisaje intermedio-estuario norte acabe convirtiéndose en la seña de identidad de la ciudad. Para ello, y según cuenta el mismo autor a raíz de un relato de V. B. Price, la naturaleza no debería sentirse “más allá de”, sino “dentro de”. De eso trata esta actuación: de abrir un nuevo paisaje a nuestra mirada, y no hacia la marisma, sino desde ella, desde dentro. El punto de partida es una vía verde, pero el objetivo final va más allá, trata de recuperar esa mirada, ese conocimiento y ese sentimiento de identidad.

Sobre cómo intervenir: mirada, acceso y derecho al paisaje

La obra de arte es siempre una construcción compleja en que se reconocen los elementos que la forman. Solo a través del sabio manejo de lo elemental estamos en condiciones de obtener lo complejo. (Martí Arís 1999)

La transformación de la naturaleza —como casi toda obra humana— debe trascender de la mera funcionalidad para enriquecerse con actuaciones que incorporen la estética y el significado simbólico para sus usuarios. En este caso, el reconocimiento como Reserva de la Biosfera, de las marismas del Odiel, en 1989, altera notablemente la relación de las poblaciones del estuario del Odiel con este territorio marismeño, en un proceso que reclamaba claramente la aportación de nuevas funcionalidades, pero también de otros valores, nuevas identidades y significados renovados.

Ese nombramiento institucionalizaba un proceso de mutación definitivo: la marisma pasaba de villana a heroína; se convertía en una gran joya, en el nuevo corazón encargado de dar vida a un sistema urbano enfermo. Detectada la importancia, comienza el proceso de conformación de aquello que se revela como espacio único, con tres componentes indispensables: devolver la mirada de un sistema urbano que se había esforzado en negarla en épocas recientes, garantizar el acceso (en un sentido amplio, mucho más allá de lo físico) de los habitantes y especies que habitan su entorno y construir un sistema que garantizara el derecho al paisaje, a su disfrute perceptivo y activo.

Respecto a la primera, es preciso entender que normalmente en estos territorios marismeños el abandono de la actividad ha provocado una clara negación por parte de los espacios urbanos que las rodean, que terminan dándole la espalda y construyendo dramáticas traseras. Así, una primera actuación obligada consistía en devolverles su carácter de fachadas litorales a los bordes urbanos-rurales degradados, integrándolos además en el entorno inmediato como parte de un patrimonio natural y cultural, por suerte reconocido hoy en día. En este sentido, el borde del estuario norte del Odiel se identifica como un corredor visual y enclave estratégico de importancia, por constituirse en un gigantesco mirador panorámico desde el suelo rural: de lo metropolitano y urbano, del litoral, de las relaciones campo-puerto-ciudad y de un espacio protegido con alto valor natural. El carácter ribereño de los tres municipios y su vinculación con las vías de acceso en el perímetro del entorno de esta reserva de la biosfera posibilitaban una actuación supramunicipal, tendente a la mejora de la imagen de este lugar, que contribuyera a restablecer la identificación cultural del ámbito, así como a proponer un nuevo modelo de relaciones de su sociedad con el espacio natural, que pusiera especial cuidado en recuperar infraestructuras territoriales identitarias que habían caído en desuso y en reinventar su funcionalidad y su capacidad de recualificar los bordes de las periferias asociadas.

Además, y como segunda acción, la construcción del paisaje contemporáneo planteaba el acceso como un objetivo irrenunciable. Para lograrlo en términos físicos, el elemento más habitual en el urbanismo ecológico actual suele ser una gran infraestructura verde accesible a todos los públicos. En este caso, se trataría de encontrar un trazado de unos 30 kilómetros de longitud, capaz de conectar a las poblaciones de los tres municipios citados (unos 180.000 habitantes en total), y acercarlos a la gran riqueza medioambiental, paisajística, botánica, zoológica, cultural, arqueológica, patrimonial y turística que engloba el vasto espacio natural protegido de las marismas del Odiel que les rodea (7185 hectáreas) (fig. 5). En encontrar ese trazado y en definir su viabilidad, su capacidad de transformación y las oportunidades que brinde, reside la clave del éxito del proyecto, y para ello el equipo transdisciplinar de técnicos que lo aborden debe armarse de paciencia, rigurosa información y actitud exploratoria.

Figura 5.

Territorio del agua. Estuarios de los ríos Tinto y Odiel (Huelva) y trazado definitivo del Itinerario, 2019. Fuente: elaboración propia a través de sistema SIG.

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En este caso, gran parte del itinerario utiliza antiguas vías férreas mineras en desuso, así como vías pecuarias deslindadas y un terreno desbrozado; pero será en las conexiones entre ellas y en los puntos críticos, donde se entrecruzan balsas de marisma abandonada o rotondas de circulación hiperactivas, precisamente las mejores sorpresas y oportunidades, que dotarán la infraestructura de un valor añadido.

Más allá de garantizar el acceso físico, el proceso debe además esforzarse por buscar relaciones que permitan ampliar las conexiones mentales, identitarias y culturales con el lugar, y para ello resulta tremendamente eficaz identificar elementos que propongan exploraciones más allá de la delgada (en términos territoriales) líneas de la infraestructura, plantando semillas que estimulen a visitantes o usuarios remotos y que propongan, en definitiva, nuevas conexiones de futuro, tanto físicas como mentales.

La filosofía del proyecto nace de la consideración de que los ciudadanos del siglo XXI ya no habitan en ciudades, pueblos o lugares concretos —aunque residan en ellos—, sin apenas relación con los vecinos de otros municipios cercanos. ¿Dónde empiezan y dónde acaban hoy las ciudades? ¿Cuáles son realmente sus límites? ¿Pertenecen hoy los ciudadanos a una sola ciudad? O, bien, la mayoría trabajan en un lugar diferente del que habitan, diferente a su vez al del colegio de sus hijos y distinto del de sus lugares de ocio. ¿Cuáles son sus espacios de encuentro y ocio? ¿Tienen las ciudades espacios disponibles para actividades productivas, de ocio y de oportunidad, ligadas a la contemporaneidad?

Sin duda, todas estas y otras cuestiones nos remiten al concepto de territorio (natural, cultural y construido), como espacio donde se desarrolla la vida contemporánea —trabajo, residencia, ocio y relación social—, mucho más allá del concepto de ciudad tradicional e incluso más allá de conceptos administrativos como aglomeración urbana. Y, al menos desde la aparición del informe Brundtland de 1987 —casi coetáneo a la declaración de Marismas del Odiel—, bajo parámetros de desarrollo que satisfagan las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones.

Por tanto, la posibilidad de crear recorridos, espacios y actividades que unan los territorios y las partes que los componen supone una oportunidad de oro para adecuarnos a los tiempos cambiantes que vivimos y para, en definitiva, ser capaces de enlazar paisaje natural y vida, lo que define el objetivo general de la propuesta, desglosada en cinco objetivos particulares:

  • Establecer redes de comunicación y tránsito operativas en el territorio.

  • Proteger el borde de la marisma norte del Odiel en sus contactos con los núcleos habitados, entendida como parte indivisible con el sur del estuario.

  • Convertir este lugar en un espacio de aprendizaje y recreo para la población, compatible con su protección.

  • Reactivar las opciones de producción del territorio de la marisma, en términos sostenibles y de calidad.

  • Promover este territorio como símbolo de identidad del lugar, mitigando el actual desconocimiento de gran parte de la población y estimulando su oferta turística.

Desde una perspectiva dinámica del proyecto, la colección de propuestas planteadas se divide en tres categorías: lazo (recorrido base), injertos (nodos posibles) y semillas (iniciativas de futuro). Partiendo de un proyecto de infraestructuras y comunicaciones, que tiene origen en la licitación convocada en 2018 por la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta de Andalucía, que comentábamos anteriormente, pretendemos dar liebre por gato y, con pequeñas intervenciones estratégicamente situadas, dar un valor añadido a la intervención para convertirla en un futuro parque equipado. Se trata de aprovechar una operación en forma de lazo para reflexionar sobre el desarrollo a largo plazo de todo el territorio que envuelve (fig. 6).

Figura 6.

Axonometría despiezada del ámbito de ejecución y el trazado definitivo del itinerario del estuario norte del Odiel (Huelva), 2019. Fuente: elaboración propia.

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Sobre escalas y materiales; S, M, L, XL. Propuestas de acupuntura territorial

Un edificio singular puede fabricar una imagen urbana puntual, pero rara vez construye un paisaje urbano, cuya génesis procede de la suma de pequeñas decisiones. (Mármol 2017)

En la construcción del paisaje, tanto el trabajo previo de reconocimiento del lugar como el de elaboración del proyecto en sí se alejan de los métodos y escalas usuales en el oficio de arquitecto. Si habitualmente la visita de reconocimiento de un solar o de una edificación nos puede llevar unas horas, en este caso fueron necesarias al menos dos jornadas completas para completar el reconocimiento de este vasto territorio, que recorrimos a pie (22 kilómetros), en cada una de ellas. Frente a los metros y centímetros de fachada o fondo, hemos utilizado como unidad de medida la hectárea (9 es el área total intervenida) o el kilómetro (30 son los kilómetros del itinerario). Tres municipios frente a uno solo; multitud de normativas frente a un único planeamiento municipal; un amplio listado de contactos en las distintas administraciones frente al solitario arquitecto municipal.

El recorrido planteado parte de los seis tramos propuestos en el concurso para finalmente dividirse en catorce tramos que responden a características territoriales y paisajísticas comunes, y que sirven para estructurar y domesticar —operativamente hablando— el lazo completo. Pero ello no es suficiente: al igual que cualquier texto, necesita los signos de puntuación para ser legible; nuestro itinerario se jalona de una serie de elementos —propuestas arquitectónico-escultóricas de acupuntura territorial estratégicamente situadas— que responden a los hitos del lugar que se van descubriendo a nuestro paso y que contribuyen a pautar el recorrido, a marcar los ritmos y a hacer legible el territorio (fig. 7).

Figura 7.

Sección del área de descanso embarcadero del Fraile. Itinerario del estuario norte del Odiel (Huelva), 2019. Fuente: elaboración propia.

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La estrategia seguida para definir su morfología y elegir los materiales trata de recordar el rico patrimonio natural y cultural del territorio y pasa, sin duda, por mantener las esencias de estos lugares: su carácter ribereño, minero y ferroviario; su concepción de gran mirador escénico desde el suelo rural; su posición intermedia entre lo rural y lo urbano, y su vinculación con el vasto espacio de marismas del Odiel al que rodean.

Todo ello se concreta con el uso de formas curvas, naturales y orgánicas, las mismas que la naturaleza intermareal nos muestra en los caños de la marisma, en aquellas intervenciones más cercanas al agua (fig. 8). En el territorio más interior, de carácter más rural, se recurre a la geometría, como históricamente fue utilizada en los asentamientos y tipologías agrícolas andaluzas en territorios sin apenas referentes.

Figura 8.

Visualización de la actuación en el Paseo Marítimo de Huelva. Itinerario del estuario norte del Odiel (Huelva), 2019. Fuente: elaboración propia.

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En terrenos acuosos se emplean escolleras de canteras cercanas, muros de fango y compuertas en salinas, tablestacas metálicas, hincado de palos de eucalipto, maderas sin tratar que se empastan con el ambiente con el paso del tiempo y pasos de agua en terrenos inundables, reinterpretados con los huecos de placas alveolares de hormigón. Por otro lado, las huellas del rico pasado minero-ferroviario tienen su traslación en el empleo de materiales metálicos como el acero y la chapa perforada, con que se proyectan el puente, las pérgolas o el mirador, definidos como híbridos entre arquitecturas y esculturas varadas en el territorio.

El proyecto se contamina voluntariamente de otras muchas disciplinas, más allá de la puramente arquitectónica, ya presentes de una u otra manera en el territorio de trabajo mucho antes de que unos modestos y entusiastas arquitectos arribáramos a él. Y, así, la intervención —además de arquitectura— es ingeniería (puentes y escolleras), hidráulica (compuertas y tablestacas), infraestructura (caminos y ferrovías), paisaje (miradores), cultura (muelle-cargadero de Tharsis), patrimonio (polvorín), arqueología (yacimientos diversos), etnografía (molinos de mareas y salinas), ecología (espacios con máxima protección ambiental y huertos urbanos), vegetación (25.000 ejemplares nuevos plantados), biología (láminas de agua para estancias de aves), geología (áridos utilizados de canteras cercanas), deporte (embarcaderos para piraguas y pesca) y hasta salud pública (fomento de la movilidad no motorizada).

Sobre el tiempo como material de proyecto

Hay que dibujar una arquitectura que el tiempo ayude a sedimentar. Hay que dejar que el tiempo también dibuje; que el tiempo contribuya, que no destruya, sino que auxilie. Ya no se dibuja para la eternidad, se acabó esa idea de lo eterno. La permanencia en la arquitectura ya no es física, es cultural; las arquitecturas de hoy permanecerán como ideas, no físicamente. (Tuñón Álvarez 2016)

Zigmunt Bauman, el filósofo polaco que acuñó términos como modernidad líquida o amor líquido, fijaba arbitrariamente el origen de la modernidad en el terremoto de Lisboa de 1755, al que siguió un tsunami que afectó intensamente la costa onubense. El ser humano, a partir de entonces y a la vista de la enorme catástrofe provocada por la naturaleza, quiso construir algo resistente para siempre. Era el tiempo de la modernidad sólida. Hoy, por el contrario, los tiempos han cambiado. La vida que nos toca vivir es, ante todo, cambiante, y avanza a un ritmo vertiginoso. Todo es líquido, pasajero, desde el amor hasta el trabajo.

Otro tanto ocurre en la construcción: las obras nunca concluyen totalmente en una anularidad perfecta; siempre quedan abiertas a la acción del tiempo. Toda obra es abierta. Tanto el tiempo como la memoria son estados fluidos. La arquitectura, como cualquier expresión creativa, es efímera, perecedera. El suelo sobre el que actuamos se ha creado por la erosión de las rocas, los ríos arrastran sus partículas y las depositan y sedimentan en otros lugares. El mundo es un proceso de erosión y sedimentación constante. Así lo plasmó Le Corbusier, documentando fotográficamente las geografías provocadas por el mar sobre la playa (fig. 9).

Figura 9.

Le Corbusier. Surcos en la bahía de Arcachón (Francia), 1936. Fuente: Benton (2013).

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Gran parte de este carácter fue asimilado y expresado por autores como Robert Smithson. Al igual que hacía él, nuestro objetivo es crear una obra que no sea “natural”, pero que sea capaz de revelar la naturaleza y el tiempo. Su lengua de tierra basáltica Spiral Jetty continúa, hoy día, expuesta al ciclo natural del agua del Gran Lago Salado, “como una escultura en el tiempo, inacabada, abierta, sometida también a la entropía de la visita de muchos admiradores” (Martínez García-Posada y Blázquez Jesús 2020, 17). Algo similar observamos en su Partially Buried Woodshed, en la que el territorio aparece como como un agente activo de transformación constante e implacable. Gordon Matta-Clark se sorprendía de que “nadie se dedique a algo más que conservar la propiedad, a realizar modificaciones intrínsecas de su casa, simplemente deshaciendo lo que está hecho”. Estos y otros autores de land-art impresionaron a Miralles-Pinós durante su estancia en Columbia: “Con esta gente descubrimos, por primera vez, lo que son las arquitecturas que reinterpretan un lugar” (Blázquez Jesús 2020, 17).

Según lo relatado, si bien la obra de arte puede mostrar el tiempo, la arquitectura ha de hacerlo. Por ello, una parte importante de las reflexiones en torno al tiempo vertidas en párrafos anteriores son de aplicación directa al ejemplo que nos ocupa, como las fechas de inicio y final de esta aventura. El proyecto no empezará en el acto burocrático del acta de replanteo ni tampoco en la fecha de presentación del concurso. El proyecto seguramente comenzó a bullir en nuestras mentes cuando correteábamos de niños por aquellas marismas —abandonadas y llenas de mosquitos— del golfo de Cádiz. Y, ¿cuándo acabará? Probablemente no cuando se visite por última vez la obra o se firme su liquidación. Será la propia naturaleza, las inclemencias meteorológicas y el paso de las estaciones los que lo vayan configurando día a día. Nosotros solo hemos puesto un granito de arena en el proceso, pasando de puntillas y hasta renunciando a ser arquitectos (García Solera 2004, 11). O, como expresan Moneo Vallés y Blázquez Jesús: “Nuestra recompensa radica en experimentar esta distancia cuando vemos nuestro pensamiento soportado por una realidad que ya no nos pertenece. Y aún más: una obra de arquitectura, si tiene éxito, acaba por hacer desaparecer al arquitecto” (2020, 184).

Por último, no hay que olvidar que todo proyecto de paisaje es un camino de largo recorrido, un proceso paciente, al que hemos intentado responder, en este caso, desde la perspectiva de un plan de actuaciones versátil y adaptable. Se trata, sin duda, de un proceso a largo plazo, necesariamente dinámico, con capacidad de ir adaptándose al tiempo y a las circunstancias (fig. 10).

Figura 10.

Ansel Adams, Atardecer sobre el lago McDonald, en el Parque Nacional de los Glaciares (Estados Unidos), 1942. Fuente: Adams (2000).

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Y recordad que, “para la buena arquitectura, su mejor día nunca fue el primero” (Jerez Abajo y Orusco 2018, 85).

Aún ven mis ojos las salinas de sonrosadas aguas,

los leves molinos de viento

y aquellos menudos cuerpos oscuros,

parsimoniosamente móviles,

junto a los bueyes fulvos,

transportando los lunáticos bloques de sal

sobre las vagonetas, tristes como todo lo que pertenece a los trabajos de la tierra,

hasta las anchas barcas resbaladizas sobre el pecho del mar.

Quien podría vivir en la tierra

si no fuera por el mar. (Cernuda 1998)

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