
Cómo citar: Stempka, Thomas. "Balkan Eyes: la ciudad de Pristina contemplada por ojos queer". Dearq no. 40 (2024): 64-72. DOI: https://doi.org/10.18389/dearq40.2024.07
Thomas Stempka
thomas.stempka@student.bau.cat
BAU Centro Universitario de Artes y Diseño de Barcelona, España
Universidad Central de Cataluña, España
Traducción de Thomas Lampon
Recibido: 15 de diciembre de 2023 | Aceptado: 14 de junio de 2024
Este artículo explica y analiza la experiencia y el proceso de una serie de talleres llevados a cabo en Pristina, capital de Kosovo, sobre el tema del urbanismo queer. Seis participantes de distintas procedencias tenían el reto de explicar sus historias personales relacionadas con su ciudad. Comparando varios antecedentes históricos del arte y la arquitectura y debatiendo diversas ramas de la teoría queer, estos talleres constituyeron un laboratorio de métodos y prácticas que entrelazaban algunas de las posibilidades que el urbanismo queer puede generar.
Palabras clave: Kosovo, urbanismo queer, arquitectura performativa, urbanismo táctico, storytelling, investigación artística.
¡Plaf! El escupitajo inesperado impactó en la acera a un metro de nuestros pies, escurriéndose por las grietas del asfaltado. ¿El agresor? Un discreto setentón vestido como cualquier abuelo que sale a pasear por el parque un domingo. Le acabábamos de preguntar si íbamos bien encaminades para llegar al corso (la plaza mayor) de Peja. Éramos dos cuerpos disidentes que llamarían la atención en cualquier entorno, y aún más en una capital comarcal de Kosovo occidental: un ser de dos metros con especial predilección por ropa con estampados estridentes y las joyas colgantes, y Vanessa, una mujer trans ligeramente más baja con aspecto de gótica. Ya nos habíamos acostumbrado a las miradas de la población de esta ciudad colindante con las llamadas Montañas Malditas —los Alpes Dináricos—, y sentíamos sus ojos clavados en nuestras espaldas mientras buscábamos mezquitas apartadas e iglesias ortodoxas serbias reconvertidas entre las calles secundarias. Después de haber visitado muchas veces las zonas rurales de los Balcanes, yo estaba más que acostumbrado a las miradas curiosas de los transeúntes y a los dependientes que nos negaban contraseñas de Wi-Fi y se alejaban después de tomar nota de nuestro pedido en una cafetería: algo extraño, pero nada nuevo. Sin embargo, este abuelito parecía mucho más amable que los demás de modo que hacerle una pregunta sencilla en albanés no debería resultar problemático. Se paró, nos escuchó, nos miró de arriba abajo y luego, levantando sus canosas cejas para mirarnos a los ojos, lanzó un escupitajo violento hacia nosotres y cruzó la calle. Vanessa no le dio importancia y siguió caminando, pero después de unos pasos, yo me giré y vi cómo el hombre nos señalaba con el dedo mientras conversaba con un vecino. Unos minutos más tarde, encontramos un cartel que señalaba el camino hacia el corso, una plaza bulliciosa donde los cócteles bien cargados atenuaban las miradas fulminantes.
Después de nuestra excursión dominguera a Peja, en el bus de regreso a Pristina, lleno de sol, recordé el día en que Vanessa y yo nos conocimos. A esa glamazona prístina le había pedido consejos de viaje, y me recomendó la ciudad de Peja como la mejor opción para una excursión de un día desde Pristina. Como estaba viajando solo por los Balcanes le propuse acompañarme como compinche/intérprete. "¡Claro que sí! Eres grandote y extranjero. Si vamos juntes, me dejarán en paz y podré sacar fotos de mis edificios", contestó. ¿Grandote y extranjero? Sí. ¿Dispuesto a hacer la tarea de guardaespaldas en el Kosovo rural? Quizás un poco fuera de mi zona de confort, pero asumiendo mis privilegios corporales y geopolíticos, era una oportunidad única de explorar el país más allá del lustre y las torres de cristal de Pristina.
Mi investigación doctoral se encuentra en la confluencia de la teoría queer, los cuerpos queer, el urbanismo y las formas de interpretar/cambiar el espacio público. Ya sea un paseo hacia el supermercado, acciones artísticas performativas en una acera muy concurrida o el hackeo físico de los elementos urbanos para buscar nuevas formas de usarlos, cada viandante tiene el potencial de rehacer la ciudad como mejor le convenga. La única forma que veo de explorar estos vínculos a través de una lupa queer es 'encarnar' lo queer convirtiendo su poder latente en un arma. Queerizar el urbanismo queerizando la investigación en sí.
La arquitectura teórica que hoy conforma lo que llamamos "urbanismo queer" tiene sus orígenes en la exposición de 1994, "Queer Space", organizada en el Storefront for Art & Architecture de Nueva York. Les creadores y comisaries de la exposición indagaban en los espacios que habitamos:
¿Cómo pueden las minorías definir sus derechos a ocupar los espacios dentro de la ciudad? ¿Cómo puede legitimarse ese espacio, dotándolo de una historia y un futuro? ¿Es lo que se cuestiona siquiera el espacio físico, o es el espacio de las prácticas discursivas, los textos, los códigos de conducta y las normas reguladoras que organizan la vida social? (Storefront 1994).
Unos quince años más tarde, el concepto de "urbanismo queer" (Goh 2011) se materializaría después de que varias organizaciones neoyorquinas (como por ejemplo FIERCE, Q-Wave, Queers for Economic Justice y The Audre Lorde Project) empezaran a luchar contra la jerarquía heteronormativa del urbanismo.
He pasado los últimos tres años de mi vida explorando, examinando y diseccionando el tema y las posibilidades del diseño queer (Voss 2020) del mundo construido alrededor nuestro. El urbanismo queer suscita ideas de entornos urbanos fantásticos, inclusividad y futuridad. Después de leer Unplanned Visitors: Queering the Ethics and Aesthetics of Domestic Space de Olivier Vallerand (2020), tengo esta espina clavada, un chute constante de dopamina y/o consternación en la cabeza y una mano apretando mi corazón con sus cinco dedos. Vallerand juntó varios proyectos artísticos y arquitectónicos de las últimas décadas, entrelazándolos con las bases más teóricas de la teoría queer. Su libro me abrió los ojos a la noción del lugar en el mundo académico, a pesar de lo cual parecía seguir las formas clásicas de la investigación y la citación. Quedaba claro, pues, que tenía que usar ese entendimiento como un peldaño más en el camino para explorar las múltiples formas de investigación que cuestionarían y provocarían mi tema... La única forma de hacerle justicia a la palabra "queer" era queerizar mis metodologías de investigación. En las concisas palabras de la socióloga Patricia Leavy, "a veces una metodología convencional se queda corta" (2009).
Como un estudiante que había abandonado sus estudios de arquitectura tres veces, nunca encajé en las formas tan iconólatras que históricamente han dominado la enseñanza de la arquitectura. El iconoclasta que llevo dentro encontró mucha más inspiración en los trouble-makers y enfants terribles de las artes plásticas y escénicas. Aunque llegue tarde a la fiesta, la arquitectura institucional —esa pandilla de vejestorios— está empezando a plantear el tema de lo queer (Jobst y Stead 2023) en un momento en el que una nueva generación está intentando desmontar de manera paulatina las jerarquías patriarcales con la intención de crear un futuro más equitativo y abierto. Finalmente, me gradué en una escuela de arte y, por tanto, mi investigación doctoral se ha basado en la práctica-como-metodología artística. Me lancé de cabeza a mis proyectos artísticos personales por las calles de mi Barcelona adoptiva, disfrazado en desfiles absurdos, jugando a enamorarme de la infraestructura urbana y los espacios públicos: actividades que se intercalaban con entrevistas performativas a pensadores y creatives locales. Performar la arquitectura y entrelazar las entrevistas con las calles. Crear poesía no solo sobre la ciudad, sino creándola con la ciudad. Las metodologías artísticas de investigación no solo nos dan una nueva perspectiva sobre los datos que recopilamos, sino que cuestionan el cómo y el porqué de esa recopilación. Una metodología heterodoxa que permita generar lo que Donna Haraway denomina "conocimiento situado" (1988) —epistemologías que sitúan el punto de vista del subyugado por encima de la objetividad singular del opresor—; con respecto a la ciudad y sus cuerpos queer puede servir para "superar la noción de que existe una única verdad observable [que] naturalmente se ha utilizado para silenciar y marginar las vidas y experiencias lesbianas y gais" (Binnie 1997, 229). La combinación de métodos artísticos y etnográficos de investigación parece ser la forma más comprehensiva de abordar mi tema. Su propia trayectoria de cuestionamiento de las metodologías tradicionales podría interpretarse como bastante queer en sí misma.
En diciembre de 2022 me invitaron a presentar una ponencia en la International Platform in Architecture and Urbanism (IPAU) 2022, en Pristina, Kosovo. Mientras vivía en Austria, visité Pristina una vez al año entre 2016 y 2019, para asistir a varios eventos y talleres artísticos. Como una ignota capital balcánica de las artes, esa ciudad tan joven fue para mí una fuente inagotable de inspiración. Desde una perspectiva arquitectónica "profesionalizada", era todo un caos: cercas que empujaban al peatón directamente hacia el tráfico tumultuoso y alcantarillas abiertas justo al lado de las boutiques elegantes, sin provocar ni un leve pestañeo en los transeúntes. A mis ojos, era la encarnación de una ciudad que se podría interpretar como queer: alborotada y caótica, con tantas capas que era imposible describir sus calles de manera sucinta. Desde luego, cuando me tocó presentar mi investigación sobre urbanismo queer, no pude evitar preguntar al público si consideraban que Pristina era una ciudad queer.
Después de varias conversaciones con amigos de Pristina, hablé con representantes de Shtatëmbëdhjetë (diecisiete, en albanés), un centro cultural enfocado en el arte, la educación, el activismo cultural y el espacio. Desde 2018 han llenado las arterias obstruidas de Pristina con charlas sobre arte, talleres y performances. Para obtener la deseada variedad de perspectivas, publicamos un post en las redes sociales para encontrar un grupo íntimo y diverso de ciudadanes dentro y fuera del mundo académico. Durante nuestras conversaciones, decidimos que dictar una serie talleres intensivos de dos semanas para explorar la idea del urbanismo queer en el contexto de la Pristina urbana sería la mejor manera de examinar la dualidad del tema en cuestión: el papel de los cuerpos queer en la ciudad y la queerización de la ciudad, en un sentido más arquitectónico. Un taller de diseño tiene sus inconvenientes (Elsden, Tallyn y Nissen 2020), pero concebimos un formato flexible que nos permitiera maniobrar por esta ciudad tan complicada. De ahí nació "Trouble-making Place-making: The Workshop".
Figura 1_ Póster del taller. Fuente: elaboración propia.
El primer día del taller hicimos una ronda de presentaciones: edades entre los 20 y 45 años, una poeta, une escritore de fanzines, una estríper, una estudiante de arquitectura y un comisario cultural. Todes tenían un profundo interés por la arquitectura/urbanismo/Pristina y estaban intrigades. Su primea pregunta fue: "¿Qué quieres decir con esto de urbanismo queer?". "Si queréis una definición rápida, os habéis equivocado de taller, querides míes, estamos aquí para explorar lo que podría significar". Tras nuestra primera mesa redonda sobre lo que significaba "lo queer" para cada une de nosotres, presenté mi canon personal: vídeos de Ocaña caminando por las calles barcelonesas de los años ochenta, Divine recorriendo el Baltimore de John Waters en los años setenta hasta híbridos más contemporáneos de arte/arquitectura/performance: Allan Kaprow/Fluxus Happenings de Nueva York, las unidades arquitectónicas ambulantes montadas sobre el cuerpo de Allan Wexler, y los "cuerpos en espacios urbanos" de Willi Dorners, performances que retorcían cuerpos humanos sobre elementos de la infraestructura urbana. Al presentar mis propias obras junto a estos viejos conocidos planteé algunas preguntas, entre ellas ¿Qué tenían en común? Mientras les participantes discutían los aspectos subversivos y desafiantes de cada obra, una bombilla empezó a parpadear sobre sus cabezas: "Cuestionan lo que les rodea", dijo alguien en el momento perfecto para terminar la sesión.
Nuestro debate giró en torno a los temas básicos: ¿Cómo se puede queerizar una calle? ¿Se puede queerizar una calle? ¿Qué tiene más impacto: las performances pasajeras o las estructuras estáticas? Con participantes de varias generaciones, tomó protagonismo la brecha ideológica entre las definiciones personales de lo queer, así como la pregunta de si podemos utilizar ese término para algo que sucedió en el pasado (Preciado 2015).
Como no quería seguir el camino trillado de montar un taller arquitectónico que pide que les participantes escojan un espacio en la ciudad para su proyecto, les di cinco preguntas iniciales para ampliar su forma de mirar la ciudad.
Con dos días para contemplar estos sitios, todes me pasaron las coordenadas sin entrar en más detalles y, con ellas, tracé una ruta por la ciudad. Sería una ruta increíblemente íntima y personal por Pristina, una oportunidad de enseñar su ciudad a este forastero. Esto nos llevó a un paseo de cinco horas, lleno de historias increíblemente conmovedoras y emotivas sobre el primer amor, recuerdos de la infancia, accidentes, ataques violentos, el primer porro y el mejor helado.
Figura 2. Un paseo por Pristina. Fuente: elaboración propia.
Terminamos en la escalinata de la Biblioteca Nacional, mi espacio favorito de Pristina: un monumento con un estilo arquitectónico galáctico y luces impactantes que flotan sobre el parque que la rodea. Hablamos sobre los sitios que habían escogido, comentando anécdotas parecidas que les demás teníamos, estableciendo conexiones entre desconocides en esta pequeña ciudad, notando la importancia de especificidad del lugar y el genius loci intrínseco para el proceso de aprendizaje. Durante una charla informal, sentades en la escalinata de la biblioteca y rodeades de adolescentes que fumaban porros entre tinieblas y parejas cogidas discretamente de la mano en los bancos situados entre los robles, asistimos en primera fila al ballet de la esfera urbana. Nos separamos y nos escabullimos por los pasillos de hormigón de la ciudad.
Durante toda la última sesión evité utilizar la palabra "queer" adrede. No quería que el taller se centrara completamente en repetirles hasta el hartazgo esas palabras que son tan importantes para mis proyectos artísticos y académicos. Más bien al contrario, me dio la impresión de que si quería que me contaran historias que elles creían que queerizaban sus narrativas personales o que escogieran un sitio que querían queerizar o que podría considerarse como queer, tenía que salir de elles. Algunes de les participantes con más años intuyeron por dónde iba el taller. "Esta es la antigua imprenta que se convirtió en una discoteca cuando yo tenía veinte años, lleva diez años abandonada. Lleva años vacía, derrumbándose poco a poco, pero seguimos subiendo a la azotea para ver las luces de la ciudad... Supongo que es un lugar que yo diría que es queer... ¿No es eso lo que querías?". Me hice el loco y dije: "No quiero entrar en eso. Hoy os toca a vosotres hablar".
Figura 3. Imprenta abandonada. Fuente: elaboración propia.
Durante un descanso de cuatro días entre clase y clase, me ofrecí como gurú/mentor/amigo por si les participantes querían hablar de algún proyecto propio o de los problemas que tenían con la ciudad. Les escribí individualmente con unos puntos destacados personales y con un seguimiento para la siguiente sesión, pidiéndoles que me enviaran fotos y que trajeran objetos para hacer un collage. Era el momento de volver a la famosa palabra "queer". Para algunas personas queer, la palabra es un berenjenal de creencias personales y un alud de lo que les demás creen que significa. Para algunes, es una insignia de honor que mostramos para encontrar una red de contactos y un sentido de comunidad en este planeta tan extraño que habitamos. En otros momentos, parece que es solo otra forma más de encasillar a los seres humanos: "se viste de manera queer", "se comporta de manera queer", etc. No hay una forma correcta o incorrecta de ser queer: es un libro estilo "Escoge tu propia aventura". "Sobre todo —proclamé a mis nueves amigues—, ser queer tiene que ver con lo personal". Se trata de aceptar con entusiasmo todos los recovecos y la suciedad oculta de la vida humana. Autodescubrimiento, odio a une misme, amor a une misme: lo tiene todo. En ese momento, algunes de les participantes contaron anécdotas sobre su salida del armario, sus problemas familiares o sus propias reflexiones sobre lo queer. Debatieron si querían que se les llamara queer o si se sentían queer. Esto también produjo una gran variedad de respuestas. El único cishetero del grupo nos comentó que se apuntó a los talleres para abrir su mente a otra perspectiva de ver la ciudad. Era clarísimamente un académico versado, había leído teoría queer, pero no sentía una conexión entre los ejemplos más prácticos y su propia vida. En nuestro círculo de intercambio, mientras deliberábamos sobre nuestra ruta por Pristina y sobre nuestras formas de ver la ciudad y los sentimientos que nos generaba, él iba adquiriendo una nueva perspectiva sobre lo queer no solo como significante sino como herramienta.
Quedaba claro que los talleres no iban a terminar con el gran colofón que yo esperaba. Aunque sentía que no había podido cumplir lo que les había prometido a las directoras de Shtatëmbëdhjetë, ¿no era eso exactamente lo que yo buscaba? No había venido a Pristina con la única intención de llevar a cabo unos talleres de arquitectura de cuatro días que terminarían en la clásica exposición de siempre, ¿verdad? Estas charlas generales y conversaciones individuales con les participantes se volvieron más íntimas, cada une se sentía más cómode con cada día que pasaba mientras me contaban sus historias. Une participante que había ahorrado durante semanas para poder venir a los talleres —talleres que le suponían un viaje de dos horas y media y dos transbordos de autobús desde su pequeña comunidad agrícola— y para participar en algo donde podía vivir su existencia no-binaria íntegramente y hacerse llamar por su nombre sentido. Otra me habló de sus paseos por la ciudad donde —como pasa en la mayor parte del mundo— ser abiertamente trans implica sufrir amenazas constantes. No obstante, este taller intentaba dar a les participantes el poder de ver la ciudad como el producto de su propia creación, a través de sus movimientos y acciones, no solo un mapa heredado de edificios y calles.
A solo dos días de nuestra última reunión, dedicamos la totalidad de nuestro tiempo a conversar/preguntar en vez de a crear objetos para una exposición final. La exposición en galería que había planificado para terminar el taller se canceló. La mayoría de les participantes venían a las sesiones al salir de la universidad o del trabajo y sentían una gran presión de generar alguna suerte de resultado final. Les dije que no era el espíritu del taller —el espíritu de lo queer— exigir un resultado predeterminado. Si consideraban que su idea se explicaba mejor en persona, mediante un poema, un cartel o acciones futuras que no pudieran llevarse a cabo en dos días también tenía esa opción. Esta es la otra ventaja de utilizar una perspectiva queer para examinar lo que te rodea: no estás sujete al punto de vista impuesto por la sociedad o por alguna institución. Lo queer es la libertad de actuar según tu propia agenda fragmentada, actuar según tus propios tiempos y deseos. En El arte queer del fracaso, Jack Halberstam (2018a) dice lo siguiente: "En vez de resistirnos a los finales y a los límites, aferrémonos a todos nuestros inevitables y fantásticos fracasos, y disfrutemos de ellos". Al empezar a divagar sobre este tema, noté que les participantes no me seguían el rollo. Noté su confusión en sus ceños fruncidos: "Pero nos vemos el jueves para trabajar un poco más, a ver qué podemos crear juntes", casi como respuesta a su pregunta aún no formulada: "¿Qué sentido tiene volver aquí?". Resultó que solo dos de les seis se presentaron el último día. El aluvión de respuestas dejó claro que quizás la libertad que les daba no era exactamente lo que todes necesitaban, o quizás significaba que —y ojalá sea así— me hicieron caso y salieron a dar un cambio en sus vidas cotidianas, y que ahora están viviendo sus mejores vidas queerizadas.
Les dos que se presentaron en nuestro último día de trabajo iban a toda velocidad, y me decían que en realidad querían tener algo que mostrarme antes de que terminara el día. Intentando ser la mejor madre-helicóptero/profesora de arte posible, me deslizaba por el aula mirando cómo cogían bolígrafos y lápices y pisaban los papeles que ya no necesitaban, inmerses en su proceso de creación.
El primero proyecto versionaba la biblioteca comunitaria en el centro de Pristina. Cuando hablé con le artista, me dijo que le gustaba la idea de la biblioteca comunitaria, pero que podía compartir algo más, y no solo libros. Siguiendo la vía de la queerización de los objetos y el uso de los elementos cotidianos, hablamos de las posibilidades de implementar pequeños cambios en la estructura para así ampliar sus posibles usos. En referencia al aspecto de "dar/recibir" de la biblioteca comunitaria, decidió usar los laterales y la parte trasera, que en ese momento no se utilizaban, como un tablón de anuncios para que los vecinos se enterasen de los eventos culturales underground, que pueden ser difíciles de encontrar. En un cajón debajo de los estantes de libros habría una selección de semillas de flores silvestres y hortalizas que los transeúntes se podrían llevar a casa o, en un acto de jardinería guerrillera, esparcirlas por la ciudad, haciendo las calles de Pristina aún más exquisitas.
Figura 4_ Biblioteca de semillas. Fuente: elaboración propia.
La Pristina Doll Haus fue el segundo proyecto que se presentó. Inspirada en una de las casas más antiguas de Pristina, a punto de derrumbarse, a lo largo del tiempo se ha utilizado como panadería, cafetería y taller, y ahora lo que queda es un cascarón okupado a pocos pasos de la avenida principal. Volvería el color rosado original de la fachada, con algunos detalles destacados tras años de permanecer en escondida decadencia. Las primeras dueñas del primer stripclub de Pristina serían las Pristina Dolls, un colectivo de mujeres trans de la capital kosovar, que también serían las estríperes. Con un diseño provocativo, la planta baja sería un espacio seguro de encuentro para la comunidad LGBTQ+ y la primera planta sería un stripclub decadente, una estridente declaración hecha de ladrillos.
Figura 5_ Pristina Doll Haus. Fuente: elaboración propia.
Desde que empecé los talleres, rondaba en mi cabeza el plan de convidar a personas de la comunidad y a quienes habían organizado mi residencia a una exposición de algún tipo de proyecto arquitectónico. Pero más que talleres resultaron ser sesiones de terapia de salud mental y de arquitectura, es decir, algo mucho más valioso. Cada participante compartió sus secretos más íntimos y sus anécdotas, lo que me proporcionó una instalación inmersiva muy completa de lo que significa ser queer en Kosovo. Había cursado muchos años de una educación más o menos convencional en arte y diseño y, por tanto, ya había participado en un sinfín de talleres. La mayor parte de ellos fueron una experiencia de la torre de marfil, un síndrome de salvador, un poder neocolonial que intentaba instruir a les estudiantes en lo que era correcto y lo que era incorrecto, lo que era arquitectura y lo que no. Al recordar estas experiencias me di cuenta de que mis talleres tenían que existir más allá de las limitaciones de lo académico: sin evaluaciones, sin justificantes que comprobarían el "éxito" de los resultados. Dicho de otra manera: mis talleres se han queerizado.
Al repasar los proyectos y reflexionar sobre los talleres, me vino a la mente el artículo "Unbuilding Gender" de Jack Halberstam: "el uso de 'queer' como verbo, un proceso, un método de investigación, es lo que parece estar en juego aquí" (2018). Durante los talleres, cuando alguien me preguntó si la imprenta abandonada era un edificio queer, me callé por esa misma razón. Resulta difícil decir si algo es queer (en presente) porque eso conlleva nociones de exhaustividad. El objetivo de los talleres nunca fue crear objetos queer, fue usar lo queer como método de investigación, un proceso para llegar a algún tipo de comprensión, conclusión o inconclusión.
"Nuestras ciudades son el patriarcado escrito en piedra, ladrillo, vidrio y hormigón" (Darke 1996), y la Pristina Doll Haus se regocija en la subversión/reimaginación de una cafetería histórica. Al poner en cuestión los usos anteriores del edificio y el actual entorno cultural conservador de Kosovo, se erige como el orgulloso porvenir de un centro urbano más inclusivo. La biblioteca comunitaria de semillas responde a otros aspectos más ecológicos y colectivos del diseño feminista: utiliza las semillas para promover la sostenibilidad ecológica y los pósteres de creación local para unir la comunidad, un espacio seguro de información para grupos marginados. Al escuchar las ideas de estes jóvenes artistas y actuar acorde a ellas, les podemos calificar no solo como creadores, sino como 'facilitadores' que diseñan "las condiciones para que las voces que no se suelen escuchar puedan encontrar su lugar en el entorno urbano" (Ottaviani y De Marinis 2022).
Con la incesante batalla entre la inclinación de lo queer hacia la autodestrucción (Edelman 2004) y su futuridad utópica (Muñoz 2009), parece que sería imprudente esperar un resultado queer de una serie de talleres queer. Aunque resulte difícil calificar los talleres como un éxito rotundo en un entorno así, el proceso que se siguió/rechazó no nos sirve como un destino final sino como hitos movedizos para futuras iniciativas. ¿Saldrían resultados más concretos con una agenda y una metodología más estrictas? Queda claro que sí. Pero si lo hubiéramos hecho así, habríamos perdido esas horas tan valiosas que pasamos con los corazones y los oídos bien abiertos, escuchando los secretos más íntimos que susurrábamos entres las columnas de la biblioteca.
Han pasado meses desde que me fui de Kosovo, pero he seguido en contacto con les participantes, manteniéndome al día de sus trabajos personales. La creadora de la Doll Haus aún desfila por las aceras de Pristina con aplomo, haciendo temblar los huesos heteronormativos de la ciudadanía, y le Bibliotecarie de Semillas sigue produciendo fanzines a lo largo del país, contagiando a cada ojo balcánico que los lee. Habían participado en actividades parecidas antes de mis talleres, pero les pregunté si había cambiado algo en los seis meses posteriores. "Claro, antes lo hacía porque quería provocar un cambio en mi comunidad, pero ahora me doy cuenta de que yo soy ese cambio". Estos ojos balcánicos miran fijamente hacia su futuro queer.
* Erasmus+ Short Stay Research Grant: The workshop discussed in this article was funded by a short stay PhD research grant from the EU's Erasmus+ program. The grant supported a one-month research residency in Prishtina, conducted as part of Shtatëmbëdhjetë's Rezidenca 17 program. Traducción de Thomas Lampon-Masters: info@thomaslampon.com.