Cómo citar: Leal, Juana. "Otra vertiente de los urbanismos bottom-up". Dearq no. 38 (2024): 84-104. DOI: https://doi.org/10.18389/dearq38.2024.08
Juana Leal
Universidad de los Andes, Colombia
El complejo universo de los urbanismos bottom-up se ha transformado a través de los años, a tal punto que resulta difícil establecer que, en la actualidad, la amplia variedad cumpla con todas las características que solían atribuírseles en la década de 1990, y que Carlos García Vásquez1 resume claramente como: (1) locales, en la medida que debían surgir de una contexto específico y asociados a una comunidad; (2) creativos, por la capacidad de generar soluciones alternativas y experimentales; (3) efímeros, dada su flexibilidad para adaptarse al cambio y en dado caso, desaparecer sin generar detrimento; (4) low cost, por la recursividad en soluciones; (5) informales, en tanto no se guían por convenciones normativas; y (6) regeneradores, por el tipo de impacto que son capaces de desencadenar.
La vertiente de proyectos que se resaltan en esta selección se caracteriza por su alcance, que puede trascender hacia objetivos más ambiciosos en comparación con otro tipo de urbanismos bottom-up: no se reducen a atender un problema específico desde la perspectiva —quizá un poco reactiva y limitada— de la remediación a corto plazo, que a su vez depende de los recursos y la capacidad local para atender el problema. Los ejemplos que traemos a cuento se pueden entender como procesos incrementales que van expandiéndose en el tiempo y que buscan poner a prueba estrategias y generar aprendizajes para dar respuesta a situaciones estructurales de la ciudad.
En estos casos, conceptos y estrategias están orientados a la adaptación de los proyectos a un contexto específico. Por lo tanto, dentro de la lógica de estos proyectos, la colaboración y las redes son bienvenidas, con lo cual se reúnen diferentes recursos y actores que no repelen a los entes gubernamentales, estrategias que podrían sonar contradictorias frente a la idea de informalidad que caracteriza una gran vertiente de urbanismos bottom-up.
El primer recurso al que este tipo de intervenciones apela de forma distintiva es al componente formativo que las acompaña, y, quizá, las origina. El espacio público se convierte en un medio para establecer procesos de aprendizaje, es un aula viva y abierta en la que se confrontan múltiples perspectivas y expectativas frente a la forma de experimentar la ciudad, transformar los espacios, así como quiénes y en qué medida están capacitados y autorizados para hacerlo. El foco en estas intervenciones se encuentra en escuchar otras voces que resuenan en distinta frecuencia y que por lo general no son tenidas en cuenta: las voces de las niñas, niños, jóvenes y adolescentes, las voces de la naturaleza urbana, las voces de comunidades racializadas y, en general, las excluidas en la toma de decisiones frente a la ciudad.
Escuchar estas voces no se reduce a una forma de integrarlas en procesos de participación, sino también al interés de capturar información relevante en una comprensión más amplia de ciudadanía. Estas intervenciones no se ocupan únicamente de las voces que se escuchan, sino también de quienes las escuchan y de la relevancia del mensaje para influenciar la toma de decisiones en otros niveles.
De ahí la importancia del segundo recurso —el enfoque colaborativo del trabajo en una red diversa—, que garantiza sostenibilidad y resiliencia. Es aquí donde la definición de bottom (fondo/base) se ensancha, pues si bien existe una base comunitaria desde la que parten las intervenciones, estas se enmarcan y retroalimentan de programas que existen o se crean desde la formalidad, ya sea desde organismos gubernamentales, no gubernamentales, académicos o, inclusive, de colectivos profesionales de arte y arquitectura, entre otros.
El resultado de esta interacción va, nuevamente, más allá de la mejora y resignificación de un espacio público. Si bien todos los actores en la red tienen sus propios intereses, mientras estos sean transparentes y concertados, se debería reducir el riesgo de instrumentalizar a las comunidades mediante prácticas extractivistas y, sobre todo, lograr ganancias para todos, que van desde el conocimiento generado y replicable en otras experiencias, hasta la documentación de procesos y metodologías, el monitoreo y la evaluación para la revisión de hipótesis, entre otras.
De la misma forma, estas interacciones que involucran procesos de transferencia de conocimiento dejan capacidad instalada en las comunidades, con lo cual se aumenta la posibilidad de adaptación para mantener los proyectos en marcha cuando alguno de los actores de la red se retira, en particular los que aportan recursos financieros. Esta experiencia y empoderamiento es fundamental para lograr mayor impacto, pues este tipo de intervenciones no necesariamente se enmarca en lo low cost y tampoco en lo efímero. Muchas de ellas constituyen grandes apuestas en términos de escala e inversión, que requieren plantearse y desarrollarse en varias etapas, así como recurrir a diferentes alternativas de financiación que permitan su sostenimiento a lo largo del tiempo. A continuación, se presentan tres proyectos que ejemplifican estas variaciones:
Este proyecto, tan ricamente ejemplificador de la variable del urbanismo bottom-up descrita, tiene un acento particular que se puede ubicar inclusive antes de que el grupo de arquitectos de raumlabor berlin "descubrieran" la piscina de retención de agua lluvia en el año 2012, luego de que estuviera cerrada al público por más de ochenta años. Ahí, en el año 2018, abrió sus puertas por un semestre la Floating University.
El origen contundente es el No que obtuvo la mayoría en el referendo de Tempelhof de 2014, y que constituye la acción colectiva de base que llena de significado este proyecto. Al decidir que no se urbanizarían los 22 500 m2 de esta pieza de ciudad se abrió la oportunidad para mantener una infraestructura urbana reclamada por la naturaleza, el "tercer paisaje" de Gilles Clément. Pero no solo esto, el espacio nuevamente se redefine en su componente natural y artificial —como escenario para indagar, aprender y crear narrativas alternativas frente a la urbanización, el desarrollo, el cambio climático y la diversidad—, no cae en la trampa de lo estático, por el contrario, es dinámico y juega mediante intervenciones físicas con el agua, con la arquitectura y con la naturaleza.
El cambio, que parece ser el leitmotiv de este proyecto y la clave de su continuidad, se materializa en la estructura organizativa y la gestión del proyecto, que pasa de ser la Floating University Berlin en 2018, dirigida por raumlabor berlin, para mutar a la Floating e.V. (Asociación Registrada), que es un grupo y espacio autogestionado por personas de diferentes contextos y formación, que mantienen programas alternativos a la visión tradicional de disciplinas mediante procesos colaborativos e inclusivos que exploran diferentes formas de habitar un mundo complejo. Muestra de ello es su organigrama de campos del conocimiento, grupos de acción o trabajo, y sus agentes.
En el Parque Educativo La Carcova en Buenos Aires, Argentina, confluye una red de comunidad académica orientada por unos principios muy claros de formación de arquitectos en función a las necesidades de comunidades en situación de vulnerabilidad. En este caso, se establece una relación de cooperación y de beneficio mutuo. Los estudiantes de arquitectura participantes en los workshops de carácter internacional tienen la oportunidad de fortalecer sus capacidades y recursividad para dar respuestas óptimas, adaptadas al contexto, enmarcadas en la vocación social de la profesión. Por otra parte, el equipo de la Biblioteca popular La Carcova, que surge de una iniciativa popular y es la contraparte del proyecto desde el territorio, cuenta con la oportunidad de participar en procesos de innovación metodológica en los cuales no solo sus necesidades sino también sus ideas y conocimiento son tenidos en cuenta para redefinir la calidad espacial de su contexto.
Al igual que los demás proyectos de esta variante, la apuesta consiste en dar continuidad. Por un lado, la intervención se extiende en el tiempo desde 2019, cuando se da inicio a la primera etapa en el parque educativo en primera fase, pasando por 2022, con la segunda etapa enfocada en la Biblioteca popular. Por el otro lado, se ha mantenido el programa cultural y artístico que ya venía liderando la Biblioteca popular como el eje estructurante del proyecto; en este caso, la arquitectura se ha supeditado a dicha inercia, al cumplir con la función organizadora del espacio, proveedora de sombra y abrigo, que habilita las posibilidades más esenciales sin necesidad de recurrir a excesos formales ni gestos protagónicos.
proyecto: now hunters point
En esta ocasión, la clausura de una antigua planta de energía en el barrio Hunters Point en San Francisco (CA, EE. UU.), desencadenó un proyecto de gran envergadura en el que se logró integrar la orilla de la bahía como espacio público a través de intervenciones de remediación del agua y del suelo, diseño urbano y paisajismo. Sin embargo, la gran diferencia de este proyecto, y uno de sus principales aportes, es la estrategia de justicia espacial dirigida por Liz Ogbu.
Para ello se diseñaron workshops enfocados en diferentes grupos poblacionales, así como numerosos eventos de participación ciudadana que sirvieron como insumo en el proceso de diseño. Otro de los aspectos relevantes del proyecto fue la constancia de las activaciones del espacio público a partir de una programación enfocada en la inclusión de los residentes del barrio y, con temas, se consiguió generar un uso itinerante del espacio, dotándolo de significado. Quizá lo más significativo del proyecto fue el proceso de documentación obtenido a partir de la retroalimentación entregada por los participantes en las activaciones, que dejó importantes aprendizajes los cuales, a la par de los demás proyectos ya mencionados, serán útiles para generar cambio sistémico y buscar mejoras en el planteamiento de futuros proyectos, como, por ejemplo:
Cuando se habla de ciudades saludables pocas veces se relaciona con las niñas, los niños y los adolescentes y su rol con el espacio público. Ese es el enfoque de Vivo Mi Calle y las intervenciones que se han desarrollado en el marco de este programa, que consiste en establecer la necesidad de garantizar que esta población pueda acceder a espacios públicos seguros, sin discriminación y en donde puedan ejercer sus derechos en términos de movilidad, actividad física y recreación.
En este caso, la evolución del programa se puede ver a través de sus intervenciones, en la primera etapa enfocadas en movilidad segura, como el caso del puente de colores en el barrio El Poblado en el oriente de Cali y la ciclovía de Palmira realizada en el marco de los Juegos Panamericanos que albergó la ciudad. Tras la pandemia, la segunda fase se movió hacia la habilitación de espacios públicos de permanencia en los cuales se garantizara que los y las adolescentes pudieran usar saludablemente el espacio público, de forma inclusiva y segura.
Sin embargo, en ambas fases la constante ha sido el proceso de formación de las juventudes en liderazgo, pues a pesar de que las intervenciones en el espacio público logran generar impactos inmediatos y positivos en los entornos y las comunidades en las que se implementa el programa, la apuesta es que estas personas que se encuentran en condiciones de vulnerabilidad o exclusión logren trascender estas limitaciones impuestas por el contexto para impulsar diálogos e iniciativas necesarias dentro de su misma comunidad, así como en otros niveles de influencia, como los recién creados consejos de juventud.
En este caso también existen otros recursos que divergen un poco de la definición original del bottom-up, pues el énfasis en aprendizaje es transversal a partir de mecanismos de monitoreo, evaluación y aprendizaje, que buscan informar no solo del proyecto, sino del programa global que financia la iniciativa. Esto para poder generar discusiones en escenarios de toma de decisiones a nivel de ciudad, nacional y global.
En resumen, estos tres casos presentan variaciones frente a la visión más tradicional de los urbanismos bottom up, de forma que la solución de problemas urbanos complejos no puede quedarse en una retórica aislada de la autogestión, con una visión limitada de comunidad. Para garantizar sostenibilidad y trascendencia en el tiempo se necesita que el sector público haga su trabajo, que el sector privado invierta en el bienestar social y que la academia apoye la captura de evidencia y genere conocimiento pertinente para informar la toma de decisiones.
1 Esas nociones pueden encontrarse en el artículo que dicho autor escribió para el presente número de la revista Dearq y que lleva por título: "Aprendiendo de los urbanismos bottom-up: nuevas tácticas, nuevos tiempos, nuevos lugares, nuevos procesos y una nueva estética".