El gran éxito de un fracaso editorial. La accidentada aparición del Ensayo sobre la arquitectura de Marc-Antoine Laugier (1753)

Fecha de recepción: 3 de abril de 2023. Fecha de aceptación: 11 de agosto de 2023. Fecha de modificaciones: 23 de agosto de 2023

DOI: https://doi.org/10.25025/hart15.2023.06

 

Fabio Restrepo

Profesor Facultad de Arquitectura y Diseño, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. Arquitecto Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. Maestría Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia (Tesis Finalista Premio Nacional de Ensayo,Ministerio de Cultura, Bogotá, Colombia.) Doctorado Universidad Politécnica de Cataluña, Barcelona, España. (Tesis Sobresaliente Cum Laude y Premio Extraordinario de tesis doctorales en España.)

farestre@uniandes.edu.co

Resumen:

Nadie pondría en duda que uno de los libros más citados en la historia de la arquitectura moderna es el Ensayo sobre la arquitectura, del abate Marc-Antoine Laugier. Sin embargo, su prestigio no se debe exclusivamente a las ideas expuestas en él. Serán las circunstancias históricas de la producción, impresión y comercialización de los libros a mediados del siglo XVIII, sumadas a la conformación de una opinión pública letrada, la creación de espacios de debate y la confrontación de las ideas en plazas, cafés, salones y periódicos impresos, las que cambiarán la sociedad, cambio que se hará visible años más tarde en los acontecimientos de la Revolución francesa. En este proceso participaron de forma anónima libreros, editores, impresores, grabadores y comerciantes de la cultura del libro.

Palabras clave: Ensayo sobre la arquitectura, Marc-Antoine Laugier, Nicolas-Bonaventure Duchesne, Charles-Dominique-Joseph Eisen, Jacques Aliamet.

 

The Great Success of a Failed Publication: The Eventful Process Behind Marc-Antoine Laugier’s Essay on Architecture (1753)

 Abstract:

No one would doubt that one of the most frequently cited books in the history of modern architecture is the "Essay on Architecture" by Abbe Marc-Antoine Laugier. However, its prestige is not solely attributed to the ideas presented in it. It was the historical circumstances of book production, printing, and commercialization in the mid-18th century, combined with the formation of a literate public opinion, the creation of spaces for debate, and the clash of ideas in squares, cafes, salons, and printed newspapers that would change society. This change would become visible years later in the events of the French Revolution. In this process, anonymous booksellers, publishers, printers, engravers, and book culture merchants played a role.

Keywords: Essay on Architecture, Marc-Antoine Laugier, Nicolas-Bonaventure Duchesne, Charles-Dominique-Joseph Eisen, Jacques Aliamet.

 

O grande sucesso de um fracasso editorial. A aparição acidental do Ensaio sobre arquitetura por Marc-Antoine Laugier (1753)

Resumo:

Ninguém contesta que um dos livros mais citados na história da arquitetura moderna é o Ensaio sobre arquitetura do Abade Marc-Antoine Laugier. No entanto, o seu prestígio não se deve exclusivamente às ideias nele expressas. Serão as circunstâncias históricas da produção, impressão e comercialização de livros em meados do século XVIII, junto com a formação de uma opinião pública letrada, a criação de espaços para debate e o confronto de ideias em praças, cafés, salões e jornais impressos, que mudaram a sociedade, uma mudança que se tornaria visível anos depois nos eventos da Revolução Francesa. Livreiros, editores, impressores, gravadores e comerciantes da cultura do livro participaram anonimamente desse processo.

Palavras-chave: Ensaio sobre arquitetura, Marc-Antoine Laugier, Nicolas-Bonaventure Duchesne, Charles-Dominique-Joseph Eisen, Jacques Aliamet.

 

 

A mediados del siglo XVIII surgió en París uno de los libros más famosos de la historia de la arquitectura. Fue escrito por un abate de la Orden de los Jesuitas, Marc-Antoine Laugier. Su fama, sin embargo, no tiene nada que ver con los contenidos del escrito y sí, paradójicamente, con el fracaso editorial que significó. Para comprenderlo es necesario reconstruir la historia del libro, de sus dos ediciones y de la vida anónima de un sujeto común y corriente: Nicolas-Bonaventure Duchesne. Se sabe muy poco de su vida. Él mismo se presenta como originario de Saint-Maurice-en-Cotentin, en la baja Normandía, pero otras versiones cuentan que de niño fue abandonado en el Hospice des Enfants Trouvés a las afueras de París, cerca de la Bastilla, el mismo lugar donde Jean-Jacques Rousseau abandonaba a sus hijos en cuanto nacían. Logró sobrevivir a la viruela y al maltrato hasta abandonar el hospicio y dedicarse al comercio callejero, convirtiéndose en un vendedor de todo tipo de artículos relacionados con el mundo impreso: afiches, estampas, calendarios y folletines. Era un hombre de baja estatura (no medía más de un metro cincuenta y cuatro centímetros), de pelo castaño rojizo y un rostro cubierto de pecas y marcas de su pasado.[1]

Su don de gentes y habilidad en el trato le llevó a ser contratado como doméstico por el aristócrata Pierre Prault, amante de libros que solía adquirir en la tradicional librería de Charles-André Cailleau en la rue Saint-Jacques bajo la insignia del “Templo del Gusto”. La frecuencia de visitas a la librería en busca de las encomiendas de su patrón le permitió establecer una relación con la hija de Cailleau, Marie-Antoinette, relación que se materializó rápidamente en un vínculo matrimonial que, un año después (1752), lo convirtió en librero y propietario del comercio de su suegro, pese al rechazo airado de todo el gremio de libreros de París. Las cosas sin duda estaban cambiando en la ciudad y el olfato comercial de Duchesne marcaba un nuevo rumbo en la producción y comercialización de libros e impresos. La librería se orienta sobre todo a la venta de almanaques, obras periódicas, óperas cómicas, algunos libros raros, obras de teatro y novelas galantes para ser “leídas con una sola mano”,[2] aunque para clientes especiales se reservan algunas piezas de Voltaire y Rousseau.

                                          

 

Para esa fecha, el joven jesuita Marc-Antoine Laugier, de 39 años (tres menos que Duchesne) y oriundo de Manosque, cumple ocho años en París como predicador del rey, habitando en el convento adjunto a la iglesia de Saint-Paul Saint-Louis en la parroquia de Saint-Antoine. Sus deberes sacerdotales incluyen además hacerse cargo de los sermones en la iglesia de Saint-Sulpice, al otro extremo de la ciudad, y por lo tanto la obligación de recorrerla diariamente. Laugier se formó bajo la Orden Jesuita en la ciudad de Lyon, uno de los lugares más refinados de toda Europa. Además de su vocación religiosa y devoción a la virgen, tiene un especial interés por las bellas artes y sueña con algún día fundar una revista de opinión que las abrace a todas y permita al público en general disfrutar de la belleza en la pintura, la escultura y la arquitectura.[3] Su deambular cotidiano le permite fijar su atención en los templos y su ornamentación, en el uso de los cánones clásicos, en la variedad formal de parques y plazas, en la dignidad de las puertas de una ciudad todavía amurallada. Pero debe confesarse a sí mismo que sus impresiones no le satisfacen. Considera la arquitectura barroca detestable y arbitraria, la arquitectura neoclásica deformada por los caprichos a la italiana. En el fondo, le gustaría volver a un orden clásico más puro y, al mismo tiempo, proponer una reinterpretación de los principios vitruvianos que abrigue la posibilidad de crear un estilo propio francés. Esta constante reflexión lo llevará incluso a mantener una agria controversia con Rousseau, quien pregona la superioridad de la música italiana claramente visible en la ópera. Lo mismo sucede con la pintura y la escultura, pero el mayor tormento para el abate en realidad proviene de la arquitectura.

                  

    

 

Para su mayor enfado, el interior de la iglesia de Saint-Sulpice es justamente obra de un arquitecto italiano, Giovanni Servandoni, y Laugier no se priva de lanzar en medio de sus fogosos sermones diatribas en contra del arquitecto. Pero en el fondo la arquitectura que más lo indigna es la de su propia orden. El joven abate va tomando nota de los esperpentos arquitectónicos y urbanísticos de una ciudad que pretende ser la más bella de Europa. En la biblioteca del convento busca afanosamente algún respaldo a sus ideas; hay pocos libros sobre arquitectura, pero no desfallece. Insiste hasta toparse con uno publicado en 1706 por Jean-Louis de Cordemoy, compañero de la misma orden, el Nuevo tratado de toda la arquitectura.[4]

 

 

Animado por su encuentro, va creciendo en él la tentación de sacar a la luz un texto breve exponiendo sus impresiones y sentimientos, alentado seguramente por alguno de sus protectores. Es consciente del discreto alcance de su proyecto; no pretende escribir un tratado ni unas meditaciones. La mejor opción —y de moda en aquel momento— sería escribir un ensayo a la manera de Montaigne. Y ese será el título escogido: Ensayo sobre la arquitectura.

Sabe también que fuera de toda consideración está la posibilidad de presentar el manuscrito a las honorables librerías especializadas en las artes y la arquitectura. Ni pensar en la lujosa librería de Charles-Antoine Jombert o la de Michel Lambert. Allí los libros son objetos de lujo, protegidos por tapas de cuero, impresos en tamaño in-folio y vendidos a 60 libras o más. Y obviamente todos ellos siempre acompañados de grabados y de bellas ilustraciones, creados expresamente para ocupar las estanterías interiores de nobles palacios y bibliotecas para nunca ser leídos.

Desde el comienzo tiene claro que debe ser una obra anónima, de bajo costo, dirigida al público en general. Una obra de divulgación semejante a la Biblioteca azul, cada vez más popular y equivalente a los hoy famosos “libros de bolsillo”. Solo un personaje como Duchesne aceptaría considerar y eventualmente publicar algo semejante. Laugier visita la librería, pacta las condiciones con Duchesne y entrega el manuscrito. Es una librería en donde nunca se han publicado asuntos de arquitectura, pero Duchesne quiere explorar el campo y de paso tejer relaciones con la comunidad jesuita y en particular con el predicador del rey. Además, Laugier cuenta como garantía con la recomendación del conde de Voisenon, cliente regular de Duchesne.

El 12 de octubre de 1752 Duchesne recibe la aprobación por parte del censor real Michel Tanevot, y el 20 de diciembre el privilegio del rey que le otorga los derechos de propiedad, reimpresión y explotación comercial del libro. Los autores por su parte no suelen recibir nada a cambio, en ocasiones deben incluso invertir dinero, y sobre todo siempre estar humildemente agradecidos.

 

   

El libro aparece en febrero de 1753.[5] El librero tomó todas las decisiones para garantizar el beneficio comercial, respetando las condiciones de Laugier. La impresión rústica y cosida al lomo tiene un formato inusual para este tipo de contenidos: in-12º. Seguramente Duchesne le exigió a la viuda Delatour, encargada de la impresión desde la época de Cailleau, el máximo ahorro en la caja tipográfica ya que lo más costoso era el papel. Le exigió también el uso mínimo de viñetas, bandas o culs-de-lampe. No hay datos sobre el número de ejemplares impresos, que seguramente no supera los 300, producción habitual para este tipo de publicaciones. De esta manera Duchesne garantiza un precio que hace del libro un objeto rentable para él y accesible para el público: 2 libras y 10 soles. Para él no pasa de ser una publicación más, acomodada en la estantería de la librería entre panfletos y calendarios. Un objeto anodino que sin embargo no escapa al ojo avisor del inspector de policía Joseph Hémery que anota en su diario: “Ensayo sobre la arquitectura vol in-12º, impreso por Duchesne, con privilegio. No se menciona al autor del libro que está perfectamente escrito”.[6] El policía Hémery no se equivoca y, para sorpresa de todos y futura desgracia de Laugier, los periódicos de la ciudad escriben reseñas extensas y elogiosas. La pequeña obra es un viento fresco frente a los tratados técnicos, acartonados e incomprensibles de los arquitectos. El impacto lleva rápidamente a Hémery a revelar el nombre del autor, pese a los riesgos que ello implica para el joven abate dada la condena que hace de las arquitecturas realizadas por su propia comunidad. 

            Sus superiores, una vez enterados y profundamente descontentos, procuran evitar mayores escándalos y lo envían de inmediato a la ciudad de Lyon. Existía ya un antecedente vergonzoso, una molestia transmitida por un ministro de la corte de Versalles: en un sermón de domingo Laugier, en un acceso de ira, recrimina a Luis XV y a sus cortesanos la vida licenciosa que llevan mientras en París las gentes padecen hambre sin que se controlen los precios del pan y del vino. La situación se vuelve angustiosa e insostenible para Laugier, pero en gran sigilo logra adelantar gestiones secretas ante el cardenal Domenico Passionei en el Vaticano. Al parecer promete entregar información reservada sobre los jesuitas. Un tiempo después el abate será discretamente recibido en la Orden Benedictina.[7]

Por su parte Duchesne, sin haber cumplido ni un año al frente de la librería, ya tiene a su haber un éxito editorial que repercute en toda la ciudad. Su euforia y olfato comercial lo llevan a explorar los contactos tejidos por su suegro en el extranjero. Y efectivamente el libro aparecerá traducido al inglés en 1756 y al alemán en 1758.[8] El Mercure de France, el Journal de Trévoux, el Journal des sçavans y la Correspondance de Grimm et Diderot coinciden en celebrar la sencillez y el humor del texto, las consideraciones generales sobre los espacios públicos de la ciudad, la ausencia de imágenes tan engorrosas para personas no iniciadas en arquitectura y la ausencia de términos científicos.[9]

                                                   

La ciudad de París de 1753 se ha transformado de forma rápida y silenciosa. Es una sociedad cada vez más lectora y llena de espacios propicios al debate público. El pequeño formato del Ensayo le permite salir de las bibliotecas y ocupar los espacios públicos viajando al interior de los bolsillos de sus propietarios. Muy pronto comienza a ser comentado en los cafés, a ser leído en voz alta ante una pequeña audiencia en los jardines del Palacio de Luxemburgo y, sobre todo, a ocupar un sitio de honor bajo el árbol de Cracovia, lugar en el Palais Royal en donde se recogen los chismes a ser tratados y discutidos en los salones de París, lugares de encuentros intelectuales y artísticos bajo el mando de mujeres ricas y poderosas. En estos espacios se gestarán en gran medida los cambios que culminarán en los acontecimientos de la Revolución francesa y el surgimiento de un nuevo mundo. Laugier, por ejemplo, comenzará a frecuentar las tertulias del salón de madame Marie-Anne Doublet.[10]

                  

     

A pesar de las repercusiones favorables, Duchesne se llena de incertidumbre ante el éxito inesperado. Podría realizar una reimpresión (aunque aún tenga en sus bodegas muchos ejemplares), pero descarta esta opción ya que tendría que mantener el precio de 2 libras y 10 soles. Debe encontrar una manera de multiplicar las ganancias a corto plazo. Laugier, por su parte, escribe y publica también con Duchesne un pequeño texto sobre el salón de pintura del Palacio del Louvre que es recibido con el mismo entusiasmo.[11] Los enciclopedistas lo invitan a abandonar la Orden y unirse a los hombres de letras. Duchesne no puede dejarlo escapar, no tiene mucho que ofrecerle y teme que las librerías especializadas se acerquen a él y lo seduzcan. Pero se equivoca en esta apreciación y de hecho sucederá todo lo contrario, para su fortuna y desgracia casi definitiva de Laugier. Repentinamente surgen de la nada dos temibles adversarios provenientes del mundo del oficio de la arquitectura y la construcción.

Uno de ellos es un arquitecto de 72 años, mediocre pero bien relacionado con la aristocracia parisina, Charles-Étienne Briseux. Al final de su vida Briseux considera que debe dejar un legado a la humanidad y publica un ostentoso libro en dos volúmenes in-4º titulado Tratado de la belleza esencial en las artes, obra que coincide con la salida a la luz del pequeño Ensayo de Laugier.[12] El segundo volumen recoge diseños y grabados realizados por el propio arquitecto. Son libros para conocedores y de un alto valor comercial. Briseux espera con impaciencia ver aparecer los comentarios en los periódicos. De pronto comprende que todos los diarios se refieren y halagan el folletín de Laugier, un amateur sin conocimiento alguno de su ciencia. Pasan los meses y nadie se pronuncia sobre su magna obra. Intenta guardar la compostura, pero su indignación al final lo lleva a proponerle a Étienne La Font de Saint-Yenne escribir a cuatro manos un examen de aquel Ensayo sobre la arquitectura, tan celebrado por la opinión pero a su vez tan mediocre a la luz de los expertos. Es necesario dejar al descubierto al impostor. No es aceptable que un escrito de un cura diletante logre engañar a los lectores y los aleje para siempre de los verdaderos principios de las artes y la belleza esencial.

 

 

 

El señor de Saint-Yenne no deja de ser un personaje de cierta reputación (será en la historiografía del arte reconocido como el creador de una ciencia que hoy se conoce como “crítica de arte”). Saint-Yenne acepta la propuesta porque guarda él también una celosa envidia hacia el abate. Para el salón del Louvre de octubre de 1753 aparecieron varios comentarios y críticas de las obras expuestas, pero una vez más solo la de Laugier recibió aplausos. El señor de Saint-Yenne con discreción se limita a escribir solo el prólogo, mientras que Briseux disecciona el Ensayo sobre la arquitectura refutando sistemáticamente cada una de las postulaciones del abate. El libro Examen de un ensayo de la arquitectura aparece en diciembre de 1753 publicado por el librero y editor Michel Lambert.[13]

 

Duchesne celebra. Es la oportunidad que esperaba. Laugier ya se encuentra exiliado en la ciudad de Lyon, ausente del ruido que sigue produciendo su obra en la capital. Se apresura en hacerle llegar el texto de sus contradictores con la esperanza de animarlo a escribir una réplica y, de esta manera, considerar una segunda edición “revisada, corregida y aumentada” y de paso modificar considerablemente el precio de venta de la nueva edición. Laugier recupera su espíritu combativo y lee atentamente el Examen. Siente respeto y simpatía por Saint-Yenne y decide tratarlo con indulgencia, pero en cambio no soporta la grosería y debilidad argumental del arquitecto. Comienza a escribir cuidadosamente la réplica y los respectivos comentarios. Pese a ello, Duchesne sigue presionando: tiene urgencia, no puede permitir que el escándalo se enfríe y los chismes se disuelvan, pero al mismo tiempo no puede presionar excesivamente al abate porque conoce bien su temperamento y rectitud, y sabe que debe mantener la prudencia.

Una vez más la suerte favorece al librero. En el Mercure de France de julio de 1754 aparece una crítica despiadada. Su autor es Amédée-François Frézier, de 71 años de edad, un prestigioso ingeniero real, autor de varias obras fundamentales (tratados de estereotomía, libros sobre el arte de cortar la piedra y construir fortalezas, y sobre los estilos a utilizar en las iglesias).[14]

 

 

En principio las razones que llevan al ingeniero a criticar el libro de Laugier son inexplicables y misteriosas. Duchesne envía una vez más los diarios a Laugier recomendando responder y publicar la respuesta en el mismo Mercure de France, recomendación que Laugier acepta.[15] Pero en realidad lo que le interesa a Frézier es atacar a un viejo enemigo suyo, fallecido hace ya 40 años, el abate Jean-Louis de Cordemoy, inspirador original del Ensayo de Laugier. Esta contienda surge en 1706, siete años antes del nacimiento del propio Laugier; desde aquella época Frézier y Cordemoy se enfrascan en una disputa que se vio interrumpida en 1712 cuando Frézier tuvo que emprender una misión en los mares del sur que le tomó casi tres años. Por orden real debía hacer el levantamiento de las costas y murallas de las colonias españolas y portuguesas en Brasil, Chile y Perú. A su regreso se enteró de la muerte de Cordemoy y tuvo que soportar durante 21 años el tormentoso silencio de su contradictor hasta que Laugier lo resucitó en su Ensayo. El ingeniero no puede desaprovechar la oportunidad para zanjar a su favor la disputa que le atormentó toda su vida.

Duchesne comprende que este nuevo escándalo favorece sus planes, pero durará poco tiempo ya que Frézier siente la deuda ya saldada y el honor recuperado. Su proyecto de reedición está una vez más en peligro. La buena estrella no abandona al librero. Seguramente bajo la presión de Briseux, en julio de 1754 la Academia Real de Arquitectura dedica varias sesiones a la lectura y discusión de la carta de Frézier y el Examen de Briseux y Saint-Yenne. En las sesiones condenan la obra de Laugier y elogian la sabiduría de sus contradictores, aunque la Academia nunca se tomó la molestia de leer el Ensayo.[16]

Duchesne denuncia a Laugier el trato indigno por parte de la Academia y logra convencerlo de la imperiosa necesidad de defenderse y publicar una segunda edición ante tantas injurias y ofensas. Laugier acepta los argumentos y accede a la propuesta. Las modificaciones pactadas con el abate son: escribir una advertencia a la segunda edición, un prefacio corregido y respuestas meticulosas a cada una de las observaciones de Briseux, insertándolas en el texto existente. Por su parte Duchesne, actuando ya no como librero sino también como editor, decide incluir también la respuesta a Frézier aparecida en el Mercure de France, un diccionario de términos de arquitectura y una serie de planchas que toma sin reparo del libro de Cordemoy pero que, según él, facilitan la comprensión del libro. Esto aumentará con creces el número de páginas de la nueva edición. Sabe bien que estas decisiones garantizan su beneficio económico siempre y cuando modifique el aspecto formal del nuevo libro. Traiciona entonces al antiguo taller de impresión de la viuda Delatour y contrata al taller de Lebas bajo unas nuevas condiciones. Se utilizará la letra Garamond en una caja más holgada, multiplicando las viñetas y la ornamentación. Ahora cada sección tendrá una banda, iniciando con una letra capital y finalizando con viñetas florales o un conjunto de culs-de-lampe. Aumenta el tamaño del libro, que ahora será de in-8º, utiliza dos tintas en la portadilla, resaltando su nombre y el del autor y, ya casi al borde del delirio, paga por un frontispicio realizado por el más prestigioso dibujante de la época, el profesor particular de madame Pompadour, Charles-Dominique-Joseph Eisen, integrante del taller de Lebas. Para recuperar la inversión y recibir los beneficios la única alternativa es imprimir más de mil ejemplares, decisión completamente descabellada (ni siquiera la Enciclopedia en plena producción considera posibles esas cifras). Para Duchesne esto se resuelve triplicando el precio de la obra, decisión fatal que condenará al fracaso su empresa comercial: ¡un aumento de 2 libras y 10 soles a 6 libras en menos de dos años es inaceptable en el comercio del libro![17]

 

Duchesne además es consciente de la premura del proyecto. En verano todo se olvida, los talleres cierran, los escándalos se evaporan. Mientras Laugier trabaja en el texto, Eisen y su compañero Aliamet se ocupan del frontispicio. De forma inesperada Briseux fallece el 23 de septiembre de 1754. Una advertencia del destino. Convendría ocultar su muerte al abate y evitar el riesgo de detener el proceso por respeto al silencio ya definitivo del difunto. Aún así la segunda edición aparece en marzo de 1755[18] y en mayo del mismo año Frézier publica en el Mercure de France una carta titulada: “Resultado de la disputa entre el padre Laugier y el señor Frézier concerniendo el gusto en la arquitectura”.[19] Con ella da por terminada la disputa y retoma sus viajes al extranjero y la construcción de puestos de defensa en las fronteras y las colonias en peligro.

En pocos meses toda esa euforia que mantenía vivo el interés por el Ensayo se desvanece. La segunda edición pasa desapercibida para la opinión y los pocos diarios que se ocupan de ella le dedican una tibia acogida advirtiendo, eso sí, que no ven con claridad la novedad con respecto a la primera edición; reprochan también severamente el aumento desmedido de su precio. En definitiva, el libro termina siendo un fracaso editorial. Laugier intenta retomar su reflexión publicando años después, en 1765, una nueva propuesta titulada Observaciones sobre la arquitectura, ahora con el librero Desaint.[20] Un libro sin mayor repercusión, nada de publicidad ni comentarios de valor. Rápidamente cae en el olvido.

Nicolas-Bonaventure Duchesne, por su parte, acumula los cientos de ejemplares del Ensayo en la trastienda de su librería, siempre sometidos a una lenta desintegración por la humedad amenazante del Sena que se filtra incontrolable entre las paredes del establecimiento. Fallece trágicamente en 1765. En el inventario notarial tomado después de su muerte, en la página 6 del listado, se lee que, en el refectorio, ítem 126, se conservan 1278 ejemplares del Ensayo sobre la arquitectura, ¡valorados en apenas 300 libras!

 

El cinco de julio de 1765 es el primer día en que Marie Antoinette Cailleau comienza a ser llamada en la parroquia de Saint Benoît como la viuda Duchesne. El camino que llevaba al fondo del almacén parecía tallado en medio de los muros de libros que se iban amontonando uno sobre otro. Le gustaba recorrerlo varias veces antes de marcharse, aunque nunca llegaba al final; se detenía un poco antes de entrar a la última estancia. El compás de sus pasos parecía contar el dinero perdido en cada empresa. Esa era la forma de recordar a su marido y de preguntarle con rabia por qué la había dejado encadenada a este mundo a través de las columnas inútiles de libros que ya nadie leería. A veces se escondía detrás de ellos para huir de algún acreedor que insistía por simple rutina en recuperar parte de la inversión. Hacía tiempo que ella había convertido los libros en moneda de trueque, pero ya todos tenían un ejemplar o más del mismo libro y exigían el pago en libras. Era entonces cuando ella comenzaba a soñar en proyectos tan descabellados como los de su marido. Varias veces viajó a pequeñas ciudades cargada de baúles llenos de libros con la ilusión de hacerlos pasar por novedades, o persiguió ferias de pueblo tratando de hacerlos pasar desapercibidos en medio de pociones, inventos y reliquias. Ya para entonces era señalada entre murmullos como “la viuda de los baúles”. De regreso de sus viajes le quedó la costumbre de abrir la tapa de los baúles y ofrecer su mercancía allí mismo, a la entrada de la ciudad, al borde del Sena. Sabía que nadie se robaría el peso de la memoria de su marido. Se contentaba con cerrarlos con un pequeño candado y volver al día siguiente, abrirlos de nuevo y esperar. Sus hijos solían cuidar los baúles en las calles y no acompañar la soledad del polvo de las estanterías en la rue Saint-Jacques. Con el tiempo los bordes del río se fueron llenando de comerciantes de libros, revistas y folletos hasta organizar un pequeño sindicato para defenderse de los atropellos de la policía.

Todos los libros de Duchesne terminaron en el borde del Sena excepto los del fondo de la última estancia. Allí guardaba los malos recuerdos o lo que ella llamaba el origen de sus males: los desvaríos de su marido, las ilusiones desmedidas. Era un lugar oscuro que se inundaba en invierno. Nadie sabía ya que varias columnas de aquellos libros sumaban los 1 278 volúmenes del Ensayo sobre la arquitectura. El olor húmedo de las hojas no dejaba respirar las velas que encendían de vez en cuando para intentar un nuevo inventario. Se contentaba entonces con preguntarle al empleado más viejo lo que se había guardado allí. Y él repetía la historia de cada uno de los libros, el número de ejemplares impresos, el tamaño, el tipo de papel, el cosido, el material de la tapa, los títulos, los precios, los autores. Pero con el tiempo ya mezclaba todo dando lugar a títulos fantásticos de tamaños inimaginables y precios increíbles. El agua los fue carcomiendo de abajo hacia arriba, haciendo disminuir las torres de libros cada año. Esto le agradaba a la viuda porque imaginaba que el negocio se recuperaba y que en realidad habían sido vendidos. Le gustaba observar cómo los bordes negros de las siluetas se reducían alejándose del techo. Calculaba el valor del vacío que iba quedando y esperaba pacientemente a que desaparecieran por completo. Por eso sus pasos se detenían justo antes de entrar, no quería espantar la buena suerte.

Marie-Antoinette Cailleau recupera a pesar de todo la librería de su padre, la tradición de su abuelo y supera la herencia ruinosa de su esposo. Uno de sus hijos continúa la tradición de librero. Ella fallece en 1793. Con el tiempo los fondos se irán vendiendo a pequeños mercaderes y uno que otro coleccionista, hasta su completa desaparición. Los 1 278 ejemplares del Ensayo terminarán dispersándose y ocupando lugares en las estanterías más insospechadas (hay uno, por ejemplo, en la Biblioteca General de la Universidad Nacional de Colombia, origen de esta investigación). En el siglo XIX ya nadie habla ni recuerda al abate Marc-Antoine Laugier, excepto Hegel, que 70 años después escribe una pequeña anotación en su Estética recordando (no sin cierta sorna) las pretensiones clásicas del abate Laugier.[21] Pero resucitará con fuerza en el siglo XX, aunque ello de nuevo no por su contenido sino por el frontispicio dibujado por Eisen y grabado por su amigo Jacques Aliamet. Los historiadores de la arquitectura ven en él la representación del viejo mito de la cabaña primitiva y el origen de la arquitectura, y la estampa empieza a ser reproducida por esa razón en todo libro de arquitectura, haciendo alusión siempre al nombre de Laugier y no al de sus verdaderos creadores.


Bibliografía

 

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———. Jugement d’un amateur sur l’exposition des tableaux. Lettre à M. le Marquis de Vence. París: Duchesne, 1753.

———. An Essay on Architecture in Which its True Principles are Explained and Invariable Rules Proposed. Londres: T. Osborne & Shipton, 1755.

———. Essai sur l’architecture, nouvelle édition revue, corrigée & augmentée avec un dictionnaire des termes, & des planches qui en facilitent l’explication. París: Duchesne, 1755.

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Lemonnier, Henry. Procès-verbaux de l’Académie Royale d’Architecture, vol. V. París: Édouard Champion, 1920.

 

Mercure de France, 1754, 1755.

 



[1] Roger Chartier y Henri-Jean Martin, Histoire de l’édition française, vol. II (París: Fayard, 1990), 350.

[2] Jean-Marie Goulemot, Esses livros que se lêem com uma só mão. Leitura e leitores de livros pornográficos no século XVIII (São Paulo: Discurso, 2000).

[3] Maurice Tourneux, “Un projet de journal de critique d’art en 1759”, Archives de l’art français VII (1913): 321-326.

[4] Jean-Louis de Cordemoy, Nouveau traité de toute l’architecture ou l’art de bastir; utile aux entrepreneurs et aux ouvriers (París: Jean-Baptiste Coignard, 1706).

[5] Marc-Antoine Laugier, Essai sur l’architecture (París: Duchesne, 1753).

[6]  Los informes manuscritos de Joseph Hémery se encuentran en la Biblioteca Nacional de París, nouv. acq. fr., 10781-10783. Véase Wolfgang Hermann, Laugier and Eighteenth Century French Theory (Londres: A. Zwemmer, 1962), 205.

[7] En febrero de 1755 el cardenal Passionei solicita unas Memorias a Laugier. Gracias a la intervención de La Curne de Sainte-Palaye ante Passionei, Laugier está gestionando su paso a los benedictinos. En junio de 1755 Passionei solicita de nuevo a Laugier las Memorias. Finalmente, en marzo de 1756, Passionei envía una carta: “Mr. Laugier, Ex-Jésuite… De lui avoir procuré une tranquillité qu’il se croyait absolument nécessaire”. Hermann, Laugier, 9.

[8] Marc-Antoine Laugier, An Essay on Architecture in Which its True Principles are Explained and Invariable Rules Proposed (Londres: T. Osborne & Shipton, 1755).

[9]  “Remarques sur quelques livres nouveaux concernant la beauté & le bon goût de l’architecture”, Mercure de France, julio de 1754, 7-59; “Essai sur l’architecture”, Journal de Trévoux, mayo de 1753, 1069-1085; “Essai sur l’architecture”, Journal des sçavans, junio de 1753, 439; Melchior Grimm, Correspondance littéraire, diciembre de 1753, 304.

[10] Robert Darnton, “Comunicación en el París del siglo XVIII”, en El coloquio de los lectores (Ciudad de México: FCE, 2003), 371-429.

[11] Marc-Antoine Laugier, Jugement d’un amateur sur l’exposition des tableaux. Lettre à M. le Marquis de Vence (París: Duchesne, 1753).

[12] Charles-Étienne Briseux, Traité du beau essentiel dans les arts appliqué principalement à l’art de l’architecture et démontré physiquement par l’expérience (París: Charles-Etienne Briseux, 1752).

[13] Charles-Étienne Briseux y Étienne La Font de Saint-Yenne, Examen d’un essai sur l’architecture; avec quelques remarques sur cette science traitée dans l’esprit des beaux-arts (París: Michel Lambert, 1753).

[14] Amédée-François Frézier, “Remarques sur quelques livres nouveaux concernant la beauté et le bon goût de l’architecture”, Mercure de France, julio de 1754, 7-59.

[15] Marc-Antoine Laugier, “Réponse du P. Laugier, Jésuite, aux remarques de M. Frézier, insérées dans le Mercure de Juillet 1754”, Mercure de France, octubre de 1754, 29-51.

[16] Henry Lemonnier, Procès-verbaux de l’Académie Royale d’Architecture, vol. V (París: Édouard Champion, 1920), 224-225.

[17] La cifra proviene de los catálogos de la librería Duchesne. En ellos se encuentra el precio de la primera y la segunda edición, detalle importante ya que permite establecer que la segunda edición no fue consecuencia de la venta total de la primera. “Catalogue des livres de fonds de libraire, de musique, et d’assortiment, qui se vendent à Paris chez Duchesne, libraire rue Saint Jacques, au-dessous de la fontaine Saint Benoît, au temple du goût. 1763. Essai sur l’architecture, nouvelle édition augmenté avec un dictionnaire de termes & de figures qui en facilitent l’explication, par M. l’abbé Laugier, 6l. Le même sans figures, 2 liv.10 s”. BNF, Tolbiac, Cote Delta-1338.

[18] Marc-Antoine Laugier, Essai sur l’architecture, nouvelle édition revue, corrigée & augmentée avec un dictionnaire des termes, & des planches qui en facilitent l’explication (París: Duchesne, 1755).

[19] Amédée-François Frézier, “Résultat de la dispute entre le P. Laugier & M. Frézier concernant le goût de l’architecture”, Mercure de France, mayo de 1755, 143-174.

[20]  Marc-Antoine Laugier, Observations sur l'architecture (París: Desaint, 1765).

[21] “Así Goethe exclama celosamente en su artículo de juventud Von deutscher Baukunst, del año 1773. ‘¿Qué nos cuentas tú, erudito filosofante en los terrenos del francés moderno, que el primer hombre que inventó para sus necesidades hincó cuatro troncos, unió sobre ellos cuatro palos y los recubrió de ramas y musgo…? Y es falso además que tu choza sea la primogénita del mundo. Dos palos cruzados en su cumbre como parte delantera, dos detrás y sobre ellos un palo transversal como cima es y permanece, según podrás comprobar tú cada día en las chozas de los campos y de las viñas, un invento mucho más primario, del que tú ni siquiera podrías abstraer un principio para tus pocilgas’”. G. W. F. Hegel, Estética (Barcelona: Península, 1991, Vol 2), 232.