Los libros del arquitecto

doi: https://doi.org/10.25025/hart15.2023.02

 

María Elisa Navarro

Doctora y Magíster en historia y teoría de la arquitectura por McGill University. Arquitecta de la Universidad de los Andes. Desde el año 2019 trabaja como profesora asistente en el Departamento de Histo­ria del Arte y la Arquitectura en Trinity College Dublin. Su investigación se centra en la historia y teoría de la arquitectura de la modernidad temprana, con énfasis en el Imperio Español. Entre 2017 y 2023 participó como investigadora en el grupo Spanish Italy and the Iberian Américas, dirigido por Alessandra Russo y Michael Cole de Columbia University y patrocinado por la Getty Foundation. Actualmente trabaja en la publicación del libro Building Universal Knowldge, Juan Caramuel’s Ar­chitectura Civil Recta y Obliqua, en donde recoge más de diez años de investigación sobre el tratado de arquitec­tura de Juan Caramuel de Lobkowitz. navarrme@tcd.ie

 

 Juan Luis Burke

Ha ejercido la arquitectura en México, Estados Unidos y Suecia, participando en proyectos que abarcan desde la conservación histórica de diversas estructuras y participado en el diseño de diversas tipologías de edificios tales como museos, escuelas y residencias. Completó sus estudios de maestría y doctorado en Historia y Teoría de la Arquitectura en la Universidad McGill, obteniendo su doctorado en 2017. Sus intereses académicos se centran en la historia y teoría de la arquitectura y el urbanismo de los periodos de la época moderna temprana a la moderna en México y América Latina, así como sus conexiones con Europa, en particular con España e Italia. Publicó su primer libro, "Arquitectura y Urbanismo en el México Virreinal: Puebla de los Ángeles, Siglos XVI al XVIII" (Routledge), en 2021. Actualmente imparte clases de historia y teoría urbana y arquitectónica en la Universidad de Maryland, College Park, en la Escuela de Arquitectura, Planificación y Preservación. jlburke1@umd.edu

 

Resumen:

Para los arquitectos, los libros son una herramienta fundamental para la difusión de ideas y conocimientos relacionados con su profesión. Al mismo tiempo, los libros de arquitectura constituyen un género literario amplio y, a la vez, difuso, que abarca tanto obras monográficas como reflexiones sobre el entorno urbano e incluso diversas ficciones espaciales. Definir los libros de los arquitectos o la relación entre arquitectos y libros no es tarea sencilla. Sin embargo, una mirada panorámica a las diversas relaciones entre los libros y los arquitectos demuestra que estos no solo constituyen una parte fundamental para la difusión del conocimiento sobre la profesión, sino que también forman parte del quehacer arquitectónico en sí mismo. Este artículo realiza un recorrido por los diferentes tipos de libros de arquitectura a lo largo de distintas épocas y geografías, con el propósito de reflexionar sobre la compleja relación libro-arquitectura que este número de la revista H-ART presenta. Se destaca la rica interacción entre la arquitectura y el libro como una forma de (re)pensar la arquitectura más allá del edificio.

Palabras clave:

 arquitectura, libros de arquitectos, difusión de conocimiento, quehacer arquitectónico.

 

Abstract:

For architects, books are a fundamental tool for the dissemination of ideas and knowledge related to their profession. At the same time, architecture books constitute a broad and, at the same time, spread literary genre that encompasses both monographic works and reflections on the urban environment, and even all kinds of spatial fictions. Defining the books of architects or the relationship between architects and books is not a simple task. However, a panoramic view of the diverse relationships between books and architects shows that they not only constitute a fundamental part for the dissemination of knowledge about the profession but also are part of the architectural work itself. This article takes a journey through different types of architecture books across various epochs and geographies to reflect on the complex book-architecture relationship presented in this issue of the H-ART journal, highlighting the rich interaction between architecture and books as a way to (re)think architecture beyond the building.

Palabras clave:

architecture, architects' books, knowledge dissemination, architectural work

 

Resumo:

Para os arquitetos, os livros são uma ferramenta fundamental para a difusão de ideias e conhecimentos relacionados à sua profissão. Ao mesmo tempo, os livros de arquitetura constituem um gênero literário amplo e, ao mesmo tempo, difuso, que abrange desde obras monográficas até reflexões sobre o meio urbano e até mesmo todo tipo de ficções espaciais. Definir os livros dos arquitetos ou a relação entre arquitetos e livros não é uma tarefa simples. No entanto, uma visão panorâmica das diversas relações entre os livros e os arquitetos mostra que estes não apenas constituem uma parte fundamental para a disseminação do conhecimento sobre a profissão, mas também fazem parte do próprio fazer arquitetônico. Este artigo faz uma viagem pelos diferentes tipos de livros de arquitetura ao longo de diferentes épocas e geografias para refletir sobre a complexa relação livro-arquitetura apresentada neste número da revista H-ART, destacando a rica interação entre arquitetura e livro como uma maneira de (re)pensar a arquitetura além do edifício.

Palabras clave:

arquitetura, livros de arquitetos, disseminação de conhecimento, trabalho arquitetônico

 

La relación entre los arquitectos y los libros es curiosa en extremo. Por un lado, los arquitectos, tal vez como cualquier profesional, nos apoyamos en los libros para aprender y reforzar los conocimientos sobre nuestra labor. Pero consultar libros para resolver aspectos técnicos, éticos o filosóficos de nuestra profesión es apenas una cara de la poliédrica relación que existe entre los arquitectos y los libros.

Los libros monográficos dedicados a la obra de un arquitecto, movimiento arquitectónico o periodo histórico no difieren mucho, aparentemente, de aquellos dedicados a artistas o movimientos artísticos. En esto, la arquitectura pareciera emparentarse a la historia del arte. Para los historiadores del arte la arquitectura constituye, de hecho, parte del canon artístico y ellos requieren de los libros para propagar el conocimiento y la investigación sobre su disciplina. Ahora bien, a diferencia de las monografías artísticas, la monografía arquitectónica celebra los aspectos técnicos y estéticos de un corpus arquitectónico, construido o no, junto con sus influencias sociohistóricas y específicamente arquitectónicas.  En ese sentido, su temática suele ser de interés, las más de las veces, solo para otros arquitectos.

Así pues, los arquitectos son lectores, autores, y sus trabajos, ya sean teóricos o de diseño, se vuelven objetos de estudio. Las vidas de algunos arquitectos son estudiadas, escudriñadas y celebradas como figuras heroicas, o bien vilificadas. En algunos casos los arquitectos, algunos de ellos capaces de profesar en el campo del arte, diseñan libros como objetos artísticos o son incluso diseñadores editoriales. Los arquitectos pueden ser, en fin, autores, sujetos de estudio, académicos, estudiosos, diseñadores, artistas, editores y —tal vez más importante aún y más que nada— lectores fieles. Por otro lado, la arquitectura es y siempre será, inevitablemente, un importante tema de la literatura universal.

Víctor Hugo, a través de la voz del arcediano de Nuestra Señora de París, Claudio Frollo, expresó su temor por el futuro de la arquitectura como expresión y repositorio de conocimiento amenazada por la imprenta. Ante el miedo del arcediano, Víctor Hugo postula que la arquitectura no nace de la necesidad de proveer abrigo al hombre sino del mismo impulso que dio origen a la escritura y que, por lo tanto, la arquitectura y el lenguaje evolucionaron en paralelo con la mente humana. Al tiempo que contrapone el libro impreso al edificio, Víctor Hugo les asigna un origen común a la arquitectura y el lenguaje. Concluye entonces que, más que reemplazar al edificio como repositorio de la memoria, el libro se convertiría en el lugar obligado de reflexión sobre la práctica, en un medio a través del cual el arquitecto expresa sus ideas y que puede convertirse, por ende, en un aliado inseparable.[1] 

Desde mucho antes de la reproducción mecánica de textos, ya Vitruvio había resaltado la importancia del discurso y de que el arquitecto fuese una persona instruida en todas las áreas del conocimiento que pudiesen mejorar e informar su trabajo, ya fuese la medicina, la historia o incluso la astrología. El arquitecto, en este sentido, aprehende al mundo y aprende del mundo a través de los libros, y tiende por tanto a la bibliofilia.[2]

En efecto, como regla casi general los arquitectos reúnen volúmenes sobre la práctica profesional durante sus estudios, añadiéndose a estos los libros que representan sus intereses personales, para continuar coleccionando volúmenes toda la vida. Los libros que lee el arquitecto, los libros que escribe el arquitecto y por extensión sus bibliotecas personales, poseen la capacidad de revelar las posibles avenidas por las cuales su mente recorre el mundo a través de la página impresa y la manera en que la arquitectura ha sido definida a través de los libros y gracias a ellos. Como afirmó Michel de Certeau al defender la agencia de la lectura como actividad cotidiana y al lector como agente social, en el acto de leer “los lectores son viajeros” y cada uno de los lugares que recorre la lectura es “repetición del paraíso perdido”.[3] Los arquitectos como lectores, autores y bibliófilos recorren el mundo y sus lecturas dejan huella en la arquitectura y por ende en el mundo.

Ahora bien, los libros dedicados a la arquitectura existen por lo menos desde hace un par de milenios. Vitruvio hace constante referencia a tratados del periodo helenístico como los de Silenio, Teodoro, Kersifrón o Metárgenes.[4] Pero es el tratado de ese ingeniero-arquitecto militar que sirvió bajo el mando del emperador Augusto, Marco Vitruvio Polión, el que se convertirá, prácticamente un milenio y medio luego de su muerte, durante el Renacimiento italiano, en el modelo a seguir al momento de escribir un tratado de arquitectura. El texto de Vitruvio es una mezcla de discusiones éticas y técnicas sobre la profesión que nos lleva a darnos cuenta a la vez de la estrecha ligazón de la arquitectura con los ritmos del universo. El arquitecto debía saber los augurios de las estrellas o las condiciones atmosféricas y de los vientos para poder construir no solo con eficiencia técnica sino en sintonía con la naturaleza. El tratado de Vitrubio, en tanto obra literaria, tuvo por objeto preservar ese conocimiento para la posteridad y de paso enaltecer su nombre ante los ojos de su patrón, el emperador.

Impulsados por la idealización de la Antigüedad clásica de los humanistas, los arquitectos occidentales vieron en el texto vitruviano un modelo para reflexionar sobre el papel de la arquitectura en la reconstrucción de la sociedad que buscaba el Renacimiento italiano. La labor del arquitecto como constructor activo de la sociedad se hizo explícita en los textos escritos por los arquitectos renacentistas liderados por Leon Battista Alberti, uno de los primeros en aprovechar las ventajas de la reproducción mecánica de libros para la difusión de sus ideas en el siglo XV. Alberti, autor de uno de los tratados renacentistas más difundidos, no era un arquitecto en el sentido estricto de la palabra sino un secretario papal que, en su cargo, se ocupó del diseño y la construcción de edificios religiosos. Alberti escribió su libro sobre arquitectura, De re aedificatoria,[5] en un latín académico dirigido a personas cuya educación humanista les permitiría acceder al texto, incluyendo arquitectos, quienes veían su labor como un arte liberal. Las ediciones del libro de Alberti llaman la atención por la falta de ilustraciones, sobre todo cuando el tema es la arquitectura. Sin embargo, en esto más que seguir a Vitruvio, Alberti utiliza una convención de la época, en donde las páginas se diagraman dejando amplios márgenes en los cuales el lector, a través de anotaciones, establece una conversación con el texto. Así, De re aedificatoria inaugura no solamente la tratadística renacentista sino además la práctica del arquitecto como lector y comentarista activo de textos, sean estos de arquitectura o de cualquiera de las otras disciplinas que una educación en artes liberales requería.

El resultado de la interacción de los arquitectos con el libro genera en tales casos algo realmente excepcional: al original se le añaden marginalia que incluyen representaciones gráficas de las ideas o edificios mencionados en el texto y el resultado es una especie de híbrido entre manuscrito y libro impreso a dos manos. Ejemplos como las ediciones anotadas de Vitruvio por Giovanni Batista da Sangallo[6] y el Palladio de Inigo Jones[7] son solo unas de las más famosas de estas producciones híbridas. El fenómeno de las marginalia, la práctica de realizar anotaciones al margen de los libros de arquitectura en un intercambio de ideas entre el lector y el libro, está documentado en España donde muchos arquitectos y conocedores de la arquitectura y anticuarios, principalmente miembros de la jerarquía clerical y conocedores interesados en el tema, anotaron ejemplares de volúmenes sobre arquitectura. El caso del pintor El Greco, quien anotó copiosamente (más de 18 000 palabras) un ejemplar de Vitruvio en la edición de Daniele Barbaro de 1556, es interesante ya que los estudiosos del pintor cretense continúan aprendiendo más de su arte a través de sus opiniones sobre la arquitectura.[8]

El caso del arquitecto y escultor cántabro, Juan Bautista Monegro, dueño de una biblioteca personal excepcional, es documentado por el renombrado académico de la arquitectura renacentista española, Fernando Marías, en este número. Mientras tanto, en la Nueva España varios tratados anotados siguen poblando algunas de las bibliotecas de México. Un ejemplo es una edición de Vitruvio de 1552 en latín alojada en la Biblioteca Palafoxiana de la ciudad de Puebla de los Ángeles, con una serie de anotaciones al margen realizadas indiscutiblemente por un arquitecto o alarife.[9] En el ensayo contenido en este número el profesor Marías argumenta que el Vitruvio de la Biblioteca Palafoxiana perteneció a la biblioteca personal de Monegro, al identificar sus iniciales en el volumen. De qué manera un ejemplar de Vitruvio de Monegro terminó en México, es otra historia. Una digna de un libro.

En Italia, a Alberti le siguieron varios arquitectos tratadistas, traductores o editores como Sebastiano Serlio, Daniele Barbaro o Giacomo da Vignola, que aumentaron el conocimiento y el cuerpo teórico de la arquitectura del Renacimiento. Y fuera de Italia también: los tratados de Diego de Sagredo en España o el de Philibert de L’Orme en Francia, ambos del siglo XVI, testifican cómo la fiebre literaria-arquitectónica se apoderó de Europa occidental.  Como Mario Carpo ha argumentado, la invención de la imprenta coincidió con este auge de la tratadística renacentista e impulsó el nacimiento de la cultura bibliográfica-visual de la arquitectura en masa.[10] Hasta hoy, el medio visual continúa siendo inherente a la comprensión de la profesión. Sitios en línea que reciben números tremendos de visitantes todos los días demuestran que millones de personas definen sus gustos arquitectónicos, visual y superficialmente, a través del asalto de miles de imágenes que circulan a diario por redes sociales como Instagram y sitios como Archdaily. El tratado renacentista es el origen de esa cultura, ya que no solo difundió imágenes de las antigüedades romanas, como en el cuarto volumen del tratado de Serlio, sino que también codificó a través de imágenes los cánones del clasicismo arquitectónico. De nuevo, fue Serlio el primero en catalogar y mostrar, lado a lado, a los llamados órdenes arquitectónicos clásicos y en convertirlos, por tanto, en fórmulas tan visuales como arquitectónicas. Como argumenta Carpo, la arquitectura nunca fue la misma luego de que se pudo diseminar el conocimiento sobre ella de manera impresa y en masa, tanto en términos de un discurso escrito como en su dimensión visual.[11]

El tratado arquitectónico europeo, entonces en auge, viajó por el Atlántico y arribó en el siglo XVI a los virreinatos de México y del Perú.[12] Se ha argumentado que los tratados arquitectónicos adquieren un poder ampliado en un ambiente desorientador como lo es un contexto colonial, en el cual se busca imponer un cambio de entendimiento del mundo y por tanto de su arquitectura. En un contexto en el que los arquitectos no abundaban, los libros se convirtieron en el canon a seguir por los constructores del mundo colonial hispano.[13] En los territorios hispanoamericanos hubo un buen número de tratados como los de Vitruvio o Serlio presentes en las bibliotecas de las órdenes religiosas como las de los Dominicos o los Jesuitas. Pero además se escribieron algunos libros sobre arquitectura ya en el continente, resaltando el del fraile español radicado en Nueva España, Fray Andrés de San Miguel, que en la primera mitad del siglo XVII escribe su tratado arquitectónico que incluía una sección sobre la carpintería de lo blanco.[14]

Sin embargo, el tratado arquitectónico no es, ni de lejos, un fenómeno exclusivamente europeo o americano. Ya en el siglo XI, durante el reino del emperador Sung Tsai Tung, se le ordenó al constructor en jefe de la corte, Li Chieh, que realizara un trabajo de investigación sobre las antigüedades arquitectónicas de China;[15] y durante el auge del Imperio Otomano en el siglo XVI, el escritor Cafer Efendi compuso un recuento biográfico y un análisis de las obras de Mehmet Agha, arquitecto aprendiz del gran arquitecto Mimar Sinan y autor de algunos edificios emblemáticos otomanos como la Mezquita Azul en Estambul. Como señala la académica Gül Kale en su contribución al presente número, el libro de Efendi presenta a la arquitectura como una práctica esencial en el panorama de la contemplación trascendental de la vida.

El siglo XVII trae consigo una diversificación en Europa de los temas contenidos en los tratados de arquitectura. Los libros de los arquitectos se especializan en temas como el diseño de fortificaciones, la estereotomía o la perspectiva, que resultan de la aplicación de nuevas teorías científicas en la arquitectura impulsadas por los deseos de dominio territorial e intelectual propios de la época.  Sin embargo, la idea del arquitecto generalista sobrevive en textos que buscan incorporar el conocimiento que los viajes de exploración y la ciencia moderna han descubierto y que debe de alguna manera integrarse a la tradición. Como ejemplos de esta especialización de los textos tenemos el muy conocido tratado de fortificaciones del ingeniero militar francés Sébastien Le Prestre de Vauban, que publicó sus Mémoires bajo el mandato de Luis XIV,[16] o el espectacular libro Arquitectura y perspectiva[17] de Giuseppe Galli Bibiena, dedicado al emperador Carlos VI. Sin embargo, la especialización de los libros durante los siglos XVII y XVIII no significó el abandono de la tendencia generalista de la arquitectura y vemos cómo los arquitectos publican también libros informados por una mentalidad enciclopédica que busca integrar el conocimiento clásico con las nuevas ideas, siendo la historia de la arquitectura Entwurf einer historischen Architektur del austriaco J. B. Fischer von Erlach uno de los más reconocidos.[18]

Al tiempo que se especializan los temas de los que se ocupan los libros de los arquitectos, avanzan las técnicas de impresión. De la xilografía de los tratados del siglo XVI, que hacía de la integración de texto e imagen un reto editorial, se pasa a las técnicas de grabado en cobre y litografía, que permiten a los arquitectos publicar libros con imágenes de alta calidad. Con la inclusión de láminas tales libros pasan a ser atesorados ya no solo por su contenido sino por el valor artístico de las imágenes, convirtiéndose en objetos codiciados por coleccionistas. Los libros de arquitectos o sobre arquitectura, junto con obras de similar calibre de temas tan diversos como la botánica, la astronomía o la numismática, reconstruyen el mundo en miniatura en las estanterías de las bibliotecas más lujosas del mundo.

Fueron los libros los que hicieron que las ideas arquitectónicas viajaran de un lugar a otro, y cuando conocer las grandes obras de arquitectura o las ciudades más legendarias estaba fuera del alcance, el libro sirvió de sustituto. Para sorpresa del lector moderno, Las estampas del Escorial que publicó su arquitecto Juan de Herrera en su Sumario[19] de 1589 y que le fueron encargadas al artista flamenco Pedro Perret son el primer ejemplo de una publicación en donde el edificio aparece representado en su totalidad por medio de elevaciones, plantas y axonometrías para permitirle al lector una reconstrucción imaginaria. Así, impreso en las páginas del Sumario, el edificio de papel que representa a la monarquía española en la figura del rey Felipe II circula por el Viejo y el Nuevo Mundo y es visitado por todos quienes tienen acceso al libro de Herrera. Es el libro más que el edificio el que cumple aquí una labor propagandística. El artículo de la académica Emily Monty en el presente número discute algunas de las famosas vistas del palacio-panteón-biblioteca-monasterio de Felipe II, el legendario Escorial.

Las estampas de edificios no fueron el único material literario que lograba transportar al lector por la geografía del mundo. Esta fue también la tarea de la tradición editorial del atlas que cobra auge en Europa y el mundo musulmán a partir del siglo XVI. Descendientes de las cartas de navegación medievales llamadas cartas portolanas, en aquel siglo los atlases se convirtieron en un fenómeno editorial por cuenta propia. Uno de los más notorios fue el Theatrum orbis terrarum[20] de Abraham Ortelius, de 1570, que incluía un mapa del continente americano. La fiebre por tener al mundo entero en un solo volumen evolucionó a la creación de libros dedicados a las vistas urbanas. Los mapas con vistas aéreas de ciudades, realizadas en ocasiones por arquitectos, comenzaron a propagarse tras la publicación del Civitates orbis terrarum[21] (“Las ciudades del orbe terrestre”), una empresa editorial liderada por Georg Braun, cartógrafo alemán, a finales del siglo XVI, quien dirigió a un equipo de artistas y cartógrafos en su magno proyecto. En una serie de estampas los lectores podían visitar ciudades alrededor del mundo, desde Roma hasta Cusco, acompañados de descripciones históricas que hacían referencia a edificios y monumentos de dichas ciudades, así como a su topografía y geografía. Para los viajeros del grand tour los libros de ciudades constituyeron el mejor souvenir, y a su regreso podían revivir sus paseos por las calles y visitas a los monumentos de lugares lejanos desde el confort de sus salones, donde se reunían con sus allegados para ojear los suntuosos libros de las ciudades que habían visitado. Asimismo, estos libros eran la imagen de reinos en miniatura en los que las vistas de las diferentes ciudades se sucedían unas tras otras y se prestaron por ello, como ya hemos dicho, a una sagaz implementación como herramienta de propaganda política.

Los libros transgreden la permanencia de la arquitectura al permitirle viajar en páginas encuadernadas y permiten también que las efímeras fiestas, con sus arquitecturas de cartón, vivan para siempre. En efecto, los libros documentaron importantes eventos describiendo textual y gráficamente sus aparatajes arquitectónicos y fungieron así como testimonios invaluables en la crónica oficial de fiestas y rituales. Las entradas triunfales de los Austria a sus diferentes dominios, por ejemplo, o los funerales que se celebraban desde Lisboa hasta Ciudad de México, requerían de la construcción de arcos efímeros o monumentos funerarios llamados catafalcos. Los diseños de algunos monumentos efímeros merecieron sus propias publicaciones, a veces ilustradas. En la ciudad de México, donde ningún rey o reina de España llegó a pisar suelo, las entradas triunfales se les celebraban a los virreyes. El diseño del arco triunfal para la llegada de Tomás Antonio de la Cerda y Aragón, conde de Paredes y nuevo virrey de la Nueva España en 1680, es memorable. Gracias a la publicación del diseño del arco, titulada Teatro de virtudes políticas que constituyen a un príncipe[22] y cuya autoría correspondió al académico criollo Carlos Sigüenza y Góngora, sabemos que este enalteció por vez primera en un monumento efímero la cultura de las civilizaciones prehispánicas a través de las figuras de los antiguos emperadores aztecas, plasmados en los diseños del arco.

Las fiestas y sus escenarios pueden ser hasta cierto punto reconstruidas a partir de los libros producidos para celebrar y documentar la ocasión. Un ejemplo bien conocido son las suntuosas fiestas en Versalles auspiciadas por Luis XIV, cuya reconstrucción editorial inmortaliza el evento utilizando la linealidad del medio para representar el tiempo como lo hace la cinta animada. Pero no solo los monarcas estaban interesados en este tipo de libros: también los arquitectos se valieron de este medio para dejar un registro de sus más destacados logros. En su Della trasportatione dell’obelisco vaticano[23] el arquitecto Domenico Fontana, que en ese momento trabajaba para el papa Sixto V, reconstruye paso a paso el desplazamiento del obelisco romano en San Pedro hasta el Vaticano, y el lector participa de manera mediatizada de este acontecimiento romano en donde el movimiento de cuarenta y una poleas operadas por caballos giraban simultáneamente y levantaban centímetro a centímetro el monolito de más de trescientas toneladas que representaría el triunfo del cristianismo en Europa. En su libro Fontana representa y comunica la solemnidad del evento así como el reto ingenieril que representó.

En la época de las revoluciones europeas algunos arquitectos desesperanzados por el sobrio panorama que se avecinaba con el previsible derrumbe de las instituciones y el predominio de una educación técnica que reducía a la arquitectura a un papel secundario y superficial, recurrieron a las publicaciones como el único espacio en el que la arquitectura podía conservar su significado. Así, el edificio se convirtió en libro y las imágenes que hasta entonces acompañaban los textos de los arquitectos cobraron una relevancia sin precedente. Aunque no reemplaza al texto, la representación visual comunica ahora un mensaje autónomo y muchas veces desligado de aquel. Los llamados arquitectos revolucionarios —por la época en que vivieron— como Claude-Nicolas Ledoux, Etienne-Louis Boullée o Jean-Jacques Lequeu difundieron sus arquitecturas imaginarias a través de magníficas imágenes por medio de las cuales reimaginaron a la arquitectura a la luz de las nuevas instituciones. Sus planos y representaciones, algunas de los cuales no se publicaron hasta el siglo XX, desafían a los lectores contemporáneos, a quienes a veces sorprende el hecho de que estas arquitecturas en papel no están hechas para ser construidas sino para ser imaginadas, con toda la ambigüedad que ello implica.

El siglo XIX fue fecundo en literatura arquitectónica. En una época en la que las nuevas promesas de la tecnología revolucionaron la manera de producir objetos en masa, de desbocado colonialismo europeo cuyas principales (aunque no únicas) víctimas fueron África y el subcontinente de la India, en aquel siglo que coronó al capitalismo como sistema económico mundial también se inició la fusión de la arquitectura con la ingeniería y la tecnología de nuevos materiales como el hierro forjado e innovaciones en la producción de vidrio. Fue una época de desenfrenado cambio, de desorientación sobre el rumbo que el mundo tomaba y de nuevas conexiones globales que, a menudo, desembocaron en la exploración y explotación de nuevos territorios y fronteras hasta entonces aún desconocidos. También la arquitectura sintió el impacto de aquella desorientación. El eclecticismo y los debates sobre cómo integrar la tecnología a la arquitectura sin perder la brújula ética de la profesión fueron los discursos que dominaron. En las ciudades cada vez más sobrepobladas, de Nueva York hasta Calcuta pasando por Buenos Aires, Londres y París, las factorías y barrios de inmigrantes convivían ahora con las colosales edificaciones de otras épocas.

La literatura arquitectónica refleja esa sensación de desorientación. Las publicaciones del crítico de arte John Ruskin, que podrían llenar un estante entero, romantizaban el pasado medieval y evocaban la melancolía de las ruinas arquitectónicas, añorando un pasado tan idealizado como artificial en respuesta a los cambios industriales desenfrenados. Su obra maestra quizás haya sido el ensayo Las siete lámparas de la arquitectura,[24] publicado en 1849, en el cual explica su canon para entender y admirar la arquitectura a través de principios como la “belleza”, el “sacrificio” y la “honestidad”.  En Francia, un entusiasta arquitecto, Eugène Viollet-le-Duc, fue prolífico autor de libros que detallaban con minucia sus ideas sobre la arquitectura, sus principios y su desarrollo a través del tiempo hasta desembocar en la tecnología aplicada a la arquitectura. Su Entretiens sur l’architecture[25] (“Discursos sobre la arquitectura”) de 1862 es una enciclopédica historia de la arquitectura que culmina con un llamado a integrar nuevas tecnologías, principalmente el uso de sistemas estructurales de hierro combinados con mamposterías, para así brindar una equilibrada satisfacción a la tradición y a las ansias del futuro.

El inicio del siglo XX trae consigo la publicación de un libro clave en la historia del urbanismo moderno: Garden Cities of To-morrow[26] del inglés Ebenezer Howard. El autor tuvo la aparentemente simple idea de combinar los mejores atributos del medio rural, como la naturaleza y una vida menos frenética que en las grandes ciudades, con lo mejor de las urbes como Londres que, aunque en ese momento crecían desenfrenadamente, ofrecían no obstante empleos y atracciones culturales. Su libro describía la creación de ciudades-jardín, un concepto urbanístico que sigue siendo influyente hasta nuestros días. En China, el deseo de forjar un ideal arquitectónico nacionalista llevó a los arquitectos locales a rescatar del olvido al antiguo tratado del siglo XI, el Yingzao fashi, que fue publicado en facsímil para servir de base a un nuevo renacer arquitectónico que rindiera honores al rico pasado arquitectónico chino y al nuevo estado político surgido de la Revolución de Xinhai.[27]

La época del modernismo funcionalista fraguado por las vanguardias europeas de entreguerras, si bien trajo un sinfín de cambios en la manera de pensar, diseñar y discutir la arquitectura, no alteró la dependencia del arquitecto para promover sus ideas y sus obras a través de libros, revistas o panfletos. Con la publicación del ensayo iconoclasta “Ornamento y delito” del arquitecto Adolf Loos,[28] que buscaba promover la noción de la muerte de la tradición ornamental en la arquitectura y el nacimiento de una nueva era, pasando por los varios manifiestos de los diferentes movimientos arquitectónicos y artísticos, incluyendo el de la Bauhaus (cuya portada mostraba una emblemática torre de cristal digna de cualquier cuento de hadas, realizada por Lyonel Feininger en 1919), los libros y publicaciones en otros formatos editoriales fueron fundamentales para la propagación de las ideas del que pretendía llegar a ser el “estilo internacional”.  Tal vez el autor más influyente haya sido el ícono del modernismo arquitectónico, el arquitecto franco-suizo Charles-Édouard Jeanneret, alias Le Corbusier. Sus extensos escritos fueron publicados en por lo menos una docena de libros, algunos de los cuales cambiaron el rumbo de la arquitectura para siempre, incluyendo Hacia una nueva arquitectura,[29] una colección de ensayos donde articulaba sus ideas sobre la nueva era que preveía venir, y La ciudad radiante,[30] una propuesta de diseño urbano que alteró la manera de diseñar ciudades, para bien y para mal, dependiendo de a quién se le pregunte. Mención aparte merece el libro-objeto o libro de arte poéticamente titulado El poema del ángulo recto, ilustrado con una serie de litografías y poemas de su autoría, publicado en 1957.

La influencia de Le Corbusier fue determinante en el forjado de una arquitectura moderna hecha en Latinoamérica. Muchos de los arquitectos emblemáticos del continente, desde Teodoro González en México, pasando por Rogelio Salmona en Colombia, Carlos Villanueva en Venezuela, Lúcio Costa en Brazil y Amancio Williams en Argentina fueron profundamente influenciados por el siempre polémico arquitecto franco-suizo. El colombiano Germán Samper y Teodoro González de León, seguidores de las enseñanzas de Le Corbusier, realizaron experimentos editoriales. En el caso de González de León, reflejando la impresión que debió hacer en él la figura de un Corbusier artista además de arquitecto, entremezcló estampas de su obra pictórica y escultórica con sus reflexiones acerca de la arquitectura, el arte y la literatura en su Retrato de arquitecto con ciudad.[31] Por su parte, Samper utilizó el medio impreso para sintetizar sus investigaciones sobre vivienda y urbanismo, ilustrando sus ideas teóricas a través de proyectos propios, tal como lo hizo su maestro, o para diseminar sus bocetos de viaje, resultado también del consejo de Le Corbusier de cambiar la cámara por el lápiz.[32]

Los arquitectos de las décadas de 1960 y 1970 que pregonaron una fe ciega en el futuro, la tecnificación y las utopías que la tecnología supuestamente nos traería, tales como el colectivo Archigram, compuesto por un grupo de estudiantes de arquitectura de la escuela Architectural Association en Londres, promovían la hipertecnificación de la arquitectura y la sociedad y celebraban el glamur del consumismo como elemento central de la cultura popular de la época. Sus proyectos arquitectónicos, que incluían ciudades flotantes o andantes, edificios listos para “enchufarse” (plug in), u otras estructuras delirantes dignas de un film de ciencia ficción, han perdurado solo por medio de las revistas que publicaban por cuenta propia, preservadas hoy en día en archivos de Europa y Estados Unidos. Otro de los arquitectos futuristas de la época, el franco-húngaro Yona Friedman, fue autor prolífico de manuales de la autoconstrucción, de la autogestión y de la arquitectura efímera en casos de desastre. También escribió y diseñó varios libros donde esbozaba sus visiones para el futuro de la arquitectura, proponiendo ideas que saboteaban la estabilidad, tanto tectónica como filosófica, de la arquitectura entendida de manera tradicional al promover ciudades construidas en el aire (según su concepto de una ville spatiale) sobre ciudades ya existentes y llamando a deshacerse del arquitecto como figura heroica o de autoridad, solicitando en su lugar que el arquitecto fuese un cogestor con la sociedad. Situado en un sitio difuso entre el arquitecto como filósofo, anarquista, activista social y profeta del futurismo, Friedman entendió como pocos el poder del libro como difusor de ideas arquitectónicas.  

La relación entre el arquitecto y los libros se hace más estrecha en los momentos en los que los arquitectos sienten la necesidad de reorientar su práctica y el libro sirve como espacio para discutir y debatir el statu quo de la profesión. El último tercio del siglo XX es uno de esos momentos, y en concordancia las publicaciones de autoría de arquitectos se multiplicaron; los arquitectos parecían necesitar con urgencia un espacio en donde manifestar su inconformismo y establecer un diálogo con sus contemporáneos sobre la práctica. En 1966 Aldo Rossi publicó La arquitectura de la ciudad con el objetivo de rescatar la importancia de la construcción en un medio urbano donde tanto los monumentos como el trazado sobre el que se ordenan son una expresión de la memoria colectiva de la humanidad. Años más tarde los arquitectos norteamericanos Denise Scott-Brown y Robert Venturi publicaron en 1972 Aprendiendo de Las Vegas, en el que proponen reemplazar el estudio de ciudades antiguas como Roma o Grecia por la ciudad del automóvil, como precedente de la ciudad moderna norteamericana. En el prefacio los autores explican que el ejercicio de composición de su libro incluyó el desarrollo de un lenguaje gráfico para comunicar los hallazgos, el cual resultó en fotografías, mapas y diagramas de la ciudad realizados en un taller de proyectos por alumnos de Scott-Brown y Venturi y que fueron incluidos en el libro. Los trabajos de Rossi, Scott-Brown y Venturi son apenas un par de ejemplos de los libros de carácter teórico que inundaron las editoriales desde la mitad del siglo XX y que revitalizaron la antigua tradición de ofrecer un espacio a los arquitectos para reflexionar y debatir su oficio.

Si bien algunos arquitectos de la contemporaneidad —Renzo Piano, Richard Rogers, Norman Foster— entendieron y se aprovecharon de las lecciones de los futuristas desenfrenados de los años sesenta y setenta, el que tomó la batuta de profeta del futuro y lo transmitió al mundo a través del libro fue Rem Koolhaas. Su Delirious New York,[33] ilustrado por la talentosa Madelon Vriesendorp, es ya un clásico de la literatura arquitectónica. Por un lado comentario urbano y arquitectónico, por otra alabanza y crítica del voraz consumismo y capitalismo contemporáneos, Koolhaas, por momentos arquitecto y por otros cronista de las contradicciones del mundo presente, ha entendido como nadie el poder del libro como vehículo para la propagación de las ideas sobre la arquitectura y la cultura en el mundo actual, a pesar del poder del internet y las redes sociales.

Pero no solo los profetas del futuro como Koolhaas captan el poder del libro como herramienta de divulgación arquitectónica. La reflexiva y tímida figura de otro arquitecto contemporáneo, el suizo Peter Zumthor, encarna la otra cara de la moneda a la grandilocuencia y el estridentismo de Koolhaas en su manifiesto desdén por el superficial halo del “starchitect”. Tanto su obra construida, casi toda localizada en su natal Suiza y en la vecina Alemania, como sus escritos, abogan por la aparente simplicidad, por la conexión entre la arquitectura y una dimensión trascendental que no se encuentra necesariamente en los monumentos masivos de la antigüedad o los rascacielos de las grandes urbes modernas, sino en la casa de la infancia. En su libro Pensar la arquitectura[34]  Zumthor, en un lenguaje sencillo y sin ornamentos superfluos, recuenta sus pensamientos sobre la arquitectura con voz pasiva y clara, tal como lo contaría un abuelo al lado de la fogata en un chalé alpino.

Para los arquitectos de las generaciones influidas por Koolhaas, tales como Zaha Hadid, el despacho MRDV o el dúo japonés SANAA, quienes le rinden pleitesía a un mundo en constante movimiento y que evoluciona a la velocidad del rayo, el libro continúa siendo fondo y forma del mensaje y medio imprescindible para la propagación de ideas y reflexiones. De esta generación, nadie lo entendió tan bien como el danés Bjarke Ingels y su taller BIG. Ingels es el autor de uno de los libros más flagrantemente autocomplacientes escritos por un arquitecto contemporáneo, Yes is More,[35] cuyo título alude sin ambigüedades a “less is more”, aforismo del diseño minimalista popularizado por el arquitecto alemán Mies van der Rohe a mediados del siglo XX. El libro es un catálogo de los proyectos de su taller BIG, presentados en forma de un cómic, en donde cada proyecto constituye una lección en la aparentemente inagotable creatividad arquitectónica de Ingels, que le da al lector mil y una lecciones sobre la arquitectura y su mercadotecnia a la vez que funge como protagonista y líder del tour arquitectónico, cual superhéroe de comic book norteamericano.

Los arquitectos no solo escriben y publican libros, sino que además se aferran al patrimonio impreso de la arquitectura y amasan eclécticas bibliotecas de todos los tamaños. En algunos casos, el lector arquitecto define su obra, por lo menos hasta cierto punto, partiendo de su experiencia como lector. Tal es el caso del mexicano Luis Barragán quien ha sido estudiado como arquitecto y como lector. En efecto, según Fernando Curiel, quien ha inventariado la biblioteca personal de Barragán y estudiado sus lecturas, los libros que el arquitecto estudió, entre ellos los dedicados a los jardines mediterráneos y norafricanos, fueron piezas centrales al momento de definir su filosofía arquitectónica, tanto la edificada como la paisajística.[36]

Esta mirada generalizante que obtenemos al adoptar una vista panorámica revela que la relación entre el arquitecto y sus libros es multidimensional y compleja. El presente número busca reflexionar sobre los libros como instrumentos culturales dentro de la construcción del saber arquitectónico agrupando la pluralidad de las relaciones, ramificaciones y resonancias que tiene la arquitectura bajo un solo objeto, el libro, que permite una mirada a la profesión que se aparta de las clasificaciones cronológicas o geográficas a las que tiende la historia. La dificultad de abarcar en una categoría la relación arquitecto-libros se hace manifiesta en el resultado de la convocatoria, que motivó respuestas heterogéneas en tiempo y espacio pero que se intercalan a través del libro, permitiendo mirar a los países mediterráneos al lado de Latinoamérica y colapsando la distancia histórica entre los siglos XVI y XX. El resultante eclecticismo de la muestra de investigaciones aquí presentada no dista mucho del que podría encontrase en una estantería de una biblioteca, en donde el orden de los libros responde a múltiples lógicas que, por sofisticadas que sean, nunca logran abarcar la totalidad de las posibles relaciones.

Bibliografía

 

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[1] Víctor Hugo, “Ceci tuera cela”, en Notre-Dame de Paris (París: Renduel, 1832), 142-154.

[2] Joseph Rykwert, “The Roots of Architectural Bibliophilia”, Design Book Review 18 (1990): 9-13.

[3] Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano I: las artes de hacer, traducido por Alejandro Pescador (Ciudad de México: Universidad Iberoamericana, 2000), 187.

[4] Vitruvius, The Ten Books on Architecture, traducido al inglés por Morris Hickey Morgan (Cambridge: Harvard University Press, 1914), 35.

[5] Leon Batistta Alberti, De re aedificatoria (Florencia: Nicolaus Laurentius, 1485).

[6] Vitruvius, Di Lucio Vitruvio Pollione De architectura libri decem, 1486, conservado en la Biblioteca dell’Accademia Nazionale dei Lincei e Corsiniana, publicado en André Tavares, The Anatomy of the Architectural Book (Zurich: Lars Muller Publisher and CCA, 2016), 112-113.

[7] Copia de Inigo Jones de I quattro libri dell´archittetura di Andrea Palladio, 1601, conservado en la biblioteca de Worcester College, Oxford, publicado en Tavares, The Anatomy of the Architectural Book, 116.

[8] José Riello, “Releer al Greco. Notas sobre unas notas”, Simposio Internacional El Greco, 2014 (Madrid: Fundación el Greco y Museo Thyssen-Bornemisza, 2014), 157-170.

[9] Juan Luis Burke, “El Vitruvio palafoxiano”, en 369 Aniversario de la Biblioteca Palafoxiana (Puebla: Gobierno del Estado de Puebla y UDLAP, 2015), 149-167.

[10] Mario Carpo, Architecture in the Age of Printing: Orality, Writing, Typography, and Printed Images in the History of Architectural Theory (Cambridge y Londres: The MIT Press, 2001), 1-15.

[11]Carpo, Architecture in the Age of Printing, 1-15.

[12] Teresa Gisbert y José de Mesa, “Los esquemas armónicos en la arquitectura del virreinato del Perú”, Traza y baza. Cuadernos hispanos de simbología, arte y literatura 5 (1974): 7-29; Luis Javier Cuesta Hernández, Arquitectura del Renacimiento en la Nueva España: “Claudio de Arciniega, Maestro Maior de la Yglesia Catedral de esta Ciudad De México” (Ciudad de México: Universidad Iberoamericana, 2009).

[13] Juan Luis Burke, “The Conversion of the Built Environment: Classical Architecture and Urbanism as a Form of Colonisation in Viceregal Mexico”, en Conversion Machines: Apparatus, Artifice, Body, editado por Wilson Bronwen y Paul Yachnin (Edimburgo: University of Edinburgh Press, 2023), 110-126.

[14] Fray Andrés de San Miguel, Obras de Fray Andrés de San Miguel, introducción, notas y versión paleográfica de Eduardo Báez Macías (Ciudad de México: UNAM, 2007).

[15] Charles Chen, “Chinese Architectural Theory”, The Architectural Review, julio de 1947, republicado en línea en 2015, https://www.architectural-review.com/archive/chinese-architectural-theory.

[16] Sébastien Le Prestre de Vauban, Mémoire pour servir d'instruction dans la conduite des sièges et dans la défense des places, dressé par M. le maréchal de Vauban et présenté au roi Louis XIV (Leiden: Jean & Herman Verbeek, 1704). Vauban, Sébastien Le Prestre (1633-1707 ; marquis de). Auteur du texte

[17] Giuseppe Galli Bibiena, Architetture e prospettive dedicate alla maestà di Carlo Sesto (Augustae: s. e., 1696-1756).

[18] Johann Bernhard Fischer von Erlach, Entwurf einer historischen Architektur (Leipzig: Fischer von Erlach, 1725).

[19] Juan de Herrera, Sumario y brebe declaracion de los diseños y estampas de la fábrica de San Lorencio El Real Del Escurial. Sacado a luz por Juan De Herrera architecto general de Su Magestad y aposentador de su real palacio (Madrid: por la viuda de Alonso Gómez impresor del Rey, 1589).

[20] Abraham Ortelius, Theatrum orbis terrarum (Amberes: Gilles Coppens de Diest, 1570).

[21] Georg Braun, Frank Hohenberg, Joris Hoefnagel, Simon Novellanus, et al., Civitatis orbis terrarum (Colonia:  1572-ca.1640), seis volúmenes, la colección se conoce por el título del primer volumen Civitates orbis terrarum, aunque los volúmenes subsecuentes contaban con títulos propios.

[22] Carlos de Sigüenza y Góngora, Theatro De Virtudes Politicas Que Constituyen Á Un Principe : Advertidas En Los Monarchas Antiguos Del Mexicano Imperio Con Cuyas Esfigies Se Hermoseó El Arco Triumphal Que La Muy Noble Muy Leal Imperial Ciudad De Mexico Erigiò Para El Digno Recivimiento En Ella Del Excelentissimo Señor Virrey Conde De Paredes Marques De La Laguna &c. (México: Por la Viuda de Bernardo Calderon, 1680).

[23] Domenico Fontana, Della trasportatione dell’obelisco vaticano (Roma: Domenico Basa, 1590).

[24] John Ruskin, The Seven Lamps of Architecture (Nueva York: Wiley, 1849).

[25] Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc, Entretiens sur l'architecture (París: Morel, 1862).

[26] Ebenezer Howard, Garden Cities of To-Morrow: A Peaceful Path to Real Reform (Londres: S. Sonnenschein & Co., 1902).

[27] Li Shiqiao, “Reconstituting Chinese Building Tradition: The Yingzao fashi in the Early Twentieth Century”, Journal of the Society of Architectural Historians 64, no. 4 (2003): 470-489.

[28] Adolf Loos, “Ornement et crime”, Cahiers d’aujourd’hui 5 (1913): 247–256.

[29] Le Corbusier, Vers une architecture (París: Éditions Crès, 1923).

[30] Le Corbusier, La ville radieuse (Boulogne-sur-Seine: Éditions de l'Architecture d'Aujourd'hui, 1935).

[31] Teodoro González de León, Retrato de arquitecto con ciudad (Ciudad de México: Editorial Artes de México, 2013).

[32] Ver: https://www.germansamper.com/publicaciones.

[33] Rem Koolhaas, Delirious New York (Nueva York: Monacelli Press, 1994).

[34] Peter Zumthor, Architektur denken (Baden: Verlag Lars Müller, 1998).

[35] Bjarke Ingels, Yes is More: An Archicomic on Architectural Evolution (Colonia: Evergreen, 2010).

[36] Fernando Curiel, “Arquitecturas sin arquitectos. La mirada de Luis Barragán por las arquitecturas del Norte de África y Medio Oriente”, Architecture, City, and Environment 31 (2016): 39-

70.