Capital y trabajo mundial: el auge y la caída de la esclavitud en el siglo xix

Tâmis Parron

Universidade Federal Fluminense, Brasil

https://doi.org/10.7440/histcrit89.2023.06

Recepción: 28 de enero de 2023 / Aceptación: 18 de marzo de 2023 / Modificación: 21 de abril de 2023

Resumen. Objetivo/ Contexto: el auge y la caída de la esclavitud en el Nuevo Mundo en el siglo xix han sido un tema importante de investigación. En este artículo, sugiero que la literatura dedicada a este tema, el llamado “debate sobre el capitalismo y la esclavitud”, ha invisibilizado al capital como categoría de análisis debido a su excesiva confianza en la economía clásica y neoclásica. Como resultado, la esclavitud misma ha sido pobremente historizada. Mi propósito es proponer un marco alternativo para restaurar la historicidad del capital y la esclavitud. Metodología: se explora la teoría crítica del valor para conceptualizar el capital y el capitalismo en términos históricamente significativos. Se argumenta que la creación del valor nunca se limita a un solo país, pues requiere una formación social históricamente transnacional que convierta el trabajo concreto en trabajo abstracto y los valores de uso en mercancías, a través de operativos, a múltiples escalas, del dinero mundial y los mercados mundiales. La historia de la esclavitud debe ser narrada dentro de este escenario globalizador más amplio. Originalidad: este artículo propone que las relaciones globales de valor del capital industrial redeterminaron las relaciones espaciales entre la ciudad y el campo, el capital y el trabajo, y la producción y el consumo, engendrando capas superpuestas de una geografía mundial de acumulación que estimulaba y desafiaba la esclavitud. Conclusiones: si bien la mayoría de los expertos presentan la relación entre esclavitud y capitalismo como una constante para el período 1780-1880, concluyo que la esclavitud en el Nuevo Mundo pasó por dos momentos de auge y caída (c.1780-c.1820 y c.1830-1880), que se formaron a través, respectivamente, de las relaciones globales de valor de la producción de algodón y el industrialismo del carbón y el hierro.

Palabras clave: esclavitud en el Nuevo Mundo, geografía mundial de acumulación, relaciones globales de valor, teoría crítica de valor.

Capital and World Labor: The Rise and Fall of Slavery in the Nineteenth Century

Abstract. Objective/context: The boom-and-bust of New World slavery in the nineteenth century has always been a major topic of scholarship. In this essay, I suggest that the literature devoted to this theme, the so-called “capitalism and slavery debate,” has made capital invisible as a category of analysis due to its over-reliance on classical and neoclassical economics. As a result, slavery itself has been poorly historicized. My purpose is to put forth an alternative framework to restore the historicity of capital and slavery. Methodology: The article explores critical value theory to conceptualize capital and capitalism in historically meaningful terms. It argues that value creation is never confined to one country. It requires a historically transnational social formation that turns concrete labor into abstract labor and use-values into commodities through the multi-scale operatives of world money and world markets. The history of slavery should be narrated within this broader globalizing setting. Originality: The article’s claim is that the global value relations of industrial capital redetermined spatial relations between town and country, capital and labor, and production and consumption, engendering overlapping layers of a world geography of accumulation that both stimulated and challenged slavery. Conclusions: While most scholars present the relation between slavery and capitalism as constant for the period 1780-1880, I conclude that New World slavery went through two moments of boom-and-bust (c.1780-c.1820 and c.1830-1880), which were formed through, respectively, the global value relations of cotton production and coal-and-iron industrialism.

Keywords: critical value theory, global value relations, New World slavery, world geography of accumulation.

Capital e mão de obra global: ascensão e queda da escravidão no século 19

Resumo. Objetivo/contexto: a ascensão e queda da escravidão no Novo Mundo no século 19 tem sido um importante tópico de pesquisa acadêmica. Neste ensaio, sugiro que a literatura dedicada ao tema, o chamado “debate sobre capitalismo e escravidão”, tem invisibilizado o capital como categoria de análise devido a sua excessiva confiança na economia clássica e neoclássica. Em resultado, o próprio escravismo tem sido mal historicizado. Meu objetivo é propor uma estrutura alternativa para restaurar a historicidade do capital e da escravidão. Metodologia: este artigo explora as potencialidades da teoria crítica do valor para conceituar capital e capitalismo em termos historicamente significativos. Argumenta-se que a criação de valor nunca se limita a um único país, pois requer uma formação social historicamente transnacional que converta trabalho concreto em trabalho abstrato e valores de uso em mercadorias por meio de operações multiescalares do dinheiro mundial e dos mercados mundiais. A história da escravidão deve ser contada dentro desse cenário globalizante mais amplo. Originalidade: este artigo propõe que as relações globais de valor do capital industrial redeterminaram as relações espaciais entre cidade e campo, entre capital e trabalho e entre produção e consumo, engendrando camadas sobrepostas de uma geografia mundial de acumulação que estimulou e desafiou a escravidão. Conclusões: embora a maioria dos estudiosos apresente a relação entre escravidão e capitalismo como uma constante para o período 1780-1880, concluo que a escravidão no Novo Mundo passou por dois altos e baixos (c.1780-c.1820 e c.1830-1880), que se formaram por meio, respectivamente, das relações globais de valor da produção algodoeira e da industrialização do carvão e do ferro.

Palavras-chave: escravidão no Novo Mundo, geografia mundial de acumulação, relações globais de valor, teoria crítica de valor.

Introducción

Desde la publicación de Capitalismo y Esclavitud de Eric Williams, hace casi ochenta años, los académicos han explorado extensamente las relaciones históricas de la esclavitud en el Nuevo Mundo, la creación de imperios y el capitalismo industrial a lo largo siglo xix (aproximadamente 1770-1910). Aunque esta rica literatura haya generado muchas ramificaciones, desde la teoría de la dependencia hasta la crítica anticolonial del Caribe, este ensayo se centra en dos momentos cruciales en la recepción de la obra de Williams. El primero, que se puede llamar el “momento británico”, gira alrededor de la contribución de la esclavitud colonial al estallido de la Revolución Industrial en Gran Bretaña y al papel de la industrialización británica en el desmantelamiento de la esclavitud colonial. El segundo, el “momento estadounidense”, trasladó la discusión del Atlántico británico al surgimiento de la esclavitud, el capitalismo y el imperialismo en los Estados Unidos. A pesar de la apasionada defensa y crítica de los argumentos empíricos de Williams en ambos momentos, se ha prestado poca atención a las categorías analíticas y antinomias conceptuales inherentes a sus obras. Este descuido ha resultado en una falta de reflexiones metodológicas y ha producido consecuencias intrigantes y significativas para todo el debate sobre capitalismo y esclavitud1.

Aunque influenciada por el marxismo, la obra de Williams emplea categorías abstractas y trascendentes de la economía (beneficios, productividad, racionalidad). El problema con tales herramientas es que pueden llevar a los académicos a ver el capital como una cosa inmutable (dinero) y a percibir el capitalismo como un continuo sin fisuras de intercambio de mercado y crecimiento económico, sin discontinuidades internas significativas2. Al establecer Williams los términos del debate, las generaciones posteriores de académicos continuaron trabajando dentro de sus categorías, produciendo una paradoja. A pesar de su nombre, la literatura sobre capitalismo y esclavitud oscurece el capital como una categoría de análisis histórico, sin lograr un adecuado contexto histórico de qué era el capital al comienzo de la Revolución Industrial a finales del siglo xviii y en qué se convirtió con el paso de las décadas en el siglo xix. Y, dado que la esclavitud en el Nuevo Mundo tenía el capital como su determinación distintiva, su falta de historicidad condujo a una correspondiente falta de historicidad de la esclavitud. Así, “capitalismo y esclavitud” se convirtió en una discusión sobre los enredos empíricos de dos categorías autocontenidas, autorreferenciales y mal categorizadas históricamente. Podían ocurrir cambios dentro de cada una de estas categorías: la explotación violenta del trabajo esclavo podía crecer, y el capital industrial podía expandirse dramáticamente. Sin embargo, el capital se redujo obstinadamente a nociones trascendentales de dinero, inversiones y mercados. Y la esclavitud, en consecuencia, parecería ser la misma institución en Jamaica, el Valle del Mississippi, las colonias francesas y Brasil.

La deficiente ubicación histórica de la esclavitud y el capital en el debate sobre capitalismo y esclavitud es concurrente con la línea recurrente de razonamiento académico que opera de manera binaria, ya sea bajo el principio de disyunción o bajo el principio de identidad3. Algunos académicos argumentan que la esclavitud era incompatible con el capitalismo industrial y desapareció debido a su incapacidad innata para seguir la productividad moderna. Otros sostienen que la esclavitud era el capitalismo con otro nombre y que, por lo tanto, era una institución económicamente dinámica que finalmente fue aplastada por fuerzas ajenas al mercado como la política, la resistencia social y la moralidad. Ambas visiones son profundamente engañosas. La primera, debatida principalmente en el momento británico, describe el capitalismo y la esclavitud como polos externos de una dualidad no dialéctica. La segunda, más segura en el momento estadounidense, presenta el capitalismo y la esclavitud como el todo indiferenciado de una identidad no dialéctica. Ninguna de ellas es capaz de presentar la relación entre el capital y la esclavitud como un proceso que es a la vez mutuamente formativo, conceptualmente distinto y en constante cambio histórico.

En las siguientes páginas, expongo una alternativa a estos enfoques. Primero, muestro brevemente cómo la literatura sobre capitalismo y esclavitud después de Eric Williams ha hecho invisible al capital como categoría de análisis debido a su excesiva dependencia de la economía clásica y neoclásica. En la segunda y tercera secciones, exploro cómo la teoría crítica del valor puede movilizarse para conceptualizar el capital y el capitalismo en términos históricamente significativos. Enmarco al capital como una totalidad en evolución que sincroniza globalmente diferentes formas concretas de trabajo, un fenómeno que se ubica históricamente mejor a través de nociones inspiradas en la teoría crítica del valor, como las relaciones globales de valor y las geografías mundiales de acumulación. En la última parte, reinterpretaré el capitalismo y la esclavitud dentro de este marco. Mi afirmación es que el auge y caída de la esclavitud en el Nuevo Mundo adquieren su significado históricamente específico dentro de la reconfiguración geográfica mundial de las relaciones globales de valor durante el siglo xix.

  1. Capitalismo y esclavitud: cómo repensar el capital

Los economistas que estudian la formación del capitalismo industrial aún miran hacia Capitalismo y Esclavitud de Eric Williams, publicado por primera vez en 1944. Los investigadores interesados en explicar el imperialismo del siglo xix no pueden evitar referirse al chef-d’œuvre de Williams. Los estudiosos de la abolición encuentran su obra ineludible. Como Voltaire sobre Dios, uno siente que, si Williams no existiera, sería necesario inventarlo. En su vida, la academia británica se complacía en narrativas optimistas que presentaban la abolición como un resultado de la superior moralidad británica, como si el ámbito político fuera autónomo del económico. En contraste con este trasfondo, Williams reunió la política y la economía en un solo marco para argumentar que la crisis de la esclavitud colonial, la industrialización de Gran Bretaña y la reconfiguración de los imperios atlánticos eran piezas aparentemente desconectadas de una historia profundamente unificada4.

Esto es bien conocido. Lo que no se aprecia comúnmente en la obra de Williams es una tensión conceptual interna en su argumento, que ha tenido amplias implicaciones para estas discusiones. Mientras que Williams examinó sistemáticamente las relaciones entre la industrialización y la esclavitud como parte de un todo político, económico y geopolítico en evolución, carecía de las herramientas para situarlas firmemente más allá del horizonte conceptual de la economía clásica. Su tesis doctoral de Oxford de 1938, de la cual surgió su famoso libro, no menciona las palabras capitalismo o acumulación. Al reelaborar su tesis, Williams llegó a usar esas palabras, pero seguían estando insuficientemente teorizadas, con capital y acumulación, significando, respectivamente, nada más que dinero y concentración de dinero en Inglaterra. Igualmente importante, tanto su disertación como su libro enmarcan el trabajo esclavo colonial con categorías como “ineficiencia”, “productividad”, “tasas de ganancia” e “intereses económicos”, cada una de las cuales sugiere que la esclavitud tenía una especie de irracionalidad inherente y ahistórica. “Que el trabajo esclavo era en sí mismo una forma reaccionaria de producción”, escribe, “tanto desde el punto de vista de la productividad del trabajo como del pleno desarrollo del mercado capitalista, fue una lección que la burguesía aprendería por completo”5. La esclavitud colonial británica y el capitalismo metropolitano serían irremediablemente incompatibles en este nuevo contexto social. Aunque Williams, formado como historiador, nunca redujo el cambio social a categorías clásicas, las cuales articuló con eventos de relevancia geopolítica, como la Revolución Haitiana y la Independencia de los Estados Unidos, su uso no reflexivo de la terminología clásica tendría consecuencias significativas. El rastro dejado por la economía en su escritura lo hizo presa fácil de un revisionismo feroz en el campo de la New Economy History (neh) en la década de 1970, dando lugar al momento británico del debate sobre capitalismo y esclavitud.

Ineficiencia, productividad, tasas de ganancias e intereses económicos son pilares de la teoría económica abstracta. A través de ellos, los economistas rastrean elecciones racionales y prácticas de maximización de utilidad que explican el comportamiento individual o el rendimiento de una empresa en términos universales. Educados en este lenguaje, los académicos de la neh cuestionaron a Williams utilizando estadísticas para probar la rentabilidad, productividad y eficiencia reales de la esclavitud, el comercio de esclavos y el comercio caribeño6. Como encontraron que las plantaciones exhibían un desempeño económico vibrante, concluyeron que la esclavitud colonial no enfrentaba desafíos reales para su reproducción material. Al transformar el relato históricamente especificado de Williams sobre la esclavitud colonial británica y el capitalismo industrial en una declaración universal sobre la esclavitud en general y el crecimiento económico moderno, los académicos de la neh formularon un dictamen: contrariamente a Williams, el capitalismo y la esclavitud eran totalmente compatibles.7 Como el capital y el capitalismo se asumían como datos sin cuestionar, esta recepción crítica de la obra de Williams redujo implícitamente la relación entre esclavitud y capitalismo, un enorme ámbito de la vida, a lo que sucedía dentro de la empresa esclavista, como si las bases materiales de la esclavitud fueran una simple cuestión de contabilidad empresarial y decisiones racionales de inversión de los dueños de esclavos. Por otro lado, aquellos que adoptaron los argumentos de Williams no hicieron nada mejor. También utilizaron señales de precios, balances comerciales agregados y estadísticas para “probar” empíricamente que Williams tenía razón. A medida que avanzaba el debate, con ambas partes produciendo pruebas, el núcleo del momento británico se reducía a disputas empíricas sobre el uso no reflexivo de categorías analíticas ahistóricas. Este problema era, hasta cierto punto, constitutivo de las obras originales de Williams8.

El momento estadounidense de la esclavitud y el capitalismo parece una reversión de fortuna para los académicos de la nhe y Williams. A partir de la década de 1950, los investigadores que trataban la historia de Estados Unidos, también formados en economía cuantitativa, comenzaron a revisar una tradición intelectual local que describía la esclavitud sureña como una institución arcaica condenada a desaparecer en la economía moderna. Usando sus hallazgos sobre tasas de retorno y la productividad de las plantaciones, estos académicos argumentaron que el trabajo esclavo respondía eficientemente a las señales de precios en mercados competitivos. En su opinión, esta capacidad de respuesta se basaba en la racionalidad de los dueños de esclavos e incluso en el comportamiento racional de los esclavizados, quienes internalizaban la ética del trabajo del capitalismo. Esta perspectiva estableció una compatibilidad entre el crecimiento económico moderno y la esclavitud que la academia estadounidense aceptaría ampliamente9. Dado que estos académicos estadounidenses generalmente estudiaban la historia de Estados Unidos en lugar de la británica, la mayoría no confrontó directamente el legado de Williams. Aun así, su visión restringió severamente la aceptación de la obra de Williams en la academia estadounidense debido a su marco analítico técnico y base probatoria. Aunque sus ideas seguían siendo leídas en círculos radicales negros, no fue hasta que surgió la New History of Capitalism (nhc) en las últimas dos décadas que su trabajo ganó una nueva tracción, aunque con una valoración crítica. Los académicos de la nhc adaptaron la famosa tesis de Williams sobre el impacto del complejo azucarero colonial en la industrialización de Gran Bretaña para explorar la importancia del algodón producido por esclavos en el crecimiento económico de Estados Unidos durante el siglo xix. Mientras la cuestión del peso del azúcar esclavista en la economía británica seguía siendo polémica, la importancia del algodón producido por esclavos en el crecimiento económico de Estados Unidos estaba fuera de discusión10.

Otro aspecto del momento estadounidense concierne a la relación conflictiva entre la New Economic History (neh) y la Nueva Historia del Capitalismo (nhc). La cuestión no era la falta o presencia de altas tasas de rentabilidad, ganancias o productividad. Todos los contendientes estaban de acuerdo en que la esclavitud no presentaba ningún rastro de arcaísmo económico11. Lo que diferenciaba a las dos perspectivas era el papel de la violencia en el aumento de la productividad. Mientras la neh atribuía el incremento de las tasas de producción a la “ética de trabajo” de los esclavos, a la agronomía innovadora (nuevos híbridos de semillas de algodón) y a la asignación de recursos (unidades de trabajo y acres), la nhc enfatizaba el papel de la tortura y el control laboral12. Curiosamente, la naturaleza empirista de esta disputa sobre las causas de la productividad oscurece un hecho más importante: con las categorías económicas clásicas, ambas partes tendían a estar de acuerdo en que la esclavitud era productiva, por lo tanto, carecía de cualquier restricción real que afectara su reproducción material en el capitalismo industrial.

Cuando se consideran juntos, los momentos británico y estadounidense del debate sobre capitalismo y esclavitud revelan definiciones implícitas de capitalismo. En ambos momentos y a través de sus perspectivas distintas (Williams y sus seguidores, los académicos de la neh y la nhc), la teoría económica abstracta proporcionó herramientas conceptuales que tratan los datos empíricos como expresiones cuantificables de un continuo de intercambio de mercado a nivel de la empresa: ganancias, tasas de retorno, eficiencia, productividad. Estas categorías toman los incentivos de precios como una plantilla normalizadora para evaluar el comportamiento individual y el rendimiento empresarial, forjando un vínculo directo entre la lógica de las plantaciones y la economía de mercado, como si la perspectiva de un grupo de personas o empresas pudiera representar la dinámica del todo. Esto es el individualismo metodológico en su punto máximo. Una segunda similitud es el nacionalismo metodológico. El hecho de que la esclavitud fuera una realidad en ultramar para Gran Bretaña, pero una institución doméstica de un estado nacional para Estados Unidos, llevó a los académicos a articular la esclavitud y el capitalismo de manera diferente. Aquellos del momento británico equipararon el capitalismo con el trabajo asalariado y la industrialización, alineándolo con la imagen de Gran Bretaña misma. Para ellos, la esclavitud aparecía como una sociedad diferente al capitalismo, con el cual era incompatible (Williams y sus seguidores) o compatible (neh). En contraste, el momento estadounidense tendía a considerar el capitalismo como crecimiento económico, como se representa en la historia nacional de Estados Unidos, en la que la esclavitud parecía ser un ingrediente intrínseco. En la mayoría de los trabajos, la esclavitud y el capitalismo se fusionan en un todo único siguiendo la fórmula “la esclavitud es capitalismo, el capitalismo es esclavitud”. Debido a este nacionalismo metodológico compartido, “la tesis de compatibilidad del momento británico evolucionó hacia la tesis de combinaciones de su contraparte estadounidense”. La dualidad no dialéctica del primero se convirtió en la identidad no dialéctica del segundo13.

Bajo el hechizo de la teoría económica abstracta, el individualismo metodológico y los enfoques centrados en la nación, la mayoría de estos académicos que se ocupan de la esclavitud y el capitalismo han entendido el capital como dinero y el capitalismo como intercambios de mercado, obscureciendo así el capital tanto como concepto como objeto de investigación histórica. Dado que la esclavitud del Nuevo Mundo era una forma de trabajo productor de mercancías dentro del circuito del capital, la falta de bases históricas del capital significó también una falta de historia de la esclavitud misma. El vínculo humano simplemente aparecía como una institución calculadora dotada de formas de asignación eficientes o ineficientes bajo la escasez. Una regla universal o métrica aplicable a su historia organizó así el debate sobre esclavitud y capitalismo en términos binarios. Si se consideran las decisiones de asignación de la esclavitud para limitar las tasas de productividad (Williams y sus seguidores), parece que la esclavitud colapsó en el siglo xix debido al surgimiento del capitalismo. Si se entiende que las decisiones de asignación de la esclavitud impulsaron la productividad, la acción de los abolicionistas y las personas esclavizadas explica en última instancia la abolición. La segunda visión prevalece ampliamente entre los académicos en la actualidad. Es crucial notar que ambos enfoques tienden a tratar la esclavitud y el capitalismo dentro de contextos nacionales en los que separan el trabajo esclavo de las fronteras de las mercancías no esclavas que forman interrelaciones sistémicas significativas de la historia mundial.

  1. Esclavitud, capitalismo y teoría del valor

La perspectiva de la teoría crítica del valor que presento a continuación ofrece una alternativa al lenguaje conceptual de la economía clásica y neoclásica al tratar el problema de la esclavitud y el capitalismo como parte integrante de la historia global del capitalismo. Irónicamente, mientras los estudiosos implicados en el debate sobre el capitalismo y la esclavitud daban por sentados conceptos como capital, capitalismo y acumulación, estaba surgiendo una rica erudición sobre teoría crítica y capitalismo que cuestionaba el significado del capital y cómo podíamos entenderlo. Entre los primeros pioneros en utilizar enfoques críticos basados en valores para analizar la esclavitud y el capitalismo se encuentran Dale Tomich y Philip McMichael a finales de 1980 y principios de 1990. Estos autores sostenían que la producción esclavista se reconfiguró radicalmente en el marco de las transformaciones clave de las relaciones de valor del capitalismo mundial a lo largo del siglo xix. La construcción de Tomich de la “segunda esclavitud”, en lugar de reducir la relación de la esclavitud y el capital a un único ritmo social de cambio impuesto por las tasas de productividad (como el neh y la mayor parte del nhc), hacía hincapié en que los regímenes esclavistas simultáneos presentaban temporalidades diferentes debido a la ecología local, el poder político, los circuitos comerciales y la estructura social. En opinión de estos estudiosos, incluso los sistemas esclavistas más avanzados y productivos del siglo xix nunca perdieron sus especificidades sociales hasta el punto de convertirse ellos mismos en capitalismo o en partes reducidas a un todo abarcador y disolvente14. Los estudios más recientes de David McNally, John Clegg, Duncan Foley, Charles Post y el mío propio también reinterpretan la esclavitud desde una perspectiva de valores y, aunque se diferencian entre sí en cuanto al alcance analítico y el tratamiento de las categorías, todos ellos sugieren que el valor desempeñó un papel decisivo en la configuración de la historia de la esclavitud15.

Una de las últimas contribuciones de la teoría del valor a los estudios sobre el capitalismo y la esclavitud, en la que vale la pena insistir un poco más, es El precio de la esclavitud, de Nick Nesbitt16. El autor pretende establecer un nuevo enfoque para el análisis del valor mediante la revisión crítica y el rechazo de los enfoques anteriores de la esclavitud basados en el valor, incluyendo Slavery in the Circuit of Sugar de Dale Tomich, los escritos de Charles Post y el trabajo de John Clegg, que Nesbitt caracteriza como “empirista”, teóricamente confuso y “sofístico”17. Dado que el objetivo de Nesbitt es convertirse en una referencia autorizada para los autores marxistas y establecer el marco “correcto” dentro del campo del análisis del valor, sus argumentos y supuestos ofrecen una valiosa oportunidad para explorar cómo la teoría crítica del valor puede contribuir a la ubicación histórica del capital y la esclavitud. Una crítica de su crítica sería útil, no solo para poner de relieve la aplicabilidad y las limitaciones del marco propuesto por Nesbitt para comprender la relación entre capitalismo y esclavitud, sino también para profundizar en el tratamiento metodológico de los conceptos analíticos marxistas y distinguir las interpretaciones dialécticas de las no dialécticas de los análisis basados en el valor. Este examen permitirá una comprensión más profunda de la intrincada dinámica entre el capitalismo, la esclavitud y el papel del valor en la configuración de los procesos históricos.

Nesbitt explora teóricamente lo que la mayoría de los autores examinados en la sección anterior dejaron sin abordar. En lugar de dar por sentado el capital, se propone ofrecer “una conceptualización sistémica de la forma social capitalista”, mediante la cual promete “dar cuenta del lugar esencial que ocupa la esclavitud en la historia de la humanidad”18. Su punto de vista deriva de su comprensión de la teoría del dinero de Marx. En pocas palabras, Marx postula que las mercancías son intercambiables siempre que sean comparables entre sí a través del trabajo abstracto. Sin embargo, el trabajo abstracto solo es observable si se expresa en una forma social universalmente reconocida (precio). El dinero es, por tanto, la representación cuantitativa de una relación, por lo demás irrepresentable o, en lenguaje hegeliano, la forma necesaria de aparición de la subsistencia del valor (trabajo abstracto). En consecuencia, solo las mercancías acordes con el dinero tienen valor porque, si bien el precio no es exactamente valor, el valor no existe socialmente sin precio. La forma monetaria del valor determina el proceso de mercantilización violentamente expansivo de las relaciones sociales en las sociedades capitalistas.

Nesbitt, siguiendo de cerca a otro comentarista marxista estadounidense, Patrick Murray, aplica este razonamiento precio-valor al trabajo. Afirma que el trabajo humano se convierte en mercancía solo en forma de “fuerza de trabajo”, una abstracción que puede separarse del cuerpo humano y de las costumbres sociales, debidamente tasada y vendida temporalmente a cambio de un salario. Esta forma monetaria (salario) permite la distinción entre el valor de la fuerza de trabajo (los medios de subsistencia adquiridos por el trabajador) y el valor añadido por el trabajo vivo más allá del de la fuerza de trabajo (plusvalía). Por el contrario, en las sociedades esclavistas, se compra y se vende a los propios trabajadores, no la “fuerza de trabajo”, y el trabajo no tendría forma de precio. Además, los esclavos producirían sus medios de subsistencia al margen de las relaciones de mercado, en lugar de comprarlos, por lo que sería imposible calcular el valor de su trabajo. Si el trabajo sigue siendo inconmensurable, no se articula socialmente como valor. Las conclusiones de Nesbitt son dos: en primer lugar, “solo el trabajo asalariado produce valor (y a fortiori plusvalía)”. En segundo lugar, el trabajo esclavo “por definición permanece externo e inaccesible al proceso de mercantilización y, por lo tanto, no tiene forma monetaria de representación, ni precio, y que, por lo tanto, no puede, por definición evidente, por muy brutalmente que se le obligue [al esclavo] a trabajar concretamente, bajo el látigo cortante y la amenaza de destrucción moral y física, crear plusvalía”19.

La “conceptualización sistémica” de Nesbitt del dinero, la fuerza de trabajo y el trabajo esclavo plantea la cuestión subsiguiente de dónde encaja la esclavitud en el capitalismo global. Aunque el trabajo esclavo no genera ni valor ni plusvalía por su “definición evidente”, sigue siendo utilizado en el proceso de producción. Para dar sentido a esta aparente contradicción, Nesbitt sostiene que el trabajo esclavo debe entenderse como una forma de capital constante20. Como es sabido, Marx define el capital constante como “el trabajo previamente gastado en los medios de producción”, o el trabajo muerto convertido en “materia prima, material auxiliar e instrumentos de trabajo”. De este modo, el capital constante proporciona la “base material en la que debe incorporarse la fuerza de trabajo fluida y creadora de valor”. El principal principio del capital constante es que nunca crea nuevo valor. Como capital fijo (máquinas), el capital constante solo transfiere a las mercancías parte de su valor constitutivo (trabajo muerto) depreciado en el curso de la producción; como capital circulante (materias primas), se consume totalmente en el ciclo de producción, con lo que cede todo su trabajo muerto a las mercancías finales. “El capital constante reaparece en el valor del producto, pero no entra en el nuevo valor producido, en el nuevo valor-producto creado”21. Basándose en estas nociones, Nesbitt afirma que la mercancía esclava, “como medio de producción comprado cuyo valor se deprecia gradualmente con el tiempo”, “constituye necesariamente un capital constante en el proceso de plantación capitalista”22.

A pesar de no exprimir la plusvalía de sus trabajadores, los propietarios de esclavos alcanzaron la riqueza y el poder. En opinión de Nesbitt, este rompecabezas se produjo debido a un fenómeno intrigante. Aunque el trabajo esclavo no creaba plusvalía, podía generar beneficios. Su afirmación es que los plantadores podían ganar dinero siempre que vendieran sus mercancías por encima de los costes de producción a precios determinados en última instancia por el trabajo asalariado generador de valor. En sus palabras, podían “capturar plusvalía en forma de beneficios en los mercados mundiales de materias primas”23. Así, el “lugar esencial de la esclavitud dentro del capitalismo global” no era más que recoger y redistribuir la plusvalía generada por el trabajo asalariado. El fin de esta relación, o la crisis de la esclavitud, recibe un tratamiento similar. Siendo “a fortiori”, capital constante en lugar de capital variable y teniendo la rigidez del primero en lugar de la elasticidad del segundo, el trabajo esclavo, al igual que la maquinaria anticuada, resultó en última instancia incapaz de seguir los crecientes niveles de productividad necesarios para obtener beneficios en el capitalismo.

Desafortunadamente, la interpretación de Nesbitt, aunque ingeniosa, reintroduce varios defectos metodológicos del debate sobre capitalismo y esclavitud, como se ha esbozado en la sección anterior. La mayoría de estos problemas surgen de sus nociones operativas de capitalismo, dinero y totalidad. El capitalismo no es un sistema social que nace de integraciones históricamente específicas, complejas, multiescalares y transnacionales de distintas formas de trabajo a través de intercambios de mercado, en el que el dinero se convierte en capital al mediar en la producción, la distribución, la circulación y el consumo como una totalidad unificadora. Por el contrario, el capitalismo se produce en una sociedad localmente específica en donde surge la forma social monetaria del trabajo (el salario), que apareció “primero en la Inglaterra del siglo xviii, para luego expandirse globalmente hasta el presente”24. Basándose en el análisis de los marxistas políticos (Ellen Wood, Robert Brenner), la definición de capitalismo de Nesbitt excluye los mercados globales, ya que los toma implícitamente por el comercio a larga distancia, un tipo de intercambio históricamente inespecífico e igualmente presente en todas las épocas, desde la Antigüedad hasta la era moderna. Al pasar por alto el papel de los mercados mundiales, generaliza el trabajo asalariado abstracto en la forma monetaria del capital sin su debida mediación con otras formas de trabajo mundial. Así, eltrabajo asalariado se convierte en la forma social que define unilateralmente el capitalismo; y el dinero no expresa más que el valor creado originalmente solo por el trabajo asalariado dentro de una frontera nacional (Inglaterra). Este punto de vista contradice la afirmación de Marx en El Capital que asigna a los mercados mundiales un papel históricamente específico en la creación del trabajo abstracto y del dinero capitalista: “Es en el mercado mundial donde el dinero funciona por primera vez en toda su extensión como la mercancía, cuya forma natural es también la forma directamente social de realización del trabajo humano en abstracto”25.

Debido a esta visión del “dinero del trabajo asalariado” y del “capitalismo en un solo país”, la categoría de totalidad se convierte, en manos de Nesbitt, en una noción indeterminada que a veces significa la relación entre capitalismo y esclavitud y, otras veces, la producción de plusvalía en un lugar específico. En el primer caso, la totalidad nunca denota el conjunto de la economía mundial como un proceso evolutivo, multiescalar, masivo y unificador; no por casualidad, la visión de Nesbitt sobre la esclavitud ignora por completo las relaciones históricas del capital y el trabajo más allá del Atlántico. En el segundo caso, la totalidad aísla el trabajo asalariado de otras formas sociales de trabajo, que son tratadas como fenómenos secundarios y externos. Vale la pena observar que Nesbitt cita, con aprobación, la famosa observación de Marx sobre la dependencia esencial de la esclavitud moderna del trabajo asalariado para su existencia continuada: “La esclavitud negra una esclavitud puramente industrial que es, además, incompatible con el desarrollo de la sociedad burguesa y desaparece con ella, presupone el trabajo asalariado, y si junto a ella no existieran otros Estados libres con trabajo asalariado, sí, en cambio, los Estados negros estuvieran aislados, entonces todas las condiciones sociales allí se convertirían inmediatamente en formas precivilizadas”26. Aquí, Marx discute la esclavitud en Estados Unidos durante el siglo xix. Se podría, sin embargo, replantear el problema poniendo la cuestión de cabeza. Si el trabajo asalariado en la Inglaterra moderna estuviera aislado de otras formas sociales de trabajo mundial, ¿seguiría elevándose de una determinación simple, como la de las economías tributarias y redistributivas, a una síntesis de múltiples determinaciones? Las concepciones de Marx sobre el dinero y el mercado mundial sugieren que no. Nesbitt ni siquiera puede formular esta pregunta porque su concepción cosificada del dinero aísla el trabajo asalariado como una totalidad autorreferencial cuya plusvalía se distribuye meramente a través de formas de trabajo no remuneradas. Las relaciones no salariales son derivadas, nunca constitutivas del trabajo asalariado.

El nacionalismo metodológico y un marco analítico estrecho que reduce el nexo del capital y el trabajo mundial al capitalismo y la esclavitud atlántica son coterminales de la incapacidad de Nesbitt para historizar debidamente la esclavitud. Puesto que el capital expresa a fortiori el trabajo asalariado, y puesto que la esclavitud es “por definición evidente” capital constante, la crisis de la esclavitud aparece como una regla aplicable universalmente en cualquier espacio y tiempo. La esclavitud humana terminó en la colonia francesa de Martinica porque el trabajo esclavo “no podía igualar las ganancias en productividad logradas por las máquinas de vapor, plantas de evaporación en vacío y el trabajo asalariado proletario, y no podía deshacerse de él sin la ruina financiera para su propietario, se derrumbó gradualmente, obligado por sus limitaciones estructurales a convertirse en socialmente disfuncional”. El conjunto del “trabajo esclavo caribeño se hizo cada vez más incapaz de producir estas mercancías a los niveles de productividad cada vez mayores requeridos para seguir captando beneficios en un sistema globalizado”27. Aquí volvemos a caer en afirmaciones analíticas a priori que no son esencialmente diferentes de la economía clásica y neoclásica y de sus reglas universales, abstractas, formales y fijas. Como la esclavitud es capital constante (y nada más), Nesbitt presenta su crisis en Martinica como un caso de ley universal, una historia que se repetiría en cada sociedad esclavista del siglo xix. Tal visión borra la recomposición espacio-temporal de la esclavitud junto con la recomposición espacio-temporal de las relaciones globales de valor a lo largo del siglo xix. En este sentido, el nuevo enfoque de Nesbitt sobre el valor y la esclavitud representa un paso atrás en comparación con aquellos primeros estudios basados en la teoría del valor que él critica como teóricamente vagos. Mientras que autores como Tomich rompieron con la concepción reificada del tiempo sostenida por la neh, proponiendo que la relación entre la esclavitud y el capital formó diferentes temporalidades a través de distintas fronteras esclavistas en las Américas durante el siglo xix, Nesbitt reunificó esas temporalidades en un único tiempo histórico lineal determinado únicamente por la productividad del trabajo asalariado28. De repente, un autoproclamado “verdadero marxista” suena como un nuevo historiador económico.

La crítica de la crítica de Nesbitt, un ambicioso estudio destinado a convertirse en el parámetro para futuros enfoques basados en valores de la esclavitud y el capitalismo, sugiere dos preguntas significativas: ¿Cómo podríamos reelaborar el papel de la esclavitud como activo e histórico, y no simplemente pasivo y predeterminado, en la creación del trabajo asalariado y el capitalismo global? ¿Y cómo podríamos enmarcar el impacto diferencial de la reconfiguración del capital en las fronteras de la mercancía esclava a través de distintos espacios geográficos y sociedades?

  1. Re-historizar la esclavitud y el capital

La perspectiva de la teoría del valor adoptada aquí ayuda a superar algunos puntos muertos vistos hasta ahora en el debate sobre el capitalismo y la esclavitud: el individualismo metodológico de la teoría económica clásica y neoclásica, el nacionalismo metodológico, la temporalidad homogénea y el pensamiento formalista marxista ahistórico con concepciones reificadas del dinero, el trabajo asalariado y la esclavitud humana. Mi afirmación es que el auge y caída de la esclavitud en el Nuevo Mundo en el siglo xix se entiende mejor como una expresión de la remodelación geográfica global de la acumulación capitalista a lo largo del siglo xix. Esta formulación no rechaza las categorías preferidas de la economía clásica y el formalismo abstracto (productividad, beneficio, eficiencia), sino que desplaza el foco del análisis a las inspiradas por la teoría crítica, como el valor, las relaciones globales de valor y las geografías mundiales de la acumulación29.

El valor es una forma social de riqueza históricamente específica (casi todos los marxistas vivos piensan así, a pesar del shibboleth ricardiano que algunos utilizan contra otros). Ofrece los objetos de los deseos humanos (alimentos, ropa, insumos y similares), que Marx denomina “valores de uso”, una sustancia social nacida de la sincronización multiescalar de los procesos laborales bajo las presiones competitivas de los mercados mundiales a través de la forma precio. En el capitalismo, el valor es la verdadera constitución histórica de la riqueza. Como se ha sugerido anteriormente, no hay valor en un solo país. El valor nace en todo el mundo, ya que necesita mercados mundiales y dinero mundial para existir. Es una abstracción real globalizadora que articula la producción, el intercambio, el consumo y la circulación como “miembros de una totalidad, distinciones dentro de una unidad”30. ¿Cómo constituyó entonces la esclavitud, la globalidad de las relaciones de valor?

Muchos estudios destacan que las bulliciosas fronteras de mercancías basadas en la apropiación violenta de la naturaleza no mercantilizada y el trabajo no remunerado proporcionaron a los asalariados del Atlántico Norte bienes de consumo baratos, algunos de los cuales eran cada vez más vitales para la reproducción social del trabajo asalariado. Si estas mercancías estuvieran fuera del circuito del capital, seguramente no serían más que valores de uso que satisfacen los deseos humanos. Sin embargo, dentro del circuito del capital, constituían los “medios de subsistencia” del trabajador asalariado que compraba en el mercado y, por tanto, adquirían un valor determinante31. Como dice Marx, “el tiempo de trabajo necesario para la producción de fuerza de trabajo es el mismo que el necesario para la producción de esos medios de subsistencia; en otras palabras, el valor de la fuerza de trabajo es el valor de los medios de subsistencia necesarios para el mantenimiento de su propietario”32. Consideremos el azúcar, el algodón y otros artículos proporcionados por el trabajo no remunerado. A medida que estas mercancías aumentaban el poder adquisitivo de los salarios en los siglos xviii y xix, implicaban una reducción proporcional del tiempo de trabajo necesario para el trabajador y un aumento proporcional del tiempo de trabajo excedente generador de plusvalía. Al determinar el valor de la fuerza de trabajo, determinaban también la tasa de plusvalía relativa. Lo que, desde un punto de vista definitorio, era una forma de trabajo externa a la producción de valor, resulta ser un determinante del propio valor. Todo lo que hay que hacer es ver los fenómenos en la fluidez de las relaciones sociales en lugar de atarlos a definiciones abstractas a priori.

Esto plantea otra cuestión de método. Algunos enfoques de la esclavitud basados en valores operan con lo que Adorno llama “conceptos estáticos”. Se trata de definiciones similares a las de los libros de texto, que renuncian a seguir la dinámica cambiante de las relaciones sociales en aras de un concepto abstracto, lógico e internamente coherente. Por ejemplo, mientras que algunos académicos (como Nesbitt) afirman que el trabajo esclavo es capital constante urbi et orbi en el capitalismo, otros, como John Clegg, consideran que el trabajo esclavo es capital variable (como el trabajo asalariado). Para marxistas como Murray y Nesbitt, los investigadores dispuestos a afirmar que la esclavitud genera valor caen en el cuento ricardiano de que cualquier forma de trabajo (“trabajo sin frase”) crea valor. ¿Quién tiene razón aquí? Tal vez, todos y nadie.

Marx tiene muchos pasajes que asocian a los esclavizados con el capital constante fijo: después de todo, eran comprados en el mercado como instrumentos de producción que continuaban existiendo mucho más allá del proceso de producción de una determinada mercancía. Sin embargo, Marx también presentaba la esclavitud moderna como productora de valor siempre que fuera reconfigurada por el circuito del capital. Aunque algunos dicen que los marxistas que asocian a los esclavizados con el capital variable utilizan citas vagas de “borradores que [Marx] nunca preparó para su publicación, incluidos fragmentos y cuadernos que ahora leemos como ‘libros’ terminados, como los volúmenes 2 y 3 de El Capital (editados póstumamente por Engels) y los Grundrisse”33, el hecho es que el primer volumen de El Capital de Marx, su único libro más coherentemente argumentado y laboriosamente revisado, decía precisamente eso: los esclavizados, aunque tengan determinaciones de capital constante y trabajo no capitalista, también pueden generar plusvalía. Escuchémosle:

El capital no inventó el plustrabajo. Dondequiera que una parte de la sociedad posea el monopolio de los medios de producción, el trabajador, libre o no, debe añadir al tiempo de trabajo necesario para su propio mantenimiento una cantidad suplementaria de tiempo de trabajo a fin de producir los medios de subsistencia para el propietario de los medios de producción, ya sea este propietario un [...] civis romanus, un varón normando, un esclavista americano [...]. Pero tan pronto como los pueblos [...] son arrastrados a un mercado mundial dominado por el modo de producción capitalista [...], los horrores civilizados del exceso de trabajo, se injertan en los horrores bárbaros de la esclavitud, la servidumbre, etc. De ahí que el trabajo de los negros en los Estados del Sur de la Unión Americana conservara un carácter moderadamente patriarcal [...]. Pero en la medida en que la exportación de algodón se convirtió en un interés vital para esos estados, el trabajo excesivo del negro, y a veces el consumo de su vida en siete años de trabajo, se convirtió en un factor de un sistema calculado y calculador. Ya no se trataba de obtener de él [del esclavo] una determinada cantidad de productos útiles, sino de la producción de plusvalía en sí. Lo mismo puede decirse de los corveos, por ejemplo, en los principados danubianos34.

Este extracto pone de relieve la diferencia metodológica entre el pensamiento analítico abstracto basado en tipologías reificadas, que sustituyen a las relaciones sociales una vez definidas, y el pensamiento dialéctico basado en determinaciones. Mientras que el primero no hace uso de la determinación histórica en la determinación conceptual de las categorías analíticas, Marx busca aquí lo que Adorno describió como la “confrontación permanente del objeto [en este artículo, el trabajo histórico] con su concepto [el trabajo tal como se define en nuestras mentes]”. A diferencia de la erudición que elabora categorías excluyendo aspectos que no encajan en sus definiciones a priori, el razonamiento de Marx es “permanentemente capaz de pensar más allá de sí mismo, más allá de sus límites y a través de las paredes de su invernadero”35.

Marx no está diciendo que el trabajo en general cree plusvalía (el shibboleth ricardiano no se aplica aquí), ni que el trabajo abstracto pueda ocurrir indiferentemente en cualquier sociedad. Tampoco niega que el trabajo asalariado anuncie una “nueva época en el proceso de producción social” (¡lo hace!). Todo lo que dice es que, una vez mediadas por las presiones competitivas del dinero y los mercados mundiales, surgen relaciones sociales que permiten al trabajo no asalariado determinar, regular e incluso generar plusvalía.

La frase “obtener [la plusvalía] de él [aus ihm herauszuchlagen]” en lugar de “a través de él” apunta a una idea de producción de plusvalía en lugar de su mera redistribución. La expresión explícita y directa de la forma monetaria del trabajo, necesaria para el surgimiento del trabajo asalariado, parece crear aquí una relación históricamente específica entre el valor y el trabajo mundial que trasciende la idea de la esclavitud como institución derivada y pasiva en el capitalismo. En determinadas circunstancias, la forma monetaria puede incluso expresarse indirectamente -algo que una concepción reificada de la forma monetaria, centrada en su expresión contable fenoménica, pasa por alto por completo. Tomemos, por ejemplo, las curvas de precios de los esclavos en el Nuevo Mundo. A diferencia del precio de los esclavos en otras formaciones sociales, que seguían prácticas de prestigio, exhibición de poder y consumo ostentoso, el precio de los esclavos en América variaba según la capacidad de trabajo y el uso teóricamente superior y óptimo de los esclavizados como mano de obra productora de mercancías36. En definitiva, no es fácil encuadrar a los esclavizados en categorías estáticas y unilaterales. Acumulando capas de relaciones sociales, a veces aparecerían como capital constante, a veces, teniendo trabajo vivo dentro del circuito del capital, como otra cosa. Curiosamente, las definiciones unilaterales de los esclavizados como capital constante puro y simple, o capital variable puro y simple, aproximan a los autoproclamados marxistas verdaderos a sus antípodas de la Nueva Historia Económica y su uso de categorías abstractas a priori, históricamente insensibles37.

Como se desprende de los comentarios anteriores, entiendo que el corazón y el alma del capitalismo global residen en la universalización del intercambio como una abstracción real en lugar de meramente en relaciones de producción específicas de un lugar (digamos, en las industrias del siglo xviii de Inglaterra). El trabajo asalariado es, sin duda, decisivo en la configuración de la economía mundial capitalista. Pero el capitalismo requiere, desde su inicio, una formación social transnacional históricamente específica que convierta el trabajo concreto en trabajo abstracto y los valores de uso en mercancías a través de las operaciones a múltiples escalas del dinero y los mercados mundiales: una formación social que transforme el trabajo concreto en trabajo abstracto, el trabajo abstracto en trabajo abstracto mundial, el trabajo abstracto mundial en acumulación mundial, y la acumulación mundial, el punto final del proceso, en la asunción del trabajo concreto, su punto de partida. El capitalismo no es esclavitud (la visión de nhc), ni simplemente trabajo asalariado (la de Williams, Nesbitt y muchos otros), ni intercambio de mercado continuo (la de neh). Como dice Marx “Es solo el comercio exterior, el desarrollo del mercado a un mercado mundial, lo que hace que el dinero se convierta en dinero mundial y el trabajo abstracto en trabajo social. La riqueza abstracta, el valor, el dinero y, por tanto, el trabajo abstracto se desarrolla en la medida en que el trabajo concreto se convierte en una totalidad de diferentes modos de trabajo que abarcan el mercado mundial”38. Desde esta perspectiva, el dinero materializa no solo el trabajo asalariado, sino un conjunto de relaciones laborales mundiales que giran en torno al ascenso del trabajo asalariado. Al reconocer esto, podemos reformular el problema de la esclavitud y el capitalismo en el siglo xix, normalmente entendido dentro del estrecho marco de la esclavitud y el trabajo asalariado, como un análisis de la relación entre el capital industrial y el trabajo mundial. Además, también podremos ver la cambiante composición histórica del capital y, con ello, historiar debidamente sus relaciones con la esclavitud y otras formas sociales de trabajo.

En la longue durée del capital, la industrialización ha supuesto la interacción entre el trabajo abstracto y el concreto de formas que han llevado las relaciones de valor a niveles nunca vistos en la historia de la humanidad. La mecanización a gran escala combinó el aumento de la productividad con importantes inversiones en capital fijo, lo que desencadenó una serie de presiones crecientes y desiguales en diversas fases de la circulación del capital: materias primas para la maquinaria, alimentos para la mano de obra, consumo de productos acabados y estructura de crédito financiero para grandes inversiones en capital fijo con un tiempo de rotación lento. Cada una de estas cuatro presiones empíricamente observables (materias primas, alimentos, consumo, crédito monetario), expresiones de la creciente composición orgánica del capital, perturbó y reconfiguró constantemente las relaciones espaciales entre la ciudad y el campo, el capital y el trabajo, y la producción y el consumo, engendrando capas superpuestas de una geografía mundial de la acumulación que estimuló y desafió a la esclavitud.

Al situar en el espacio globalmente las relaciones de valor, se puede tener una mejor ubicación histórica del capital y, por tanto, de la esclavitud. Puesto que el valor es una relación espacio-temporal que se forma a través de procesos laborales sincronizados a escala mundial, y puesto que los procesos laborales dependen de la ecología y la demografía, la composición del capital, su tiempo de rotación socialmente necesario y sus necesidades metabólicas rebeldes cambian en consecuencia. El capital en, digamos, 1780 no es el mismo que en 1820 o 1860. Mientras que la mayoría de los estudiosos de la esclavitud y el capitalismo, desde Williams hasta Nesbitt, suelen presentar el periodo 1780-1860 (o c. 1780-c. 1880 para incluir Brasil y Cuba) como un bloque homogéneo, mi afirmación es que las relaciones globales de valor, al rehacer la espacialidad del capital durante el siglo xix, también transformaron las temporalidades de la esclavitud, estableciendo las condiciones históricas diferenciales tanto para su expansión como para su crisis. Capital y trabajo mundial: el auge y la recesión de la esclavitud en el Nuevo Mundo

Podemos periodizar la esclavitud en el Nuevo Mundo del siglo xix en dos momentos de acumulación industrial en los que las relaciones globales de valor, mediadas por el imperialismo, la rivalidad geopolítica y los conflictos de clase, materializaron capas geográficas superpuestas de acumulación mundial. El primero fue el ciclo del algodón. Antes de 1770, la demanda de algodón en Europa podía satisfacerse con las redes tradicionales de comercio intercontinental desde una amplia gama de regiones productoras no controladas directamente por el dinero mundial. A medida que sus costes de producción no solo se internalizaban, sino que también se reinventaban a través del “sistema de maquinaria” en Europa, especialmente en Gran Bretaña, un auge en la fabricación impulsada por el algodón rehízo los procesos laborales y los circuitos comerciales del algodón en todo el mundo39. En un nivel de análisis más conceptual, el industrialismo textil redeterminó las contradicciones generales entre capital y ecología, capital y trabajo, y capital y consumo que se fijaron temporalmente mediante la creación de nuevas capas geográficas de relaciones globales de valor. Fue en el marco de estas transformaciones socio-materiales que marcaron una época donde las condiciones para la crisis de la esclavitud en lugares como las Indias Occidentales británicas adquirieron su especificidad histórica, y lo mismo ocurrió con el surgimiento de las fronteras de la mercancía esclava en lugares como Estados Unidos, Cuba y Brasil. El segundo momento de acumulación industrial se produjo en las décadas de 1830 y 1840, liderado por la fabricación de hierro, carbón y la aparición de grandes corporaciones. Esto no fue menos expansivo que el otro. Con la transformación del carbón y el hierro en capital, una “red de ferrocarriles y barcos de vapor que rodea el globo” convirtió la economía mundial capitalista en un verdadero sistema planetario con tres desarrollos combinados: “1) la hegemonía global de las relaciones de valor”, antes limitada a la cuenca atlántica; 2) la apropiación de la energía humana y no humana a un ritmo sin precedentes; y 3) la globalización de las cadenas de crédito a través de nuevas formas de financiarización40. Esto añadió, a grandes rasgos, nuevas capas geográficas a la acumulación mundial en las que la crisis de la esclavitud en Estados Unidos, Cuba y Brasil adquiriría su especificidad histórica.

Para comprender plenamente el primer momento del capitalismo industrial, es importante no pasar por alto los complejos procesos que subyacen a la reproducción del capital industrial. No se trata solo de la producción de materias primas, sino también de la reproducción de la mano de obra y del consumo de productos acabados. En particular, en los análisis sociales se suelen pasar por alto los determinantes espacio-temporales del sistema de maquinaria recién creado. Las máquinas dependían no solo de su agrupación física, sino también de una concentración de mano de obra que pudiera abastecer el ritmo incesante de la producción mecánica. Esta mano de obra tenía que estar libre de los ciclos estacionales de la agricultura y dispuesta a trabajar por los salarios más bajos necesarios para su reproducción biosocial. Como demostró William Seccombe, este proceso condujo a una violenta mercantilización no solo de la mano de obra, sino también de la subsistencia (suministros energéticos, ropa, alimentos y vivienda), que había estado profundamente segregada y localizada en los siglos anteriores.

La doble aglomeración de personas y maquinaria representaba una nueva morfología urbana cuya estructura de demanda de insumos y alimentos no podía ser satisfecha por las fuentes locales. Más materias primas y más alimentos implicaban una demanda boyante que se satisfaría mediante una red de capital y trabajo que se extendería por todo el planeta y reharía aquellos paisajes que pudieran ofrecer las mejores condiciones socio ecológicas para el aprovisionamiento permanente, de bajo coste y a gran escala. Como Marx explicó sobre las materias primas: “Si, por ejemplo, la productividad en la hilatura se multiplica por diez [...] ¿por qué un negro no va a producir diez veces más algodón que diez antes, es decir, por qué la relación de valor no va a seguir siendo la misma?”41. Una relación similar se aplicaba también a los alimentos. Había que encontrar calorías baratas (azúcar, trigo) y estimulantes baratos (té, café) en todo el mundo para disminuir el valor de la fuerza de trabajo y, así, aumentar la extracción de plusvalía42. Igualmente, importante era articular nuevos mercados de consumo. Dado que los salarios británicos se mantuvieron lo suficientemente bajos como para garantizar mayores tasas de beneficio a los empresarios, solo una parte de la producción industrial fue absorbida en Gran Bretaña. Lo que quedaba —y era una masa cada vez mayor de mercancías— tenía que encontrar nuevas salidas en el comercio exterior43.

Uno de los retos al examinar la relación histórica entre el capitalismo industrial y la esclavitud es la tendencia a considerar estas realidades complejas y cambiantes como rígidas y estáticas. A menudo, los investigadores contemplan el capital industrial y la esclavitud como si fueran polos externos, internamente coherentes y cerrados en sí mismos de una dualidad. Se podría matizar este enfoque preguntándose cómo se relacionaban las distintas sociedades y enclaves económicos con una demanda cada vez mayor de materias primas, alimentos y consumo en las economías industrializadas. Por ejemplo, antes del nuevo sistema de maquinaria, las Indias Occidentales británicas habían desempeñado un papel fundamental como espacio de producción y consumo de materias primas. Estaban tan entrelazadas con la economía inglesa que, décadas más tarde, John Stuart Mill todavía compararía su comercio con un “tráfico entre la ciudad y el campo” más que con el comercio exterior 44. Entre 1790 y 1810, los dominios caribeños parecieron incluso alcanzar un pico histórico, ya que los inversores británicos compraron tierras, equipos y esclavos para beneficiarse del alto precio de las materias primas tropicales en los mercados mundiales tras la rebelión de esclavos en Saint-Domingue (Haití) y durante las Guerras Revolucionarias del Atlántico. Esta expansión, sin embargo, no se limitó al Imperio Británico. Surgieron nuevas fronteras mercantiles en el Atlántico y más allá, desde Rusia y Sicilia hasta la India, China y las Américas, todas las cuales se movían al unísono con el capital industrial45. Además, el auge de la esclavitud humana en Estados Unidos, Brasil y Cuba tuvo lugar en aquellos escenarios en los que la ecología, el trabajo y el dinero podían recrear zonas de producción acordes con las nuevas necesidades socio metabólicas de la acumulación industrial46. Este proceso fue apoyado por pactos y acuerdos políticos que permitieron a los esclavizadores estadounidenses, españoles y brasileños aumentar agresivamente la producción de algodón, azúcar y café. A través de la violencia racial, los avances tecnológicos y los excedentes socio ecológicos, una nueva clase dominante proporcionaba insumos baratos al nuevo nivel de demanda requerido por los circuitos de mercancías de alta productividad47.

A medida que los canales de acumulación se desplazaban de la red imperial británica centrada en el Atlántico a los circuitos globalizadores de mercancías de alta productividad, empezó a arraigar en la opinión pública británica la sensación difusa de que las colonias de las Indias Occidentales estaban perdiendo su capacidad de consumir bienes industriales y suministrar mercancías tropicales a la escala y con el bajo coste requeridos por las relaciones de valor industrial. Según un grupo de comerciantes de Liverpool, “la población total, incluidos los esclavos, de las colonias británicas de las Indias Occidentales no supera en mucho el millón de almas”; [...] la exportación de manufacturas británicas para el uso y consumo de esas colonias solo asciende al valor anual de un millón y medio a dos millones de libras esterlinas”. Por otro lado, continuaban, “nuestras exportaciones a Brasil, como ya se ha dicho, superan los tres millones; y a Manila, Java, Singapur, el Archipiélago Indio y otros países, que ofrecen producciones similares a las de Brasil, unos dos millones, con una población y un campo para el consumo de nuestras manufacturas de una extensión incalculable”48. Simultáneamente, las Indias Occidentales no parecían estar a la altura de la nueva estructura de la demanda británica. “A principios de la década de 1820, un panfletista escribió: “Últimamente, el pueblo trabajador de Inglaterra se ha visto a menudo en apuros. “¿Y cuál ha sido la causa? ¿Había escasez de alimentos o de ropa? No, había abundancia de ambas cosas”49. Lo único que quedaba por hacer era bajar los precios, decía otro: “[nada más que] la baratura extenderá su consumo”50. Tras las Guerras Revolucionarias, afirmaciones como esas tuvieron rienda suelta en la esfera pública británica. Dado que las colonias no abastecían a la metrópoli con alimentos baratos y materias primas, como en una típica división del trabajo “entre la ciudad y el campo”, surgió una “grieta metabólica imperial”.

Entre 1780 y 1820, la inversión a gran escala en capital fijo puso en marcha una compleja red de presiones duraderas e incesantes a lo largo de los distintos momentos de circulación del capital, desde el suministro de materias primas para la maquinaria (fibra de algodón) y alimentos para la mano de obra (azúcar, café, trigo) hasta el consumo de productos acabados (textiles). En lugar de limitarse a las necesidades de consumo de la clase obrera industrial, como querría una visión más estrecha del problema, esta dinámica reflejaba contradicciones profundamente arraigadas entre el capital y la ecología, el capital y el trabajo, y el capital y el consumo, cada una de las cuales se traducía en crisis específicas. Se trataba de una crisis de sub producción (insumos caros), una crisis de reproducción (alimentos caros) y una crisis de sobreproducción (manufacturas no vendidas). Como las relaciones industriales de valor dejaron el tejido social al borde del colapso, los conflictos sociales se generalizaron y estallaron las luchas de clases. En respuesta, las élites británicas intentaron resolver esas contradicciones mediante diversas iniciativas, como la ampliación de los circuitos comerciales con nuevas fronteras de mercancías esclavistas, el diseño de un régimen alimentario de libre comercio en el Atlántico y la creación de un nuevo tipo de imperialismo en el Indo-Pacífico. Cada contradicción se “arregló” mediante la creación de una capa geográfica de relaciones globales de valor. Por ejemplo, la mano de obra de las plantaciones de Cuba, Brasil y el sur de Estados Unidos proporcionó algodón, café y azúcar baratos. La producción campesina y de pequeñas mercancías en el Atlántico y el Mediterráneo fue esencial para obtener trigo barato. Y las incursiones imperialistas en el Indo-Pacífico aliviaron las presiones para el consumo de textiles. Como las Indias Occidentales británicas no lograron satisfacer esas demandas a una escala suficientemente adecuada y a precios competitivos, perdieron un importante terreno político frente a las fuerzas combinadas del abolicionismo y la agencia de esclavos. Insistir en la separación de la vida material y la política sería una burda abstracción51.

¿Y el segundo momento de la acumulación industrial? Entre 1830 y 1860, el ciclo del algodón perdió gradualmente su lugar como sector líder de la Revolución Industrial británica en favor de los del carbón y el hierro. En términos empíricos, el dinero mundial mediado por la producción algodonera, pero no absorbible por las fábricas de algodón, financió la fabulosa era de los ferrocarriles y el entorno construido, primero en Gran Bretaña y luego más allá, impulsando una nueva y revolucionaria magnitud de la inversión en capital fijo. Fenomenalmente, esta fue posiblemente la primera crisis profunda típica de la capital industrial relacionada principalmente no con la sub producción (insumos), la reproducción (trabajo asalariado) ni la sobreproducción (consumo), sino con la sobre acumulación de capital, es decir, cuando “el imperativo social ‘acumulación por acumulación’ produce un excedente de capital en relación con las oportunidades de emplear ese capital”52. Al desestabilizar las tasas de ganancia, o en palabras de Hobsbawm, al hacer “agujeros en los bolsillos de sus propietarios”, este dinero flotante y fácil de aprehender manifestó claramente su exceso cuando los tipos de interés reales en Gran Bretaña se desplomaron a mínimos históricos en las décadas de 1830 y 184053.

La revolución en la inversión de capital fijo transformó las necesidades socio-metabólicas del capital, y, por tanto, sus relaciones globales de valor, añadiendo una nueva capa geográfica al proceso de acumulación mundial en el que las fronteras de la mercancía del trabajo esclavo en el Nuevo Mundo alcanzaron su significado históricamente específico. En los primeros años de la Revolución Industrial, las inversiones se habían inclinado en gran medida hacia el capital circulante, más que hacia el fijo: la compra de materias primas y el pago de salarios eran los verdaderos problemas candentes, y el sistema financiero giraba en torno al crédito a corto plazo54. El modelo típico de propietario de las primeras fábricas textiles era un negocio unipersonal. Por el contrario, las nuevas empresas del hierro y el carbón acabaron convirtiéndose en gigantescas corporaciones que, ligadas a inversiones a gran escala en capital fijo con un tiempo de rotación lento, se vieron en la necesidad permanente de crear préstamos a gran escala y líneas de crédito a largo plazo55. Dado que esta masa de crédito, que debía devolverse en algún momento, era un derecho sobre el trabajo futuro, la revolución del avance del capital fijo supuso la aceleración de la producción, la distribución y el consumo de mercancías hasta niveles nunca vistos en la historia de la humanidad. Su existencia implicaba tener, reorganizar o crear población excedente, producción excedente y dinero excedente en la proporción esperada de plusvalía futura —en otras palabras, reestructurar profundamente los mercados de factores de trabajo, tierra y capital— 56.

En ninguna parte se manifestó esta transformación de mediados del siglo xix con más fuerza que en los ferrocarriles. Consideremos cómo se desarrollaron con el sistema financiero industrial. Con el auge interminable de vías, material rodante, estaciones y almacenes que cubrían cientos de miles de kilómetros, las compañías ferroviarias estaban permanentemente sometidas a presiones sobre sus tasas de rendimiento de las inversiones a gran escala, lo que llevó a la difusión de la forma de organización del capital por acciones. Sus necesidades socio metabólicas eran aún más imperiosas debido a las propiedades materiales de los primeros ferrocarriles: los raíles, las locomotoras y los vagones, hechos de hierro forjado, tenían una modesta vida útil de tres a siete años, una realidad que solo cambiaría con la producción masiva de acero barato mediante el proceso Bessemer y los hornos Siemens-Martin en la década de 187057. Los empresarios debían entonces aumentar las entradas de capital en el menor tiempo posible, haciendo girar su carrusel con el único recurso que podían engendrar: tráfico, tráfico y más tráfico.

¿Era la triunfante productividad industrial de mediados del siglo xix inherentemente incompatible con la forma de trabajo esclavo, como querían las lecturas ahistóricas de Marx? ¿O se trataba simplemente de otra cuestión indiferente de inversiones en toma de decisiones individuales y asignación de recursos escasos para los esclavistas acostumbrados a operar dentro del continuo eterno y sin fisuras del intercambio de mercado moderno, como proponen los autores de neh? Yo diría que ninguna de las dos. Mientras que los avances tecnológicos y la inversión de capital fijo en el entorno construido permitieron a los esclavistas cubanos rehacer la ecología y el trabajo en la producción de azúcar y, de este modo, conservar su dominio sobre los mercados mundiales del azúcar, así como su legitimidad política dentro del Imperio español58, los mismos fenómenos desplazaron las relaciones de poder entre esclavitud y libertad hacia el trabajo libre en espacios como Estados Unidos, el bastión de la esclavitud humana en el Nuevo Mundo durante el siglo xix.

Tras su notable éxito en Gran Bretaña en las décadas de 1830 y 1840, los ferrocarriles se interiorizaron más en Estados Unidos que en ningún otro lugar en las décadas siguientes. En 1860, la República tenía tantas vías férreas como todas las demás naciones del Atlántico Norte juntas59. Pero la experiencia americana no podía reproducir geográficamente la europea. Mientras que Europa tenía excedentes de mano de obra, Estados Unidos no. Al ser una sociedad fronteriza abierta, la República tuvo que satisfacer los imperativos socio metabólicos del ferrocarril, vinculando la financiación a gran escala con la migración a gran escala y los mercados de tierras garantizados. Sin embargo, este arreglo espacial no era equitativo desde el punto de vista sectorial. Dado que los mercados de mano de obra esclava y no esclava interactuaban de forma diferente con los mercados de tierras60, el Norte y el Sur ofrecían condiciones distintas para la migración y la financiación a gran escala. Mientras que el sistema ferroviario del Sur reclamaba la futura mano de obra proporcionada por el comercio interno de esclavos, los norteños crearon un nuevo sistema circulatorio que unificaba el capital fijo a gran escala y la financiación territorializada con flujos internacionales de mano de obra sin precedentes. En el Sur, los ferrocarriles no evolucionaron en una relación de causalidad circular con la migración masiva. En el Norte, sí. Con las líneas europeas desarraigando a los agricultores poco competitivos y las líneas americanas ofreciéndoles tarifas baratas hacia tierras baratas, los ferrocarriles se convirtieron en la cinta transportadora entre la desaparición de la clase campesina en Europa y la restructuración del proceso agrícola en Estados Unidos. Este proceso, fuertemente sesgado hacia el Norte, intensificó tanto la diferenciación regional en lo que respecta a la masa agregada de producción de valor como las tensiones políticas seccionales dentro de la República en las décadas previas a la guerra de Secesión (1861-1865). El resultado de la lucha estadounidense tendría un profundo impacto en los cimientos de la esclavitud en las otras dos sociedades esclavistas más dinámicas de la época: la isla de Cuba y el Imperio de Brasil.

Conclusiones

El valor no destruyó la esclavitud; lo hicieron las decisiones y acciones humanas. Lo que quiero decir es que esas acciones y decisiones estuvieron mediadas por relaciones globales de valor, es decir, no por una plusvalía definida de forma axiomática y absoluta, sino por expresiones socio materiales del capital delimitadas geográficamente, con su composición orgánica cambiante y sus imperativos metabólicos. Definir históricamente la esclavitud implica, por tanto, situar las diferentes fronteras de la mercancía esclava dentro de las capas sucesivamente superpuestas de la geografía mundial de las acumulaciones en el siglo xix. Sin este marco analítico, los estudiosos tienden a adoptar conceptos estáticos, teoría económica abstracta, pensamiento formalista y enfoques centrados en la nación para enmarcar la cuestión de la esclavitud y el capitalismo. Como se señala en la introducción, a veces describen el capitalismo y la esclavitud como polos externos de una dualidad no dialéctica, en la que la esclavitud desempeña un papel derivativo en una economía global regida por una definición autorreferencial y cosificada del trabajo asalariado. Otras veces, presentan el capitalismo y la esclavitud como el conjunto indiferenciado de una identidad no dialéctica establecida por mecanismos universales de intercambio mercantil. Una de las consecuencias es que la mayoría de los estudiosos presentan la relación entre esclavitud y capitalismo como una constante para todo el siglo xix.

La perspectiva alternativa que aquí se ofrece considera la esclavitud como parte de las relaciones socio materiales de valor estructuradas globalmente y forjadas a través de capas superpuestas de la geografía mundial de la acumulación, cada una con sus ritmos, rivalidades geopolíticas, intereses sociales y apoyos políticos específicos. El capital industrial aparece entonces como la materialización social del trabajo mundial mediada por el dinero mundial y los mercados globales. En lugar de congelar la relación entre capital y esclavitud como una constante, este enfoque identifica dos momentos de auge y caída de la esclavitud en el Nuevo Mundo (c.1780-c.1820 y c.1830-1880), que se formaron a través de la composición cambiante del capital y sus relaciones globales de valor delimitadas geográficamente. Las contradicciones cambiantes del capital industrial, al rehacer la espacialidad de las relaciones globales de valor durante el siglo xix, también transformaron las temporalidades desiguales de la esclavitud, estableciendo las condiciones históricas generales tanto para su expansión como para su crisis. Dentro de este marco analítico, el problema de la esclavitud y el capitalismo reaparece profundamente transformado como un problema del capital industrial y el trabajo mundial.

Bibliografía

Fuentes primarias

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Me gustaría agradecer a Kaveh Yazdani y a los revisores anónimos por los comentarios perspicaces sobre la versión anterior de este artículo. Este texto fue traducido al español por Mariana Semerjion y publicado primero en inglés como: Parron, Tâmis. “Capital and World Labor: The Rise and Fall of Slavery in the Nineteenth Century”. Historia Crítica, n.° 89 (2023): 155-182, doi, https://doi.org/10.7440/histcrit89.2023.06

  1. 1 Los intentos actuales de discutir los fundamentos metodológicos del debate sobre capitalismo y la esclavitud también se pueden encontrar en ensayos sobre los imperios español, francés y brasileño. Véase, entre otros, José Antonio Piqueras (ed.), Esclavitud y capitalismo histórico en el siglo xix: Brasil, Cuba y Estados Unidos (Valencia: Fundación Instituto de Historia Social, 2021); y Kaveh Yazdani, “18th-Century Plantation Slavery, Capitalism, and the Most Precious Colony in the World”, Vierteljahrschrift für Sozial- und Wirtschaftsgechichte 108, n.º 4 (2021): 457-503.

  2. 2 Cabe notar que el propio Williams tenía una percepción más matizada del proceso histórico de lo que permitían sus categorías, ya que veía una interrupción brusca entre el mercantilismo y el capitalismo industrial de libre comercio.

  3. 3 Theodor W. Adorno, Soziologische Schriften (Frankfurt: Suhrkamp, 1972); y “Einleitung”, en Positivismusstreit in der deutschen Soziologie, editado por Adorno et al. (Berlin: Neuwied, Luchterhand, 1969), 7-80.

  4. 4 Colin Palmer, Eric Williams and the making of the modern Caribbean (Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2006); Raymond Cooke, “The Historian as Underdog: Eric Williams and the British Empire”, Historian 33, n. º4 (1971): 596–610.

  5. 5 Eric Williams, The Economic Aspect of the Abolition of the West Indian Slave Trade and Slavery (Lanham: Rowman & Littlefield, 2014 [1938]), 39, énfasis del autor; Eric Williams, Capitalism & Slavery (Chapel Hill: University of North Carolina Press, [1944] 1994).

  6. 6 Stanley Engerman, “The Slave Trade and British Capital Formation in the Eighteenth Century: A Comment on the Williams Thesis”, Business History Review 46, n.º 4 (1972): 430-443; Keith Aufhauser, “Profitability of Slavery in the British Caribbean”, Journal of Interdisciplinary History 5, n.º 1 (1974): 45-67; Roger Anstey, “The Volume and Profitability of the British Slave Trade, 1761-1807”, en Race and Slavery in the Western Hemisphere: Quantitative Studies, editado by S. L. Engerman y E. D. Genovese (Princeton: pup, 1975), 3-31; Seymour Drescher, Econocide: British Antislavery in the Era of Abolition (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2010 [1977]); David Eltis, Economic Growth and the Ending of the Transatlantic Slave Trade (Oxford: OUP, 1987); Stanley Engerman y David Eltis, “The importance of slavery and the slave trade to industrializing Britain”, Journal of Economic History 60, n.º 1 (2000): 123-144.

  7. 7 No es necesario decir que esta línea se refiere a la recepción de Williams, no a la visión de Williams sobre el problema. Como sabemos, a pesar de su propio uso de categorías clásicas ahistóricas, Williams veía la crisis de la esclavitud en el Imperio Británico como coincidente con la expansión de la esclavitud en los Estados Unidos, Cuba y Brasil. Este aspecto alcanzaría una plena elaboración teórico-metodológica autoconsciente en el concepto de la Segunda Esclavitud de Dale Tomich. [Dale Tomich, “The ‘Second Slavery’: Bonded Labor and the Transformation of the Nineteenth Century World Economy”, en Rethinking the Nineteenth Century: Movements and Contradictions, coordinated by Francisco O. Ramirez (Westport, ct: Greenwood Press, 1988), 103-117)]. Véase también Dale Tomich, “Capitalism and slavery revisited: The ‘Williams Thesis’ in Atlantic perspective”, en The Legacy of Eric Williams: Caribbean Scholar and Statesman, editado por C. Palmer (Kingston: University of the West Indies Press, 2015), 131–164.

  8. 8 Tâmis Parron, “Transcending the Capitalism and Slavery Debate: Slavery and World Geographies of Accumulation”, Theory and Society 52, en línea, (2023).

  9. 9 Alfred Conrad y John Meyer, “The economics of slavery in the Ante Bellum South” Journal of Political Economy 66, n.º 2 (1958): 95–130; Yasukichi Yasuba, “The profitability and viability of plantation slavery in the United States”, The Economic Studies Quarterly 12, n.º 1 (1961): 60–67; Robert Evans, “The economics of American Negro Slavery”, en Aspects of labor economics: A conference of the Universities (Princeton: pup, 1962), 185–256; Richard Sutch, “The Profitability of Ante-Bellum Slavery: Revisited”, Southern Economic Journal 31, n.º 4 (1965): 365–377; Stanley Engerman y Robert Fogel, The Reinterpretation of American Economic History (New York: Harper and Row, 1971); S. Engerman y R. Fogel, Time on the Cross: The Economics of American Negro Slavery (Boston: Little, Brown and Co., 1974); R. Fogel, “Cliometrics and culture: Some recent developments in the historiography of slavery”, Journal of Social History 11, n.º 1 (1977): 34–51; R. Fogel, Without Consent or Contract: The Rise and Fall of American Slavery (New York: Norton, [1989] 1994).

  10. 10 Un ensayo temprano que marca esta dirección es Seth Rockman, “The Unfree Origins of American Capitalism”, en The Economy of Early America: historical perspectives and new directions, editado por Cathy Mason (University Park, pa: The Pennsylvania State University, 2006), 335-362.

  11. 11 Brian Schoen, The Fragile Fabric of Union: Cotton, Federal Politics, and the Global Origins of the Civil War (Baltimore: The John Hopkins University Press, 2009); Walter Johnson, River of Dark Dreams: Slavery and Empire in the Cotton Kingdom (Cambridge, MA: Belknap Press, 2013); Edward Baptist, The Half Has Never Been Told: Slavery and the Making of American Capitalism (New York: Basic Books, 2014); Sven Beckert, Empire of Cotton: A Global History (New York: Alfred Knopf, 2014); Calvin Schermerhorn, The Business of Slavery and the Rise of American Capitalism, 1815-1860 (New Haven, CT: Yale University Press, 2015).

  12. 12 R. Fogel y S. Engerman, Time on the Cross; Fogel, Without Consent or Contract; Alan Olmstead y Paul Rhode, “Biological Innovation and Productivity Growth in the Antebellum Cotton Economy”, The Journal of Economic History 68, n.º 4 (2008): 1123–1171; A. Olmstead y Paul Rhode, “Cotton, slavery, and the new history of capitalism”, Explorations in Economic History 67, n.º 1 (2018): 1–17; Gavin Wright, “Slavery and Anglo-American Capitalism Revisited”, The Economic History Review 73, n.º 2 (2020): 353–383.

  13. 13 Me acerqué por primera vez a esta tesis de combinabilidad, en la cual el capitalismo y la esclavitud aparecen como conceptos históricamente y analíticamente intercambiables, en Parron, “Transcending the Capitalism and Slavery Debate: Slavery and World Geographies of Accumulation”.

  14. 14 D. Tomich, “The ‘Second Slavery:’ Bonded Labor and the Transformation of the Nineteenth Century World Economy”, en Rethinking the Nineteenth Century: Movements and Contradictions, coordinado por Francisco O. Ramirez (Westport, CT, Greenwood Press, 1988), 103-117; D. Tomich, “World Slavery and Caribbean Capitalism: The Cuban Sugar Industry, 1760-1868”, Theory and Society 20, n.º 3 (1991): 297-319; Philip McMichael, “Slavery in capitalism: The rise and demise of the U. S. Ante-Bellum cotton culture”, Theory and Society 20, n.º 3 (1991): 321-349; Philip McMichael, “Slavery in the Regime of Wage Labor: Beyond Paternalism in the U.S. Cotton Culture”, Social Concept 6, n.º 1 (1991): 10–28.

  15. 15 John Clegg y Duncan Foley, “A Classical Marxian Model of Antebellum Slavery”, Cambridge Journal of Economics, 43, n.º 1 (2019); 107–138; John Clegg, “A Theory of Capitalist Slavery”, Journal of Historical Sociology 33, n.º 1 (2020): 74–98; David McNally, Blood and Money: War, Slavery, Finance, and Empire. Chicago: Haymarket, 2020; Tâmis Parron, “Transcending the Capitalism and Slavery Debate” y “Revolução industrial e circuitos mercantis globais: a crise da escravidão no império britânico”, Revista usp, n.º 132 (2022): 185-212.

  16. 16 Nick Nesbitt, The Price of Slavery: Capitalism and Revolution in the Caribbean (Charlottesville: University of Virginia Press, 2022).

  17. 17 Nesbitt, The Price of Slavery, 49, 54-57.

  18. 18 Nesbitt, The Price of Slavery, 26.

  19. 19 Nesbitt, The Price of Slavery, 29, 35. Nesbitt dice que sus argumentos están “decisivamente” influenciados por Fred Moseley, Money and Totality: A Macro-Monetary Interpretation of Marx’s Logic in “Capital” and the End of the “Transformation Problem” (Chicago: Haymarket, 2017). Pero sus comentarios siguen mucho más de cerca, casi al pie de la letra, a Patrick Murray, The Mismeasure of Wealth: Essays on Marx and Social Form (Chicago: Haymarket, 2017).

  20. 20 Nesbitt, The Price of Slavery, 207.

  21. 21 Karl Marx, Capital: A Critique of Political Economy, vol. i (London: Penguin Books, 1976), 323, 331, 421.

  22. 22 Nesbitt, The Price of Slavery, 207, 250.

  23. 23 Nesbitt, The Price of Slavery, 6, 35.

  24. 24 Nesbitt, The Price of Slavery, 26, 164.

  25. 25 Marx, Capital, I, 240-241.

  26. 26 Nesbitt, The Price of Slavery, 138; Karl Marx, Grundrisse: Foundations of the Critique of the Political Economy (Rough Draft) (London: Penguin, 1993), 224.

  27. 27 Nesbitt, The Price of Slavery, 6, 103.

  28. 28 D. Tomich, Through the Prism of Slavery: Labor, Capital, and World Economy (Lanham: Rowman & Littlefield, 2004); “Commodity Frontiers, Spatial Economy and Technological Innovation in the Caribbean Sugar Industry, 1783–1866”, en The Caribbean and the Atlantic World Economy, editado por A. Leonard y D. Pretel (London: Palgrave-Macmillan, 2015), 184–216.

  29. 29 Parron, “Transcending the Capitalism and Slavery Debate”.

  30. 30 Marx, Grundrisse, 99. Mi marco teórico está influenciado por Theodor Adorno, Drei Studien zu Hegel (Frankfurt: Suhrkamp, 1963); Roman Rosdolsky, The Making of Marx’s “Capital” (London: Pluto Press, 1989 [1968]); Heinrich Reichelt, Zur logischen Struktur des Kapitalbegriffs bei Karl Marx (Freiburg: ça-ira, 2006 [1970]); Bertell Ollman, Alienation: Marx’s conception man in capitalist society (Chicago: University of Illinois Press, 1976); Diane Elson (ed.), Value: The Representation of Labour in Capitalism. Radical Thinkers (London: Verso, 1979); David Harvey, The limits to capital (London: Verso, 1982); Derek Sayer, The Violence of Abstraction: The Analytic Foundations of Historical Materialism (Oxford: B. Blackwell, 1987); Moishe Postone, Time, labor, and social domination: a reinterpretation of Marx’s critical theory (Cambridge: Cambridge University Press, 1993); Hans-Georg Backhaus, Dialektik der Wertform: Untersuchungen zur Marxschen Ökonomiekritik (Freiburg: ça-ira, 1997).

  31. 31 Farshad Araghi, “Food Regimes and the Production of Value: Some Methodological Issues”, The Journal of Peasant Studies 30, n.º 2 (2003): 337–368; Harriet Friedmann, Philip McMichael, “Agriculture and the State System: The Rise and Fall of National Agricultures, 1870 to the Present”, Sociologia Ruralis 29, n.º 2 (1987): 93–117; Philip McMichael, Food Regimes and Agrarian Questions (Halifax: Fernwood, 2013); Mark Tilzey, Political Ecology, Food Regimes, and Food Sovereignty: Crisis, Resistance, and Resilience (London: Palgrave Macmillan, 2018).

  32. 32 Marx, Capital, I, 274.

  33. 33 Nesbitt, The Price of Slavery, 72.

  34. 34 Marx, Capital, i, 344-345.

  35. 35 Theodor Adorno, Drei Studien zu Hegel, citado aquí de Theodor Adorno, Hegel: Three Studies (Cambridge: MIT Press, 1993, 9-10); y Metaphysik: Begriff und Probleme (Frankfurt: Suhrkamp, 1998), 108.

  36. 36 Para contrastar la fijación de precios de esclavos en el Egipto o la India medievales con la fijación de precios de esclavos en los Estados Unidos del siglo XIX, véase Bernard Lewis, Race and Slavery in the Middle East: An Historical Analysis (Oxford: Oxford University Press, 1990); Lionel Caplan, “Power and Status in South Asian Slavery”, en Asian and African Systems of Slavery, editado por James Watson (Berkeley: University of California Press, 1980), 169-195; y Fogel y Engerman, Time on the Cross, 67-86.

  37. 37 Marx, El Capital, i, 274. Para estudios que también consideran a los esclavos como capital fijo, véase Ralph V. Anderson y Robert E. Gallman, “Slaves as Fixed Capital: Slave Labor and Southern Economic Development”, The Journal of American History 64, n.º 1 (1977): 24-46; Jacob Metzer, “Rational management, modern business practices, and economies of scale in the ante-bellum southern plantations”, Explorations in Economic History 12, n.º 2 (1975): 123-150. Para comparaciones abstractas entre la esclavitud y otras formas de capital, véase Thomas Piketty y Gabriel Zucman, “Capital Is Back: Wealth-Income Ratios in Rich Countries, 1700–2010”, Quarterly Journal of Economics 129, n.º 3 (2014): 1255–1310; y Caitlin Rosenthal, Accounting for Slavery: Masters and Management (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2018).

  38. 38 Karl Marx, Theories of Surplus-Value, vol. iii (Moscow: Progress Publisher, 1971), 253.

  39. 39 Sven Beckert, The Empire of Cotton.

  40. 40 Jason Moore, Capitalism in the Web of Life: Ecology and the Accumulation of Capital (Londres: Verso, 2015), 138-139, parcialmente reelaborado aquí.

  41. 41 Marx, Theories of Surplus Value, iii, 368.

  42. 42 Philip McMichael, Food Regimes and Agrarian Questions; Harriet Friedmann and Philip McMichael, “Agriculture and the State System: The Rise and Fall of National Agricultures, 1870 to the Present”, 93–117; Farshad Araghi, “Food Regimes and the Production of Value: Some Methodological Issues”, 337-368.

  43. 43 Roman Rosdolsky, The Making of Marx’s “Capital”, 385; Rosa Luxemburg, A acumulação do capital (Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 2021).

  44. 44 John Stuart Mill. Principles of Political Economy: with Some of Their Application to Social Philosophy (New York: Appleton and Company, 1868), 257.

  45. 45 Immanuel Wallerstein, The Modern World-System iii: The Second Era of Great Expansion of the Capitalist World-Economy, 1730–1840s (Cambridge, MA: Academic Press, 1989); Daniel Cunha, “The Rise of the Hungry Automatons: The Industrial Revolution as World-Historical Imposition of Abstract Labor and Feralized Extractivism” (Ph.D. Thesis in Sociology, Binghamton University, 2022).

  46. 46 D. Tomich, Through the Prism of Slavery.

  47. 47 Robin Blackburn, The American Crucible: Slavery, Emancipation and Human Rights (London: Verso, 1988); Rafael Marquese, Tâmis Parron and Marcia Berbel, Slavery and Politics: Cuba and Brazil, 1790–1850 (Albuquerque, NM: The University of New Mexico Press, 2016); Sven Beckert y Seth Rockman, Slavery’s Capitalism: A New History of American Economic Development (University of Pennsylvania Press, 2016).

  48. 48 “Petition of the undersigned Merchants and Shipowners of Liverpool trading to Brazil, and Members of the Association of British merchants denominated the ‘Brazilian Association of Liverpool’”, Liverpool, 1833 (memorial to Parliament), en John James Sturz, A Review, financial, statistical and commercial, of the empire of Brazil (London: Efingham Wilson, 1837), 135.

  49. 49 James Cropper, Letters Addressed to William Wilberforce, Recommending the Encouragement of the Cultivation of Sugar in our Dominions in the East Indies (Liverpool: Longman, 1822), 48. Una imagen clara del problema surge de la lectura combinada de discursos políticos y económicos publicados en ese momento: Charles Bosanquet, Thoughts on the Value, to Great Britain, of Commerce in General (London, Dowall, 1807); Debates at the General Court of Proprietors of East-India Stock on the East-India Sugar Trade (London: Cox and Baylis, 1823); East India Sugar, or Inquiry respecting the Means of Improving the Quality and Reducing the Cost of Sugar Raised by Free Labour in the East Indies (London: Hatchard, 1824); [Chandos Leigh], Tracts, written in the Years 1823 and 1828 (Warwick: Merridew, 1832); [Zachary Macaulay], East and West India Sugar, or a Refutation of the Claims of the West India Colonists to a Protecting Duty on East India Sugar (London: Lupton Relfe, 1823); Manchester Public Library (MPL), Manchester, England: Manchester Chamber of Commerce (MCC), Proceedings, M8, 2, 2; John Prinsep, Suggestions on Freedom of Commerce and Navigation more Especially in Reference to the East-India Trade (London: Ridgway, 1823); Report of the Select Committee on East India Company’s Affairs, 1831-1832, British Parliamentary Papers, Colonies, East Indies; John Seeley, A Few Hints to the West Indians on their Present Claims to Exclusive Favour and Protection (London: Kingsbury, 1823); William Spence, The Radical Cause of the Present Distress of the West-India Planters Pointed Out (London: Hanfard, 1807); Substance of a Debate in the House of Commons on the Motion of Mr. W. W. Whitmore (London: Brickwood, 1823).

  50. 50 Report of a Committee of a Liverpool East India Association, Appointed to Take into Consideration the Restrictions on the East India Trade (Liverpool: James Smith, 1822), 44.

  51. 51 Tâmis Parron, “Revolução industrial e circuitos mercantis globais: a crise da escravidão no império britânico”.

  52. 52 Harvey, The Limits to Capital, 192.

  53. 53 Eric Hobsbawm, Industry and Empire: From 1750 to the Present Day (London: Penguin, 1990), 90; Seymour Broadbridge, Studies in railway expansion and the capital market in England, 1825–1873 (London: Frank Cass, 1970).

  54. 54 Peter Mathias, The First Industrial Nation? An Economic History of Britain 1700–1914 (London: Routledge, 2000).

  55. 55 Alfred Chandler, The Railroads: The Nation’s First Big Business (New York: Harcourt, Brace & World, 1965).

  56. 56 Scott Reynolds Nelson (2012). A Nation of Deadbeats: An Uncommon History of America’s Financial Disasters (New York: Vintage Books, 2012); Michael Perelman, Railroading Economics: The Creation of the Free Market Mythology (New York: Monthly Review Press, 2006); Richard White, Railroaded: The Transcontinental and the Making of Modern America (New York: Norton, 2012). Con el tiempo, esto cambiaría profundamente los activos de capital, pasando de la propiedad de la tierra al “entorno construido” (built environment), la industria, los valores financieros y las inversiones extranjeras (Thomas Piketty, Capital et idéologie. Paris: Seuil, 2019).

  57. 57 Alfred Chandler, The Railroads; Michael C. Jensen, “The Modern Industrial Revolution, Exit, and the Failure of Internal Control Systems”, The Journal of Finance 48, n.º 3 (1993): 831–880.

  58. 58 Oscar Zanetti and Alejandro Alvarez, Sugar & Railroads: A Cuban History, 1837–1959 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1998).

  59. 59 A. Shuman, Statistical Report of the Railroads in the United States (Washington, DC: Government Printing Office, 1882); Brian Mitchell, International Historical Statistics: Europe, 1750–1988 (New York: Stockton Press, 1992).

  60. 60 David Weiman, “The first land boom in the antebellum United States: was the south different?”. En Structures and dynamics of exploitations. Studies in social and economic history, editado por E. Aerts, M. Aymard, G. Postel-Vinay, y R. Sutch (Leuven: Leuven University Press, 1990), 27-39; Gavin Wright, Slavery and American Economic Development (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 2006).


Tâmis Parron

Doctor en Historia de la Universidad de Sao Paulo, adscrita a la Universidade Federal Fluminense (Brasil). Su grupo y línea de investigación son commun (História Comparada Mundial / Compared Global History) y uff Center on Global Inequalities. Él es autor de: “Slavery and the Power of Trade: Markets and Geopolitics in the Nineteenth-Century Americas”, en Current Trends in Slavery Studies in Brazil, editado por Stephan Conermann, Mariana Armond Dias Paes, Roberto Hofmeister-Pich y Paulo Cruz Terra (Stephan, 2023, 125-150); “Revolução industrial e circuitos mercantis globais: a crise da escravidão no império britânico”, Revista usp, n.º 132 (2022): 185-212; “Transcending the Capitalism and Slavery Debate: Slavery and World Geographies of Accumulation.” Theory and Society (2022, en línea); “The Great Transformation: World Capitalism and the Crisis of Slavery” en The Atlantic and Africa: The Second Slavery and Beyond, editado por Dale Tomich y Paul Lovejoy (New York: sunny Press, 2021, vol. 1): 19-47; and “The British Empire and the Suppression of the Slave Trade to Brazil: A Global History Analysis.” Journal of World History  29, n.º1 (2018): 1-36. tamisparron@id.uff.br