Introducción
Para muchos historiadores citadinos, las comodidades de los siglos XX y XXI hacen que se pierda de vista la estrecha relación entre clima y sociedad. La necesidad de agua, que se suple con sólo abrir el grifo y pagar por el abastecimiento. Sin importar cuáles sean las condiciones atmosféricas, mientras existan ingresos suficientes, la comida llega a la mesa, desde campos cada vez más lejanos y sin brazos que deben suplir las necesidades de las ciudades, o proveniente de puntos opuestos en la Tierra, gracias a barcos y aviones veloces y con sistemas de refrigeración. Ante la escasez, los alimentos frescos pueden ser reemplazados por variedad de productos enlatados, deshidratados, congelados y artificiales. Frente a los extremos de calor o frío, la solución simple es adquirir y poner a funcionar sistemas de aire acondicionado, ventilación o calefacción. Ocasionalmente, algún aguacero torrencial impacta las viviendas urbanas, pero el problema puede que nunca afecte a la mayoría de un modo directo, sino a quienes se asientan en zonas de pendiente y rondas de los ríos, o donde los alcantarillados son precarios o inexistentes. ¿Qué sentido tiene entonces abordar desde la historia problemas relacionados con el clima? ¿No sería esto un retorno al determinismo decimonónico que explicaba las dinámicas de las sociedades a partir de condiciones como el clima en el cual vivían?
Por supuesto, para las comunidades agrarias del pasado y del presente, el clima no es la explicación de todas sus desgracias (y tampoco debe serlo para quienes las estudiamos). Sin embargo, su contacto directo con el suelo y la obtención de alimentos y materias primas de origen animal y vegetal sí han implicado una relación mucho más estrecha con el clima. Del estado del tiempo y el clima depende la oferta de agua, fundamental para regar cultivos, abrevar ganados, generar energía y satisfacer las necesidades humanas. La carencia de lluvias puede acarrear la pérdida de las cosechas y la enfermedad, desnutrición y muerte de los animales domésticos y hasta de seres humanos. Los extremos de temperatura tienen también efectos en las densidades de población e inciden en la demanda de agua y materiales combustibles, y, junto con las condiciones hídricas, afectan la calidad y cantidad de las cosechas y la producción animal de leche, carne, sebo, lana o miel, por citar algunos ejemplos. La dirección y velocidad de los vientos pueden dañar estructuras o cultivos, favorecer o limitar la propagación de insectos, hongos y bacterias, o servir de alternativa para generar energía1. Entonces, ¿por qué negarnos a estudiar la interrelación clima-sociedad? Más que pretender que en el clima reside la explicación de los fenómenos y dinámicas sociales, ¿por qué ignorar que es un factor explicativo al menos por considerar?
En el afán de desmarcarse del determinismo geográfico, relacionado con discursos de superioridad racial, campañas de exterminio a minorías étnicas y sometimiento de pueblos en zonas intertropicales, desde mediados del siglo XX, la mayoría de los historiadores abandonó el estudio de la relación clima-sociedad. Este objeto expósito no tardó en ser recogido por los científicos naturales2 y unos pocos afiliados a las ciencias sociales y humanidades, que podrían ser considerados descarrilados de la corriente principal. Ejemplos de estas excepciones3, por sus investigaciones realizadas y publicadas en las décadas de 1960 y 1970, con el objetivo explícito y específico de explorar esas relaciones entre clima y sociedad, son los historiadores Emmanuel Le Roy Ladurie4, Christian Pfister5, Enrique Florescano6 y Jan de Vries7. En estos autores se encuentra un elemento común: su interés por el clima surgió con el estudio de temas agrarios, donde la estrecha relación de la población rural con las condiciones climáticas no podía ignorarse. Tampoco podía omitirse en contextos urbanos ni en otras historias agrarias, pero, aun así, primó por décadas la ausencia del clima.
La inquietud por el clima despertó en otros autores, desde diferentes disciplinas, en la década de 1980 y, con mayor fuerza, desde la década de 1990 hasta la actualidad. Las dinámicas de finales del siglo XX permiten comprender esta tendencia. El encendido de alarmas sobre las consecuencias de la industrialización para la vida en el planeta y el surgimiento de las preocupaciones ambientales, incluso por parte de organismos supranacionales, estuvo marcado por hitos como la publicación de Silent Spring por Rachel Carson en 1962 y de Los límites del crecimiento por el Club de Roma en 1972, la celebración de la Conferencia Internacional sobre el Medio Humano en Estocolmo el mismo año, y la crisis del petróleo en 1973. Sin embargo, las investigaciones específicas sobre el clima empezaron a aumentar con posterioridad a la gran sequía de 1982-1983, asociada a la ocurrencia de El Niño8, y que se tradujo en una hambruna severa en los países del Cuerno Africano, difundida ampliamente en los medios de comunicación. Otro despertador se disparó con la erupción del Monte Pinatubo (Filipinas) en 1991, que alteró las condiciones atmosféricas y meteorológicas9 y que coincidió el mismo año con otro fenómeno de El Niño que se prolongaría hasta 199310. Así, después de estas coyunturas, y en lo sucesivo, han sido publicadas diferentes cronologías sobre ocurrencia de El Niño y/o La Niña, que cubren varios siglos11, a la vez que otros investigadores se han enfocado en las consecuencias para las sociedades del pasado que se vieron afectadas por uno o varios El Niño12. En estos casos, por disponibilidad de fuentes y afectación directa por pertenencia a la cuenca del Pacífico, como se indica en las referencias, ha sido importante el aporte desde y sobre Latinoamérica13.
Por supuesto, El Niño no ha sido el único tema que ha llamado la atención en las últimas décadas. La creciente preocupación por el cambio climático actual, en múltiples ámbitos y escalas, ha llevado a algunos historiadores a explorar no sólo las coyunturas, sino lapsos más amplios donde se experimentaron alteraciones en las condiciones climáticas globales. Por ejemplo, ha sido de particular interés, sobre todo para casos europeos, pero con algunos avances para otras regiones (entre ellas, Latinoamérica), la Pequeña Edad de Hielo o Pequeña Edad Glacial14. Este periodo, según la perspectiva, comenzó entre los siglos XIV y XVI, y, según el consenso, finalizó a mediados del siglo XIX, justo para marcar el inicio del calentamiento actual. Aunque por su nombre pudiera pensarse que se trata de varios siglos sucesivos de enfriamiento, más bien fue un periodo de avance de masas glaciares en alta montaña, de algunos inviernos prolongados y con temperaturas por debajo de lo habitual, veranos con condiciones de otoño o primavera y, en las zonas de latitudes bajas sin estaciones, sequías severas o lluvias en cantidades o periodos inusuales15. Otro periodo de cambio climático que ha sido objeto de estudio, aunque con menor intensidad, desde la historia, y para casos americanos desde la arqueología, ha sido el Óptimo Cálido Medieval o Pequeño Óptimo Medieval16, ubicado en el lapso comprendido entre los siglos X y XIII de nuestra era y que antecedió a la Pequeña Edad de Hielo, que se caracterizó por la retracción de glaciares, veranos cálidos y prolongados, aumento de cosechas y posibilidades de cultivar productos de latitudes y altitudes más bajas17. Además del estudio de estos periodos, con miras a examinar respuestas sociales a presiones concretas vinculadas con los elementos del clima, también se han reconstruido historias de episodios específicos vinculados con sequías, inundaciones, huracanes o heladas, entre otros fenómenos hidrometeorológicos18.
Dentro de este campo de estudio de las relaciones clima-sociedad en perspectiva histórica, las investigaciones sobre el territorio colombiano aún son escasas, han tocado asuntos climáticos de manera tangencial19 o han sido realizadas por personas con formación en otras disciplinas y se refieren a escalas geológicas o a zonas y periodos cubiertos por registros cuantitativos tomados con instrumentos20. Frente a este panorama, este artículo busca motivar a los historiadores para que se involucren en la reconstrucción de la historia climática o tengan herramientas para, desde otras líneas de investigación, incorporar variables que se relacionan con clima y condiciones meteorológicas. En primer lugar, brinda indicaciones sobre las posibles fuentes para esa historia en el actual territorio colombiano. En segundo lugar, presenta una guía metodológica para los investigadores que quieran incursionar en la historia climática, con un ejemplo práctico basado en hallazgos investigativos sobre el altiplano cundiboyacense21, principalmente, en la segunda mitad del siglo XVIII y los albores del siglo XIX. Por último, presenta una agenda investigativa que incluye los estudios regionales para una visión completa del territorio y la profundización sobre la relación clima-sociedad durante coyunturas políticas como la Independencia.
1. Fuentes y problemas para la historia climática del actual territorio colombiano
Algunos de los principales problemas cuando nos acercamos a reconstruir la historia del clima y su relación con la sociedad son la carencia y dispersión de la información. Si bien a lo largo de la historia se utilizaron múltiples mecanismos para observar los meteoros y registrar su comportamiento, los instrumentos de registro cuantitativo estandarizado, como el barómetro y el termómetro, no se inventaron hasta el siglo XVII de nuestra era, y su uso no se generalizó hasta el siglo XIX. Aun en la actualidad su uso no es universal y muchas áreas carecen de estaciones meteorológicas que puedan arrojar datos más o menos precisos sobre sus condiciones. Para el caso del territorio colombiano, aunque el registro sistemático de datos se institucionalizó con el decreto 817 de 1881 de recopilación de datos por el Servicio de Agricultura y del Comercio22, y sólo vino a estar en manos de expertos a partir de 1935 con la creación del Instituto Geográfico Militar (después Instituto Agustín Codazzi)23, hay algunos registros cuantitativos disponibles para la primera mitad del siglo XIX. La mayoría de ellos fueron tomados en Bogotá (ver la figura 1) por interesados en la meteorología: Francisco José de Caldas (1807-1808)24, Jean-Baptiste Boussingault y François Roulin (1823), y Joaquín Acosta (1831-1835)25, un autor anónimo en los nueve números de La Crónica Semanal (1835); Tomás Cipriano de Mosquera (1848)26, José Caicedo Rojas (1852)27 y Ezequiel Uricoechea (1859)28. Como se puede observar en la figura 1, los registros no son continuos y rara vez cubren más de seis meses por año. Cada uno de sus autores calibró los instrumentos según su parecer y empleó diversas escalas para temperatura (Réaumur, Fahrenheit, Celsius) y precipitación (líneas de pie del rey, pulgadas, días de lluvia, milímetros). Los datos para otros puntos del país son aún más escasos y dispersos, tal como se aprecia en la tabla 1.
Figura 1.
Registros cuantitativos de temperatura y precipitaciones disponibles para Bogotá, primera mitad del siglo XIX
Tabla 1.
Registros meteorológicos cuantitativos de lugares diferentes a la capital, primera mitad del siglo XIX
Ante esta escasez de registros cuantitativos, ¿cuáles son las alternativas para quienes quieren reconstruir la historia del clima antes del siglo XX? Existen diversos métodos para extraer datos del “archivo” biofísico, como los análisis de sedimentos fluviales, lacustres y marinos, crecimiento de anillos de los árboles, polen, registro fósil, isótopos 18O en los núcleos de hielo, cambios en el plancton y en los corales, entre otros29. Sin embargo, en la mayoría de los casos, los historiadores no contamos con la formación necesaria para llevarlos a cabo. Cuando recurrimos a estudios previos, estos suelen estar en escalas temporales de miles y millones de años que, si bien brindan un contexto más amplio, dificultan la apreciación de detalles y relaciones en tiempos humanos. Aunque lo ideal sería el trabajo interdisciplinar, si no es posible escrutar ese acervo biofísico, la información que pueden arrojar las fuentes antrópicas puede ser abundante si se abordan con las preguntas adecuadas y en busca de indicios clave.
Si no están disponibles los registros cuantitativos continuos y sistemáticos (que no por esto son infalibles y deben ser cuestionados como cualquier otra fuente), las condiciones climáticas pueden reconstruirse con reportes cualitativos. Aunque esté dispersa y camuflada, para el caso colombiano la información está disponible. Un inventario exhaustivo30 de las fuentes sería materia de otro artículo y debe nutrirse con más investigaciones regionales, pero, por ahora, es importante llamar la atención sobre posibles vetas. Por ejemplo, en la Sección Colonia (SC) del Archivo General de la Nación (AGN), los fondos Abastos, Caciques e Indios, Miscelánea, Tierras, Tributos o Visitas suelen contener documentos que aluden a la escasez de víveres y materias primas, las dificultades para cumplir con la tributación o las dificultades para la producción agropecuaria en tierras de propiedad privada o comunal. En la misma sección, el fondo Milicias y Marina contiene reportes sobre el abastecimiento de las tropas y algunos informes cualitativos detallados sobre el estado del tiempo, producidos por orden real en la década de 178031, mientras que el fondo Mejoras Materiales permite identificar causas de daño en infraestructura o retraso en su mantenimiento. En el mismo AGN, el fondo Gobernaciones de la Sección República contiene informes pormenorizados de los jefes de provincia sobre circunstancias vinculadas a las condiciones meteorológicas como el abasto y precio de víveres o las condiciones de la infraestructura. Parte de la producción cartográfica que se encuentra en la Sección Mapas y Planos incluye información textual sobre la percepción de la abundancia y escasez de agua, o se advierte de ríos intransitables o pérdida de caudales para navegación. Por su parte, los archivos regionales y las actas de cabildo y demás documentos que conservan dan pistas sobre crisis vinculadas a la falta de agua y, en especial, la organización de rogativas pro pluvia, financiadas con dineros públicos, para paliar la escasez. Los archivos parroquiales, que han tenido largo funcionamiento y posibilidades de preservar sus documentos, en ocasiones cuentan con libros de cuentas de contribuciones en especie o registros de las cofradías. En ambos casos, los documentos destacan momentos de crisis en la producción agropecuaria. Entre las restantes fuentes cabría incluir a los cronistas y cosmógrafos, los misioneros, los miembros de expediciones científicas (Expedición Botánica, Comisión Corográfica), los viajeros nativos y extranjeros, la prensa agrícola… y la lista podría continuar.
La información cualitativa disponible en fuentes como las mencionadas se puede clasificar en directa e indirecta (ver la figura 2). Llamamos directa a la información que se recopiló a partir de observaciones del estado del tiempo y el clima en condiciones “normales” o “alteradas”, según el punto de vista de su autor y comprendida en su contexto. En cambio, la información indirecta es aquella que no fue producida para el registro meteorológico, pero que brinda indicios sobre condiciones geofísicas, biológicas, demográficas o económicas. Por ejemplo, en regiones ganaderas, cuando aumentan los reportes de escasez de sebo para velas o jabones, falta de pastos o menor producción de leche, es posible que se esté presentando una sequía. Por supuesto, no cualquier reporte de condiciones adversas puede ser tomado como real. La necesidad de evadir una obligación tributaria o una deuda, la búsqueda de beneficios (subsidios, tierras, acceso al agua…) o la falta de medios para enfrentar una crisis pueden llevar a sobredimensionar los hechos32. También se deben tener en cuenta factores no directamente climáticos asociados a este tipo de reportes33 como la degradación de suelos, la introducción de especies foráneas, las migraciones humanas, el cambio tecnológico, el control de precios, entre otros.
2. Contraste entre fuentes, construcción de series y teleconexiones. Aplicación al caso del altiplano cundiboyacense, finales del siglo XVIII y principios del XIX
Debido los intereses envueltos que pueden viciar la reconstrucción de la historia del clima, además de la crítica interna y externa de las fuentes, es fundamental recurrir al contraste de información de diferente procedencia para encontrar coincidencias, incluso entre personas o instituciones que no tienen relación directa y cuyos intereses pueden ser divergentes (gobernantes, organismos legislativos o judiciales, hacendados-pequeños propietarios, agricultores-ganaderos, comerciantes…). Aun con ese contraste, la severidad de un fenómeno meteorológico depende de la percepción y preparación mental y material de la sociedad que lo enfrenta, razón por la cual se deben comprender sus condiciones materiales y sus construcciones simbólicas34.
Una vez las fuentes son interrogadas y contrastadas, la información cualitativa puede ser útil para construir series con indicadores cuantitativos y analizar tendencias35. Con frecuencia, a partir de descripciones, los historiadores climáticos asignan cero para indicar las condiciones “normales” o promedio y valores que oscilan entre -2 y +2 para mostrar condiciones atípicas que pueden indicar la severidad de un mismo fenómeno hidrometeorológico36 o representar superávit y déficit de agua, desde la sequía severa hasta la inundación de grandes proporciones. Por ejemplo, para el caso del altiplano cundiboyacense, en los Andes orientales colombianos, podemos construir una serie referida a sequías frente a lluvias inusitadas e inundaciones, como se muestra en la tabla 2.
Una vez establecidos estos indicadores, pueden representarse gráficamente (ver la figura 3).
Figura 3.
Frecuencia y severidad de sequías e inundaciones en el altiplano cundiboyacense, 1780-1820
Establecidas las series y los años críticos, se pueden descartar reportes exagerados o sobre hechos inexistentes y crisis relacionadas con otros factores biofísicos o presiones sociales no necesariamente vinculadas con el clima. Para tal fin, un mecanismo útil es la identificación de teleconexiones37, es decir, la asociación entre fenómenos hidrometeorológicos considerados atípicos, incluso en extremos opuestos de precipitación o temperatura, que ocurren de manera simultánea en otros puntos de la Tierra o, incluso, en regiones cercanas con condiciones biofísicas y antrópicas particulares. Así, por ejemplo, debido al carácter global de El Niño, pero con unos efectos diferenciados según las condiciones locales, pueden hallarse sequías severas donde se esperaban lluvias, precipitaciones abundantes en zonas áridas o donde se esperaba tiempo seco, o inviernos muy fríos y prolongados donde se presentan estaciones. La coincidencia temporal permite establecer que, más que una invención para favorecer intereses particulares, las condiciones atmosféricas no eran las habituales y sometieron a presión a grupos humanos que no tenían vínculos directos.
Para el caso del altiplano cundiboyacense, a partir de la figura 3, se han escogido algunos años críticos, identificados en varias cronologías como de ocurrencia de ENOS (El Niño/Oscilación del Sur), para establecer esas teleconexiones en el mismo territorio del Virreinato de la Nueva Granada y en otros puntos de América, que se sintetizan en la tabla 3. Es importante anotar que los resultados son orientativos, pero que aún deben alimentarse con estudios regionales que están a la espera de investigadores.
Tabla 3.
Fenómenos hidrometeorológicos “atípicos” en el altiplano cundiboyacense y algunas teleconexiones, 1783-1809
Sobre estas sequías e inundaciones registradas en el altiplano, así como sobre la identificación de sus teleconexiones, es necesario hacer algunas precisiones. Primero, la abundancia de aguas rara vez aparece como un problema reportado por productores agropecuarios, independiente de su pertenencia étnica o social; más bien, es la preocupación de autoridades que deben mantener la infraestructura para el comercio y el transporte que conecta a las ciudades. Segundo, no se han identificado aún reportes para la región referidos a años ya identificados como de ocurrencia de ENOS38, tales como 1790, 1810, 1812 y 1817. El silencio en las fuentes hace surgir dudas sobre si había una preparación adecuada para evitar la crisis, si las afectaciones fueron mínimas o si la población alfabeta no vio mérito para dejar constancia de las anomalías. Tercero, la identificación de teleconexiones se dificulta a partir de 1810, debido al uso de periodizaciones políticas que suelen limitar los estudios hasta el inicio de las independencias, o por carencia de fuentes, debido a conmociones que interrumpieron los registros. No obstante, más que la inexistencia del vínculo, es un llamado a una búsqueda más exhaustiva. Las condiciones en otros puntos del planeta ofrecen indicios importantes, entre los que cabe destacar la erupción del Tambora (actual Indonesia) en 1815, que, por sus dimensiones, alteró las condiciones atmosféricas globales, especialmente, pero no de manera exclusiva, en 181639, y cuyos efectos en Latinoamérica aún están por explorarse.
Consideraciones finales
Las fuentes para la historia climática y los caminos metodológicos que se señalan en este artículo son una guía para adecuar y enriquecer con futuras investigaciones, y, ante todo, un abrebocas que motive el interés por la indagación sobre variables climáticas para quienes nos dedicamos a la Historia. Es también una respuesta a las inquietudes que los historiadores climáticos afrontamos referidas a la inexistencia de fuentes para una reconstrucción de fenómenos hidrometeorológicos o a la dificultad para escudriñar en esa relación clima-sociedad. Como se ha señalado, aunque sean pocos los materiales elaborados con el propósito explícito de registrar condiciones climáticas o meteorológicas para la posteridad, la información, aunque dispersa, existe.
Más allá de los fondos del Archivo General de la Nación o de las fuentes primarias impresas usualmente utilizadas para estudiar los siglos XVIII y XIX (prensa, relaciones de virreyes, diarios de misioneros y viajeros, informes de expediciones científicas…), es importante seguir excavando en las minas de los archivos regionales, notariales, parroquiales y privados (familiares o empresariales). Aunque no siempre sea fácil acceder a estos materiales, o consultarlos sea un desafío por falta de catalogación y organización, en ellos pueden hallarse documentos de gran valor. Tal es el caso, por ejemplo, del Archivo de la Parroquia Santiago Apóstol de Tunja, donde se encuentra un libro con cuentas de las cofradías del pueblo de Bogotá, con informes sobre sequías que afectaban la producción de queso y leche o hacían necesario el alquiler de pasturas. Como este, los investigadores pueden encontrar muchos más. Además, más allá de las fuentes documentales, existe un mundo gráfico y material por explorar, que conserva el registro de esas relaciones materiales y simbólicas entre clima y sociedad: acuarelas, grabados, billetes, fotografías, mojones y barricadas, entre otros elementos.
Establecida la existencia de información, es posible plantear una agenda investigativa. Proponemos aquí sólo tres ejemplos. Primero, como se mostró en la figura 3 y la tabla 3, la primera década del siglo XIX es especialmente crítica tanto en el Virreinato de la Nueva Granada como en otros territorios bajo dominio ibérico. Aunque la sequía o la inundación acompañó el incremento de precios, la escasez y hasta la hambruna, cabe preguntarse aún si existió alguna relación con los procesos de independencia, bien sea porque la inestabilidad política impidió enfrentar mejor las crisis, o porque la crisis exacerbó ánimos de productores agropecuarios afectados por pérdida de ganados y cosechas, de los abastecedores de ganados que luchaban contra un precio inmóvil de la carne fijado por el cabildo, o de los consumidores urbanos en general. Sólo una mirada profunda a estos actores puede arrojar mayores luces al respecto. Segundo, es necesario avanzar en la exploración de esa relación clima-sociedad en regiones con condiciones biofísicas y antrópicas diversas, no sólo porque una visión general del clima en el actual territorio colombiano requiere fijar múltiples teleconexiones internas, sino porque permite establecer contrastes cuando se modifican variables como la densidad de población, la pertenencia étnica, la actividad económica principal, la vegetación o la humedad, que inciden en los niveles de presión que enfrentan las sociedades y su capacidad de respuesta. Tercero, aun con registros cuantitativos en periodos considerados instrumentales, desde finales del siglo XX hasta la actualidad, es necesario el contraste con las prácticas tradicionales de observación y registro de fenómenos meteorológicos y condiciones climáticas, y la conexión con la percepción particular que sobre estos puedan tener distintos grupos sociales, y en diferentes puntos del territorio. Para tal fin, pueden ser útiles los archivos personales, los diarios de viajeros y la literatura costumbrista, entre otras fuentes.

