El camino de Japón hacia la influencia global a través del soft power
Isabella Montoya Abadía
モントーヤ アバディア・イサベラ
Estudiante de Lenguas y Cultura, Universidad de los Andes
Estudiante de historia, Universidad de los Andes
ロスアンデス大学 言語と文化学 学士課程在籍
ロスアンデス大学 歴史学 学士課程在籍
https://doi.org/10.53010/kobai.09.2025.06
La narrativa histórica de Japón es compleja y está marcada por imperios, monarquías, guerras, convulsiones culturales, controversias políticas, invasiones y deudas históricas. El período Meiji, que comenzó en 1868, vio cómo Japón adoptaba un enfoque imperialista en sus decisiones internacionales, una trayectoria que condujo a acontecimientos importantes como el anexo de Manchuria, la ocupación de la península de Corea y la posterior derrota en la Segunda Guerra Mundial (Adelman, Pollard, Rosenberg y Tignor, 2024). Después de la guerra, Japón se enfrentó a la difícil tarea de reconstruir la nación desde cero, lo que provocó una profunda duda para su gobierno: ¿cómo se reconstruye un país que ha experimentado circunstancias tan devastadoras?
La respuesta se fue revelando gradualmente, dando pie al surgimiento de nuevos valores culturales hoy en día profundamente arraigados en el pueblo japonés. El trabajo duro y la perseverancia se convirtieron en los pilares de una nación decidida a construir su país. Sin embargo, no fue hasta la segunda mitad del siglo XX cuando apareció una nueva arma no violenta: el soft power (poder blando). La ola Cool Japan, la popularidad generalizada del anime, el debut de los ídolos del J-pop (pop japonés) y la creación de figuras icónicas como Hello Kitty desempeñaron papeles fundamentales, no solo en la revitalización cultural sino también en el crecimiento económico. Estos bienes culturales se convirtieron en herramientas poderosas para la influencia global de Japón, superando el impacto que las guerras o las invasiones podrían lograr. Así, el soft power, con su capacidad para moldear las percepciones globales y llegar a arraigarse en las personas, se ha convertido en un instrumento para proyectar a Japón como un faro de creatividad, innovación y riqueza cultural. Dentro de este amplio conjunto de estrategias, este artículo se centrará exclusivamente en el papel de los productos culturales como medio de influencia. Teniendo esto en cuenta, el objetivo de este artículo es profundizar en la importancia del soft power como una herramienta clave para la expansión cultural de Japón, destacando cómo ha desempeñado un papel crucial en el crecimiento económico de la nación a través del análisis del personaje Hello Kitty y su marca madre, Sanrio.
Diana Sarasti, Construir Japón, [ilustración digital], 2025.
Es fundamental señalar que, si bien el fenómeno del soft power no es exclusivo de Japón, sin duda cuenta con una historia distinguida en dicha nación. Aunque quizás no en la misma escala, otras naciones han utilizado el soft power en su beneficio y en diferentes versiones. Corea del Sur, por ejemplo, experimentó la ola Hallyu, exportando su cultura pop a todo el mundo. Estados Unidos, con la influencia de Disney, ha utilizado el soft power durante décadas para dar forma a las preferencias culturales y de entretenimiento globales. Tailandia también ha tenido éxito con el “boys love”, que contribuyó al atractivo del país.
Soft Power y Cool Japan
El concepto de soft power fue introducido por Joseph Nye en su obra Soft Power: The Means to Success in World Politics y se define como “la capacidad de conseguir lo que se desea a través de la atracción en lugar de la coerción” (citado en Berger, 2010). No obstante, en el presente análisis se pondrá especial énfasis en la difusión cultural a través de productos y servicios, considerando su impacto económico como una manifestación cuantificable de este fenómeno.
María Clara R. Espinel y Diana Sarasti, Cultura japonesa en expansión, [ilustración digital], 2025
El soft power se manifiesta de diversas formas, particularmente a través de la disposición de una nación para aceptar e integrar culturas y prácticas extranjeras. Un claro ejemplo de esta dinámica se observa en los esfuerzos de las escuelas bilingües en Colombia, mostrando estrategias de soft power por parte de Estados Unidos, donde la celebración de tradiciones extranjeras se entrelaza con la enseñanza del idioma inglés. Esta integración no solo evidencia una apertura hacia influencias externas, sino también una intención deliberada de participar en prácticas interculturales y compartir costumbres. En este contexto, la enseñanza de idiomas adquiere una dimensión estratégica en la materialización del soft power, actuando como vehículo para la transmisión de valores e ideas culturales. Cuando un país promueve activamente el aprendizaje de su lengua, no se trata únicamente de facilitar la comunicación, sino de fomentar una comprensión profunda de su cultura. Los programas de enseñanza de idiomas, por ende, actúan como transmisores culturales que potencian el soft power.
Esta relación entre lengua y soft power se ejemplifica en el caso japonés, donde, según Nemoto (2018), el interés global en la cultura pop japonesa —particularmente el anime y el manga—ha incentivado el aprendizaje del idioma. Tanto así, que la Japan Foundation ha incorporado en sus encuestas la opción de “aprender sobre manga y anime” como una de las motivaciones principales para estudiar japonés (The Japan Foundation, 2025), reflejando cómo los productos culturales y la enseñanza de costumbres están intrínsecamente ligados a la lengua. De hecho, existen sitios web y programas diseñados específicamente para fomentar el aprendizaje de idiomas a través del anime, como Waku, FluentU, Animelon y Lingopie. Esto refleja el creciente interés por el anime y su vínculo con el aprendizaje del japonés.
Diana Sarasti, Poder blando, [ilustración digital], 2025.
El soft power presenta una de sus principales dificultades en su medición, especialmente en lo que respecta al componente de “simpatía”, es decir, la percepción favorable que un país o sus productos generan en audiencias extranjeras. Si bien las encuestas pueden proporcionar información valiosa, su carácter subjetivo y la variabilidad inherente a las respuestas humanas limitan su precisión como herramienta de análisis. En este sentido, el seguimiento del consumo mediático, llevado a cabo por organizaciones especializadas en la medición de audiencias televisivas y el streaming musical, ha permitido una aproximación más cuantificable al impacto del soft power. Estos datos resultan fundamentales para evaluar su alcance e influencia en el contexto global. Complementando dicha afirmación, Berger (2010) explica que la economía es una variable principal del soft power y puede explicarse de la siguiente manera:
En primer lugar, el poder económico puede influir en el deseo de otros países de cooperar y trabajar con ese país con el fin de aumentar su propia prosperidad material. En segundo lugar, el éxito económico de una nación puede influir en el grado en que otros países la consideren un modelo y traten de emularla. En tercer lugar, los recursos económicos pueden permitir a un país emprender otros tipos de actividades de poder blando, como la política exterior (p. 569).
Como se explicó, la economía no solo es importante para la estabilidad interna de una nación, sino que también es crucial para establecer nuevas alianzas potenciales y dar una mejor impresión en el mercado global. En cuanto a la economía y los bienes exportados, esto también se puede vincular con una afirmación de Iwabuchi (2015) en la que el autor enfatiza que el marketing y los productos hechos para el consumo extranjero son finitos, ya que se crean meticulosamente con la percepción que se quiera dar a otros países, no necesariamente con el núcleo de los valores y prácticas locales. Por lo tanto, en el caso de Japón, los bienes que se utilizaron como productos culturales atractivos fueron la animación, los programas de televisión, la música popular, las películas y la moda concebidos para ser exportados con una imagen particular. Sin embargo, es importante aclarar que un objeto o producto creado pensando en el consumidor extranjero puede considerarse un elemento del soft power japonés, ya que este concepto implica la capacidad de atraer e influir a través de la cultura y los productos simbólicos. Esto se logra mediante estrategias de marketing cuidadosamente diseñadas, en las que se seleccionan y presentan meticulosamente ciertos valores para captar la atención del público internacional (Jordan, 2014). No obstante, el soft power puede operar tanto de manera deliberada —como en el caso de las estrategias de nation branding y pop culture diplomacy— como de forma espontánea, cuando productos culturales concebidos para el mercado local adquieren relevancia global y refuerzan la influencia internacional de Japón.
Un término que bien puede complementar adecuadamente el soft power es la diplomacia de la cultura pop, que es específica del caso japonés. Como cita Iwabuchi (2015), el Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón lanzó esta estrategia en 2006 con el objetivo de promover la comprensión y la confianza en Japón mediante el uso de la cultura pop, además de la cultura y las artes tradicionales, como sus principales herramientas para la diplomacia cultural. Esta diplomacia está estrechamente relacionada con la marca de nación, que funciona como una auto presentación estratégica de un país que implica la aplicación de técnicas de comunicación de marca y marketing para promover la imagen de una nación, y enfatiza que no se trata solo de crear una imagen positiva sino también de diferenciar a un país de otros para obtener ventajas competitivas (Szondi, 2008).
Además, es relevante explicar el fenómeno Cool Japan. Esta estrategia tiene como objetivo construir imágenes políticamente significativas de Japón para audiencias nacionales e internacionales (Daliot Bul, 2009) a través de la exportación de bienes o medios de comunicación japoneses. Esta es la principal estrategia utilizada por Japón para fortalecer las relaciones con otros países mediante la difusión indirecta de materiales producidos en el país que reflejan ideas culturales e ideológicas. Cool Japan representa un cambio, ya que, mientras en las décadas de los 60 y 70 se buscaba activamente desvincular la esencia japonesa de los productos e incluso adaptarlos para su exportación, desde los años 90 hasta la actualidad es precisamente su origen y lo “japonés” lo que capta la atención del público (Groot, 2012).
Reconstruir y repensar un país
Al final de la Segunda Guerra Mundial, con daños incalculables ya sufridos, Japón tomó una decisión sin precedentes: centrarse, por primera vez, en reconstruir su nación y su sociedad sin el continuo impulso de expansión o la presión de afirmarse entre otras potencias mundiales, sino ante su propio pueblo (Medici, 2020). Los valores de perseverancia y dedicación a la nación se arraigaron aún más en el pueblo japonés, con el objetivo de unir y transformar el archipiélago en un país próspero y floreciente propicio para las relaciones pacíficas y con fuertes bases culturales para las generaciones futuras. Japón comenzó a encontrar formas de desvincularse de su previa reputación tras guerras y conflictos. De manera similar, su pueblo se adaptó a los cambios políticos que forzaron una transformación social repentina y la cultura japonesa comenzó a experimentar transformaciones con el objetivo de volver a identificarse como comunidad y establecer un sistema funcional para la economía, la sociedad y la prosperidad de la nación.
En las décadas de 1970 y 1980, Japón se convirtió en un modelo económico para otros países asiáticos, debido a una creciente demanda de productos japoneses. Se observó un enfoque en proyectar una imagen nacional curada mediante la exportación de productos culturales atractivos, como animación, programas de televisión, música popular, películas y moda, que aún ocupan un lugar central en los esfuerzos de Japón, así como de otros países del este asiático (Iwabuchi, 2015). Entre estos productos, encontramos el ejemplo de Pokémon, una franquicia que ha mantenido su éxito desde su lanzamiento y que continúa vigente, como se evidenció en 2017 con Pokémon GO, un fenómeno global que involucró a jugadores de todo el mundo en sus dinámicas (Groot, 2018). Asimismo, la película El viaje de Chihiro (2001), dirigida por Hayao Miyazaki y producida por Studio Ghibli, obtuvo el Óscar a la mejor película de animación en 2003, consolidando la presencia del cine japonés en el ámbito internacional (Rosas Trejo, 2013). Así, Japón se centró en la producción de bienes, ya que la recepción de esos productos fue muy buena y cuando el público se enfrentó a la decisión de qué consumir, eligió productos japoneses en lugar de los de Hong Kong o Tailandia (Berger, 2010).
Diana Sarasti, Anime y japonés, [ilustración digital], 2025.
El mecanismo del soft power opera de manera sutil y casi impredecible, pues evita las rutas directas para llegar a individuos y comunidades a través de fronteras transnacionales. Al hacerlo, trasciende las demarcaciones de los estados-nación, mostrando así la capacidad limitada de los gobiernos para controlar las preferencias de consumo de su población (Otmazgin, 2007). Esto lo convierte en la herramienta perfecta para que un país con un pasado problemático gane un lugar estelar pero impredecible en la economía de Asia, un continente que aún no estaba listo para aceptar a Japón como aliado, pero se encontró con una población que estaba fascinada con la cultura inherente a los productos japoneses.
Por ejemplo, Nomura y Mochizuki (2018) argumentan que los jóvenes de Hong Kong han sido influenciados por una amplia variedad de productos culturales japoneses como la gastronomía, el anime, el manga y la música. Esta exposición ha sido constante desde su infancia, independientemente de su conocimiento del idioma japonés. En particular, los autores resaltan cómo, desde la década de 1990, se ha consolidado una marcada preferencia por los productos culturales japoneses, lo que evidencia la eficacia de su exportación como bienes culturales dentro del sistema de soft power.
Hello Kitty y Sanrio
Como se mencionó anteriormente, la ola Cool Japan capitaliza la popularidad de la cultura mediática japonesa en los mercados globales (Iwabuchi, 2015) y utiliza formas no bélicas ni directas de divulgación cultural. Entre las diversas iniciativas diplomáticas implementadas por el Ministerio de Asuntos Exteriores, un enfoque intrigante implica el nombramiento anual de dos Cute Ambassadors (Embajadores Tiernos) para mostrar los rasgos entrañables de Japón al mundo. Esto muestra la importancia de la estética kawaii en las estrategias de soft power de Japón. Kawaii se traduce directamente al español como “tierno” o “lindo”, no obstante, en su esencia la palabra encapsula los rasgos de algo o alguien realmente adorable, accesible y sin rasgos negativos notables. Un ejemplo destacado de una creación japonesa que ha desempeñado un papel fundamental en la divulgación cultural y ha surgido como un importante contribuyente a la vitalidad económica de Japón es Hello Kitty y su empresa matriz, Sanrio.
Al examinar las formas del soft power, se hace evidente que la creación de Hello Kitty ha sido fundamental para el crecimiento económico de Japón. Solo en 2022, Sanrio registró un ingreso neto sustancial de 8,16 mil millones de yenes japoneses (Statista, 2023). Este éxito económico se atribuye no solo a Hello Kitty, sino también a otros personajes queridos en el portafolio de Sanrio, como Cinnamoroll, My Melody o Kuromi, que solo son la superficie de los muchos personajes populares que producen dinero al capturar los corazones de millones de fanáticos. En 2024, Hello Kitty celebró su 50º aniversario, consolidándose como un ícono cultural y económico tanto para Japón como a nivel mundial. La franquicia ha generado ingresos anuales de aproximadamente 3.100 millones de libras esterlinas (The Guardian, 2024), lo que equivale a alrededor de 4.000 millones de dólares estadounidenses. Este éxito financiero refleja la capacidad de Japón para exportar su cultura y estética kawaii a nivel global, fortaleciendo su influencia cultural y económica. Además, Sanrio, la empresa detrás de Hello Kitty, anunció en diciembre de 2024 la apertura de un museo dedicado a sus personajes en la ciudad de Kai, prefectura de Yamanashi, Japón (Associated Press, 2024). Este proyecto no solo busca atraer turismo, sino también revitalizar la economía local, demostrando el impacto continuo de Hello Kitty en diversas facetas de la economía japonesa.
La relevancia de Hello Kitty se extiende más allá de las fronteras japonesas, habiendo colaborado con marcas internacionales como Adidas y Balenciaga, y actuando como embajadora de UNICEF y enviada especial del Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón. Estas colaboraciones y roles diplomáticos subrayan su estatus como símbolo de la cultura japonesa en el escenario global, evidenciando su impacto económico y cultural sostenido hasta 2025.
La pregunta que surge es: ¿qué hace que Hello Kitty y otros personajes similares sean excepcionalmente populares, contribuyendo año tras año a sostener una economía entera? Tsutsui (2012) sostiene que la popularización de personajes como Godzilla y Hello Kitty tiene que ver con el estilo, los altos valores de producción y la creatividad. Hello Kitty, siguiendo el ejemplo, tiene un diseño atemporal y simple que resonó con personas de todo el mundo. Aún más, en una época en la que el mundo estaba encontrando nuevas y frescas formas de entretenimiento, dando la oportunidad a las personas de crear un profundo vínculo emocional con el personaje. Desde una perspectiva de marketing, la singularidad de Hello Kitty es un factor clave en su popularidad. El personaje trasciende los límites demográficos y de categoría, siendo capaz de aparecer en muchos productos: desde juguetes y accesorios hasta ropa y artículos para el hogar. Esta amplia accesibilidad garantiza que Hello Kitty atraiga a varios mercados de consumidores, consolidando su estatus como fenómeno cultural.
Para Jackson (2008), el fenómeno de Hello Kitty y la estética kawaii en Japón no solo reflejan una preferencia cultural por lo adorable, sino que también cumplen una función social y psicológica profunda. En una sociedad altamente estructurada, donde las presiones académicas y laborales son extremas, lo kawaii se convierte en un refugio frente a las expectativas de rendimiento y conformidad. La presencia de imágenes tiernas en la vida cotidiana —desde oficinas hasta productos de uso personal— sugiere un mecanismo de escape que mitiga la dureza del mundo adulto, permitiendo a los individuos conservar un sentido de inocencia y ternura en un entorno que exige disciplina y madurez. Este fenómeno no es meramente una estrategia comercial, sino una manifestación del soft power japonés, donde la cultura kawaii se exporta como un ideal de identidad accesible y reconfortante. Hello Kitty, en particular, encarna esta capacidad de evocar un sentido de pertenencia sin barreras de idioma o nacionalidad, consolidando la influencia de Japón en el mercado global. Su carácter atemporal y la ausencia de una narrativa fija le han permitido adaptarse a diversas audiencias y generaciones, funcionando como un símbolo de la intersección entre consumo, identidad y bienestar emocional en la modernidad.
Hoy en día, Hello Kitty no es solo un personaje querido, sino también una embajadora cultural de Japón. Su ternura trasciende fronteras y difunde representaciones positivas de la cultura japonesa en todo el mundo. Como clara manifestación del soft power, Hello Kitty contribuye a dar forma y mejorar la imagen global de Japón, influyendo en las percepciones de la creatividad, la artesanía y la innovación de la nación. Hello Kitty es una muestra excepcional de las formas en que se combinan la cultura, la economía y el soft power. Su duradera popularidad e impacto económico muestran las formas multifacéticas en que las exportaciones culturales contribuyen a la influencia global y la prosperidad económica de una nación. A medida que Hello Kitty continúa capturando corazones y mentes en todo el mundo, sigue siendo un poderoso símbolo de la destreza cultural de Japón y mantiene el soft power de Japón en su época dorada.
María Clara R. Espinel, Cute Ambassador y crecimiento económico, [ilustración digital], 2025.
Conclusión
A medida que la globalización se hace más patente, el soft power adquiere una importancia creciente en las estrategias diplomáticas y económicas. Japón ha sido un caso emblemático en el uso estratégico del soft power, no solo como un medio de influencia cultural, sino también como una herramienta clave para su recuperación económica en la posguerra y su consolidación como una potencia global. A través de la exportación de productos culturales, la promoción deliberada de su estética y la institucionalización de su influencia cultural mediante iniciativas como Cool Japan, el gobierno japonés ha integrado el soft power dentro de su modelo de desarrollo nacional, convirtiéndolo en un motor de crecimiento económico.
Uno de los ejemplos más ilustrativos es Hello Kitty, un ícono que ha trascendido su origen como personaje infantil para convertirse en una marca global. La empresa Sanrio ha utilizado esta figura no solo como un producto de consumo, sino como un embajador cultural que refuerza la imagen de Japón en el mundo. A través de colaboraciones con marcas de lujo, la expansión en mercados como el estadounidense y el europeo, y la creación de parques temáticos y franquicias, Hello Kitty representa cómo el soft power japonés se traduce en un éxito comercial tangible. Este fenómeno evidencia que el atractivo cultural no solo genera reconocimiento global, sino que también impulsa sectores clave de la economía japonesa, como el entretenimiento, el turismo y la moda.
Sin embargo, el caso de Japón plantea una cuestión más amplia sobre la relación entre soft power y nation branding. Mientras que el soft power se centra en la capacidad de persuasión y atracción cultural sin recurrir a la coerción, el nation branding es una estrategia más estructurada y deliberada para construir la identidad global de un país con fines económicos y diplomáticos. Japón ha sabido integrar ambos enfoques, combinando la espontaneidad del soft power con estrategias institucionales para promover su imagen internacional. Esto plantea preguntas sobre su efectividad: ¿El soft power es suficiente para generar un impacto económico con durabilidad? ¿O es necesario un enfoque más estructurado con un plan de acción de nation branding para maximizar sus beneficios?
En este sentido, Japón demuestra que la influencia cultural puede ser un instrumento económico poderoso, pero su éxito no es producto del azar, sino de políticas bien diseñadas que han convertido su cultura en un activo global. El soft power japonés, lejos de ser un fenómeno pasivo, ha sido moldeado y gestionado estratégicamente, consolidándose como un actor clave en la economía global.
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