Vivir para narrar lo invisible:
una conversación con
Ritsuko Kudo
https://doi.org/10.53010/kobai.10.2025.05
Agradecemos a la Sección Cultural de la Embajada del Japón en Colombia por invitarnos a una conversación con la periodista Ritsuko Kudo. La entrevista fue realizada de forma oral por María Camila Neira, miembro del Comité Editorial de Kōbai, y adaptada en estilo a un texto escrito.
La periodista japonesa Ritsuko Kudo ha dedicado gran parte de su vida a narrar las historias de quienes suelen permanecer en los márgenes: niños en situación de calle, jóvenes que han enfrentado diversas formas de violencia social y política y comunidades que, con muy poco, sostienen su dignidad y solidaridad. Su trayectoria, que comenzó con una tesis universitaria en México y se ha expandido a distintos países de América Latina, transita entre la denuncia y la esperanza. En esta conversación nos habla de su manera de entender la solidaridad —en contraste con un Japón marcado por el dinero y no por la mirada al individuo—, de lo que compara con las comunidades marginadas de América Latina, así como de los retos del periodismo en el siglo XXI y del mensaje que siempre repite a quienes sueñan con contar lo real.
¿Va a ser muy larga la historia, tal vez? Es que, desde la universidad, mi tema para la tesis fue México, específicamente las colonias populares o los barrios pobres. Yo hice mi tesis sobre movimientos urbanos sociales en la Ciudad de México, lo que significaba que la gente de las colonias populares luchaba por mejorar sus condiciones de vida con sus propios esfuerzos. Prácticamente construían todo desde cero: invadían un terreno, luego pedían autorización o el derecho de uso —pagando, lógicamente—, y así levantaban sus viviendas, calles y escuelas. No era que quisieran que se les regalara algo; al contrario, siempre ofrecían pagar.
Me impresionó mucho la gente con la que yo trabajé para mi tesis: personas muy pobres, pero con un profundo sentido de solidaridad. Además, aunque no tuvieran un alto nivel educativo, sí tenían muchas ideas, habían leído muchos libros, a veces más que nosotros, recién graduados de la universidad. Entonces, yo quise transmitir ese espíritu de luchar por un futuro mejor con sus propios esfuerzos, sin depender de la de la economía capitalista, sino a través de la solidaridad y la convicción de salir adelante por su cuenta propia.
Así fue como empecé a trabajar con esta gente. Siempre me ha interesado la lucha de la gente humilde. En Japón, en mi época —soy de la llamada Baburu Sedai, la generación de la burbuja económica—, la mayoría de mis compañeros de la universidad ingresaron con facilidad a trabajar en grandes empresas, porque la oferta laboral era amplia. Yo, en cambio, nunca intenté entrar a una compañía así: me parecía muy vacía la vida de los japoneses en aquel tiempo, porque dependía únicamente del dinero. Mientras lo tuvieras, te sentías más contenta, feliz, pero en realidad no era así. Imagínate, si perdías ese dinero, pues ya no sabías con quien contar, porque tus relaciones estaban determinadas por el estatus social y económico. Si tú no tenías nada, a lo mejor nadie se preocupaba por ti.
En cambio, en Latinoamérica conocí personas que, aun sin tener tanto dinero, se preocupaban por los demás y por ellos mismos. Desde entonces, mi interés ha sido mostrar cómo vive la gente de aquí: con poco dinero, pero con mucha dignidad y solidaridad, para transmitir al pueblo japonés que es posible vivir sin depender del dinero, con unos valores distintos.
Es que la solidaridad en Japón es más entre los que estamos en el mismo nivel económico. Además, la gente se moviliza, hace las cosas en grupo, todo como ustedes se lo imaginan: muy disciplinados y siempre juntos, pero eso significa que no puedes salirte de esa dinámica. En Japón, si alguien se aparta de la onda del grupo al que se pertenece, no puede sentirse tranquilo.
Por ejemplo, anoche estábamos platicando con unos jóvenes (japoneses) y me decían: “Yo quiero hacer cosas buenas, como voluntariados o algo de cooperación con la gente de fuera”, pero cuando yo propongo algo diferente a lo que hacen los demás, los demás empiezan con: “¡Ay, ¡qué bueno, tú eres muy bueno!”, pero en un sentido medio despectivo, porque no les gusta que alguien salga de la onda que tiene el grupo.
Entonces para nosotros es muy difícil —bueno, para mí no, pero en general para los japoneses— salir de la onda que mantiene un grupo o la sociedad en sí. Si tú estás en Japón, no puedes sentirte cómodo haciendo algo diferente a lo que hacen los demás. Mientras sigas la onda de todo el mundo, estás bien, pero si te sales, ya empiezan los problemas. Aunque tengas ganas de hacer algo diferente, muchas veces cuesta trabajo, porque sabes que la sociedad no te mira con buenos ojos.
Entonces es muy difícil, porque la solidaridad para ustedes o para mí creo que es otra cosa. O sea, no es lo mismo. Por ejemplo, lógicamente si pasa algo como el sismo del 2011, la gente sí se solidariza, pero eso es porque hay necesidad. Pero en general, si tú ves a alguien con muchas dificultades en la vida, o en la escuela, siendo niños —un compañero que está un poco fuera de la onda del aula y parece solitario o triste—, surge la intención de ayudarle, pero se prefiere no hacerlo, porque al intervenir, los demás lo interpretan como un gesto extraño y terminan excluyéndote del grupo.
Para mí, solidaridad es precisamente eso: tener empatía por los que tienen problemas y hacer algo por ellos. Avanzar juntos, por decirlo así, pero en Japón la sociedad no funciona de esa manera, sobre todo en la actualidad. Tal vez hace cien años era otra cosa.
No sé, desde que conocí a la gente en México, cuando tenía 21 o 22 años, me siento más cómoda con esas personas que con quienes solo viven de trabajar, volver a casa y gastar dinero en comer bien, como suele hacer la mayoría en Japón. La vida de la gente que conocí en Latinoamérica me parece más humana. Quizás también ocurra en otros países, pero en ese sentido la percibo muy distinto de la vida de nuestra propia gente en Japón.
Pues nosotros, bueno, junto con mi compañero, siempre tratamos de transmitir lo que ellos mismos sufren, y al mismo tiempo, lo que hacen para superar esas dificultades.
Normalmente la gente sí nos cuenta, pero toma tiempo. No nos gusta mucho ir, entrevistar y regresar de inmediato, sobre todo cuando se trata de niños en situación de calle o de jóvenes, porque no es fácil que te hablen con franqueza desde la primera vez. Siempre es necesario verlos y visitarlos todas las veces que puedas, pero una vez que te agarran confianza, sí te hablan de todo: las dificultades que han tenido, pero también la esperanza que mantienen. Y eso es lo que tratamos de transmitir de la manera más real posible a la gente japonesa, para que entiendan que ser pobre no es una desesperación, que existe una forma de vivir más humana y digna, aunque en ese momento no se tenga mucho dinero.
Bueno, general sí. Por un lado, para la gente japonesa, yo quiero transmitir que el dinero no es una solución para ser feliz, ni a nivel individual ni a nivel social. Y por otro lado, necesitamos comprender a las personas que viven otras situaciones, en otras partes del mundo, para que realmente sepamos qué debemos hacer para tener un mejor futuro. Pero no se trata solo de ti mismo, sino de todos.
Como les digo siempre a los jóvenes que viajan con nosotros cada año a México o Filipinas —porque organizamos viajes de estudio con universitarios japoneses para que conozcan la situación de los niños en la calle—, al final del recorrido yo les digo: ustedes han visto cómo viven estos niños, saben que enfrentan muchas dificultades y han sufrido, pero también han visto que tienen esperanzas, que no están totalmente desesperados, que siguen luchando para salir adelante.Quizás estando con ellos pensaron que podían o querían hacer algo para ayudar, pero si realmente sintieron esa empatía, antes que nada, deberían replantearse cómo viven ustedes mismos.
Preguntarse: ¿no hay cosas que están haciendo o comprando por nada? Por ejemplo, puedes decir “pobrecito” al ver a un niño en la calle, pero al mismo tiempo gastas dinero fácilmente en cosas que quizás no necesitas, como comprar una botella de agua cuando hay otras formas de conseguir un vaso de agua. Esa otra manera de resolver las necesidades cotidianas es lo que hacen esos niños.
Si tú realmente sientes empatía por ellos, deberías reflexionar sobre cómo vives cada día, porque tu manera de vivir sí afecta a los demás en este mundo. Muchas personas sobreviven con escasez de cosas básicas, y aunque tú piensas que es otro mundo y no tiene nada que ver contigo, en realidad sí tiene que ver. Los que estamos en esta posición de no tener que preocuparnos demasiado por la comida de hoy o por un simple vaso de agua, somos precisamente quienes deberíamos de pensar mucho más en estas cuestiones que quienes viven en la carencia.
Lo importante es seguir luchando por transmitirle a la gente lo verdadero, lo más real que existe. Porque en Japón —y me imagino que aquí también—, los grandes medios ya no son tan confiables. Al menos hace unos 50 años, la gente compraba el periódico y lo leía a diario porque realmente lo creía. Hoy en día, además de que los jóvenes ya no leen, muy poca gente confía en la prensa y en los propios medios.
En mi caso, yo nunca he pertenecido a ningún medio grande, siempre he trabajado como free lance. Sin embargo, muchos amigos nuestros que están o han estado en grandes prensas en Japón nos dicen que ya no hay manera de escribir lo que uno realmente quiere,
porque todo depende de cuestiones económicas. Si escribes algo en contra de una empresa que respalda el medio, inmediatamente te dicen que no lo publiques. Incluso conozco amigos que trabajaban en medios importantes en Japón y que terminaron saliéndose porque les hicieron una barbarie: ellos escribieron un reportaje muy bueno, pero a la hora de publicación, las empresas que estaban detrás empezaron a quejarse y el medio terminó culpando a los periodistas. Como no les pareció justo, renunciaron.
La verdad, en este mundo es muy difícil ganarse la vida escribiendo. Puedes vivir bien como periodista si produces lo que pide el mundo económico. Pero en nuestro caso, escribimos sobre temas sociales de Latinoamérica, que en Japón no despierta gran interés, y por eso pocas veces nos ofrecen trabajo. Hemos tenido que buscar maneras de publicar o de transmitir en formato audiovisual. Aun así, seguimos haciéndolo porque creemos que es lo más importante. No se trata de si uno puede vivir bien o no, sino de que, si eres periodista, deberías transmitir lo que consideras fundamental para el mundo o para tu gente. De lo contrario, no vale la pena.
En Japón no nos matan; allá la situación no llega a ese extremo, pero muchos se autocensuran. En cambio, en México y en muchos países de Latinoamérica, muchas veces, si escribes la verdad, te matan. Eso es terrible, realmente terrible.
Pero, aun así, la gente lo hace, y por eso les tenemos mucho respeto. A nosotros, afortunadamente, no nos matan. Entonces, con más razón: si a nosotros no nos matan, ¿por qué no decir que no? Tenemos condiciones mucho mejores para seguir haciéndolo que quienes están aquí.
Pues olvídate del dinero. No sé… siempre les digo que hay que tener fe. Muchas veces los jóvenes me preguntan: “quiero ser periodista como tú, ¿cómo puedo hacerlo?”. Y mi respuesta es que, si quieres hacerlo, simplemente puedes hacerlo; nadie tiene que darte permiso. Tú dices: “soy periodista”, escribes y ya lo eres. El gran problema es tener la capacidad de seguir luchando sin que te paguen mucho.
Si quieres ser un buen periodista, creo que debes tener mucha fe y también cierto nivel de valentía para poder continuar con el trabajo. Además, necesitas ser optimista, porque los temas que queremos cubrir suelen ser muy difíciles, y, a veces, te llenan de tristeza. Pero, aun así, debes creer que lo que escribes puede servir de alguna manera a las personas o al mundo, para que su situación cambie, aunque sea un poco. Para eso es fundamental mantener el optimismo.
