Haruki Murakami (1949) es un novelista, cuentista y traductor japonés cuyos libros han tenido un gran éxito de ventas a nivel internacional desde hace varias décadas. Cuenta con ocho premios literarios en Japón y el extranjero, y es el escritor nipón más famoso de la actualidad. Pese a que desde el principio de su carrera no ha tenido reconocimiento en el mundo de la alta literatura japonesa, su obra es relevante por originar una revolución estilística y por la manera en que incorpora y reinterpreta su tradición literaria y cultural —consciente o inconscientemente—, dándole una vida y profundidad nuevas. En este artículo, exploraré los múltiples significados de un símbolo que aparece en una de las novelas más extensas y ambiciosas de Murakami, la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. En ella, un pájaro místico que se puede escuchar, mas no ver, funciona como un palimpsesto; es decir, en sí mismo incorpora una gran cantidad de alusiones a diferentes libros, textos y saberes, entre los que destacaré aquellos relacionados con la muerte y el deseo.
La Crónica es un mosaico de realidades, periodos históricos, estados de la conciencia, seres sobrenaturales y voces narrativas; todos conectados por la enigmática presencia del pájaro que da cuerda, el cual atestigua los momentos de transformación más relevantes del universo ficcional. La desaparición de Kumiko, la esposa de Tōru Okada, el militarismo japonés en China continental y la falsedad y perversidad de la política contemporánea son posibles maneras de definir los ejes temáticos más importantes de este libro. Sin embargo, la narrativa principal, en virtud de su persistencia desde el inicio hasta el final de la obra, es la búsqueda que Tōru emprende para recuperar a Kumiko y su transfiguración interior y exterior para lograrlo.
En muchas ocasiones, Murakami ha dejado claro que no se toma en serio la imaginería animal ni el simbolismo en general. Ha sido muy consistente en negar que hay símbolos en sus textos (Rubin, 2003, p. 34). Ya sean animales o elementos naturales, el autor se rehúsa a definirlos, de manera que, como las manchas de Rorschach, pueden funcionar en la mente de cada lector o lectora de manera distinta. En otras palabras, Murakami parece sugerir que el pájaro que da cuerda es un símbolo vacío al estilo de la ballena blanca de Herman Melville, que puede significar todas las cosas y ninguna. Actualmente, postular al autor como el centro interpretativo de su obra implica suprimir la multiplicidad de significaciones que esta puede tener. En este sentido, propongo una lectura creativa en tanto que el significado lo produce tanto quien lee como el lenguaje del texto mismo. Me alinearé así a la noción de lectura como un proceso de invención para generar relaciones donde puede o no haberlas, corriendo el riesgo de oscilar siempre entre la certidumbre y la incertidumbre de mis hallazgos. Asimismo, debo agregar que un símbolo difícilmente podría estar desprovisto de significado, porque el lenguaje funciona con base en convenciones; es decir, todos los textos son reminiscencias de otros textos, los libros siempre hablan de otros libros y toda historia relata algo que ya se ha contado, con palabras que se han usado una y otra vez.
“Cuando un pájaro grita, el silencio del bosque de la montaña se hace más profundo.”
ZENRIN
A lo largo de su obra, Murakami incorpora el binomio naturaleza y vida, tan dominante en la cultura japonesa, con su sello personal. En su universo narrativo, los pájaros pueden viajar libremente por cielo, mar y tierra, la vida y la muerte, la mente consciente e inconsciente, y distintos niveles de existencia y realidad. En la Crónica, hay varios pasajes en los que el pájaro que da cuerda es especialmente relevante y es preciso considerar.
En la primera parte, Kumiko plantea una interpretación de la función de esta misteriosa ave: “darle cuerda a nuestro pequeño mundo” (Murakami, 2011, p. 17)1; de esta manera, el movimiento de la trama queda en las alas de un pájaro místico, cuyo cometido es hacer que la historia fluya. Más adelante, Tōru se equipara con un ave al pensar en su falta de ataduras: “Al igual que un ave migratoria no tiene propiedades que hipotecar, yo no tenía nada que pudiera considerarse un compromiso” (p. 94).
Poco después, cuando Kumiko y su gato desparecen, y Tōru los busca con desesperación, él encuentra una casa abandonada en su vecindario, la cual tiene un jardín con una escultura de piedra que representa a un pájaro a punto de emprender el vuelo, como si quisiera escapar de aquella residencia marcada por los suicidios. Esta casa también tiene un pozo antiguo y seco, y el protagonista decide entrar en él durante varios días, trata de pensar y alcanzar otro estado de conciencia u otro tipo de realidad o dimensión, pues es ambiguo el estatus del lugar al que entra, las vivencias que ahí experimenta y la manera en que afectan la realidad del mundo de la superficie.
El lugar al otro lado del pozo es un “hotel” donde el protagonista se enfrenta a la fantasmagoría de su pasado, sus pulsiones, su mente inconsciente, realidades alternas y otros elementos inexplicables.
En ese otro mundo también se siente “como un pájaro imaginario que planeara en un cielo imaginario” (p. 441), y en el momento decisivo busca identificarse con “la estatua del pájaro que se yergue inmóvil en el aire con la vista clavada en el cielo” (p. 658). De igual manera, es significativo que el protagonista tome el nombre de Señor pájaro que da cuerda al iniciar sus experiencias dentro del pozo, quizá para señalar su facultad de llegar a lugares antes inaccesibles para él.
El pájaro que da cuerda puede desempeñar un papel más siniestro, pues en la tercera parte de la novela presencia la matanza de los animales de un zoológico y la ejecución de varios cadetes desertores en Manchuria. Pareciera ser un presagio de muerte, ya sea a nivel simbólico –al signar un momento de transformación– o literal, al marcar el fin de la existencia de un personaje–. Por su parte, el académico Matthew Strecher señala –considero que acertadamente– que esta ave toma el papel de una deidad que controla el destino humano y es testigo de él (Strecher, 2006, p. 60).
En relación con los augurios de destrucción, considero que es relevante señalar el papel de las aves como símbolos de la mortalidad en la historia cultural japonesa. En la literatura antigua, el héroe del Kojiki, Yamato Takeru no Mikoto, se convierte en un gran pájaro blanco cuando muere, al igual que otros héroes, quienes al morir surcaban los lagos como aves acuáticas para después desaparecer. Otro aspecto sugerente es que, en las tumbas prehistóricas de Asia, los botes funerarios se hacían en forma de pájaro o con proas en forma de ave, y algunas veces se representaba a los remeros con disfraces de pájaros. Se han encontrado huesos de aves en los esqueletos humanos, y el Kojiki alude a la costumbre de los dolientes de vestirse como pájaros. De esta manera, la evidencia sugiere que los antiguos japoneses creían que los muertos se convertían en aves, o quizá que los pájaros llevaban a los difuntos al otro mundo. Hoy en día, se cree que los cuervos encarnan las almas de los muertos y que el cuco es un presagio de muerte (Hoffman, 1987, p. 34). En otras tradiciones literarias, que Murakami conoce muy bien, el poeta griego Homero imaginaba la muerte como un ave que habitaba el Hades.
Por otra parte, en relación con el deseo, es relevante observar que en el centro de la Rueda de la vida budista hay un ave, acompañada de una serpiente y un cerdo. Estos animales representan los tres venenos mentales que causan la reencarnación. La serpiente simboliza el odio, el cerdo, la ignorancia y el gallo encarna el concepto de rāga, el cual se refiere a la pasión, al apego y a la avaricia.
En sánscrito, rāga significa literalmente “color o tonalidad” (Webster, 2005, p. 100), pero en los textos budistas alude a una especie de mancha y a la impureza. Menciono estas acepciones porque, al salir del pozo, el Señor pájaro que da cuerda adquiere una mancha de nacimiento en el rostro que parece conferirle varias habilidades sobrenaturales. Entre ellas, se encuentra la facultad de escindirse de su cuerpo y transitar por el hotel subexistente, donde se oculta quien lo ha separado de Kumiko y debe destruir. Sin embargo, es primordial observar que esta mácula también lo marca en términos de un defecto fundamental en su carácter desde una perspectiva budista: el intenso apego por su esposa y pasado personal, a lo que era y ya no es, al igual que un ikiryō2 del folclor japonés.
Otro aspecto de interés es que las tres partes de la novela comparten sus títulos con piezas de música clásica relacionadas con aves. Respecto de la primera —La gazza ladra—, la gazza, o urraca en español, tiene un significado muy preciso en el simbolismo chino, que desde hace siglos ha influenciado al japonés y es preciso considerar: su trino es heraldo de buenas noticias, regocijo y dicha conyugal, pues se relaciona con leyendas que hablan del amor de pareja (Eberhard, 1986, p. 211). Así, la gazza tiene una estrecha relación con la trama principal de la Crónica, que empieza en un momento de cotidianidad, estabilidad y contento marital, y trata de manera importante sobre la forma en que este lazo afectivo se pierde y convierte en algo irrecuperable.
Por otro lado, el nombre de la última sección —El cazador de pájaros— nos puede remitir al personaje del cazador de La flauta mágica de Mozart, un personaje benévolo que busca encontrar el amor y formar una familia. Representa al hombre común, humilde y bueno, y es parecido al protagonista de la Crónica. Esta ópera también incorpora la idea de una prueba que se comienza por amor, en que el protagonista se ve obligado a exceder sus propios límites. Sin embargo, este título también se puede relacionar con la obra kyōgen3, El cazador de pájaros en el inframundo, que narra el encuentro de un cazador de pájaros con el dios de la muerte y la manera en que escapa de él (Keene, 1955, p. 301), justo como lo hace Tōru al salvarse de morir ahogado en el pozo anegado de agua, hacia el final de la Crónica.
Me gustaría concluir este artículo señalando que en la novela, el pájaro funciona como un símbolo en el que se inscriben varios estratos de significados superpuestos, que coexisten y están sujetos a las más variadas interpretaciones. Quizá solo es posible descifrarlo en su totalidad inextricable, contingente e inestable. En su aleteo percibimos el eco de Eros a través del ave que habita el centro de la Rueda de la vida y nos previene sobre los peligros de perdernos en el laberinto del deseo, el cual le da cuerda al mundo y nos condena a renacer en él una y otra vez. También intuimos la presencia de Tánatos, por medio de los presagios y la visión de los muertos concebidos como aves migratorias que, desde la costa oeste de Japón, se encaminaban al horizonte donde el mar se fusiona con el cielo.


