Los carnívoros silvestres de Latinoamérica y su conservación en el siglo XXI
Los carnívoros silvestres juegan un papel prioritario en la conservación de los paisajes y el mantenimiento de la biodiversidad debido a su importancia en la regulación, estructura y función de los ecosistemas (Miller et al., 2001; Shivik, 2006). Por ejemplo, mantienen las poblaciones de herbívoros en niveles saludables al evitar su sobreabundancia (efecto top-down) y, con ello, el sobrepastoreo de la vegetación natural. Además, controlan a su vez las poblaciones de otros carnívoros de menor tamaño (Steneck, 2005) y, de esta manera, regulan la fauna que depende de esos recursos (Dirzo et al., 2014; Winnie y Creel, 2017). Por otra parte, en el tema cultural, los carnívoros forman parte de la cosmovisión de varios pueblos nativos de toda Latinoamérica, que coexisten con ellos y persisten hasta nuestros días a través de diversas expresiones culturales (Lacher et al., 2019).
Los carnívoros son uno de los grupos más diversos, de amplia plasticidad ecológica, lo cual ha permitido que se distribuyan en todos los continentes (Wilson y Mittermeier, 2009). Sin embargo, sus tamaños poblacionales y distribución geográfica han disminuido de forma muy acelerada en las últimas décadas, debido principalmente a la pérdida y degradación de su hábitat, a la disminución de abundancia de presas, a enfermedades transmitidas por animales domésticos, a la contaminación y a la cacería indiscriminada (Ripple et al., 2014).
La degradación del hábitat tiene un impacto significativo en los grandes carnívoros debido a las extensas áreas que estos necesitan para satisfacer sus requerimientos ecológicos (Magioli et al., 2021). Algunas de las actividades que más afectan la presencia de los grandes depredadores en áreas donde en décadas pasadas eran abundantes son las actividades agropecuarias, la cacería ilegal y la conversión de las selvas y bosques a pastizales —lo que ha favorecido que exista un mayor contacto entre el ganado doméstico y los grandes depredadores (Ripple et al., 2014)—. Además, lo que agrava aún más esta problemática es el uso intensivo de las tierras de pastoreo —sumado, en algunos casos, al mal manejo ganadero por parte de los productores—, por ello se requiere implementar mejores prácticas ganaderas y el establecimiento de sistemas agrosilvopastoriles (Thompson et al., 2016). Entre todas las especies de carnívoros silvestres, los grandes felinos son uno de los grupos más amenazados debido a sus requerimientos de hábitat y a los cambios en el paisaje generados por las actividades humanas (Athreya et al., 2013; Ripple et al., 2014).
En este siglo se ha promovido la conservación de estas especies porque sus rangos de distribución y tamaños poblacionales han disminuido en forma alarmante. Una de las razones de dicha declinación es el avance de la ganadería y agricultura que casi todos los biomas presentan en Latinoamérica, así como su activa persecución y cacería ilegal.
En este artículo se discuten las implicancias del cuidado de grandes predadores y su relación con la ganadería. Dentro de los objetivos de desarrollo sostenible de la agenda 2030 se consideran hambre cero (ODS 2) y la conservación de biodiversidad (ODS 15). El problema de coexistencia entre ganadería y conservación de depredadores contrapone ambos objetivos. Por ello, proponemos una mirada interdisciplinaria para compatibilizar ambos objetivos.
La conservación del puma y jaguar en el contexto de Latinoamérica
En América, los dos grandes felinos son los jaguares (Panthera onca) y los pumas (Puma concolor), quienes no tienen como hábito atacar especies domésticas; sin embargo, si estos felinos carecen de presas naturales en el medio silvestre y coexisten en áreas donde hay ganado doméstico bajo malas prácticas de manejo ganadero, la consecuencia directa es que tienden a frecuentar aquellos sitios en donde hay animales domésticos cercanos en busca de alimento (Treves y Karanth, 2003). Siendo el ganado una presa fácil de cazar, el consumo de ganado por grandes felinos incrementa los conflictos humano-depredador, lo que frecuentemente lleva a la cacería del animal que está causando el problema. Por otra parte, la cacería de “subsistencia”, esto es, la búsqueda de presas silvestres para consumo humano (carne de monte) a nivel familiar o local, ha sido una práctica tradicional bajo ciertas condiciones sostenibles en el pasado (Robinson y Redford, 1991). En la actualidad es difícil considerar que la cacería de grandes vertebrados es sostenible por el número de ejemplares cazados y por el grado de deforestación y presión antrópica sobre la mayoría de los ecosistemas de Latinoamérica. Debido a ello, la caza excesiva no solo pone en riesgo a mediano plazo la seguridad alimentaria a nivel familiar, sino a nivel de la población local, además de impactar severamente a los grandes felinos (Novack et al., 2005; Foster et al., 2016). Tomando en cuenta que el cazador busca, por lo general, las mismas presas que los grandes felinos (esto es, herbívoros), ante la escasez de alimento y la competencia por presas, los grandes felinos se desplazan hacia nuevas áreas de forrajeo en busca de alimento, siendo el ganado doméstico una presa fácil y accesible para ser depredada —dadas las malas prácticas ganaderas que tienen los pequeños productores (Suárez y Zapata-Ríos, 2019).
La agenda 2030 y la conservación de grandes depredadores
En Latinoamérica, el jaguar y el puma son los depredadores silvestres más grandes y los actores protagonistas en el conflicto entre ganadería y grandes felinos. El objetivo de desarrollo sostenible 15 (ODS 15), creado en 2015 como parte de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, busca detener la pérdida de la biodiversidad y proteger, restaurar y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres (Asamblea General de la ONU, 2015). Siendo el conflicto humano-grandes felinos una amenaza para las poblaciones de jaguares y pumas a lo largo de Latinoamérica —y, por lo tanto, una amenaza para los ecosistemas terrestres donde habitan debido a su papel como especies clave (keystone species) (Ripple et al., 2014)—, su mitigación debe ser de prioridad bajo el ODS 15.
La depredación de ganado doméstico y las consecuencias económicas que implica es un problema social en zonas rurales a lo largo de toda Latinoamérica (Graham et al., 2005). La depredación de ganado constituye la principal fuente de conflicto entre los felinos silvestres y los intereses humanos debido a las pérdidas monetarias reales o percibidas derivadas de la depredación de ganado (Sillero-Zubiri et al., 2004). Pero ¿cuáles serían las principales causas por las que esta interacción se vuelve un conflicto?
Desafíos para la implementación de la Agenda 2030 y sus objetivos hambre cero (ODS 2) y conservación de biodiversidad (ODS 15)
Sin duda alguna, en primer lugar, el aumento de la población humana y, en segundo lugar, la ocupación de hábitats naturales para uso pecuario. La presión de la cacería de fauna silvestre y el cambio de uso de suelo, con la consecuente expansión de la frontera agrícola y ganadera, ocasiona una enorme presión sobre los ecosistemas naturales. El hábitat disponible para los grandes predadores como el jaguar y el puma se ve reducido; y, así, su tasa de contacto con el ganado doméstico se incrementa. Al mismo tiempo, el reemplazo de ambientes naturales por suelos agrícolas o pastizales lleva a una disminución de las presas nativas, lo cual aumenta la presión de caza de animales domésticos por parte de felinos (Hoogesteijn, 2003).
Esta interacción entre felinos-ganado doméstico se exacerba aún más a medida que las actividades pecuarias invaden día a día más espacios, fragmentándolos y modificando los ecosistemas naturales. El puma tiende a tolerar más la presencia humana que el jaguar, por lo que puede vivir en áreas con mayor actividad humana y más transitadas, siempre que existan lugares en donde refugiarse o esconderse, como barrancos o peñascos (Nielsen et al., 2015; Quigley et al., 2018). La gravedad del conflicto humano-depredador tiende a crecer aún más cuando los depredadores silvestres son de mayor masa corporal (Inskip y Zimmermann, 2009). Este conflicto se ha documentado ampliamente en jaguares y pumas en distintas regiones de Latinoamérica (Amit y Jacobson, 2017; Cavalcanti y Gese, 2010; Conforti y Azevedo 2003; Crawshaw, 2004; Garrote et al., 2017; Graham et al., 2005; Palmeira et al., 2015; Mazzolli et al., 2002; Polisar et al., 2003; Rosas-Rosas et al., 2008; Soto-Shoender et al., 2011).
Ante la depredación de ganado doméstico, la respuesta inmediata de los pobladores locales por lo general es eliminar el problema, es decir, cazar o envenenar al predador —y sin que haya un registro real de la muerte de individuos—, lo que en la mayoría de los países constituye un delito debido a que la caza está prohibida o con restricciones legales en el caso del jaguar (Bonacic, 2012; Zarco-González et al., 2013). Debido a ello, contar con números reales o estimados de la cacería o de la dimensión nivel de la problemática a nivel regional o de país es, al final de cuentas, muy difícil. Según Hoogesteijn (2003), la gran mayoría de los casos de depredación de ganado por grandes felinos silvestres refleja algún tipo de desequilibrio en el ecosistema local y/o mal manejo ganadero. Y aún más difícil de detectar cuando muchos de los ataques a ganado son causados por perros (Canis lupus familiaris). Este hecho complica la capacidad de establecer el rol de los grandes felinos y, por ende, sufren persecución y cacería en forma injustificada (Ciucci y Boitani, 1998; Kelly y McKee, 1996; Schumann, 2004). Sin embargo, se ha observado que la cacería puede no ser una herramienta efectiva, ya que en muchos casos se ha documentado que los felinos cazados no necesariamente fueron los que depredaron sobre el ganado y la caza como represalia conlleva un efecto directo sobre el rol de los depredadores tope en los ecosistemas (Carvalho y Pezzuti, 2010; Jędrzejewski et al., 2017).
Una cabeza de ganado implica una pérdida económica para el ganadero, un ejemplar menos a la venta, y esto puede socavar el ingreso económico familiar y, al final, contribuir a la pobreza, con lo cual se reducen las posibilidades de una mejor calidad de vida y el acceso a una buena alimentación. La meta de alcanzar el objetivo de desarrollo sostenible 2 (ODS 2), el cual busca asegurar la seguridad alimentaria y el hambre cero (Asamblea General de la ONU, 2015), se aleja al tener pérdidas de animales por depredación (figura 1).
Figura 1.
La relación de los depredadores y el ganado en Latinoamérica. Los objetivos de desarrollo sostenible 2 y 15 requieren un trabajo conjunto de las autoridades de los ministerios de Agricultura y Medio Ambiente para unir esfuerzos hacia una ganadería sostenible. Fuente: realización propia.
Las selvas tropicales de Latinoamérica es donde el jaguar abunda más y en donde la interacción jaguar-ganado doméstico se agrava (Chinchilla et al., 2022; Inskip y Zimmermann, 2009); sin embargo, esto no solo se presenta con jaguares, sino también con pumas a lo largo de las áreas ganaderas en los distintos países de Latinoamérica (De la Torre et al., 2018; Michalski et al., 2006). Existen cuantificaciones del daño ocasionado por los grandes felinos sobre el ganado doméstico en México, Costa Rica y Brasil, en distintas zonas como en la Amazonía, Caatinga, Pantanal (Conde et al., 2010; De la Torre et al., 2018; Michalski et al., 2006; Rodríguez-Soto et al., 2011). Del mismo modo, en las regiones donde el puma coexiste con el jaguar, también se describe que el puma ataca animales domésticos (De la Torre et al., 2018; Michalski et al., 2006; Roques et al., 2016). Actualmente, el jaguar y el puma son percibidos por los pobladores locales como una amenaza para el ganado doméstico a lo largo de su distribución geográfica, por lo que son perseguidos y cazados (figuras 2, 3 y 4).
Figura 2.
Puma (Puma concolor) en cordillera de los Andes de Chile. Crédito de la fotografía: Cristian Bonacic.
Promoviendo estrategias integrales de coexistencia entre grandes predadores y la ganadería en Latinoamérica
Para poder implementar más y mejores estrategias de conservación, lo primero es entender la problemática en todas sus escalas y dimensiones, a fin de adaptarlas a las diferentes situaciones sociales, políticas y ambientales de cada región en particular y de la legislación de cada país.
A lo largo de toda su área de distribución en Latinoamérica, tanto las poblaciones de jaguares como las de pumas tienen distintos grados de amenaza, de acuerdo con las diversas problemáticas específicas presentes en cada país (Ceballos et al., 2009; Ceballos et al., 2010; Inskip y Zimmermann, 2009). Habitan desde bosques tropicales perennifolios, hasta manglares, bosques mesófilos de montaña y, eventualmente, en matorrales xerófilos y bosques de coníferas (figura 5), y en altitudes que van desde el nivel del mar hasta los 2000 m s. n. m. para jaguares y 4000 para pumas (Wilson y Mittermeier, 2009). En el caso particular del jaguar, se distribuye desde México hasta Argentina (Inskip y Zimmermann, 2009; Ceballos et al., 2010). En la última década se han mejorado los métodos de estudio e identificación del jaguar en zonas boscosas y ambientes fragmentados en México, Mesoamérica, la gran cuenca del Amazonas, Chaco del Paraguay y zonas andinas de Colombia, Ecuador, Perú, con lo cual se ha podido registrar la presencia del jaguar en ambientes donde se pensaba que no formaban parte de su hábitat o incluso en ambientes donde se creían localmente extintos (De la Torre et al., 2018; Roques et al., 2016). En cambio, el puma se distribuye desde Canadá y el norte de Estados Unidos hasta la Patagonia austral de Chile continental (Ohrens et al., 2015). La naturaleza críptica del puma le ha permitido vivir en diversos tipos de ambientes (Michalski et al., 2006; Zúñiga et al., 2005). Habita desde zonas desérticas hasta bosques templados en el sur de Chile y en el sur de Argentina (Ceballos et al., 2009). También coexiste con el jaguar en bosques y zonas de matorral y en aquellas sabanas tropicales donde es de menor tamaño que el jaguar (Ceballos et al., 2009; Inskip y Zimmermann, 2009).
Figura 5.
Ecorregiones donde habita el jaguar y el puma en Mesoamérica. Crédito de la fotografía: Helliot Zarza.
La fragmentación del hábitat, la caza ilegal y el desplazamiento por la deforestación de ambientes naturales para el desarrollo de actividades ganaderas y agrícolas ha mermado y aislado considerablemente las poblaciones de ambos grandes felinos tanto en su área de distribución histórica como en sus números poblacionales (Ceballos et al., 2009; Inskip y Zimmermann, 2009; Zapata-Ríos y Branch, 2018). Por ser depredadores tope de la cadena alimenticia, su relación biológica debe considerarse clave por su efecto sobre las poblaciones de sus presas silvestres y, además, porque su presencia refleja un buen estado de conservación de esos ecosistemas.
El camino de la coexistencia de depredadores nativos y ganadería en Latinoamérica
Resulta claro que las causas del conflicto humano-depredador son, por un lado, ecológicas y, por otro, socioeconómicas, por lo que la toma de decisiones para resolver este conflicto debe tener en cuenta las múltiples facetas que lo causan. Las iniciativas que se han desarrollado para la conservación y manejo de los grandes felinos a nivel continental deberán ser aplicadas a nivel de cada país y para cada región en particular. No existe una solución única aplicable a todos los casos: la solución y las acciones de conservación y manejo ganadero deben ser acordes con las realidades específicas de cada región y país. El adecuado conocimiento de la realidad local, el tipo de ganadería y la especie de depredador presente condicionan las acciones que conviene tomar.
Todas estas iniciativas, estrategias de conservación y manejo, así como los planes de acción enfocados en la conservación de la especie, su hábitat y sus presas, deberán considerar un conjunto de elementos cruciales para garantizar la viabilidad de los esfuerzos de conservación regionales, nacionales e internacionales (Zarza et al., 2013). En primer lugar, está el conocimiento de la historia natural de la especie, desde conocer sus requerimientos y uso de hábitat en ambientes conservados y dominados por actividades humanas hasta determinar el impacto de las actividades humanas sobre sus poblaciones, con la finalidad de poder identificar áreas prioritarias de conservación y diseñar las áreas de conservación y corredores biológicos que garanticen el libre movimiento de individuos en el paisaje. Se podrán proponer medidas de mitigación o compensación ambiental de los impactos antropogénicos sobre los grandes felinos mediante acciones y estrategias de conservación (Kie et al., 2002).
En segundo lugar, se precisa de una acción coordinada entre las distintas partes interesadas (stakeholders). Por ejemplo, las políticas públicas ambientales y de desarrollo sustentable son propuestas y ejecutadas por el sector ambiental de los gobiernos, mientras que las políticas de desarrollo económico en gran medida son promotoras de impactos ambientales generados por las actividades de producción de otros sectores (por ejemplo, el sector agropecuario, de comunicaciones y transportes, de minería, petrolero, etcétera). De esta manera, todos los sectores del gobierno deben asumir sus responsabilidades propias y participar en el diseño e instrumentación de políticas públicas compatibles entre ellas mismas y con el desarrollo sustentable y la conservación de los recursos naturales. Por ello, se requiere de políticas públicas nacionales e internacionales más fuertes que incluyan acciones de manejo y conservación a nivel de paisajes de usos múltiples y a diferentes escalas espaciales; una mayor aplicación de las leyes contra la cacería y el tráfico ilegal; desatender programas que impulsen incentivos perversos; y fomentar el desarrollo de incentivos de políticas favorables para la vida silvestre en terrenos privados y comunales (Torres-Romero et al., 2020; Zarza et al., 2013).
En tercer lugar, las soluciones requieren de una visión multidisciplinaria, no solo desde el ámbito académico, sino también con la participación de expertos de diferentes campos del conocimiento, de funcionarios de los distintos sectores y niveles de gobierno, organizaciones no gubernamentales, organizaciones privadas y de la sociedad civil, y, especialmente, los pobladores locales dueños de las tierras son actores cruciales para generar un impacto real sobre el terreno.
La consecuencia directa del ataque de ganado por parte de estos depredadores es su caza, lo cual en la mayoría de los países de la región no está legalmente permitido (Bonacic, 2012; Zarco-González et al., 2013). Estudios a escala continental acerca de la diversidad genética del jaguar muestran que las subpoblaciones de México son marcadamente distintas de las subpoblaciones del Amazonas, siendo estas las que presentan mayor diversidad genética (Roques et al., 2016). Sin embargo, la fragmentación del hábitat y la disminución de las áreas de distribución de la especie ya están afectando la estructura poblacional y la diversidad genética del jaguar en algunas áreas en Brasil, como la Caatinga y Pantanal (Michalski et al., 2006; Wippich Whitean et al., 2007). La situación del jaguar y del puma es menos conocida en la zona andina de Colombia, Ecuador y Perú, pero se sabe que hay conflictos entre la ganadería y ambas especies depredadoras tope (Bonacic et al., 2007; Zapata-Ríos y Branch, 2018). En el extremo austral de Latinoamérica se ha estudiado el conflicto entre el puma y la ganadería de la zona altiplánica (Ohrens et al., 2015), ecosistemas mediterráneos de Chile central (Guarda et al., 2016; Ohrens et al., 2015), la zona de La Araucanía (Bonacic et al., 2007) y la Patagonia (Ceballos et al., 2009).
Sin embargo, no se cuenta con un estudio a escala regional donde se identifiquen en qué áreas a escala local deberían de implementarse mecanismos de transferencia que beneficien a los pobladores locales a la vez que realicen la conservación de los grandes felinos no solo en las áreas protegidas, sino en aquellos ambientes dominados por actividades humanas, donde las actividades pecuarias dominan el paisaje. Por ello, la integración de los Objetivos de Desarrollo Sostenible abre la oportunidad de incluir las políticas de conservación de biodiversidad y las de mitigación de la pobreza (incluyendo hambre cero) en forma conjunta e integral.

