Álvaro Salgado Farías, exrector y primer decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de los Andes, relató para la Revista de Ingeniería detalles sobre los inicios del método de enseñanza Uniandino y su posterior adopción en el sistema colombiano de educación superior.
Sistema de créditos, semestres académicos, cronogramas de lecturas, recomendaciones bibliográficas, notas complementarias, problemas a resolver por un estudiante autónomo y un profesor que resuelve inquietudes. Aunque parezcan los elementos básicos del modelo pedagógico que prima actualmente en cualquier institución de educación superior del país, ésta fue realmente la fórmula básica que –durante la década del cincuenta– hizo del método de enseñanza de la Universidad de los Andes un modelo revolucionario e inicialmente altamente criticado por sus pares pero que, rápidamente, se convirtió en un ejemplo a seguir.
Álvaro Salgado Farías, –quien además de desempeñarse como rector de Los Andes durante los años 1971 y 1972, fue el primer decano de la Facultad de Ingeniería– explica por qué en su momento el modelo propuesto por la Universidad era considerado disruptivo: “En Colombia primaba un sistema educativo básicamente escolástico, heredado de Europa. Nosotros nos independizamos de ese esquema Franco-español de la clase magistral y nos ceñimos por el modelo americano, que era todo menos clerical”.
Aparentemente sencillo, el método de enseñanza funcionaba bajo unas lógicas completamente alejadas de las imperantes para la época: a diferencia del sistema tradicional en el que el proceso pedagógico giraba en torno al profesor, en este era el estudiante quien se encontraba en el epicentro del sistema.
Un modelo enfocado en la autonomía del estudiante
En palabras de Salgado, “para aquello que el estudiante puede entender por sí mismo, sobra el profesor. Pero es indispensable para lo que éste no puede comprender”. Y de ese precepto se derivaba todo el método en el cual era imprescindible que el estudiante se preparara previo al desarrollo de la clase. Por lo tanto, era necesaria una precisa planificación curricular de cada una de las materias por parte del profesor, programación que –además de los contenidos a abordar– incluía en detalle las lecturas que debían hacer los estudiantes y un planteamiento de problemas a resolver teniendo en cuenta la teoría contenida en el libro guía.
El libro de texto fue precisamente uno de los criterios base con los que se concibió el método de Los Andes. Brindar al estudiante una guía teórica completa que le evitara la necesidad de tomar apuntes durante la clase era imperativo, máxime en un contexto en el que la prioridad era que –con orientación del profesor y en un ambiente de construcción de conocimiento conjunto– los estudiantes resolvieran sus dudas frente a los problemas previamente planteados. La justificación no era nada distinta a que mientras los estudiantes escribían sus propias notas, podían distraerse u obviar aspectos importantes, los cuales bien podían estar consignados en un libro editado y revisado por una o más personas con conocimientos lo suficientemente sólidos y afianzados frente al tema específico que se enseñara.
No obstante lo anterior, había una conciencia clara de que algunos de los contenidos de estos libros guía iban perdiendo vigencia y que era posible complementarlos para así agregar valor tanto al proceso de enseñanza como al de aprendizaje; por lo tanto, junto con el cronograma exacto de cada la clase y el texto guía, el profesor tenía la posibilidad de entregar a los estudiantes sus notas personales frente al tema que se abarcaría.
La concepción de la teoría, no como algo que debía ser memorizado, sino como un vehículo que posibilitaba la resolución de problemas prácticos, facilitó la implantación del modelo pedagógico Uniandino. “Para resolver los problemas planteados, los estudiantes debían remitirse a la teoría, estudiarla de acuerdo a las indicaciones del cronograma de estudio y asistir posteriormente a la clase con los ejercicios resueltos e, idealmente, con dudas frente a las lecturas y los problemas”, argumenta Salgado.
Esta dinámica convertía a la clase en un espacio de interacción, diálogo y construcción conjunta de soluciones entre el profesor y sus estudiantes. Contrario al modelo educativo imperante en la época, la clase no era propiamente un ejercicio magistral que tenía como eje central al profesor, sino que eran los estudiantes quienes, a través de sus inquietudes y apropiaciones individuales de la teoría, hacían una puesta en común de la manera en que habían resuelto sus ejercicios y el docente respondía a las dudas, indicaba las fallas que habían cometido durante el proceso de resolución de los problemas y complementaba la teoría del libro guía.
Pero no solo la clase era diferente, también lo era la manera de evaluar, “aunque no todos, muchos profesores hacíamos los exámenes con el libro abierto. Nunca fue de nuestro interés que los estudiantes memorizaran la teoría o las fórmulas, sino que aprendieran a usarlas para resolver problemas” comenta Salgado, explicando también que esta dinámica era que la posibilitaba forjar a un estudiante autónomo, el cual adquiría la teoría, la ponía en práctica en la resolución de los ejercicios propuestos y, poco a poco, se iba independizando del profesor y quedaba preparado para estudiar por sí solo.
“Era un método de enseñanza totalmente diferente con el que se buscaba la autonomía del estudiante al punto que, una vez graduado y en el ejercicio profesional, jamás respondería que no podía hacer algo porque no se lo habían enseñado en la universidad, sino que buscaría un libro y el concepto de un colega para resolver un problema” enfatiza Salgado.
Orígenes del modelo
Contrario a las críticas de algunas de sus universidades pares en el país que enseñaban también Ingeniería, el de Los Andes no era un modelo pedagógico caprichoso, de hecho, en aquel momento no era nada diferente al resultado de la estrategia establecida desde su misma fundación: ofrecer a los estudiantes la posibilidad de empezar su carrera en Colombia y terminarla en universidades estadounidenses de gran prestigio, como la Universidad de Illinois y, posteriormente, la de Pittsburgh.
Naturalmente, si el propósito era preparar a los estudiantes para que completaran sus estudios en Estados Unidos, el modelo pedagógico debía ser el mismo o, al menos, similar al del país norteamericano. Por lo tanto, para Los Andes no era una opción preservar aquel modelo franco-español al que se refería Salgado, el cual era predominante en la educación superior colombiana y había sido fervorosamente adoptado por instituciones como la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá y la Escuela Nacional de Minas en Medellín.
“Ese era el atractivo de la Universidad de los Andes y lo que le daba una gran reputación: que los estudiantes se iban a Estados Unidos y llegaban graduados de allá, incluso con posgrado” sostiene Salgado. Evidentemente, para que estos pudieran acoplarse a la vida académica americana, el mayor esfuerzo debía concentrarse en facilitar esa transición desde Colombia; por lo tanto, era preciso adaptar los currículos, las metodologías de enseñanza y aprendizaje, los promedios, créditos y prerrequisitos, y no menos importante: el tiempo.
La propuesta Uniandina referente a ciclos de tiempo distintos al tradicional sistema anual resultaba sencillamente inconcebible. Sin embargo, la necesidad de acoplarse en la mayor medida posible al modelo estadounidense no era negociable y para lograrlo, Los Andes implantó un sistema de estudio semestral que se ajustaba a los requerimientos norteamericanos. “Desde el principio nos propusimos seguir el método americano, tanto con créditos, como con materias, currículos y todo lo demás. Incluso usábamos los mismos textos que consultaban allá porque no podíamos permitirnos que hubiera un desbalance en la transición Colombia – Estados Unidos. El proceso debía ser perfecto”, comenta Salgado. El sistema de créditos y prerrequisitos fue implantado por primera vez en 1957 en la Facultad de Economía por parte de su decano Jorge Luis Lara y rápidamente Eduardo Aldana Valdés hizo lo propio en Ingeniería.
Dicha semestralización venía igualmente de la mano de una considerable reducción del tiempo de carrera, pues en Estados Unidos el tiempo total de un programa de pregrado era de cuatro años, mientras en Colombia era de seis. La sola idea resultaba tan descabellada en el momento que, según relata Salgado “en otras universidades nos decían que estábamos formando ‘teguas’ y no ingenieros”. Pero este concepto innovador reposaba precisamente en el ideal del estudiante independiente quien, por cada hora de clase en la Universidad, debía cumplir con dos horas adicionales de trabajo autónomo en su casa. Esa fórmula básica que adoptó Los Andes es lo que hoy se reconoce como el sistema de créditos, ampliamente interiorizado en todas las universidades del país.