“EL MAPA DE LA GUERRA ES EL MAPA DE UTOPÍA”: CARLOS GABRIEL GÓMEZ


Nacida en el seno de la Universidad de La Salle, Utopía es sinónimo de ruralidad, oportunidades, liderazgo y reinvención de la vocación agrícola del país. La Revista de Ingeniería entrevistó a Carlos Gabriel Gómez, el sacerdote lasallista que concibió este innovador proyecto de educación para el desarrollo del agro, una iniciativa que apuesta por el fortalecimiento del sector agropecuario y el desarrollo rural sostenible a través de oportunidades para jóvenes del campo colombiano que han padecido la crudeza de la violencia para convertirlos en ingenieros agrónomos líderes en sus territorios.

R.I.: Si esta Utopía es una realidad, ¿por qué la referencia al no-lugar, lo inexistente e imposible?

C.G.G: Utopía es una idea que contesta al presente, pero da pistas para construir el futuro. El verso de Eduardo Galeano la describe mucho mejor: «Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar». Así, nuestra Utopía les da oportunidades a jóvenes sin oportunidades. La oportunidad de soñar, de encontrar razones para la reconciliación y caminos para construir paz.

R.I.: ¿Qué experiencias lo llevaron a concebir este proyecto educativo?

C.G.G.: Algo fundamental fue mi trabajo en la ruralidad profunda y violenta. Estuve en La Guajira en la época de la bonanza marimbera, en el Casanare cuando se dieron las primeras incursiones paramilitares y en San Vicente del Caguán en la época de la distención. Conozco el país y cuando uno está en esos lugares entiende muchas cosas, una es que a veces los jóvenes rurales van a la escuela porque no tienen nada más que hacer. Otro elemento es que –con algunas excepciones– la educación rural en Colombia es muy deficiente: no hay recursos ni infraestructura. Estar de cerca con estas realidades permite entender por qué muchos jóvenes optan por grupos ilegales o por el servicio militar, pero también que todos los combatientes tienen una característica en común: son campesinos sin ilusiones ni oportunidades que no tuvieron más opción que irse con el mejor postor.

Carlos Gabriel Gómez, exrector Universidad de La Salle. Foto: José Javier Torres, fotógrafo Universidad de La Salle.

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R.I.: ¿Cómo se empezó a materializar Utopía?

C.G.G: Al estar en esos territorios violentos me preguntaba constantemente qué hacer con los niños y los jóvenes. Se fueron conjugando varias cosas y entendí que si no era desde la Universidad, en donde era rector, esto no se podía hacer desde ningún otro lugar, pues las universidades tienen varias condiciones favorables como recursos humanos y económicos, y poder de interlocución. Eso coincidió con que en La Salle tenemos una facultad fuerte en temas agropecuarios y con que estábamos concibiendo la creación de un programa de Ingeniería Agronómica diferente en términos de la metodología y la población. En ese momento, y pensando en fortalecer los talentos campesinos, tomamos la decisión de que Utopía fuera un programa para jóvenes de la ruralidad en un campus universitario rural.

R.I.: ¿Qué criterios tuvieron en cuenta para el establecimiento de ese campus universitario rural?

C.G.G: Era 2007 y el contexto nacional de seguridad era complejo, hubiéramos querido establecer nuestro campus en Arauca, Putumayo o el Magdalena Medio, pero no podíamos llevar profesores a lugares donde había balas. Esa fue una de las discusiones más difíciles. El criterio principal era que debía ser un lugar en la ruralidad en donde pudieran confluir todos los estudiantes. Lo construimos en el oriente en Casanare, a 20 km de Yopal. Este departamento nos ofrecía la ventaja de que ya era un territorio relativamente pacífico, que la capital –cercana al campus– contaba con aeropuerto y hospital accesibles, y el sector agropecuario en la región tenía un futuro promisorio.

Campus de Utopia. Fotos: José Javier Torres, fotógrafo Universidad de La Salle

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R.I.: Un campus rural no es necesariamente una innovación. De hecho, las sedes de muchas universidades regionales son en la ruralidad. ¿Qué diferencia a Utopía de estas instituciones?

C.G.G: Utopía es un cambio total de paradigma en el que, incluso, la toma de decisiones es diferente. Por ejemplo, el programa académico no está organizado por semestres como la universidad tradicional porque entendemos que en la agricultura no hay vacaciones. Solo tenemos una ‘cohorte’ anual y el programa empieza en mayo porque depende completamente del ciclo de la lluvia. Aprender de agronomía en un contexto distinto obliga a cambiar la didáctica y tuvimos que encontrar profesores que se adaptaran a una metodología distinta en la que la preparación y evaluación se hacen con los estudiantes.

R.I.: Utopía es un proyecto educativo en función del fortalecimiento del campo, pero centrado en el estudiante y su comunidad, ¿cómo logran esta articulación?

C.G.G: Uno de nuestros desafíos más grandes fue –y aún lo es– articular el componente productivo con las clases y el trabajo en el laboratorio. En total, los estudiantes hacen diez cuatrimestres presenciales en el campus. En sexto empiezan a elaborar su proyecto productivo que después se vuelve una idea de negocio. En el noveno cuatrimestre hacen una práctica en climas templados en donde conocen el cultivo de flores, papa y café, etc. Y al final del proceso regresan a sus hogares con un proyecto por delante que es financiado por la Universidad con diez millones de pesos y en el que tienen que involucrar a sus familias y comunidades. Durante todo el año de ejecución del proyecto son acompañados por un equipo de ingenieros designado por la Universidad y al final defienden su trabajo ante un jurado y reintegran el capital semilla que se les dio.

R.I.: ¿Qué otros desafíos sortearon en el proceso? Por ejemplo, relacionados con la metodología y criterios para seleccionar estudiantes.

C.G.G: En efecto, haber decidido formar a estudiantes del sector rural de la Colombia violenta fue el mayor desafío para nosotros, pues ellos no aplican, sino que somos nosotros quienes los buscamos anualmente; generalmente recurrimos a sacerdotes de los pueblos seleccionados porque tienen autoridad, pero al principio era muy difícil que nos creyeran y casi todos pensaban que Utopía era una nueva modalidad de reclutamiento. Finalmente, en la primera cohorte contamos con jóvenes de Casanare, Meta, Arauca y Caquetá; y en la actualidad el programa tiene 220 estudiantes activos y 215 egresados pertenecientes a 21 departamentos y más de 200 municipios. Los criterios están relacionados con el territorio, por ejemplo, hay algunos departamentos que no tenemos en cuenta, como Caldas, Quindío y Risaralda, porque la ruralidad allá es distinta y consideramos que los jóvenes están relativamente bien atendidos. No cubrimos Atlántico y San Andrés porque allá la agricultura casi no existe. Tampoco incluimos Vaupés, Guainía y Amazonas, pues, aunque hay mucha pobreza, la agricultura sería invasiva y destructora. Incluimos a la Costa Pacifica de Nariño (Tumaco), Bolívar y Sucre (Montes de María) y Santander (Catatumbo). En términos generales, el mapa de la guerra es el mapa de Utopía.

R.I.: ¿Cómo es la participación de mujeres campesinas en Utopía?

C.G.G: Ese ha sido un tema complejo y definitivamente no ha sido fácil abrir Utopía a tantas como quisiéramos. Aunque hemos hecho todo a nuestro alcance porque la cantidad de mujeres y hombres sea equitativa, no lo hemos logrado. Si nacer campesino es un problema, nacer mujer en la ruralidad es una tragedia. Generalmente nos encontramos con madres adolescentes que desertaron del sistema educativo y no pueden acceder a educación superior; también con mujeres a quienes –por la cultura machista– sus esposos o familias no les permiten estudiar.

R.I.: Si la guerra es el mapa, ¿cuál es la brújula?

C.G.G: La paz. Utopía es una escuela de liderazgo social y político en donde enseñamos sobre organización comunitaria, asistencia técnica y apoyo a los campesinos. Pero es también un laboratorio de paz en donde forjamos el sueño común de transformar el país. Para eso, se necesita un modelo de desarrollo rural territorial enfocado en la paz y una política pública para el campo que nazca de la base y no desde un escritorio en Bogotá. A través de Utopía ya es posible ver algunos efectos de la paz en la ruralidad, pues los jóvenes llegan con menos miedos.

R.I.: ¿Qué otro efecto ha tenido la firma de la paz en Utopía?

C.G.G: Es importante entender que el proceso de negociación del fin del conflicto armado fue una caja de pandora que permitió poner sobre la mesa muchos temas que el secuestro y los miedos no nos permitían discutir. Por eso, terminado el fantasma de las FARC ahora es importante hablar de educación, equidad y ruralidad. Por eso, la polarización de la que tanto se habla últimamente puede verse desde otra perspectiva si se entiende como el reflejo de un país que empieza a hablar. Yo en Utopía he visto milagros y el poder de la educación como generadora de dignidad, autoestima y paz.

R.I.: ¿Cómo se financia y sostiene Utopía?

C.G.G: La Universidad de la Salle hizo la inversión más grande de 15 millones de dólares para construir el campus y el Banco de Bogotá y Bancolombia han dado un gran respaldo al proyecto. Pensábamos que el sector agropecuario iba a involucrarse más pero no sucedió como lo esperábamos y, después de muchos acercamientos, el Estado empezó a participar a través del Ministerio de Agricultura, encabezado en ese momento por Aurelio Iragorri, que nos dio becas condonables a través de Icetex. Ecopetrol se unió en 2017 financiando algunas becas. En general, grandes empresas y fundaciones han hecho distintas donaciones para laboratorios o becas.

R.I.: ¿Cuáles son los principales retos que enfrenta el programa en la actualidad?

C.G.G: Aunque la parte financiera es un gran reto, nos preocupa la política pública frente a la ruralidad. Queremos que dicha política genere las condiciones de equidad para que la gente anhele quedarse en el campo, pues sin esas oportunidades, especialmente de educación, es imposible que el país se transforme. Aunque Utopía es una muestra de que sí se pueden hacer cosas distintas, no es suficiente, y Colombia necesita una política pública creativa que realmente le apunte a la ruralidad, que no se conciba desde las ciudades, sino desde el mismo campo; una política pública arriesgada que dé importancia a la logística agroalimentaria y a la agricultura familiar; que ordene y permita la negociación colectiva.

R.I.: No se puede perder de vista la agricultura familiar, pero es claro que después de la crisis de precios del petróleo, ¿no debería el país apostar al desarrollo agrícola a gran escala?

C.G.G: Claro que sí, pero con la agricultura familiar como base. Este país es campesino por naturaleza y no podemos olvidar que nuestras más grandes fortunas se hicieron en la agricultura (Caña de azúcar, café y palma de aceite, entre otros). Es claro que Colombia necesita una política sólida de producción de alimentos porque tenemos todo el potencial de ser una despensa mundial de alimentos. Para esto, es imperativo invertir en desarrollo agroindustrial y oportunidades para los campesinos. Mientras los hidrocarburos son una ilusión pasajera y dependen de muchos factores, la producción de alimentos siempre será necesaria y para esto también se necesita hablar sobre tierras.

R.I.: ¿Se refiere a la propiedad sobre la tierra?

C.G.G: Sí. En este país, el dinero se refugia en las tierras y es claro que se requiere una transformación radical de todo el sistema productivo rural en función de los campesinos y la propiedad de la tierra. Colombia es el único país de América Latina que no pudo resolver ese problema en las décadas del treinta y cuarenta, y ese fue y aún es el punto de partida de la violencia. No me opongo a la gran propiedad, pero sí a la gran propiedad improductiva.

R.I.: ¿Qué viene para Utopía en los próximos años?

C.G.G: Hace poco se graduó la quinta cohorte y en 2020 vamos a cumplir diez años. Nuestro sueño es construir cuatro utopías más en Colombia conservando la misma pedagogía e inspiración, pero cambiando el esquema ancla a través de programas como Ingeniería Agronómica, Ingeniería Agroforestal, Ingeniería de producción animal, Agroindustria y un programa especial para formación de maestros rurales. Queremos seguir apostando por la educación, porque ésta tiene el poder de transformar los corazones. Si con educación no logramos dar herramientas para forjar el futuro, muy difícilmente vamos a transformar las sociedades y a construir escenarios equitativos de paz y econciliación.

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