Para lograr ubicarse dentro del exigente listado de las instituciones de mayor reconocimiento a nivel nacional e internacional, la Universidad de los Andes ha recorrido un camino lleno de complejas decisiones que han requerido la labor constante y el compromiso de muchos actores.
Uno de ellos fue Carlos Amaya Puerto, quien aceptó el reto de los fundadores de iniciar su formación cuando Los Andes era poco más que una utopía; culminó sus estudios en la Universidad de Pittsburgh, donde inició su carrera como profesor y demostró sus dotes para la enseñanza de nuestra disciplina; y regresó a Colombia a contribuir en la consolidación del proyecto de expansión de la Facultad de Ingeniería y, por ende, de la Universidad.
Mientras muchos de sus colegas salieron del país a formarse a nivel doctoral en otras universidades como parte de ese proceso expansivo, Carlos se quedó en Colombia con las responsabilidades de su cargo como Decano y asumiendo los nuevos retos: ejecutar los recursos donados por la Fundación Ford y el préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo, finalizar la construcción del edificio de Ingeniería, dotar los laboratorios e, incluso, apaciguar los agitados ánimos de la comunidad universitaria producto del coletazo del mayo francés en Colombia.
Devoto de la labor docente, orientó los cursos de maquinas eléctricas y conversión de energía y, hasta el momento de su retiro, fue profesor de Universidad. Entre sus tantos cargos sobresalen haber sido Director del Departamento de Ingeniería Eléctrica, Vicedecano, Decano de la Facultad de Ingeniería y Vicerrector de la Universidad, teniendo que desempeñar la Rectoría como encargado en varias ocasiones y en tiempos en que Los Andes crecía a pasos agigantados. Además, fue presidente de la Asociación de Exalumnos de la Universidad - Uniandinos, y de la Asociación Colombiana de Facultades de Ingeniería - Acofi.
Siempre acompañado de su familia, con gran optimismo, bondad y un afecto invaluable por la Universidad, Carlos Amaya recorrió un camino que pocos han hecho, al que dedicó la mayor parte de su vida y cuyo fruto es fundamental para el actual reconocimiento de la Universidad de los Andes. Sacar adelante el proyecto de la Facultad de Ingeniería fue, sin duda, el mayor de sus logros y su máximo legado. Tuvo claro hacia donde debía llegar la Facultad, dentro de un marco de valores éticos y profesionales que no solo dejaron un sello indeleble en sus egresados, sino también en el devenir de la Universidad.