En esta entrega de la sección Memoria, la REVISTA DE INGENIERÍA revela apartes de la comunicación oficial en la que, por primera vez, se plantea la posibilidad de expandir la Facultad de Ingeniería y con ella toda la Universidad de los Andes. Una carta histórica que marcó los inicios de la universidad que hoy conocemos.
Este año se cumplieron seis décadas exactas del primer esbozo del ambicioso plan que trazó la hoja de ruta de crecimiento de la Universidad de los Andes: la terminación del programa 3-2 y la expansión de la Facultad de Ingeniería. Fue en abril de 1960 cuando –a través de una carta dirigida al presidente y a los miembros del Consejo Directivo de la Universidad– la Asociación de Antiguos Alumnos invitó a Los Andes a fijar su mirada en los ‘problemas primarios’ que debía enfrentar la institución.
En su misiva, los firmantes –Gustavo Arias de Greiff, presidente; Eduardo Aldana, secretario; y otros cuatro miembros de la Asociación–, en un acto que ellos mismos calificaron como “atrevido” sugirieron al Consejo Directivo “nacionalizar” las facultades básicas de la Universidad y dejar de ser un junior college de las universidades norteamericanas a las que los estudiantes viajaban en el tercer año de pregrado para terminar sus carreras.
En esa época, Aldana y Arias de Greiff habían participado con entusiasmo en el proceso de formalización y registro de los estatutos de la naciente Asociación de Antiguos Alumnos de la Universidad de los Andes y, como parte del proceso, participaron en diferentes conversaciones que, casualmente, convergían en la misma idea: la necesidad de ofrecer las carreras completas en Colombia.
Eduardo Aldana, quien para el momento recién llegaba de Estados Unidos –en donde había terminado su pregrado y maestría en la Universidad de Illinois– y se reincorporaba a Los Andes, esta vez como Vicedecano de Ingeniería, narra al respecto: “Eran muchos los argumentos que sustentaban esa idea, particularmente veíamos que mantener el programa 3-2 se iba a volver costoso, pues el peso se devaluaba y la deuda crecía; pero realmente nuestra gran ambición era que la Universidad creciera y el país avanzara”.
Tal interés era más que claro. La Asociación de Exalumnos, convencida de su deber moral con la Universidad, manifestaba que más importante que considerar la conformación de un club cultural y social de Amigos de la Universidad –invitación que el Consejo Directivo había remitido previamente y a la cual respondían con la carta en mención–, urgía abordar otros asuntos. Y así lo evidenciaron a través de siete cuestionamientos reproducidos a continuación:
¿Deben las Facultades de Ingeniería de la Universidad seguir siendo un Junior College de las Universidades Norteamericanas de Illinois, Pittsburgh, Kansas, etc.? o ¿de esta etapa experimental debe pasarse, lo antes posible, a nacionalizar esas facultades básicas de la Universidad?
¿Puede considerarse a la Universidad como una institución de importancia histórica nacional? ¿Debe por lo tanto limitarse en su actual nivel de la calidad académica y cantidad de graduados por año, o debe comenzarse a pensar en expansión paulatina de ambos conceptos?
De acuerdo con el punto anterior ¿debe la Universidad estudiar una política de expansión y mejoramiento a largo plazo, incluyendo el traspaso de sus instalaciones a predios más amplios?
Es preciso establecer claramente si en los próximos años nuestra Universidad debe ser una Universidad eminentemente técnica con ramificaciones de Humanidades o una Universidad especializada en Humanidades con ramificaciones técnicas. ¿Las apropiaciones presupuestales para cada departamento deben ser acordes a los dictados de esa definición básica?
¿Debe la Universidad seguir creando nuevas facultades, extensiones y departamentos, o debe concentrarse en mejorar y reforzar las actuales facilidades?
¿Es conveniente que se comience a considerar científica y técnicamente a la Universidad de los Andes como un centro de enseñanza de segundo orden?
La Asociación de Exalumnos considera extraordinariamente interesante la iniciativa del Club de Amigos de la Universidad, pero cree que, como requisito para que la idea progrese y tenga el desarrollo deseable, debe encajar dentro de un plan general a largo plazo, plan que es necesario definir antes de comenzar el proyecto del Club, contando con las debidas prioridades para evitar copar los cupos de donaciones que pudieran canalizarse a obras más primordiales para la Universidad.
Aunque no hubo una contestación formal a los exalumnos, la comunicación logró su objetivo principal: poner por primera vez en la agenda del Consejo Directivo esta discusión. Pero incluso cuando la idea resonaba en la máxima instancia, no se lograban acuerdos reales para su materialización y el sueño de conformar una gran universidad parecía cada vez más una quimera.
Para Jaime Samper Ortega, un destacado ingeniero graduado en Estados Unidos y rector de la Universidad en aquel momento, la idea era disparatada. Samper, quien era amigo cercano a los proponentes, consideraba imposible pensar que unos jóvenes recién graduados de maestría pudieran cumplir con la labor de profesores de la trayectoria de los de Illinois, universidad que contaba entre su planta académica con el profesor John Bardeen, quien había sido galardonado con un Premio Nobel en Física y ganaría un segundo en 1972. “Nos dijo, cordialmente, que estábamos locos” recuerda entre risas Eduardo Aldana.
Con el paso del tiempo, los entusiastas exalumnos continuaron enviando al Consejo misivas relacionadas con propuestas para hacer de la expansión de la Facultad de Ingeniería una realidad. Sin embargo, la materialización de esta idea empezó un par de años después de enviada esa primera carta. Labor que requirió el apoyo del nuevo rector Ramón de Zubiría; el arduo trabajo de personajes icónicos dentro de la Facultad como su Decano, Alvaro Salgado, Eduardo Aldana, Carlos Amaya y Fernando Acosta; y las voluntades y recursos de importantes entidades cooperantes como la Fundación Ford, el Banco Interamericano de Desarrollo y los gobiernos de Inglaterra, Francia y Holanda.
Gracias a aquella carta de abril de 1960 se abrieron paso un sinfín de hitos históricos y trascendentales en el devenir de la Universidad de los Andes y, por supuesto, de la ingeniería nacional, muchos de ellos narrados en detalle durante las últimas dos décadas en las páginas de la Revista de Ingeniería.