
Tecnopolítica y configuraciones extremistas en la era de las plataformas digitales✽
Marcelo de Souza Marques, David Nemer, Aknaton Toczek Souza y Felipe Lazzari da Silveira
Recibido: 29 de marzo de 2025 | Aceptado: 8 de julio de 2025 | Modificado: 20 de agosto de 2025
https://doi.org/10.7440/res94.2025.01
Resumen | Como artículo de apertura del dosier “Configuraciones extremistas en América Latina en la era de las plataformas digitales”, este texto desarrolla una reflexión teórico-analítica sobre la reconfiguración del extremismo contemporáneo, considerando la datificación de la vida, la plataformización y la gubernamentalidad algorítmica en el reciente contexto populista. Se argumenta que la creciente polarización político- populista y la consecuente radicalización de discursos se intensifican con el uso masivo de plataformas digitales, que reconfiguran modos de subjetivación e influyen directamente en procesos políticos y movilizaciones sociales. Metodológicamente, se moviliza un referencial teórico interdisciplinario para discutir cómo las dinámicas algorítmicas promueven la participación a través de afectos segregativos favoreciendo la expansión de discursos extremistas. A partir de esta revisión y de la consideración de procesos políticos recientes, se exploran tres hipótesis: la instrumentalización de la crítica al establishment, el tecnicismo político y la construcción de una polarización radical como estrategia de movilización. Como propuesta teórico-analítica, los resultados de la presente discusión sostienen que las grandes corporaciones tecnológicas desempeñan un papel central en la formación de la opinión pública estructurando espacios de comunicación digital que incentivan antagonismos y refuerzan patrones de interacción polarizados. Asimismo, indican que la gubernamentalidad neoliberal, sostenida por estas tecnologías, fomenta una racionalidad competitiva que se traduce en el ascenso de discursos populistas y en el fortalecimiento de ideologías extremistas. La originalidad de esta reflexión reside en la búsqueda de una articulación entre distintas teorías y conceptos para comprender el papel de las plataformas digitales en la dinámica política contemporánea, sobre todo en la reconfiguración del extremismo. Así, al demostrar la interdependencia entre tecnopolítica y extremismos, este artículo aporta a los debates sobre los desafíos de la democracia en la era digital y en el actual momento populista resaltando la necesidad de un enfoque crítico para enfrentar los impactos sociales de las infraestructuras algorítmicas.
Palabras clave | extremismo político; gubernamentalidad algorítmica; plataformización; populismo; tecnopolítica
Technopolitics and Extremist Configurations in the Age of Digital Platforms
Abstract | As the opening article of the dossier “Extremist Configurations in Latin America in the Era of Digital Platforms,” this paper offers a theoretical-analytical reflection on the reconfiguration of contemporary extremism, considering the datafication of life, platformization, and algorithmic governmentality within the recent populist context. It argues that growing political-populist polarization and the resulting radicalization of discourses are intensified by the massive use of digital platforms, which reshape processes of subjectivation and directly influence political processes and societal mobilizations. Methodologically, the study employs an interdisciplinary theoretical framework to discuss how algorithmic dynamics promote engagement through affects of exclusion, fostering the expansion of extremist discourses. Building on this review and recent political developments, the article explores three key hypotheses: the instrumentalization of anti-establishment criticism, political technicism, and the construction of radical polarization as a mobilization strategy. As a theoretical-analytical proposition, the discussion underscores the central role of major technology corporations in shaping public opinion, structuring digital communication spaces that promote antagonisms and reinforce polarized interaction patterns. Furthermore, it shows that neoliberal governmentality, sustained by these technologies, cultivates a competitive rationality that fuels the rise of populist discourses and strengthens extremist ideologies. The originality of this reflection lies in its effort to articulate diverse theories and concepts to explain the role of digital platforms in contemporary political dynamics, particularly in the reconfiguration of extremism. By demonstrating the interdependence between technopolitics and extremisms, this article contributes to debates on the challenges of democracy in the digital age and in the current populist moment, stressing the need for a critical approach to address the social impacts of algorithmic infrastructures.
Keywords | algorithmic governmentality; platformization; political extremism; populism; technopolitics
Tecnopolíticas e configurações extremistas na era das plataformas digitais
Resumo | Como artigo de abertura do dossiê “Configurações extremistas na América Latina na era das plataformas digitais”, este texto desenvolve uma reflexão teórico- analítica sobre a reconfiguração do extremismo contemporâneo, considerando a dataficação da vida, a plataformização e a governamentalidade algorítmica no recente contexto populista. Argumenta-se que a crescente polarização político-populista e a consequente radicalização de discursos são intensificadas pelo uso massivo de plataformas digitais, que reconfiguram modos de subjetivação e influenciam diretamente processos políticos e mobilizações societárias. Metodologicamente, mobiliza-se um referencial teórico interdisciplinar para discutir como as dinâmicas algorítmicas promovem engajamento por meio de afetos segregativos, favorecendo a ampliação de discursos extremistas. A partir dessa revisão e da consideração de processos políticos recentes, exploram-se três hipóteses: a instrumentalização da crítica ao establishment, o tecnicismo político e a construção de uma polarização radical como estratégia de mobilização. Como proposta teórico-analítica, os resultados desta discussão sustentam que as grandes corporações tecnológicas desempenham papel central na formação da opinião pública, ao estruturar espaços de comunicação digital que incentivam antagonismos e reforçam padrões de interação polarizados. Indicam, ainda, que a governamentalidade neoliberal, sustentada por essas tecnologias, fomenta uma racionalidade concorrencial que se expressa na ascensão de discursos populistas e no fortalecimento de ideologias extremistas. A originalidade desta reflexão reside na busca por uma articulação entre distintas teorias e conceito para compreender o papel das plataformas digitais na dinâmica política contemporânea, sobretudo na reconfiguração do extremismo. Assim, ao demonstrar a interdependência entre tecnopolítica e extremismos, este artigo contribui para os debates sobre os desafios da democracia na era digital e no atual momento populista, ressaltando a necessidade de uma abordagem crítica para enfrentar os impactos sociais das infraestruturas algorítmicas.
Palavras-chave | extremismo político; governamentalidade algorítmica; plataformização; populismo; tecnopolítica
Introducción
Con las transformaciones ocurridas en las últimas dos décadas del siglo XXI, principalmente debido a la polarización social y la intensificación del uso de internet y las plataformas digitales, fenómenos como la datificación de la vida (Lemos 2021), el colonialismo de datos (Silveira 2021) y la plataformización (Dijck et al. 2018) se han vuelto cada vez más evidentes. En este contexto, nos enfrentamos a la posibilidad de que nuestros comportamientos sean modulados por la inteligencia artificial (Zuboff 2020), lo que afecta no solo al campo económico, sino también la política (Da Empoli 2019) y las formas de vida de una parte significativa de la población que se comunica, se informa y se relaciona por medio de teléfonos inteligentes, computadoras y otros dispositivos electrónicos mediados por plataformas digitales (Rosa et al. 2023).
Sin embargo, lo anterior no significa que otros vehículos de comunicación e información se hayan vuelto obsoletos o que no existan modos alternativos de subjetivación en la actualidad, más allá del dominio de las plataformas digitales. Por el contrario, existen concomitantemente. No obstante, lo que hemos observado es una cierta actualización tecnopolítica1 (Sabariego 2018; Sabariego y Sierra Caballero 2022) de estas fuerzas y su consiguiente gubernamentalidad algorítmica2 (Rouvroy y Berns 2015; Rosa 2019), que impactan directamente en las experiencias comunicacionales, los procesos de movilización social (que potencializan la polarización y la aparición de nuevas experiencias organizativas y tácticas de acción política) y, de manera más amplia, en la política contemporánea.
Con la intensificación del uso de las plataformas digitales en el siglo XXI, en la literatura académica actual encontramos un grupo de investigadores que ha problematizado y verificado en sus análisis empíricos cómo el comportamiento de los usuarios de plataformas publicitarias —como Facebook, Instagram, WhatsApp y YouTube— ha influido en el debate político, económico y cultural, con reflexiones directas sobre las campañas electorales, estrategias destinadas a evidenciar y antagonizar el debate público y las nuevas experiencias de activismo en el contexto del extremismo. Todo esto nos lleva a argumentar que estamos en la era de las sociedades informacionales avanzadas.
A diferencia de las sociedades informacionales de las décadas de 1970 a 1990 —discutidas por Castells (1996) como resultado de la transición de las sociedades industriales occidentales, marcada por el avance de las tecnologías de la información y la comunicación, incluyendo las primeras computadoras personales, las redes digitales y el inicio del proceso de digitalización de la vida3—, en las sociedades informacionales avanzadas que surgieron a partir de la década de 2000 se observa una datificación de la vida. Según André Lemos, aunque “los procesos de digitalización siguen ocurriendo (crear un sitio web, cuantificar el número de pasos que da una persona al día, convertir un libro impreso en uno electrónico, entre otros), se insertan en procedimientos algorítmicos más amplios de procesamiento y captura de datos (big data, machine learning)”4 (2021, 194). Esto indica que, además de cuantificar, “la datificación permite convertir cualquier acción en datos digitales rastreables, lo que produce diagnósticos e inferencias en los más diversos ámbitos” (Lemos 2021, 194).
No se trata, por lo tanto, de un proceso de “conversión de un objeto analógico en uno digital, sino de la modificación de acciones, comportamientos y conocimientos basados en el rendimiento de los datos elaborados por sistemas de inteligencia algorítmica” (Lemos 2021, 194). En un movimiento aún más radical en relación con la digitalización de la vida, “la datificación es la traducción de intenciones, acciones, reflexiones y sentimientos en datos operativos para generar nuevas acciones predictivas (colectivas o individuales) a partir de una amplia recopilación de información” (Lemos 2021, 195).
Esta centralidad de la datificación en la dinámica social contemporánea permite entender por qué, como sugieren Van Dijck et al. (2018), las sociedades de información avanzadas pueden caracterizarse como sociedades de plataformas. En ellas, la recopilación y el procesamiento de datos constituyen la base sobre la cual las plataformas digitales amplían su presencia en sectores económicos y en múltiples ámbitos de la vida social y política promoviendo una compleja reorganización de prácticas y construcciones culturales. Este movimiento de reorganización no debe verse con extrañeza o como anómalo.
En la década de 1940, Herbert Marcuse (1999) reveló los detalles de la conexión entre las tecnologías de producción y comunicación, la expansión del poder político y el capitalismo, así como las relaciones de dominación establecidas en ese periodo histórico. En este esfuerzo, diagnosticó el surgimiento de un tipo de individualidad acrítica, basada en una racionalidad competitiva y eficiente, adecuada a las exigencias de la sociedad de libre mercado y a la dinámica del capitalismo. Según Marcuse (1999), la fragilidad de la democracia en aquel momento, combinada con la consolidación de un paradigma de individualidad forjado, entre otros factores, debido a la aparición de nuevas tecnologías, habría permitido fortalecer las ideas de extrema derecha y la radicalización política hasta culminar en el ascenso del fascismo.
En el contexto contemporáneo, marcado por la consolidación del proyecto neoliberal, cuyas premisas se han desbordado del plan político-económico a todos los ámbitos de la vida (Dardot y Laval 2016), las nuevas tecnologías en línea y las del pasado han asumido un papel importante. Para imponer y lograr naturalizar la competencia como norma de conducta y el modelo empresarial como subjetivación predominante (Amaral 2018), el capitalismo neoliberal dependió —y sigue dependiendo— de las tecnologías, principalmente de las algorítmicas en línea.
La comunicación continua por medio de dispositivos en línea, la dirección de la información basada en complejas extracciones de datos, así como técnicas de modulación psicológica, aseguran la gubernamentalidad neoliberal5, ya que permiten el aprendi- zaje y la disciplina permanentes que producen las subjetividades que la sustentan (Noguera-Ramírez 2011). No es casualidad que, desde el advenimiento del Estado liberal, la gubernamentalidad, como arte de gobernar, siempre haya recurrido a las tecnologías del poder, de producción, de significación y al propio yo (Castro-Gómez 2015), que, en tiempos de sociedades de plataforma, se materializan rápidamente en las tecnologías algorítmicas en línea. Estas, incuestionablemente, producen de manera muy eficiente las subjetividades que subsidian la racionalidad neoliberal. Un síntoma de esto es el hecho de que las relaciones automatizadas son percibidas como más confiables que las no automatizadas, es decir, las experiencias humanas que no se dan en línea (Bridle 2021).
En sus aspectos más generales, lo que hemos observado es la sedimentación paulatina de una infraestructura social estructurada en lo digital, en la que las plataformas se han convertido en elementos esenciales para el mantenimiento de las relaciones cotidianas mediando gran parte de las interacciones y garantizando poder a un oligopolio tecnológico6 (Dijck et al. 2018). En esta nueva era, se pueden destacar al menos tres grandes procesos, a saber: “la conversión de cualquier forma de expresión en datos operativos (datificación); el estímulo a la producción, captura y suministro de estos datos (datos y captura) para megaestructuras de hardware y software (plataformización), y el agenciamiento algorítmico [para] proyectar escenarios de acción e inducción actuales y futuros” (Lemos 2021, 195).
En ese nuevo escenario, porciones cada vez más significativas de la población se comunican, obtienen información y establecen relaciones mediante plataformas. Uno de los resultados, como señalan Van Dijck et al. (2018), Zuboff (2020) y Rosa et al. (2024), es que casi todo se ha transformado en datos y en diversos mecanismos de monitoreo, inducción y control, que generan reflexiones directas sobre nuestras acciones, emociones y experiencias políticas, especialmente cuando consideramos el creciente poder de las big techs (Morozov 2018). Así, como un hecho social total, en el sentido atribuido por Marcel Mauss (1974), investigadores de diferentes regiones, provenientes de las más distintas áreas del conocimiento y apoyados en las más variadas perspectivas teóricas y metodológicas, comenzaron a reconocer la complejidad y los efectos promovidos por las plataformas digitales, ya sea en el ámbito económico-tecnológico (Srnicek 2018; Zuboff 2020), o en los ámbitos social, cultural y político (Castells 2018; Chamayou 2020; Gerbaudo 2019).
Ante esta nueva era y los desafíos planteados a los analistas de diferentes campos del conocimiento, este artículo, pensado como un texto-problema del dosier “Configuraciones extremistas en América Latina en la era de las plataformas digitales”, busca contribuir a las reflexiones en marcha y a las nuevas investigaciones sobre las (re)configuraciones extremistas contemporáneas. En este sentido, este número especial acogió aportes teóricos o derivados de estudios empíricos basados en los siguientes ejes teórico-analíticos: (i) uso de plataformas digitales y activismo digital con fines electorales en tiempos de radicalización; (ii) innovaciones metodológicas o analíticas para el estudio de los extremismos políticos contemporáneos; (iii) nuevas formas de comunicación y estructura de movilización social en el contexto del antagonismo político; (iv) dimensiones políticas, sociales y económicas en el contexto del extremismo; (v) populismo en el siglo XXI; (vi) discursos y representaciones que involucran relaciones de clase, raza, género o sexualidad; (vii) monopolización de las plataformas digitales y sus reflexiones en el debate político, y (viii) estructura del control de datos y discursos de intolerancia en términos de radicalización.
Esta preocupación se justifica por el hecho de que la creciente radicalización y la consecuente polarización del debate político, económico y cultural, potenciada en el contexto de las sociedades de plataformas, han afectado directamente tanto al ámbito político formal como a la “política de la vida cotidiana” de los sujetos, lo que implica serios desafíos no solo para las instituciones, sino también para la convivencia social democrática. En este sentido, es urgente comprender los mecanismos causales del surgimiento y la configuración política extremista en el contexto de la plataformización y sus reflexiones sobre la política y, más ampliamente, sobre la vida social llamando la atención sobre el hecho de que necesitamos aprender a lidiar con los desafíos que apenas comienzan a presentarse.
Así, hemos organizado el artículo en dos secciones centrales, además de esta introducción y las consideraciones finales. En la primera sección, “Tecnopolíticas y configuraciones extremistas”, presentamos el contexto teórico en el que se basa la reflexión de este artículo destacando el papel de los afectos segregativos y la lógica del compromiso en las plataformas digitales como elementos propulsores de los discursos extremistas. En la segunda sección, “Tres hipótesis para el debate”, el texto esboza sistemáticamente los argumentos sobre el surgimiento y la consolidación de tendencias populistas e iliberales discutiendo cómo la crítica al establishment, el tecnicismo político y la construcción de una polarización radical han aportado al escenario de crisis actual. De esta manera, proponemos una visión integrada que nos permite comprender las dinámicas de poder y los desafíos políticos que emergen en la era de la plataformización.
Tecnopolíticas y configuraciones extremistas
En su artículo titulado “Psicología de las masas digitales y análisis del sujeto democrático”, Christian Dunker (2019) afirmó que el mayor riesgo para las democracias liberales estaría asociado a los discursos sobre lo que Theodor Adorno ([1950] 2019) denominó síndrome fascista, en el que el afecto dominante se sustentaría en el “odio segregativo”. Según Dunker, habría una especie de “reducción dualista de sujetos”, materializada en el líder-seguidor y en el ganador-fracaso, así como “una proyección esencialista del enemigo” en la que “predominan la identificación masiva y una especie de reacción hipnótica de odio que actúa por contagio” (Dunker 2019, 128). En este proceso, como señala Mouffe (2018), se produce la cristalización de los afectos comunes, considerando que “los afectos y el deseo desempeñan un papel central en la constitución de las formas colectivas de identificación” (2018, 101). Estos afectos pueden señalarse como algunos de los elementos básicos de la configuración del extremismo contemporáneo, comúnmente marcado por un carácter populista, ya sea en el espectro de la derecha o en el campo discursivo de la izquierda (Costa et al. 2025; Laclau 2006; Lynch y Casimiro 2022; Mouffe 2018; Mudde 2020), y actualmente estructurado y difundido por las plataformas digitales (Da Empoli 2019; Rosa 2019; Nemer 2023): este es el punto neurálgico destacado en este dosier.
La cristalización de afectos comunes (Mouffe 2018) está impulsada por un odio segregativo (Dunker 2019) inherente al proceso de polarización social. Este odio se manifiesta, por ejemplo, en la intolerancia hacia la raza, la etnia, el género, la sexualidad y el espectro político. Potenciada por las plataformas digitales, la polarización opera mediante una reacción hipnótica, lo que parece corroborar la lectura presentada por Giuliano Da Empoli (2019) acerca de la relación entre el extremismo y su actuación política en las redes sociales por medio de algoritmos e inteligencia artificial.
Según el autor, en el contexto en el que predominaban los medios corporativos, como los periódicos, la radio y la televisión, había una tendencia centrípeta: cuanto más consensuadas, más grandes eran las coaliciones y, en consecuencia, había más tiempo disponible para la publicidad política y mayores eran las posibilidades de que el candidato fuera elegido. La novedad del momento actual, marcado por el auge de las plataformas digitales y el “momento populista” (Mouffe 2018; Mudde 2020), es el efecto contrario y, por tanto, centrífugo: cuanto más radicalizados, polarizados, vehementes y violentos sean los discursos que circulan en estos espacios, mayores serán las posibilidades de obtener un alcance más amplio en la difusión de contenidos (Da Empoli 2019). Y, como estamos discutiendo, el éxito en la (re)producción y potenciación política de este fenómeno implica una serie de insatisfacciones y un esfuerzo por alimentar afectos y resentimientos comunes reduciendo la existencia del “enemigo” a pura negatividad, a una amenaza absoluta, al tiempo que se estructura un proceso de identificación política (Marques y Carlos 2025). Este parece ser el sello distintivo de la configuración extremista contemporánea: una simbiosis entre política, populismo, odio segregativo y plataformización. Considerando, según Cesarino, que la “arquitectura digital de las redes sociales, tal como se configuró en términos de los modelos de negocio de las grandes empresas del sector” (2019, 115), actúa directamente en la producción de subjetividades político-identitarias, así como en las elecciones políticas de los sujetos por medio de la asimilación y el intercambio del descontento y los resentimientos, configura un populismo digital7.
En este sentido, es necesario complementar las lecturas que indican que las disonancias que caracterizan el momento actual son simplemente el resultado de la polarización política: es un proceso complejo, marcado tanto por populismos digitales como por nuevas experiencias fascistas. Entre los planteamientos que analizan la configuración actual a partir de lecturas del fascismo, se destaca que este fenómeno no debe reducirse a su formato histórico clásico, es decir, a los regímenes autoritarios o totalitarios de principios del siglo pasado. Este fenómeno, desde la perspectiva de Gilles Deleuze y Félix Guattari ([1972] 2011 y [1980] 2020), configura un modo de vida, un rasgo constitutivo de las democracias liberales capitalistas, un deseo producido socialmente por medio de la explotación de los afectos generados por los conflictos inmanentes al modo de vida que los caracterizan, y que pueden manifestarse con menor o mayor intensidad, lo que da lugar a reflexiones en el ámbito político-gubernamental (desde el nivel micropolítico hasta el macropolítico8). En particular, la sociedad neoliberal es un entorno fructífero para la intensificación del fascismo (Hinkelammert 2018; Lazzarato 2019).
A pesar de las peculiaridades de la presente coyuntura, lo realmente nuevo en este enfoque es que el deseo de fascismo (que se materializa en manifestaciones y acciones racistas, xenófobas, sexistas y antidemocráticas) se ha movilizado e intensificado por un tipo de propaganda inmensamente más eficiente que la utilizada en la primera mitad del siglo XX (Lazzarato 2019). En la configuración actual, este deseo es producido y movilizado por tecnologías algorítmicas de procesamiento en big data, que permiten no solo la difusión dirigida de su contenido al público objetivo, sino también la modulación psicológica siempre fortalecida por la posibilidad de compromiso, un recurso que ha superado la manipulación, técnica utilizada por los antiguos vehículos de comunicación para producir subjetividades (Cassino 2018; Donovan et al. 2019). Respecto al objeto de este artículo y la consideración de este enfoque, se corrobora el planteamiento de Lazzarato cuando sostiene que “el nuevo fascismo es un ciberfascismo” (2019, 4).
En definitiva, al observar las nuevas experiencias extremistas y la consecuente polarización social en varios países en las últimas dos décadas, los analistas se han enfrentado al reto de encontrar criterios analítico-clasificatorios que permitan una mayor precisión en el análisis de sus surgimientos y transmutaciones, considerando que la simple asociación con las experiencias autoritarias y totalitarias del siglo pasado, así como las categorías analíticas movilizadas entonces, parecen insuficientes. Como parte de estos esfuerzos, y tomando las diferentes experiencias halladas en la actual ola populista, sin desconocer sus especificidades contextualmente inscritas, podemos argumentar que esta ola puede ser mejor entendida a partir de al menos tres hipótesis que se explicarán a continuación.
Tres hipótesis para el debate
Las tres hipótesis están directamente correlacionadas y presentes en diferentes autores9. Sin embargo, hemos optado por tratar sus elementos por separado con fines analíticos, pero las tres podrían discutirse como una sola gran hipótesis.
La primera hipótesis aborda la construcción de un discurso político antiestablishment como uno de los mecanismos causales para explicar el contexto actual. Teniendo en cuenta sus elementos estructurantes, este discurso parece cuestionar, en primer lugar, la eficacia de la participación política institucional (Gerbaudo 2023) al poner en duda la real soberanía popular —uno de los pilares del pensamiento democrático moderno (Blay 2021; Mouffe 2018; Rancière 2014)— ante el poder de las élites políticas. Esta crítica ha puesto de relieve la tendencia a la disminución del apoyo y la participación electoral, bajo el argumento de “falta de representación del pueblo” (Eatwell y Goodwin 2020; Mouffe 2018; Mudde 2020; Rosavallon 2021). Mirémoslo más de cerca.
Aunque ha sido una crítica relativamente común en el debate político democrático desde al menos la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, el discurso antiestablishment, con un sesgo populista de derecha, se ha vuelto aún más evidente y decisivo en los procesos electorales desde la crisis económica de 2008 (Mouffe 2018). En el propio campo político, como señala Michele Luz (2022), hay indicios de que este proceso comenzó en 2014, cuando el frente conservador —un bloque de partidos de extrema derecha— logró la mayoría de los escaños en el Parlamento Europeo. Este grupo incluía partidos como el Movimiento 5 Estrellas (Italia), el Partido de los Verdaderos Finlandeses, el Partido de la Libertad de Austria y la Agrupación Nacional (Francia), que, a pesar de sus particularidades, compartían valores como el nacionalismo radical, las políticas antiinmigración y la defensa de la salida de la Unión Europea. Otras evidencias de este movimiento fueron el Brexit en 2016, el ascenso de la extremista de derecha Marine Le Pen, que quedó en segundo lugar en las elecciones presidenciales francesas de 2017 y 2022, con un discurso fuertemente nacionalista y antiestablishment, y la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, también en 2016, con una retórica antiinmigrante, avances progresistas en áreas raciales y de género, así como una exaltación nacionalista y antisistema —el comienzo del segundo mandato de Trump este año parece indicar una radicalización de esta visión—. La novedad del actual discurso antisistema —y esta es nuestra invitación al debate— consiste en la crítica radical de elementos básicos de la democracia liberal, en un contexto de (des)información potenciada por las plataformas y el fuerte poder económico y político de las big techs.
Con respecto a la tensión democrática, estamos de acuerdo con Mouffe (2011 y 2018) sobre el argumento liberal-tecnicista de la pospolítica de finales de la década de 1990 y principios de los 2000:
El punto de partida de mi análisis es nuestra actual incapacidad para percibir de un modo político[10] los problemas que enfrentan nuestras sociedades. Lo que quiero decir con esto es que las cuestiones políticas no son meros asuntos técnicos destinados a ser resueltos por expertos […]. Considero que esta incapacidad para pensar políticamente se debe en gran medida a la hegemonía indiscutida del liberalismo […]. Mi objetivo es señalar la deficiencia central del liberalismo en el campo político: su negación del carácter inerradicable del antagonismo. (Mouffe 2011, 16-17, énfasis en el original)
Lo que ha hecho la pospolítica, a favor de una “política de centro” (tercera vía), es negar lo que es inherente a la política democrática: el antagonismo. Promoviendo una “forma tecnocrática de política”, según la cual “la política no constituía una confrontación partisana, sino una administración neutral de los asuntos públicos” (Mouffe 2018, 16), la pospolítica no dejaba espacio “para que los ciudadanos tuvieran una alternativa real entre proyectos políticos diferentes y su rol quedó limitado a la aprobación de las políticas ‘racionales’ elaboradas por [los] expertos” (Mouffe 2018, 16). El resultado de esto, según la autora, fue la gradual “desafección respecto de las instituciones democráticas, que se manifestó [entre otros puntos] en los crecientes niveles de abstención” (Mouffe 2018, 16-17).
Este punto es especialmente relevante porque permite percibir las condiciones de posibilidad para el surgimiento de discursos radicales deseosos de rescatar lo político (cf. nota 10): contra el antiestablishment y sus élites, haciendo una defensa de una política del pueblo, es decir, asegurando el retorno del pueblo que había sido excluido del proceso político11. Fue en este “vacío político” resultante de la pospolítica, y potenciado por el “momento populista digital”, que surgieron líderes y partidos extremistas, hasta entonces desplazados del centro de gravedad de la “forma tecnocrática de la política”, con discursos críticos hacia las instituciones liberales.
La crítica de Mouffe (2018) a la pospolítica, entendida como una forma tecnocrática de gestión que sofoca el antagonismo democrático, puede leerse a la luz del papel que juegan las plataformas digitales en la difusión de discursos extremos y populistas en la actualidad. Si, de un lado, la “política centrista” alguna vez minimizó los conflictos en nombre de una supuesta racionalidad, de otro lado, el auge de las redes sociales como Facebook, YouTube, Twitter/X y WhatsApp cataliza la radicalización del debate. Esto se debe a que, en la lógica algorítmica de estas plataformas, el compromiso en torno a emociones fuertes, como la indignación o el odio, tiende a ser recompensado con una mayor visibilidad (Da Empoli 2019; Srnicek 2018).
Por lo tanto, la crítica antiestablishment se vuelve especialmente potente en este entorno, ya que los discursos que prometen exponer conspiraciones, enemigos internos y la supuesta hipocresía de las élites tradicionales encuentran una audiencia predispuesta a rechazar los consensos tecnocráticos y abrazar puntos de vista conspirativos (Gerbaudo 2019; Mouffe 2018). Como resultado, las prácticas de polarización, centradas en las narrativas de “nosotros contra ellos”, se extendieron precipitadamente alimentando tendencias populistas e iliberales (Mudde 2020), “especialmente en relación con los derechos de las minorías, el pluralismo y el estado de derecho” (Mudde 2016, 28).
En América Latina, la historia de ruptura democrática y de crisis de representación agrava este escenario, ya que los líderes políticos —especialmente de derecha, pero también de sectores antiliberales de izquierda— utilizan la comunicación directa y la viralización para movilizar simpatizantes y atacar al establishment (Nemer 2021). Conceptos como capitalismo de la vigilancia (Zuboff 2020) y capitalismo de plataformas (Srnicek 2018) ayudan a entender por qué estos entornos favorecen el extremismo: las redes sociales están diseñadas para maximizar la captura de datos y el tiempo de pantalla, de modo que los contenidos sensacionalistas y divisivos acaben ganando protagonismo. La retórica antiestablishment, al cuestionar la legitimidad de las instituciones, dialoga perfectamente con esta lógica, ya que aumenta el compromiso y, al mismo tiempo, intensifica la incertidumbre y la desconfianza en el espacio público.
Estas observaciones son relevantes teniendo en cuenta que autores como Mouffe (2018) no enfocan directamente en las plataformas digitales. Sin embargo, acercando ambos debates, se puede reconocer que el antagonismo democrático, lejos de presentarse solo como un debate racional mediado por instituciones, está impulsado por algoritmos que premian las confrontaciones y el discurso de odio. En esta confluencia —entre el vaciamiento de la política democrática efectiva y la expansión de redes que amplifican el odio y el descrédito—, en muchos países se consolida el discurso populista antiestablishment, impulsado por la maquinaria tecnopolítica que ofrecen los entornos digitales.
La segunda hipótesis puede llamarse discurso de crítica del tecnicismo político: parte de sus elementos se anticipó en los párrafos anteriores. En términos generales, esta crítica se evoca cuando la política formal y sus instituciones son percibidas como meros procedimientos técnicos controlados por políticos de carrera centrados en sus propios intereses y los de las élites. Este argumento indica que la tecnocracia política vacía la democracia de su contenido sustantivo (el conflicto entre proyectos políticos) reduciéndola a un ordinario juego procesal que sirve para mantener el statu quo (Mouffe 2018; Rancière 2014; Tormey 2019). Además, como señalan Levitsky y Ziblatt (2018), la política en su forma tecnocrática tiende a reforzar las desigualdades sociales y económicas, dado que las decisiones políticas suelen estar alineadas con los intereses de las élites económicas.
Corroborando esta crítica, se entiende que el tecnicismo político tiende a fomentar la desconfianza en el sistema político y en la propia democracia liberal formal, así como cuestionamientos sobre el funcionamiento de las instituciones, lo que puede conducir a la aparición y el crecimiento de partidos y organizaciones radicales (Chamayou 2020; Mudde 2020; Sodré 2023), fascistas (Bernardo 2022; Lazzarato 2019; Rosa 2019 y 2022; Stanley 2019) o populistas (Blay 2021; Bruzzone 2021; Laclau 2006; Mouffe 2018; Rosavallon 2021). Además, esta desconfianza no se limita a las instituciones políticas formales, sino que se extiende a la idea misma de gobernanza democrática, con diferentes formas de ataques a la democracia.
La discusión sobre el tecnicismo político y la consiguiente desconfianza en las instituciones democráticas encuentra un escenario fértil de amplificación en la era de las sociedades de plataformas (Srnicek 2018; Dijck et al. 2018). Si el tecnicismo tiende a “esterilizar” la participación institucional popular, la dinámica de las plataformas digitales —al descentralizar y, al mismo tiempo, amplificar los discursos que cuestionan el orden liberal y que ofrecen respuestas simplistas, generalmente bajo un ropaje populista extremo— profundiza esta desconfianza y fomenta otro tipo de participación política. Así, la insurgencia de los movimientos radicales y la crisis de la democracia liberal ya no pueden entenderse solo desde el punto de vista de las variables económicas o institucionales: es necesario incluir la reconfiguración del debate público promovida por las redes de interacción algorítmica.
La reconfiguración del debate público en la coyuntura actual necesita tener en cuenta, sobre todo, la movilización de afectos que se produce desde el plano micropolítico. En relación con el escenario político, las plataformas digitales operan produciendo y modulando afectos, especialmente negativos. En vista de esto, no se debe descuidar el factor “resentimiento”. En este sentido, es imperativo revisar la perspectiva presentada por Wendy Brown (2019) sobre la influencia del régimen neoliberal en la producción de resentimientos de diversa índole. Según la autora, esta dinámica se manifiesta claramente en el caso del hombre blanco promedio que, insatisfecho con las políticas afirmativas y de inclusión, comienza a expresar odio hacia los negros, los inmigrantes y otras minorías, pues considera que está “perdiendo sus derechos”, que en realidad son privilegios. Este hombre blanco privilegiado, alienado y resentido arremete contra la democracia cuando se cuestiona la supremacía blanca12.
La proliferación de afectos negativos no es una especificidad de la sociedad de plataformas. Este fenómeno también caracterizó otros periodos históricos. La gran noticia, vale la pena enfatizar, es que, en la coyuntura actual, como resultado del potencial de las tecnologías algorítmicas que operan por modulación psicológica, los afectos negativos que estimulan ideas nacionalistas, xenófobas, racistas, sexistas, muchas veces rediseñadas, se están produciendo con mayor velocidad, intensidad y a escala gigantesca, como lo demuestra el proceso de fragilidad que sufren simultáneamente varias democracias occidentales (Barbosa 2019; Dal Lago 2017; Rosa et al. 2021). Y este proceso también se dirige a las instituciones formales de la democracia liberal y sus procedimientos.
En esta lógica, las big techs (Google, Meta, Twitter/X, etc.) estructuran un ecosistema de comunicación que estimula la atención, las reacciones emocionales y la formación de “burbujas” de afinidad. Al recompensar el contenido que genera compromiso, estas plataformas fortalecen inadvertidamente las agendas antisistema, de naturaleza fascista, populista o ultraconservadora (Da Empoli 2019). Así, lo que hasta hace poco era un descrédito difuso en relación con las instituciones se convierte en un discurso militante contra el sistema que gana alcance exponencial gracias a los algoritmos de recomendación y los recursos de segmentación de audiencias (Zuboff 2020).
Por lo tanto, cuando se discuten el tecnicismo político y la desconfianza en la democracia liberal, no se puede ignorar que este terreno informativo da voz y eco a los actores radicales. Y este es precisamente uno de los ejes centrales de este dosier: entender cómo afecta la tecnopolítica al populismo y a la crisis de la democracia explorando las dinámicas de propaganda política, movilización y antagonismo que se sienten en el espacio digital.
También en este sentido, esta crisis de confianza en las instituciones democráticas, como observa Mudde (2020), ha sido un terreno fértil para el surgimiento de narrativas que cuestionan la legitimidad y eficacia del sistema político actual. En el mismo momento en que nos encontramos, tanto en el continente americano como en el europeo, este clima de desconfianza ha sido explotado por movimientos y líderes radicales que proponen soluciones simplistas y a menudo autoritarias a problemas complejos (Chamayou 2020; Sodré 2023). La crítica del tecnicismo político, por lo tanto, no es solo un rechazo de las prácticas burocráticas, sino que también configura una impugnación más amplia de la estructura de poder existente. Revela un profundo descontento con la forma en que se ha puesto en práctica la democracia liberal, lo que lleva a preguntas fundamentales sobre la legitimidad de sus instituciones y el futuro de la gobernanza política.
En general, esta crítica ha interpelado a los sujetos al informar que la política (cf. nota 10), que debería basarse en la voluntad del pueblo y orientarse hacia el desarrollo económico, se ha convertido en un escenario dominado por la ineficiencia y, cuando no, por la instrumentalización y la corrupción de tecnócratas y políticos de carrera contra las verdaderas necesidades y aspiraciones del pueblo. Esta estructura discursiva se percibe, sobre todo, cuando se consideran los significados del descontento considerablemente generalizado en la sociedad, especialmente para referirse a las relaciones del sistema político-partidario, la representación política y el funcionamiento de las instituciones democráticas, acusadas de ser antipopulares, ineficientes y, principalmente, corruptas. En Brasil, por ejemplo, los datos de Latinobarómetro aportan a la comprensión de este contexto más amplio. Cuando se les preguntó si “el país era gobernado por los poderosos para su propio beneficio o si era gobernado por el bien del pueblo”, alrededor del 80 % de los encuestados informaron, en 2013, que el país era gobernado de acuerdo con los intereses de los poderosos (Latinobarómetro 2013, 9). En la encuesta de 2017, este porcentaje aumentó a más del 90%13 (Latinobrómetro 2017, 9).
El desencanto no es irrazonable, dado que la consolidación del proyecto neoliberal ha intensificado los problemas políticos, económicos y sociales inherentes a la democracia capitalista. Es relevante recordar que, históricamente, las democracias capitalistas (que demostraron ser menos degradantes que las autoritarias) protegieron preferentemente los intereses económicos de la minoría burguesa en detrimento de una mejor condición de vida para la mayor parte de la población. Esta realidad siempre ha estado en el origen del inconformismo y fue uno de los factores que derivó en la implementación de técnicas gubernamentales capaces de desmovilizarlos y controlar las revueltas (Frankenberg 2018). En este sentido, hay pocas dudas de que el neoliberalismo surgió como una contrarrevolución que se estableció, principalmente, como una doctrina antipática a la participación popular en la gestión de los asuntos públicos, tendente a subsidiar dictaduras, siempre que se respetara la libertad del mercado, como admitió su principal arquitecto, el economista Friedrich von Hayek ([1981] 2016), en una entrevista con el diario chileno El Mercurio.
Vale la pena señalar, sin embargo, que la defensa del pueblo —movilizada tanto por el discurso antiestablishment como por la crítica del tecnicismo político— no constituye, en sí misma, el objeto de acción política de ninguno de los dos espectros políticos. El pueblo, como señala Laclau (2006), es una construcción política. Como significantes flotantes, el discurso de la crítica del tecnicismo político y los elementos del discurso antiestablishment son apropiados por los campos discursivos progresistas y conservadores, aunque con significados diferentes.
En el campo conservador, estas críticas a menudo se manifiestan como un rechazo a la élite política y a las instituciones, que luego se manifiestan como excesivamente burocráticas —cuando no están instrumentalizadas por partidos o grupos ideológicos14— y distantes de las preocupaciones de los ciudadanos. Los líderes y movimientos populistas de derecha, como Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil15 y Javier Milei en Argentina, suelen denunciar la “política de carrera” y la tecnocracia como símbolos de un sistema corrupto e ineficaz, inherente a la maquinaria pública, y que no representa los deseos del pueblo / los patriotas (Levitsky y Ziblatt 2018; Marques y Carlos 2025; Mudde 2020).
En el espectro político progresista, los mismos críticos ven la tecnocracia como una forma de mantener el poder en manos de las élites económicas y políticas, lo que perpetúa las desigualdades sociales y económicas. Para este campo, la tecnocracia despolitiza temas importantes de la propia política y de lo político, transformando así los debates políticos en cuestiones técnicas que no reflejan las luchas y demandas populares en defensa de una profundización democrática, que involucra la participación popular en los momentos y espacios de toma de decisiones políticas. Sin embargo, teóricos como Chantal Mouffe (2018), Ernesto Laclau (2006) y Jacques Rancière (1999 y 2014), por ejemplo, defienden la necesidad de “repolitizar la política democrática” colocando las demandas populares y el conflicto inherente a la democracia en el centro del proceso político, lo que permitiría desafiar la hegemonía de las élites.
Es importante destacar que, aunque las críticas de ambos espectros político-ideológicos pueden converger en su insatisfacción con el “consenso liberal” (Mouffe 2018; Rancière 1999 y 2014), divergen en las soluciones propuestas y en las ideologías subyacentes. Mientras que la derecha puede buscar soluciones nacionalistas y autoritarias configurando un “populismo excluyente”, la izquierda tiende a defender una mayor participación democrática y la redistribución del poder y los recursos apelando a un “populismo inclusivo” —de ahí la defensa de autores como Mouffe (2018) de un “populismo de izquierda”16—.
En definitiva, el discurso de crítica al tecnicismo político, especialmente en el ámbito conservador, ha encontrado en el auge de las plataformas digitales —marcado por la datificación de la vida (Lemos 2021), el colonialismo de los datos (Silveira 2021) y la plataformización de las relaciones sociales (Dijck et al. 2018)— nuevas condiciones para ampliar su alcance. Esto se debe a que, si antes había un mayor control institucional sobre la difusión de la información, hoy en día una porción cada vez mayor de la población obtiene información por medio de dispositivos mediados por inteligencia artificial (Zuboff 2020), lo que intensifica la polarización y refuerza los discursos antisistema (Da Empoli 2019). En este escenario, se produce una actualización tecnopolítica (Sabariego 2018; Sabariego y Sierra Caballero 2022) que, al desencadenar una gubernamentalidad algorítmica (Rouvroy y Berns 2015; Rosa 2019), ha sido capaz de modular las prácticas de compromiso y de movilización política imponiendo nuevos desafíos a la democracia liberal y a las organizaciones políticas clásicas.
La tercera hipótesis indica esfuerzos dirigidos a la polarización social, operada desde la evocación discursiva de un enemigo y la construcción de una identidad colectiva común: el pueblo (Gerbaudo 2023; Laclau 2006; Morelock y Narita 2019; Mouffe 2018; Tormey 2019). El resultado de este proceso es la demarcación de campos discursivos antagónicos, cuya tendencia es a tensionar la idea de “lucha entre adversarios”, elemento inherente a la democracia liberal, con una “lucha entre enemigos” (Caldeira Neto 2022; Chamayou 2020; Mouffe 2012).
El fenómeno populista, entendido como “una forma de movilización reactiva del pueblo contra un enemigo, al que identifica como una fuerza restrictiva de su identidad en términos políticos, económicos, culturales y morales” (Luz 2022, 68), siempre emerge indicando los caminos para el restablecimiento del orden sociopolítico basado en la defensa del pueblo y su retorno al lugar del poder. Es precisamente por esta razón, como señalan Mendonça y Machado (2021), que el populismo y la democracia pueden fusionarse (o confundirse) —un populismo de extrema derecha puede presentarse como democrático, incluso si es radicalmente antiliberal—:
Aunque en la avalancha de producciones recientes sobre el populismo destacan las críticas que vinculan el fenómeno a una amenaza para la democracia, todavía hay autores que ven en el discurso populista, por el contrario, una oportunidad para profundizar en los valores democráticos. Como mínimo, estos autores reconocen que la relación entre el populismo y la democracia está plagada de ambigüedades y que el núcleo de la forma política populista no es, en sí mismo, necesariamente democratizador o autoritario. Pensado en estos términos, el populismo se convierte en un fenómeno que debe ser analizado en sus manifestaciones concretas como una lógica de articulación del discurso político que puede relacionarse de las más diversas maneras con la democracia. De hecho, la democracia, como gobierno del pueblo, siempre estaría abierta a la posibilidad de una articulación populista, que busca volver a poner al pueblo en el centro del escenario político, aunque sus consecuencias puedan tener el sentido contrario recrudeciendo el autoritarismo. (Mendonça y Machado 2021, 11)
Sin embargo, lo que hemos observado en configuraciones extremistas recientes, tanto en el continente americano como en el europeo, son oleadas populistas excluyentes. El éxito de esta emergencia depende de la figura del líder populista, que puede ser un sujeto, un “nombre” o incluso una organización (por ejemplo, un partido político). La dirección populista es responsable de impulsar las movilizaciones, fomentar redes de afecto (compartir frustraciones y deseos reprimidos), organizar y dirigir los significados presentados hasta el punto de lograr una división social entre polos radicalmente antagónicos: de un lado, está el reconocimiento del pueblo; de otro, de su enemigo, el que representa la imposibilidad de la plena realización del pueblo (Laclau 2006; Mouffe 2018)17. No obstante, después de todo, ¿quién es el pueblo?
Esta indeterminación se produce porque el populismo, al ser una configuración radicalmente política, no constituye una ideología, ni un régimen político ni se refiere a un pueblo prediscursivo. Es, por el contrario, una “estrategia discursiva de construcción de una frontera política que divide a la sociedad en dos campos y convoca a la movilización de ‘los de abajo’ contra ‘aquellos en el poder’” (Mouffe 2018, 24-25). El pueblo, por lo tanto,
no es una categoría estática, que pueda medirse en términos económicos y/o sociológicos. El “pueblo” es siempre una construcción discursiva y, como tal, varía según las más diversas experiencias populistas, independientemente de los criterios ideológicos […]. El pueblo puede ser el discurso de los más pobres contra los ricos, pero también puede ser el discurso de los nacionales contra los extranjeros, el de los nacionalistas contra los “traidores de la patria”, el de los trabajadores contra los capitalistas, y así sucesivamente. El punto fundamental es que la articulación discursiva sea capaz de nombrar al pueblo contra su enemigo. (Lopes y Mendonça 2013, 12, énfasis en el original)
Así entendido, el populismo no puede percibirse como un “tipo de movimiento —identificable con una base social especial o con una determinada orientación ideológica—, sino [como] una lógica política[18]” (Laclau 2006, 130, énfasis en el original). Por el contrario, como hemos argumentado, “puede adoptar diversas formas ideológicas en función del momento y del lugar, y es compatible con una variedad de marcos institucionales” (Mouffe 2018, 25). Esto se debe a que “la cadena de equivalencias mediante la cual será constituido el ‘pueblo’ dependerá de las circunstancias históricas” (Mouffe 2018, 73), lo que indica que su “dinámica no puede determinarse aisladamente de ninguna referencia contextual” y que el pueblo “no constituye un sujeto homogéneo en el que todas las diferencias son, de alguna manera, reducidas a la unidad” (87).
La integración entre las discusiones sobre la indeterminación del pueblo en el populismo y el escenario actual del extremismo populista de extrema derecha implica necesariamente la comprensión de que las sociedades contemporáneas no están organizadas solo en torno a lógicas institucionales o ideológicas tradicionales. También se estructuran bajo un marco tecnopolítico, en el que las plataformas digitales y la gubernamentalidad algorítmica (Rosa 2019; Rouvroy y Berns 2015) influyen en la disputa sobre el “sentido del pueblo”, así como potencializan la polarización social. Si, de un lado, el populismo genera divisiones binarias (“nosotros contra ellos”), de otro lado, las redes digitales —al privilegiar agendas emocionales y algorítmicamente llamativas— acentúan la hipervisibilidad de líderes que se legitiman como portadores de una supuesta “voluntad popular” (Mouffe 2018), aunque encarnen visiones autoritarias y profundamente iliberales.
De esta manera, el populismo de extrema derecha, moldeado por la cristalización de afectos comunes (Mouffe 2018) e impulsado por discursos de odio (Adorno [1950] 2019; Dunker 2019), debido a la desconfianza en las instituciones democráticas, encuentra complicidad en una realidad en la que las decisiones e interacciones están fuertemente mediadas por algoritmos, big data y redes sociales (Da Empoli 2019; Zuboff 2020). En otras palabras, el proceso de “nombrar al enemigo” (Chamayou 2020) y construir identidades colectivas antagónicas está impulsado por herramientas digitales, que no solo permiten segmentar los mensajes según el perfil del público, sino que también facilitan la difusión de contenidos radicalizados (Morozov 2011). Esta convergencia entre el “populismo con un fuerte carácter simbólico” y la “plataformización de la política” intensifica la construcción de cadenas de equivalencias (Mouffe 2018) capaces de integrar agendas heterogéneas bajo la bandera de un pueblo ilusoriamente homogéneo.
A esto se suma la crítica al tecnicismo: si las instituciones liberales y la política tradicional son percibidas como meramente técnicas o incapaces de dar respuestas efectivas a las demandas populares, el vacío que se forma favorece emergencias discursivas que cuestionan no solo a los partidos convencionales, sino también la legitimidad misma de las autoridades democráticas (Levitsky y Ziblatt 2018; Mudde 2020). El líder populista, de esta manera, aparece como alguien que “rompe” con la frialdad tecnocrática y “habla el idioma de la gente”, mientras utiliza las tecnologías más avanzadas (microtargeting, inteligencia artificial, anuncios dirigidos, etc.) para movilizar emocionalmente a segmentos específicos de la sociedad. Esta paradoja —la adopción de herramientas tecnológicas de vanguardia para combatir la “tecnocracia de las élites”— es una marca esencial del fenómeno populista digital en la era de las plataformas.
Por lo tanto, no se trata de fenómenos aislados: las big techs estructuran un ecosistema de cuidados (Srnicek 2018; Zuboff 2020) en el que líderes populistas y grupos de odio difunden discursos polarizadores formateando una dinámica adversarial radical (Caldeira Neto 2022). Así, la configuración populista descrita por autores como Laclau (2006) y Mouffe (2018) —centrada en el conflicto y la construcción de un “pueblo” contra un “otro”— encuentra en las redes digitales un campo de amplificación. Es en este sentido que la tecnopolítica (Sabariego y Sierra Caballero 2022) se vuelve crucial: sin ella, no podemos explicar por qué estos movimientos, aparentemente desconectados, ganan tanta fuerza transnacional, especialmente dentro de las democracias liberales en crisis de credibilidad.
En definitiva, el vínculo entre la teoría populista, la crítica del tecnicismo y el papel de las plataformas digitales sugiere que la aparición de extremismos contemporáneos se explica por una sinergia entre un discurso que moviliza afectos (ira, miedo, insatisfacción, etc.) y una infraestructura de comunicación diseñada para maximizar la viralización de contenidos radicales (Da Empoli 2019). Esta disposición genera, al mismo tiempo, la posibilidad de “comunicarse directamente” con las masas (reduciendo la mediación de la prensa tradicional, vista como elitista) y de reforzar los antagonismos discursivos, lo que hace cada vez más evidente la frontera entre el pueblo y sus enemigos. En este escenario, la “estrategia discursiva de construcción de una frontera política” (Mouffe 2018, 24) comienza a operar, literalmente, por medio de algoritmos, lo que lleva a una radicalización que redefine los parámetros de la disputa democrática.
Así, se considera que, para una adecuada comprensión de la configuración extremista actual, también es necesario prestar atención a las transformaciones que ocurrieron en el cambio del siglo XX al XXI, que involucraron a los medios de comunicación, el acceso a la información y la aparición de nuevos dispositivos electrónicos, especialmente las plataformas digitales (Beiguelman 2021; Bruno et al. 2018; Cassino et al. 2021; Cesarino 2022; Fisher 2023; Nemer 2021; Srnicek 2018; Dijck et al. 2018; Zuboff 2020). Esto se debe a que, como se discutió en la introducción de este artículo, el proceso de plataformización no se limita a la dimensión económica, esto es, dirigiendo nuestros intereses a fines comerciales. Este proceso también implica una dimensión política, al actuar directamente en este ámbito y provocar cambios en los patrones y dinámicas electorales, así como en las estrategias de acción política en varios países, por medio de la instrumentalización de inteligencia artificial, algoritmos, bots, perfiles falsos e intervenciones humanas.
Consideraciones finales
Como se discutió a lo largo del artículo, la coyuntura actual de extremismo político e intensificación de los discursos populistas en la era de las plataformas digitales está relacionada con al menos tres factores, cuyas interconexiones forman la base para una comprensión adecuada del fenómeno. Primero, el discurso antiestablishment, impulsado por la crisis económica mundial de 2008 y el descrédito generalizado de las instituciones liberales. Este discurso ha encontrado un terreno fértil en sociedades marcadas por la incertidumbre, y ha ofrecido respuestas simplistas o autoritarias a problemas complejos. Como indican autores como Mouffe (2018), Mudde (2020) y Levitsky y Ziblatt (2018), el rechazo de la “política de carrera” y el “consenso liberal” se presenta como una alternativa “verdaderamente popular” que promete devolver al pueblo el poder que le habría sido usurpado por las élites. Este discurso, sin embargo, no se limita a una sola matriz ideológica: tanto los sectores de derecha como los de izquierda se apropian del argumento antiestablishment, generando así “populismos excluyentes” y “populismos inclusivos”.
En segundo lugar, la crítica del tecnicismo político, que Chantal Mouffe (2018) atribuye al vaciamiento del antagonismo democrático, contribuye a profundizar la desconfianza en las instituciones. El pragmatismo tecnocrático y la supresión de conflictos, con el fin de presentar soluciones “técnicas” a problemas esencialmente políticos, frustran a porciones del electorado que buscan más participación y choque ideológico. Este vacío, al mismo tiempo, facilita el surgimiento de liderazgos que se presentan como auténticos voceros del pueblo, lo que expone la debilidad de la democracia liberal que ha tratado de neutralizar el antagonismo en favor de una “política de centro”. Este movimiento se agrava cuando nos damos cuenta de que las motivaciones populares son manipuladas por discursos de odio y la esencialización de un enemigo (racial, político, cultural), que recae en el síndrome fascista descrito por Adorno ([1950] 2019) y retomado por Dunker (2019).
Finalmente, el surgimiento de las plataformas digitales como principal escenario de disputa política reconfigura las bases del debate público. Fenómenos como la datificación de la vida (Lemos 2021), el colonialismo de datos (Silveira 2021) y la plataformización (Dijck et al. 2018) hacen posible la modulación del comportamiento por medio de algoritmos e inteligencia artificial (Zuboff 2020). Estos recursos tecnológicos intensifican la polarización, ya que privilegian el compromiso y las reacciones emocionales. Los perfiles falsos, los bots y las estrategias de microtargeting ahora se utilizan ampliamente en campañas electorales y movimientos políticos, y amplían el alcance de las ideas extremistas (Nemer y Marks 2025). Así, los líderes populistas de derecha o izquierda, al explotar la lógica algorítmica, refuerzan el antagonismo entre “nosotros” y “ellos”, llevando de este modo a las democracias liberales a convivir con una nueva modalidad de conflicto político: mediado, personalizado y a menudo radicalizado por herramientas digitales.
En este sentido, es esencial comprender que la capacidad de constituir un pueblo —a diferencia de las élites tecnocráticas o los grupos minoritarios— adquiere un poder extraordinario en el ecosistema de las big techs (Srnicek 2018). La retórica populista de la extrema derecha, en este entorno, logra polarizar fuertemente el campo político, deslegitimar las instituciones y crear la sensación de una crisis permanente. Como consecuencia, el repertorio democrático liberal comienza a ser cuestionado en su núcleo, especialmente en lo que respecta al pluralismo, el respeto por las minorías y el propio estado de derecho. Reconocer este escenario implica admitir que los debates sobre la tecnopolítica, la gubernamentalidad algorítmica y la datificación de la sociedad no son apéndices, sino dimensiones estructurantes de la crisis democrática contemporánea. Solo articulando tales discusiones con las teorías del populismo y con los análisis del debilitamiento de las instituciones liberales podremos delinear estrategias más efectivas tanto para la renovación del ámbito público como para la contención de las tendencias antidemocráticas que se han consolidado en el siglo XXI.
Referencias
✽ El artículo fue escrito específicamente para este dosier y no tuvo financiación. Los cuatro autores participaron en la redacción del manuscrito. La traducción al español de este texto fue financiada por la Friedrich-Ebert Stiftung en Colombia (Fescol).
1 Tecnopolítica designa la intersección entre tecnología y política mostrando cómo los regímenes tecnológicos no son neutrales, sino construcciones sociales permeadas por relaciones de poder. Más que un simple uso táctico de la tecnología con fines políticos, la tecnopolítica implica la disputa por el control de los flujos informativos, la configuración de las dinámicas de participación ciudadana y la reconfiguración de los espacios democráticos en el entorno digital. Su estudio exige comprender tanto los mecanismos de dominación y vigilancia como las prácticas de resistencia y contrapoder que posibilitan las tecnologías digitales.
2 La gubernamentalidad algorítmica se refiere a un nuevo régimen de poder basado en la recopilación, el análisis y la correlación masiva de datos (big data) para anticipar e influir en los comportamientos individuales y colectivos. A diferencia de las formas tradicionales de gobierno, esta modalidad evita la mediación discursiva y jurídica, y opera por medio de patrones probabilísticos que afectan la realidad sin necesidad de interpelación directa de los sujetos. Esta lógica normativa no está anclada en la subjetividad o en el derecho, sino más bien en procesos de seguimiento y modelado continuo de la vida social, y promueve un control discreto y predictivo, a menudo imperceptible para los individuos (Rouvroy y Berns 2015).
3 Como observa Castells, “los cambios sociales son tan espectaculares como los procesos de transformación tecnológicos y económicos” (1996, 2), y su surgimiento marcó definitivamente un nuevo modo de desarrollo informacional, en el que “la fuente de productividad estriba en la tecnología de la generación de conocimiento, el procesamiento de información y la comunicación de símbolos” (11). Es a este “nuevo modo de desarrollo, constituido por el surgimiento de un nuevo paradigma tecnológico basado en la tecnología de la información” (1996, 12), al que Castells llama sociedad informacional.
4 Todas las traducciones son libres.
5 Formulada por Foucault ([1979] 2008), la gubernamentalidad neoliberal se refiere a una racionalidad del gobierno que extiende la lógica del mercado a todas las esferas de la vida, cuestionando a los individuos como “empresarios de sí mismos” y guiando la acción estatal para crear y mantener condiciones de competencia. Para una lectura sobre el concepto, véanse Noguera-Ramírez (2011) y Castro-Gómez (2015).
6 El oligopolio tecnológico se refiere a la concentración del control sobre las infraestructuras digitales y los flujos de información en manos de un pequeño número de grandes corporaciones tecnológicas. Este fenómeno está impulsado por el dominio de plataformas globales, como Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft (los “big five”), que operan como gatekeepers de la economía digital estableciendo estándares, regulando el acceso y acumulando grandes volúmenes de datos para consolidar su influencia. Este oligopolio no solo restringe la competencia, sino que también redefine las relaciones entre los Gobiernos, los mercados y la sociedad civil, lo que plantea desafíos a la soberanía digital y al interés público (Dijck et al. 2018).
7 Basándose en Laclau y Mouffe, Cesarino (2019) desarrolla el concepto de populismo digital para resaltar las “particularidades y efectos de la digitalización contemporánea del mecanismo populista clásico”, y lo articula con “nociones de cibernética, teorías de sistemas y teoría antropológica” (2019, 92). La movilización del concepto se hace para referirse “tanto a un aparato mediático (digital) como a un mecanismo discursivo (de movilización) y una táctica (política) de construcción de hegemonía” (2019, 95), que opera en la movilización de afectos, la identificación política y, más ampliamente, en la producción de subjetividades político-identitarias. En el populismo digital, según la autora, “las agencias no humanas, como los ‘algoritmos emocionales’, pasan a desempeñar un papel importante en esta función movilizadora, o en la producción de equivalencia, por medio de los afectos” (2019, 100).
8 En resumen, se infiere que todas las sociedades y los sujetos están atravesados por dos segmentariedades interconectadas: una molar, binaria, homogénea y referida a estructuras rígidas (Estado, partidos, instituciones); y la otra molecular, fluida, vinculada a intensidades, afectos y producción de deseos. Ambas operan en los planos macropolítico y micropolítico; este último es el espacio en el que se configuran las percepciones, los comportamientos y, sobre todo, el deseo de fascismo (Deleuze y Guattari [1980] 2020). Según los autores, “es muy fácil ser antifascista al nivel molar, sin ver el fascista que uno mismo es […] con moléculas personales y colectivas” ([1980] 2020, 282), razón por la cual el fascismo rompe los límites históricos. Por lo tanto, el deseo fascista no se limita a la política instituida, sino que se infiltra en las prácticas cotidianas, como el racismo, la xenofobia, el sexismo y el odio a los pobres, lo que revela el poder perverso de la micropolítica.
9 Buscamos sistematizar el debate y avanzar en puntos concretos. Para una lectura de estas hipótesis, véanse, por ejemplo, Da Empoli (2019), Frankenberg (2018), Gerbaudo (2023), Levitsky y Ziblatt (2018), Mouffe (2011 y 2018), Mudde (2020), Rancière (2014) y Srnicek (2018).
10 La noción de lo político se refiere a “la dimensión del antagonismo que considero constitutiva de las sociedades humanas” (Mouffe 2011, 16). La autora entiende por política “el conjunto de prácticas e instituciones por medio de las cuales se crea un cierto orden, organizando la convivencia humana en un contexto de conflicto derivado de lo político” (Mouffe 2011, 16). No podemos pensar en lo político y la política por separado ni abogar por la eliminación de la primera en favor de la segunda. Por el contrario, lo político y la política se constituyen mutuamente (Marques 2023a y 2023b).
11 Corroborando a Laclau, se entiende que el pueblo es siempre una elaboración política a partir de la “formación de una frontera antagónica interna que separa al ‘pueblo’ del poder” (2006, 124). Es en este sentido que Mouffe argumenta que el populismo “puede adoptar diversas formas ideológicas en función del momento y del lugar, y es compatible con una variedad de marcos institucionales” (2018, 25). Esto nos indica que su “dinámica no puede determinarse aisladamente de toda referencia contextual” y que el pueblo “no constituye un sujeto homogéneo en el que todas las diferencias son, de alguna manera, reducidas a la unidad” (Mouffe 2018, 87).
12 Esta es la misma clave analítica movilizada por Silva (2018) en su lectura del ciclo de protestas brasileñas entre 2013 y 2016, entendido como el momento de “retorno” de una derecha extremista orgullosa de su identidad política. En el caso brasileño, corroborando el argumento del autor, se observa que esta derecha, resentida por los avances de las agendas sociales, especialmente las relacionadas con los derechos de la población LGBTQIA+, los derechos humanos y la sexualidad, aprovechó las oportunidades políticas abiertas en el contexto de las movilizaciones de 2013 y las críticas al gobierno del PT para expresar su descontento y resentimiento. Coincidimos con la valoración de los logros obtenidos: “durante los gobiernos del PT, en términos de políticas de reconocimiento y/o redistribución […], se produjeron cambios sociales que fueron interpretados como amenazas por segmentos conservadores de la sociedad brasileña” (Silva 2018, 95), lo que nos ayuda a comprender el retorno del orgullo de una derecha antes “avergonzada”. Para una lectura sobre esto, véanse Souza (1988) y Caldeira Neto (2017).
13 En 2023, este porcentaje mostró una caída significativa, hasta el 54,2 %. Aun así, sigue siendo alto entre los jóvenes, de 15 a 25 años (63,3 %) (Latinobarómetro 2023). Esta reducción general puede incluso reflejar el “momento populista”, dado que los discursos políticos tienden a operar desde el significante vacío “pueblo”, una hipótesis que puede explorarse en futuras investigaciones.
14 Este campo tiende a considerar ideológico solo a su campo antagónico. Para esta lectura, véase Marques (2021).
15 Sobre el surgimiento del conservadurismo tecnopolítico en Brasil y su conexión con la economía de la atención y las guerras culturales, véanse Rosa et al. (2025) y Souza y Rosa (2023). Específicamente sobre el surgimiento del bolsonarismo, véase Marques y Carlos (2025).
16 Para una síntesis del populismo de izquierda en Mouffe, véase Costa et al. (2025).
17 Para una lectura sobre el liderazgo populista, véase Marques y Carlos (2025).
18 El populismo, así entendido, puede cobrar tanto contornos autoritarios-excluyentes, por ejemplo, las experiencias de Trump (Estados Unidos), Orbán (Hungría) y Bolsonaro (Brasil), como democrático-inclusivos, por ejemplo, la construcción de Podemos (España) o Syriza (Grecia).
Doctor en Sociología por la Universidade Federal do Rio Grande do Sul, Brasil. Profesor del Programa de Posgrado en Ciencias Sociales de la Universidade Federal de Espírito Santo (UFES), Brasil. Investigador del Núcleo Participación y Democracia (CNPq/UFES). Integra la coordinación del Comité de Investigación Movimientos Sociales de la Sociedad Brasileña de Sociología. Sus intereses de investigación son las interacciones entre el Estado y la sociedad civil (interacciones socioestatales), los estudios sobre colectivos, la teoría del discurso, la memoria, las políticas públicas culturales y la democracia cultural. https://orcid.org/0000-0003-2395-0191 | marcelo.marques.cso@gmail.com
Doctor en Computación, Cultura y Sociedad por Indiana University, Estados Unidos. Profesor asociado del Departamento de Estudios de Medios de Comunicación y profesor afiliado del Departamento de Antropología y del Programa de Estudios Latinoamericanos de University of Virginia, Estados Unidos. Profesor asociado del Berkman Klein Center for Internet and Society de Harvard University, Estados Unidos. Sus intereses de investigación y enseñanza abarcan la intersección entre los estudios de ciencia y tecnología, la antropología de la tecnología, las TIC para el desarrollo y los estudios sobre desinformación. https://orcid.org/0000-0001-8423-3917 | nemer@virginia.edu
Doctor en Derecho y Sociología por la Universidade Federal de Paraná, Brasil. Profesor del Programa de Posgrado en Políticas Sociales y Derechos Humanos de la Universidade Católica de Pelotas (UCPel), Brasil. Es líder del grupo de investigación Laboratorio Social de Administración de Justicia, Conflictos y Tecnología (UCPel). Sus principales áreas de interés son: seguridad pública, sociología del derecho penal y derechos humanos, criminología y sociología del crimen y la violencia, sociología de las drogas, sociología política, neoconservadurismo y autoritarismo, antropología del derecho y políticas públicas y sociales. https://orcid.org/0000-0002-6946-6242 | aknatontoczek@gmail.com
Doctor y máster en Ciencias Criminales por la Pontificia Universidade Católica de Rio Grande do Sul, Brasil. Profesor e investigador en la carrera de Derecho y en el Programa de Posgrado en Derecho de la Universidade Federal de Pelotas, Brasil. Coordinador de proyectos de investigación, extensión y enseñanza en el área de Ciencias Criminales. https://orcid.org/0000-0002-2738-6914 | felipe.lazzari@ufpel.edu.br