Introducción
Encasillar la obra de Michel Foucault dentro de una disciplina no es una tarea sencilla porque buena parte de sus investigaciones proponen, justamente, corroer los límites disciplinarios —ya sea la filosofía, la teoría social, la teoría política, la historia—. Mucho más complejo es ubicar sus investigaciones en una tradición teórica definida. No sólo porque su estilo de escritura escapa a las citas de autoridad o a los marcos conceptuales referenciados, sino también porque buena parte de sus conceptualizaciones parten de prácticas concretas que, vía el estudio de documentos y archivos, tiene bajo análisis.
Rehuyendo las disciplinas y las tradiciones teóricas definidas, durante buena parte de la década de 1970 desarrolló sus estudios sobre el biopoder, modalidad de ejercicio del poder que comenzó a desplegarse en los siglos XVIII y XIX, esto es, en paralelo a la consolidación del capitalismo como modo de producción. Si bien Foucault no analiza en detalle al capitalismo, en sus estudios sobre el biopoder lo menciona en varias oportunidades y con distintos alcances. Ante esta situación, un interrogante emerge con rapidez: ¿cuál es la relación entre esta modalidad de poder y el capitalismo? Asimismo, y con vistas a encasillar los desarrollos de foucaulteanos, podemos decir que el modo en que se articule la respuesta puede acercar su obra a las tradiciones marxistas o alejarla.
En este trabajo, mi intención será presentar las superficiales, desordenadas y hasta contradictorias referencias que Michel Foucault hizo de la obra de Karl Marx y de los marxismos, y las distintas lecturas que se han realizado a propósito de las distancias y cercanías entre ambos autores. En segundo lugar, luego de reseñar los núcleos conceptuales más importantes del biopoder, presentaré algunas críticas que se le han realizado, enfatizando en aquellas provenientes de tradiciones marxistas. Finalmente, y sin la pretensión de responder a la pregunta por la relación entre Marx y Foucault, intento brindar un piso mínimo a la pregunta por la vinculación entre poder disciplinario y capitalismo.
Las referencias de Foucault sobre Marx y el marxismo
En el contexto en el cual Foucault escribe, la referencia al marxismo —o a los marxismos— no es sencilla porque, por ese entonces, esta tradición de pensamiento se encontraba en un intenso proceso de redefinición. Por estas décadas se encuentran los aportes de la denominada Escuela de Frankfurt, el estructuralismo y antihumanismo de Louis Althusser, el estructural-funcionalismo de Nicos Poulantzas, los aportes del marxismo anglosajón de Ralph Miliband y Perry Anderson, y la línea derivacionista de John Holloway y Elmar Alvater. Además, la apuesta por luchas no centralizadas, transversales, y con vistas a la constitución de nuevas formas de subjetividad, no es patrimonio de la obra de Foucault sino que se encuentra en varios marxismos, y podría decirse que es una recuperación que hace la teoría de los acontecimientos de Hungría, Checoslovaquia y Francia de fines de la década de 1960 (Deleuze 2014, 128-135).
Referirse a una tradición que se está redefiniendo es una dificultad, puesto que aquello a lo cual nos dirigimos no es estable, se está moviendo, y es posible que las apreciaciones no den en el blanco. Además, esta compleja situación debe completarse con algunos descuidos y vaivenes en las referencias de Foucault a Marx y los marxismos. Las primeras menciones a Marx se encuentran en una conferencia de 1964 y en Las palabras y las cosas, aparecido en 1966. En la disertación titulada Nietzsche, Freud, Marx sostuvo que cada forma cultural “ha tenido su sistema de interpretación, sus técnicas, sus métodos, de sospechar que el lenguaje quiere decir otra cosa de lo que él dice, y de sospechar que hay lenguaje por fuera del lenguaje” (Foucault 1967, 184). En particular, le interesaba resaltar que Marx, Nietzsche y Freud lograron modificar la manera en que el signo podía ser interpretado. Por su lado, en Las palabras y las cosas ubica la obra de Marx en continuidad con los desarrollos de Ricardo, haciendo del trabajo un semitrascendental, instituyéndolo como “la fuente de todo valor” (Foucault 1966, 266).1 Por su lado, si bien se encuentran algunas referencias en Vigilar y castigar (Foucault 1975, 160, 165, 171, 216, 280), las alusiones a Marx están fundamentalmente en entrevistas y conferencias. Son menciones superficiales, pero, incluso sin revestir profundidad, muestran importantes discordancias.
En alguna intervención dijo que citaba a Marx pero sin comillas, puesto que es imposible hacer historia sin valerse de conceptos ligados a su pensamiento (Foucault 2001d, 1620-1621). Es así que en La arqueología del saber empleó varios pasajes en referencia a Marx, pero sin citarlo (Foucault 2001e, 1276), y se ha quejado por el modo en que algunos marxistas se refieren a Marx, puesto que, más que partir de las estructuras históricas concretas, analizan si dijo o no dijo tal o cual cosa (Foucault 2001f, 1274-1277). De hecho, el valor de la obra de Marx reside en sus análisis históricos y no en sus erróneas profecías (Foucault 2001g, 612). Si bien en estos pasajes Foucault parece mirar con buenos ojos la obra de Marx —a la que dice citar sin comillas—, en otras referencias no es tan condescendiente. Así, mientras atacaba la tradición del humanismo, no dudaba en afirmar que Marx era uno de los responsables del humanismo contemporáneo (Foucault 2001h, 569), y, en este marco, criticó su concepción del trabajo como esencia del hombre (Foucault 2001i 1489; 2001j, 474).
En varias entrevistas, Foucault subrayaba las dificultades de Marx para analizar las relaciones de poder y la inutilidad de su obra para estudiar el presente. Así que ni la obra de Marx ni la de Freud nos ayudan a comprender el fenómeno del poder (Foucault 2001k, 1180), y liberarnos de ellos debe ser el punto de partida para resolver problemas que se nos presentan actualmente (Foucault 2001l, 1647-1648). De manera más detallada, Foucault indicó que, debido a las preocupaciones por la conciencia y la ideología, Marx dejó en un segundo plano el análisis del ejercicio del poder sobre el cuerpo (Foucault 2001m, 1625), y que tanto las tradiciones liberales como las marxistas mantenían una relación secreta: ambas compartían un “‘economicismo’ en la teoría del poder” (Foucault 1997, 14) del cual había que desprenderse. Por otra parte, de modo bastante ambivalente, ha sostenido que Marx cae en el esquematismo de reducir el poder a los aparatos del Estado (Foucault 2001n, 35) pero también afirmó, contrariamente, que no proponía un esquema de un poder central del cual derivarían los aparatos sino que mostraba la existencia de pequeños focos de poder que, poco a poco, formaron aparatos estatales (Foucault 2001o, 1005-1006).
Finalmente, ya no en el registro del problema del poder, Foucault remarcó que con respecto de la lucha de clases, Marx y los marxistas se enfocaron en conceptualizar las “clases” pero no aclararon la entidad de esa “lucha” (Foucault 2001p, 268; 2001q, 310; 2001g, 605-606).
Por otra parte, hay varias referencias no hacia Marx sino hacia los marxismos. En general, no queda claro a qué autores inscriptos en el marxismo, pero en varios casos podemos intuir que se trata de colegas franceses. De esta forma, en su temprano Enfermedad mental y personalidad, de 1954, dedicó una última parte a Pavlov (Foucault 1954, 92-101), autor muy leído por autores marxistas que promovían la denominada psicología materialista, pero en la reedición de 1962, bajo el título de Enfermedad mental y psicología, borró el tratamiento de Pavlov y transformó esa última parte en una suerte de resumen de Historia de la locura en la época clásica. Ya en la Historia de la locura no hay rastros de Pavlov, y se quejó varias veces de que no hubiera “un solo marxista que reaccionara ante el libro, ni a favor ni en contra” (Foucault 2006, 78), y aunque en el libro se abordaba el problema de la pauperización de locos y enfermos, la respuesta del marxismo “fue el silencio total” (Foucault 2001c, 879). A su modo de ver, el trabajo no había tenido repercusión dentro de los círculos de izquierda porque los intelectuales marxistas se ocupaban de temas más “nobles” que la historia de la psiquiatría, no tenían conceptos para analizar las relaciones de poder en el ámbito psiquiátrico, y la experiencia de los gulags impedía a los intelectuales del Partido Comunista Francés plantear la cuestión del encierro (Foucault 2001r, 141-142). Ya en términos más generales, llegó a sostener que no Marx pero sí el marxismo era culpable de vivir un momento de ausencia de imaginación política (Foucault 2001g, 600).
Además de lo anterior, podemos encontrar una crítica más específica y conceptual a cómo Marx y los marxismos tematizaron la ideología. Aunque en algunas oportunidades aludió en un registro coloquial a la “ideología de la clase dominante” (Foucault 2001s, 1210, 1224, 1230, 1236), a la “ideología burguesa” (Foucault 2001t, 1139, 1140; 2001u, 1399) y a la “ideología capitalista” (Foucault 2001v, 1594), marcó distancias y críticas con el concepto mismo de ideología. En términos generales, subrayó que las relaciones entre el poder y el saber no se pueden explicar con la noción ideología (1997, 30; 2001w, 1257), y que tampoco resulta admisible la tajante separación entre ciencia e ideología (2001n, 29; 2001x, 1349). De modo más específico, indicó que, en los estudios marxistas, la ideología es un elemento negativo, que subraya que la relación del sujeto con la verdad “es perturbada, oscurecida, velada por las condiciones de existencia, por las relaciones sociales o por las formas políticas que se imponen desde el exterior al sujeto de conocimiento” (Foucault 2001i, 1420). Sin embargo, articulando las relaciones de saber-poder como correctivas de la ideología (Kelly 2009, 45), postuló que las condiciones políticas y económicas “no son un velo o un obstáculo para el sujeto de conocimiento, sino aquello a través de lo cual se forman los sujetos de conocimiento, y entonces, las relaciones de verdad” (Foucault 2001i, 1420-1421). En términos más desagregados, la noción ideología no le resultaba interesante, ya que se encontraba en oposición a algo así como la verdad, estaba en una posición secundaria respecto de una estructura o determinante material, y alude necesariamente “a algo como un sujeto” (Foucault 2001y, 148).
Aunque no lo mencione con nombre propio, podría sospecharse que sus embates a la ideología se construyeron en diálogo crítico con Louis Althusser.2 En las referencias explícitas que hizo del argelino, a poco de publicar Las palabras y las cosas, Foucault marcó distancia y subrayó que en los trabajos de Althusser, la obra de Marx se leía en los términos de una ruptura epistemológica, mientras que él no encontraba esa ruptura (Foucault 2001al, 615). Sin embargo, años más tarde reivindicó la importancia de los trabajos de Althusser por haber liberado a Marx de las lecturas humanistas y hegelianas (Foucault 2001t, 1140). Además, en otro orden de ideas, aceptó que entre ambos existía un notable punto de convergencia: la urgencia de apartarse del sujeto cartesiano (Foucault 2001c, 871).
Foucault dialoga críticamente con la noción ideología pero también establece conversaciones con otro concepto central del pensamiento de Althusser: aparato de Estado. En Teoría e instituciones penales, Foucault realiza una genealogía de los sistemas de represión y marca el pasaje del sistema feudal, caracterizado por la descentralización y atravesado por lógicas señoriales y eclesiásticas, hacia el sistema centralizado propio del Estado Absolutista. Lo notable es que, aunque sin nombrar a Althusser, Foucault reconstruye este proceso en los términos de cómo el sistema penal se fue transformando en un aparato de Estado. Para el estudio de los aparatos de Estado, consideraba necesario distinguir: a) su estructura, que es de naturaleza represiva; b) la estrategia de sus decisiones, que está orientada hacia la reproducción; c) su funcionamiento, “que manifiesta el juego de relaciones de poder y de relaciones de producción, unas respecto de las otras” (Foucault 2015, 172). Lo interesante es que en trabajos posteriores subrayó que la noción aparato de Estado era inútil, justamente, para dar cuenta de estas estrategias y este juego de relaciones. Es así que con referencias a Althusser, consideró reduccionista concebir al poder en términos de aparato de Estado (Foucault 2001l, 1640), y sin nombrarlo remarcó que el funcionamiento del poder no se agotaba en una serie de aparatos del Estado (Foucault 2001b, 1673; 2001k, 1176), que existían relaciones de poder que no estaban integradas ni controladas por estos aparatos (Foucault 2013, 212, 233-234), que la noción aparato de Estado era insuficiente para dar cuenta de las prácticas y estrategias de poder (Foucault 2001am, 201; 2001l, 36; 2003, 17-18), y, por ello, no había que orientar las investigaciones sobre el poder con esa matriz conceptual (Foucault 1997, 30).
Finalmente, antes de avanzar específicamente en la vinculación entre poder disciplinario y capitalismo hay que mencionar algunas lecturas que se hacen de la relación entre los marxismos y las conceptualizaciones foucaulteanas. Marcando distancias, se ha dicho que Foucault inscribe a Marx en la modernidad, mientras él trata de delinear los trazos de un pensamiento posmoderno (Best 1995, 100); que si bien no excluye historias particulares del antagonismo de clases, la genealogía foucaulteana niega las pretensiones de totalización de la historiografía marxista (Poster 1987, 129-130); que postular que la subjetivación se produce en el marco de relaciones de poder prescinde de la idea marxista de alienación (Prozorov 2007, 64-65); y que la diferencia más importante entre ellos radica en plantear al poder como opresión de una clase sobre otra, o como una relación irreductible a una dominación de unos sobre otros (Downing 2008, 5).
De todas maneras, a pesar de las distancias que Foucault marcó con Marx y los marxistas, y las diferencias subrayadas por varios autores, hay lecturas que intentan vincular los desarrollos de Foucault con los marcos conceptuales marxistas. De esta forma, Negri y Hardt retoman la noción biopoder desde una tradición marxista (Hardt y Negri 2000, 22-41; Negri 2004, 73-93), se leen esfuerzos por vincular las premisas de la gubernamentalidad con marcos neomarxistas (Jessop 2007; Pearce y Tombs 1996), y también se ha sostenido que buena parte de los desarrollos de la gubernamentalidad han servido para responder a las críticas formuladas por Nicos Poulantzas (Jessop 2004).
De la lectura anterior se advierte una gran oscilación, una notable falta de precisión. Del propio Foucault en el momento de referirse a Marx y a los marxismos, pero también de los lectores de Marx y Foucault. En algunos pasajes y lecturas encontramos cercanías, mientras que en otros se enfatizan las distancias. Frente a este panorama de incertidumbre, quisiera precisar la noción poder disciplinario para luego presentar las críticas que se le han realizado desde el marxismo, y finalmente tratar de esclarecer el modo en que Foucault vincula las disciplinas con el capitalismo.
El poder disciplinario y sus críticas
A diferencia de lo que puede leerse en buena parte de la teoría social y política moderna y contemporánea, Foucault no pretende constituir una teoría del poder en sentido sistemático, válida para todo tiempo y lugar. Más bien, su propuesta de trazar una “nueva analítica del poder” o una “nueva economía de las relaciones de poder” debe inscribirse en el intento de dar cuenta de una modalidad particular e históricamente definida de las relaciones de poder: aquella que tiene como blanco la vida, tanto en su faz individual cuanto en su dimensión colectiva. Este poder sobre la vida, el biopoder, se ha desarrollado a partir del siglo XVIII bajo dos polos complementarios. El primero de ellos —la anátomo-política del cuerpo humano o el poder disciplinario— se focalizó “en el cuerpo como máquina: su entrenamiento, el incremento de sus aptitudes, la extracción de sus fuerzas, el crecimiento paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración a sistemas de control eficaces y económicos” (Foucault 1976, 183). El segundo —la biopolítica de la población— se formó tiempo más tarde y se centró “en el cuerpo-especie, en el cuerpo atravesado por la mecánica de lo viviente” (Foucault 1976, 183).3 El tratamiento de la biopolítica ha sido bastante fragmentario y no ha merecido mayores críticas dentro de los marxismos, por lo que prefiero reseñar —al menos brevemente— la matriz disciplinaria del poder.
En sus conceptualizaciones sobre el poder disciplinario, Foucault aclara en numerosas oportunidades que no es una modalidad de poder que se encuentre exclusivamente en el Estado, ni tampoco que su foco u origen sea el Estado. Por su lado, si bien Foucault estudió el funcionamiento de la disciplina en cárceles, cuarteles, hospitales, escuelas y fábricas, esta no debe confundirse con instituciones o aparatos estatales: “ella es un tipo de poder, una modalidad para ejercerlo […] ella es una ‘física’, o una ‘anatomía’ del poder, una tecnología” (Foucault 1975, 217). La disciplina “es una modalidad de aplicación de poder” (Revel 2002, 20) que no funciona a través del consenso sino a partir de la normalización (Ransom 1997, 16), y si bien las instituciones disciplinarias despliegan un tipo de ejercicio de poder que distingue lo normal de lo anormal, es importante tener presente que su “coherencia no resulta de la puesta en juego de un proyecto, sino de la lógica de estrategias que se oponen unas a otras” (Foucault 2001m, 1627).
El funcionamiento de las disciplinas tiene por objetivo la racionalización del espacio y de las energías del cuerpo (Ewald 1975, 1260-1261), e implica un tipo de control sobre el cuerpo que a través de la combinación de dos variables —el espacio y el tiempo (Marí 1983, 181)— pretende tornar obedientes y dóciles a esos cuerpos. En el marco de espacios cerrados y frente a una multiplicidad poco numerosa, las disciplinas se caracterizan por “imponer una tarea cualquiera a una multiplicidad humana cualquiera” (Deleuze 2014, 84).
Críticas al poder disciplinario
La conceptualización sobre el poder disciplinario, que por razones de espacio aquí he presentado de modo sintético, ha sido criticada desde varios ángulos, y, por ello, antes de pasar a los embates provenientes desde tradiciones marxistas quisiera hacer una pequeña mención de algunas de las críticas que me parecen más logradas. Aunque buena parte de ellas se efectuaron con posterioridad a su muerte, Foucault no se caracterizó por responder a las objeciones que se le realizaron, así que posiblemente tampoco las hubiera contestado.4
Si bien Vigilar y castigar se ha transformado en un material ineludible para los trabajos sobre el castigo, y a pesar de que aludir a la temática “sin Foucault es como hablar sobre el inconsciente sin Freud” (Cohen 2007, 10), su labor ha recibido varias críticas. Algunas subrayaron la presentación y periodización problemáticas de los procesos históricos descritos: a) Pieter Spierenburg marca que la desaparición del suplicio público no se produjo de modo repentino entre 1750 y 1820, tal como Foucault insinúa en “El cuerpo de los condenados”, sino que se advierte su gradual desaparición desde los inicios del siglo XVII, cuando comenzaron a disminuir las mutilaciones (Spierenburg 1984). Además, las rebeliones como respuesta a los suplicios no son una novedad de la segunda parte del siglo XVIII, por lo que no sirven para explicar la desaparición del patíbulo (Spierenburg 1984, 108); b) John Beattie agrega que la periodización de la emergencia de la prisión no se ajusta al caso inglés porque en las primeras décadas del siglo XVIII los delitos menores eran castigados con el encierro (Beattie 1986).
Otros trabajos, más que de las variables históricas se ocuparon de los aspectos conceptuales. Así, para Dominique Lecourt, Foucault no es prolijo en la presentación de la escena del suplicio, puesto que no incluye a las figuras clericales en el ritual, una ausencia que no es menor, ya que no se reduce a un ejercicio del poder sobre el cuerpo sino que “aparece entonces como escenificación ejemplar (destinada a impresionar a las masas) del funcionamiento regulado de los diferentes aparatos ideológicos de un Estado determinado (el Estado de tipo feudal)” (Lecourt 1993, 78). Por su lado, de acuerdo con David Garland, Foucault interpreta al castigo como una forma de poder, pero esto no es presentado como una hipótesis de trabajo sino como “la base para la comprensión del castigo” (Garland 1999, 194). Se describe al sistema penal como adecuado a los requerimientos del control social, se vislumbra un concepto instrumental del castigo, despojado de elementos irracionales o contraproducentes. Sin embargo, el castigo no se reduce al puro control, puesto que “siempre está en tensión con las fuerzas sociales y sicológicas que imponen límites claros al tipo y la graduación del castigo” (Garland 1999, 195).5
En un similar orden de ideas, pero en este caso aplicable no sólo al tratamiento sobre la prisión, no queda claro a qué valores éticos, religiosos y políticos respondieron las mutaciones en las tecnologías de poder. Por momentos pareciera que “el único fin posible del poder es poder y más poder, control y más control” (Garland 1999, 201). Desde un lado opuesto, pero también relativo a los valores, Michael Walzer asume como cierto que las verdades de la moral y la ciencia están implicadas en el ejercicio de poder, “pero esas mismas verdades también regulan el ejercicio del poder. Ellas establecen límites a lo que puede hacerse correctamente […] Los límites son importantes incluso cuando en cierto sentido sean arbitrarios” (Walzer 1986, 66).
Por otra parte, también se ha puesto en duda la asimilación de la prisión con otras instituciones que integran la red institucional de secuestro. En esta línea, Walzer acepta que gran parte de la población se encuentra sometida a horarios, vigilancia y examen, y que nadie está libre de esas formas de sujeción, pero no todas ellas son similares a estar en la cárcel, diferencia que Foucault pasa por alto (Walzer 1986, 58-59). Asimismo, Garland postula que en la comparación entre las diferentes instituciones disciplinarias, y sobre todo en el momento de pensar tanto la eficacia de las disciplinas cuanto la resistencia a ellas, Foucault no advierte que, a diferencia de lo que sucede en la cárcel, tanto en la escuela cuanto en la fábrica o el monasterio, el individuo “coopera con su adiestramiento porque, por lo menos hasta cierto punto, comparte las metas del proceso disciplinario (sobreponerse a la carne, adquirir educación, ganar un salario)” (Garland 1999, 204). Puede decirse que Foucault entiende correctamente que las instituciones imponen conductas, pero no logra advertir que no todo respeto por sus normas es equivalente a someterse al poder (Dews 1979, 147).
Por su lado, Donnelly subraya que Foucault realiza un estudio de las diversas prácticas disciplinarias, de su generalización, y menciona la existencia de una tecnología general, pero queda en suspenso “saber cómo, una vez constituidas, las disciplinas se han perpetuado; cómo las disciplinas particulares se han unido las unas a las otras para dibujar el ‘diseño de un método general’” (Donnelly 1989, 234). De este modo, cuando Foucault muestra que las disciplinas tienen un carácter general, parece un funcionalista: “nadie diseñó el todo, y nadie lo controla; pero como por una mano invisible, de alguna manera todas sus partes están encajadas” (Walzer 1986, 57).
En términos más generales, y en el marco de los debates y redefiniciones contemporáneos sobre el biopoder, Giorgio Agamben y Roberto Esposito han manifestado ciertos puntos oscuros. De acuerdo con el primero, la biopolítica no es un fenómeno moderno sino consustancial a la soberanía, pero Foucault no logró advertir esta relación estructural entre soberanía y vida por desechar la matriz jurídica como grilla de análisis (Agamben 1998, 11-16; 2001). Para Esposito, Foucault se mostró muy oscilante en el momento de conceptualizar las relaciones entre modernidad, biopolítica y totalitarismo, y las rupturas y continuidades entre el poder de soberanía y la biopolítica, y por ello no logró precisar los alcances de la biopolítica afirmativa y la negativa (Esposito 2006, 17-18).
Aunque podrían reseñarse otras críticas, y aquí solamente sinteticé las que me parecen más logradas, me interesa avanzar en los contrapuntos que se han desarrollado desde tradiciones marxistas para luego así esclarecer la vinculación entre disciplinas y capitalismo.
Críticas provenientes del marxismo
Uno de los autores más influyentes del marxismo contemporáneo que ha analizado críticamente los desarrollos de Foucault es Perry Anderson, quien reprochó al posestructuralismo en general, y en particular a Foucault y a Derrida (Anderson 1984, 38-55), pero no tematizó sobre la relación entre capitalismo y poder disciplinario. Otro de los autores influyentes que le dedicó cierta atención es Nicos Poulantzas, quien intentó acercar algunas reflexiones foucaulteanas a la tradición marxista, pero sin dejar de marcar diferencias. En coincidencia con Foucault, reconocía que el Estado no es depositario del poder, que no tiene poder por sí mismo, pero a diferencia de los postulados de la microfísica, Poulantzas subrayaba que el Estado “es el lugar de organización estratégico de la clase dominante en su relación con las clases dominadas. Es un lugar y un centro de ejercicio del poder, pero no posee poder propio” (Poulantzas 1978, 162). Además, el poder no se agota en las modalidades de su ejercicio sino que tiene un fundamento preciso: “la explotación, la extracción de plusvalor” (Poulantzas 1978, 163). Dejando de lado la envergadura de los autores, dentro de la tradición marxista creo que es posible restituir críticas más refinadas y precisas sobre la analítica del poder trazada por Foucault.
Bob Fine subraya que Foucault muestra que las disciplinas imponen un ordenamiento de las multiplicidades y una coordinación de la producción, pero en ningún momento explica que eso se debe a las necesidades del capital. Esto es un problema porque son estas las que imponen “una división entre supervisados y supervisores, de una estructura no recíproca de observación, juzgamiento y castigo” (Fine 1993, 133). En contraste con los planteos de Marx, de acuerdo con Foucault, “es la sociedad industrial, y no el capital, la que es considerada la raíz de la disciplina. Foucault sólo puede hacer esto ignorando el contenido social del capital como una relación de clase” (Fine 1993, 134). Sin embargo, el problema no es sólo presentar al poder como un sustituto de las relaciones de producción, sino que se “hace del poder una forma de a priori que ‘produce realidades […] ámbitos de objetos y rituales de verdad’, y que no es reductible a cualquier tipo de relación” (Fine 1993, 137). Ahora bien, del mismo modo que el poder genera los ámbitos de realidad también produce la resistencia, “pero en la medida en que es el poder el que crea su propia resistencia, esta nunca puede ser subversiva” (Fine 1993, 139).
Por su lado, en un análisis fino y detallado, Stéphane Legrand sostiene que los conceptos centrales de la sociedad disciplinaria “quedan irremediablemente ciegos si no se los articula en una teoría de la explotación y en una teoría del modo de producción capitalista ” (Legrand 2004, 28). Foucault plantea que las instituciones disciplinarias logran un vínculo coercitivo entre el cuerpo y el aparato de producción, pero no queda claro cómo se aplica esto a la escuela o a los hospitales: ¿Sería una vinculación con el aparato de producción de saber o de producción de la cura? Además, encuentra en las diferentes instituciones disciplinarias una función unívoca: sobrestimar las fuerzas del cuerpo en términos económicos de utilidad y disminuir esas fuerzas en términos políticos de obediencia. Se puede entender perfectamente a qué alude con la obediencia pero no con la utilidad, a menos que se refiera a ella en un sentido económico, “lo que no parecen querer ni Foucault, ni sus comentaristas” (Legrand 2004, 32). Asimismo, los estudios sobre el poder disciplinario sólo pueden ser consistentes si explican cómo y por qué instituciones tan distintas “pueden ser llevadas a formar un sistema en que interactúen de manera coherente” (Legrand 2004, 34). De acuerdo con la lectura de Legrand, en el curso La sociedad punitiva Foucault advertía que estas instituciones tenían una función específica y homogénea: “la reproducción de las relaciones de producción características del modo de producción capitalista” (Legrand 2004, 34). Allí se aborda la misma temática de Vigilar y castigar, pero se lee que la generalización de los dispositivos disciplinarios se explica por el “desarrollo creciente de la acumulación capitalista” (Legrand 2004, 36). Teniendo esto en cuenta, puede afirmarse que el estudio de Foucault sobre la sociedad disciplinaria “ganaría si se articulara a una teoría de la explotación” (Legrand 2004, 43). Asimismo, en sintonía con algo que ya había subrayado Balibar (1989), los desarrollos de La sociedad punitiva permiten afirmar que “las tesis más innovadoras de Vigilar y castigar sólo pudieron ser conquistadas con la ayuda de instrumentos y conceptos clara y distintivamente marxistas” (Legrand 2004, 43).
Finalmente, en un plano que ya no alude a la relación entre las relaciones de poder y el capitalismo a nivel local sino global, Gayatri Chakravorty Spivak postula —luego de presentar más los ejes de la obra de Deleuze y Guattari que la de Foucault— que “la relación entre el capitalismo global (explotación en la economía) y las alianzas de los Estados-nación (dominación en la geopolítica) es tan macrológica que no puede ser considerada por la textura micrológica del poder” (Spivak 1994, 74).
Estos fuertes embates a la obra de Foucault pueden inscribirse en las distancias y diferencias que, tal como he reseñado antes, varios autores subrayan entre los desarrollos del autor francés y los marxismos. Sin embargo, contrastan con aquellas perspectivas que intentan vincular los dos enfoques, y también con los pasajes en los cuales Foucault decía citar a Marx sin comillas. Para evaluar críticamente estas distancias o cercanías —algo que no desarrollaré—, entiendo que un paso previo es tratar de esclarecer la relación entre poder disciplinario y capitalismo en la obra de Foucault.
Poder disciplinario y capitalismo en Michel Foucault
La vinculación entre el biopoder y el capitalismo no ha sido tematizada de modo uniforme en los trabajos de Foucault. Esta falta de homogeneidad se encuentra en otras temáticas, puesto que en su labor de investigador no estaba preocupado por diseñar una teoría sistemática aplicable a todo tiempo y lugar, sino que su proyecto propone brindar aproximaciones conceptuales que permitan delimitar las discontinuidades de los procesos históricos. Además, la vinculación entre biopoder y capitalismo es abordada en materiales diversos —libros, cursos, conferencias y entrevistas—producidos a lo largo de un lustro —aproximadamente entre 1973 y 1978—. A pesar de estas dificultades, creo que existe un piso mínimo sobre esta vinculación: las disciplinas no son un obstáculo para el despliegue de las sociedades capitalistas y de la producción industrial, sino que son mecanismos de poder notablemente útiles.6 Para Foucault eran numerosos los estudios que analizaban las relaciones entre el capitalismo y el control sobre las ideas de los individuos, pero no entre aquel y el control sobre el cuerpo. Es así que resulta necesario desechar la tesis que indica que el poder ha “negado la realidad del cuerpo en beneficio del alma, de la conciencia, de la idealidad. En efecto, nada es más material, más corporal, que el ejercicio del poder” (Foucault 2001m, 1624). Las sociedades capitalistas han entendido que la “inversión del cuerpo por el poder debía ser pesada, fuerte, constante, meticulosa” (Foucault 2001m, 1624).
Parece claro que existe un vínculo entre las disciplinas y el capitalismo, pero aquello que merece ser precisado es su naturaleza. Sobre este punto, continuando con el proyecto de establecer pisos mínimos, habría que tener presente que no se trata de un vínculo necesario, puesto que las disciplinas también funcionan en modos de producción no capitalistas: no siempre que hablemos de disciplinas estaremos frente a un modo de producción capitalista. En este sentido, no sólo hay que recordar el funcionamiento de las disciplinas en los monasterios (Foucault 2003, 65-88) sino que el régimen soviético ha “transferido las técnicas de gestión y de poder puestas a punto en la Europa capitalista del siglo XIX” (Foucault 2001ae, 65). Los tipos de moralidad y los métodos disciplinarios, “todo eso que funcionaba efectivamente en la sociedad burguesa ya hacia 1850, ha pasado en bloque al régimen soviético” (Foucault 2001ae, 65).7 Es por ello que la manera en que se castiga en la actualidad está “vinculada a una determinada forma de poder y de control político, que se encuentra en las sociedades capitalistas y también en las sociedades socialistas” (Foucault 2001af, 1665).
No estamos, por tanto, frente a un vínculo necesario entre capitalismo y disciplinas. Por ello, puede afirmarse que estas son especialmente útiles para el funcionamiento de las industrias —que pueden o no montarse bajo una lógica de apropiación de trabajo ajeno—. En las grandes fábricas y talleres se torna necesario organizar un mecanismo de vigilancia que “debe formar parte integrante del proceso de producción” (Foucault 1975, 177). De este modo, la disciplina se constituye como un operador económico: “es a la vez una pieza interna en el aparato de producción, y un engranaje específico en el poder disciplinario” (Foucault 1975, 177). Las disciplinas tienden a organizar y ordenar las multiplicidades humanas, respondiendo a tres criterios que les aportan su carácter distintivo: 1) tornar el ejercicio del poder lo menos costoso posible, minimizando gastos y focos de rebelión; 2) lograr que los efectos del poder se maximicen y se desplieguen sin lagunas; 3) vincular estos efectos con un mayor rendimiento de las actividades, haciendo “crecer a la vez la docilidad y la utilidad de todos los elementos del sistema” (Foucault 1975, 220). Este triple objetivo responde a una coyuntura histórica precisa: el aumento de la población, el cambio de escala de los grupos que se pretende controlar, y el crecimiento del aparato de producción, por lo que “el desarrollo de los procedimientos disciplinarios responde a esos dos procesos o más bien, sin duda, a la necesidad de ajustar su correlación” (Foucault 1975, 220). La acumulación de hombres y de capital logró articularse gracias a los dispositivos disciplinarios (Foucault 1975, 222-223), y por ello puede sostenerse que el sistema económico que favorecía la acumulación de capital y el sistema de poder que dirigía la acumulación de hombres se transformaron en “dos fenómenos correlativos e indisociables uno del otro” (Foucault 2001f, 153).8
Para lograr una correlación entre el aumento de los hombres y del capital, las disciplinas “se integran desde el interior a la eficacia productiva de los aparatos, al crecimiento de esta eficacia, y a la utilización de lo que ella produce” (Foucault 1975, 221). Así, para Foucault, el biopoder había sido “un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo, [y] este no ha podido afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos” (Foucault 1976, 185). De esta manera, puede afirmarse que el capitalismo ha apelado a las disciplinas, que lograron que la “fuerza del cuerpo esté con el menor gasto reducida como fuerza ‘política’, y maximizada como fuerza útil” (Foucault 1975, 223). La formación de las instituciones disciplinarias se encuentra vinculada al desarrollo del capitalismo, puesto que este no podría funcionar “con un sistema político en cierta forma indiferente a los individuos” (Foucault 2001ah, 374). Es cierto que la economía capitalista ha planteado la “necesidad de un Estado disciplinario, correlativo al Estado industrial” (Foucault 2001ai, 1322) pero esto no alcanza para afirmar que el capitalismo explica tanto la emergencia cuanto el funcionamiento de las disciplinas. Muy por el contrario, en varios trabajos Foucault nota que históricamente las disciplinas preceden al modo de producción capitalista.
En La verdad y las formas jurídicas, enumeraba tres funciones que desarrollaban las instituciones disciplinarias. Una de ellas refiere a la creación de un poder epistemológico —la capacidad de establecer un saber sobre aquellos que son vigilados—, y las dos restantes se encuentran estrechamente vinculadas al funcionamiento del sistema productivo. La primera apunta al control de la dimensión temporal de los individuos, puesto que se busca que “el tiempo de los hombres sea ofrecido al aparato de producción, que el aparato de producción pueda utilizar el tiempo de vida” (Foucault 2001i, 1484). En segundo lugar, la red institucional de secuestro desplegaba un control sobre el cuerpo mismo de los individuos, con vistas a “hacer que el cuerpo de los hombres se transforme en fuerza de trabajo” (Foucault 2001i, 1486).9 Tal como reitera un año más tarde en Sexualidad y política, en los siglos XVII y XVIII el cuerpo fue “utilizado, cuadriculado, encerrado, encorsetado como fuerza de trabajo. Esta política consistía en extraer del cuerpo el máximo de las fuerzas utilizables para el trabajo, y el máximo del tiempo utilizable para la producción” (Foucault 2001ak, 1405).10 Sin embargo, incluso en La verdad y las formas jurídicas, donde se desarrolla con gran potencia la vinculación entre disciplinas y capitalismo, se descarta expresamente que el nacimiento y el diseño de las disciplinas se expliquen por la emergencia del modo de producción capitalista. Es así que —luego de remarcar que la esencia del hombre no es el trabajo, sino que para que trabaje es necesario que sea disciplinado— postuló al sistema disciplinario como condición de posibilidad de la plusvalía: “para que haya plusganancia es necesario que haya subpoder” (Foucault 2001i, 1490). Para que exista esta plusganancia, la existencia humana debe estar bajo la órbita de un poder disciplinario que la fije al aparato de producción. Por ello, el vínculo del hombre con el trabajo es “operado por el poder. No hay plusganancia sin subpoder” (Foucault 2001i, 1490).
Dentro de esta lógica, Foucault entiende que su estudio de la sociedad disciplinaria puede leerse como “el análisis del subpoder como condición de posibilidad de la plusganancia” (Foucault 2001i, 1490). De acuerdo con Gabilondo, al situar al subpoder como condición de la plusganancia, Foucault “establece en qué medida la apropiación política de los cuerpos por un sistema disciplinario es previa a su utilización económica” (Gabilondo 1990, 153). Así, incluso en los trabajos en los cuales Foucault subraya enfáticamente la vinculación entre las disciplinas y el capitalismo, hay que evitar leer una subordinación de la dinámica de las relaciones de poder a las transformaciones económicas: “el sistema de poder, bajo su mecanismo disciplinario, no es una consecuencia del modelo capitalista de producción, sino un elemento constitutivo e inmanente que hace posible el funcionamiento de la sociedad industrial” (Castro Orellana 2004, 119).
Si bien las disciplinas parecen anteceder al capitalismo, y Foucault y algunos de sus comentaristas las sitúan como su condición de posibilidad, no por ello hay que entender que el capitalismo sea una consecuencia —al menos no una consecuencia necesaria— de las disciplinas. La aparición de las disciplinas y el ascenso del capitalismo se encuentran interrelacionados, pero la novedad del análisis de Foucault radica en situar los dos procesos en “un paralelismo no causal, pero indica claramente que el desarrollo de la tecnología política, en su interpretación, precede a la económica” (Dreyfus y Rabinow 1983, 135).
A contrapelo de lo anterior, algunas lecturas parecen explicar el surgimiento de las disciplinas por la emergencia del capitalismo. Danaher, Schirato y Webb entienden que las disciplinas germinan porque fue necesario “producir una fuerza de trabajo flexible, sana y sobria para servir a las fábricas de la Revolución Industrial” (Danaher, Schirato y Webb 2000, 57). Por su lado, McHoul y Grace, en un pasaje algo oscuro, interpretan que aunque el poder disciplinario no puede entenderse como un reflejo del capitalismo, ha sido una de las grandes invenciones de la burguesía (McHoul y Grace 2002, 71). De todas maneras, y a la luz de lo anteriormente desarrollado, insisto en que una lectura más adecuada indicaría que el capitalismo, aunque sí lo ha utilizado, no ha inventado el tipo de poder sobre el cuerpo que diseñan las disciplinas.
En términos descriptivos, Marx también ilustró cómo en las industrias se utilizaban las disciplinas, empleó la metáfora de la disciplina militar, y hasta remarcó que el capataz ejerce poder sobre sus inferiores —por lo que el poder no se concentra solamente en el Estado—.11 De la misma manera, en el momento de caracterizar el proceso de trabajo bajo el modo de producción capitalista, indicaba que uno de sus elementos distintivos era que el producto del trabajo era propiedad del capitalista y no del productor, y el otro era que “el obrero trabaja bajo control del capitalista, a quien su trabajo pertenece. El capitalista se cuida de vigilar que este trabajo se ejecute como es debido y que los medios de producción se empleen convenientemente” (Marx 1946, 137). Si bien Foucault estaría de acuerdo con la descripción, no estaría dispuesto a sostener que la existencia y el funcionamiento de las disciplinas se explican por el despliegue del capitalismo. Si se postula al capitalismo como un modo de producción que supone la propiedad privada de los medios de producción concentrada en pocas manos, y una gran masa de individuos formalmente libres que venden su fuerza de trabajo, y que la ganancia del dueño de los medios de producción no es más que una apropiación de trabajo ajeno que se formaliza con el salario, Foucault no estaría dispuesto a aceptar que fue la burguesía la que inventó las disciplinas, ni mucho menos que su funcionamiento se explique solamente por la necesidad de extraer plusvalor o plustrabajo.
En línea con lo anterior, en Hay que defender la sociedad — en el momento de ejemplificar la precaución metodológica de realizar un análisis ascendente del poder—, presentaba el tratamiento de la locura, que puede ser ilustrativo para estudiar la relación entre disciplinas y capitalismo. Un análisis descendente del poder que explique el encierro de la locura en el siglo XVII postularía que la burguesía se había transformado en la clase dominante y se volvía necesario deshacerse de los locos porque eran inútiles para la producción industrial. Empero, Foucault proponía analizar cómo esos mecanismos de control que se llevaban adelante en el plano microscópico de la familia, en los niveles más bajos de la sociedad, en un momento determinado “comenzaron a transformarse en económicamente provechosos y políticamente útiles” (Foucault 1997, 29). Había que indagar las razones por las cuales, en un momento preciso, esos dispositivos de control arrojaron “un determinado provecho económico, una cierta utilidad política y, como resultado, todos se han encontrado colonizados y sostenidos por mecanismos globales” (Foucault 1997, 29). La estructura económica no es la que explica la emergencia de un determinado mecanismo de control, aunque sí da cuenta de su generalización, su organización “en una especie de figura global” (Foucault 2001ac, 379), y su captura por parte de los mecanismos estatales. De todos modos es importante reiterar que esa dominación global no la impone la clase burguesa (Foucault 2001ac, 379). Así, no existe “un foco único de donde saldrían como por emanación todas esas relaciones de poder, sino un entrelazamiento que, en total, torna posible la dominación de una clase social sobre otra, de un grupo sobre otro” (Foucault 2001ac, 379). De esta manera, incluso leyendo al capitalismo como un capítulo más de una historia de antagonismos y dominios de una clase sobre la otra, no es esta dominación clasista la que explica la emergencia y el funcionamiento de la modalidad disciplinaria del poder.
Teniendo en cuenta lo anterior, y reiterando la necesidad de establecer un piso mínimo de relaciones entre el poder disciplinario y el capitalismo, creo que podemos decir que: a) el capitalismo ha empleado las disciplinas como mecanismos de poder útiles para lograr una productividad de los cuerpos; b) por lo anterior, el capitalismo puede explicar la generalización y proliferación de poder disciplinario; c) sin embargo, la invención de las disciplinas no puede explicarse por la emergencia del capitalismo, puesto que ellas son anteriores a este; d) finalmente, así como las disciplinas son útiles para el funcionamiento del capitalismo, tienen la misma utilidad en modos de producción no capitalistas.
Notas finales
Vincular la obra de Foucault con la de Marx no es una tarea tan sencilla como quizás se cree en una primera lectura. Esta dificultad no sólo se presenta por los desarrollos conceptuales de los dos autores en juego, sino también por algunas imprecisiones y complejidades en las pocas referencias que Foucault hizo de Marx. En algunos casos Foucault parece inscribirse y acercarse a los desarrollos de Marx, pero en otros momentos enfatiza las distancias. En numerosas oportunidades se separó de autores marxistas, pero nunca quedó claro a quiénes se refería —problema que se agrava porque, en paralelo a los estudios de Foucault, el marxismo se encontraba en una profunda redefinición conceptual—. Por otro lado, existen lecturas que enfatizan las distancias que existen entre ambos autores, mientras que otros desarrollos intentan vincular sus categorías fundamentales. Finalmente, existen algunos trabajos que subrayan problemas en la obra de Foucault, que podrían resolverse adscribiendo a los postulados marxistas fundamentales.
En el marco de todas estas dificultades, mi intención ha sido tratar de esclarecer la vinculación entre poder disciplinario y capitalismo en los desarrollos de Foucault. Teniendo clara esta relación, creo que estamos en mejores condiciones de evaluar las distancias y cercanías entre Marx y Foucault.