Introducción
El debate sobre la expansión de la democracia en todo el mundo y sobre los problemas en el establecimiento y desarrollo del régimen ha cambiado su foco de interés a lo largo del tiempo. Este pasó de las condiciones para el surgimiento de la democracia en contextos autoritarios, como los de América Latina y Europa del Este en los años 1980 y 1990, a la calidad del régimen en las nuevas y viejas democracias desde los años 2000. Más recientemente, la atención se centró en un supuesto declive de la democracia en el mundo, incluso en Europa Occidental y los Estados Unidos. Un hito de esa discusión fue la publicación, en 2015, de la edición de los 25 años del Journal of Democracy, bajo el título “Is Democracy in Decline?”. El debate consideró la cantidad de regímenes y retrocesos autoritarios, el estado del conjunto de derechos políticos y civiles, el surgimiento de movimientos políticos y líderes que amenazarían las libertades individuales, la insatisfacción con la democracia y el apoyo a opciones políticas autoritarias. Este artículo propone introducir a América Latina en este debate, con relevantes temas de discusión como el surgimiento de fuerzas políticas y líderes con discursos y prácticas autoritarias, y la pérdida de confianza de la población en las instituciones representativas (desde las cámaras legislativas hasta los partidos y los políticos).
Cuarenta y cinco años después del inicio de la llamada tercera ola de democratización y tras, por lo menos, tres décadas desde la transición a la democracia en varios países latinoamericanos, los datos del Latinobarómetro y del proyecto Varieties of Democracy (V-DEM) muestran que algunos indicadores, como el apoyo y la satisfacción con el régimen, la confianza en las instituciones y el Liberal Democracy Index (LDI), alcanzaron o volvieron a mostrar los peores niveles de sus series históricas en América Latina. Este diagnóstico permite concluir que la democracia está decayendo en la región. Para explicar esta tendencia, se investigaron los perfiles políticos ambivalente y autoritario de la población latinoamericana con datos del Latinobarómetro correspondientes a las rondas de 2002, 2009, 2016 y 2018. Los resultados indican que estos perfiles están compuestos por jóvenes con baja escolaridad, que no confían en las instituciones y que están insatisfechos con la democracia.
Los hallazgos del artículo están en línea, por lo menos en dos puntos, con otros trabajos recientes sobre el declive de la democracia en el mundo. Foa y Mounk (2016) también encontraron que el perfil autoritario en países occidentales desarrollados estaba compuesto por jóvenes. A su vez, dos de las características de los perfiles políticos ambivalente y autoritario en América Latina —la desconfianza en las instituciones y la insatisfacción con la democracia— se alinean con la explicación de Mounk (2019) sobre el declive, según la cual estas reflejan la insatisfacción popular con una situación de liberalismo antidemocrático típica de regímenes que, por un lado, respetan el Estado de derecho y protegen a las minorías y, por el otro, no traducen las preferencias populares en políticas públicas. Esa insatisfacción también estimularía el surgimiento de movimientos y líderes que amenazan las libertades individuales, agravando la situación de erosión democrática.
En la siguiente sección se introduce la discusión teórica sobre el declive de la democracia. Luego, se describe la trayectoria de los indicadores relacionados con el régimen en una perspectiva longitudinal, que lleva a la constatación de que la democracia está en declive en América Latina. En este punto se presentan las hipótesis. La tercera sección trata sobre los aspectos metodológicos. Le sigue un análisis de los factores explicativos de los perfiles políticos ambivalente y autoritario de la población latinoamericana y de las interacciones entre variables de atributos individuales y contextuales. Para concluir el texto, en las consideraciones finales, se resumen los resultados y los aportes del artículo.
El debate actual sobre el declive de la democracia
El foco de interés de los estudios sobre las democracias existentes ha pasado del tema de las transiciones y consolidaciones (Gunther, Diamandouros y Puhle 1995; Linz y Stepan 1999; O’Donnell, Schmitter y Whitehead 1986) —típicas de las primeras décadas después de la Segunda Guerra Mundial y de la tercera ola de democratización (Huntington 1991)— hasta el de la calidad del régimen (Diamond e Morlino 2004; Levine y Molina 2011; O’Donnell, Vargas Cullell y Iazzetta 2004).
Autores como Norris (1999 y 2011) e Inglehart y Welzel (2005) han centrado su atención en las actitudes individuales hacia la democracia y encontraron que convivir con el régimen hace que los ciudadanos sean más críticos y logren mejorar sus condiciones de vida, y que se fomenten valores de autoexpresión que favorecen la tolerancia y la democracia. Por otro lado, una corriente crítica en la teoría política (Alvarado-Espina 2018; Crouch 2004; Merkel 2014; Mouffe 2000; Streeck 2011) ha ido trazando escenarios de crisis en el régimen basados en paradojas y problemas en su funcionamiento.
La visión pesimista adquirió resonancia en el campo del institucionalismo, a partir de la publicación de la edición 25 del Journal of Democracy. Con cierta disonancia (Levitsky y Way 2015; Schmitter 2015), los artículos presentaron diferentes enfoques y evidencias que señalan una disminución en el número, desempeño, predominio geopolítico y atractivo de las democracias en el mundo (Diamond 2015; Fukuyama 2015; Kagan 2015; Plattner 2015).
Foa y Mounk (2016 y 2017) fueron más allá e identificaron un riesgo de desconsolidación, a partir del estudio de las democracias de Norteamérica y de Europa. Para ellos, con base en las ediciones de 1995 a 2014 de la World Values Survey, los ciudadanos no solo son más críticos con sus líderes, sino más cínicos sobre el valor de la democracia, con menos esperanzas de poder influir en las políticas públicas y más dispuestos a apoyar las opciones autoritarias. Asimismo, los autores determinaron que se ha dado una inversión en la opinión de las generaciones. Si no hace mucho los jóvenes estaban más entusiasmados que los ancianos con los valores democráticos, hoy su respaldo al radicalismo político es mayor y a la libertad de expresión menor. Adicionalmente, Foa y Mounk (2016) rechazaron la consideración de que el creciente apoyo a formas autoritarias de gobierno se concentra entre los llamados perdedores de la globalización, pues encontraron que también jóvenes y ricos las apoyaban. Entre dichos segmentos de la población, para el caso de Estados Unidos, se encontró que el apoyo a que militares gobiernen pasó del 6% al 35% entre 1995 y 2011.
Estas opiniones sobre formas autoritarias de gobierno se ven cada vez más reflejadas en el comportamiento electoral. Los partidos y candidatos que se tornan contra el establishment político, que buscan concentrar el poder y que cuestionan las normas democráticas, han tenido éxito en muchos países. Para Foa y Mounk (2017), las democracias consolidadas son estables porque sus ciudadanos consideran que el régimen es legítimo y que las opciones autoritarias son inaceptables, pero cuando una minoría significativa ya no lo piensa y vota por candidatos antisistema que ignoran los elementos constitutivos del régimen, se puede decir que la democracia empieza a derrumbarse.
En respuesta a Foa y Mounk (2016), Inglehart (2016) argumentó que las tendencias que identificaron los dos autores eran efecto del momento que atravesaba los Estados Unidos, donde la democracia se habría vuelto disfuncional cuando la mayoría de la población empezó a vivir una disminución de sus ingresos asociada con un aumento de la desigualdad. En esas condiciones, en las que está en juego la supervivencia, sería previsible que hubiera un impacto en el apoyo a la democracia. En el caso de que estas condiciones se volvieran permanentes, la perspectiva a largo plazo para el régimen sería sombría.
A partir del diagnóstico de decadencia o desconsolidación de la democracia, el debate se dirigió a intentar explicar esa tendencia. Mounk (2019) la asoció con la insatisfacción con el régimen que, a su vez, se alimentaría de una situación de liberalismo antidemocrocrático. El surgimiento de movimientos y líderes que atentan contra las libertades sería entonces un reflejo del descontento popular con regímenes que, por un lado, respetan el Estado de derecho y protegen a las minorías y, por el otro, no traducen las preferencias populares en políticas públicas.
El origen de este fracaso sería doble: 1) la actuación de instituciones que retiran áreas de política y decisiones del control democrático, cuyos principales ejemplos son las agencias burocráticas autónomas, los bancos centrales, las cortes judiciales y los tratados comerciales; 2) el distanciamiento entre los políticos y quienes los eligen, a causa del creciente papel del dinero en la política y del distanciamiento entre las experiencias personales y profesionales de los políticos, así como de sus condiciones de vida y la situación de los electores.
De acuerdo con la evaluación de Howe (2017), la insatisfacción con la democracia es insuficiente para explicar la tendencia al declive del régimen. Según él, los sentimientos antidemocráticos están más ligados a cambios corrosivos que estarían remodelando las sociedades. Para ilustrar este punto, el autor argumentó que no existía una diferencia significativa en los Estados Unidos entre quienes tienen más o menos confianza en las instituciones políticas con relación a las opiniones sobre líder fuerte y gobierno militar, y al apoyo a elecciones libres, derechos civiles y democracia. No es entonces la insatisfacción con el funcionamiento del régimen lo que explica el escepticismo con la democracia como principio.
Si, como mostró Norris (1999), los ciudadanos críticos pueden seguir comprometidos con el régimen, no sucedería lo mismo con quienes son propensos a aceptar sobornos, evadir impuestos, recibir beneficios dirigidos a otros y evitar multas. Según Howe (2017), quienes ven menos problemas en estas actitudes se inclinan más a apoyar líderes fuertes y gobiernos militares, y menos elecciones libres, derechos civiles y democracia. La indiferencia con relación al régimen se relacionaría, entonces, con una amplia gama de actitudes antisociales y de autointerés. La apreciación de que estas actitudes son justificables, según el autor, es mayor entre los jóvenes y va en crecimiento. Todo esto podría estar relacionado con el aumento en el individualismo de las generaciones más jóvenes.
Por otro lado, Norris e Inglehart (2019) sostienen que el ascenso de movimientos y líderes que atentan contra las libertades individuales responde a la conversión en votos de una reacción a lo que estos autores llaman una “revolución silenciosa”. Las transformaciones a largo plazo en las sociedades occidentales desarrolladas habrían mejorado las condiciones de vida y conducido a una revolución de los valores culturales, en la que el instinto de supervivencia habría dado lugar a la autoexpresión en la forma de valores posmaterialistas, sobre todo para las nuevas generaciones. Con la pérdida de espacio, además de las dificultades económicas y el crecimiento de la diversidad social, algunos grupos que defienden los valores conservadores habrían reaccionado y aprovechado el menor interés de los jóvenes por votar, lo que habría resultado en la elección de representantes que canalizan los miedos de esos grupos a través de una narrativa de “nosotros” contra “ellos”.
De acuerdo con Norris e Inglehart (2019), los valores conservadores son más fuertes entre personas nacidas en el período de entreguerras, sin nivel universitario, de clase trabajadora, religiosas, blancas, del sexo masculino y residentes en zonas rurales. A medida que sean reemplazados por nuevas generaciones con títulos universitarios y residentes en metrópolis étnicamente diversas, los efectos electorales de su reacción cultural se desvanecerían
En resumen, existe una clara discrepancia en el último grupo de autores destacados con respecto a, al menos, cuatro aspectos: 1) la explicación de la tendencia decreciente de la democracia; 2) la comprensión del surgimiento de movimientos y líderes que amenazan las libertades individuales como causa o consecuencia del declive; 3) la evaluación de la tendencia declinante como duradera o transitoria; 4) el papel de las generaciones más jóvenes en el proceso.
Las próximas secciones se centrarán en introducir a América Latina en ese debate para presentar evidencia y dar respuestas, al menos parciales, a las discrepancias enumeradas anteriormente. Inicialmente, los indicadores de la literatura habitual se aplicarán al contexto latinoamericano utilizando series históricas completas de encuestas de opinión con cobertura regional que aportan evidencias para los puntos 1 y 3. A su vez, la siguiente sección aclarará, en cierta medida, las preguntas abiertas en los ítems 2 y 4, poniendo a prueba factores extraídos de la literatura para explicar el perfil autoritario en América Latina en cuatro momentos en el tiempo.
El panorama del declive de la democracia en América Latina
Norris e Inglehart (2019) sugieren que una evaluación sobre la decadencia de la democracia debe comenzar con la comprensión sobre la consolidación del régimen de Linz y Stepan (1999) y debe priorizar la dimensión de las actitudes individuales hacia la democracia, más específicamente si la mayoría de la población la considera como la mejor forma de gobierno.1 Para Norris e Inglehart, también es necesario que la evaluación tenga en cuenta aspectos como la satisfacción con la democracia y la confianza en las instituciones representativas, sobre todo en parlamentos y partidos. El análisis que se realizará sobre este tema aplica esas consideraciones al contexto latinoamericano y concluye que la democracia está en decadencia en la región. Los países en los que se centra son: Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Ecuador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.
El Latinobarómetro tiene series históricas desde 1995 para las variables sugeridas por Norris e Inglehart (2019). Después de al menos tres décadas desde las transiciones a la democracia en muchos países latinoamericanos, el apoyo y la satisfacción con el régimen y la confianza en las instituciones, como lo señala el Índice de Democracia Liberal (IDL), han alcanzado o regresado a los peores niveles de las respectivas series. A partir del IDL, que reúne el principio electoral y liberal de la democracia, —con cinco componentes para el primero y tres para el segundo y un total de 69 indicadores—, el valor promedio para los 17 países considerados fue de 0,49 en 2018, en una escala que va de 0 como peor situación a 1 como la mejor (ver el gráfico 1). Esta cifra solo es peor que las del periodo de 1990 a 1992, cuando las transiciones a la democracia no se habían completado aún en algunos países de la región, e iguala a las de 1993 y 1994. En 2018, América Latina alcanzaría su segundo peor IDL desde 1992. Además, esta sería la primera vez que el valor medio se situaría por debajo de 0,50 desde 1995. La trayectoria de los datos muestra pequeñas variaciones entre los años, con una tendencia al alza de 1990 a 2004, estabilidad en los niveles más altos de la serie entre 2004 y 2006 y, a partir de entonces, un descenso hasta 2018. La variación entre países fue grande en 2018: de 0,06 para Nicaragua a 0,83 para Costa Rica (para los datos de 2018 por país, en todas las variables analizadas en esta sección, consultar el apéndice A).
En el caso del apoyo a la democracia, la serie histórica de Latinobarómetro tuvo su punto más bajo en 2001, con un 47,38% que respondió, en promedio regional, que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, mientras que el pico fue en 1997 con un 62,65% (ver el gráfico 2). En la encuesta de 2018, el 47,57% respondió que prefería la democracia, el segundo peor valor de la serie. Los porcentajes para 2001 y 2018 son los únicos por debajo del 50%. La trayectoria de los datos viene descendiendo desde 2010, con una acentuada caída, aunque no sea ininterrumpida, que va del 61,14% de apoyo al régimen en 2010 al 47,57% en 2018. La variación entre países en 2018 fue del 27,7% en El Salvador a 74,5% en Venezuela (ver el apéndice A). El apoyo a la democracia entre los venezolanos contrasta con la situación del país en el IDL, el segundo peor entre los diecisiete casos considerados aquí, justo por delante de Nicaragua.
La satisfacción con la democracia tuvo una trayectoria similar a la del apoyo al régimen en la serie histórica, que también comienza en 1995. La suma de los porcentajes de “muy satisfecho” y “más bien satisfecho” en 2018 fue del 24,5%, el valor más bajo del período (ver el gráfico 3). El año que más se acercó a esa cifra fue 2001, con el 24,73%. Los índices de 2001 y 2018 son los únicos por debajo del 25%. En la trayectoria de los datos, la tendencia es descendiente desde 2010, con una acentuada caída, aunque no sea ininterrumpida, que va del 44,25% de satisfacción con la democracia en 2010 al 24,5% en 2018. Al igual que en el apoyo al régimen, la variación entre países fue grande en 2018: del 8,7% en Brasil al 46,8% en Uruguay (ver el apéndice A).
La confianza en las instituciones democráticas es otra dimensión en la que el declive es evidente. En 2018, los partidos políticos, el Poder Legislativo y los gobiernos volvieron a los niveles de confianza más bajos de las respectivas series históricas iniciadas en 1995 (ver los gráficos 4, 5 y 6). La suma de “mucha” y “algo” de confianza en los partidos tuvo un promedio regional del 13,07%, superando apenas el 10,57% registrado en 2003. El valor más alto del período fue del 27,32% en 1997. La caída fue acentuada e ininterrumpida entre 2013 y 2018, cuando la confianza en los partidos pasó del 23,06% al 13,07%. En la variación entre los países en 2018, la suma de “mucha” y “algo” de confianza en los partidos fue del 6% en El Salvador al 21,2% en Uruguay (ver el apéndice A).
Con relación al Poder Legislativo, la situación fue similar: el 20,73% de “mucha” y “algo” de confianza registrado en 2018 fue el segundo peor valor de la serie histórica, que solo supera el 16,36% de 2003. El pico del período fue en 1995, con 37,16%. La trayectoria de confianza es descendente a partir de 2011, con una caída acentuada e ininterrumpida que va del 33,23% al 20,73% en 2018. En la variación entre países, Perú, donde un presidente renunció en 2018 para evitar ser destituido por la Legislatura, tuvo la peor valoración de ese poder ese año, con un 8% producto de la sumatoria de “mucha” y “algo” de confianza, frente al 33% de Uruguay (ver el apéndice A).
La confianza en el gobierno fue la que alcanzó el peor valor de la serie histórica en 2018, con el 22,27% como promedio regional. Los índices de 2003 —23,40%— y 2018 son los únicos por debajo del 25%. El pico del período fue en 2010, con 45,68%. La trayectoria descendiente de la confianza en el gobierno es acentuada e ininterrumpida desde 2010 a 2018, pasando del 45,68% al 22,27%. En Brasil, el menor valor sumado de “mucha” y “algo” de confianza en el gobierno en 2018 fue del 7,1%, que también tuvo el segundo valor más bajo para los partidos (consultar el apéndice A). Uruguay fue el país en el que el gobierno inspiró mayor confianza en la población, con un 38,7%, repitiendo la situación de los partidos y del Poder Legislativo uruguayos en comparación con sus homólogos latinoamericanos.
La importancia de votar es un indicador más de que la situación en el último año, periodo del quese dispone de datos, fue la peor de la serie histórica. Este indicador es relevante porque ayuda a estimar cuánto se valora el voto como instrumento de cambio social. En este caso, la serie tiene menos puntos, ya que los intervalos de un año a otro en los que se hizo la pregunta fueron más largos y se prolongaron hasta 2016. Ese año, el 52,01% que respondió en el promedio regional que “la forma como alguien vota puede mejorar las cosas en el futuro” fue el porcentaje más bajo de la serie histórica iniciada en 1995 (ver el gráfico 7). Existe solo un año con un valor por debajo del 53%: 1996, con el 52,98%. El pico fue en 2009, con un 66,62%. A pesar de la limitación de puntos en el tiempo, se observa una acentuada caída entre 2009 (con un 66,62%) y 2016 (52,01%). La variación entre los países que dan importancia al voto fue grande en 2016: 36,50% en Honduras y 78,70% en Venezuela (consultar el apéndice A).
Existe otro indicador que ilustra el escenario actual en América Latina: las relaciones de promiscuidad entre los poderes económico y político son expuestas en escándalos de corrupción. La pregunta, incluida desde 2004 en las rondas del Latinobarómetro, indaga sobre la opinión de si el país está gobernado por grupos poderosos para su propio beneficio o para el bien de toda la población. El porcentaje de quienes eligieron la primera opción en 2018 fue el más alto de la serie histórica, alcanzando el 78,45% (ver el gráfico 8). Fue la primera vez que superó el 78% luego de haber registrado su menor valor en 2009, con un 63,36%. La trayectoria de los datos, entonces, fue ascendente y con un fuerte aumento de 2009 a 2018, pero la fluctuación en el período también fue significativa. En 2018, la variación entre los países que consideran que grupos poderosos gobiernan el país en beneficio propio fue del 60,4% en Bolivia al 90% en Brasil (consultar el apéndice A).
La tabla 1 resume la información con el fin de organizar los resultados y las tendencias de cada indicador analizado.
Las acusaciones de corrupción o mala conducta, con más o menos pruebas y respeto a las reglas según el caso, llevaron a la destitución o renuncia de cinco presidentes latinoamericanos en la década del 2010: Fernando Lugo en Paraguay (2012); Otto Pérez Molina en Guatemala (2015); Dilma Rousseff en Brasil (2016); Pedro Pablo Kuczynski en Perú (2018) y Evo Morales en Bolivia (2019). Estos hechos se reflejan en las valoraciones acerca del sistema político y las preocupaciones de la población. En el Latinobarómetro de 2018, la situación política y la corrupción se ubicaron entre los cinco problemas más importantes del país; en el promedio regional, precedidos por la seguridad pública, el desempleo y la situación económica. Los porcentajes combinados de situación política y corrupción quedan entre los problemas más importantes, únicamente detrás de seguridad pública. Al considerar la corrupción de forma aislada, esta es el principal problema en Colombia y el segundo en Bolivia, Brasil, México, Paraguay y Perú.
Para sobrevivir a condiciones adversas, la democracia tuvo que domesticarse en América Latina (Smith 2005). Esta versión domesticada de la democracia debió adquirir la capacidad de perdurar a medida que el castigo a las violaciones de los derechos humanos, ocurridas en regímenes autoritarios anteriores y la puesta en marcha de reformas que pudieran afectar intereses poderosos, fueron, inicialmente, limitados (Levine y Molina 2007). Paulatinamente, diferentes gobiernos adoptaron medidas para promover la estabilización económica y reducir la pobreza y la desigualdad, alimentando las expectativas de la población. Sin embargo, estas expectativas se han visto frustradas, como lo demuestran los datos sobre la satisfacción con la democracia y la confianza en las instituciones.
Las crisis políticas alimentan la desconfianza en las instituciones representativas, desde las legislaturas hasta los partidos y los políticos —a menudo involucrados en corrupción y relaciones promiscuas con el poder económico—, y culminan en la inestabilidad de los gobiernos y la destitución o renuncia de presidentes. Al mismo tiempo, el desempeño económico ha sido insuficiente para reducir las desigualdades. También existen políticas de inclusión adoptadas por diferentes gobiernos para beneficiar a sectores históricamente vulnerables que, por otro lado, estimulan una reacción a la diversificación de espacios sociales hasta entonces restringidos a determinados grupos.
Considerando la discusión teórica y los datos presentados, el declive de la democracia en América Latina es parte de un escenario de liberalismo antidemocrático característico de regímenes que, por un lado, respetan el Estado de derecho y protegen minorías y, por el otro, no traducen las preferencias populares en políticas públicas (Mounk 2019). El descontento con este tipo de régimen se refleja en los indicadores de decadencia que se presentan y, al mismo tiempo, en el ascenso de movimientos y líderes que, una vez elegidos, amenazan las libertades individuales, agravando el cuadro de erosión democrática.
Para operacionalizar la prueba de nuestras hipótesis, se utilizaron indicadores de percepción ciudadana sobre las instituciones democráticas y las políticas públicas. Además de los controles por sexo y escolaridad, las variables a nivel individual seleccionadas fueron: confianza en las instituciones, satisfacción con la democracia y experiencias con corrupción y violencia. Estas variables fueron utilizadas en el análisis del declive democrático o, en el caso de la corrupción y la violencia, están entre los problemas más importantes para la población en el Latinobarómetro de 2018. El hallazgo de Foa y Mounk (2016), según el cual en los países occidentales desarrollados es más probable que los jóvenes tengan posiciones políticas radicales y apoyen opciones autoritarias, también se prueba en el contexto latinoamericano.
Así, es posible formular las siguientes hipótesis:
H1: los ciudadanos que desconfían de las instituciones son más propensos a tener un perfil político ambivalente o autoritario;
H2: los ciudadanos que no están satisfechos con la democracia son más propensos a tener un perfil ambivalente o autoritario;
H3: los ciudadanos que experimentan violencia o corrupción son más propensos a tener un perfil ambivalente o autoritario;
H4: los jóvenes son más propensos a tener un perfil ambivalente o autoritario.
Aspectos metodológicos9
Para probar las hipótesis se utilizaron las rondas del Latinobarómetro de 2002, 2009, 2016 y 2018. Estos años fueron seleccionados por dos razones: 1) las preguntas para las variables de interés se repetían en las cuatro rondas; 2) son años que, según el caso, coinciden con la vuelta a la izquierda (Levitsky e Roberts 2011) o marea rosa (Remmer 2012), caracterizada por la expansión de gobiernos de izquierda en América Latina, por el actual movimiento de reacción —en forma de ascenso de líderes de derecha en la región— y por el proceso de desconsolidación de la democracia en países occidentales desarrollados descrito por Foa y Mounk (2016). La tabla 2 presenta la información sobre las rondas de Latinobarómetro que se utilizaron.
La variable dependiente a explicar se basa en la tipología de Moisés (2008), quien definió tres perfiles de adhesión a la democracia: demócratas, ambivalentes y autoritarios. Estos perfiles se construyeron a partir de la unión de dos preguntas que se hacen comúnmente en las encuestas de opinión. La primera indaga sobre la posición de acuerdo o en desacuerdo del entrevistado en relación con la democracia como el mejor sistema de gobierno, mientras que, con la segunda, se evalúa la adhesión al régimen. La tabla 3 presenta las descripciones de los tres perfiles.
Dado que la variable dependiente tiene tres categorías y es de naturaleza cualitativa, se utiliza la prueba de regresión logística, que brinda información sobre la odd ratio de asociación entre una categoría dada de una variable o una variable per se del conjunto de factores explicativos con las dos categorías de interacción de la variable dependiente. La prueba de regresión tiene dos niveles: el individual y el agregado, y dos modelos para cada ronda. En el modelo 1, la categoría de interacción es el perfil político ambivalente; en el modelo 2, el perfil autoritario. En ambos modelos, la categoría de referencia es el perfil democrático. La tabla 4 muestra el coeficiente de correlación intraclase (CCI) para todos los modelos.
Sommet y Morselli (2017) destacan que el CCI mide el grado de homogeneidad de los resultados entre países (casos de segundo nivel), es decir, qué parte de la varianza en las odds ratio de cada modelo se puede atribuir a variables contextuales. El CCI se calcula a partir del modelo nulo10 (u0) de la fórmula que se presenta al final de este párrafo.11 De acuerdo con Lee (2008), se recomienda adoptar una regresión de dos niveles cuando los valores del CCI alcanzan un nivel cercano o superior a 0,10. Como este requisito se cumple en la mayoría de los casos y su objetivo es homogeneizar la técnica utilizada para todas las rondas y modelos, se optó por realizar regresiones logísticas binarias de dos niveles.
En la tabla 5 se muestran las pruebas que permiten verificar la heterogeneidad de las variables predictoras entre países. Se hace una comparación entre la razón de verosimilitud de los modelos intermedios restringidos (MIR) y los modelos intermedios aumentados (MIA), dada por la diferencia entre las desviaciones de los dos modelos, mediante una prueba de chi cuadrado (Sommet y Morselli 2017). Los resultados significativos indican la falta de homogeneidad que permite proceder con los modelos de interacción. En cada modelo solo se probó la variable de satisfacción con la democracia. En todos los casos, las variables independientes resultaron ser heterogéneas entre los grupos (países), lo que autoriza el análisis de la interacción entre las variables individuales y grupales.
A nivel individual de análisis de datos, se introdujeron cuatro conjuntos de variables. El primero hace referencia a las acciones de los gobiernos para la materialización del orden social. Se parte de la consideración de que los gobiernos íntegros y capaces de pacificar los conflictos sociales suelen ser mejor evaluados por la población (Barry 1978). Para medir esta dimensión se utilizaron dos variables: la experiencia del entrevistado o de un familiar con la violencia y su conocimiento de algún acto de corrupción. Para ambos temas, se le pidió al entrevistado que respondiera de acuerdo con sus recuerdos de los doce meses previos a la encuesta. Las variables se recodificaron como binarias y la no experiencia/conocimiento fue categoría de referencia para ambos casos. Se espera que la experiencia con la corrupción o la violencia aumente la propensión a aceptar un régimen autoritario.
La confianza en las instituciones definió un segundo conjunto que incluía cuatro variables: confianza en el poder Legislativo, en el poder Judicial, en los partidos políticos y en el gobierno. Cada una se midió mediante una escala Likert de cuatro puntos con las siguientes variaciones: ninguna, poca, algo y mucha confianza. Con estas cuatro variables se creó un índice de confianza en las instituciones,12 con una naturaleza lineal que va de 0 a 12 puntos. La confianza se interioriza durante el proceso de socialización política y actúa para mediar la relación entre los ciudadanos y la vida pública (Moisés 2008); este es un elemento clásico en los estudios culturales. Quienes tienen los niveles más altos de confianza en las instituciones democráticas tienden a apoyar al régimen. Por otro lado, autores como Norris (1999) han determinado que los “ciudadanos críticos”, un perfil típico de las democracias occidentales desarrolladas, son fuertes partidarios del régimen, pero rechazan las instituciones y los mecanismos de representación tradicionales. Al mismo tiempo, esto resultaría en un comportamiento en el que hay poca confianza en las instituciones y un fuerte apoyo a los principios democráticos y al régimen.
Un tercer conjunto constó de una sola variable, relacionada con la satisfacción con la democracia existente. Esa variable también se midió a partir de una escala Likert de cuatro puntos con las siguientes categorías: nada, poco, algo y muy satisfecho(a). Si bien puede verse como un proxy de apoyo a la democracia, muchos estudios, como el de Rose (2002), destacan que la variable está más asociada a la satisfacción con el desempeño actual de los gobiernos insertados en un orden democrático. Por lo tanto, a diferencia de la variable utilizada aquí como dependiente, su naturaleza sería más volátil y estaría relacionada con el desempeño.
Finalmente, un cuarto conjunto incluyó variables que miden las características socioeconómicas de los entrevistados. La variable edad era explicativa, mientras que las demás, sexo y educación, se utilizaron como variables de control. La edad y la educación son continuas y se miden, respectivamente, con base en el número de años de vida y años de educación completados, mientras que el sexo es una variable binaria.
A nivel de país, se utilizaron dos variables. La primera, una medida de la calidad de la democracia del proyecto V-DEM, el IDL. Se trata de un indicador construido a partir de la recopilación de una serie de datos y consultas con expertos locales y compuesto por medidas para la integridad de las elecciones, la libertad de expresión, el Estado de derecho y la existencia de controles y contrapesos, entre otros.13 La segunda variable se refiere a la durabilidad democrática. Recogida en la base de datos del proyecto Polity IV, esa medida representa los años de vigencia de un régimen determinado; aquí solo se consideraron las democracias. Los regímenes no democráticos se codificaron como 0 y las democracias según sus años de su duración. Este procedimiento tuvo como objetivo controlar posibles errores de estimación en la probabilidad de cada perfil de adhesión a la democracia en países no democráticos.
Factores explicativos del perfil político autoritario en América Latina
La interpretación de los resultados presentados a continuación está guiada por el diálogo con las hipótesis propuestas. El gráfico 9 muestra las odds ratio para los modelos 1 (ubicados a la izquierda) y 2 (a la derecha) para la regresión logística binaria de dos niveles (nivel 1 = individuos; nivel 2 = indicadores agregados para países). Estos modelos contienen los efectos fijos de las variables a nivel individual y consideran solo los efectos aleatorios de los países, sin estimar la interacción entre las variables en los niveles 1 y 2.
A partir del análisis de las variables de características socioeconómicas, se evidenció una asociación estadísticamente significativa de la educación con la variable independiente en todos los modelos generados, para todas las rondas, así como una probabilidad negativa para la asociación con los perfiles políticos ambivalente y autoritario. Esto significa que cuanto mayor es el nivel educativo del entrevistado, menores son las posibilidades de presentar un perfil ambivalente o autoritario. Cabe señalar que la magnitud fue baja en todos los modelos. Esto se debe a la naturaleza de la variable independiente, una medida de carácter cuantitativo y continuo, con 15 a 17 niveles de educación en cada una de las rondas de entrevistas. Por tanto, la probabilidad se reduce porque se expresa a partir del aumento de cada uno de los niveles de escolaridad. Los resultados encontrados para la variable educación no son sorprendentes, ya que la literatura en el área de cultura política —por ejemplo, el trabajo seminal de Almond y Verba (1963)— señala que los niveles superiores de educación están relacionados con una cultura política cívica.
La edad también fue significativa y con efectos negativos en todos los años; es decir, cuanto mayor era el entrevistado, menores las posibilidades de presentar un perfil político ambivalente o autoritario. La magnitud de la probabilidad también fue baja debido a la misma especificidad explicada para la variable educación. Los resultados para la variable edad se encuentran en sintonía con Foa y Mounk (2016), quienes observaron que, en los países occidentales desarrollados, era más probable que los jóvenes tuvieran posiciones políticas radicales y apoyaran opciones autoritarias. La tendencia verificada en las pruebas aplicadas al contexto latinoamericano corrobora la hipótesis 4.
En relación con el índice de confianza en las instituciones, compuesto por variables de confianza en los poderes Legislativo y Judicial, en los partidos políticos y en el gobierno, los resultados fueron estadísticamente significativos y de asociación negativa para todos los modelos, en todas las rondas. Esto significa que depender de las instituciones, reduce las posibilidades de que el perfil político sea ambivalente o autoritario. Estos hallazgos corroboran la hipótesis 1.
Los resultados para la variable satisfacción con la democracia fueron evidentes: en todos los modelos de todas las rondas hay significancia estadística y dirección de asociación positiva. Esto indica que los ciudadanos que están satisfechos con la democracia tienen menor probabilidad de presentar un perfil político ambivalente o autoritario. Así se corrobora la hipótesis 2.
Para las variables que afectan el orden social, no hubo una tendencia definida. La variable experiencia con violencia tiene asociación positiva, pero con significación estadística en un solo modelo de una de las rondas, con los perfiles ambivalente y autoritario en 2002 y 2018. Sin embargo, para las rondas de 2009 y 2016, la validez estadística y el sentido de asociación entre los dos modelos varían. La variable sobre conocimiento de un acto de corrupción tiene una asociación positiva, pero con significación estadística en solo una de las rondas, con los perfiles ambivalente y autoritario en 2002 y 2016. Con todo, para las rondas de 2009 y 2018 hubo variación tanto en la validez estadística como en la dirección de la asociación. Con estos resultados se concluye que no es posible refutar o corroborar la hipótesis 3.
Sobre las variables de segundo nivel, no se identificó ninguna tendencia. En ninguno de los casos se presentaron patrones de asociación, ni presencia de significación estadística en los dos modelos de las cuatro rondas.
Luego de la interpretación de los datos, se puede decir que los factores más relevantes para explicar la manifestación de un perfil político ambivalente o autoritario en América Latina son la educación, la edad, la confianza en las instituciones y la satisfacción con la democracia. Por lo tanto, el ciudadano con un perfil político típicamente identificado como ambivalente o autoritario sería joven, con poca educación, que desconfía de las instituciones y que está insatisfecho(a) con el régimen. La tabla 6 sistematiza los resultados de las pruebas de hipótesis.
La siguiente etapa del análisis de datos se centró en la interacción entre las variables en los dos niveles: el primero (individual) y el segundo (de países). Las pruebas realizadas permitieron visualizar la mediación del contexto de los países (nivel 2) sobre el comportamiento individual con relación a la democracia (perfiles políticos en el nivel 1), a partir de una interacción con una variable de nivel 1.
En el gráfico 10 se puede observar la probabilidad de tener un perfil ambivalente o autoritario a partir de la interacción entre los diferentes niveles de calidad de la democracia en los países, así como los niveles de satisfacción con la democracia de los ciudadanos para las rondas de 2002 y 2018.14
Los resultados expuestos en la gráfica muestran que: 1) la probabilidad de tener un perfil político ambivalente o autoritario disminuye a medida que aumenta el nivel de satisfacción del individuo con la democracia, entre todos los países; 2) la fuerza de la reducción de esta probabilidad se intensifica en contextos de mayor calidad de la democracia. La probabilidad de rechazo a formas autoritarias de régimen crece entre los ciudadanos que tienen mayores niveles de satisfacción con la democracia. Esta relación es aún más fuerte en países con niveles más altos de calidad democrática. En otras palabras, los ciudadanos más satisfechos con la democracia en países con mayor calidad democrática tienen menos probabilidades de apoyar formas autoritarias de régimen que los ciudadanos más satisfechos con la democracia inmersos en un contexto de menor calidad democrática.
El gráfico 11 muestra la probabilidad de tener un perfil ambivalente o autoritario en función de la interacción entre años de democracia, un atributo de los países, y la confianza institucional, un atributo individual.
A partir de estos resultados, se identifican las siguientes tendencias: 1) la probabilidad de tener un perfil político ambivalente o autoritario disminuye a medida que aumenta el nivel de confianza del individuo en las instituciones, entre todos los países; 2) la fuerza de la reducción de esta probabilidad se intensifica en contextos de más años de convivencia con la democracia. La probabilidad de rechazo a formas autoritarias de régimen crece entre los ciudadanos que tienen mayores niveles de confianza en las instituciones. Esta relación es aún más fuerte en países con democracias más longevas. En otras palabras, los ciudadanos que confían en las instituciones en países con mayor longevidad democrática tienen menos probabilidades de apoyar formas autoritarias, que los ciudadanos que confían en las instituciones en un contexto de menor longevidad democrática.
Los resultados de las interacciones entre variables señalan que la solidez democrática es un recurso importante para frenar el ímpetu autoritario, pues forma un escudo institucional que media entre los efectos de la satisfacción con la democracia y la confianza en las instituciones. La convivencia con el régimen y su calidad son atributos que hacen que sea menos probable que la democracia colapse por el apoyo popular que por las alternativas antidemocráticas.
Consideraciones finales
El debate sobre un supuesto declive de la democracia en el mundo ha sido intenso y puede verse reflejado en una serie de publicaciones recientes, como los libros de Levitsky y Ziblatt (2018) y de Mounk (2019). Este artículo se enfocó en introducir a América Latina en ese debate, priorizando el campo del comportamiento político y la opinión pública, a partir de una serie de bases de datos y de evidencia sólida y aportes.
El análisis longitudinal de indicadores seleccionados con base en la literatura y el escenario regional mostró que la democracia está en declive en América. Variables como el apoyo y la satisfacción con el régimen, la confianza en las instituciones y el IDL del proyecto V-DEM, alcanzaron o volvieron a presentar en la región, en 2018, los peores valores de su serie histórica. No se trata de una situación circunstancial y aislada en el tiempo. Tampoco es un dato negativo específico combinado con tantos positivos. Lo que se observó y presentó fue un conjunto de indicadores en trayectoria descendente.
El artículo también ayuda a discutir y probar explicaciones para esta tendencia. En este se indagó sobre factores individuales y agregados que están asociados con los perfiles políticos ambivalente y autoritario de la población latinoamericana. Estos perfiles están compuestos por jóvenes con baja escolaridad, que no confían en las instituciones y que están insatisfechos con la democracia. Así, se identifica que existe tanto un componente sociodemográfico como una evaluación del desempeño del régimen que configuran el comportamiento adverso a la democracia.
Los hallazgos del artículo están en línea con otros estudios recientes sobre el declive de la democracia en el mundo en, por lo menos, dos puntos. Foa y Mounk (2016) también encontraron que el perfil autoritario en países occidentales desarrollados está compuesto por jóvenes. Al mismo tiempo, otros dos aspectos de los perfiles políticos ambivalente y autoritario de la población latinoamericana, la desconfianza en las instituciones y la insatisfacción con la democracia, se alinean con la explicación de Mounk (2019) sobre el declive, que reflejaría la insatisfacción con una situación de liberalismo antidemocrático en el que el régimen no traduce las preferencias populares en políticas públicas. El descontento con este tipo de régimen se refleja en los indicadores de decadencia de la democracia en América Latina y estimula el ascenso de movimientos y líderes que amenazan las libertades individuales, lo que agrava el cuadro de erosión democrática. Como resultado, se fortalecen los argumentos sobre la necesidad de mejorar las respuestas de los gobiernos a las demandas populares para que el régimen y sus instituciones tengan más crédito, especialmente con los “perdedores” del sistema, que se identifican con los perfiles políticos de carácter ambivalente y autoritario de la población latinoamericana en relación con la edad y el nivel de educación.
En el contexto de los países latinoamericanos, se verifica que la longevidad y la calidad de la democracia median las relaciones a nivel individual y potencializan la aversión a las formas autoritarias de régimen. El terreno más fértil para la legitimidad democrática es aquel que convive desde hace mucho tiempo con una democracia de calidad.
Después de todo, no hay tanta diferencia entre Europa, Estados Unidos y América Latina en relación con los fenómenos detrás del declive de la democracia y los perfiles sociales en sintonía con opciones políticas autoritarias. De esta manera, el artículo contribuye a situar a América Latina en este escenario y a estimular la continuidad de los estudios al respecto, para que sea posible mejorar la comprensión y ofrecer respuestas a los comportamientos contrarios a la democracia en la región.