En memoria de Andrés Molano: un editor que invitó a encontrar la casa correcta para cada texto*

Cristian Alejandro Cortés-García

Coordinador de Investigaciones y Publicaciones
Facultad de Educación - Universidad de los Andes (Colombia)

https://orcid.org/0000-0001-6275-4025

DOI: https://doi.org/10.18175/VyS16.3.2025.13

No todos los procesos arrojan resultados visibles o inmediatos. Aun así, muchos de ellos preparan el terreno para logros futuros, aunque quien los lideró no siempre llega a ver sus frutos. Esta idea resume bien el legado de Andrés Molano como editor de Voces y Silencios: Revista Latinoamericana de Educación. Su paso por la revista no se puede medir en indicadores o posiciones en los rankings, sino en la huella silenciosa que dejó en nuestra manera de entender la escritura, en la actualización de las políticas editoriales y en la cercanía de la revista a autores y públicos.

Andrés tuvo una lectura acertada de hacía dónde debía llegar Voces y Silencios. Entendió que, aunque la revista se publica desde el sur global, en español y con autores que son, en su mayoría, profesores en ejercicio, podía lograr indexarse si cumplía con ciertos elementos. Supo que este horizonte solo se alcanza al pasar por unas etapas previas. Esto implicó que su trabajo como editor estuviera enfocado en transformar los procesos y las políticas de la revista y, en este camino, en algunos otros aspectos se avanzó más lento de lo que habría sido deseable. Sin embargo, al tomar distancia y contemplar el panorama más amplio, es posible ver que estos cambios, a los que Nicolás Aguilar —actual editor de Voces y Silencios— dio continuidad y que adaptó a su visión de revista, sembraron las semillas para construir una publicación mucho más fuerte y con políticas y procesos más robustos.

Como editor, Andrés era consciente de la importancia de que Voces y Silencios respondiera a las exigencias contemporáneas del mundo académico. Sabía que los procesos y prácticas debían revisarse y actualizarse, pero intentó que la revista no perdiera su identidad en el camino. En esta dirección promovió lineamientos de transparencia en el uso de los datos, estandarizó la estructura de los textos de acuerdo con el tipo de manuscrito, procuró que todos los contenidos guardaran coherencia en sus diferentes secciones y defendió la importancia de que los autores fueran explícitos en sus consideraciones éticas. Para él, estas actualizaciones no eran formalismos, sino pasos cruciales para que la revista mantuviera su rigurosidad y sostuviera su vigencia en un ecosistema editorial y académico cada vez más exigente.

Como autor, y aún más como editor, para Andrés lo más importante era que cada artículo contara su propia historia con claridad, honestidad y rigor. En diferentes espacios insistió en que un texto académico, además de cumplir los requisitos formales y mostrar datos fríos, debe ser al mismo tiempo una herramienta para que el lector comprenda la experiencia de la investigación de manera sencilla, sin adornos innecesarios, pero también para que detecte las limitaciones que enfrentó el investigador. Creía que un buen artículo no es aquel que aparenta responderlo todo, sino el que, al relatar con precisión, cuidado y transparencia lo que se logró descubrir, abre nuevas preguntas para el lector.

Andrés estaba convencido de que, una vez que un artículo cumpliera con esto, el siguiente paso era encontrar la “casa apropiada” y que los rechazos que el autor pudiera recibir en el camino solo eran parte del proceso. Creía que, al llegar al lugar adecuado, el artículo lograría el impacto deseado. Decidió que la revista podía acompañar a los autores en dicha búsqueda e intentó que la retroalimentación que recibían fuera clara, cercana y que les brindara información relevante que les permitiera mejorar su manuscrito, incluso cuando la decisión era rechazarlo.

Esta cercanía también se proyectó en los lectores de la revista. Para él, Voces y Silencios: Revista Latinoamericana de Educación no debería ser solo un espacio para académicos, sino que debería llegar a docentes, estudiantes y comunidades educativas interesadas en reflexionar sobre la educación y el desarrollo humano. Creía que el conocimiento cobra sentido cuando logra compartirse más allá de los círculos académicos. Por eso promovió el uso de un lenguaje más claro en los textos, sin sacrificar el rigor académico, y organizó conversatorios que buscaban desmitificar el proceso de publicación y acercar los lineamientos de la revista a tanta gente como fuera posible.

Su legado nos invita a repensar el valor de los procesos: no por sus resultados inmediatos, sino por la capacidad de abrir preguntas ante ellos, sembrar semillas y sostener lo que vale la pena mantener. Hoy, al rendirle homenaje, somos conscientes de que esos procesos inconclusos también aportan; y es muy probable que, cuando den frutos, estos nos beneficien. Esto solo será así si no pretendemos arrancar de cero y si, como en este caso, se mantiene todo cuanto sea provechoso y se trabaje en aquello que sea susceptible de mejorarse.


* Agradecemos a las profesoras Carolina Maldonado y Nancy Palacios por su lectura y comentarios a este texto.