En 2016 se produjo en el mundo un conjunto de resultados de procesos democráticos institucionales –es decir, resultados de decisiones tomadas por los pueblos– que han llevado a algunos a manifestar un cierto escepticismo acerca de la democracia. En el referendo sobre el Brexit en Reino Unido, en el plebiscito sobre el acuerdo de paz firmado entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC en Colombia, y en las elecciones presidenciales en Estados Unidos, entre otros, los resultados parecen estar poniendo a prueba la fe en la democracia. ¿Será que lo mejor para todos no es que todos tomemos las decisiones sobre lo que nos afecta colectivamente, sino que, en una actitud de alguna manera platónica, sean sólo los mejores quienes lo hagan? Por supuesto, ésta es una postura que toman quienes, como yo, se inclinan hacia las opciones que perdieron en esos procesos democráticos y que ven con una gran preocupación que precisamente hayan ganado las opciones que ganaron. Sin embargo, es claramente equivocado pensar y sentir que la democracia es buena sólo cuando los demás, o la mayoría de los demás, piensan igual que uno y las opciones que uno favorece terminan imponiéndose e implementándose. Ésa sería una posición justamente antidemocrática: una en la que uno a priori presupone que lo valioso de una postura se mide por el grado de cercanía con la propia. Aceptar jugar el juego de la democracia es asumir que lo que otros tienen que decir –sus opiniones– es tan valioso como lo que yo digo; y es desde ahí que se trabaja con los resultados de ese conjunto de opiniones. Sin embargo, hay algo que creo que es más preocupante de estos eventos recientes, en términos democráticos, que tiene que ver con una expresión de amplia difusión en el presente: la idea de posverdad. La posverdad puede entenderse como una caracterización de una época o de un cierto tipo de situaciones, o incluso de una posición epistemológica, que define una cierta actitud de desprecio hacia la idea de verdad, la cual es vista ya sea como una ilusión o al menos como algo que no tiene ya ninguna utilidad. Desde la posverdad, las campañas para lograr los resultados deseados en los procesos democráticos se despreocupan de explicar las posiciones y las razones, para, en lugar de esto, ocuparse de buscar el máximo efecto posible en los ciudadanos –o en los consumidores, por ejemplo, si extendemos este análisis a otros campos– sin importar si, para ello, deben usar deliberadamente mentiras y distorsión de la información.
En Voces y Silencios, y a riesgo de parecer fuera de línea con algunas tendencias epistemológicas contemporáneas, creemos que el compromiso con la verdad es aún posible y tiene sentido, y es en especial importante en el caso de la investigación. Nuestra apuesta aquí es mantener la idea de que una pregunta central –aunque, por supuesto, no la única– en la investigación tiene que ser: ¿lo que estoy diciendo sí es así como lo digo? Y el rigor investigativo no consiste en nada más que intentar que así sea. Pero por supuesto sabemos que esto no es suficiente. Para tener algún tipo de impacto social, este desarrollo de conocimiento producido a través de la investigación debe abrirse de maneras novedosas para que pueda entrar en conversación con aquél producido por otros actores sociales; o, más aún, los investigadores deben entrar en procesos de construcción de conocimiento en conjunto con otros actores sociales y, en este caso, con otros actores educativos. Y estos ámbitos comprenden un espectro amplio de niveles, desde lo más macro en las políticas e iniciativas a nivel mundial –un ejemplo de lo cual es la relativamente reciente iniciativa de la Unesco de impulsar una cierta idea de ciudadanía mundial o global y de una formación en la educación que apunte hacia allá– hasta lo más micro en las decisiones educativas que se toman alrededor de casos puntuales en el salón de clases –como la de cómo manejar la integración de un niño particular que está teniendo dificultades con sus compañeros en lo interpersonal–.
Creo que todos los artículos en el presente número de Voces y Silencios (vol.7, n°. 2) son ejemplo de investigación rigurosa, cuyas implicaciones para las decisiones y acciones en el mundo de la educación pueden ser muy importantes y deberían ser debatidas ampliamente fuera de los ámbitos puramente académicos de quienes se dedican a la investigación. El texto de Facundo Giuliano, “La educación, entre la mismidad y la alteridad: un breve relato, dos reflexiones cuidadosas y tres gestos mínimos para repensar nuestras relaciones pedagógicas”, cuestiona de manera aguda y detallada algunas formas modernas de organización en la escuela y propone, en cambio, unos modos nuevos de concebir y operar en el tiempo y el espacio de la educación. “Efectos de la infraestructura sobre el fracaso escolar: evidencia empírica para Colombia”, de Hernando Bayona, nos muestra, a partir de datos colombianos, cómo diferentes elementos de la infraestructura de los colegios se relacionan con uno de los problemas más graves de la educación formal: la deserción. Los dos siguientes artículos –“¿Espacio para el zapoteco?: una mirada a la educación intercultural bilingüe en el preescolar de Teotitlán del Valle en Oaxaca, México” de Kalinka Velasco, Ambrocio Gutiérrez, Fátima Gloria Silva y Noelia Ramírez, y “Oralidade e escrita em escolas indígenas guarani e kaiowá. Desafios e possibilidades de um ensino bilíngue” de Andérbio Márcio Silva Martins y Cássio Knapp– se ocupan de la educación bilingüe en contextos de conjunción de lenguas indígenas e ibéricas coloniales (español y portugués, respectivamente). En ambos casos, a partir de un análisis de las particularidades de contextos específicos –zapoteco en un caso y guaraní y kaiowá en el otro–, se hacen propuestas de trabajo en los niveles de gestión y de la didáctica, que rescatan la conexión profunda entre lengua y cultura. El siguiente artículo es “Análisis crítico de literatura científica. Una experiencia de la Facultad de Ciencias de la Pontificia Universidad Javeriana”, de Emilce Moreno, Concepción Puerta, Claudia Cuervo y Adriana Cuéllar. En él, las autoras presentan una experiencia de aula en el curso Análisis de Literatura Científica, en el cual se busca que los estudiantes aprendan a ser, para ponerlo en nuestras palabras, intérpretes y consumidores críticos de la literatura científica. Nuestro último artículo de investigación de este número, “Construcción social del concepto de derivada de una función en un punto: una mirada socioepistemológica, de César Iván Espinosa Romero y César Espinosa Cantor, presenta una descripción de cómo se construye dicho concepto de derivada en los estudiantes desde un enfoque socioepistemológico. El primer artículo de la sección Planteamientos, “Una reflexión a propósito del papel de los arqueólogos y la educación en México”, de Magdalena García, desarrolla algunas ideas muy sugerentes sobre el papel de los arqueólogos en la educación, y en particular sobre las potencialidades del patrimonio arqueológico e histórico para lo que se podría entender como una formación ética y ciudadana. Este gran tema también es el centro de la mirada del artículo con el cual cerramos este número de Voces y Silencios, esta vez específicamente en la educación universitaria en un programa de medicina veterinaria. Aquí se describen el diseño y una experiencia de aprendizaje-servicio en dicho programa. Creemos que éste es un ejemplo claro de cómo la investigación rigurosa, que es a la vez formativa, puede no sólo divulgarse sino también llevarse a cabo en conjunto con otros actores sociales para atacar los problemas que afectan nuestras sociedades.