Una reflexión a propósito del papel de los arqueólogos y la educación en México1


PRESENTACIÓN

No es poco común escuchar entre el gremio de los arqueólogos la declaración de que, por su naturaleza, la Arqueología no tiene nada que aportar a las sociedades contemporáneas, si acaso compartir visitas guiadas o la descripción del proceso de investigación en el que se trabaja, en particular cuando se trata de una zona arqueológica. En el mejor de los casos, se participa con alguna conferencia dictada en los escenarios de la educación formal, ya por invitación, ya por ofrecimiento. No obstante, son cada vez más las voces en el gremio que abogan por construir un vínculo con las sociedades contemporáneas, tanto porque se considera un derecho en virtud de que nuestros salarios proceden de sus impuestos como porque es necesario aliarnos con la sociedad en la tarea de preservar el patrimonio arqueológico y el histórico. Sin embargo, en el proceso del establecimiento de este vínculo en un caso de estudio, para quien esto suscribe ha quedado clara la existencia de un vasto campo de acción para la investigación arqueológica que se sitúa justo en su aporte a la sociedad contemporánea más allá de la generación de conocimientos sobre la cultura material. Se trata de proponer cómo entender dicha cultura material, cómo articularla con el escenario privilegiado que es la enseñanza de la Historia, pero sobre todo cómo hacer un aporte a las sociedades contemporáneas por la vía de la educación.

Así pues, este trabajo persigue tres objetivos; el primero es mostrar que existen los escenarios para que los profesionales de la investigación arqueológica tengan y hagan aportes entre las sociedades contemporáneas; el segundo es encauzar por lo menos uno de los escenarios hacia la enseñanza de la Historia en el ámbito de la educación formal, en particular con la propuesta de mostrar otras historias. El tercero, muy relacionado con los anteriores, es destacar la responsabilidad que los arqueólogos tenemos en cuanto científicos sociales, y más como antropólogos en el marco de las sociedades del presente y de sus expectativas hacia el futuro; de soslayarse dicha responsabilidad, estaríamos ejerciendo la demotanasia.2

DEL QUEHACER DE LOS ARQUEÓLOGOS

En México, aparentemente no hay duda de lo que hace un arqueólogo. En efecto, en el gremio de la investigación arqueológica está claro que sus profesionales se ocupan de estudiar el periodo anterior a la llegada de los españoles a tierras americanas; el punto de partida para ello es la evidencia material manifestada en grandes monumentos y materiales arqueológicos como la cerámica y la lítica, principalmente. Otro asunto ha sido ponerse de acuerdo en cómo atender al objeto de estudio de la Arqueología; a este respecto, generalmente se aceptan dos grandes acepciones.3 Una propone que los arqueólogos comparten el mismo objeto de estudio de las ciencias sociales y de la Historia –las sociedades humanas–, y por tanto, comparten también las principales interrogantes en relación, por ejemplo, con la diversidad cultural, la complejidad social, la transformación social a través del tiempo, las pervivencias culturales, los factores que influyen en una u otra. En otras palabras, en la Arqueología se estudian las mismas problemáticas de las ciencias sociales pero con una distinción esencial en relación con los datos que utiliza como fuente de información principal, a saber, la cultura material (ver, por ejemplo, Bate, 1998, pp. 41-42; Gándara, 1992, pp. 31-38; Lorenzo, 1998, pp. 31; Wolf, 1987, pp. 22, 33).

La otra postura señala que el objeto de estudio son las culturas antiguas y centra su atención en el análisis de los materiales arqueológicos per se, es decir, en la cultura material; en otras palabras, el punto de partida es que la cultura material es el reflejo de las culturas del pasado. Desde esta perspectiva, muy ligada a Franz Boas, la Historia queda soslayada (particularismo histórico), lo que trae consecuencias éticas (sociedades sin contexto histórico) y prácticas (las sociedades se ven como conjuntos de materiales arqueológicos), entre otras (Lorenzo, 1998, pp. 38-39; para una discusión ilustrativa sobre el tema, consultar también López Wario, 2010, pp. 65-99).

Sin embargo, lo que el público no especializado, “la gente de a pie”, percibe como el quehacer de esta disciplina es algo que se aleja de las posturas epistemológicas arriba anotadas, aunque hay cierta cercanía con la segunda. Puede decirse que se intuye lo que hace un arqueólogo pero no se puede definir con claridad. Con todo, definitivamente una imagen muy representativa del quehacer de los profesionales de la Arqueología es la que se reconoce a partir de la presencia del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH): gente que excava, que recoge materiales antiguos, que casi siempre limita el acceso al público durante sus periodos de trabajo en localidades. En el mismo sentido, está la información de que se puede disponer en la web. En efecto, una ojeada a algunas de las definiciones que se pueden consultar en internet ligan a la Arqueología con una ciencia que estudia sociedades antiguas mediante sus vestigios materiales,4 pero aún más con una práctica asociada con la aventura, la diversión, el suspenso; a ello contribuyen definiciones como ésta: “La arqueología es, en parte, el descubrimiento de los tesoros del pasado, el trabajo meticuloso del analista científico y el ejercicio de la imaginación creativa” (Renfrew y Bahn, 2011, p. 12).

Un ejemplo muy ilustrativo se halla en la web con esta descripción:

Ahora bien, el trabajo de campo, es la “fresa del postre”, es la esencia del trabajo de un arqueólogo, pero no es tarea fácil. Inevitablemente uno debe exponerse a los juegos de la naturaleza dedicando grandes cantidades de días en los terrenos más inhóspitos. Es parte de nuestro trabajo, exponerse a largas jornadas de trabajo sobre el terreno.

Aun recuerdo, siendo estudiante, la primera vez que un grupo de investigación me invito a participar en su campaña arqueológica anual. Lugar de destino: “la Patagonia”, recorrí 2181 kilómetros en bus, en un total de 26 horas de viaje. A pesar de ser verano, por esas latitudes rondaba un frío que se calaba en los huesos y el viento patagónico se hizo presente en los 30 días que duró la campaña…

Caminamos por medio de unos cañadones de ignimbrita (roca de origen volcánico compactada) los cuales contaban con una cantidad infinita de cuevas. Tal cual una especie de barrio se disponían una cueva tras otra a lo largo de los cañadones, rodeadas de altos juncos y pasto verde. En esas cuevas se encontraba la clave para averiguar como vivían esas antiguas poblaciones. (http://revistamito.com/arqueolocos/)

Si bien Jaime Litvak ofreció desde hace tiempo una explicación amplia y clara sobre la labor de los arqueólogos para el público no especializado (1986), por desgracia su famoso libro Todas las piedras tienen 2000 años es poco conocido actualmente.5

A partir de las percepciones que la gente común tiene de la investigación arqueológica (ciertas o imprecisas), se puede afirmar que en México hay un desconocimiento real y generalizado de las labores que se llevan a cabo tanto en el INAH como en otras instituciones en donde hay Arqueología. Una muestra de ello son los resultados de las entrevistas que se han levantado en distintos lugares,6 así como en múltiples oportunidades en que personalmente he podido preguntar al público; en todos los casos no es difícil advertir dicho desconocimiento. No sobra señalar que todas las instituciones que llevan a cabo investigación arqueológica en el país cuentan con sus respectivas páginas en la web que permiten su consulta general, así también otras páginas vinculadas con la difusión de la investigación arqueológica en México y en el mundo; sin embargo, es evidente que tal disponibilidad de información no ha sido suficiente como mecanismo para la divulgación de sus actividades. Por suerte, es cada vez mayor el número de arqueólogos que dan a conocer su trabajo directamente ante un público no especializado, y con ello, a la institución para la que laboran, así como su contribución como científicos sociales.7

Pero volviendo al punto inicial con respecto a lo que los arqueólogos pueden aportar a las sociedades contemporáneas, una actividad que con mucha frecuencia llevan a cabo estos profesionales es la docencia. En efecto, todas las instituciones de educación superior que cuentan con Licenciatura en Arqueología tienen arqueólogos preparando a las nuevas generaciones; es el caso de las siguientes: la Escuela Nacional de Antropología e Historia (DF), la Universidad de las Américas (Puebla), la Universidad Veracruzana, la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la Universidad Autónoma de Zacatecas, la Universidad Autónoma del Estado de México (Unidad Tenancingo), la Universidad Autónoma de Yucatán, la Universidad Autónoma de Guadalajara (de manera intermitente) y la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Aunadas a todas éstas se hallan las universidades estatales que cuentan con cuerpos académicos que incluyen la investigación arqueológica, como el caso de la Universidad Autónoma de Campeche, cuya labor docente está más en relación con la enseñanza de la Historia antigua.

Asimismo, muchos arqueólogos que desempeñan la docencia lo hacen en instituciones de educación media y media superior (nivel secundaria y bachillerato), tanto en instituciones públicas como privadas, principalmente en la enseñanza de las asignaturas relacionadas con la Historia de México (I, II y III). Por cierto, es difícil contar con un dato siquiera aproximado de los muchos profesionales de la Arqueología (incluso pasantes), cuyo primer trabajo es ser profesor de Historia en una escuela secundaria o preparatoria, sobre todo en los estados de la República en donde se ubican las instituciones de las que egresaron; sería una labor interesante averiguarlo. En todo caso, nadie lo sabe. Pero volveré más adelante sobre el punto de los arqueólogos en la educación formal.

ESCENARIOS COMUNES ENTRE LOS ARQUEÓLOGOS Y LA SOCÍEDAD

Cabe iniciar esta sección con una pregunta fundamental: ¿qué áreas en común reconoce la sociedad en general (el público no especializado) con los arqueólogos? Dicho de otra manera: ¿qué sabe la sociedad de nuestros quehaceres?, ¿qué de nuestras labores cotidianas contribuyen en algo al funcionamiento social?

Como quedó señalado antes, la imagen más representativa de los arqueólogos entre el público no especializado es la de los del INAH. Esta institución, de acuerdo con lo publicado en su página web, tiene como labores prioritarias la investigación, conservación y difusión del patrimonio arqueológico, antropológico, histórico y paleontológico de la nación, “con el fin de fortalecer la identidad y memoria de la sociedad que lo detenta”.8 Para ello, tiene facultades jurídicas con respaldo legislativo que justifican su atención a “más de 110 mil monumentos históricos […] 29 mil zonas arqueológicas registradas [contra unos 200 mil sitios con evidencias arqueológicas] […] 181 abiertas al público”.9 Los profesionales de esta institución también son llamados como peritos para la liberación de áreas para la construcción y para el registro de colecciones de piezas arqueológicas en manos de particulares.

Por otra parte, las demás instituciones que desarrollan investigación arqueológica tienen también asignadas las mencionadas labores de docencia, pero también la vinculación interinstitucional, la difusión de resultados de investigación en foros académicos nacionales e internacionales, y la divulgación (así, en último lugar). Al igual que los arqueólogos del INAH, ocasionalmente son llamados como consultores en los planes de ordenamiento territorial (casi siempre a escala municipal)10 o para la fundación de museos.

Por su parte, el público no especializado receptor de dichas labores de divulgación reconoce la presencia y actividad de los arqueólogos, principalmente en zonas arqueológicas abiertas al público; algunos más, sobre todo en las regiones rurales del país, también en aquellas que no están abiertas.

Para quienes ven televisión de paga, también identifican la labor de los arqueólogos en los programas de canales como el Discovery Channel, The History Channel y National Geographic, incluso en el Discovery Travel and Living Channel. En el caso de los canales nacionales, se los reconoce en algunos programas del Canal 11 del Instituto Politécnico Nacional, como el conducido por el literato Luis Villoro o los programas especiales de su barra cultural, como “Teotihuacan, la Ciudad de los Dioses”, “Mayas, revelación de un tiempo sin fin”, “Códices mesoamericanos: prehispánicos y coloniales”, y otros con temas del periodo colonial en México (ver http://oncetv-ipn.net/antropologicas/).

También, como un intento por dar a conocer la investigación arqueológica a la sociedad, se ha echado mano de programas de divulgación en radio; un ejemplo notable es Radio INAH, en http://radioinah.blogspot.mx, con entrevistas directas a los investigadores; asimismo, el programa “De Viva Voz” de El Colegio de Michoacán, coproducido con el Sistema Michoacano de Radio y Televisión y Promo Estéreo (por ejemplo http://www.colmich.edu.mx/index.php/podcast-sistema-michoacano; ver cuadro 1).

Cuadro 1.

Logotipos de los programas de radio

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Cabe señalar que estos notables esfuerzos de comunicación con la sociedad se dirigen sobre todo a un público definido: aquellos que cuentan con los medios electrónicos para escucharlos, es decir, quienes tienen radio, televisión y computadora con internet. Ahora, si bien es un gran número de personas el que cuenta con estos dispositivos, por desgracia su mera propiedad no implica, como se dijo, la consulta de la información.

En el mismo sentido, para que todos estos esfuerzos tuvieran un efecto en la sociedad, 11 sería necesario que el público hiciera por un lado el seguimiento y la consulta sistemática de los programas, las entrevistas o información general ahí vertida; por otro, garantizar que dicha información fuera creada y transmitida en un lenguaje claro, sin tecnicismos, más acorde con las propuestas de interpretación temática o divulgación educativa (Gándara, 1998 y en prensa; Jiménez, 2001).

Pero hay un área en donde los arqueólogos mexicanos tuvieron un papel preponderante: se trata del rol en la educación. Durante varios años, aproximadamente entre las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, hubo arqueólogos que fungieron como asesores de los libros de texto gratuitos para la educación básica (la primaria); fue el caso, por ejemplo, de Román Piña Chan.12 En aquellas décadas, e incluso antes, la presencia de los indios en la Historia mexicana tuvo un papel preponderante en la conformación de la nación, así como en los procesos de consolidación de la identidad (ver, por ejemplo, Vargas, 2011).

Por desgracia, éste es un lugar que ningún arqueólogo ocupa actualmente, aun cuando hay textos de investigaciones arqueológicas que se consultan por quienes elaboran textos escolares; afirmo esto pues he tenido oportunidad de revisar libros de editoriales como Trillas, Santillana y SM para la enseñanza de la Historia en el nivel de la educación media (ver García, en prensa).

No obstante lo anterior, es un hecho que los arqueólogos están directamente vinculados con el área de la educación, tanto formal como informal, en particular en la que se refiere a utilizar al patrimonio arqueológico e histórico como base para contar otras historias de la Historia mexicana; sobre este vínculo me refiero en seguida.

DEL QUEHACER DEL ARQUEÓLOGO EN EL ÁMBITO EDUCATIVO

En esta sección quisiera regresar de nuevo a la inquietud inicial sobre lo que los arqueólogos podemos aportar a la sociedad contemporánea, más allá del reconocimiento de las labores sustantivas de investigación, docencia, vinculaciones interinstitucionales, difusión académica y la eventual divulgación. Quiero referirme al papel de los arqueólogos en el ámbito educativo, un campo que siempre será más simple de la Arqueología a la educación, que en el camino inverso. ¿Por qué pretender que un arqueólogo incida en la educación formal? En primera instancia, porque la escuela constituye un espacio privilegiado para la transmisión de valores, y, por tanto, es posible vincular la educación con la preservación y salvaguarda del patrimonio arqueológico e histórico (ver García, 2009). En segundo lugar, porque hoy día es una exigencia por parte de instituciones de financiamiento como el Conacyt, en la medida en que requieren que la investigación tenga efectos en la sociedad. Cabe señalar sin embargo que para entender el ámbito de la educación ha sido necesario hacer un planteamiento formal de investigación. En este sentido, quisiera resaltar que los efectos de la divulgación, del trabajo en la escuela o a partir del involucramiento de la sociedad en la preservación y salvaguarda del patrimonio arqueológico e histórico –y podría agregar también al patrimonio cultural en su vastedad– son en sí mismos objeto de investigación, cuyos resultados impactarían directamente en el quehacer de los profesionales de la Arqueología.

Desde hace aproximadamente siete años dio inicio el proyecto “Arqueología, Educación y Patrimonio Cultural”, bajo mi dirección; de éste, Alberto Aguirre, del CEQ-COLMICH, y yo hemos desarrollado un subproyecto titulado “Hacia la recuperación del patrimonio cultural piedadense”, del que a su vez se han derivado otros varios proyectos de investigación desarrollados tanto por estudiantes del Programa de Maestría en Arqueología del CEQ como por nosotros.

A varios años de distancia, el proyecto ha avanzado alternadamente entre la educación formal y la no formal; durante el transcurso del año 2015, el énfasis se hizo en la primera; de esta manera, lo que sigue a continuación ha sido resultado de este periodo de trabajo.

En distintas ocasiones tuve oportunidad de colaborar con los profesores de una escuela de educación básica y una de educación media del municipio de La Piedad (Michoacán). Ciertamente, este municipio se considera como zona urbana, en virtud de sus casi 100.000 habitantes, de su conurbación con el vecino municipio de Pénjamo y del ofrecimiento de servicios económico-administrativos.13 Sin embargo, la ciudad está rodeada de localidades que permiten ver el continum folk-urbano que Redfield señaló para indicar la transición entre lo rural de la vida del campo y la ciudad. Así, la Escuela Primaria Benito Juárez está ubicada en Río Grande, una localidad aledaña al oriente de la ciudad de La Piedad, y con una población estudiantil de poco más de cien estudiantes. Su actividad preponderante es la siembra de hortalizas, y aún es posible encontrar contrastes como transitar a un lado de los terrenos de cultivo en automóvil (ver mapa; la estrella muestra la localidad http://www.cartografiagps.com/paginas/ciudades_michoacan_mapa_gps.htm).

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Cabe señalar también que tuve oportunidad de contar con el apoyo de otros profesores, uno de los cuales labora en la Escuela Secundaria No. 20, en plena ciudad de La Piedad, que cuenta con dos turnos, con una población escolar de más de cuatrocientos estudiantes en cada uno.

El objetivo de trabajar con los profesores de estas escuelas era inicialmente poner en práctica una propuesta dirigida hacia la enseñanza de la Historia de México de una manera más lúdica, en la cual, además, el patrimonio arqueológico y el histórico de la localidad y del municipio tuvieran un papel preponderante. Este objetivo, cabe señalar, se ha mantenido desde hace un par de años y se pretende continuar afinándolo para hacerlo más operativo. Sin embargo, durante las sesiones de trabajo (unas seis desde 2013 y dos más en las del 2015), a partir de las conversaciones con los profesores me percaté de una obviedad que ahora considero una revelación y que va más allá del objetivo planteado.

¿Cuál es el objetivo de llevar a los niños a la escuela? Para lo obvio, llevarlos para aprender las herramientas básicas de la alfabetización: leer, escribir y las operaciones matemáticas comunes, pero también para ser partícipes del programa estatal de formación de ciudadanos, justamente mediante la enseñanza de la Historia, esa

[…] historia nacional que se organiza y difunde en dispositivos públicos y obligatorios como los libros de texto gratuitos [y que] constituye un indicativo importante para comprender no sólo los cambios en las ideas oficiales sobre la comunidad nacional, sino los giros en los proyectos de integración que están en la base de la legitimación y la justificación de la autoridad del orden social que se instituye a través de la acción estatal. (Vargas, 2011, p. 489)

En otras palabras, la escuela como el marco de la educación formal tiene la enorme tarea de establecer los cimientos de la ciudadanía, pero no solo como un aparato hegemónico e ideológico en el que se talla el reconocimiento a los héroes nacionales sino también como el espacio privilegiado para la transmisión de los principios de la convivencia cívica. Dicho de otro modo, la escuela es el primer espacio público, oficial y formal, para sembrar las semillas del comportamiento social y de la identidad. Más todavía, en este sentido la escuela es también un escenario favorecido para la regeneración de los valores colectivos; me refiero, por ejemplo, al reconocimiento y fomento de las tradiciones (incluso las religiosas); asimismo, para la identificación de los nuevos elementos que se añaden a la cultura de la vida cotidiana. Vaya, la escuela es uno de los espacios fundamentales de transmisión cultural (otro es la familia). Digamos que la escuela es, además de un centro de alfabetización, uno de los lugares en donde se regenera el eslabón entre las generaciones de la sociedad.

La regeneración de ese eslabón cultural ha sido siempre una labor de notable responsabilidad que, a decir de los propios maestros, era tomada con mucho compromiso por los viejos profesores, aquellos formados en la Escuela Normal poscardenista, y formadores a su vez de las nuevas generaciones de maestros; este comentario se corresponde asimismo con lo analizado en la bibliografía especializada, en donde se señalan, además, las dificultades a las que aquellos profesores se enfrentaron, y que superaron (ver, por ejemplo, Greaves, 2010, pp. 189-196).

Los maestros actuales, por su parte, muchos de los cuales llevan más de veinte años en el magisterio, iniciaron sus carreras con el entusiasmo de la juventud y con el compromiso heredado de sus profesores; sin embargo, a lo largo de los años se han enfrentado a diversos problemas que influyen de manera negativa y determinante en su desempeño. Varios de esos problemas están relacionados con la infraestructura en la que laboran; por ejemplo, la falta de libros de texto, falta de instalaciones dignas y de servicios apropiados; últimamente se incluye el internet. Pero también se enfrentan a las dificultades históricas de su profesión; en la actualidad, algunos de los más graves son los sonados en los medios de comunicación: la Reforma educativa decretada por el presidente Enrique Peña Nieto, las evaluaciones de profesores obligatorias en línea, los cursos de capacitación los sábados, las eventuales fallas en el pago de sus salarios y los apoyos demandados por los propios compañeros del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), entre los que se cuenta la asistencia obligatoria a las marchas en horas de trabajo. A estos problemas se les suma el horario, pues los maestros cuentan con cuatro horas y media de lunes a viernes para cubrir los objetivos de todas las asignaturas curriculares de la educación básica (lo mismo para los profesores de educación media). Desde luego hay que mencionar también el tiempo dedicado a la preparación de festividades cívicas (básicamente los honores a la bandera y alguna fecha notable), la clase de Deportes y los necesarios recreos. Algo más sumado a esta problemática: casi todos los maestros tienen doble plaza, lo que los lleva a trabajar en el turno matutino y también en el vespertino todos los días hábiles.

Merecen mención aparte los problemas que los maestros identifican en sus estudiantes. Una vez que me permitieron entrar en el espacio escolar y se animaron a platicarme sus experiencias, me animé a diseñar una encuesta con el fin de conocer y sistematizar sus respuestas con respecto a los problemas que les había tocado enfrentar con sus estudiantes. Dicha encuesta tenía estas cuatro preguntas:

  • Nombre

  • Años en el magisterio

  • Grados académicos que ha atendido a lo largo de su carrera

  • Mención de por lo menos tres problemas que ha identificado a lo largo de su carrera

A solicitud de los profesores, no incluyo aquí sus nombres, pues prefieren quedar en el anonimato; se trata de cinco maestros de educación primaria que laboran también, como quedó señalado, en dos escuelas todos los días por la mañana y por la tarde, durante el año escolar. Quisiera centrarme aquí en las respuestas que se refieren a los problemas que identificaron a lo largo de su carrera en los siguientes rubros.

a) problemas familiares

La región metropolitana de La Piedad-Pénjamo, como otras de los estados de Michoacán, Jalisco y Guanajuato, es reconocida por el alto porcentaje de hombres que migran a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades laborales. Es muy difícil conocer un dato preciso sobre cuántos hombres migran, de qué edades, cuántos regresan y cuántos no, cuántos se quedan en sus lugares de origen solo temporalmente o cuántos han logrado sus residencias en aquel país; esta información es sin duda una veta de investigación que habrá de cubrirse. Uno de los efectos más negativos de estas ausencias es el desmembramiento temporal (en el mejor de los casos) de las familias, con efectos diversos entre las parejas y los hijos (ver como estudio de caso Mummert, 1999).

Desde esta problemática, uno de los efectos más notables es precisamente el abandono por parte del padre, de la madre, o de ambos, dejando a los hijos al cuidado de algún familiar, muy frecuentemente con los abuelos. En los casos en donde la madre se queda al frente de la familia, típicamente enfrenta la necesidad de trabajar, casi siempre en el servicio doméstico; estas labores conllevan la desatención de los niños en sus necesidades más básicas, tales como la alimentación, el aseo y, por supuesto, el apoyo en las tareas escolares.

También ocurre que, aun con la presencia de ambos padres, los niños no tienen un hogar “sano”; es desafortunadamente frecuente que uno o ambos vivan o apliquen violencia doméstica, aunque casi siempre el varón es el violento. Cuando esto ocurre, tanto las madres como los hijos tienen un comportamiento sumiso y desinteresado en las cuestiones educativas.

Un problema muy vinculado con el anterior es el llamado machismo, cuya versión infantil –reproducción de la que observan en sus padres– se replica en la escuela, con la consabida indisciplina para con sus maestros y compañeros.

Los maestros registran como casos graves (porque realmente lo son) que las madres ejerzan la prostitución como una vía para conseguir dinero cada día, y un caso extremo en donde una madre vendió a su hija a un camionero bajo el criterio de “si la estrena vale más”.

De cualquier manera, un efecto claramente relacionado con los problemas familiares es la afectación directa de la familia como el canal de transmisión cultural por excelencia. Justamente, en y desde la familia se crean y recrean las bases del comportamiento cívico, de los valores y principios que llevan a la reafirmación de la colectividad, de los saberes y hábitos culturales que definen a la familia como una célula social en la que se reconoce la sociedad que le da origen. En otras palabras, los problemas familiares, como los aquí expuestos, no permiten la regeneración del eslabón cultural intergeneracional, y por ello se interrumpe la cadena de conocimientos socioculturales.

b) problemas relacionados con el nivel educativo

Como un problema que viene arrastrándose desde muchas generaciones atrás, ocurre que el padre, la madre o ambos, y más aún los abuelos, con suerte llegaron a terminar la educación primaria; esta limitación no les permite brindar un apoyo cabal a los hijos, sobre todo cuando se tratan temas relacionados con las matemáticas (por ejemplo, fracciones comunes, números negativos) o la Historia.

c) problemas de alimentación

En la escuela bajo estudio, y en otras que los maestros han conocido, un problema sistemático es que los estudiantes no se alimentan apropiadamente; los niños llegan sin desayunar con tanta frecuencia que en muchos casos son los profesores quienes los invitan a almorzar de sus propios recursos. Esta situación, por cierto, se extiende a las escuelas de educación media, de acuerdo con lo comentado por dos profesores de La Piedad.

d) problemas de drogadicción y alcoholismo

Los estudiantes de educación media (no se registró ninguno de educación básica) tienen acceso a distribuidores de drogas, o bien al consumo de alcohol; según el profesor de la escuela secundaria, es cada vez más frecuente (en ambos turnos) que los estudiantes lleguen ebrios o drogados. Ha ocurrido que si los profesores les llaman la atención por estas conductas, pueden ser blanco de la venganza de esos jóvenes.

e) embarazo entre adolescentes

Con más frecuencia de la que a nadie le gusta admitir, es común el embarazo entre adolescentes que cursan la educación media y media superior, y más aún entre jovencitas que dejaron de estudiar desde la primaria. Muchas de estas madres son las que enfrentan el problema de atender el hogar cuando el esposo migra a Estados Unidos, las que abandonan involuntariamente a los hijos para ir a trabajar en el servicio doméstico. Pero hay también madres adolescentes que viven en las casas de las suegras y cuyo trabajo es únicamente cuidar a los hijos; sin embargo, por su falta de preparación, caen en un ocio consuetudinario que acaba por ser causal de separación de la pareja.14

f) problemas de desautorización

Y para agregar otra dificultad a las aquí resumidas, ocurre que muchos padres de familia reaccionan negativamente ante las llamadas de atención que los profesores hacen a los estudiantes, incluso ante una baja calificación; esta reacción se manifiesta casi siempre en insultos de los padres hacia los maestros frente a los niños o jóvenes, mermando con esta actitud la jerarquía del maestro ante el estudiante. Para cuando llegan al salón de clases, al profesor le queda lidiar con la indisciplina del estudiante; estos casos son particularmente notables en las escuelas privadas.

Así pues, ante este panorama sobre las problemáticas aquí sucintamente expuesto, queda claro que los maestros de educación básica y media llevan sobre sus hombros la pretensión y el noble propósito de formar ciudadanos en sus horas laborables, alfabetizándolos y enseñándoles Historia como medio para la generación de una identidad, pero evidentemente ésta es una exigencia que hoy está fuera de todas las posibilidades. O dicho de otro modo, la regeneración del eslabón de transmisión cultural entre generaciones está afectada, pues la labor de los docentes ha sido muy complicada durante varias décadas; el resultado de tal situación se nota en la a veces difícil convivencia social cotidiana entre los habitantes de La Piedad.

Para terminar esta sección es necesario detenerse para hacer una reflexión.

En las condiciones actuales, la familia está imposibilitada para cumplir su función como eslabón de transmisión sociocultural; por su parte, la escuela enfrenta asimismo problemáticas que difícilmente le permiten realizar a cabalidad su rol como transmisora cultural, más allá de los objetivos de la alfabetización. Ello significa que estos canales privilegiados de comunicación entre generaciones están interrumpidos, cortados: en realidad, la transmisión de valores y principios socioculturales, cuya materialización está vinculada directamente con el patrimonio arqueológico, histórico y natural, se ha interrumpido desde hace varias generaciones (a saber cuántas). Uno de los resultados más evidentes de esta situación es la percepción de que las nuevas generaciones no saben nada de nada, y peor aún, tampoco tienen interés en saber. No reconocen ni siquiera el pasado inmediato de sus localidades y, por tanto, apenas si han construido una identidad común; ante este escenario, parecería que estas generaciones no tendrían ninguna razón para preservar el patrimonio en su vasta diversidad. Aún más, me refiero no solo a los estudiantes de las escuelas bajo estudio sino a una preocupante generalidad entre los alumnos de otras instituciones de educación media, media superior e incluso profesional. Por otra parte, están además todos los individuos que ya egresaron de alguno de los niveles escolares y que sobreviven con su trabajo cotidiano, ellos tampoco han regenerado un interés por nada de lo aquí dicho.

En el mismo sentido, otros elementos de transmisión cultural, como las festividades religiosas llevadas a cabo en el marco de las tradiciones, han perdido fuerza también a causa de la migración de los participantes, a pesar de que ellos muchas veces envían dinero para cooperar en éstas. Las tradiciones como una vía de comunicación intergeneracional, entonces, se ven afectadas en su rol de dar y de recibir elementos que fortalecen los vínculos de identidad entre miembros de una comunidad (ver Herrejón, 1994).

Un efecto evidente de toda esta situación en la región bajo estudio es percibir justamente que la falta de identidad conlleva la vulnerabilidad de los individuos y de su conjunto como sociedad. La vulnerabilidad se manifiesta, por ejemplo, en aceptar “productos culturales sintéticos” (Marisol de la Cadena); es decir, admitir sin cuestionamiento (y muchas veces sin razonamiento) elementos culturales exógenos, tales como asignar o recibir nombres de telenovela o de películas extranjeras; concentrar su interés en el fútbol; apropiación de maneras de vestir como los norteamericanos (“cholos”) o la apropiación de los narcocorridos como la música que conceptualiza una “verdadera experiencia en la vida” (como declaró un muchacho de la región). En casos extremos, recibir regalitos a cambio de votos.

Otra situación de vulnerabilidad social innegable es la falta de sentido colectivo por parte de los individuos. En efecto, es claro que la falta de civilidad afecta todos los ámbitos de la vida, y se manifiesta desde algo tan simple como la falta de respeto a las reglas de tránsito en la ciudad hasta lo más complejo, como lastimar intencionalmente a alguien o incluso quitarle la vida. Es decir, básicamente los individuos se preocupan por su bienestar y dejan de lado el bien común. Ante esta falta de colectividad, la sociedad queda expuesta para enfrentar las decisiones políticas que, esas sí, invariablemente afectan a todos.

Así pues, cabe preguntarse si es posible que los arqueólogos como científicos sociales podamos aportar algo ante este fenómeno de las sociedades contemporáneas; yo pienso que sí.

PATRIMONIO, EDUCACIÓN E IDENTIDAD: OTRAS HISTORIAS

Entonces ¿qué puede hacer un arqueólogo en el ámbito educativo?, ¿es su deber enfrentar esas problemáticas que merman la transmisión de valores y principios culturales entre generaciones desde la educación formal? Considero que la respuesta a estas preguntas es afirmativa, y de eso trata la propuesta siguiente.

El punto de partida es que debería reconocerse que los arqueólogos podrían incidir en el ámbito de la educación formal, y que éste sería un área de investigación y de especialización en la disciplina. Es conveniente mencionar que el hecho de ser profesionales de la Arqueología no significa que cualquiera puede convertirse en maestro; llegar a convertirse en uno implica justamente comprometerse con el aprendizaje de una nueva área de conocimiento que involucra nuevas teorías y metodologías. Siempre será más fácil que un arqueólogo cuyo bagaje diacrónico le permite entender el devenir histórico se prepare en el área de la educación, que pedirle a un maestro que se interne en los avatares de la disciplina arqueológica. En este sentido, hay que tener claridad en que un arqueólogo especialista en la educación formal podría trabajar directamente con los maestros que están frente a grupo a manera de replicadores, pero no sobra mencionar que la experiencia de trabajar frente a grupos de educación media y media superior es muy recomendable.

Un área de oportunidad para articular los resultados de la investigación arqueológica con la educación formal son los programas curriculares para la enseñanza de la Historia. Ha corrido tinta sobre la mejor manera de enseñar esta asignatura en los distintos niveles educativos y con distintas estrategias (ver, por ejemplo, Delval, 2013; Rodríguez et al. 2005; Plá, 2005; Carretero, Rosa y González, 2006; Cooper, 2002); sin embargo, el aporte que los arqueólogos podrían hacer está en los contenidos. Se trata de diseñar otras historias.

Gran parte de los conocimientos que los profesionales de la Arqueología, la Etnohistoria y la Etnoarqueología generan están relacionados directamente con el ámbito de la vida cotidiana: unidades habitacionales, centros cívicos, su distribución espacial, sistemas de producción de alimentos, conocimiento del entorno ambiental, actividades por grupos de edad, actividades artesanales vinculadas con saberes (ahora) tradicionales, relacionados además con labores productivas, estrategias para la captación del agua, entre muchos otros. La información arqueológica tiene correspondencia con la histórica, en términos de identificar los valores y principios para la convivencia y organización social; me refiero específicamente a aquellos que tienen coincidencia además con valores universales –asimismo, con los valores mesoamericanos–, tales como el respeto entre la gente y al lugar en que se habita, la participación en actividades de grupo, la colaboración en el trabajo, la responsabilidad, la solidaridad, la disposición para la enseñanza y el aprendizaje, el cuidado del entorno ambiental (respeto a la naturaleza), y todas aquellas actividades festivas que regeneran las tradiciones sociales. Está además la investigación arqueológica e histórica regional/local, que destaca aquello que es propio y particular del lugar al que se pertenece y con el que se tienden los vínculos de identidad elementales,15 “la parcela de patrimonio”, en palabras de Bonfil (2013, p. 37); ésta permite hacer énfasis, por ejemplo, en los saberes tradicionales de la región. En este sentido, los resultados de la investigación arqueológica e histórica son la versión material, tangible, visual, de dichos valores. En otras palabras, es claro que tal cual han declarado los estudiosos del patrimonio, éste es la materia prima para forjar la identidad (Bonfil, 2013, p. 37).

En este sentido, estas otras historias podrían rebasar la consabida línea de tiempo en la enseñanza tradicional de la Historia de México y la exaltación de los héroes y fechas sin contexto geográfico, sociocultural, y mucho menos de vida cotidiana. Es cierto que su implementación en la escuela debería estar autorizada por la Secretaría de Educación Pública o por sus instancias regionales; sin embargo, esto no obsta para preparar la propuesta. Serían historias que destacaran por ejemplo los temas siguientes:

  • La relación entre el entorno ambiental como el marco para las actividades humanas de obtención y producción de alimentos y para la reproducción social; esta perspectiva incluiría la enseñanza de la Historia conjuntamente con la Geografía, como en otras partes del mundo. En otras palabras, se fomentaría la comprensión del tiempo y el espacio para la aplicación de los saberes ahora tradicionales, que podrían diseñarse a partir de la cadena conductual de Schiffer (1995).

    Aunque es una obviedad, no es tan claro para los jóvenes que absolutamente todo el género humano vive de lo que se produce en este planeta.16 Se podrían aprovechar los sistemas de producción locales para vincularlos con la necesidad del respeto y el cuidado del ambiente. Asimismo, aprovechar para conocer a cabalidad el entorno que los rodea y entender las problemáticas ligadas, por ejemplo, con la disponibilidad del agua, la deforestación, la contaminación, o bien la construcción de elementos ajenos al paisaje.

  • Un elemento fundamental para alcanzar un aprendizaje significativo en cualquier área del conocimiento es, de acuerdo con Ausubel et al. (2009), la posibilidad de conectar el conocimiento nuevo con una experiencia previa que facilite su adquisición. En mi experiencia trabajando con adultos, jóvenes y niños en el ámbito de la educación formal e informal, así como en otros casos de estudio (el mencionado de Antonieta Jiménez y el de Citlallitl Villagrana, 2015), el ámbito privilegiado es la vida cotidiana. En efecto, vincular el patrimonio arqueológico, histórico y cultural con la vida cotidiana facilita enormemente la explicación de fenómenos tales como la organización social, la producción, la redistribución, las festividades, los bienes suntuarios, la distribución de espacios y, desde luego, los saberes tradicionales.

  • La estabilidad de las sociedades humanas bajo determinados sistemas de gobierno: sería importantísimo resaltar que no hay sistemas de gobierno únicos ni eternos, a partir del análisis de los distintos niveles de organización social arqueológicamente documentados. En el mismo sentido, aprender la responsabilidad de elegir entre determinadas maneras de gobierno.

    En el nivel de la vida cotidiana sería necesario implementar estrategias (quizás predicar con el ejemplo) para la comprensión cabal de conceptos como la responsabilidad, el afecto, la solidaridad, y algo muy ilustrativo: el cuidado de los hijos. En todos los casos, el eje conductor es la convivencia en la colectividad, que facilita la organización doméstica.

  • La tecnología como factor de cambio social. Desde este punto de vista childeano, resultaría fácil referirse a los diversos desarrollos tecnológicos y logros intelectuales en todos los periodos históricos de México; además, podría ser fuente para la explicación de fenómenos sociales como el comercio a larga distancia, la elaboración de bienes suntuarios o la producción industrial.

  • La consideración del patrimonio arqueológico como un claro vínculo de identidad. Esos vestigios que aparentemente no tienen nada que ver con los habitantes de un lugar determinado en la actualidad pueden resultar el origen de la cadena que nos una a dicho lugar, incluso si no es el mismo en donde se nació. En este sentido, construir una identidad desde la educación llevaría a tener ciudadanos con una filiación, aceptación y distinción claras, al mismo tiempo que un sentido de colectividad.

A MANERA DE FINAL

Trabajar en la propuesta aquí presentada permitiría reelaborar el eslabón de transmisión de principios y valores entre generaciones, tanto desde la educación formal como desde la informal, con la pretensión de que las familias puedan involucrarse en este proceso. En el mismo sentido, permitiría conectar el patrimonio arqueológico con el llamado patrimonio intangible, en la medida en que en lugar de solo apreciar objetos se podría trascender a imaginar tal objeto en funcionamiento en el marco de la vida cotidiana.

Cabe señalar que estoy plenamente consciente de las dificultades de modificar no solamente la visión sobre el significado pleno del concepto educación vs. el de alfabetización en la escuela, sino también las posibles sanciones si la enseñanza de la Historia desde esta perspectiva no va avalada por las instancias de la SEP; sin embargo, estoy convencida de que si hubiera voluntad podría llevarse a cabo cuando menos un proyecto piloto. Anima pensar que no se trata de una propuesta “sacada de la manga”; antes bien, hay un amplio antecedente de mis incursiones personales en el ámbito de la educación formal y de mi contacto con buenos amigos que son profesores de educación primaria, secundaria y bachillerato, quienes ven con buenos ojos incluir al patrimonio como un instrumento de apoyo para la docencia.

Por su parte, la misma Unesco tiene conciencia de la necesidad de modificar el concepto de educación para transitar el siglo XXI con mayor conciencia del respeto al entorno ambiental y la convivencia pacífica pensando en el futuro (Unesco, 2015).

Ahora bien, la postura contraria a todo lo aquí expuesto –algo así como pensar que los arqueólogos como científicos sociales no tenemos más obligación que la de generar conocimiento para el solaz de la academia, la práctica docente, las relaciones interinstitucionales, la difusión científica y la (muy) eventual tarea de la divulgación, que es por cierto la que rige nuestras vidas en la actualidad–, nos presenta poco menos que en el paraíso de la ciencia. Pero es una postura vulnerable ante instituciones como el Conacyt, que espera que todos los científicos a quienes cobija académica y económicamente tengan un impacto social.

No digo que todos los arqueólogos deban participar en la educación formal; antes bien, sostengo que se trata de un área de especialización facilitada por la formación como arqueólogos, que brinda un panorama diacrónico de la Historia y el manejo sincrónico de los fenómenos sociales. Porque, por otro lado, si nos quedamos en el entendido de que lo que hasta ahora hemos podido hacer es suficiente, corremos el riesgo de dejar fuera las posibilidades de conjuntar el patrimonio arqueológico e histórico con el intangible, en particular en las regiones en las que trabajamos; en otras palabras caer en la demotanasia. En el caso de estudio personal, dicha región correspondería principalmente a la región de La Piedad-Pénjamo.

La demotanasia es un concepto acuñado por Pilar Burillo, de la Universidad de Zaragoza, en España, definido como la “muerte paulatina de un territorio, de su cultura, tradiciones y formas de vida por acciones directas, indirectas y omisión”.17 Es decir, quedaríamos excluidos de manera voluntaria de participar en el reconocimiento y estudio de todo aquello que en los tiempos actuales sirve de contexto al patrimonio arqueológico e histórico, y desde el que es posible vincularlo al patrimonio intangible. Más aún, perderíamos también la oportunidad de implicar e involucrar a la sociedad en la preservación de su patrimonio.

Considero que esta participación en el ámbito de la educación es nuestra contribución como científicos a la sociedad; es decir, es una manera de retribuir a ésta nuestro mantenimiento en instituciones académicas. Más aún, considero también que tenemos la responsabilidad de participar –ya personalmente, ya mediante nuestras contribuciones científicas– como regeneradores de los valores patrimoniales entre generaciones (tales como los mencionados respeto, colaboración, solidaridad, responsabilidad, entre otros), puesto que, como quedó dicho, es difícil que se puedan transmitir por medio de la familia o la escuela.

Por otra parte, desde este punto de vista, pienso que el reconocimiento de lo que se considera el patrimonio de una localidad, el de La Piedad, por ejemplo, no es necesariamente resultado de una visión hegemónica (ver Florescano, 2013, pp. 19-20; Trabajadores académicos del INAH, 1995); puede ser la recuperación de un conocimiento que sólo la investigación arqueológica e histórica ofrece a las nuevas generaciones, en virtud de que, de otra manera, nadie podría hacerlo. Negarse a la posibilidad de restablecer el mencionado eslabón de transmisión cultural sería aplicar la demotanasia de manera intencional.

La Piedad, Michoacán, a 11 de noviembre de 2015.

Notes

[1] Trabajo presentado originalmente en el Simposio La Arqueología Social Latinoamericana: perspectivas de estudio actuales, en el marco del IV Congreso Latinoamericano de Antropología “Las antropologías latinoamericanas frente a un mundo en transición”, Ciudad de México, 7 al 10 de octubre de 2015.

[2] Este concepto se explicitará adelante.

[3] No es éste el lugar ni es el objetivo hacer una discusión exhaustiva sobre este tema; se pretende solamente presentar un contexto del estado de la cuestión para abordar el tema de este trabajo.

[5] La editorial Trillas tiene una nueva edición de este reconocido libro de divulgación, y, si bien es un texto que se vende, no es uno de los “que salen primero”, como comentó uno de los vendedores (visita a la librería de la editorial, octubre, 2014).

[6] Por ejemplo, Jiménez (2012, pp. 67-75), además de su reciente trabajo en Huandacareo (Michoacán); Luna (2015, cap. 3), en Chiapa de Corzo (Chiapas).

[7] En el Centro de Estudios Arqueológicos iniciamos desde el 2014 el “Seminario hacia un programa regional para la protección del patrimonio arqueológico e histórico”, en el que la divulgación de los resultados de investigación arqueológica al público no especializado es una de las labores fundamentales.

[10] En El Colegio de Michoacán, Efraín Cárdenas ha participado en dichos planes en el estado de Guanajuato; en 2010, Agapi Filini fue consultada para los planes del municipio de Cuitzeo; en este año, el geógrafo Néstor Corona dirigió los planes estatales en Michoacán, en los que participó igualmente E. Cárdenas. En la actualidad, un estudiante del Doctorado Tutorial en Ciencias Sociales de la promoción 2013-2018 se encuentra desarrollando una propuesta para la participación sistemática de los arqueólogos en la planeación territorial.

[11] Me refiero a un efecto positivo, principalmente en relación con la educación, es decir, que se lograra entre el público no especializado un aprendizaje significativo; por aprendizaje significativo se entiende el que retoma una experiencia previa y facilita la adquisición de un conocimiento nuevo (Ausubel, Novak y Hanesian, 2009). Volveré a ello en el punto siguiente.

[12] M. Gándara, conferencia magistral en el Coloquio INAH y Sociedad, 75 y 30 años protegiendo e investigando el patrimonio cultural. Santiago de Querétaro, 12 de agosto de 2014.

[13] Exactamente, 99.576, de acuerdo con la información del iNEGI en http://cuentame.inegi.org.mx/monografias/informacion/Mich/Poblacion/default.aspx?tema=ME&e=16

[14] Durante unos meses del 2013 tuve oportunidad de participar en la investigación de un psicólogo tesista, quien colaboraba brindando terapia a madres adolescentes en la Escuela de Pastoral de La Piedad. En esa ocasión, los datos que presentaba el estudiante mostraban una altísima incidencia del ocio de estas jóvenes madres, que, a la larga, las conducía a la obesidad, a las peleas constantes con sus igualmente jóvenes parejas, en muchos casos incluso hasta llegar a la violencia y finalmente al abandono.

[15] Con base en el reconocimiento de las particularidades de lo local, la misma Secretaría de Educación Pública ha impulsado desde el 2011 el desarrollo de una nueva asignatura en la currícula de la educación básica media (primero de secundaria); se trata de la Asignatura estatal Patrimonio Cultural y Natural, cuyo objetivo es que los estudiantes tengan un reconocimiento fundamental de su patrimonio local (ver www.curriculobasica.sep.gob.mx/index.php/estatal/catalogo-nacional; ver también Sánchez, 2015).

[16] Hace apenas un par de semanas (finales de octubre) tuve oportunidad de dictar dos conferencias a estudiantes del nivel bachillerato del CBTIS No. 84, del área de Mecánica, plantel La Piedad. En esas oportunidades me referí al uso de la tecnología para las actividades de producción y reproducción social, y a fin de que hicieran el esfuerzo de pensar en el diseño, uso y aplicación de herramientas para ese efecto, propuse un trabajo por equipos en donde los jóvenes anotaran qué tipo de instrumentos utilizarían para determinadas actividades. Fue muy revelador que la enorme mayoría (en realidad, con excepción de tres jóvenes entre los casi ochenta) no tenía ni idea ni de su entorno, ni para imaginar siquiera cómo conseguir alimento, refugio o vestido.

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