Naturalización de la violencia urbana: representaciones sociales en estudiantes de Medellín, Colombia


Abstract

Los jóvenes de los sectores deprimidos de Medellín han naturalizado la violencia urbana. Sus experiencias en espacios de conflicto, aunadas a las representaciones sociales y las proyecciones mediáticas, han configurado esta problemática como un paisaje común. En esta situación, la escuela ha quedado de momento impedida para llevar a cabo sus procesos educativos basados en la reflexión sobre los contextos. Bajo estas condiciones, a los jóvenes solo les quedan dos salidas: activar la resiliencia frente a la problemática, creando así un proceso de adaptación-resistencia, o continuar inmersos en el ciclo de la violencia. El estudio de esta problemática bajo la metodología de estudio de las representaciones sociales permite develar los procesos de naturalización de la violencia urbana en los estudiantes, para con ello facilitar la construcción de un proyecto educativo que pueda hacerles frente.


Jovens dos setores deprimidos de Medellín naturalizaram a violência urbana. Suas experiências em espaços de conflito, juntamente com representações sociais e projeções da mídia, moldaram esse problema como uma paisagem comum. Nesta situação, a escola tem sido impedida de realizar seus processos educacionais com base na reflexão sobre os contextos. Nessas condições, os jovens têm apenas duas saídas: ativar a resiliência diante do problema, criando assim um processo de resistência e adaptação, ou continuar imersos no ciclo da violência. O estudo desse problema sob a metodologia de estudo das representações sociais permite desvelar os processos de naturalização da violência urbana nos estudantes a fim de facilitar a construção de um projeto educativo que possa resolvê-los.


Youth from the depressed sectors of Medellín have naturalized urban violence. Their experiences in areas of conflict, coupled with social representations and depictions in the media, have shaped this image. In Medellin’s poor neighborhoods, schools have been hampered in implementing their educational programs. Under these conditions, young people have two options: to resist the problem of violence, or continue to immerse themselves in the cycle of aggression. The study of social representations unveils the processes of how urban violence becomes a way of life for students. A formal investigation into this problem would facilitate the creation of an educational program that could cope, accommodate, and form a tailored plan to help future students.


Introducción

El cometido de este artículo estriba en permitirle al lector observar un proceso de investigación en representaciones sociales, que tiene como objetivo comprender el proceso de naturalización de la violencia urbana en estudiantes de la Institución Educativa Alfredo Cock Arango, en el noroccidente de la ciudad de Medellín.

Este proceso de naturalización sucede tanto por la exposición directa y continua a situaciones de violencia como por las construcciones culturales que abundan en los espacios de socialización. La naturalización de la violencia se convierte en un problema cuando impide ejercicios críticos que dificultan la ruptura del ciclo de la violencia. La escuela debería impedir que se instale la naturalización; sin embargo, y dadas las continuas cargas que se le han delegado, ella parece impotente para resolver este significativo cometido. En este sentido, este trabajo se justifica a través de la importancia de comprender las dinámicas de los contextos y los efectos de la naturalización de la violencia urbana, para así poder dotar la escuela de herramientas teóricas y prácticas a partir de las cuales pueda construir procesos educativos centrados en la transformación del contexto.

Para llevar a cabo esta investigación se plantearon varios objetivos, que en conjunto apuntaron a analizar el papel de las representaciones sociales de violencia urbana en su proceso de naturalización. Estos objetivos se cumplieron bajo una secuencia de propósitos, que incluyen la identificación de la estructura de la representación social de violencia urbana, la comprensión de las funciones de identidad y orientación dentro de esa representación, y el establecimiento de las relaciones de las funciones con la naturalización de la violencia. Respecto al apartado metodológico se tomaron como referencias las consideraciones que Pereira de Sá (1998) y Abric (2001) aportan sobre la investigación en representaciones sociales; para ambos autores no existe una metodología, como conjunto de técnicas e instrumentos, propia para la investigación mediante representaciones sociales, sino que más bien la metodología en esta estrategia de investigación recae en el cumplimiento de tres fases: identificación de la población, delimitación de la estructura de la representación social y comprensión de la función que cumple la representación social dentro de alguna problemática. De dicha manera se estructura la metodología, que, a su vez, se presenta como el esquema para la develación de análisis de resultados.

El problema: de la representación social a la naturalización

La problemática sobre la cual se indaga en esta investigación gira en torno a la naturalización de la violencia urbana en los estudiantes. Además de otros elementos que contribuyen, se estima que esta se configura principalmente a partir de dos elementos: las experiencias de violencia que los estudiantes como colectivo de sujetos han vivido en su proceso de habitar la ciudad y las representaciones sociales que estos tienen sobre la violencia urbana.

Los estudiantes, como sujetos de experiencia, han vivido en contextos que presentan situaciones de violencia. Estas vivencias, como se evidencia en Castaño y Chaurra (2011), marcan su percepción sobre las situaciones de violencia hasta el punto en que llegan a normalizarlas, y se manifiestan, por ejemplo, con el uso de palabras que denotan la acción violenta en elementos de su lenguaje. Por otro lado, las representaciones sociales como construcciones cognoscitivas apoyan el asentamiento de esta idea naturalizada de la violencia, pues son estructuras de saber común que se constituyen en referente sobre el tema, especialmente a partir de los procesos de objetivación y anclaje (Mora, 2002). La conformación por doble vía de la violencia urbana naturalizada impide el ejercicio crítico sobre esta, constituyendo sujetos y ciudadanos que entienden la violencia como una expresión cotidiana del habitar de la ciudad, con todos los problemas que esto trae para el ejercicio de una enseñanza que active la construcción de un espacio más democrático y ético. Estas condiciones, marcadas por el habitar de un contexto violento, perfilan básicamente dos posibilidades: la activación de la resiliencia (Luthar, Cicchetti, Becker, 2000) o la continuación del ciclo de la violencia (Torrente y Kanayet, 2006).

Conceptos articuladores de la investigación

En atención a los compromisos conceptuales esbozados en los objetivos y el enunciado holopráxico1 se ha diseñado una estrategia narrativa compuesta por tres elementos principales. Por un lado, una aproximación conceptual a la teoría de las representaciones sociales, compuesta a su vez de una explicación sobre su origen teórico, y un énfasis especial sobre las funciones que componen esta estrategia investigativa. Por otro lado, un acercamiento a la categoría violencia a través de dos conceptos: violencia social y violencia urbana. Por último, es menester en este ejercicio de definición de perspectivas conceptuales aclarar la naturalización de la violencia, para de esta forma dar respuesta a una pregunta por los elementos teóricos que componen este ejercicio.

El concepto representaciones sociales se instaura en 1961 gracias al aporte realizado por el psicólogo social Serge Moscovici, quien postula un nuevo campo de estudio basado en la naturaleza del pensamiento social. Sin embargo, este concepto necesita previamente de otros elementos rectores para su constitución, como es el caso de las representaciones colectivas, acuñado por Émile Durkheim; la etnopsicología o la psicología como ciencia experimental, presentado por Wilhelm Wundt, y el interaccionismo simbólico, postulado por George Mead. Se considera que sus obras son las bases de las representaciones sociales mediante las cuales Moscovici interviene y difiere para cargar de sustrato su postulado.

Moscovici (1979) inicialmente nos presenta la idea de que una representación social es “una modalidad particular del conocimiento, cuya función es la elaboración de los comportamientos y la comunicación entre los individuos” (p. 17). Posteriormente nos expresa que son “constructos cognitivos compartidos en la interacción social cotidiana que proveen a los individuos de un entendimiento de sentido común” (como se cita en Perera, 1999, p. 10). A su vez, Denise Jodelet (1988) presenta otro acercamiento a la definición de lo que se puede interpretar como representaciones sociales. Ella le otorga un conocimiento común y natural al concepto pues es un “conjunto de significados, sistemas de referencia que nos permiten interpretar lo que nos sucede, e incluso dar un sentido a lo inesperado; categorías que nos sirven para clasificar […] la realidad concreta de nuestra vida social” (p. 472).

Con el panorama anterior, y desde el trasegar de su evolución, los teóricos han presentado diferentes posturas frente a lo que se entiende por representaciones sociales. No obstante, y de acuerdo con los objetivos y propósitos de la presente investigación, es necesario complementar dicho acercamiento. Se entiende que las representaciones sociales son procesos comunicativos que emergen desde la construcción social de los espacios allende el ser humano, que se instauran en los procesos organizativos de la información de este a través del intercambio de significados y significantes, acarreando como consecuencia la intencionalidad de las acciones en las relaciones sociales que develan la realidad inmediata por medio de funciones cognoscitivas.

Continuando en esta exploración sobre las representaciones sociales se hace ahora necesario profundizar en las funciones de estas, con atención a que la investigación posee un atributo indagador que gira en torno a las funciones de identidad y orientación. Uno de los elementos fundamentales de las representaciones sociales son sus capacidades para producir significados y apropiarse de significantes; en este sentido, las representaciones sociales tienen una funcionalidad en las prácticas de interacción social y en los procesos de autorreconocimiento de esos sujetos de lo social.

Para Abric (2001) existen cuatro funciones de la representación social, que son: la función de saber,2 la función justificadora,3 la función de identidad y la función de orientación. Con las características del problema de la investigación, y sin el ánimo de restarles importancia a dos funciones, se presentan solo los acercamientos de las funciones de identidad y orientación. Para Abric, la función de identidad se estructura mediante la concepción consciente o inconsciente de las normas y valores sociales que los individuos perciben de su comunidad. Esta función tiene un papel determinante en el sistema de interacción, ya que se le atribuye la valoración que el individuo efectúa de su comunidad, así como la legitimación individual y social de la jerarquía de la comunidad.

Así mismo, la función de orientación es entendida por Abric (2001) y Jodelet (1988) como la forma más sencilla de exteriorización de la representación, ya que es, en esencia, el cumplimiento del guion que plantea la representación, en el sujeto o en el colectivo, llevado a la práctica. Para Abric, la función de orientación posee tres factores que la caracterizan. El primer factor sería su capacidad para definir la finalidad de la situación, ya que plantea el tipo de relación social necesaria para solucionar una situación emparentada con la representación social, y a su vez, la tarea necesaria para cumplir dicha acción.

El segundo factor dentro de esta función de orientación tiene que ver con el sistema de anticipación y expectativas. Esto, al igual que todas las estructuras funcionales de las representaciones sociales, se proyecta combinadamente, tanto desde el ámbito individual (experiencia de vida) como desde el ámbito colectivo (concepciones culturales). Como último factor de la función de orientación, el autor sostiene que este sistema de anticipaciones explica entonces la capacidad prescriptiva de comportamientos de las representaciones sociales, e incluso, con un matiz más profundo, la proyección de prácticas obligatorias dentro de la representación.

La segunda categoría conceptual de la investigación es la violencia. Además de la extensión de este texto, y a pesar de que la indagación acerca de esta categoría fue bastante amplia en el informe de investigación, se ha decidido acotar las definiciones en dos vertientes, la violencia, y la violencia urbana. La violencia como objeto de estudio se ha forjado a través de todas las disciplinas sociales; es por ello que la literatura sobre este problema es extensa y compleja para un ejercicio de compilación. Teniendo en cuenta esta premisa, dentro de la investigación emergen algunos autores fundamentales que permiten develar la violencia como concepto en la realidad urbana. Algunos de esos teóricos principales son Sorel (1908), con su división de la violencia en psicológica, política, y moral; Domenach (1981), quien habla del papel de la violencia en la consolidación de los Estados; Galtung (1981 y 2003), con su violencia estructural, y la violencia como motor cultural. Sin embargo, y tomando la recomendación de Blair (2009), se decidió adelantar una definición sobre la violencia, a fin de que esta pueda ordenar la investigación. Violencia es, entonces, en esta investigación, un conjunto de relaciones de fuerza física o simbólica, ocultas o visibles, que tienen como objetivo obtener en un individuo o en un colectivo algo que no quiere consentir libremente.

Por otro lado, los acercamientos a la violencia urbana como elementos de estudio refieren a las distintas formas de violencia que se practican en el marco de un espacio geográfico ampliamente definido como urbano, la ciudad. Sin embargo, lejos de buscar una nueva clasificación tipológica, en la investigación se intentó conocer la historia y las implicaciones socioculturales de la violencia; para ello se tomaron como espacio de análisis las investigaciones realizadas en América Latina, especialmente en Colombia.

Dentro de esta unidad es necesario mencionar los trabajos que respecto al ámbito macrorregional realizan Briceño-León (2001) y Carrión (2003). En estos discursos se entiende la importancia de conocer la arqueología del fenómeno de la violencia en la ciudad latinoamericana, que, lejos de nacer en el narcotráfico, se aprovecha de él para hacerse más extenso y generalizado. Ambos autores coinciden en establecer que la génesis de la violencia en las urbes latinoamericanas reside en la falta de opciones laborales que viven los jóvenes, hijos de los primeros migrantes del éxodo rural a principios de los años ochenta. Así mismo, y especialmente en Carrión, se encuentra que este fenómeno se ha complejizado hasta el punto de desbordar el carácter económico primario, que aseguró en la primera generación la consecución de la violencia, para retornar al campo de la territorialidad, la eficacia simbólica y las falencias del Estado.

En el territorio colombiano se destacan algunos trabajos como los elaborados por Camacho y Guzmán (1990 y 2005) y Blair (2009), quienes plasman en su recuento las diversas formas que adopta la violencia en Colombia. Una síntesis sobre estos autores permite concluir que la violencia urbana en Colombia es consecuencia de una multitud de factores. La precariedad laboral, asociada al alto desempleo y la informalidad, y la inoperancia del Estado (con todas sus instituciones) han permitido que emerja una estructura paraestatal altamente legitimada, los combos delincuenciales. Esta realidad ha sido tema fundante en la estereotipia televisiva colombiana, hecho que, apoyado en una estructura de clases flexible en cuanto a ascenso monetario, pero rígida en cuanto a ascenso estético y representacional, ha perfilado una violencia enclavada en la periferia con fuertes matices económicos y educativos. Además, los autores defienden la idea de que la violencia urbana solo ha sido entendida como la violencia directa e instrumental que desemboca en homicidios y hurtos, dejando a un lado la violencia estructural, espacial, cultural, hecho que parecer tener todo un trasfondo económico y político.

El tercer concepto articulador de la investigación es la naturalización, entendida como un proceso que ha tenido acogida conceptual dentro de la psicología social y comunitaria y la sociología. Sin embargo, el estudio epistemológico en estas ramas de la investigación permitió conocer que la naturalización es entendida a partir de las representaciones sociales, específicamente, como un elemento clave en la formación y transformación de estas.

En las representaciones sociales se estiman dos momentos esenciales para la formación y transformación de la representación social: la objetivación y el anclaje. En estas dos fases, tanto la psicología cognitiva social como la vertiente de psicología social sitúan el término naturalización para explicar los procesos de constitución y transformación de la representación. En la objetivación, el concepto “naturalización” se encuentra de manera explícita; el proceso de objetivación descrito por Mora (2002) está compuesto por tres momentos: una selección de las ideas; una descontextualización o abstracción; y una concreción en una estructura conceptual de la que derivaría el núcleo de la representación.

Por su parte, en la fase de anclaje, el concepto naturalización transmuta al de familiarización. Para Alfonso (2005), el proceso de familiarización permite que la representación adquiera la función de reguladora de la interacción grupal, por cuanto aproxima el objeto de una representación al lenguaje grupal, es decir, que la familiarización es una estrategia del lenguaje para permitir la comunicación entre los miembros de un grupo, ya que estos concebirían el objeto de la representación bajo un mismo registro simbólico. En otras palabras, la naturalización o familiarización en el anclaje supone una instrumentalización de la representación (Umaña, 2002).

El rechazo al azar y la construcción científica del método de estudio de las representaciones sociales

En el marco metodológico, la investigación toma como derrotero las orientaciones que a tal fin enuncian investigaciones pretéritas. En este sentido es fundamental conocer las indicaciones que plantea Abric (2001), del cual se entiende que las representaciones sociales como estrategia de investigación no disponen de un marco metodológico al uso, y que, por el contrario, la diversidad de enfoques, técnicas e instrumentos es bastante amplia y de extensa aplicación.

Perera (1999) sostiene que las metodologías de las representaciones sociales deben estar guiadas por un trabajo en espiral, en el cual los instrumentos y las técnicas se construyen a través de los resultados de cada fase. Por último, y quizás como derrotero más importante, se consideró la estrategia de Celso Sá (1998), que estima menester un trabajo en tres fases: una que pretende indagar acerca de la representación o, en palabras de Abric, conocer su núcleo; otra fase indaga sobre los sujetos de la representación; y por último, la que comprende la función social de la representación. A propósito de estas recomendaciones se construyó una estructura de trabajo en tres fases. La primera fase buscó imaginar una determinación del grupo; la segunda fase indagó los elementos constitutivos de la representación; y la tercera fase buscó comprender las funciones de identidad y orientación de la presentación social en el proceso de naturalización de la violencia urbana.

En lo referente a las técnicas y los instrumentos, en la fase uno se realizó un diagnóstico de grupo, usando el cuestionario abierto. La información recogida con este instrumento tuvo un análisis cuantitativo descriptivo, vaciándolo en un esquema de Excel con los valores demográficos aplicados. En la fase dos se trabajaron dos técnicas, la técnica de tablas inductoras y la técnica de la asociación libre y pareada. Las tablas inductoras son una estrategia de recolección de la información, consistente en proyectar unas imágenes referentes al tema de la presentación, y a partir de ellas sacar expresiones e ítems relativos a la representación. Para no viciar este ejercicio se decide no diseñar externamente una tabla de imágenes, sino construir estas imágenes desde la expresividad plástica de los estudiantes. Por otro lado, la asociación libre y pareada es una estrategia que busca conocer el vínculo de los ítems, así como la jerarquía de la representación. En esta fase se realizó un análisis semiótico a partir de categorías determinantes que emergieron de las imágenes, y un análisis cualitativo y cuantitativo de los datos relativos a los ítems, a través de un estudio de frecuencias.

En la fase tres se implementaron dos estrategias, la carta y el cuestionario con entrevista. La carta, como estrategia de narrativa biográfica, permite conocer las relaciones de identidad y orientación de la representación social de la violencia. El cuestionario con entrevista, el cual se desarrolló bajo un cuestionario semiestructurado, permitió puntualizar y cercar más las funciones de identidad y orientación.

Hallazgos de la investigación

La siguiente presentación de resultados se estructura de acuerdo con el modelo de fases propuesto en el componente metodológico. Esto con el fin de lograr el análisis del papel que cumplen las representaciones sociales en el proceso de naturalización de la violencia urbana, descifrando paso a paso sus elementos periféricos para llegar al núcleo que la compone, estableciendo a su vez las funciones de identidad y orientación en el proceso de naturalización de la violencia urbana, según lo expresado por los autores aludidos en los acápites anteriores.

Fase uno: población y muestra

La caracterización contempla la comprensión de las condiciones contextuales que circunscriben a los sujetos, pues las dinámicas que allí se adscriben reflejan la realidad desde la cual argumentan sus relaciones con el entorno, asunto que no debe ser menospreciado a la hora de revelar fenómenos sociales. Por esto, y teniendo presentes las salvedades hechas en la estructura metodológica, el conocer al otro en su realidad inmediata es la primera fase de la presente investigación, cuyos análisis y resultados son expresados a continuación.

La institución educativa Alfredo Cock Arango está ubicada en la zona noroccidental de la ciudad de Medellín (Antioquia), en la zona limítrofe de las comunas 5 y 6; además de esto, divide dos barrios de mucha tradición en la zona, Pedregal y Castilla. En el primer proceso poblacional se puede observar mucha simetría respecto a las zonas de procedencia de los habitantes; sin embargo, y a consecuencia de las últimas oleadas de violencia e inseguridad que presenta la ciudad, en la actualidad se puede observar que existe una enorme diversidad en orígenes de la población. A este respecto vale la pena mencionar que cerca del 80% de la población que fue objeto de esta investigación provenía de otros barrios de la ciudad, de los cuales se habían desplazado debido a las continuas oleadas de violencia, extorsión, y sobre todo, por la permanente existencia de barreras invisibles que impedían su libre tránsito.

Es importante señalar las características previas del grupo para obtener un panorama general de su situación hacia el 2015: el grupo 10°2, seleccionado para adelantar este trabajo investigativo; no obstante, es necesario aclarar que, dadas las dinámicas de la institución, reflejadas en deserción escolar y fenómenos violentos en los barrios aledaños, esto llevó a las directivas en dicho año a experimentar cambios de horarios y de agrupación de los estudiantes, por lo cual el grupo 10°2, con la última modificación, quedó integrado por diecinueve estudiantes, y por su parte, el grupo 10°3 quedó conformado por ocho estudiantes. De acuerdo a la cantidad de estudiantes por grupo, y teniendo presente que la institución educativa tiene carácter oficial y está adscrita a la Secretaría de Educación del municipio de Medellín, se optó por agrupar a los dos grupos, un total de 27 estudiantes, pero con las separaciones presentes, es decir, 10°2 y 10°3 en una misma aula.

Respecto a aspectos generales de la población se puede decir que quince estudiantes hacen parte del género masculino y doce hacen parte del género femenino. A su vez, la edad de los participantes oscila en un rango entre los 13 y los 21 años de edad, ubicando la media en los 17, y la moda, en los 16 años, que refleja una población juvenil propensa al ciclo de la violencia. Asimismo, el 60% de los estudiantes nacieron en la ciudad de Medellín, y el 40% restante viene de municipios del departamento de Antioquia y de otras ciudades como Pereira y Manizales.

En las características económicas y familiares se encontró que los estudiantes pertenecen mayoritariamente al estrato socioeconómico dos (76%), y unos cuantos al tres (16%), y minoritariamente al uno (8%), de acuerdo con el sistema de clasificación del DANE. De igual manera, se manifiesta que solo el 40% de los estudiantes viven en contexto de familias nucleares, y el 60% restante, en grupos familiares caracterizados por la presencia de integrantes de la figura maternal y por la ausencia del rol paternal.

Con todo lo esbozado anteriormente se logra tener un panorama general sobre los atributos y características sociales, económicas, y demás, de los estudiantes, que permiten dotar en un sentido más amplio la presente investigación, pues se comprende al sujeto en su contexto y en su lógica de posibilidades y limitaciones, y, claro está, a posteriori, desarrollar intervenciones con los resultados presentes, para así no cometer atropellos y lograr procesos significativos.

Fase dos: la representación social y su estructura

El objetivo de la fase dos apunta a conocer la estructura de la representación social que tienen los estudiantes sobre la violencia. Para conocer la representación y su jerarquía se empleó una estrategia de compilación visual ampliamente desarrollada en Abric (2001), que se exhibe en un esquema radial de jerarquías de ítems. La representación social de violencia urbana que tienen los estudiantes se muestra en el esquema 1.

Esquema 1.

Representación social de la violencia urbana

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Se puede observar que los estudiantes consideran que la violencia urbana se centra principalmente en las armas, las fronteras, las drogas, y la muerte. Las armas hablan de una concepción instrumental y directa de la violencia urbana, la cual gira alrededor del entramado simbólico y físico que presenta un arma como instrumento letal. La frontera, por su parte, describe el control territorial que los grupos armados ejercen sobre los barrios de la ciudad y cómo esto impacta en las formas en las que los estudiantes se relacionan con su espacio inmediato. Las drogas narran lo que muchos autores describen como el eje central de la violencia urbana, que es heredada de los grandes capos de la droga y que ahora se expresa combinada con la marginalidad urbana y el desplazamiento. Por último, la muerte expresa nuevamente una concepción instrumental, directa, pero también simbólica, de la violencia urbana, ya que recurrir a ella significa agotar la existencia del enemigo.

Los elementos siguientes son los que no hacen parte del núcleo, pero que por su importancia sirven para dotar de sentido y de significado las relaciones entre la periferia y los elementos centrales. En este círculo encontramos ítems como robo, pandilla, inseguridad y víctimas. De esta definición resaltan dos elementos: robo y pandilla. Este aspecto permite explicar cómo un fenómeno como el robo, que puede llegar a ser protagonista en otras zonas o comunas de la ciudad, no se inscribe como un fenómeno de primer orden en la comuna donde se encuentran situados los estudiantes. Sin embargo, el robo es referenciado como un factor que tiene relación con las pandillas, dado que son estas las que se encargan de controlar y mantener un orden en estas zonas. Mientras que, por su parte, la aparición de la pandilla explicita el nombre de los agentes y actores principales de la violencia.

En los subsiguientes niveles se encuentran los espacios en los cuales se centra la violencia, como territorio, cancha, plaza o calle; y también se dotan de atributos las cualidades de la violencia, como moto, poder, dinero y hombre; y por último se encuentran otras descripciones más cercanas a la emotividad que refieren la violencia.

Fase tres: las funciones de identidad y orientación

Esta tercera fase tiene la intención de comprender el lugar de las funciones de identidad y orientación en la representación social de violencia urbana, y establecer la relación de estas funciones con el proceso de naturalización de la violencia urbana. Las relaciones que los sujetos tienen con sus espacios permiten la configuración de sus identidades. Es por esto que se hace indispensable comprender los atributos que ellos le otorgan a su contexto, cómo dotan de sentido el lugar donde se encuentran inmersos y qué percepciones han construido socialmente de acuerdo a los fenómenos que han experimentado en primera persona o por la mediatización de la información. Se hace también importante tener presente la estructura de la función de identidad presentada por Abric (2001), mencionada en el horizonte conceptual.

El instrumento número cuatro (la carta), cuyo propósito fue identificar la función de identidad de la representación social de violencia urbana, arroja resultados de acuerdo a la naturaleza del discurso, favorecido por la espontaneidad y la naturalización con la que es plasmada la apropiación del contenido, en este caso, objeto de la investigación. Para tal efecto, los resultados presentados al instante se encuentran relacionados con la identificación del lugar en donde viven, las zonas que ellos identifican y delimitan de acuerdo a situaciones-problema, las bandas delincuenciales, la percepción frente a las instituciones y comunidad en general, las experiencias que narran y la identidad como jóvenes en un contexto violento; aspectos que a lo sumo develan la función de identidad de las representaciones sociales en el proceso de naturalización de la violencia urbana.

Las fronteras invisibles son demarcadas como una característica que permite comprender las lógicas del barrio en donde los estudiantes habitan; este fenómeno de vulneración de derechos es asumido por los ellos como control territorial que ejercen los grupos delincuenciales del barrio:

[…] aunque hemos mejorado, aún tenemos problemas con las barreras invisibles creadas por las bandas para separar territorio, principalmente con el objetivo de beneficiarse más en la venta de drogas, que a su vez es un problema que nos afecta a los jóvenes. (Participante 7)

Dicho fenómeno repercute en doble instancia en los jóvenes, por cuanto se les limita la circulación por las vías de su barrio y, por ende, de su ciudad, trucando el aprovechamiento de escenarios para el esparcimiento y la recreación de este grupo poblacional. Además, se señala a las drogas como un factor de riesgo para esta población, propensa a su consumo y venta.

Las drogas, plazas de drogas, hay en todas partes, no es sino preguntar el camino y te llevan […] Es tanto que hemos llegado al punto de ver ello como algo normal, y ya lo es. (Participante 17)

Acostumbrarse a ver el expendio y consumo de estupefacientes como actividades cotidianas en el transcurrir de la vida en su barrio pone de manifiesto una característica de violencia urbana que tiene sintonía con el referente teórico investigativo de Ardila y Monterroza (2012), en donde se revela la implicación de las drogas como centro de muchas de las acciones delictivas de esta población. El visualizar las drogas, y todo lo relacionado con ellas, como un elemento normal lleva consigo implícitamente la naturalización de expresiones de la violencia urbana:

Tengo amigos que consumen drogas y no por eso son personas malas, de hecho, lo he hecho yo también y no me parece algo que sea malo, ni de qué avergonzarme, es muy normal y no por eso soy violenta. (Participante 17)

Asumir el consumo de sustancias psicoactivas como un elemento habitual y corriente que se aleja de toda manifestación de violencia es desconocer tanto las relaciones del microtráfico con las bandas delincuenciales y todas las expresiones de violencia que se instauran a través del control territorial por las plazas de drogas como también el financiamiento y la estructura delictiva que opera detrás de los estupefacientes que consume la población.

La percepción de progresar y mejorar en la vida reconoce la capacidad de resiliencia de los participantes de adaptarse positivamente a ese espacio urbano, y de igual manera refleja que superando las limitaciones problemáticas que instauran las dinámicas de los sujetos con esos espacios se puede estudiar y servir a la sociedad de forma provechosa.

La inseguridad y la insatisfacción de los participantes frente a cómo perciben su barrio se sitúan más desde ámbitos de la violencia directa, generando sensaciones de desasosiego y zozobra en la población, y además reflejando que frente a expresiones de la violencia simbólica y social son normales la visualización y su accionar en el barrio.

Esta lógica les otorga a los miembros de los grupos delincuenciales la responsabilidad de regular el tránsito de personas por las calles del barrio, identificando como asunto fundamental la situación de género, en donde a los sujetos masculinos se les persigue y se les carga de sospechosos como actores de conflictos, y, por su parte, existe una casi nula persecución a los sujetos femeninos, por cuanto no se reflejan como actrices dominantes de la violencia urbana. También hay que señalar la falta de distinción de espacios y de población respecto al consumo de drogas, al no respetar o no tener presentes las connotaciones que esto implica al hacerlo frente a una población tan vulnerable y perceptiva como la de los niños.

En tanto los estudiantes identifican y legitiman las bandas como actores de la violencia urbana, denotan las características centrales de las representaciones sociales. La certificación de la comunidad frente a estas actividades radica en las percepciones que los habitantes tienen de la institucionalidad y la comunidad, posicionando la ilegalidad y la delincuencia como garantes de vigilancia en el espacio. Sobre este asunto Carrión (1993) ya había expresado las características de la violencia centrada en el espacio urbano, en donde las bandas y el control del microtráfico se presentan como las lógicas de la ciudad latinoamericana; esto ahondado por la falta de legitimidad de la institucionalidad, y los graves problemas de la corrupción de los servidores estatales. Del mismo modo, la impunidad se presenta como acción común de la legitimidad de las fuerzas del Estado, aspecto que lleva a que los estudiantes se orienten con la informalidad y la delincuencia como garantes de derechos y control.

Experiencias como la anterior llevan a que los miembros de la comunidad presenten las condiciones de pasividad ya mencionadas; el verse enfrentados y amenazados directamente por sujetos de las bandas delincuenciales trae consigo la sumisión total, por factores como el miedo y demás, y asimismo manifestaciones más graves que implican movimiento como un desplazamiento en pro de procurar la integralidad de la vida y la familia. La otra cara de la moneda radica en el asunto de ser miembros o conocidos de los actores perpetradores de la violencia en los barrios; en tal punto, también los estudiantes atestiguan experiencias al respecto:

En mi familia hay muchos primos que son de los combos más nombrados en mi ciudad; uno es jefe de sicarios, otro es jefe de los Machacos, los otros trabajan con ellos. Y muchas de sus hermosas armas las guardan cerca a mi casa, muchas veces mis primos van, se esconden en casa; ellos me dicen que cualquier problema que con cualquier persona que se crea “mala” les diga para que ellos organicen el problema. (Participante 24)

Desde tal narrativa se presenta con orgullo el hecho de tener familiares que hacen parte de procesos sicariales y delictivos de la ciudad, en donde es pionera la recurrencia de fenómenos y aspectos que requieren su intervención. Además, se legitiman y se respaldan en calidad de estatus jerárquico, que connota estar emparentado sentimental y consanguíneamente con los “duros” o los “pillos” del grupo delincuencial. Dicho fenómeno tiene correlación con los resultados encontrados en la investigación de Ardila y Monterroza (2012), en donde los grupos delincuenciales y armados constituyen procesos de socialización, permanencia y legitimación de la violencia, que se materializa en términos de represión, venganza o estatus de reconocimiento en la comunidad.

Como antes se mencionó, el quinto instrumento, de forma individual, buscaba responder a la pregunta sobre la función de orientación. El instrumento cinco fue realizado por ocho estudiantes, los cuales conforman el grupo focal. En su conjunto, las situaciones tipo-caso evidencian que el accionar o las percepciones de los estudiantes sobre algunos momentos, procesos u objetos se basan en el entramado significativo con el que han dotado su existencia en su contexto. La función de orientación de la representación social permite entonces establecer las relaciones que se tejen con las dinámicas que circunscriben las prácticas de violencia urbana. Al respecto, un elemento contundente de la violencia directa como el arma de fuego desencadena en los estudiantes sensaciones de miedo frente a este tipo de objeto; la carga afectiva que ella causa en ellos se expresa, por ejemplo, en su nerviosismo, pánico o incertidumbre, lo cual haría que ellos tomen acciones evasivas o de ocultamiento; aspecto que se puede tornar paradójico si se compara con otro elemento de violencia como las armas blancas, y que es contradictorio, por cuanto los estudiantes manifiestan notables diferencias en las acciones y sensaciones que estas causan, al considerarlas como instrumentos de ostentación y belleza, no tan bélicas o peligrosas como las primeras.

La orientación de los estudiantes respecto a la violencia urbana está centrada en la identificación de grupos y actores de la comunidad, posicionando las bandas delincuenciales como las hacedoras de la violencia en el barrio, y también como las garantes de convivencia y respeto de la tranquilidad social; asimismo, la mansedumbre de la comunidad frente a un actuar conjunto sobre las manifestaciones de la violencia urbana es la aprehensión que los estudiantes captan de esta, y mediante la cual direccionan su percepción. En la misma tónica, la corrupción de los servidores del Estado y la poca eficacia de su acción son percibidas por los estudiantes como desasosiego y carencia de credibilidad.

Reflexiones finales sobre la experiencia

Se concluye que la estructura de las representaciones sociales identificadas por los estudiantes está atravesada por fenómenos e instrumentos violentos como las armas, tanto de fuego como blancas, en donde las primeras son caracterizadas como expresiones de letalidad, adjudicándoles un papel protagónico en la violencia urbana, mientras que las armas blancas son instrumentos de ostentación y regocijo que no tienen la concepción de representar riesgo. De igual manera, las drogas se presentan como otro elemento central de la representación social, pues su consumo y expendio son observados como perceptibles y habituales para ellos; no los inmuta la presencia de su consumo en su barrio, y que se expresa como una característica de algunos de los jóvenes de la zona.

Así mismo se identificó que las fronteras invisibles poseen un lugar central en la estructura de la representación; al respecto se concluye que este fenómeno propio del carácter simbólico de la violencia es señalado por ser la disputa territorial entre bandas. El territorio en querella se presenta como móvil y no estático, en donde su control y hegemonía justifican acciones delictivas como enfrentamientos armados, amenazas, extorsiones y nuevas limitaciones espaciales, a propósito de las “pintadas” y la simbología que demarca el territorio. La muerte es proclamada como consecuencia de la ligazón de los aspectos mencionados, otorgándole a la violencia urbana un tinte sanguinario y deshumanizante que es representado por lo estudiantes como la primordial característica de la violencia en sus contextos.

Desde la función de identidad de la representación social se puede concluir que los estudiantes describen su vida como jóvenes en un contexto adverso atravesado por lógicas marginales y de vulneración social, es decir, la agremiación a bandas delincuenciales se presenta como una posibilidad de ascender en la estructura social y económica de la organización del barrio; de esta manera el microtráfico, la extorsión y la denominada vigilancia se presentan como actividades que se legitiman y que se habitúan en la comunidad. Habría que decir también que a los jóvenes se les otorga toda responsabilidad de los hechos violentos que se tejen en el barrio, pues son considerados como los hacedores y perpetuadores del ciclo de la violencia, en donde una las acciones que caracteriza a este grupo poblacional es el consumo de drogas, gracias a la facilidad con la que es posible adquirir tales estupefacientes.

A su vez, la función de orientación de la representación social permite deducir que la corrupción por parte de los servidores públicos de las instituciones del Estado posibilita el accionar de la ilegalidad como el garante de los derechos de los habitantes del barrio; es por esto que las bandas delincuenciales acentúan su modus operandi gracias a la ineficacia e inoperancia de los sistemas judicial y penal, posicionando, en consecuencia, que la orientación de los estudiantes gire en torno a la reproducción del ciclo de la violencia. Igualmente, la sumisión y la pasividad en pro de acciones conjuntas que vayan en contravía de los fenómenos y hechos violentos son las características de la comunidad, aspecto que genera desasosiego en los estudiantes, pues se considera al respecto que el miedo y las posibles repercusiones que los actores delincuenciales puedan acarrearles garantizan y perpetúan su accionar delictivo.

Los jóvenes son el grupo poblacional más vulnerable frente al fenómeno de la drogadicción, ya que las condiciones sociales, económicas y, en otras ocasiones, familiares y sentimentales han llevado a encontrar en las drogas refugio, confortación y, en casos más complejos, estilos de vida. Este proceso de habituación ha logrado que los estudiantes naturalicen el consumo y desconozcan la estructura ilegal que hay detrás de este proceso.

Además, la violencia urbana se naturaliza, en la medida que los estudiantes enuncian que las bandas son las “instituciones” que mayor control ejercen sobre el espacio que habitan. La versatilidad de sus modos de delinquir, aunada a la inoperancia de las entidades estatales, han permitido que los barrios se conviertan en la zona de jurisdicción de estos actores de la guerra armada urbana. El dominio del barrio, delimitado por las fronteras invisibles, se ejecuta a partir del control del territorio, con el fin de asegurar el expendio y consumo de drogas en el sector; todo ello hace que las bandas se conviertan en los agentes principales de la violencia urbana.

La escuela, a pesar de ser un espacio privilegiado para dialogar sobre la violencia, deja el tema a un lado, siendo incluso incapaz de mediar la violencia entre estudiantes, y no lleva a cabo un proceso reflexivo sobre las condiciones que ofrece su entorno, quedando imposibilitada para crear propuestas de intervención curricular, pedagógica, y didáctica, que propendan al mejoramiento de la situación. En la misma lógica aparece la policía como institución colmada de corrupción y permisividad, hecho que facilita la perpetuación del accionar violento de las bandas contribuyendo al ciclo de la violencia. Esta institución en especial también permite ampliamente la naturalización de la violencia, ya que ella no se presenta como garante de la libertad, la vida y la democracia, haciendo que los habitantes recurran a estructuras criminales, las cuales sí satisfacen sus necesidades, legitimándolas.

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Notes

[1] Pregunta o planteamiento que orienta la praxis holística de la investigación.

[2] Esta es definida por Abric (2001) como una estrategia que permite la adquisición de nuevos saberes y su asimilación con un marco de referencias que se encuentra tanto en el nivel del individuo como en el nivel de la sociedad. Además, tiene un papel clave para la comunicación social, ya que permite el entendimiento y la comunicación entre los miembros de una comunidad.

[3] Esta se dimensiona como la estrategia de la representación social para sobrevalorar el estatus del grupo que construye la representación social y devaluar la imagen del grupo antagónico al que construye la representación social (Abric, 2001). En este sentido, la representación social, en su función justificadora, tiene el objetivo de perpetuar y justificar la diferencia social a través de una sobrevaloración del grupo de pertenencia, y la devaluación del grupo antagónico; y esto se da en la medida en que los grupos interactúan enfrentándose.